Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Antología de William Shakespeare (página 4)




Enviado por Jazmín Vázquez



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

LISANDRO.-¿Y bien, amor mío?
¿Por qué palidecen tanto tus mejillas?
¿Cómo es que sus rosas se descoloran tan
pronto? 

HERMIA.-Parece que por falta de lluvia; si
bien podría yo regarlas de sobra con la tormenta de mis
ojos. 

LISANDRO.-¡Ay de mí! Cuanto
llegué a leer o a escuchar, ya fuese de historia o de
romance, muestra que jamás el camino del verdadero amor se
vio exento de borrascas. Unas veces nacen los obstáculos
de la diversidad de condiciones.

 HERMIA.-¡Oh manantial de
contradicciones y desgracias, el amor que sujeta al
príncipe a los pies de la humilde
pastora! 

LISANDRO.-Otras veces, está la
desproporción en los años. 

HERMIA.-Triste espectáculo, ver el
otoño unido a la primavera.

 LISANDRO.-Otras, en fin, forzaron a
la elección las ciegas cábalas
de amigos imprudentes. 

HERMIA.- ¡Oh infierno!
¡Elegir amor por los ojos de otro! 

LISANDRO.- O si cabía afecto en la
elección, la guerra, la enfermedad, la muerte la
asediaron; haciendo que el goce fuese momentáneo como el
sonido, rápido como la sombra, breve como un
corto sueño, y fugaz como el relámpago que en
la oscuridad de la noche ilumina cielo y tierra, y antes que el
hombre tenga tiempo de decir ¡mira!, se ha perdido ya en el
seno de las tinieblas: tan pronto las cosas brillantes se abisman
en las sombras de la confusión. 

HERMIA.- Pues si los verdaderos amantes
siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del destino.
Armémonos, pues, de paciencia en nuestra prueba, ya
que ésta no es sino una cruz habitual, tan propia del amor
como los pensamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y
las lágrimas, triste séquito de la
fantasía. LISANDRO.- Prudente consejo. Escucha, por
tanto, Hermia. Tengo una anciana tía, viuda y
de calidad, muy opulenta y sin hijos, que me considera
como a su hijo único. Su casa dista siete leguas de
Atenas; y allí, gentil Hermia, podremos desposarnos, pues
la dura ley de Atenas no puede perseguirnos hasta allí. Si
me amas, abandona sigilosamente la casa de tu padre mañana
por la noche, que yo te aguardaré en el bosque a una legua
de la ciudad, en el punto donde te encontré una vez con
Elena para observar el rito de la mañana de
Mayo. HERMIA.- Buen Lisandro mío, te juro por el
más firme arco de Cupido, por el candor de las palomas de
Venus, por cuanto une las almas y ampara los amores, y por aquel
fuego que abrasaba a la reina de Cartago al ver la vela fugitiva
del falso troyano; por todos los juramentos que los hombres han
quebrantado y que ninguna mujer podría enumerar; te juro
que me encontraré mañana a tu lado en el mis-mo
sitio que designas. 

LISANDRO.- Cumple tu promesa, amor
mío. Mira, aquí viene Elena. (Entra
Elena.) 

HERMIA.- Sed con Dios, bella Elena.
¿A dónde vais? 

ELENA.- ¿Bella me llamáis?
Retirad ese nombre. Demetrio ama a vuestra hermosura. ¡Oh
hermosura feliz! Vuestros ojos son estrellas, y la música
de vuestra voz es más armoniosa que el canto de la alondra
a los oídos del pastor cuando verdea el trigo y asoman los
capullos del blanco espino. ¿Por qué, si las
enfermedades son contagiosas, no hubo de serlo el favor? Entonces
tomaría yo el vuestro antes de irme: mi oído
adquiriría vuestra voz, mis ojos el encanto de los
vuestros, mi lengua la dulce melodía de la vuestra. Si
todo el mundo fuera mío… excepto Demetrio, os
daría el mundo todo. ¡Oh! Enseñadme vuestro
hechizo, y por cuál arte dirigís los impulsos del
corazón de Demetrio! 

HERMIA.- Le miro con semblante adusto, y
sin embargo me ama. 

ELENA.- ¡Ah! si vuestro enojo pudiera
enseñar a mis sonrisas semejante
destreza! 

HERMIA.- Lo maldigo, y sin embargo me
ama

ELENA.-Si pudieran mis súplicas
obtener semejante afecto! 

HERMIA.- Cuanto más le aborrezco,
más tenazmente me persigue. 

ELENA.- ¡Cuanto más le amo,
más me aborrece!

 HERMIA.- Su insensatez no es culpa
mía, Elena. 

ELENA.- No, pero lo es de vuestra belleza.
Ya quisiera yo ser culpable de esa falta. 

HERMIA.- Cobrad aliento, que él no
volverá a verme. Lisandro y yo vamos a abandonar este
lugar. Antes de conocer a Lisandro, me parecía Atenas un
paraíso; ¿pues qué seducciones hay en mi
amor para que haya convertido un cielo en
infierno? 

LISANDRO.- Elena, os revelaremos nuestro
intento. Mañana a la noche, cuando Febo contemple su
argentada faz en el cristal de las aguas, convirtiendo en perlas
líquidas el rocío sobre las hojas del césped
(hora propicia aun a la fuga de los amantes), hemos convenido en
salir furtivamente de Atenas. 

HERMIA.- Y nos encontraremos en el bosque,
allí donde vos y yo solíamos, reclinadas sobre
lechos de rosas, confiarnos nuestros amorosos devaneos; y de
allí apartaremos la vista de Atenas para
buscar nuevosamigos y la sociedad de los extraños.
Adiós, mi dulce compañera; rogad por nosotros,
¡y que la buena suerte os entregue a vuestro Demetrio! Sed
fiel a la promesa, Lisandro: hasta mañana a media noche
hemos de privar nuestros ojos del alimento de los amantes. (Sale
Hermia.) 

LISANDRO.- Puedes estar segura de que lo
haré, Hermia mía. Adiós, Elena, y que
Demetrio os ame tanto como vos a él. (Sale
Lisandro.) 

ELENA.- ¡Cuanto más felices
pueden ser unos que otros! En toda Atenas se me tiene por tan
hermosa como ella. Pero ¿de qué me sirve? Demetrio
no piensa así, y no quiere saber lo que todos saben. Y
así como él se extravía, fascinado por los
ojos de Hermia, me ciego yo admirando las cualidades
que en él veo. Pero el amor puede transformar en belleza y
dignidad cosas bajas y viles; porque no ve con los ojos sino con
la mente, y por eso pintan ciego a Cupido el alado. Ni tiene en
su mente el amor señal alguna de discernimiento; como que
las alas y la ceguera son signos de imprudente
premura.

Y por ello se dice que el amor
es niño, siendo tan a menudo engañado en la
elección. Y como en sus juegos perjuran los muchachos
traviesos, así el rapaz amor es perjurado en todas partes;
pues antes de ver Demetrio los ojos de Hermia me juró de
rodillas que era solo mío; mas apenas sintió el
calor de su presencia, deshiciéronse sus juramentos como
el granizo al sol. Yo le avisaré la fuga de la bella
Hermia, y mañana en la noche lo acompañaré
al bosque para perseguirla; que si por este aviso me queda
agradecido, recibiré en ello un alto precio; aunque si
aspiro a mitigar mi pena, sólo es en poder mirarlo a la
ida y a la vuelta. (Sale.) 

ESCENA II 

Cuarto en una quinta (Entran SNUG,
BOTTOM, FLAUTA, QUINCIO y STARVELING) 

QUINCIO.-¿Están aquí
todos vuestros compañeros? 

BOTTOM.- Mejor haréis en llamarlos
uno a uno, según la lista. 

QUINCIO.- He aquí la nómina
de los que en toda Atenas son considerados aptos para
desempeñar el sainete que se ha de representar ante el
duque y la duquesa en la noche de sus bodas. 

BOTTOM.- Primero, buen Pedro Quincio, decid
sobre qué asunto versa la representación, leed los
nombres de los actores y luego distribuid los
papeles. 

QUINCIO.- Ciertamente. Nuestra
representación es «La muy lamentable comedia y muy
cruel muerte de Píramo y Tisbe.» 

BOTTOM.- Hermoso trabajo, os aseguro, y en
extremo alegre. Ahora, mi excelente Quincio, llamad por lista a
vuestros actores. Maestros, presentaos. 

QUINCIO.- Responded a medida que os llame.
Nich Bottom, el tejedor. 

BOTTOM.- Listo. Decid el papel que me toca,
y adelante. 

QUINCIO.- Vos, Nich Bottom, habéis
sido designado para Píramo. 

BOTTOM.- ¿Qué es
Píramo: un tirano, o un amante? 

QUINCIO.- Un amante que por amor se mata
con el más grande heroísmo. 

BOTTOM.- Eso para ser bien representado
necesita algunas lágrimas: si he de hacer el papel, ya
veréis al auditorio llorar a moco tendido.
Levantaré una borrasca, y en cierto modo conmoveré
algo. Por lo demás, mi vocación es la de tirano.
Podría representar a Hércules con rara
perfección, o un papel en que se destrozara a un gato,
para que todo quedara hecho trizas. «Con
trémulos golpes las rocas rabiosas «rompen los
candados de toda prisión, «y el carro de Febo que
alumbra las nubes «los hados revuelve, girando
veloz» Esto era sublime! Decid ahora los nombres de
los otros actores. Este es el estilo de Hércules, el
estilo de un tirano. Un amante es más
plañidero. 

QUINCIO.- Francisco
Flauto. 

FLAUTO.- Presente, Pedro
Quincio. 

QUINCIO.- Tisbe es el papel que os
corresponde. 

FLAUTO.-¿Qué es Tisbe?
¿Un caballero andante? 

QUINCIO.- Es la señora a quien ha de
amar Píramo. 

FLAUTO.- No, a fe mía, no me
hagáis representar a una mujer. Ya me está saliendo
la barba. 

QUINCIO.- Eso no importa. Llevaréis
máscara y podréis fingir la voz tanto como
queráis. 

