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La enfermedad. Una aproximación a la complejidad humana según el timeo


Partes: 1, 2

    (Actas del III Congreso Internacional de la Sociedad
    Académica de Filosofía: Los retos de la
    complejidad, Murcia, 2007)

    El ser humano, ser complejo donde los haya, es a la vez un ser
    cósmico, físico, biológico, cultural,
    cerebral y espiritual.

    Ciertamente, a lo largo de la historia se han producido nuevos
    descubrimientos que han modificado nuestro conocimiento y
    concepción de lo humano, pero sin lugar a dudas fue
    Platón quien por vez primera puso de manifiesto la
    complejidad de la condición humana, al hacerla participe
    al mismo tiempo del cosmos físico y del alma del
    mundo.

    Nuestra tarea aquí será ver como la complejidad
    de lo humano se revela especialmente en la enfermedad cuya
    característica más importante es que revela la
    emergencia de procesos multidimensionales, multirreferenciales,
    interactivos y con componentes de aleatoriedad.

    Platón trata explícitamente esta cuestión
    en el Timeo, donde presenta una interpretación
    positiva de la enfermedad, a través de la cual el ser
    humano se experimenta a sí mismo en su limitación
    ontológica, pero en la que a la vez experimenta la
    posibilidad de transcenderse a sí mismo en la
    superación de la enfermedad. El reto: la complejidad del
    proceso de enfermedad exigirá por parte del sujeto una
    estrategia terapéutica a la vez reflexiva, no reductiva y
    polifónica para ser verdaderamente eficaz.

    Palabras clave: cosmos físico, chorá,
    causa errante, eros, kathársis.

    Para Platón, el organismo humano está
    constituido por una proporción entre los cuatro elementos
    primeros y una repartición armoniosa entre las figuras
    geométricas configuradas a partir de estos últimos.
    La sección que se extiende desde Tim. 81c hasta 86b
    contiene un estudio donde se entremezclan exposiciones tanto de
    carácter etiológico como nosológico, en lo
    que a las enfermedades se refiere. Estas pueden ser más o
    menos graves y afectar al cuerpo de diversas formas. Sin embargo,
    la causa de la enfermedad reside siempre en la aparición
    de un desorden[1].

    El desorden aparece, pues, con la pérdida de equilibrio
    entre los elementos. Esto es así, porque para
    Platón las enfermedades son producto del exceso, la falta
    o el cambio de lugar de alguno de los cuatro elementos que
    constituyen el cuerpo humano.

    Siendo esto así, la causa principal en la
    formación de enfermedades refiere a una teoría
    física del movimiento y  de la combinación y
    división de los elementos como se expone a partir de 56c.
    Proceso de degeneración que amenaza temporalmente la
    organización espacial de dicho cuerpo, resultado de la
    incapacidad de la chorá -en tanto que medio
    espacial- para fijar las estructuras imprimidas en ella, en tanto
    que ella es la encargada de designar el puesto propio a cada uno
    de los elementos. No evitando la metástasis,
    permite la aparición de enfermedades y el mal en general:
    «(…) se vuelven hostiles a sí mismos por no
    obtener ningún provecho entre sí y, enemigos de lo
    que en el cuerpo conserva su composición y de lo que se
    mantiene en su sitio, lo destruyen y disuelven»
    (Tim. 83a).

    Platón se enfrenta al mismo problema que la
    metafísica griega había planteado desde
    Parménides: con el problema del ser y el no ser. Durante
    más de un siglo la filosofía helénica
    había luchado por resolver la aporía de hacer
    compatible el ente -inmóvil y eterno- con las cosas
    -múltiples, variables, perecederas-. La filosofía
    presocrática posterior a Parménides había
    sido una serie de intentos que de solución de este
    problema central, que en rigor no rebasaban el área
    intelectual en que el propio Parménides lo había
    planteado. Esto es lo que Platón hace en Tim.
    58c-61c cuando reduce todas las realidades sensibles a cuatro
    elementos -fuego, aire, agua y tierra-, que a su vez se
    corresponden con  cuatro figuras geométricas. Es
    probable que Platón tomara esta teoría de los
    cuatro elementos de Empédocles, aunque él no los
    llama elementos sino "las raíces de todas las cosas"
    (téssara tôn pánton
    rhizómata
    )[2]. Según señala
    W. K. C. Guthrie[3] la concepción de las cuatro
    formas primitivas de la materia se produjo de una forma gradual
    en el pensamiento arcaico, más que por una repentina
    inspiración. Y aunque existen dudas acerca de la prioridad
    entre él y los pitagóricos a la hora de establecer
    quién hablo primero de la teoría de los cuatro
    elementos, la originalidad de Empédocles en este aspecto
    suele concedérsele sin más. Con él, por
    primera vez, los cuatro elementos adquirieron el rango de
    archaí genuinos: ninguno es anterior a cualquiera
    de los otros, ni hay ninguno que sea más fundamental.

    Platón parte de la constatación
    parmenídea de que lo existente es eterno e inmutable,
    ingenerable e incorruptible y ajeno al cambio. Pero a diferencia
    de éste, no acepta que lo existente sea homogéneo,
    puesto que si fuera homogéneo no sería posible
    explicar los cambios que se producen en el mundo. Tales
    había sostenido que todo proviene del agua,
    Anaxímenes que todo se origina del aire-vapor,
    Heráclito que todo se reduce a fuego y Jenófanes
    que todo nace de la tierra. Pero si sólo hubiese una de
    esas cosas y aplicásemos los argumentos de
    Parmínedes, no habría manera de explicar la
    variedad y el cambio. De modo que la pluralidad de
    fenómenos del mundo sensible sólo podía ser
    salvada mediante una pluralidad de archaí o
    elementos iguales y últimos. De ahí que
    Empédocles postulara una teoría de los cuatro
    elementos, en la que todos ellos fueran semejantes y de la misma
    edad, pero cada uno señor de un distrito diferente y
    poseedor de un carácter propio[4]. Aunque esta
    doctrina de los cuatro elementos fue destronada por
    Anaxágoras y los atomistas, volvió a ser
    restaurada, aunque con algunos matices, como base de la
    teoría física de Platón y más tarde
    en Aristóteles y más allá de la Edad
    Media.

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