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Cambio climático: ¿la hora de la verdad? (página 2)



Partes: 1, 2

La industria del
tabaco durante
décadas negó la relación con el cáncer,
y se opuso a la adopción
del Principio de Precaución, o cualquier medida encaminada
a reducir el pernicioso hábito, que tantos beneficios les
ha proporcionado, a costa de nuestra salud. Situación
parecida se dio o se da con la industria nuclear, el amianto, el
PVC, los cultivos
transgénicos, la sobreexplotación pesquera, los
monocultivos forestales, o el urbanismo disperso y depredador del
territorio.

En 1975 se relaciona la destrucción de la capa de ozono
con los CFC, y la reacción de la industria química y los
gobiernos, sobre todo la
administración Reagan en EE UU, es la usual: primero
se niega el problema, luego se ridiculiza o se minimiza, y
sólo se acaban aceptando las medidas necesarias cuando el
problema es acuciante y más que evidente, el daño ya
es considerable y la presión
vence cualquier resistencia. Las
mismas empresas
multinacionales que crean el problema, primero se resisten y
sólo ceden cuando otean nuevos negocios,
sustituyendo los productos que
han creado por otros, en teoría
menos dañinos, como los sustitutos de los CFC.

Con el cambio
climático el problema es infinitamente mayor que con los
CFC, el DDT o los transgénicos, porque afecta al
núcleo del sistema
económico, a la energía que mueve toda la actividad
económica y que ocasiona las emisiones que contribuyen al
cambio climático, un consumo
energético que en un 80% procede de combustibles
fósiles, cuya comercialización controlan unas pocas
multinacionales y que permiten que Estados Unidos,
con el 4,7% de la población mundial, emita el 25% del CO2, el
principal gas de efecto
invernadero.

El negacionismo
se bate en retirada

Estados Unidos, sus multinacionales, sus grupos de
presión y su clase política no
están dispuestos, por ahora, a adoptar medidas adecuadas a
su responsabilidad histórica en las emisiones
que están ocasionando el cambio climático, lo que
crea un grave problema, no sólo ambiental, sino
también ético y de responsabilidad hacia quienes
más sufrirán el cambio climático: los pobres
de la Tierra y
las generaciones futuras. Un amplio conglomerado bien lubricado
de "científicos", comunicadores y empresas de relaciones
públicas se encarga de realizar una permanente labor
de intoxicación de la ciudadanía, para proteger los intereses de
las empresas responsables de la degradación ambiental, y
en torno al
"negacionismo" se ha creado toda una próspera industria de
relaciones públicas y cabildeo ("lobby").

En España se
sumó tímidamente al negacionismo el líder
de la oposición, el señor Rajoy, poniendo en
aprietos a su primo, y jaleado por Esperanza Aguirre, Ana Botella
y Telemadrid, pero a los pocos días tuvieron que
rectificar e incluso propusieron una Ley de Cambio
Climático en el programa
electoral aprobado pocas semanas después. Hoy el
negacionismo se reduce a unos pocos medios de
prensa de la
ultraderecha y a algún comunicador estrambótico y
bien remunerado estilo Toharia. Puro folklore.

La preocupación sobre el calentamiento
global debido a las emisiones humanas de dióxido de
carbono y
otros gases de
invernadero, como el metano y el
óxido nitroso, se remonta a 1896, año en que el
científico sueco Svante Arrhenius lo formuló por
primera vez. Cuando Arrhenius publica su primer cálculo
sobre el calentamiento global debido a las emisiones de CO2, el
nivel de CO2 en la atmósfera
ascendía a 290 partes por millón (ppm). La ciencia
sobre el cambio climático avanzó lentamente a lo
largo del siglo XX, y en 1988, año en que la Conferencia de
Toronto pide una reducción del 20% de las emisiones para
2005 respecto a los niveles de 1988, era ya muy evidente la
gravedad del problema. Los hitos posteriores los conocemos: en
1992 se aprueba en Río el Convenio Marco sobre el Cambio
Climático, y en 1997 el Protocolo de
Kioto. Pero hasta el momento los traslados en avión de los
miles de delegados, funcionarios y periodistas de un punto a otro
del planeta no han justificado las emisiones y el coste de tanto
viaje en la era de las videoconferencias e Internet.

¿Quién y porqué se oponen? Se oponen las
multinacionales del petróleo y
del automóvil, las empresas del carbón y Australia
(el mayor exportador de carbón), algunos países de
la OPEP como Arabia
Saudí y, sobre todo, Estados Unidos, primero con Bush
padre y sobre todo con Bush hijo, aunque la presidencia de
Clinton (y su vicepresidente Al Gore, el de hacer lo que yo digo,
no lo que yo hago) tampoco fue muy activa que digamos,
logró reducir los objetivos de
reducción de emisiones de los países
industrializados del Protocolo de Kioto, impuso el mercado de
emisiones heredero de los implantados por la EPA para el
dióxido de azufre en EE UU, aunque al menos no mantuvo la
retórica ultrareaccionaria de los republicanos. El
núcleo que financió las campañas de
intoxicación fue la llamada Global Climate Coalition,
además de otros institutos ligados al núcleo duro
de multinacionales como Exxon, y con estrechas relaciones con la
política estadounidense, y muy especialmente el Partido
Republicano.