BOTTOM.- Si es cosa de esconder la cara,
dejadme hacer también el papel de Tisbe. Soltaré
una vocecita admirable: «¡Ah Píramo! ¡Mi
adorado amante, tu idolatrada Tisbe, y querida
señora!» QUINCIO.- No, no. Debéis
representar a Píramo vos, y a Tisbe
Flauto. 

BOTTOM.- Bien. Continuad. 

QUINCIO.- Robin Starveling,
sastre. 

STARVELING. – Heme aquí, Pedro
Quincio. 

QUINCIO.- Robin Starveling, debéis
representar a la madre de Tisbe. Tom Snowt,
calderero. 

SNOWT.- Aquí, Pedro
Quincio. 

QUINCIO.- Vos, al padre de Píramo:
yo, al de Tisbe. Snug, el ensamblador, vos el papel de
león. Y con esto creo que queda bien ordenada la
representación. 

SNUG.- ¿Tenéis escrito el
papel del león? Si es así, os suplico que me le
deis, pues no tengo gran facilidad para aprender de
memoria

QUINCIO.- Podéis hacerlo de
improviso, pues no tenéis que hacer más que
rugir.

 BOTTOM.- ¡Dejadme hacer
también de león! Ya veréis si cada rugido
que yo dé no hará saltar de alegría el
corazón de cualquiera. Hasta el duque ha de exclamar:
«¡que vuelva a rugir! ¡que vuelva a
rugir!» 

QUINCIO.- Pero lo haríais de un modo
tan terrible que se asustarían la duquesa y las
señoras, y se pondrían a dar alaridos; y con eso ya
habría lo suficiente para que nos colgaran a
todos.

TODOS.- ¿A todos? 

BOTTOM.- Os garantizo, amigos, que si
dierais algún gran susto a las señoras, no les
volvería el alma al cuerpo mientras no estuviésemos
colgados en la horca; pero yo ahuecaré de tal manera la
voz, que me oiréis rugir tan dulcemente como una palomita
recién nacida: rugiré lo mismo que si fuese un
ruiseñor.

QUINCIO.- No podéis
desempeñar otro papel que el de Píramo; porque
Píramo es un hombre simpático, hombre correcto como
para visto en día de verano, hombre de todo punto amable y
caballeroso. 

BOTTOM.- Bueno; haré la prueba.
¿Qué barba os parece mejor que me ponga para la
función

QUINCIO.- Por supuesto, la que se os
antoje. 

BOTTOM.- Llenaré mi cometido con
vuestra barba color de paja, vuestra barba color de naranja,
vuestra barba color morado oscuro, o vuestra barba color de
cabeza francesa, vuestro amarillo perfecto. 

QUINCIO.- Algunas de vuestras cabezas
francesas no tienen cabello alguno, y así seríais
un actor calvo. Pero, maestros, he aquí vuestros papeles;
y estoy en el deber de insinuaros, requeriros y expresaros mi
deseo, de ensayarlos mañana por la noche. Nos reuniremos
en el bosque de palacio, una milla distante de la ciudad, y a la
luz de la luna. Allí, podremos hacer el ensayo; porque en
la ciudad. se haría conocido nuestro plan, y nos
asediarían las gentes. Al mismo tiempo haré una
lista de los objetos necesarios que la representación
requiere: ¡ojo! y no faltéis. 

BOTTOM.- Nos reuniremos, y allí
podremos ensayar con mayor libertad y osadía. Daos
algún trabajo; sed perfectos.
Adiós. 

QUINCIO.- Nos encontraremos en el roble del
duque. 

BOTTOM.- Está dicho: cumpliremos,
ocurra lo que quiera. (Salen.) 

ACTO II 

ESCENA PRIMERA 

Bosque cerca de Atenas (Entran una
HADA por una puerta y PUCK por otra) 

PUCK.- ¿Hacia dónde
vagáis ahora, señor
espíritu? 

HADA.- Sobre la colina, sobre el llano,
entre la maleza, entré los matorrales, sobre el parque,
sobre el cercado, al través del agua, al través del
fuego, por todas partes voy vagando más rápida que
la esfera de las lunas; y sirvo a la reina de las hadas, para
llenar de rocío sus verdes dominios. Las altas velloritas
son sus discípulas. ¿Veis manchas en sus mantos de
oro? esos son rubíes, regalos de hadas; en esas manchas
viven sus perfumes; y tengo que ir a buscar allí algunas
gotas de rocío y colgar una perla en la oreja de cada
prímula. Adiós ¡oh tú, el más
pesado de los espíritus! Me voy. Ya nuestra reina y todo
su séquito no tardarán en llegar. 

PUCK.- El rey viene a celebrar aquí
sus fiestas. Cuida tú de que la reina no se presente a su
vista; pues Oberón está loco de furor porque ella,
para que le sirva de paje, le ha robado un
hermosísimo muchacho de un rey indio.
Jamás había ella tenido un pupilo tan encantador; y
Oberón celoso, habría querido que el muchacho fuese
un caballero de su séquito para recorrer los bosques
enmarañados. Pero ella retiene por fuerza al chico, lo
corona de flores, y se deleita en él. Y por eso ahora
nunca se encuentran Oberón y ella, en gruta, o pradera, o
clara fuente, alumbrada por las estrellas, sin que se querellen
de modo que asustados todos los duendes se ocultan en los
cálices de las bellotas de la encina. 

HADA.- O yo equivoco enteramente vuestra
forma, o sois el astuto y maligno espíritu llamado Robin
Buen-chico. ¿No sois aquel que asusta a las muchachas de
aldea, espuma la leche, y a veces trabaja en el molino de mano
echando a perder todo el contenido de la mantequera de la pobre
mujer hacendosa, y en otras ocasiones hace que no espumee la
cerveza? ¿No extraviáis a los que viajan de noche y
os reís del daño que sufren? Hacéis el
trabajo de los que os llaman buen duende y lindo Puck, y les dais
buena ventura. ¿No sois ese espíritu? PUCK.-
Has hablado con acierto. Yo soy aquel alegre peregrino de la
noche; yo hago chanzas que hacen sonreír a Oberón;
como cuando atraigo algún caballo gordo y bien nutrido de
grano, imitando el relincho de una potranca; y algunas veces me
escondo en el tazón de alguna comadre, pareciendo en todo
como un cangrejo asado; y cuando va a beber, choco contra su
labio y hago caer la cerveza sobre su blanco delantal. Suele
acontecer que la tía más prudente refiriendo un
tristísimo cuento, me equivoca con su sitial de tres pies;
me escurro al punto, y cae a plomo gritando y se apodera de ella
un acceso de tos. Entonces toda la concurrencia
apretándose los costados se ríe y estornuda, y jura
que nunca se ha pasado allí hora más alegre. Pero,
haz campo, que aquí viene Oberón. 

HADA.- Y aquí mi señora.
Desearía que se hubiese ido. 

ESCENA II

 (Entran OBERÓN por una puerta,
con su séquito; y TITANIA por otra con el
suyo) 

OBERÓN.- En mala hora os encuentro a
la luz de la luna, orgullosa Titania.

 TITANIA.- ¿Y bien, celoso
Oberón? Duende, aléjate de aquí. He renegado
de su lecho y su sociedad. 

OBERÓN.- Poco a poco, jactanciosa.
¿No soy tu señor? 

TITANIA.- Pues entonces debería ser
yo tu señora. Pero yo sé cuándo te has
deslizado fuera de la tierra de las hadas, y has pasado todo el
día sentado en forma de Corino el pastor, tocando flautas
de tallo de maíz, y cantando versos de amores a la
enamorada Filida. ¿Por qué te encuentras
aquí, habiendo venido desde la más remota llanura
desierta de la India? Solamente, a fe mía, porque la
altiva amazona, vuestra turbulenta señora y amante
guerrera, de-be desposarse con Teseo, y venís a dar
alegría y prosperidad a su lecho. OBERÓN.-
¿Cómo puedes tener la insolencia de aludir
así a mi valimiento con Hipólita, cuando sabes que
conozco tu amor por Teseo? ¿No eres tú quien lo
guió en la estrellada noche, lejos de Perigenio, a quien
había reducido? ¿Y no le hiciste quebrantar su
promesa a la hermosa Eglé, y a Ariadna y a
Antíope? 

TITANIA.- Todo esto es puro invento de los
celos. Nunca, desde las noches de la canícula, nos hemos
encontrado en colina o llanura, en bosque o pradera, junto al
surtidor esculpido o el arroyo fugaz, o en la arenosa playa del
mar, para bailar nuestras danzas en el viento silbador, sin que
hayas venido a perturbar nuestra fiesta con tus disputas. Y por
eso los vientos, llamándonos en vano con su música,
han absorbido, como por venganza, las nieblas contagiosas del
mar; y cayendo éstas sobre la tierra, han engrandecido de
tal modo los más modestos ríos, que rebosaron por
encima de sus márgenes. Así es que en vano jadeaba
el buey bajo su yugo, y que el labrador ha prodigado su sudor. El
verde maíz se ha podrido antes de que el penacho coronase
su espiga; el redil permanece vacío en el campo inundado,
y los cuervos se ceban en los rebaños muertos. Desierto y
lleno de lodo está el sitio de las danzas con tamboriles y
castañuelas; y por falta de tráfico es imposible
discernir las caprichosas masas de verdura del laberinto
rústico. Aquí falta a los mortales su invierno, y
no hay noche alguna alegrada por un himno o una canción.
La luna, que preside a las inundaciones, pálida de
cólera por todo esto, inunda los aires y hace que abunden
las enfermedades reumáticas; y a favor de esta
perturbación vemos alteradas las estaciones. El granizo de
cabeza cana cae en el fresco regazo de la encarnada rosa, y una
guirnalda de perfumados botones se pone como por burla sobre la
barba del viejo invierno y encima de su corona de hielo. La
primavera, el verano, el fértil otoño, el
sañudo invierno, cambian sus acostumbradas libreas, y el
mundo, atónito con su aumento, no sabe ahora distinguir la
una de la otra. Y toda esta serie de males es engendrada por
nuestra disensión. Nosotros somos sus progenitores y su
manantial. 

OBERÓN.- Pues entonces,
remédialos; que de ti sola depende. ¿Por qué
se empeñaría Titania en contradecir a su
Oberón? Todo lo que pido no es más que un tierno
rapazuelo para que me sirva de paje. 

