Domingo, 21h00: Imágenes
en blanco y negro de decenas de soldados en las montañas
bolivianas narran la historia del exilio de los
militantes del derrocado gobierno
socialista del ex presidente chileno Salvador Allende.
Imágenes que compiten con los aproximadamente 100 canales
que pueden ser vistos en los servicios por
suscripción de miles de pantallas en los países del
cono sur de América. El objetivo ya
fue puesto en escena, un canal de televisión que nos remite constantemente a
nuestras raíces latinoamericanas y que tiene como su fin
último comunicar para integrar.
El micro sobre los exiliados de izquierda culmina a las
21h20, buena hora para comenzar con una película del
cineasta venezolano Román Chalbaud y apreciar una
tradición criolla denominada La Quema de
Judas. Desde sus casas, los espectadores
continúan con el mando a distancia, escogiendo entre
continuar con el acostumbrado
zapping de la víspera
del comienzo a la jornada laboral o seguir
detenidos en el recién creado Telesur, una estación
audiovisual multiestatal impulsada por el Estado
venezolano y apoyada por otros países de Latinoamérica.
Afortunadamente para el
rating del canal, la
película logra superar la prueba de la exposición
selectiva al medio, por lo que muchos optan por continuar
disfrutando de este filme, dejando a un lado el control remoto,
mientras comienzan lentamente a caer dormidos. El canal que
inauguró sus transmisiones el pasado 24 de julio, con
ocasión del aniversario del natalicio de Simón
Bolívar,
es ahora una opción más para la variada programación que transmiten los canales
comerciales y oficiales.
Telesur es -según sus creadores- una respuesta a
la necesidad de integrar los pueblos de América
Latina y contrarrestar la
sesgada información proveniente del Norte, en un
afán por crear un eje Sur-Sur que sea capaz de producir
una comunicación independiente. Ahora, el
éxito o
fracaso de Telesur parece tener su punto de definición en
la verdadera independencia
con que lleve esta empresa la
política
comunicacional.Con dinero
proveniente del Estado, esta
iniciativa tiene el reto de conseguir alejarse de los proyectos
gubernamentales y políticos, superando así la bien
conocida historia de los canales financiados por los Poderes
Ejecutivos, donde los contenidos son controlados desde una alta
esfera y responden a los objetivos del
gobernante de turno. ésta es precisamente la tendencia que
debe desaparecer para vislumbrar el triunfo de un verdadero medio
de servicio
público.
Integrar: ¿a
quién?
Hablar de integración regional normalmente nos remite
a distintos enfoques que han intentado exponer -de manera
más clara- los procesos de
cooperación entre pueblos y naciones. La costumbre de los
analistas es dividir las explicaciones en perspectivas que van
desde la visión económica, hasta la legal y la
política. Pero en pocas ocasiones escuchamos hablar de
proyectos y gestiones comunicacionales enmarcadas en generar
integración.
ALCA, ALBA, CAN,
MERCOSUR,
TLC, CARICOM,
etc., son en fin de cuentas
iniciativas económicas-legales referidas a la
disminución o eliminación de las tasas aduaneras y
a la ampliación de los mercados
comerciales; pero para un proyecto
político más amplio, estas dimensiones no son
suficientes, pues los cambios culturales requieren de
persuasiones informativas y psicológicas de mayor
envergadura. Y es que Telesur nace precisamente en el seno de un
proyecto político, de resistencia
contra el orden mundial actual y listo para exportar.
La integración no es solo un proceso
económico, sino que origina también una nueva
dinámica política que modifica la
estructura del
Estado Nación
y sus relaciones con los demás actores políticos.
En este sentido, la cooperación y la
integración pueden ser entendidas como procesos de
internalización de nuevos significados, de roles e
identidades.
¿Quiénes son los individuos que deben ser
integrados con Telesur?, ¿aquellos que aún no
logran cruzar sus fronteras sin un visado? Hasta ahora, los
intentos de integración comercial han sido -si no un
fracaso- un devenir de tropiezos que en último caso no han
logrado sus objetivos iniciales, por lo que para un ecuatoriano
es un sueño aún llegar hasta México con
un simple pasaporte, pues en América Latina sus residentes
no cruzan fácilmente los límites
que los separan.
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