Pero dentro de unos meses probablemente habrá una nueva
presidenta, y tras el huracán Katrina y los signos cada
vez más inquietantes, Estados Unidos deberá empezar
a actuar, por la presión de su ciudadanía. En
Australia la victoria de los laboristas, que promueven la
ratificación del Protocolo de Kioto, muestra el
aislamiento de Estados Unidos. También asistimos al
desarrollo de
las energías renovables y otras tecnologías, y al
surgimiento de un sector empresarial que tiene mucho que ganar
con políticas
más activas para descarbonizar el sistema
energético.

Para hacer una
tortilla hay que romper algún huevo

La clase política no quiere afrontar la impopularidad
de no actuar frente al cambio climático, con la
excepción de Bush en sus ya últimos meses de la
peor presidencia desde la independencia
de EE UU, pero prefiere instalarse en la palabrería, para
ocultar la inacción. Porque lo cierto es que las
políticas reales no reflejan los discursos
oficiales. Al Gore es el modelo, con su
política real en toda la negociación que llevó al Protocolo
de Kioto cuando realmente podía hacer algo más que
dar conferencias, que es de lo que viven los expresidentes y
exvicepresidentes, o con sus viajes en jet
privado, hasta para visitas turísticas, mientras predica a
otros que reduzcan sus emisiones. Para predicar hay que dar
ejemplo, y eso es algo más que plantar unos arbolitos para
intentar compensar unas emisiones injustificables.

Cuando los gobernantes introduzcan una nueva fiscalidad sobre
los combustibles fósiles, o subasten los derechos de emisión
en vez de otorgarlos gratuitamente, ganarán en
credibilidad. Mientras, mejor juzgarles por lo que hacen, y no
por lo que dicen, utilizando indicadores
objetivos, como la evolución de las emisiones anuales de gases
de efecto invernadero. Actuar para frenar el cambio
climático tiene su coste, un coste político y
social, y también electoral (ahí duele) pues
implica encarecer la gasolina, el gasóleo, el keroseno (y
los billetes aéreos), el gas natural y las
tarifas eléctricas, internalizando sus externalidades.
Igualmente supone reducir drásticamente el consumo de
carbón. ¿Pero qué político
está dispuesto a afrontar el coste de medidas
probablemente muy impopulares, o explicarlas adecuadamente y
buscar el consenso para aplicarlas? ¿Qué
tendrá que pasar para que pasen a la acción?
¿Cuántas alarmas tienen que sonar, cuántos
Katrina?

El Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático
(IPCC) de Naciones Unidas
ya dio todas las alarmas, con toda la precaución y el
consenso necesario de más de un centenar de países,
y sus predicciones dejan pocas dudas. La subida de temperatura se
situará a finales de este siglo entre 1,8 y 4 grados,
aunque podría llegar a ser de hasta 6,4 grados. Durante
los últimos 100 años, la Tierra se ha
calentado en un promedio de 0,74ºC. El calentamiento de la
última mitad del siglo es inusual por lo menos en
comparación con los últimos 1.300 años. Para
las próximas dos décadas se espera que la tasa de
calentamiento sea de 0,2ºC por década. Once de los
últimos doce años (1995-2006) están entre
los doce más cálidos desde que existen registros de la
superficie terrestre (desde 1850). La temperatura ha subido
más en el hemisferio norte, más en invierno que en
verano, más de noche que de día y especialmente en
el Ártico, que se calienta a una velocidad que
dobla la del resto !

del planeta.

El mar aumenta de volumen por la
expansión térmica, su nivel ha subido 3,1
milímetros al año desde 1993 y subirá entre
18 y 59 centímetros a lo largo de este siglo. El hielo
ártico en verano se ha reducido un 10% cada década
desde que en 1978 comenzaron los registros por satélite.
Los glaciares de los Alpes, Pirineos, África,
Himalaya y Suramérica se reducen por momentos, amenazando
el suministro de agua, por no
hablar de los elitistas deportes de invierno. Los
glaciares de los Alpes han perdido ya un tercio de su superficie
y la mitad de su volumen, y las famosas nieves del Kilimanjaro,
al ritmo actual, desaparecerán en 2025. La posible
contribución del deshielo de Groenlandia podría ser
de varios metros, y en la Península Antártica se han perdido 20.000
kilómetros cuadrados de hielo.

Las plantas florecen
antes, las aves no
necesitan emigrar en invierno a latitudes más
cálidas, cada año las nieves tardan más en
llegar, cubren menos superficie y se funden antes, aumentan las
olas de calor, en
muchas zonas aumentan las precipitaciones mientras en otras, como
el Sahel, Australia y la zona mediterránea sucede lo
contrario y las sequías se acentúan, los corales se
blanquean y mueren a causa del aumento de las temperaturas, y por
doquier se suceden los signos de que algo sucede, y el 90% de los
cambios observados en más de 29.000 series de datos de todo el
mundo de 75 estudios son consistentes con el cambio
climático. El 30% de las especies podrían
extinguirse, aumentarán las sequías y las
inundaciones, y las consecuencias podrían ser severas en
la agricultura,
el turismo, la
salud, la industria de seguros y en el
litoral, donde se concentran muchas de las mayores ciudades.

El Cuarto Informe de
Evaluación (AR4, en sus siglas en inglés)
consta de tres bloques más el Informe de Síntesis.
La Parte I es la contribución del Grupo de Trabajo I, se
refiere a las bases científicas del cambio
climático y fue aprobada en febrero de 2007 en
París. La Parte II, contribución del Grupo de
Trabajo II, trata de los impactos y la adaptación, y se
aprobó en abril de 2007 en Bruselas. La Parte III, del
Grupo de Trabajo III, sobre la mitigación, se
aprobó en mayo en Bangkok. El Informe de Síntesis,
aprobado en Valencia en noviembre, se presentó en la
Conferencia de las Partes nº 13, que se celebró en
Bali del 3 al 17 de diciembre de 2007.