TITANIA.-Deja tu corazón en paz: que
todo el reino de las hadas no bastaría a comprarme ese
niño. Su madre era una sectaria de mi orden: y por la
noche, en el aire embalsamado de la India, habló conmigo
muchas veces, y se sentó a mi lado en las amarillas arenas
de Neptuno, señalando las veleras naves sobre las ondas.
Nos reíamos al ver las velas hincharse como si hubieran
concebido bajo el caprichoso viento; y ella con agraciada
ondulación las imitaba (al peso de su seno que ya
atesoraba a mi joven caballero) y emprendía
viajes para traerme bagatelas, y volvía aún, como
de larga navegación, rica de mercancías. Pero, a
fuer de mortal, sucumbió al dar a luz al niño; y
yo, en amorosa memoria de ella, lo crío y en memoria de
ella no me separaré de él.

 OBERÓN.- ¿Cuánto
tiempo pensáis permanecer en este bosque?

 TITANIA.- Quizá hasta
después del día de las bodas de Teseo. Si
queréis pacientemente tomar parte en nuestra danza y ver
nuestros juegos en la claridad de la luna, venid con
nosotros. Si no, alejaos de mí, y yo evitaré los
lugares que frecuentáis.

 OBERÓN.- Dame a ese chiquillo
y yo iré contigo. 

TITANIA.- No, ni por todo tu reino.
Vámonos, hadas: pues si me quedo más tiempo, vamos
a reñir de todas veras. (Salen Titania y
séquito.) 

OBERÓN.- Bien, sigue tu camino; que
no saldrás de esta enramada sin que yo te haya atormentado
por esta ofensa. Ven aquí, mi gentil Puck. ¿Te
acuerdas de cuando te senté en un promontorio y vi a una
sirena sobre el dorso de un delfín entonando un aria tan
dulce y melodiosa que hasta el rudo océano se
apaciguó al oír su canto, y ciertas estrellas se
lanzaron desatentadas de sus esferas por gozar la música
de la marina doncella? 

PUCK.- Me acuerdo. 

OBERÓN.- En ese mismo tiempo vi
(aunque no lo podías tú) volar entre la fría
luna y la tierra, a Cupido llevando sus armas. Apuntó a
cierta hermosa vestal entronizada hacia el oeste, y lanzó
su saeta de amor con suma destreza, como para atravesar cien mil
corazones; mas se extinguió el inflamado dardo de Cupido
en los húmedos rayos de la casta luna, y la imperial
virgen pasó sin cuidado en solitaria tranquila
meditación. Observé, sin embargo, el sitio donde el
proyectil de Cupido cayó hiriendo una pequeña flor
de occidente, blanca como la leche, y que a causa de la herida de
amor se ha vuelto purpúrea, y a la cual las doncellas
llaman «amor desconsolado?». Tráeme esa flor:
ya en otra ocasión te mostré la planta.
Su jugo, vertido sobre los dormidos párpados, hace
que el hombre o la mujer se enamoren perdidamente de la primera
criatura viva que vea. Tráeme esa yerba, y cuida de
volver aquí antes que Leviatán pueda haber nadado
una legua. 

PUCK.- Daré una vuelta completa
alrededor de la tierra en cuarenta minutos. (Sale
Puck.) 

OBERÓN.- Una vez en posesión
de este jugo, acecharé el momento en que Titania
esté dormida, y verteré el líquido sobre sus
ojos. La primera cosa que mire al despertar, ya sea un
león, un oso, un lobo, un buey, un mico travieso, o un
afanoso orangután, le inspirará un amor
irresistible; y antes de que yo libre sus ojos de este encanto
(como puedo hacerlo por medio de otra yerba), la obligare a que
me entregue su paje. Pero ¿quién viene? Soy
invisible y puedo escuchar su conversación. (Entran
Demetrio y Elena detrás de él.) 

DEMETRIO.- No te amo. Es inútil que
me persigas. ¿Dónde están Lisandro y la
hermosa Hermia? Mataré al uno: la otra me mata a
mí. Me dijiste que se habían refugiado ocultamente
en este bosque, y heme aquí, como un loco, porque no puedo
encontrarme con Hermia. Ea, vete de aquí y no me sigas
más. 

ELENA.- Vos me atraéis, imán
de corazón empedernido; pero no es hierro lo que
atraéis, pues mi corazón es más fino que el
acero. Despojaos de ese poder, y yo no tendré el de
seguiros. 

DEMETRIO.- ¿Acaso os solicito?
¿Os hablo con dulzura? ¿O antes bien, no os digo en
los términos más claros que no os amo ni puedo
amaros? 

ELENA.- Y aun por eso mismo os amo
más. Soy vuestro sabueso; y cuanto más me
golpeéis, Demetrio, más os acariciaré.
Tratadme como a vuestro sabueso; echadme, dadme golpes,
descuidadme, abandonadme: pero permitid tan sólo que, a
pesar de no ser digna de vos, pueda seguiros. ¿Qué
puesto más humilde puedo implorar en vuestro afecto (y sin
embargo lo estimo muy alto) que el de ser tratada como
tratáis a vuestro perro? Tráeme esa flor: ya
en otra ocasión te mostré la planta. Su jugo,
vertido sobre los dormidos párpados, hace que el hombre o
la mujer se enamoren perdidamente de la primera criatura viva que
vea.  Tráeme esa yerba, y cuida de volver aquí
antes que Leviatán pueda haber nadado una
legua. PUCK.- Daré una vuelta completa alrededor de
la tierra en cuarenta minutos. (Sale Puck.) 

OBERÓN.- Una vez en posesión
de este jugo, acecharé el momento en que Titania
esté dormida, y verteré el líquido sobre sus
ojos. La primera cosa que mire al despertar, ya sea un
león, un oso, un lobo, un buey, un mico travieso, o un
afanoso orangután, le inspirará un amor
irresistible; y antes de que yo libre sus ojos de este encanto
(como puedo hacerlo por medio de otra yerba), la obligare a que
me entregue su paje. Pero ¿quién viene? Soy
invisible y puedo escuchar su conversación. (Entran
Demetrio y Elena detrás de él.) 

DEMETRIO.- No te amo. Es inútil que
me persigas. ¿Dónde están Lisandro y la
hermosa Hermia? Mataré al uno: la otra me mata a
mí. Me dijiste que se habían refugiado ocultamente
en este bosque, y heme aquí, como un loco, porque no puedo
encontrarme con Hermia. Ea, vete de aquí y no me sigas
más. 

ELENA.- Vos me atraéis, imán
de corazón empedernido; pero no es hierro lo que
atraéis, pues mi corazón es más fino que el
acero. Despojaos de ese poder, y yo no tendré el de
seguiros.

 DEMETRIO.- ¿Acaso os solicito?
¿Os hablo con dulzura? ¿O antes bien, no os digo en
los términos más claros que no os amo ni puedo
amaros? 

ELENA.- Y aun por eso mismo os amo
más. Soy vuestro sabueso; y cuanto más me
golpeéis, Demetrio, más os acariciaré.
Tratadme como a vuestro sabueso; echadme, dadme golpes,
descuidadme, abandonadme: pero permitid tan sólo que, a
pesar de no ser digna de vos, pueda seguiros. ¿Qué
puesto más humilde puedo implorar en vuestro afecto (y sin
embargo lo estimo muy alto) que el de ser tratada como
tratáis a vuestro perro? 

DEMETRIO.- No tientes demasiado la
aversión de mi alma; porque sólo el verte me llena
de disgusto.

 ELENA.- Y a mí me llena de
disgusto el no mirarte. 

DEMETRIO.- Demasiado acusáis vuestra
modestia abandonando la ciudad, entregándoos en manos de
quien no os ama, sin desconfiar de la oportunidad de la noche ni
del mal consejo de un lugar desierto, mientras
lleváis el tesoro de la virginidad. 

ELENA.- Me sirve de escudo vuestra virtud.
Para mí no es noche cuando veo vuestro rostro, y
así no me parece que estamos en la noche. Ni falta a este
bosque un mundo de sociedad, pues para mí vos solo sois
todo el mundo. ¿Cómo decir, pues, que estoy sola,
si todo el mundo está aquí para
verme? 

DEMETRIO.- Huiré de ti y me
ocultaré en las breñas y te dejaré a merced
de las fieras. 

ELENA.- La más feroz no tiene un
corazón como el vuestro. Huid adonde queráis: se
habrán trocado los papeles de la historia: Apolo huye y
Dafne le da caza: la tórtola persigue al milano: la mansa
cierva se apresura a atrapar al tigre. ¡Inútil prisa
cuando es la cobardía quien persigue y el valor el que
huye! 

DEMETRIO.- No quiero discusiones contigo.
Déjame ir: o si me sigues, ten por seguro que te
haré algún mal en el bosque.

 ELENA.- Sí, en el templo, en
la ciudad, en el campo, me hacéis mal. ¡Qué
vergüenza, Demetrio! Vuestras ofensas tienen escandalizado a
mi sexo. Nosotras no podemos combatir, como podrían los
hombres, por amor. No fuimos hechas
para conquistar sino para ser conquistadas. Te
seguiré, y haciendo de un infierno un cielo, moriré
por la mano que amo tanto. (Salen Demetrio y
Elena.) 

OBERÓN.- Ve con Dios, ninfa. Antes
de que abandone esta espesura, tú huirás de
él y él buscará tu amor. (Vuelve a entrar
Puck.) ¿Traes ahí la flor? Bienvenido,
peregrino. 

PUCK.- Sí: hela
aquí. 

OBERÓN.- Te ruego que me la des.
Conozco un barranco donde crece el tomillo silvestre y se
balancea la violeta junto a las primuláceas, sombreado por
madreselvas, fragantes rosas y lindos escaramujos. Allí
duerme Titania una parte de la noche, arrullada en esas flores
con danzas y regocijos; y allí se despoja la serpiente de
su esmaltada piel, bastante ancha para servir de vestidura a una
hada. Inundaré sus ojos con el jugo de esta
flor, y quedará llena de odiosas fantasías. Toma
tú un poco de este jugo y busca en el bosque. Hay una
dulce niña ateniense que ama a un desdeñoso joven.
Vierte el bálsamo en los de éste; pero hazlo cuando
sea la señora el primer objeto que haya de ver al
despertar. Conocerás al hombre por el traje ateniense de
que está vestido. Haz todo esto con la debida
precaución, a fin de que resulte quedar él
más apasionado de ella, que ésta de aquél. Y
cuida de encontrarme antes del primer canto del
gallo. 

