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Integrar y capturar. Ensayo sobre las éticas de la tolerancia, el reconocimiento, el pluralismo y el diálogo


Partes: 1, 2

    "Un libro hoy
    puede contener algo de cierto con una sola condición: que
    todo se escriba con conciencia de
    realizar una mala acción.
    Si para actuar es necesario escribir, el nivel de la lucha se
    halla realmente retrasado. Las palabras, con independencia
    de como se elijan, parecen siempre cosas de burgueses. Pero
    así están las cosas. En una sociedad
    enemiga no existe la libre elección de los medios para
    combatirla."

    Mario Tronti

    Si plantearse problemas de
    ética
    es cuestionarnos acerca de las situaciones que definen nuestras
    condiciones materiales e
    inmanentes de existencia[1]el supuesto desde el
    que emprenderemos toda búsqueda en este trabajo es
    entonces fuerte e innegociable: la situación actual del
    hombre aparece
    y nos enfrenta como una realidad opresiva. Y no hay aquí
    un pedido de concesión filosófica, justamente
    porque no se postula esto como un axioma trascendental o
    especulativo: es la propia experiencia, y la experiencia
    colectiva de otros hombres y mujeres que son y viven la realidad
    cotidiana de la explotación capitalista, la que determina
    el punto de partida de nuestra producción filosófica.

    Luego de varios años de formación
    académica en filosofía se –lo se con triste
    certidumbre- que plantear una hipótesis de lectura de lo
    real en términos de capitalismo o
    explotación se muestra,
    inmediatamente, como muy poco filosófico. Parece,
    más bien, un análisis social, económico,
    historiográfico o antropológico. La toma de
    posición política frente a las
    teorías
    pensadas desde la propia experiencia, y el trabajo con
    los conceptos que pone en juego las
    relaciones sociales y las prácticas que éstos
    validan o clausuran, no parece ser nuestra tarea. Leemos las
    obras de filósofos pasados como escrituras
    universales sin ningún tipo de contacto con los hombres y
    la vida. Y, una vez en pleno trabajo sobre estas obras
    filosóficas eternas, nos dedicamos a examinar el esqueleto
    formal de los argumentos, sus contradicciones internas, olvidando
    los contenidos, las posiciones, las vinculaciones con las
    prácticas humanas: en suma, la potencia vital de
    los conceptos. Cultivamos pensamientos muertos, hacemos trabajo
    forense, examinamos fósiles.

    Por eso el punto de partida de mi trabajo no constituye,
    simplemente, una decisión epistemológica o una
    cuestión de método. Es
    ante todo un posicionamiento
    político lo que determina de qué modo y en
    qué sentido habré de trabajar, no sólo a la
    hora de enfrentarme con los contenidos de los textos, sino
    también en la forma misma de la producción.

    El modo académico de elaborar papers o monografía
    parece cercenar, bajo una definición implícita de
    qué es filosófico y qué debe desterrarse
    hacia otros terrenos del pensamiento,
    no sólo los modos en que se debe escribir para lograr la
    añorada acreditación académica, sino
    también la potencia de intervención política
    de nuestro trabajo filosófico.

    Intentar producir entonces de un modo un poco menos reglado,
    comenzar a ensayar formas diferentes de hacer filosofía,
    tratando de pensar nuestra realidad y nuestra historia desde nuevos modos
    de trabajar con los conceptos (y esto procuraremos hacer, con las
    limitaciones que genera nuestra propia formación
    internalizada) es también un modo de cuestionarnos,
    aquí y ahora, acerca de las situaciones que definen
    nuestras condiciones materiales e inmanentes de existencia dentro
    de la academia. He aquí el porqué y el cómo
    del presente trabajo.

    "Éste era el golpe más
    profundo: el conformismo y la hipocresía de la cultura del
    consenso"

    Balestrini y Moroni

    Indudablemente, hay una cadencia armoniosa, agradable,
    melódica, tal vez casi adormecedora, en las palabras que
    hoy pueblan las evocaciones éticas pensadas en nombre de
    la tolerancia, el
    diálogo,
    el reconocimiento, la integración. Parecen producir, oídas
    al pasar o distraídamente, cierto bienestar tranquilo,
    sereno y despejado.

    Es, efectivamente, la plácida complacencia de quienes
    buscan encontrarse (por fin, por fin) a salvo. Muertos los
    peligros, podremos apaciblemente reencontrarnos unos y otros en
    un amoroso acto de comunión con la humanidad: nos
    escucharemos en cándido diálogo, toleraremos
    nuestras disidencias, buscaremos el consenso y reconoceremos lo
    maravilloso de nuestras diferencias.

    Pero cuando nos referimos a la muerte de
    los peligros, aquellos que deberían alejarse para lograr
    esta pacífica comunión humana, se esta pensando en
    la violencia, y
    – en esto preciso ser clara- se está lejos, muy
    lejos, de evocar formas inmateriales de la especulación
    metafísica. Quiero decir: avivando el
    fantasma del terror desnudo de las dictaduras y los exterminios
    que han poblado nuestra historia inmediata, se niega de manera
    absoluta y a priori la legitimidad de cualquier intento
    de transformación radical, cualquier posibilidad de
    alzarse fuera del marco del consenso democrático
    parlamentario y el diálogo tolerante.

    "La dificultad surge del hecho de que hay una cantidad
    considerable de personas que son ciudadanos y que también
    pertenecen a la cultura que pone en entredicho nuestras fronteras
    filosóficas. El desafío consiste en enfrentarse a
    su sentido de marginación sin comprometer nuestros
    principios
    políticos"
    [2].

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