- La
salida-no salida al medio laboral para el
adolescente - Cambios en
los paradigmas - El
Tele-trabajo como una nueva variable - El
tele-trabajo y sus posibles externalidades - Algunas
reflexiones finales - Bibliografía
La salida-no salida
al medio laboral para el adolescente
Nos hemos referido en un trabajo
anterior (Balaguer & Carbajal, 2001) al caso de un
adolescente en tratamiento con uno de nosotros para quién,
dentro de su incertidumbre con respecto al futuro, la idea de
trabajar como diseñador de ropas desde su casa
representaba cierta esperanza, una salida frente a su
problemática. El tele-trabajo le brindaba esa posibilidad
a un muchacho que por sus características personales
encontraba dificultades para insertarse en la trama social y/o
laboral.
Esta situación nos llevaba a preguntarnos
también qué pasaba con ese tipo de salida que era
al mismo tiempo una
no-salida, una posible permanencia en el hogar paterno.
La salida al medio laboral era, hasta hace poco, comprendida
dentro de los parámetros del "deber salir" efectivamente
de determinados lugares para insertarse en contextos nuevos.
El primer empleo se
ubicaba dentro de la línea temporal y significante que
comenzaba con el ingreso al Jardín de Infantes y
continuaba con distintos momentos marcados por cambios y quiebres
que guardaban relación con una salida y un ingreso de y
hacia lugares físicos distintos como la entrada a
secundaria o a la Universidad
El primer trabajo solía, en la mayoría de los
casos representar una especie de rito de iniciación y de
inclusión en un ambiente
exogámico por excelencia; siendo algo más complejo
en aquellas situaciones laborales atravesadas por continuidades
familiares.
El tele-trabajo habilita a los sujetos a permanecer en sus
casas, mientras llevan a cabo las tareas que le son encomendadas.
No hay necesidad de salir en esta nueva modalidad, que puede ser
canalizada en la adolescencia
particularmente, tanto endo como exogámicamente, y generar
en la adultez cambios significativos que abordaremos luego.
Cambios en los
paradigmas
Las sociedades
occidentales han ido extendiendo cada vez más los tiempos
de educación
(Giddens, 2000), generando lo que Erikson (1968) denominara
"moratoria social", es decir un tiempo en el cual los adolescentes
se preparan para su ingreso al mundo adulto del trabajo. Las
sociedades tradicionales, o pre-modernas resolvían esta
cuestión generalmente en forma más simple, con una
transmisión más sencilla y directa de las
habilidades necesarias para el ingreso al mundo adulto. En una
sociedad
"destradicionalizada" (Giddens, 1999) como la occidental actual,
el ingreso al trabajo permanecía como uno de los
últimos bastiones rituales, demarcativo de un momento de
pasaje a la adultez.
Sin embargo parte de las transformaciones actuales de la trama
de la institución trabajo, pasan por un cambio
tendiente hacia una menor de las personas que ingresan al mundo
laboral y específicamente a determinados puestos de
conducción, que ha llevado a que debido a cierta
"sobreadultez" algunos individuos queden fuera del sistema laboral.
Esto que denominamos "sobreadultez" es vivido por quienes la
padecen como una suerte de "vejez
laboral".
Winnicott (1960) refiriéndose a la adolescencia en
particular y al ámbito familiar, había
señalado la importancia de que el adolescente encontrara
un adulto en su camino para poder pelear y
derrotarlo y así ingresar al mundo adulto. Las
concepciones del psicoanalista británico encuentran en la
era post-industrial determinados cambios ciertamente
cuestionadores. Nos referimos a ¿qué pasa cuando en
el mundo laboral se intercambian los papeles y es el adulto quien
se encuentra con un adolescente al que debe derrotar para
mantener su trabajo y su lugar de adulto inserto en el mundo? Son
innumerables las situaciones en las cuales los adultos son
desplazados por gente joven de los puestos laborales por
diferentes motivos, algunos de ellos técnicos, otras veces
estrictamente económicos. Por lo ya dicho podríamos
cuestionarnos si la moratoria social de Erikson (1968) no ha
dejado de ser un período de transición para
transformarse en un momento que puede re-vivirse; re-editarse en
cualquier tramo del itinerario laboral de cada individuo
El propio concepto de
"educación permanente", alude de alguna manera a este
estado de
cosas en donde hay un contínuo en la formación que
deja entrever un salto cualitativo con respecto al pasado. Nunca
hay demasiada preparación y siempre es posible volver a un
estado anterior (1). Las etapas dejan de ser lineales para ser
estadios donde se puede potencialmente regresar.
Lo efímero, como valor cardinal
de nuestra cultura, se
inmiscuye en el trabajo e
interpela a la adultez que deja de ser una etapa a alcanzar para
transformarla, en términos laborales, en un estado a
intentar conservar. Los cambios en la
organización del trabajo han alterado la tradicional
estabilidad laboral de los trabajadores mayores
enfrentándolos a presiones y sobrecargas que pueden
generar experiencias de despersonalización. Las crecientes
presiones generadas por el temor a ser desplazados por los
más jóvenes, los despidos de los pares, la amenaza
de la degradación o "la sombra del desempleo",
juegan un destacado papel en la etiología de
patologías asociadas con el trabajo que los trabajadores
maduros padecen (2) (Carbajal, 2001)
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