PUCK.- Estad tranquilo, señor.
Vuestro súbdito hará lo que decís.
(Salen.) 

ESCENA III 

Otra parte del bosque (Entra TITANIA
con su séquito)

 TITANIA.- ¡Ea! bailemos y
cantemos, y en seguida, por un tercio de minuto, alejaos: unas a
matar al gusano en los olorosos capullos de las rosas, otras a
hacer guerra a los murciélagos por sus alas barnizadas,
para hacer las ropas de mis pequeños duendes; y algunas a
mantener alejado al búho chillón que se azora a la
vista de nuestros espíritus y turba la noche con sus
gritos. Cantad al son para dormirme; luego cada cual a su faena y
dejadme reposar. 

CANTO 1ª

HADA: Bilingües sierpes manchadas y
erizos, no os dejéis ver. Orvetos y lagartijas a la reina
no toquéis. 

CORO: Los trinos del ruiseñor
Arrullen su sueño en paz, y no la turben
encantos, magias, hechizos, ni mal.

2ª HADA: Las arañas tejedoras
ténganse lejos de aquí, y el oscuro escarabajo y el
empolvado reptil. 

CORO: Los trinos del ruiseñor,
etc. 

1ª HADA: Partamos. Que a nuestra
dueña una sola vele el sueño. (Salen las
hadas. Titania duerme. Entra Oberón.) 

OBERÓN.- Lo que veas al despertar
(Exprime la flor en los párpados de Titania) esto sea tu
verdadero amor. Ama y languidece por ello; ya sea onza, gato,
oso, leopardo, o cerdoso berraco, ha de aparecer a tus ojos
cuando despiertes, como digno de ser amado. Y despierta cuando
esté cerca algún objeto vil. (Sale. Entran
Lisandro y Hermia.) 

LISANDRO.- Amor mío, estáis a
punto de desmayaros a fuerza de peregrinar en el
bosque; y a decir verdad, he perdido el camino. Descansemos,
Hermia, si os parece bien, y aguardemos la luz del
día. 

HERMIA.- Sea, Lisandro. Buscad un lecho
para vos, que yo reclinaré mi cabeza sobre este
banco

LISANDRO.- El mismo hacecillo de yerbas
servirá de almohada a los dos. Un corazón, un
lecho, dos pechos y una fe. 

HERMIA.- No, buen Lisandro, amado
mío. Por amor a mí, yaced a más distancia,
no tan cerca. 

LISANDRO.- ¡Oh! Comprended, vida
mía, el sentido inocente de mis palabras. En los coloquios
de amor, el amor percibe el intento. Quiero decir que mi
corazón está ligado al vuestro, de modo que ambos
sólo pueden ser uno: dos pechos unidos por un mismo
juramento, no son sino dos pechos y una sola fe. No me niegues,
pues, un lecho a tu lado; porque descansando junto a ti,
no sueño en traiciones. 

HERMIA.- Lisandro habla con ingeniosa
agudeza; habría ofendido mi educación y mi orgullo,
si hubiese pensado mal de Lisandro. Pero, por amor y por
cortesía yaced un tanto más lejos,
gentil amigo mío. En la modestia humana
semejante separación es lo que corresponde a un honrado
soltero y a una doncella. Así, alejaos, y buenas noches,
dulce amigo. Nunca se mude tu amor hasta el fin de tu
vida. 

LISANDRO.- Y yo digo, amén,
amén, a esa dulce plegaria. Que mi vida acabe donde
concluya mi lealtad. He aquí mi lecho. Que te brinde el
sueño toda su paz. 

HERMIA.- Con la mitad de ese deseo,
cerraría contenta los párpados. (Duermen. Entra
Puck) 

PUCK.- He recorrido el bosque; pero no he
hallado ateniense alguno en cuyos ojos pueda probar el poder
del jugo de esta flor para suscitar una pasión.
¡Noche y silencio! ¿Quién hay allí?
Lleva vestidos de Atenas. Éste, a lo que dijo mi
señor, es aquel que menosprecia a la virgen ateniense. Y
he aquí a la pobre doncella dormida profundamente sobre la
tierra húmeda y sucia. ¡Pobre paloma! ¡No se
atreve a acostarse junto a ese desalmado y descortés
villa-no! Sobre tus ojos vierto todo el poder de este en-canto;
que cuando despiertes el amor no te deje cerrar los ojos; y
despierta tan luego como me haya ido, pues tengo que volver donde
Oberón. (Sale. Entran Demetrio y Elena, corriendo.) 
ELENA.- Detente, aunque me matas, dulce
Demetrio. 

DEMETRIO.- Te exijo que te alejes y no me
persigas así. 

ELENA.- ¡Oh amado mío!
¿me abandonarías? No, no lo hagas.

 DEMETRIO.- Detente, o te mato; quiero
ir solo. (Sale Demetrio.) 

ELENA.- ¡Ah! Estoy sin aliento por
esta caza de afecto. Cuanto más ardiente mi
súplica, menos merced alcanza. Dichosa Hermia, donde
quiera que se halle, porque tiene ojos bendecidos y seductores.
¿Qué es lo que les da tanto brillo? No las acerbas
lágrimas; que a ser así, mis ojos, que han llorado
más, estarían más brillantes que los suyos.
No, no. Soy fea como un oso; porque las bestias que me encuentran
huyen amedrentadas. No es maravilla que Demetrio, como de un
monstruo, huya de mi presencia. ¿Qué
engañoso y maligno espejo pudo hacerme comparar con los
ojos de Hermia? Pero ¿quién hay aquí?
¡Lisandro! ¡En el suelo! ¿Está muerto o
dormido? Pero no veo sangre, ni herida. ¡Lisandro, buen
caballero, si estáis vivo, despertad! 

LISANDRO.- (Despertando.) ¡Y por tu
dulce amor me arrojaré al fuego! ¡Transparente
Elena! La naturaleza en ti despliega su arte; pues al
través de tu pecho me deja ver tu corazón.
¿En dónde está Demetrio? ¡Oh! ¡Y
cuán bien le estaría morir al filo de mi
espada! 

ELENA.- No digáis eso, Lisandro, no
lo digáis. ¿Qué importa que él ame a
Hermia? ¿Qué? A despecho de él Hermia os
ama. Debéis estar contento. 

LISANDRO.- ¿Contento con Hermia?
¡No! Me arrepiento de los fastidiosos instantes que he
pasado con ella. No a Hermia, a Elena es a quien amo.
¿Quién no cambiaría un cuervo por una
paloma? La voluntad del hombre es guiada por su razón, y
la razón me dice que sois más digna doncella que
Hermia. Nada puede madurar antes de su estación, y yo,
siendo tan joven, no he podido madurar a la razón
sino desde este momento; someto ahora mi voluntad a mi
razón, y ésta me guía hacia vos. Leo en
vuestros ojos amorosas historias como escritas en el más
rico libro del amor. 

ELENA.- ¡Ah! ¿Y he nacido para
sufrir tan cruel mofa? ¿Cuándo he
podido merecer que me despreciéis de este modo?
¿No basta, oh joven, no basta que yo jamás haya
alcanzado, no, ni siquiera pueda alcanzar una mirada afectuosa de
Demetrio, sino que además habéis de escarnecer mi
insuficiencia? En verdad me hacéis agravio; a fe que me lo
hacéis en cortejarme de tan desdeñosa manera. Pero
adiós. Debo confesar que os creía dotado de
más verdadera gentileza. ¡Dios mío!
¡Que una mujer, por ser rechazada por un hombre, tenga que
ser insultada por otro! (Sale.) 

LISANDRO.- No ve a Hermia. ¡Oh,
tú, Hermia, duerme allí y jamás vuelvas a
acercarte a Lisandro! Pues así como el exceso de golosinas
trae al estómago la mayor náusea y fatiga; o como
las herejías que los hombres abandonan, por nadie son tan
odiadas como por los que sufrieron su engaño, así
tú, exceso y herejía mía, sé odiada
más que todo; y aún más por mí que
por otro alguno! ¡Y que todas mis facultades consagren
su poder y su amor a honrar a Elena, y a ser su
caballero! (Sale.) 

HERMIA.- (Levantándose.)
¡Socorro, Lisandro, socorro! ¡Haz cuanto puedas para
arrancar esta serpiente que se arrastra sobre mi pecho!
¡Oh, por piedad! ¡Qué pesadilla he tenido!
¡Mira, Lisandro, cómo todavía tiemblo de
pavor! Soñé que una serpiente me devoraba el
corazón, y que tú, sentado, te reías de su
cruel voracidad. Lisandro, ¡qué! ¡no
está aquí! Lisandro ¡oh Dios! ¿ido?
¿Ni al alcance de la voz? ¿ido? ¿sin una
palabra, sin un signo? ¡Habla, amor de los amores! Habla,
si me escuchas. ¿No? Pues ya veo bien que estás
lejos, fuerza será correr a ti o a la muerte.
(Sale.) 

ACTO III 

ESCENA PRIMERA 

Un bosque (Entran QUINCIO, BOTTOM,
FLAUTO, SNOWT Y STARVELING) 

BOTTOM.- Señores, ¿estamos
reunidos todos? 

QUINCIO.- Sí, sí; y he
aquí un sitio maravillosamente apropiado a nuestro ensayo.
Este pedazo cubierto de verdura será nuestro proscenio:
este matorral de espino blanco, nuestro sitio tras de bastidores;
y accionaremos ni más ni menos que en presencia del
duque. 

BOTTOM.- Pedro Quincio. 

QUINCIO.- ¿Qué dices, bravo
Bottom? 

BOTTOM.- Hay en esta comedia de
«Píramo y Tisbe» cosas que nunca podrán
agradar. En primer lugar, Píramo tiene que sacar su espada
y matarse; cosa que las señoras no podrán soportar.
¿Qué respondéis a esto? 

SNOWT.-Que realmente se morirán de
miedo.

 STARVELING.- Me parece que debemos
omitir eso del matarse, cuando todo esté
concluido. 