Desde que entró en vigor el Convenio Marco sobre Cambio
Climático (CMCC), el IPCC es la institución
científica y técnica que colabora y apoya a los
Órganos Subsidiarios del Convenio. El IPCC desarrolla sus
actividades a través de sus Grupos de
Trabajo, que están dedicados cada uno de ellos a tratar
diferentes aspectos del cambio climático. El Grupo de
Trabajo I se encarga de los aspectos científicos, el Grupo
de Trabajo II analiza la vulnerabilidad de los sistemas
naturales y sociales ante el cambio climático y sus
posibles estrategias de
adaptación, y el Grupo de Trabajo III aborda la
mitigación del cambio climático, como las opciones
de reducción de las emisiones de gases de efecto
invernadero. Además, hay un grupo dedicado a los Inventarios de
Gases de Efecto Invernadero. Desde su creación, el IPCC ha
preparado cuatro grandes informes de
evaluación.

El efecto
invernadero

La Tierra recibe radiación
solar de onda corta, una parte de la cual es reflejada y otra
alcanza la superficie, donde se convierte en calor
(radiación de onda larga), que calienta la superficie y
evapora el agua,
manteniendo el ciclo hidrológico. La radiación de
onda larga escapa a la atmósfera, donde una parte es
absorbida por los gases de efecto invernadero, que la reemiten a
la Tierra. Sin el efecto invernadero, la vida sería
imposible tal y como la conocemos, pues la temperatura media
sería de 18ºC bajo cero, en lugar de los 15ºC.
Pero demasiado de algo bueno acaba por ser malo.

El aumento de la concentración de los gases de efecto
invernadero aumenta la temperatura y provoca cambios en el
clima. Las
concentraciones de dióxido de carbono, el principal gas de
efecto invernadero en la atmósfera tras el vapor de agua,
han aumentado desde 280 partes por millón hacia 1750, al
inicio de la revolución
industrial, a 382 partes por millón en 2007. El
dióxido de carbono aporta un 53% del forzamiento radiativo
desde la Revolución
Industrial, y su vida atmosférica media, en función
del complejo ciclo del carbono, puede ir de 5 a 200 años,
es decir, que parte del CO2 que emitimos cuando se genera
electricidad
con carbón o el automóvil consume gasolina,
seguirá en la atmósfera hasta 2 siglos, atrapando y
reenviando la radiación solar de onda larga y
contribuyendo al cambio climático.

El segundo gas en importancia es el metano (CH4), que
representa el 17% del forzamiento radiativo, y cuyas
concentraciones han aumentado de 730 ppb (partes por millardo o
mil millones) hacia 1750 a 1.852 ppb en la actualidad, aunque su
vida media es de sólo 12 años. Las emisiones se
deben a la fermentación entérica del ganado, la
gestión
del estiércol, los vertederos, las emisiones de la
minería
del carbón, el
petróleo y el gas natural, las aguas residuales y los
cultivos de arroz. Una molécula de metano equivale a 23 de
CO2.

El tercer gas en importancia es el óxido nitroso (N2O),
que aporta el 5% del forzamiento radiativo, y cuyas
concentraciones han aumentado de 270 ppb (partes por millardo o
mil millones) hacia 1750 a 319 ppb en la actualidad, cuya vida
media es de 114 años. Las emisiones se deben a los
fertilizantes aplicados a los suelos
agrícolas, al sector energético, la industria
química, el estiércol y las aguas residuales. Una
molécula de óxido nitroso equivale a 296 de
CO2.

Otros gases de invernadero son los CFC que destruyen la capa
de ozono (ya prohibidos en los países industrializados),
sus sustitutos como los carburos hidrofluorados (HFC), los
carburos perfluorados (PFC), el hexafluoruro de azufre (SF6), y
un contaminante como el ozono troposférico. Las emisiones
de gases invernadero deberían reducirse en el 2050 entre
un 50% y un 80% con relación a 1990 para que la
temperatura no suba más de 2,4 grados y evitar así
que se agrave el cambio climático, según el
IPCC.

A los factores anteriores hay que añadir los cambios en
el albedo, y sobre todo el efecto de los aerosoles, muchos de
ellos contaminantes, pero de vida corta, y que provocan el efecto
contrario a los gases de invernadero, enmascarando el
calentamiento, por lo que la reducción de ciertos
contaminantes puede agravar el calentamiento. Igualmente debemos
citar el importante papel del vapor del agua, las estelas de los
aviones y el llamado oscurecimiento global o reducción de
la cantidad de luz solar que
alcanza la superficie terrestre, a causa de la emisión de
partículas como el negro de carbón (o carbonilla),
emitido por centrales térmicas, industrias y
vehículos. La reducción ha sido del orden de un 4%,
pero se ha frenado durante la pasada década.

El oscurecimiento global crea un efecto de enfriamiento que ha
podido llevar a subestimar los efectos de los gases de efecto
invernadero, enmascarando parcialmente el calentamiento global.
Igualmente destacable son las múltiples realimentaciones
en una u otra dirección, como los cambios en el albedo
por la reducción de las nevadas, el aumento de la cantidad
de vapor de agua o la emisión del metano contenido en el
permafrost, la capa de hielo permanentemente congelada en los
niveles superficiales del suelo de las
regiones muy frías como la tundra.

