A Ranciére hay que tomarlo a la letra. El lema de su
emprendimiento: no pase aquí quién no parta de la
igualad. La igualdad no es
un punto al cual llegar, ni un programa
orientador de las pretensiones políticas,
la igualdad se hace, la igualdad se practica. Ranciére no
dice que los hombres son iguales. Mucho más modesto, dice
tan sólo que pueden serlo, y que ese poder -la vida
de esa hipótesis– exige para quién lo
declare la invención de un trayecto, heterogéneo al
orden clasificatorio policial. El pensamiento de
la política
consiste en escenificar, montar zonas de litigio donde dos
lógicas, la igualitaria y la desigualitaria, se enfrentan.
Hay algo de teatral en Ranciere, algo de escénico, de
montaje, que todavía no llego a descular.
¿Cual es la pregunta que signa El desacuerdo? Si
el aroma de época nos indica que los últimos
rescoldos utópicos han ya sido pisoteados -o deben serlo-,
la indagación de Ranciére va a intentar sortear ese
veredicto. Entonces, la pregunta guía: ¿cómo
pensar la política de tal manera que su borrado sea
siempre un asunto tendencial y local, nunca un destino
histórico? Esto quier decir también:
¿cómo pensar la multiplicidad de sus ocurrencias,
de las formas de alteración que produce, sin remitirlas a
una lógica
absolutizada de la excepción? Lo que hay en juego en
el trabajo
sistemático y definicional de Ranciere es entonces lo
mismo que hay en sus travesías narrativas: se trata de
deshacer las clausuras, y más particularmente, las
clausuras temporales, los veredictos del tiempo. Pues
el origen, el final o el retorno son también las armas de una
querella.
Es cierto lo que dice Borges, cada
lector busca secretamente su libro. Uno
encuentra porque ha buscado, por más que lo que encuentra
no tiene demasiado que ver con la búsqueda primera. No
busquemos en Ranciére otra cosa que una de las posibles
formas del balance de las experiencias políticas del
siglo. Es positivo, para el pensamiento, repensar ese amor cansado,
esa zona de grises donde hemos sido arrojados.
Postular la igualdad como axioma y no como meta o programa, es
repensar las políticas de izquierda del siglo desde su
borde interno.
Pero si la igualad es de donde partir y no adonde llegar, uno
de los problemas que
va a despejar el pensamiento de Ranciére es el del
estatuto de la víctima. De hecho, para Ranciére, el
imaginario marxista y las ciencias
sociales deudoras de él, no han hecho más que
interrogar sobre la
desigualdad-explotación-expoliación-subsunción
en la historia. La
han podido constatar siempre. Más complicado es pensar los
escasos acontecimientos igualitarios. Badiou y Ranciére
son afirmacionistas, no denuncialistas. Su eje no es el goce
yoico de constatar impotencias. No pedagogizan conciencias
motorizados por la queja, sino que intentan expandir las
consecuencias de un acto igualitario.
Si seguimos solamente los ejemplos con los cuales grafica su
pensamiento, veremos que poco refiere a la explotación, la
sociedad de
control y sus
pesares. Su método es
inverso al del cansador denuncialismo marxista. Qué hay
explotación, desigualdad, serialización es algo que
ya sabemos. Es sabido que si alguien sabe algo deja de pensar en
ello.
Lo que se trata es de reapropiarse de la energía
rupturante de los -breves- momentos en los cuales la
ordenación social fue puesta en cuestión, donde el
orden policial fue arrojado al fuego de su contingencia. El
método de la igualdad, que es el de Ranciére, es
retomar esos momentos de eclipse del orden, pero no para
restaurar la plenitud de un extraviado sentido, sino para hacer
circular nuevamente su energía significante.
La de Ranciére no es una lectura
sintomal, destinada a sorprender algún secreto bien
escondido bajo la superficie del texto o tras
la apariencia que dispone, ni la estrategia de la
histérica que quiere forzar al maestro a rascarse donde le
pica -es sabido que la histérica busca al maestro para
reinar sobre él-. Todo el mal que este método desea
al maestro es llevarle al punto donde se revela ser un
maestro emancipator, igualitario. La lectura que
este método practica tiene por objeto hacer que los textos
que no se encontraban, se encuentren. Por eso Jacotot, Platón,
Aristóteles, la relectura de Ballanche de
Tito Livio , Blanqui, Heródoto, guionan las escenas en las
cuales la igualdad es postulada o sustraída a la
lógica de lo posible. Aprehensión rebelde de las
positividades discursivas, cláusulas de
interrupción temporal de la dominación y sus
pesadeces, la igualdad, rasguño testificado en el tejido
de la historia, es siempre anterior a la configuración de
lo sensible con la cual una dominación domina.
La democracia,
que es el modo de la existencia de la política, se afirma
bajo la forma de una disyunción: separando las palabras de
las cosas que designaban, disyuntando el texto de lo que
decía, de eso a que se aplicaba, de aquél al que se
dirigía; sustrayendo un cuerpo de su lugar.
Digamos así, la de Ranciére es una arqueología militante, una
excavación del archivo obrero
pre-marxista (en el sentido temporal, no despectivo), una
recaptura de pequeños acontecimientos -minoritarios, al
decir de Deleuze, y acá hay un buen contrapunto con
Badiou, que opta por pensar la Grán Política del
siglo XX, opción que es todo un signo y síntoma-
fundamentalmente las primeras luchas proletarias, las locuras
universalistas del maestro ignorante Jacotot, etc.
Página siguiente |