BOTTOM.- Nada de eso. Yo he discurrido un
medio de arreglarlo todo. Escribidme un prólogo que
parezca decir que no podemos hacer daño con nuestras
espadas, y que Píramo no está muerto realmente; y
para mayor seguridad, que diga que yo, Píramo, no soy
Píramo, sino Bottom el tejedor. Con esto ya no
tendrán miedo. 

QUINCIO.- Bien: tendremos ese
prólogo, y se escribirá en versos de ocho y seis
sílabas. 

BOTTOM.- No. Añadidle dos más
y que se escriba en versos de ocho y ocho. 

SNOWT.- ¿Y las señoras no
tendrán miedo del león? 

STARVELING.- Mucho lo temo, a fe
mía. 

BOTTOM.- Maestros, debéis
reflexionar en vuestra conciencia que traer -¡Dios nos
asista!- un león entre las señoras, es la cosa
más terrible; porque no hay entre las aves de
rapiña ninguna más temible que un león vivo;
y es necesario en esto andarse con mucho
cuidado. 

SNOWT.- Por lo mismo, se necesita otro
prólogo que diga que él no es un
león. BOTTOM.- No basta. Es necesario que
digáis su nombre, y que se le vea la mitad de la cara por
entre la máscara de león. Y él mismo debe
hablar dentro de ella diciendo esto, o cosa parecida:
«Señoras, o hermosas señoras, quisiera o
desearía o suplicaría que no tuvieseis susto ni
temblaseis; respondo de vuestra vida con la mía. Si os
figuráis que vengo aquí como un león
verdadero, mi vida no valdría un ardite. No, no soy tal
cosa, sino hombre como otros.» Y en tal coyuntura, que diga
su nombre y les haga saber que es Snug el
ensamblador. 

QUINCIO.- Bien; se hará así.
Pero hay dos cosas muy difíciles, a saber: traer la luz de
la luna a una habitación; porque debéis saber que
Píramo y Tisbe se encuentran a la luz de la
luna. SNUG.- Y en la noche de nuestra representación
¿hay luz de luna?

 BOTTOM.- ¡Un calendario, un
calendario! Buscad en el almanaque a ver si hay
luna. 

QUINCIO.- Sí; hay luna esa
noche. 

BOTTOM.- Pues podéis dejar abierta
la ventana de la gran cámara en donde representaremos, y
la luna alumbrará por allí. 

QUINCIO.- Eso es. O bien podrá venir
alguno con un haz de espinos y una linterna, y decir que ha
venido a desfigurar o sea presentar la persona del claro de luna.
Y luego hay otra cosa: hemos de tener un muro en la
cámara; porque Píramo y Tisbe, según dice la
historia, hablaban por una grieta de la pared.

 SNUG.-Será imposible llevar un
muro. ¿Qué os parece, Bottom? 

BOTTOM.- Alguien tendrá que
representar el muro. Que tenga consigo un poco de yeso o de
argamasa o de pedazos de piedra y ladrillo para que signifiquen
pared; o que ponga los dedos así, y por entre las
aberturas podrán hablar Píramo y Tisbe con
toda reserva. 

QUINCIO.- Si puede hacerse así, todo
está bien. ¡Ea! Que cada cual se siente, y ensaye su
papel. Principiad, Píramo. Cuando hayáis dicho
vuestro discurso, entrad en aquel matorral; y así cada
uno, según su papel. (Entra Puck por el
foro.) 

PUCK.- ¿Qué groseros patanes
andan por aquí metiendo ruido tan cerca del lecho de
nuestra hermosa reina? ¡Qué! ¿Tratan de una
representación? Pues seré del auditorio, y
aún haré de actor si veo ocasión para
ello.

QUINCIO.- Hablad, Píramo. Tisbe,
avanzad. 

PÍRAMO.- «Tisbe, las dulces
flores de suave sabor…»  QUINCIO.-Olor,
olor. 

PÍRAMO.-«…de suave
olor.» Así es tu aliento, cara, carísima
Tisbe. ¡Pero oye, una voz! Quédate aquí no
más que un rato, y dentro de poco volveré.
(Sale.) 

PUCK.- (Aparte.) ¡Qué
Píramo tan raro! (Sale.) 

TISBE.- ¿Debo hablar
ahora? 

QUINCIO.- Sí, por cierto; pues
debéis entender que no sale más que a enterarse de
un ruido que oyó, y tiene que volver. 

TISBE.- «Brillantísimo
Píramo, de tinte blanco como el lirio, y del color de la
rosa carmesí en rosal triunfal; tan retozonamente juvenil,
y sin embargo tan adorable; tan digno de confianza como el
más infatigable caballo. Iré encontrarme contigo,
Píramo, en la tumba de Niní.» QUINCIO.-
«Tumba de Nino», ¡hombre! Pero eso no
debéis decirlo todavía. Eso es lo que
respondéis a Píramo. ¡Vos lo decís
todo de una vez! Píramo, entra; entonces volvéis a
hablar. La última frase anterior es: infatigable
caballo. (Vuelven a entrar Puck, y Bottom con una cabeza de
asno.) 

TISBE.- …tan digno de confianza como el
más infatigable caballo.» PÍRAMO.-
«Si yo fuera hermoso, Tisbe, sólo sería
tuyo.»

 QUINCIO.- ¡Oh!
¡Qué cosa tan monstruosa! ¡tan extraña!
Estamos hechizados. ¡Por Dios, maestros, huid!
¡Maestros, socorro! (Salen los payasos.) 

PUCK.- Yo os seguiré, yo os
haré dar vueltas por todos lados al través de
matorrales y malezas, de helechos y de espinos; a veces
seré un caballo, otras un sabueso, un cerdo, un oso sin
cabeza, y algunas veces un fuego fatuo. Y me sentiréis
alternativamente relinchar y ladrar, y gruñir y quemar
como caballo, perro, cerdo, oso y llama. (Sale.)

 BOTTOM.- ¿Por qué
huyen? Esto no es más que una bellaquería de ellos
por asustarme. (Vuelve a entrar Snowt.) 

SNOWT.- ¡Oh Bottom! ¡Qué
mudanza! ¿Qué veo en ti? 

BOTTOM.- ¿Qué ves? Una cabeza
de asno… la tuya ¿no es esto? (Vuelve a entrar
Quincio.) 

QUINCIO.- ¡Dios te ampare, Bottom!
¡Dios te ampare! Estás transformado.
(Sale.) 

BOTTOM. – Ya entiendo su artimaña.
Querrían convertirme en un borrico, y asustarme si
pudieran. Pero, hagan lo que hicieren, no he de moverme de
aquí. Me pasearé de arriba abajo y cantaré
para que me oigan y sepan que no tengo miedo. (Canta.)

 TITANIA.-(Despertando.)
¿Qué ángel me despierta en mi lecho de
flores? Ruégote, gentil mortal, que cantes de nuevo.
Tu melodía ha cautivado mi oído, así como tu
forma ha encantado mi vista. Y la fuerza de tu fascinación
me mueve a la primera mirada, a decirte, a jurarte, que te
amo. 

BOTTOM.- Paréceme, señora,
que tenéis para ello muy poca razón; aunque, a
decir verdad, la razón y el amor se avienen bastante mal
en estos tiempos, y es lástima que algunos buenos vecinos
no los reconcilien. TITANIA.- Eres tan sensato como
hermoso. 

BOTTOM.- Ni lo uno, ni lo otro,
señora; pero si tuviera suficiente seso para salir de este
bosque, no me faltaría el suficiente para aprovecharme de
ello. 

TITANIA.- No, desees ausentarte de este
bosque, pues en él permanecerás, quieras o no. Soy
un espíritu superior a lo vulgar. Todavía la
primavera engalana mis posesiones; y yo te amo. Ven, pues,
conmigo. Te daré hadas que te sirvan, y te traerán
joyas del fondo del mar, y arrullarán con tus cantos
tu sueño cuando te acuestes en un lecho de
flores. Y purificaré tu materia de modo que parezcas un
espíritu también. ¡Flor-de-guisante!
¡Telaraña! ¡Polilla!
¡Grano-de-mostaza! 

1ª HADA.- Presente. 

2ª HADA.- Y yo.

 3ª HADA.- Y yo. 

4ª HADA.- Y yo. 

TITANIA.- Sed bondadosas y atentas con este
caballero: juguetead en sus paseos y triscad a su vista.
Alimentadlo con albaricoques y frambuesas, con uvas moradas,
verdes higos y moras. Sustraed de las humildes abejas las bolsas
de miel; y para servirle de bujías cortad las piernas
cerosas y encendedlas en el fuego de los ojos del gusano de luz,
cuando el amor mío se acueste y se levante. Y tomad las
alas de las pintadas mariposas para defender de los rayos de la
luna sus párpados soñolientos.

¡Duendes! Saludadle y presentadle
vuestros respetos. 

1ª HADA.- Salud ¡oh
mortal! 


HADA.-¡Salud! 

3ª HADA.-
¡Salud! 

4ª HADA.-
¡Salud! 

BOTTOM.- De corazón imploro vuestro
favor. Dignaos decirme vuestro nombre. 

TELARAÑA.-
Telaraña. 

BOTTOM.- Me placerá conoceros
más íntimamente, señor Telaraña. Ya
me aprovecharé de vos si llego a cortarme el dedo.
¿Y cuál es vuestro nombre, honrado
hidalgo? 

FLOR-DE-GUISANTE.-
Flor-de-guisante. 

BOTTOM.- Os ruego saludéis a la
señora calabaza, vuestra madre, y al señor
estuche-de-guisantes, vuestro padre. También
desearía conoceros mejor. ¿Querríais decirme
por bondad vuestro nombre? 

GRANO-DE-MOSTAZA.- Grano de
mostaza. 

BOTTOM.- Mi buen señor: bien conozco
vuestra paciencia. Muchos caballeros de vuestra casa han sido
devorados por el cobarde y gigantesco asado de buey; y os aseguro
que ya antes de ahora vuestra parentela me llenó de
lágrimas los ojos. Deseo más estrecha
relación con vos, señor
Grano-de-mostaza. 