La circulación atmosférica y las corrientes
oceánicas distribuyen el calor, y podrían verse
alteradas por el cambio climático. En un futuro aún
más preocupante es lo que pueda suceder con la cinta
transportadora oceánica, o circulación termohalina,
el flujo de agua que transporta calor desde el Pacífico y
el Índico hasta el Atlántico, donde sigue
recibiendo calor en las latitudes tropicales, para acabar
hundiéndose en el Atlántico Norte, retornando en
niveles más profundos. Algunas corrientes oceánicas
se deben a los vientos y a las mareas, pero otras se deben a las
diferencias de temperaturas y a las concentraciones de sal.

El cambio de las temperaturas y de la salinidad, por la
fusión
de los glaciares, podrían frenar o incluso eliminar esas
corrientes tal y como las conocemos, algo todavía
improbable en este siglo, pero que si llega a producirse
tendría graves implicaciones sobre el clima, el ciclo del
carbono (las aguas frías al hundirse arrastran grandes
cantidades de dióxido de carbono), los nutrientes y la
pesca. Las
temperaturas de Europa, a igual
latitud, son de 5ºC a 7ºC más cálidas que
las mismas latitudes en el Pacífico.

Causas del cambio
climático

Las causas son las emisiones de gases de invernadero
ocasionadas por la extracción, producción, transformación, transporte y
consumo de los combustibles fósiles (carbón,
petróleo y gas natural), el transporte que
emplea productos petrolíferos, la deforestación, la agricultura y la ganadería,
y determinadas actividades industriales, como la
fabricación de cemento.

Tras las emisiones, subyace un problema de equidad social
y generacional. Los pobres apenas emiten, pero serán los
que más sufran el cambio climático, al igual que
las generaciones futuras, que no participan del consumo, pero
padecerán las consecuencias, tanto de las emisiones como
del agotamiento de recursos. En poco
más de un siglo hemos consumido una parte considerable de
los combustibles fósiles que la naturaleza
tardó millones de años en formar, como hemos
destruido los bosques, con la consiguiente pérdida
irreversible de miles de especies y la funcionalidad de ecosistemas
enteros.

La revolución industrial y el motor de combustión interna mejoraron hasta cotas
insospechadas el bienestar material y la movilidad de una parte
de la población (de unos más que de otros), pero a
costa de alterar la composición química de la
atmósfera y de iniciar un cambio en el clima, que
sólo se podrá frenar con una profunda
revolución en la forma de producir y consumir la
energía que mueve la máquina económica.

La sostenibilidad es el único futuro posible, pero para
enderezar el rumbo y frenar las emisiones habrá que
sustituir sin prisa, pero sin pausa, los combustibles
fósiles por energías renovables, a la vez que se
mejora la eficiencia
energética y, lo más difícil, las pautas de
consumo de una parte de la población acostumbrada al
despilfarro.

La sostenibilidad es también una ecuación con
tres variables:
población, consumo por habitante y tecnología. La trampa
es hacer sólo hincapié en las tecnologías
milagrosas que permitirán mantener y aumentar los
insostenibles consumos de los privilegiados, la verdad
incómoda de Al Gore y
tantos otros, ese factor que se obvia porque los privilegiados no
quieren renunciar a viviendas cada vez más grandes,
automóviles cada más potentes y vacaciones en las
cuatro esquinas del mundo. Consejos dan, que para sí no
los tienen. Tampoco se puede obviar la necesidad de acelerar la
transición demográfica hacia la
estabilización de la población, lo que requiere
ineludiblemente repartir de forma más equitativa los
recursos y las emisiones.

Las emisiones y el cambio climático son responsabilidad
histórica del 15% de la población mundial, de esa
parte de la población que en gran parte habita en Estados
Unidos, Europa, Japón y
Australia, y de las élites de los países del sur.
Las emisiones de China e
India crecen
rápidamente, pero su responsabilidad histórica es
mínima, porque hay que relacionar las emisiones con la
población, y tener en cuenta las emisiones
históricas del último siglo.

Entre 1950 y 2000 Estados Unidos emitió el 27% (con una
población que sólo representa el 4,6% del total
mundial), Canadá el 2%, Europa Occidental el 24%, la
antigua Unión Soviética el 15%, Japón el 5%
y Australia y Nueva Zelanda el 1%. Latinoamérica sólo emitió el
4% y África el 2,5%. El resto del mundo, incluidas China e
India, emitieron algo menos del 20%. Las emisiones
históricas son el factor básico a la hora de
repartir responsabilidades y asumir obligaciones,
como en parte se tuvo en cuenta en el llamado mandato de
Berlín y en el Protocolo de Kioto, al establecer
sólo obligaciones de reducción de emisiones en los
países industrializados.

Cualquier acuerdo potskioto deberá considerar las
emisiones históricas, aunque Estados Unidos pretende
dejarlas de lado, como quedó reflejado en una
resolución del Senado donde literalmente se dice que no
harán nada mientras los países pobres no asuman
igualmente obligaciones de reducción de emisiones, se
supone que en porcentajes parecidos. La disculpa es evitar la
fuga de industrias y empleos a los países que, como China,
no tienen obligación de reducir sus emisiones en una
primera etapa, una especie de dumping del
carbono, aunque Estados Unidos emite por habitante seis veces
más que China, 10 veces más que Brasil y 20 veces
más que India.

