Para qué alcanzar al mundo Políticas de comunicación. Notas sobre la experiencia de México en la era del NAFTA
- Presencia
estadounidense, parte de la tradición en los medios
mexicanos - La
televisión, cohesionadora de un amalgamado
espíritu nacional - Tutela tenue,
pero reglamentada, a los medios de origen mexicano - Una cultura
nacional con pocas salvaguardas explícitas - Competencia
y contrastes en prensa, radio y TV - Reglas
anticuadas, para realidades nuevas y cambiantes
Este ensayo forma
parte del libro
Comunicación, derecho y sociedad.
Estudios en honor al Dr. Javier Esteinou Madrid coordinado
por Ernesto Villanueva. Media Comunicación, México,
1996.
América Latina es algo peor que una región
atrasada:
es un caos de modernizaciones, un tachonadero y
borroneadero de europeizaciones y
norteamericanizaciones,
un laboratorio de
aprendiz de brujo de todos los grandes
modernizadores de cinco siglos: conquistadores,
frailes,
burócratas del rey, reformistas borbónicos,
militares con
humos bonapartistas, legisladores y abogados
imponiendo
ficciones jurídicas (La Ley, La
República, La Democracia,
La Igualdad, El
Libre Mercado, Las
Elecciones, Los
Tribunales, El Congreso, El Federalismo, Los
Derechos
Humanos, Los Derechos Civiles) en una realidad
arisca que conserva formas tradicionales –aunque
muchas veces las conserva a su modo, adulteradas–
y adecua caprichosamente lo que azarosamente
prende de los modelos
impuestos a
cada nueva moda.
José Joaquín Blanco 1
En su constante búsqueda de la modernidad, que
lo emparenta a la vez que en sus resultados lo aparta del resto
de América
Latina, México en los años noventa
apostó, enfáticamente, por Norteamérica. El
Tratado de Libre
Comercio, o NAFTA por sus
siglas en inglés,
fue la expresión comercial de un proceso mucho
más intenso, que ha matizado, enriquecido y conferido
nueva influencia a la cultura
mexicana. La apuesta por la modernidad de fin de siglo pasa por
la
televisión direct-to-home, la
internacionalización de lo mexicano (whatever that means),
la internet y la
cosmopolitización de aportaciones, lo mismo que de
vicisitudes y vergüenzas de la vida pública
mexicana.
Escándalos políticos, corrupciones
en las cúpulas y desasosiegos en México, son
conocidos en el mundo tanto o más que las reformas
políticas o los avances económicos.
México es hoy conocido por el Efecto Tequila que
simbolizó nuestra inestabilidad financiera hipotecada a
los vaivenes de un mundo exigente y desconfiado, lo mismo que por
las emisiones de Televisa.
México, desde luego, es mucho más que eso: una de
las consecuencias de la
globalización sujeta a las agendas de los medios, es la
manera como subraya los estereotipos, perfilando descripciones
maniqueas de realidades que suelen ser mucho más
complejas.
Es harto sabida la paradoja con que este
país se estrenó en su norteamericanización
comercial: el día que entraba en vigor en NAFTA,
estalló el conflicto
armado en Chiapas. Fue,
por así decirlo, una incursión extravagante que
obligó al México en vías de
modernización apresurada, a no ser desmemoriado con el
otro México, el de la pobreza extrema y
las desigualdades regionales, el del los 6 millones de adultos
que no saben leer ni escribir (el 11% de la población mayor de 15 años) y de los
2 millones de niños
de entre 6 y 14 años que no asisten a la escuela
[Todas las notas se encuentran, en el orden en que son
mencionadas, al final del ensayo] 2. Es decir, al mismo tiempo que los
segmentos más desarrollados de la sociedad mexicana se han
incorporado a un creciente intercambio de bienes de toda
índole (entre ellos, de carácter cultural) la desigualdad
social se ha incrementado. México tiene ahora
más ricos inmensamente ricos, pero al mismo tiempo
nuestros pobres siguen muy pobres.
Por mirar demasiado al Norte, una parte de
México corría el riesgo de
olvidarse de su propio Sur 3.
Pero incluso los efectos públicos que tuvo el conflicto en
Chiapas en su insólita simbiosis con los medios de
comunicación han formado parte de la modernidad o,
como han querido algunos, posmodernidad
mexicana en su nueva e inacabada sintonía con el resto del
mundo: de la rebelión chiapaneca, por encima de las
carencias sociales de los indígenas del sureste del
país, la imagen que ha
prevalecido es la del subcomandante Marcos, a quien algunos han
querido considerar como una suerte de fetiche político
incluso sin tomar en cuenta, o desdeñando, su
reivindicación de la lucha armada.
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