TITANIA.- Venid y servidle. Llevadle a mi
retrete. Paréceme que la luna en su manera de brillar
anuncia sus lágrimas; y cuando éstas caen, cada
florecilla gime llorando alguna forzada castidad. Poned silencio
a la boca de mi amor, y traedlo sin ruido.
(Sale.) 

ESCENA II 

Otra parte del bosque (Entra
OBERÓN) 

OBERÓN.- Quisiera saber si ha
despertado Titania; y en seguida, sobre qué objeto
recayó su primera mirada, como que ha de estar loca por
él. (Entra Puck.) Aquí llega mi mensajero. ¡Y
bien, travieso espíritu! ¿Qué
nocturna nueva prevalece ahora en este misterioso
bosquecillo? PUCK.- Mi ama está enamorada de un
monstruo. Cerca de su recóndito y consagrado retrete,
mientras ella pasaba la lánguida hora
del sueño, una partida de ganapanes, rudos artesanos
que trabajan en las tienduchas de Atenas, se hallaba reunida para
ensayar una representación destinada al día de las
bodas del gran Teseo. El más insustancial de esos
imbéciles, que hacía el papel de Píramo,
abandonó la escena y se metió en un matorral; y yo,
aprovechando esta ocasión, coloqué sobre sus
hombros una cabeza de asno. A la sazón, su Tisbe
tenía que recibir su respuesta; y aquí de mi
sainete. Apenas le vieron sus compañeros, cuando se dieron
a huir en todas direcciones, como una bandada de gansos
silvestres que divisa al cazador agazapado; o como chovas de
patas rojizas que se levantan y caen al estampido del fusil, y
vuelan desatentadas por el cielo. A nuestro impulso, cae el uno y
el otro aquí y allí, y grita que lo asesinan, y
clama por auxilio de Atenas. Así debilitados y extraviados
sus sentidos por el temor, convertidos casi en cosas inertes,
principiaron a sufrir el mal consiguiente. Desgarraban las
espinas y zarzas sus vestidos: quién se hizo girones una
manga, quién pierde el sombrero: en todas partes dejaban
algo. Yo los guié en este desatentado terror, y
dejé allí al amoroso Píramo trasfigurado; y
en ese instante vino a acontecer que despertara Titania y quedara
en el acto locamente enamorada de un borrico. 

OBERÓN.- Mejor ha salido esto que
cuanto yo podía imaginar. Pero ¿has vertido ya el
jugo de la flor en los ojos del ateniense, como te lo
encargué?

 PUCK.- Lo atrapé dormido. Eso
también está despachado. Como la mujer ateniense
estaba a su lado, claro está que cuando él
despierte tendrá que verla. (Entran Demetrio y
Hermia.) 

OBERÓN.- Mantente cerca. Este es el
ateniense. 

PUCK.- La mujer es la misma; pero no el
hombre. 

DEMETRIO.- ¡Oh! ¿por
qué rechazáis a quien os ama
tanto? 

HERMIA.- Ahora no hago más que
reprender; pero podría tratarte con más severidad,
pues recelo que me has dado motivo para maldecirte. Si has
asesinado a Lisandro durante su sueño, llega de una vez
hasta el fondo del crimen, y mátame también. No es
más fiel el sol al día que Lisandro a mí.
¿Habría huido él a ocultas de su Hermia
dormida? Antes creería que se puede abrir en la tierra un
conducto para que la luna pase al través y vaya a
perturbar la marea en los antípodas. No puede ser sino que
tú le has muerto; y en verdad que un asesino
debería tener tu mismo aspecto homicida y
sombrío.

DEMETRIO.- Mejor diríais que tengo
el del moribundo traspasado de dolor; pero vos, que sois mi
asesino, aparecéis tan clara y brillante como ese astro
Venus en su fúlgida esfera. HERMIA.-
¿Qué importa eso a mi Lisandro?
¿Dónde está?… ¡Ah, buen Demetrio!
¿Quieres devolvérmelo? 

DEMETRIO.- Preferiría arrojar su
osamenta a mis perros

HERMIA.- ¡Fuera de aquí,
tigre! ¡Fuera, chacal! Me atormentas más allá
del límite de toda paciencia. ¿Es decir que
tú lo has asesinado? ¡Que jamás se te vuelva
a contar entre los hombres! ¡Oh! Di la verdad, dila
siquiera una vez por piedad. ¿Te atreves a haberlo mirado
despierto, y lo matas cuando yace dormido? ¡Oh
heroísmo! Un gusano, un áspid, ¿no
podrían hacer lo propio? ¡Porque nunca áspid
alguno pudo herir con lengua más pérfida que la
tuya, serpiente! 

DEMETRIO.- Gastáis vuestra
cólera, víctima de un engaño. No soy
culpable de la sangre de Lisandro, ni tengo indicio alguno para
pensar que haya muerto. 

HERMIA.- Pues entonces te suplico me digas
que está bien. 

DEMETRIO.- Y Si pudiera hacerlo
¿qué me valdría? 

HERMIA.- El privilegio de no verme
jamás. Abandono tu presencia con ese voto. No vuelvas a
verme, sea que haya muerto, o no. (Sale.) 

DEMETRIO.- Es inútil seguirla en
este arranque de cólera. Así, me quedaré
aquí por breve rato y buscaré en el sueño
alivio a mi dolor, porque éste se hace doblemente pesado
con el insomnio. (Se acuesta.) 

OBERÓN.- ¿Qué has
hecho? La has errado por completo, vertiendo el jugo amoroso en
los ojos de algún amante verdadero; y por fuerza tu
equivocación hará que se mude un amor sincero, en
vez de mudar uno falso. 

PUCK.- Eso quiere decir que quien impera es
el destino, y que por un hombre verdadero, hay un millón
que faltan a sus juramentos. 

OBERÓN.- Ve por el bosque,
más rápido que el viento y procura encontrar a
Elena de Atenas. Triste y abatida está, pálidas las
mejillas, suspirando de amor, y consumiendo la riqueza de su
sangre juvenil. Valiéndote de cualquiera ilusión
hazla venir. Yo encantaré los ojos de él antes de
que ella haya llegado. 

PUCK.- Voy, voy. Mirad cómo voy
más veloz que la flecha despedida por el arco del
Tártaro. 

OBERÓN.- Flor de color de
púrpura, herida por la saeta de Cupido, penetra en el
globo de sus ojos. Cuando él aceche a su amada, que
aparezca ella resplandeciente como la Venus del firmamento, y
cuando despiertes, implora de ella, si está cercana, el
remedio de tu amor. (Vuelve a entrar Puck.) 

PUCK.- Caudillo, de nuestra hermosa
muchedumbre: Elena está próxima, y
el joven a quien equivoqué le suplica por el
premio de su amor. ¡Cómo hemos de divertirnos con
sus coloquios! ¡Santo Dios, y qué locos son estos
mortales! 

OBERÓN.- Apártate. El ruido
que hacen despertará a Demetrio. 

PUCK.- Entonces habrá dos cortejando
a una, y eso sólo ya es una diversión. No hay
cosa que me guste tanto como lo imprevisto. (Entran Lisandro y
Elena.) 

LISANDRO.- ¿Por qué
pensáis que os solicito por burla? La burla y el sarcasmo
jamás vierten lágrimas, y ved que cuando os
suplico, lloro. Decid si semejante manera de pedir vuestro amor
no lleva en sí la pruebade toda su
verdad. 

ELENA.- Refináis vuestra astucia
más haciendo que la verdad sirva para matar la verdad.
¡Oh combate, infernal y divino a un tiempo! Esos juramentos
pertenecen a Hermia. ¿Queréis abandonarla? Pesad
esos juramentos y otros, y no pesarán nada. Puestos en una
balanza estará en su fiel y ambos no pesarán
más que cualquier mentira. LISANDRO.- No tuve
discernimiento cuando juraba a sus plantas

ELENA.- Ni lo tenéis, a mi juicio,
en abandonarla.

LISANDRO.- Demetrio la ama y no os
ama. 

DEMETRIO.- (Despertando.) ¡Oh Elena!
¡Diosa! ¡Ninfa perfecta y divina! ¿Con
qué podré comparar tus ojos, amor mío? El
cristal parecería lodo. ¡Oh! ¡Qué
tentadores se ostentan tus labios, como cerezas maduras para los
besos! ¡Cuando muestras tu mano, parece oscura la nieve de
Tauro congelada por el viento de Levante! ¡Oh,
déjame besar esta princesa de la casta blancura, este
sello de felicidad! 

ELENA.- ¡Oh despecho! ¡oh
infierno! ¡Veo que estáis conjurados todos contra
mí para vuestro pasatiempo! Si fuerais corteses, no me
haríais este agravio. ¿No basta que me
aborrezcáis, como sé que lo hacéis, sino que
además habéis de unir vuestras almas para burlaros
de mí? Si fuereis hombres, como lo dice vuestra
apariencia, no trataríais así a una dama
inofensiva; cortejando y jurando y ponderando
mis cualidades, cuando sé que me odiáis de
corazón. Ambos sois rivales en amar a Hermia, y ahora lo
sois en escarnecer a Elena: gran hazaña y varonil empresa,
arrancar con vuestras burlas las lágrimas de una pobre
doncella. Ningún hombre que tuviera la menor nobleza
ofendería así a una virgen, atormentando la
paciencia de su pobre alma, para procurarse una
diversión. 

LISANDRO.- Malo sois, Demetrio. No
seáis así. Sabéis que conozco, vuestro amor
a Hermia; y aquí con toda voluntad, con todo
corazón, os cedo mi parte en su amor. Dadme la vuestra en
el de Elena, a quien amo y amaré hasta la
muerte. 

ELENA.- Jamás gastaron tan mal sus
palabras los burlones.

 DEMETRIO.- Lisandro, quédate
con tu Hermia. Si alguna vez la amé, ese amor se ha ido, y
no quiero nada de él. Mi corazón no estuvo con ella
sino como un huésped pasajero, y ahora vuelve a su hogar,
vuelve a Elena para quedarse aquí. 

LISANDRO.- Elena, no es
verdad. 

DEMETRIO.- No desacredites la fe que no
conoces, a menos que la compres caro a costa tuya. Ve ahí
a tu amada que viene: ve ahí a la que adoras. (Entra
Hermia.) 