El análisis regional es clave, pero cualquier
estrategia de
reducción debe analizar los sectores que las ocasionan. La
producción de electricidad causa el 25%, el
transporte por carretera el 12%, la industria el 10%, la
agricultura y ganadería el 13%, la deforestación el
18%, los residuos el 4%, los procesos
industriales distintos de la combustión como la
fabricación de cemento el 3%, el transporte aéreo
el 2%, las emisiones fugitivas el 4% y el resto corresponde al
consumo doméstico y terciario de energía.

Es relativamente fácil reducir las emisiones de la
generación de electricidad (sustituyendo centrales
térmicas de carbón por centrales de ciclo combinado
de gas natural que emiten la tercera parte por kWh producido, o
aún mejor, parques eólicos que no emiten nada),
pero es mucho más difícil actuar sobre el
transporte. Lo único sensato es reducir la demanda,
promover la ciudad densa y con mezcla de actividades, y el cambio
modal (desplazamientos en transporte público o ferrocarril
en lugar de automóviles o aviones).

Ciertas alternativas, como los biocombustibles de primera y
segunda generación (agrocombustibles realmente) crean
muchos más problemas de
los que resuelven, y el hidrógeno tardará mucho antes de que
pueda producirse a costes razonables y a partir de las
energías renovables. Claro que los biocombustibles
permiten mantener un modelo insostenible de transporte en base al
automóvil privado, y por eso se promueven, aunque sea a
costa de poner en riesgo la
seguridad
alimentaria, esquilmar los ecosistemas, destruir la biodiversidad
y ocupar las tierras necesarias para producir alimentos o
destinarlas a otros usos no menos esenciales.

El transporte aéreo en términos porcentuales
apenas llega al 2%, pero sus emisiones han crecido un 205% entre
1975 y 2003, y el crecimiento se acelerará en los
próximos años, debido en buena parte a las
compañías de bajo coste y al abaratamiento de las
tarifas, que no reflejan el coste ambiental de sus emisiones de
dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y
las estelas que dejan, además del ruido y el
enorme impacto de los aeropuertos sobre las poblaciones
vecinas.

De hecho, el keroseno de los vuelos internacionales
está exento de impuestos. Las
medidas voluntarias de "donar" pequeñas cantidades para
plantar árboles
que compensen las emisiones sirven de poco, excepto para
tranquilizar la mala conciencia de
algunos, y lo único razonable es penalizar fiscalmente los
desplazamientos en avión y renunciar a todos los trayectos
no necesarios en la era de Internet y las videoconferencias.

Consecuencias del
cambio climático

En el pasado los cambios del clima se debieron a los ciclos
del sol, a los cambios en la órbita de la Tierra o a
erupciones volcánicas, factores que siguen presentes, pero
por primera vez en la historia de la Tierra las
actividades humanas (consumo de combustibles fósiles y
deforestación, nuevos productos químicos que
destruyen la capa de ozono como los CFC o que son potentes gases
de efecto invernadero) son capaces de alterar el clima y de
variar la composición química de la
atmósfera.

Los signos del cambio climático apenas se han hecho
notar, debido al efecto de enfriamiento de otros contaminantes
como los aerosoles, pero ya asistimos a los primeros signos, como
las olas de calor, la desaparición de numerosos glaciares
de montaña y la subida del nivel del mar.

Los ecosistemas, al igual que la agricultura y
múltiples actividades, están adaptados a unas
determinadas condiciones, fruto de una larga adaptación
evolutiva. La subida de las temperaturas, el aumento del nivel
mar, la alteración del régimen de lluvias, de
humedad y de vientos, en un plazo de tiempo
relativamente corto, tendrá graves implicaciones, que
apenas estamos empezando a entender.

Para intentarlo, los modelos
climáticos cada vez son más sofisticados y
reconstruyen con mayor precisión lo que pueda suceder, a
partir del análisis de los climas del pasado.

En general, lloverá más, pero dónde, es
otra cuestión: en ciertas zonas lloverá mucho
más y en otras mucho menos. La región
mediterránea, incluida España, muy probablemente
sufrirá aún mayores sequías, sobre todo en
verano. Pero con toda seguridad aumentarán las
temperaturas y es probable que se agraven las olas de calor, tan
perjudiciales para la salud, como la que afectó a Europa
en el verano de 2003. Es probable, aunque hay menos certidumbres,
que aumenten los ciclones y huracanes.

Las poblaciones pobres, que no tienen ninguna responsabilidad
en las emisiones, serán las más afectadas.
Bangladesh, donde los ciclones han matado a medio millón
de personas desde 1970, y el Sahel, con sus lacerantes hambrunas
y una pobreza extrema,
son los paradigmas de
esta nueva realidad.

El último informe del Grupo Intergubernamental de
Cambio Climático (IPCC) vaticina que hay una gran probabilidad
de que el calentamiento provoque que hacia 2020 entre 75 y 250
millones de africanos sufran escasez de agua
y, en varios países, las cosechas se reducirán un
50%, agravando la crisis
alimentaria. En 2080, las tierras áridas y
semiáridas en África aumentarán entre un 5 y
un 8%.

En Asia en 2050 se
reducirá la disponibilidad de agua dulce, especialmente en
las cuencas de los grandes ríos. Las pobladas regiones de
los deltas de los ríos en el sur, este y sureste
asiático, peligrarán por la subida del nivel del
mar. Aumentarán las enfermedades asociadas con
las inundaciones.

