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Simone Weil: hombre, trabajo, redención



Partes: 1, 2

    1. Las
      claves de lo humano
    2. Justicia, trabajo,
      educación: ¿renovación
      social?
    3. La
      liberación: ¿terrenal o
      mística?

    Se hace difícil escribir sobre el pensamiento de
    Simone Weil porque sus claves son paradójicas.
    Podría ser más sencillo si se eligiera sólo
    uno de los aspectos particulares que lo conforman y se buscara
    desarrollarlo hasta las últimas consecuencias,
    prescindiendo del contexto general de sus reflexiones. Pero
    existen filósofos que, como ella misma, no admiten
    este tipo de estudios, so pena de ofrecernos una imagen parcial,
    posiblemente mutilada, de sus concepciones, y en todo caso
    contradictoria con el resultado de líneas diferentes de
    indagación. Son los filósofos cuyas doctrinas
    tienen como base la paradoja, si ésta puede considerarse
    una base, o, si se prefiere, en los que la paradoja constituye
    premisa indispensable para enfocar cualquiera de los temas que
    atrajeron su atención.

    Tal es el caso de Simone Weil. ¿Indica ésto
    falta de coherencia en esas figuras y en ella en particular?
    Sería muy aventurado responder a priori, fuese cual fuese
    la respuesta, porque sería necesario tener solucionadas de
    inicio muchas cuestiones, y ello no siempre es posible. Simone
    Weil en especial fue filósofa, creyente apasionada en la
    mayor parte de los principios del
    Catolicismo, que no se decidió a abrazar por entero,
    mística, activista social, intelectual comprometida,
    antifascista, y antijudía (antisemita, decía ella,
    según era costumbre entonces ), y en ello no
    desempeñó un papel secundario el hecho de haber
    descubierto tardíamente que ella misma era judía,
    después de haber asimilado profundamente el ambiente
    antijudío en la cultura
    francesa de la primera mitad del siglo XX, factor este
    último que suele pesar en el odio a sí mismos que
    experiementan ciertos individuos en grupos sociales
    tradicionalmente discriminados, fenómeno bastante
    estudiado entre los judíos
    .

    Pero no se piense en una sobrestimación por nuestra
    parte del papel que esta circunstancia–relativamente poco
    investigada hasta ahora, por lo demás, pues llega a
    decirse que abandonó el Judaísmo, cosa imposible
    pues nunca lo profesó–pudo desempeñar en el
    devenir de sus ideas acerca del hombre y del
    trabajo, sino
    más bien en el interés de
    sopesar todos los hechos que influyeron en dicho devenir, y en
    especial en su carácter paradójico, al inicio
    señalado. Pues un amor que
    excluye de su objeto a una parte de la humanidad, precisamente la
    más perseguida y martirizada en aquellos momentos, que
    hace gala cuando menos de una escalofriante indiferencia hacia el
    pueblo judío, mientras es capaz de llorar por los
    vietnamitas o de afirmar como deber cristiano el amar a los
    nazis, a causa del mal que había en ellos, no puede
    aspirar a la universalidad ni a establecer una vía para la
    redención humana.

    Las claves de lo
    humano

    Desde sus años de formación, sobre todo con
    Alain, en cuyos cursos escribe trabajos sobre temas que van desde
    rasgos de la percepción
    hasta ciertos valores, desde
    figuras concretas hasta la presencia de la filosofía en obras literarias, se advierte
    en S.W. el predominio de la reflexión antropológica
    (el alma, el
    contraste entre la necesidad y los deseos, entre las tendencias
    que establecen gravedad y Gracia), extendida a la cuestión
    social . Llama la atención–sobre todo en la
    cuestión que nos ocupa–la parcial coincidencia con la
    evolución, en su momento, de Karl Marx. Este
    sin embargo dejaría atrás la etapa
    antropológica, plasmada en los Manuscritos sobre economía y filosofía de 1844, para
    sumergirse en el análisis de las estructuras
    económicas capitalistas. Si alguna vez pensó
    retomarla, sobre bases más ricas tras este estudio, nunca
    llegó a hacerlo . Pero había dejado un porte
    fundamental: la sustitución de la enajenación religiosa, sustentada por
    Feuerbach, por el trabajo
    enajenado como fuente del sufrimiento de los obreros.

    Simone Weil sin embargo retornaría al tema del hombre
    después de adentrarse en la doctrina marxista
    clásica y en sus variantes leninista y troskista, y de
    criticar profundamente muchos de sus aspectos y, sobre todo, su
    programa
    político. Reconoce sin embargo "fragmentos compactos,
    inalterables en su verdad, que forman parte natural de toda
    doctrina verdadera" (y que hacen estos fragmentos no sólo
    compatibles con el Cristianismo,
    sino de necesaria asimilación por parte de éste),
    pero en modo alguno una doctrina integral sobre la realidad
    natural y social, como habrían querido hacer ver sus
    seguidores. El rechazo a toda religión por parte de
    Marx es para
    S.W. el resultado de la necesidad de apoyar su filosofía
    en un absoluto que ya no podía ser Dios, porque "estaba
    pasado de moda. Se
    tomó la materia"
    .

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