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Jaques Ranciére. La lección del Maestro




Enviado por Juan Manuel Nuñez


Partes: 1, 2

    1. Toda
      maestría es una impostura
    2. Badiou
      vs Ranciére

    A Ranciére hay que tomarlo a la letra. El lema de su
    emprendimiento: no pase aquí quién no parta de la
    igualad. La igualdad no es
    un punto al cual llegar, ni un programa
    orientador de las pretensiones políticas,
    la igualdad se hace, la igualdad se practica. Ranciére no
    dice que los hombres son iguales. Mucho más modesto, dice
    tan sólo que pueden serlo, y que ese poder -la vida
    de esa hipótesis– exige para quién lo
    declare la invención de un trayecto, heterogéneo al
    orden clasificatorio policial. El pensamiento de
    la política
    consiste en escenificar, montar zonas de litigio donde dos
    lógicas, la igualitaria y la desigualitaria, se enfrentan.
    Hay algo de teatral en Ranciere, algo de escénico, de
    montaje, que todavía no llego a descular.

    ¿Cual es la pregunta que signa El desacuerdo? Si
    el aroma de época nos indica que los últimos
    rescoldos utópicos han ya sido pisoteados -o deben serlo-,
    la indagación de Ranciére va a intentar sortear ese
    veredicto. Entonces, la pregunta guía: ¿cómo
    pensar la política de tal manera que su borrado sea
    siempre un asunto tendencial y local, nunca un destino
    histórico? Esto quier decir también:
    ¿cómo pensar la multiplicidad de sus ocurrencias,
    de las formas de alteración que produce, sin remitirlas a
    una lógica
    absolutizada de la excepción? Lo que hay en juego en
    el trabajo
    sistemático y definicional de Ranciere es entonces lo
    mismo que hay en sus travesías narrativas: se trata de
    deshacer las clausuras, y más particularmente, las
    clausuras temporales, los veredictos del tiempo. Pues
    el origen, el final o el retorno son también las armas de una
    querella.

    Es cierto lo que dice Borges, cada
    lector busca secretamente su libro. Uno
    encuentra porque ha buscado, por más que lo que encuentra
    no tiene demasiado que ver con la búsqueda primera. No
    busquemos en Ranciére otra cosa que una de las posibles
    formas del balance de las experiencias políticas del
    siglo. Es positivo, para el pensamiento, repensar ese amor cansado,
    esa zona de grises donde hemos sido arrojados.

    Postular la igualdad como axioma y no como meta o programa, es
    repensar las políticas de izquierda del siglo desde su
    borde interno.

    Pero si la igualad es de donde partir y no adonde llegar, uno
    de los problemas que
    va a despejar el pensamiento de Ranciére es el del
    estatuto de la víctima. De hecho, para Ranciére, el
    imaginario marxista y las ciencias
    sociales deudoras de él, no han hecho más que
    interrogar sobre la
    desigualdad-explotación-expoliación-subsunción
    en la historia. La
    han podido constatar siempre. Más complicado es pensar los
    escasos acontecimientos igualitarios. Badiou y Ranciére
    son afirmacionistas, no denuncialistas. Su eje no es el goce
    yoico de constatar impotencias. No pedagogizan conciencias
    motorizados por la queja, sino que intentan expandir las
    consecuencias de un acto igualitario.

    Si seguimos solamente los ejemplos con los cuales grafica su
    pensamiento, veremos que poco refiere a la explotación, la
    sociedad de
    control y sus
    pesares. Su método es
    inverso al del cansador denuncialismo marxista. Qué hay
    explotación, desigualdad, serialización es algo que
    ya sabemos. Es sabido que si alguien sabe algo deja de pensar en
    ello.

     Lo que se trata es de reapropiarse de la energía
    rupturante de los -breves- momentos en los cuales la
    ordenación social fue puesta en cuestión, donde el
    orden policial fue arrojado al fuego de su contingencia. El
    método de la igualdad, que es el de Ranciére, es
    retomar esos momentos de eclipse del orden, pero no para
    restaurar la plenitud de un extraviado sentido, sino para hacer
    circular nuevamente su energía significante.

    La de Ranciére no es una lectura
    sintomal, destinada a sorprender algún secreto bien
    escondido bajo la superficie del texto o tras
    la apariencia que dispone, ni la estrategia de la
    histérica que quiere forzar al maestro a rascarse donde le
    pica -es sabido que la histérica busca al maestro para
    reinar sobre él-. Todo el mal que este método desea
    al maestro es  llevarle al punto donde se revela ser un
    maestro emancipator, igualitario. La lectura que
    este método practica tiene por objeto hacer que los textos
    que no se encontraban, se encuentren. Por eso Jacotot, Platón,
    Aristóteles, la relectura de Ballanche de
    Tito Livio , Blanqui, Heródoto, guionan las escenas en las
    cuales la igualdad es postulada o sustraída a la
    lógica de lo posible. Aprehensión rebelde de las
    positividades discursivas, cláusulas de
    interrupción temporal de la dominación y sus
    pesadeces, la igualdad, rasguño testificado en el tejido
    de la historia, es siempre anterior a la configuración de
    lo sensible con la cual una dominación domina.

     La democracia,
    que es el modo de la existencia de la política, se afirma
    bajo la forma de una disyunción: separando las palabras de
    las cosas que designaban, disyuntando el texto de lo que
    decía, de eso a que se aplicaba, de aquél al que se
    dirigía; sustrayendo un cuerpo de su lugar.

    Digamos así, la de Ranciére es una arqueología militante, una
    excavación del archivo obrero
    pre-marxista (en el sentido temporal, no despectivo), una
    recaptura de pequeños acontecimientos -minoritarios, al
    decir de Deleuze, y acá hay un buen contrapunto con
    Badiou, que opta por pensar la Grán Política del
    siglo XX, opción que es todo un signo y síntoma-
    fundamentalmente las primeras luchas proletarias, las locuras
    universalistas del maestro ignorante Jacotot, etc.

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