Australia y Nueva Zelanda sufrirán una pérdida
significativa de biodiversidad en la Gran Barrera de Coral. Los
problemas hídricos empeorarán en el sur y este de
Australia y en Nueva Zelanda, afectando a la producción
agrícola, ganadera y forestal. Los incendios
forestales aumentarán de virulencia, al igual que las
sequías cíclicas.

En Europa el cambio climático acentuará las
diferencias regionales en el acceso a los recursos
naturales. Aumentará el riesgo de inundaciones en
numerosas zonas y crecerá la erosión y
la desertificación en el sur de Europa. Igualmente
retrocederán los glaciares de los Alpes y los Pirineos. El
sur de Europa (España, Italia y Grecia)
será la zona más afectada, a causa del aumento de
las temperaturas y la sequía, la disminución de los
recursos hídricos y los incendios
forestales, reduciendo la producción hidráulica y
la producción agrícola, afectando negativamente al
turismo. Las olas de calor estivales afectarán a la salud
de la población más desfavorecida, sobre todo los
ancianos y los enfermos crónicos.

En Suramérica hacia mediados de siglo se
producirá una gradual sustitución del bosque
tropical húmedo por sabanas en la Amazonia oriental, con
una gran pérdida de biodiversidad e importantes
alteraciones en el ciclo hidrológico del que depende el
importante sector agrícola y ganadero. La
desaparición de los glaciares andinos afectará al
suministro de agua y a la producción
hidráulica.

En Norteamérica el calentamiento de las montañas
Rocosas provocará inundaciones en invierno y descenso del
caudal de los ríos en verano. En las primeras
décadas del siglo, un moderado calentamiento será
positivo para la agricultura, con aumentos de las cosechas del 5
al 20%, pero con importantes variaciones regionales. Las olas de
calor empeorarán los problemas sanitarios, al igual que en
el sur de Europa.

Las regiones polares serán de las más afectadas,
a causa de la reducción del espesor del hielo, el aumento
del nivel del mar y cambios en los ecosistemas, con graves
efectos en las aves migratorias, mamíferos y grandes depredadores, y en las
poblaciones indígenas que dependen de la pesca y la caza.
Los pequeños estados isleños sufrirán el
aumento del nivel del mar, la escasez de agua, las inundaciones y
los fenómenos meteorológicos extremos.

El cambio climático acelerará la pérdida
de biodiversidad en todo el mundo. Pequeñas variaciones en
las temperaturas y en las precipitaciones pueden alterar
complejos ecosistemas, sustentados sobre la interdependencia de
miles de especies. La subida del nivel del mar afectará a
manglares, arrecifes de
coral, estuarios y sistemas dunares costeros.

Para afrontar el cambio climático se necesitaría
una migración
sin precedentes de plantas y animales, tanto
en altitud como en latitud, una migración hoy
imposibilitada por carreteras, campos de cultivo y todo tipo de
barreras. La creación de corredores biológicos que
conecten los ecosistemas, es una de las medidas de
adaptación más apremiantes. Muchas especies
podrán emigrar, pero otras muchas, como las situadas en
las cumbres de las montañas o en las zonas árticas,
no podrán hacerlo.

La destrucción o la alteración de ecosistemas
tendrán efectos realimentadores, al liberar el carbono
acumulado en el suelo o en la vegetación, o el metano del permafrost de
la tundra. La pérdida de especies a su vez reducirá
las opciones de adaptación a nuevas situaciones.
Igualmente proliferarán la invasión de especies
alóctonas y oportunistas, así como las plagas. De
hecho, el invierno y las bajas temperaturas son el mejor
plaguicida y la forma óptima de mantener a raya a multitud
de insectos y roedores, que ahora sobrevivirán en mayor
número y extenderán su rango de acción a
nuevas zonas.

El cambio climático supone una gran amenaza para el
abastecimiento del agua, al cambiar el régimen de
precipitaciones, acentuar los fenómenos
meteorológicos extremos como sequías e
inundaciones, al aumentar la evapotranspiración y fundir
los glaciares y las nieves que regulan los caudales de los
ríos en épocas estivales. Una pequeña
reducción de las precipitaciones, junto con el aumento de
las temperaturas y la necesidad de mayor dotación
hídrica de los regadíos, por el aumento de la
evapotranspiración, reduciría de manera
drástica la escorrentía y el caudal de los
ríos. Los países más afectados serán
los más pobres y localizados en las regiones secas.

Los efectos en la agricultura son complejos, y de hecho
ésta siempre se ha adaptado a las demandas o a las
circunstancias cambiantes. En algunos casos supondrá un
aumento de la producción, al permitir cultivar zonas hoy
muy frías de Rusia y
Canadá, prolongar la época de crecimiento y
reducirse las heladas, además del efecto fertilizador en
algunas especies de plantas del aumento de las concentraciones de
dióxido de carbono. Pero en otras zonas los efectos pueden
ser graves, por el estrés
térmico, la falta de agua, la erosión al abundar
los fenómenos extremos y la extensión de plagas y
enfermedades, que sobrevivirán a los fríos del
invierno. Los peores efectos se darán en algunas zonas
tropicales y subtropicales, donde vive la mayor parte de la
población del Tercer Mundo.

El cambio climático puede afectar negativamente a la
salud de la población, tanto por las olas de calor, como
por ciertas enfermedades, que verán ampliado su radio de
acción. El régimen de precipitaciones, la humedad y
la temperatura, tienen una influencia determinante en la distribución de los agentes
patógenos y transmisores que extienden ciertas
enfermedades.

