- El
negacionismo se bate en retirada - Para
hacer una tortilla hay que romper algún
huevo - El
efecto invernadero - Consecuencias del
cambio climático - Cambiar de
políticas para evitar el cambio
climático
Tras cerca de 20 años de interminables negociaciones
internacionales, 4 informes del
IPCC, el tortuoso desarrollo del
Protocolo de
Kioto, la oposición de las presidencias estadounidenses de
Bush padre e hijo, la verbosidad de los gobiernos instalados en
la inacción y los signos
inquietantes del cambio
climático, todo parece indicar que nos acercamos al
momento de la verdad.
El cambio climático se debe a las emisiones de gases de
efecto
invernadero a la atmósfera ocasionadas
por el empleo de
combustibles fósiles y la deforestación, donde no hay fronteras
nacionales. Hoy las concentraciones atmosféricas de
dióxido de carbono son
las mayores de los últimos 650.000 años. Las
actividades humanas (de unos más que de otros) han
cambiado la composición química de la
atmósfera. Durante decenas de miles de años las
concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono
nunca superaron las 300 partes por millón, pero en 2007
llegamos a 382 partes por millón y a 430 equivalentes, si
incluimos el efecto de otros gases de invernadero.
Cuando se superen las 550 partes por millón, el cambio
climático puede adquirir proporciones
catastróficas, un límite que muchos
científicos sitúan en las 450 partes por
millón. Subsisten, por supuesto, muchas incertidumbres,
pero el más elemental principio de precaución nos
dice que sabemos lo suficiente para actuar, reduciendo las
emisiones y adaptándonos a lo inevitable. Nos quedan menos
de 20 años para invertir la tendencia y reformar el
modelo
energético.
Frenar e invertir tal tendencia implica aumentar la eficiencia,
desarrollar las energías renovables, promover el transporte
público, descarbonizar paulatinamente nuestro sistema
energético y frenar la deforestación, creando
nuevas actividades, empresas y
empleos. Habrá sectores que ganen, pero también
algunos sectores y empresas perderán. El coste será
de poco más del 0,1% del PIB mundial,
pero sin embargo el coste de la inacción puede llegar al
20% del PIB mundial.
El cambio climático, a causa de las emisiones de gases
de efecto invernadero, tras el cuarto informe del IPCC,
es una realidad aceptada por toda la comunidad
científica, e incluso por los responsables
políticos, al menos sobre el papel. Cierto que aún
quedan algunos "disidentes", siempre a sueldo de las empresas que
se verán perjudicadas por las medidas que habrá que
adoptar, pero la resistencia es
cada vez menor y hoy no pasa de anécdotas, al menos
frontalmente.
La verdadera resistencia probablemente provenga de quienes
quieren perpetuar el sistema actual y un modelo ambiental y
socialmente insostenible, promoviendo la energía
nuclear, las arenas alquitranadas, la oriemulsión, los
hidratos de metano y otros
hidrocarburos
no convencionales, los llamados biocombustibles (que
deberían denominarse agrocombustibles) y la
captación y almacenamiento de
dióxido de carbono, que permitirían continuar con
un empleo creciente y amplificado de carbón, petróleo,
gas natural y
otros combustibles fósiles no convencionales. Es decir,
seguir aumentando el consumo de
energía y perpetuar un modelo de transporte basado en el
automóvil privado, con pequeños cambios que no
tocan la raíz de la insostenibilidad y de la inequidad
social.
Pero este aparente consenso sobre la gravedad del cambio
climático y la necesidad de actuar no siempre ha sido
así, y volverá a suceder una y otra vez en el
futuro. Cada vez que ha surgido la preocupación sobre
algún problema ambiental, las multinacionales responsables
y sus representantes políticos conservadores, jaleados por
numerosos medios de
comunicación, se han lanzado a una campaña de
intoxicación. En 1962 el libro de
Rachel Carson Primavera silenciosa dio el primer aviso de que
ciertos productos
químicos artificiales se habían difundido por todo
el planeta, contaminando prácticamente a todos los seres
vivos hasta en las tierras vírgenes más
remotas.
Aquel libro, que marcó un
hito y contribuyó a alumbrar el movimiento
ecologista, presentó pruebas del
impacto que dichas sustancias sintéticas tenían
sobre las aves y
demás fauna silvestre,
además de los seres humanos. La respuesta de la industria fue
inmediata, y la multinacional Monsanto lanzó un folleto
titulado Cállese, señora Carson. Aún hoy,
las medidas adoptadas para poner coto a la industria
química son radicalmente insuficientes, incluso en
Europa (el
Reach, con todas sus insuficiencias, es la clara
manifestación del poder de
presión
de las multinacionales), aunque ya todos los países han
prohibido el DDT y otros plaguicidas organoclorados, pero lo que
se hace es siempre tarde, poco y mal.
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