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Percepción y construcción estética del mundo


Partes: 1, 2

    Estas breves notas son parte de una investigación amplia, uno de cuyos objetivos
    principales radica en lograr lo que podemos llamar una
    aproximación deflacionaria a la estética. La perspectiva deflacionista
    estaría dictada por el hecho de que, a nuestro parecer, en
    el marco del postmodernismo filosófico a la obra de
    arte se le han
    transferido o impuesto pesadas
    cargas las cuales es dudoso que la misma deba o pueda
    sobrellevar. Por un lado se trataría de una carga
    epistémica, según la cual se supone que la obra de
    arte está avocada a producir o generar conocimiento
    y, de hecho, lo generaría. Por otro lado se
    trataría de una carga que podríamos llamar
    político social, la cual consiste en suponer que la obra
    de arte está avocada a producir o reproducir lazos
    sociales o, más exactamente, a ser vehículo de
    realización de una comunidad. Por
    supuesto, aquí no podemos tratar las diferentes vertientes
    y versiones de estos planteamientos, por lo que sólo nos
    limitaremos a señalar dos de tales versiones y a
    cuestionar una ellas. En cualquier caso, la perspectiva
    deflacionista respecto de la estética consiste en
    orientarse hacia, por así decirlo, una teoría
    estética magra, o más modesta, la cual, sin
    desconocer los vínculos entre problemas
    políticos, cognitivos y estéticos, no confunda las
    dimensiones de los mismos. Por otra parte, esto equivale a
    reconocer la importancia de la obra de arte en sí misma y
    no hacer depender dicha importancia de supuestos logros extra
    estéticos. Es decir, no se trata de disminuir el valor de la
    obra de arte, sino, muy por el contrario, de devolverle el valor
    que se le resta cuando su dignidad se
    hace depender de una importancia epistémica o política –sean
    éstas reales o no.

    La idea de que la obra de arte debe y puede cumplir con la
    tarea política de la reconstitución o
    actualización de la comunidad
    había sido abandonada ya por Hegel cuando
    éste postuló su famosa tesis del "fin
    del arte", tesis según la cual la tarea de
    autoconocimiento del espíritu absoluto –el cual,
    según el modelo
    hegeliano, siempre está realizado en diferentes grupos
    étnicos– no podía ser asumida ya más
    por el arte sino sólo por la religión y por la
    filosofía misma. Sin embargo, en este siglo
    Heidegger y su
    discípulo Gadamer han revivido la idea mencionada bajo la
    fórmula de que (el "suceso" de) la obra de arte implica la
    "apertura de un mundo". Y lo importante aquí es que todo
    lo que tenga que ver con la obra de arte referiría no al
    mundo humano en general sino siempre se trataría del
    "mundo" muy particular de una "tradición" y,
    explícitamente formulado, de una un "pueblo
    histórico" (Hw 34),1 de una "comunidad" –o como
    Gadamer lo dice explícitamente, respecto del "gusto", hay
    que concebirlo "(…) no a la manera del derecho
    natural, no como un atributo dado a todos lo hombres, sino
    como una virtud social (…)" (WM 30), es decir propia de una
    "comunidad" específica (WM 38, 78).2

    La otra idea, es decir, la idea de que la obra de arte genera
    conocimiento, tiene muchos representantes los cuales esgrimen los
    más diversos argumentos. Para este pequeño trabajo baste
    con referirnos al nominalista de Harvard, Nelson Goodman, quien
    replanteó la discusión acerca de la estética
    en el ámbito anglosajón sosteniendo la tesis de que
    las obras de arte pertenecen a "sistemas
    simbólicos" y, como todo sistema
    simbólico "construye" o "hace mundo", entonces las obras
    de arte "construyen mundos". Dado, por otra parte, que en
    concordancia con su visión pragmática de la verdad,
    el hacer un mundo implica conocerlo, resulta de acuerdo a Goodman
    que la obra de arte cumple una labor epistémica strictu
    sensu. Estas notas estarán pues, en lo que resta,
    dedicadas a esbozar algunos señalamientos críticos
    respecto a Goodman partiendo de problemas de la percepción.

    Podemos empezar por reproducir algunos pasajes goodmanianos
    decisivos para la problemática que nos ocupa. En su obra
    más importante en este contexto, Languages of Art (1968),
    Goodman examina la relación entre una
    representación pictórica y lo que ella representa,
    y nos dice: "el objeto mismo no está ahí ya hecho,
    sino que resulta de la manera de tomar el mundo. El hacer la
    pintura
    participa en el hacer lo que debe pintarse." (LA 32) Ya antes de
    lo recién citado Goodman había dicho: "Al
    representar un objeto no [lo] copiamos sino que lo logramos." (LA
    9, c. a.)3 Por supuesto, no se trata de la "hechura" o "logro"
    del objeto en términos físico productivos, sino en
    términos de determinar lo que el objeto mismo es. En
    efecto, poco después de lo citado al último Goodman
    dice: "Una pintura representa a x como un hombre o
    representa que x es una montaña, o representa el hecho de
    que x es un melón." (LA 9, c. a.)

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