La subida prevista del nivel del mar puede afectar a millones
de personas: cerca de cien millones viven a menos de un metro
sobre el nivel del mar, y el 40% de la población mundial
vive a menos de 100 km de la costa, en el área de
influencia de temporales costeros, como la gota fría que
afecta muchos años a las regiones mediterráneas, o
el huracán Katrina que inundó Nueva Orleáns.
La intrusión salina afectará a los ya
sobreexplotados acuíferos costeros, reduciendo el
abastecimiento de agua. También habrá que realizar
enormes inversiones
para mantener los puertos y otras costosas infraestructuras.

Por cada centímetro que aumente el nivel del mar,
desaparecerá un metro de playa, afectando de esta manera a
una de las principales atracciones turísticas en
países como España o Grecia. Muchas de las mayores
ciudades del mundo están en la costa, ciudades como Nueva
York, Los Ángeles,
Buenos Aires,
Río de Janeiro, Barcelona, Valencia, Venecia, Londres,
Lisboa, Lagos, Mumbai, Tokio !

o Shangai.

Cambiar de
políticas para evitar el cambio
climático

Los desafíos de mitigar (reducir las emisiones) y
adaptarse al cambio climático no tienen precedentes en la
historia, y no podrá hacerse sin la cooperación y
el acuerdo de la mayoría de los países, al ser la
atmósfera un recurso común a donde van a parar las
emisiones, cualquiera que sea el lugar en donde se hayan
producido, afectando a todos.

Ya se ha transitado un buen trecho, desde la Conferencia de
Toronto en 1988, el Convenio Marco de Cambio Climático en
1992 en Río, el Protocolo de Kioto de 1997 y las
negociaciones actuales, pero queda un camino aún
más largo, hasta lograr reducir las emisiones actuales de
un 60% a un 80%, que es lo necesario para evitar las
repercusiones más graves del posible cambio
climático.

Las diversas administraciones deben establecer planes claros
para reducir las emisiones, incluyendo instrumentos fiscales
(impuestos sobre las energías no renovables, incentivos a las
renovables y a la eficiencia), supresión de las
subvenciones a los combustibles fósiles y los presupuestos
para llevarlos a cabo. Entre otras medidas se deben reducir los
incendios forestales y la emisión de gases de invernadero,
como el metano y el óxido nitroso, así como la
producción y consumo de cemento, una de las principales
fuentes de
emisión de CO2, agravada por la construcción de autovías, carreteras
y otras infraestructuras.

Una política de repoblaciones forestales con especies
autóctonas de árboles y arbustos, en las zonas
adecuadas, retiraría de la atmósfera grandes
cantidades de CO2, frenaría la erosión, las
inundaciones y las sequías, dado el efecto esponja de los
bosques. Pero los bosques y los mares, aún actuando como
sumideros, son incapaces de retirar la cantidad actual de CO2
emitida anualmente.

La reducción del consumo de carne, del empleo de
fertilizantes, de las fugas de metano en la minería de
carbón y en la red de gasoductos, o de la
cantidad de residuos, es fácil de realizar. La
fabricación de nailon y la de ácido nítrico
son responsables de parte de las emisiones antropogénicas
de óxido nitroso. La eliminación de los HFC no
plantea ningún problema, pues hay alternativas viables y
baratas, como el butano y propano (tecnología
greenfreeze).

Los residuos generan importantes emisiones de metano. La
reducción de la producción de residuos, el reciclaje, la
prohibición de la incineración, el aprovechamiento
de la materia
orgánica para producir compost y el aprovechamiento del
metano en los vertederos, son algunas de las medidas de una
política de residuos adaptada al cambio
climático.

El aumento de la eficiencia en los nuevos vehículos, y
algunos programas para
emplear gas natural y biocombustibles, sólo
reducirán en un pequeño porcentaje el aumento
previsto de las emisiones en el transporte. La reducción
de los consumos unitarios de los vehículos, actuando sobre
ellos o sobre la forma de utilizarlos, es necesaria pero
insuficiente. Tanto o más importante es la
reorientación hacia los modos más eficientes, como
el ferrocarril, el transporte público y los modos no
motorizados, y las actuaciones encaminadas a la gestión de
la demanda y la moderación de la movilidad.

La política municipal debe ir encaminada a reducir la
demanda, promoviendo la ciudad mediterránea densa,
compacta y con mezcla de actividades, con barrios donde
viviendas, trabajo y servicios
estén próximos en el espacio, aminorando la
segregación espacial y social de las ciudades, y limitando
el crecimiento de las grandes áreas metropolitanas. El
planeamiento
urbanístico y territorial debe ir encaminado a promover la
mezcla de actividades, y no la segregación, y a
posibilitar la movilidad en transporte público, evitando
los crecimientos urbanos y turísticos que consumen gran
cantidad de espacio.

El ferrocarril debería elevar su participación,
pero para ello se requiere una clara voluntad política,
materializada en las inversiones necesarias para mejorar el
conjunto de la red, la seguridad, la gestión y los
servicios, elevando las tarifas en una proporción inferior
al del Índice de Precios al
Consumo. Una política decidida, clara y bien estructurada,
para reducir la necesidad de desplazarse, que no su posibilidad,
y para orientar la demanda hacia los modos más eficientes
de transporte, significaría una sensible reducción
del consumo de energía, de la contaminación
atmosférica y del ruido, menor ocupación de
espacio, reducción del tiempo empleado en desplazarse,
menor número de accidentes,
inversiones más reducidas en la infraestructura viaria y
una mejora general de la habitabilidad de las ciudades.