HERMIA.- ¡Oscura noche, que quitas la
vista a los ojos, y aguzas el oído, dando a éste lo
que quitas a aquellos! Mis ojos no pudieron encontrarte,
Lisandro, pero mi oído me hizo ¿Por qué me
buscas? ¿No basta el que te haya deja-do para que conozcas
el odio que siento por ti? HERMIA.- Habláis lo que no
pensáis. Eso no puede ser. 

ELENA.- ¡Ah! ¡También
ella toma parte en la conspiración! Ahora veo que os
habéis unido los tres para formar este desleal pasatiempo
a despecho mío. ¡Oh tú, Hermia, injuriosa e
ingrata doncella! ¿Has conspirado con éstos,
urdiendo esta maligna burla para ofenderme? ¿Y has
olvidado las cariñosas pláticas, los juramentos
fraternales, las horas que hemos pasado juntas? ¿Lo has
olvidado todo, la amistad de nuestra niñez, la
compañía inocente de nuestra infancia? Siempre
estuvimos unidas, juntas en el mismo asiento, ocupadas en la
misma labor, entonando la misma canción, como si nuestras
mentes, nuestras manos, nuestras voces, hubieran sido una sola.
Así crecimos como un doble fruto gemelo, que parece
partido en dos y sin embargo no se puede separar. Éramos
dos cuerpos con un solo corazón. ¿Y venís a
romper todos estos lazos antiguos, para juntaros a esos hombres y
escarnecer a vuestra amiga? No: esto no es amistad, ni es digno
de una doncella. Nuestro sexo, tanto como yo misma, os
censurará por ello, aunque sea yo sola quien sufra el
agravio. 

HERMIA.- – No comprendo lo que
queréis decir. 

ELENA.- Sí, perseverad: fingid
tristes miradas, y haceos señas cuando vuelvo la espalda:
seguid en esta amable diversión, que, bien sostenida,
será materia de una crónica. Si fueseis capaces de
alguna piedad o gentileza, no me tomaríais por tema de
vuestra irrisión; pero adiós. Yo tengo la culpa, y
pronto la remediaré con la ausencia o con la
muerte. LISANDRO.- Quedaos., gentil Elena, y oíd mi
excusa. ¡Hermosa Elena, amor mío, vida mía,
alma mía! 

ELENA.- ¡Oh!
Excelente. 

HERMIA.- Amigo mío, no la
burléis así. 

DEMETRIO.-Sino lo alcanzas rogando, yo le
forzaré a ello. 

LISANDRO.- No puedes compeler tú
más que rogar ella, y tus amenazas no tienen más
fuerza que sus débiles súplicas. Elena, yo te amo,
te lo juro por mi vida, y probaré aun a costa de perderte
a quien negare la verdad de mi amor, que es un hombre
falso. DEMETRIO.- Digo que te amo más que lo que
él pudiera amarte. LISANDRO.- Si tal dices,
retírate y vamos a probarlo. 

DEMETRIO.- Al instante.
Ven. 

HERMIA.- Lisandro ¿a qué
conduce todo esto? 

LISANDRO.- ¡Fuera!
¡Etíope! 

DEMETRIO.- No, no señor. Habla como
si la acción fuera a seguir a la palabra; pero no se
mueve. Eres un cobarde, ¡bah! 

LISANDRO.- Márchate de aquí,
cuidado, cosa vil, ¡afuera! O te sacudiré y te
arrojaré lejos de mí como a una
culebra. 

HERMIA.- ¿Por qué os
habéis vuelto tan rudo? ¿Qué cambio es
éste, amor mío? 

LISANDRO.- ¿Amor tuyo? Vete, vete,
maldita pócima, remedio detestado.
¡Vete! HERMIA.- ¿Os estáis
chanceando? 

ELENA.- Sí, a fe mía, lo
mismo que vos.

 LISANDRO.- Demetrio, te
cumpliré mi promesa. 

DEMETRIO.- Me alegraría de tener
alguna prenda de ello; pues no confío en tu
palabra.

 LISANDRO.- ¡Qué!
¿tendría que darle golpes, lastimarla, maltratarla?
Por más que la aborrezca no le haría tal
daño. 

HERMIA.- ¡Pues qué!
¿Podríais hacerme un daño mayor que
aborrecerme? ¡Aborrecerme! ¿Y por qué?
¡Desgraciada de mí! ¿Qué ha pasado,
amor mío? ¿No soy Hermia? ¿No eres tú
Lisandro? Tan hermosa soy ahora como la noche en que me amaste,
como la noche en que me dejaste. No quieran los dioses que hables
de veras.

LISANDRO.- ¡Sí, por mi alma! y
quisiera no haber vuelto a verte jamás. Así, pues,
no tengas esperanza ni duda: no es una chanza: nada hay tan
verdadero y cierto como el odio que siento hacia ti.

 HERMIA.- ¡Desgraciada de
mí! ¡Oh tú, impostora, ladrona de amor!
¿Has venido de noche para robarme el corazón de
ése a quien amo? 

ELENA.- A fe mía, que os sientan
bien estas palabras: ¿no tienes ya modestia ni rubor, y se
desvaneció la menor sombra de delicadeza? ¿Quieres
arrancar por ventura de mi lengua prudente airadas voces?
¡Estás haciendo una comedia, tú,
muñeca! 

HERMIA.- ¿Por qué
muñeca? ¡Ah! Ya veo la traza. Ahora caigo en que
habrá comparado nuestras estaturas, decantó la
suya, y con sus ventajas, ha prevalecido sobre él.
¿Y habéis crecido tanto en su afecto por ser yo tan
pequeña y baja? ¿Muy baja soy, asta de bandera
pintarrajeada? ¡Habla! ¿Muy baja soy? ¡Pues no
lo soy tanto que no puedan mis uñas llegar hasta tus
ojos! 

ELENA.- Os ruego, señores, aunque os
burléis de mí, que no la dejéis hacerme
daño. No es mi costumbre echar maldiciones, ni aptitud
para el mal; sino que a fuer de doncella soy temerosa. No
dejéis que me maltrate. Quizá os parece que por ser
ella algo menor de estatura que yo, podré luchar con
ella. 

HERMIA.- ¡La estatura! ¡Otra
vez la estatura! 

ELENA.- Buena Hermia, no os airéis
contra mí. Yo siempre os tuve afecto y seguí en
todo vuestro consejo, y nunca os hice mal alguno, a no ser
que, por amor a Demetrio, le dije de vuestra fuga a este bosque.
Él os siguió, y yo le seguí por amor, pero
él me echó de aquí y me amenazó con
darme golpes y aun con matarme. Ahora sólo deseo que me
dejéis volver en paz a Atenas y no me sigáis
más. Dejadme ir. Ya veis cuan simple y afectuosa
soy. 

HERMIA.- Pues marchaos. ¿Quien os lo
estorba?

 ELENA. – Un corazón
desatentado que dejo tras de mí. 

HERMIA.- ¡Con quién!
¿Con Lisandro? 

ELENA.- Con Demetrio. 

LISANDRO.- No temas, Elena. No te
hará ningún mal.

 ELENA.- ¡Oh! Cuando se enfurece
es maligna y astuta. Cuando iba a la escuela era una
víbora, y aunque pequeña, es de índole
fiera.

 HERMIA.- ¿Otra vez
pequeña? ¿Siempre baja y pequeña?
¿Por qué permitís que me ultraje así?
Dejadme que me entienda con ella. 

LISANDRO.-¡Vete, enana, avalorio,
puñado de mala paja! 

DEMETRIO.- Sois demasiado comedido y
solícito en favor de la que desdeña vuestros
servicios. Dejadla sola: no habléis de Elena, ni
toméis su defensa. Si intentáis mostrar hacia ella
la menor familiaridad, responderéis de
ello. 

LISANDRO.- Ahora no tiene imperio sobre
mí. Sígueme, si te atreves, y probemos quién
de los dos tiene mejor derecho para pretender a
Elena. DEMETRIO.- ¿Seguirte? No, sino a tu lado.
(Salen Lisandro y Demetrio.) 

HERMIA.- Señora mía: toda
esta querella es obra vuestra. No, no os
vayáis. 

ELENA.- No confío en vos, no. Ni
permaneceré más tiempo en vuestra maldita
compañía. Mis manos no están, como las
vuestras, acostumbradas a las contiendas, y así huyo y me
salvo. (Sale.) 

HERMIA.- Estoy azorada y no se que decir.
(Sale persiguiendo a Elena.)

 OBERÓN.- Esto es fruto de tu
negligencia. Tu incurriste en esa equivocación, o hiciste
eso por bellaquería. 

PUCK.- Creedme, rey de las sombras, que me
equivoqué. ¿No me dijisteis que reconocería
al hombre por su traje ateniense? Y para probar la
inocencia de mi conducta, basta ver que he puesto el jugo de la
flor en los ojos de un ateniense; aunque es verdad que me alegra
y divierte el ver la confusión y enredo que de ello ha
venido a resultar. 

OBERÓN.- Ya ves cómo estos
enamorados buscan un sitio donde combatir. Ocúltate entre
las sombras de la noche, extiende la niebla sobre su estrellado
velo, hasta que sea oscuro como Aqueronte y guía de tal
manera a estos rivales tan lejos el uno del otro, que no se
puedan encontrar.

Unas veces imitando la voz de Lisandro,
excitarás a Demetrio con graves insultos; y otras
harás lo mismo imitando la voz de Demetrio; y así
llevarás a uno y otro hasta que caigan rendidos de
cansancio y se hundan en el sueño, remedo de la
muerte. Exprime entonces en los ojos de Lisandro el jugo de esta
yerba, que tiene la virtud de disipar toda ilusión, Cuando
despierten, todo lo que ha pasado les parecerá un
sueño, y volverán los amantes a Atenas unidos hasta
la muerte. Mientras tú te ocupas en esta misión, yo
iré en busca de mi reina y le suplicaré que me
entregue al muchacho; y entonces desbarataré el encanto de
sus ojos y haré que todas las cosas le parezcan tales como
son en realidad. 

PUCK.- Aéreo señor
mío: es necesario hacer esto aprisa, porque ya asoman las
luces crepusculares que animan la aurora, y empiezan a
desgarrarse los velos de la noche. Los fantasmas se apresuran en
tropel aganar su albergue en los cementerios: todos ellos
son espíritus condenados que tienen su sepultura en los
sitios extraviados e inundados, y temen que la luz del día
alumbre su vergüenza. 