La eficiencia energética es la obtención de los
mismos bienes y
servicios energéticos, pero con mucha menos
energía, con la misma o mayor calidad de
vida, con menos contaminación, a un precio
inferior al actual, alargando la vida de los recursos y con menos
conflictos. Al
requerirse menos inversiones en nuevas centrales y en aumento de
la oferta, la
eficiencia ayuda a reducir la deuda externa, el
déficit público, los tipos de interés y
el déficit comercial. La eficiencia energética
debería incrementarse en un 2,5% anual. Las
tecnologías eficientes, desde ventanas aislantes o
lámparas fluorescentes compactas a vehículos
capaces de recorrer 100 kilómetros con tres o menos litros
de gasolina, o la cogeneración, permiten ya hoy
proporcionar los mismos servicios con la mitad del consumo
energético, a un coste menor.

La cogeneración (producción simultánea de
calor y electricidad), la mejora de los procesos y de los
productos, el reciclaje y la reorientación de la
producción hacia productos menos intensivos en
energía, con mayor valor
añadido, menos contaminantes, generadores de empleo y
socialmente útiles, deben ser desarrollados. Las
tecnologías hoy ya disponibles permitirán a la
industria ahorrar entre el 10% y el 27% de su consumo actual de
energía, según sectores, con una media del 16%. Los
ahorros posibles en los usos domésticos y en los servicios
podrían reducir a la mitad los consumos, con medidas como
el aislamiento térmico, electrodomésticos
más eficientes y las lámparas fluorescentes
compactas.

Para aumentar la eficiencia es necesario que los precios
energéticos reflejen todos sus costes, lo que no sucede en
la actualidad. La reforma ecológica de la fiscalidad es
uno de los instrumentos económicos clave para avanza hacia
la sostenibilidad y frenar el cambio climático. La
implantación de ecotasas, cuya recaudación se
destine a mejorar la eficiencia y el empleo de energías
renovables, es una necesidad acuciante, pero las ecotasas son
sólo un primer paso de lo que debería ser una
ambiciosa reforma ecológica de la fiscalidad, finalista o
recaudatoria. La imposición de un etiquetado
energético obligatorio de los aparatos eléctricos,
y la reforma de las normas de
edificación para mejorar el aislamiento térmico,
pueden reducir el consuno de energía en el sector
residencial. Se deben promover los programas de Gestión de
la Demanda, encaminados a aumentar la eficiencia y a prestar los
mismos servicios con un consumo menor, más negavatios y
menos megavatios. La Planificación!

Integrada de Recursos, o Planificación al Menor Coste,
tiene como fin evitar el crecimiento del consumo
energético al tiempo que se satisfacen los servicios que
precisa la sociedad, y se
debe implantar de forma real, especialmente en el sector
eléctrico.

Las energías renovables podrían solucionar
muchos de los problemas
ambientales, como el cambio climático, los residuos
radiactivos, las lluvias ácidas y la
contaminación atmosférica. Las energías
renovables podrían cubrir algo más de un tercio del
consumo de electricidad en pocos años, y a largo plazo
permitirán reducir las emisiones de dióxido de
carbono, avanzando hacia un modelo energético
"descarbonizado".

La producción de hidrógeno es un proceso
aún inmaduro tecnológicamente y cuya viabilidad
económica es necesario demostrar, lo que requerirá
enormes inversiones en investigación; cuando se logre producir
hidrógeno comercialmente, a precios competitivos, y a
partir de dos factores tan abundantes como son el agua y la
energía
solar, los problemas energéticos y ambientales
quedarían resueltos, pues el hidrógeno, a
diferencia de otros combustibles, no es contaminante. En
cualquier caso una economía basada en el hidrógeno como
combustible secundario es un objetivo
aún muy lejano e incierto. El hidrógeno
servirá para almacenar la energía solar y
eólica cuando no haya sol o no sople el viento, y
alimentará a las pilas de
combustible hoy en desarrollo, y que en un futuro no muy lejano
puede llegar a ser una importante fuente de producción
descentralizada de electricidad a pequeña escala, sin
apenas impactos ambientales. Las pilas de combustible
también sustituirán a los motores de
co!

mbustión interna de los automóviles.

Pero también existen soluciones
duras, y que nos conducen a perpetuar la insostenibilidad
ambiental y social, y son quizás las que van a ser
promovidas con mayor entusiasmo por los que quieren que el cambio
climático no suponga ningún cambio sustancial. Los
agrocombustibles, la energía
nuclear de fisión y de fusión y
la captación y almacenamiento de
carbono, para explotar las grandes reservas de carbón y
otros hidrocarburos
no convencionales, son las opciones preferidas por quienes
crearon y alimentaron la insostenibilidad, cuyo mejor ejemplo es
el propio cambio climático.

Referencias en Internet:

Home Page

http://www.ipcc-nggip.iges.or.jp/

http://www.un.org/climatechange

http://www.climnet.org

http://www.mma.es

http://www.idae.es

http://www.energias-renovables.com/paginas/index.asp

http://europa.eu.int/comm/environment/climat/emission_plans.htm

Inicio

http://www.ciemat.es

How to Prevent Your Car from Rusting and Corroding

http://www.eufores.es

http://www.gamesa.es

http://www.isofoton.es

http://www.bpsolar.com

http://www.nodo50.org/worldwatch/

http://www.acciona-energia.com/

 

 

 

Autor:

José Santamarta Flórez

Director de World Watch

URL: www.nodo50.org/worldwatch/

Partes: 1, 2
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