OBERÓN.- Pero nosotros somos
espíritus de otra clase. Mil veces he jugueteado con la
amorosa aurora y visitado los bosquecillos hasta que las puertas
del Oriente radiantes de luz, se han abierto sobre el
océano bañando de oro sus verdes aguas salobres. No
obstante, apresúrate, y deja esta faena terminada antes de
rayar el día. (Sale.) 

PUCK.- Arriba y abajo, arriba y abajo los
he de conducir, de un lado para otro. Me temen en el campo y en
la ciudad. Goblin, llévalos arriba y abajo. Aquí
viene uno. (Entra Lisandro.) 

LISANDRO.- ¿Dónde
estás, orgulloso Demetrio? 

PUCK.- ¡Aquí villano! con el
acero desnudo y pronto. LISANDRO.- Al instante estoy
contigo. PUCK.-Sígueme a mejor terreno. (Sale
Lisandro como siguiendo la voz. Entra Demetrio.) 

DEMETRIO.- ¡Lisandro, habla otra vez!
¡Fugitivo! ¡Cobarde! ¿Adónde has huido?
¿Has ido a esconder tu cabeza en algún
matorral?

PUCK.- ¡Cobarde! ¿Dices tus
baladronadas a las estrellas, y cuentas a las malezas que quieres
batirte, y, sin embargo, no vienes? Ven, bribón: ven, que
como a un niño te he de azotar con un bejuco. El
que desnude una espada para ti se deshonra. 

DEMETRIO.- ¿Estás
ahí? PUCK.- Sigue mi voz y llegaremos adonde se
pueda probar el valor. (Salen. Vuelve a entrar
Lisandro.) 

LISANDRO.- Él va por delante y
todavía me provoca. Cuando acudo al punto de donde me
llama, ya no está allí. El villano es mucho
más ligero de pies que yo, y cuanto más aprisa le
seguía, más pronto se alejaba. Así he venido
a dar en un sendero desigual y oscuro, y voy a descansar
aquí. ¡Ven, oh grata luz del día! (Se
acuesta.) Con los primeros rayos de tu pálido fulgor,
descubriré a Demetrio y satisfaré mi venganza. (Se
duerme. Vuelven a entrar Puck y Demetrio.) 

PUCK.- ¡Oh, oh, oh! ¿Por
qué no vienes, cobarde? 

DEMETRIO.- Ven, si te atreves; pues no
haces más que huir de sitio en sitio, y no osas aguardarme
a pie firme y mirarme de frente. ¿Dónde
estás? PUCK.- Ven hacia aquí: aquí
estoy. 

DEMETRIO.- No me dejaré burlar una
vez más. Caro lo has de pagar si alguna vez alcanzo a
verte a la luz del día. Ahora ve donde quieras. Ya la
fatiga me fuerza a reclinarme aquí y esperar la
luz del día. (Se acuesta y duerme. Entra
Elena.) 

ELENA.- ¡Oh penosa noche!
¡Noche larga y fastidiosa! Acorta tus horas y deja brillar
el consuelo en la luz del oriente, para que pueda yo volver a
Atenas con el alba, separándome de la vecindad los que
aborrecen mi pobre compañía!
¡Oh sueño! ¡Tú que algunas veces
cierras de pesar los ojos, haz que por unos momentos me libre yo
de mi propia compañía! (Duerme.) 

PUCK.- ¿No más que tres
todavía? Dos de cada clase hacen cuatro. Aquí viene
otra, triste y colérica. Cupido es un muchacho bien
travieso, cuando así hace enloquecer a las pobres
mujeres.

(Entra Hermia.) 

HERMIA.- ¡Ah! nunca he estado tan
cansada ni tan triste; empapada de rocío, desgarrada por
los espinos, ya no puedo arrastrarme más lejos, y mis pies
se niegan a mi deseo. Aquí me quedaré hasta que
llegue el día. ¡Que los cielos guarden a Lisandro si
ha de haber un duelo! (Se acuesta.) 

PUCK.- Gentil enamorado, duerme
profundamente en el suelo, mientras aplico a tus ojos este
remedio. (Vierte el jugo en los ojos de Lisandro.)
Cuando despiertes te deleitarás en la vista de la que
primero amaste y quedará justificado el refrán que
dice «que cada cual debe tomar lo suyo», y nada
saldrá al revés. El amante recobrará su
pareja y todo quedará en paz. (Sale Puck. Demetrio, Elena,
etc., duermen.) 

ACTO IV

 ESCENA PRIMERA 

La misma decoración (Entran
TITANIA y BOTTOM, y hadas que les sirven. Tras de ellos
OBERÓN sin ser visto) 

TITANIA.- Hechizo mío, ven,
siéntate sobre este florido lecho, mientras yo acaricio
tus adorables mejillas, y pongo rosas perfumadas en tu suave
cabeza y beso tus largas y hermosas orejas, gentil deleite
mío. 

BOTTOM.- ¿Dónde está
Flor-de-guisante? 

FLOR-DE-GUISANTE.-
Presente. 

BOTTOM.- Ráscame la cabeza,
Flor-de-guisante. ¿Dónde está el
señor Telaraña? 

TELARAÑA.-
Presente. 

BOTTOM.-Señor Telaraña, mi
buen señor; tomad vuestras armas, y matad una abeja rosada
en la cima de un espino: y traedme el saco de miel. Cuidad de no
fatigaros mucho y sobre todo que no se rompa la bolsa.
Sentiría, señor, veros bañado del viscoso
líquido. ¿Dónde está el señor
Grano-de-mostaza? 

GRANO-DE-MOSTAZA.-
Presente. 

BOTTOM.-Venga esa mano, señor
Grano-de-mostaza. Dejad, os ruego, toda
cortesía.

 GRANO-DE-MOSTAZA.- ¿Qué
deseáis? 

BOTTOM.- Nada, buen señor, sino que
ayudéis al caballero Telaraña a rascar. Necesito al
barbero, señor, porque pienso que tengo la cara
asombrosamente velluda, y soy un asno de tan delicada
condición, que si un solo pelo me hace cosquillas, por
necesidad tengo que rascarme. 

TITANIA.- ¿Querrías
oír un poco de música, dulce amor
mío? 

BOTTOM.- No tengo muy mal oído para
la música. Venga el triángulo y el
martillo.

 TITANIA.- O dime, alma mía, lo
que quisieras comer. 

BOTTOM.- En verdad, un celemín de
heno y cebada. Comería a dos carrillos de vuestra avena
seca. Paréceme que me apetece mucho una ración de
he-no: no hay nada comparable al buen heno, al heno
fresco. 

TITANIA.- Tengo una hada muy audaz, que
irá a la madriguera de las ardillas, y te traeré
las nueces frescas. 

BOTTOM.- Preferiría un puñado
o dos de habas secas. Pero os ruego que ninguno de vuestro
séquito me moleste: porque principio a tener un poco
de sueño. 

TITANIA.- Duerme y yo te estrecharé
en mis brazos. Hadas, salid y alejaos en todas direcciones.
Así la enredadera, la madreselva, la dulce yedra se
enlazan al áspero tronco del olmo. ¡Oh!
¡Cuánto te amo y cómo me deleito en ti!
(Duermen. Oberón se adelanta. Entra
Puck.) 

OBERÓN.- Bienvenido, buen Robin.
¿Ves este lindo cuadro? Ya empiezo a compadecer su loco
amor; porque no ha mucho, habiéndola encontrado tras del
bosque, buscando golosinas para este odioso imbécil, la
reconvine y tuve con ella un altercado; porque había
rodeado con frescas y fragantes flores sus peludas sienes; y ese
mismo rocío, que en el cáliz de los botones
parecía redondearse en perlas de Oriente, se mostraba
ahora como lágrimas con que las florecillas lloraban su
afrenta. Cuando la hube reprendido a mi gusto ella con humilde
acento imploró mi paciencia, le pedí que cediera
al niño huérfano, lo cual hizo
inmediatamente y lo envió con una de sus hadas para que lo
condujera a mi mansión. Ahora que tengo al muchacho,
corregiré el odioso error de sus ojos. Quita tú de
la cabeza de este estúpido ateniense el disfraz que le
transforma; de manera que cuando despierte junto con los
demás, puedan regresar todos a Atenas, pensando que el
accidente de esta noche no ha sido más que una cruel
pesadilla. Pero antes, libertaré a mi amada reina.
(Tocando con una yerba los ojos de Titania.) Sé lo que
debes ser, y ve como debes mirar.

El capullo de Diana tiene este feliz poder
sobre la flor de Cupido. Y ahora, Titania mía, despierta;
despierta, mi dulce reina. 

TITANIA.- ¡Oberón mío!
¡Qué visiones he tenido en mi sueño! Pienso
que estaba enamorada de un asno. 

OBERÓN.- Allí yace tu
amor. 

TITANIA.- ¿Cómo ha podido
suceder esto? ¡Oh! ¡Y cómo mis ojos detestan
ahora su figura! OBERÓN.- ¡Silencio, por un
momento! Robin, quítale esa cabeza postiza. Titania, haz
oír un poco de música, y que los sentidos de estos
cinco se sumerjan en un sueño más profundo que de
ordinario. 

TITANIA.- ¡Música!
¡Música que acaricie el
sueño! 

PUCK.- Cuando despiertes, vuelve a ver con
tus propios ojos de necio. 

OBERÓN.- Suene la música. (Se
oye música suave.) Ven, reina mía, toma mi mano, y
hagamos retemblar la tierra en que duermen éstos. Ya
estamos tú y yo reconciliados de nuevo, y mañana a
media noche bailaremos solemnemente en la casa del duque Teseo y
con nuestras bendiciones se llenará de felices hijos.
Allí serán desposadas las dos parejas de amantes,
al mismo tiempo que Teseo, con general regocijo.

PUCK.- Rey de las hadas, advierte que ya
despunta la mañana. 

OBERÓN.- Pues entonces, reina
mía, vamos en pos de la sombra; que nosotras podemos
recorrer el mundo más rápidamente que la peregrina
luna.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter