Ejecución de José Ignacio Sáenz de la Barra (El otoño del patriarca de Gabriel García Marquéz)
- Información
de los buenos patriotas de la patria - Este armatoste del
progreso dentro del orden empieza a olerme a mortecina
encerrada - Lo volvía a
dejar en las tinieblas de aquella casa de
nadie - Acuérdense
- Me
pedían - Y en cambio
ahora - Ya no soy
más que un monicongo - Siempre
había alguien antes que él - Un recurso
ilícito para radio y
televisión - Una
inspiración divina para conjurar la incertidumbre del
pueblo - Como fue
elaborado - Sus designios
imprevisibles - Una
insurrección armada - Desarrollo de la
insurrección - El miedo a la
muerte - Todavía me
queda el pueblo - Ejecución
de José Ignacio Sáenz de la
Barra - El castigo de las
muchedumbres - Celebración
del triunfo - Fuente
Gabriel José de la Concordia García
Márquez (1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.
Información de
los buenos patriotas de la patria
pero usted puede dormir tranquilo mi general pues
los buenos patriotas de la patria dicen que usted no sabe
nada,que todo esto sucede sin su
consentimiento,que si mi general lo supiera habría mandado a
Sáenz de la Barra a empujar margaritas en el
cementerio de renegados de la fortaleza del
puerto,que cada vez que se enteraban de un nuevo acto de
barbarie suspiraban para adentro si el general lo
supiera,si pudiéramos hacérselo saber, si
hubiera una manera de verlo,y él le ordenó a quien se lo
había contado que no olvidara nunca que de verdad yo
no sé nada, ni he visto nada,ni he hablado de estas cosas con nadie, y así
recobraba el sosiego,
Este armatoste del
progreso dentro del orden empieza a olerme a mortecina
encerrada
pero seguían llegando tantos talegos de
cabezas cortadas que no le parecía concebible que
José Ignacio Sáenz de la Barrase embarrara de sangre hasta la tonsura sin
ningún beneficio porque la gente es pendeja pero no
tanto,ni le parecía razonable que pasaron
años enteros sin que los comandantes de las tres armas
protestaran por su condición subalterna,ni pedían aumento de sueldo, nada, de modo
que él había echado sondas por separado para
tratar de establecer las causas de la conformidad
militar,quería averiguar por qué no trataban
de rebelarse, por qué aceptaban la potestad de un
civil,y les había preguntado a los más
codiciosos si no pensaban que ya era tiempo de cortarle la
cresta al advenedizo sanguinarioque estaba salpicando los méritos de las
fuerzas armadas, pero le habían contestado que por
supuesto que no mi general, no es para tanto,y desde entonces ya no sé quién es
quién, ni quién está con quién ni
contra quién en este armatoste del progreso dentro del
ordenque empieza a olerme a mortecina encerrada como
aquella que ni quiero acordarme de aquellos pobres
niños de la lotería,
Lo volvía a
dejar en las tinieblas de aquella casa de nadie
pero José Ignacio Sáenz de la Barra le
aplacaba los ímpetus con su dulce dominio de domador
de perros cimarrones,duerma tranquilo general, le decía, el mundo
es suyo, le hacía creer que todo era tan simple y tan
claroque lo volvía a dejar en las tinieblas de
aquella casa de nadie que recorría de un extremo al
otropreguntándose a grandes voces quién
carajo soy yo que me siento como si me hubieran volteado al
revés la luz de los espejos,dónde carajo estoy que van a ser las once de
la mañana y no hay una gallina ni por casualidad en
este desierto,
Acuérdense
acuérdense cómo era antes, clamaba,
acuérdense del despelote de los leprosos y los
paralíticos que se peleaban la comida con los
perros,acuérdense de aquel resbaladero de mierda de
animales en las escaleras y aquel despiporre de
patriotasque no me dejaban caminar con la conduerma de que
écheme en el cuerpo la sal de la salud mi
general,
Me
pedían
que me bautice al muchacho a ver si se le quita la
diarrea porque decían que mi imposición
tenía virtudes preventivas más eficaces que el
plátano verde,que me ponga la mano aquí a ver si se me
aquietan las palpitaciones que ya no tengo ánimos para
vivir con este eterno temblor de tierra,que fijara la vista en el mar mi general para que se
devuelvan los huracanes,que la levante hacia el cielo para que se
arrepientan los eclipses,que la baje hacia la tierra para espantar a la
pesteporque decían que yo era el benemérito
que le infundía respeto a la naturalezay enderezaba el orden del universo y le había
bajado los humos a la Divina Providencia,y yo les daba lo que me pedían y les compraba
todo lo que me vendieranno porque fuera débil de corazón
según decía su madre Bendición
Alvaradosino porque se necesitaba tener un hígado de
hierro para mezquinarle un favor a quien le cantaba sus
méritos,
Y en cambio
ahora
y en cambio ahora no había nadie que le
pidiera nada, nadie que le dijera al menos buenos días
mi general, cómo pasó la noche,no tenía siquiera el consuelo de aquellas
explosiones nocturnas que lo despertaban con una granizada de
vidrio de ventanasy desnivelaban los quicios y sembraban el
pánico en la tropapero le servían por lo menos para sentir que
estaba vivo y no en este silencio que me zumba dentro de la
cabeza y me despierta con su estrépito,
Ya no soy más
que un monicongo
ya no soy más que un monicongo pintado en la
pared de esta casa de espantosdonde le era imposible impartir una orden que no
estuviera cumplida desde antes,encontraba satisfechos sus deseos más
íntimos en el periódico oficial que
seguía leyendo en la hamacaa la hora de la siesta desde la primera
página hasta la última inclusive los anuncios
de propaganda,no había un impulso de su aliento ni un
designio de su voluntad que no apareciera impreso en letras
grandes con la fotografía:del puente que él no mandó a construir
por olvido,la fundación de la escuela para
enseñar a barrer,la vaca de leche y el árbol de pan con un
retrato suyo de otras cintas inaugurales de los tiempos de
gloria,
Siempre había
alguien antes que él
y sin embargo no encontraba el sosiego, arrastraba
sus grandes patas de elefante senil buscando algo que no se
le había perdido en su casa de soledad,encontraba que alguien antes que él
había tapado las jaulas con trapos de luto,alguien había contemplado el mar desde las
ventanas y había contado las vacas antes que
él, todo estaba completo y en orden,
Un recurso
ilícito para radio y televisión
regresaba al dormitorio con el candil cuando
reconoció su propia voz ampliada en el retén de
la guardia presidencialy se asomó por la ventana entreabierta y vio
un grupo de oficiales adormilados en el cuarto lleno de
humofrente al resplandor triste de la pantalla de
televisión, y en la pantalla estaba él,
más delgado y tenso, pero era yo, madre,sentado en la oficina donde había de morir
con el escudo de la patria en el fondo y los tres pares de
espejuelos de oro en la mesa,y estaba diciendo de memoria un análisis de
las cuentas de la nación con palabras de sabio que
él nunca se hubiera atrevido a repetir,
carajo,era una visión más inquietante que la
de su propio cuerpo muerto entre las floresporque ahora estaba viéndose vivo y
oyéndose hablar con su propia voz, yo mismo,
madre,yo que nunca había podido soportar la
vergüenza de asomarse a un balcón ni había
logrado vencer el pudor de hablar en
público,y ahí estaba, tan verídico y mortal
que permaneció perplejo en la ventana pensando madre
mía Bendición Alvarado cómo es posible
este misterio,
Una
inspiración divina para conjurar la incertidumbre del
pueblo
pero José Ignacio Sáenz de la Barra se
mantuvo impasible ante una de las pocas explosiones de
cólera que él se permitió en los
años sin cuento de su régimen,no es para tanto general, le dijo con su
énfasis más dulce, tuvimos que acudir a este
recurso ilícito para preservar del naufragio a la nave
del progreso dentro del orden,fue una inspiración divina, general, gracias
a ella habíamos logrado conjurar la incertidumbre del
puebloen un poder de carne y hueso que el último
miércoles de cada mes rendía un informe sedante
de su gestión de gobierno a través de la radio
y la televisión del estado,
Como fue
elaborado
yo asumo la responsabilidad, general, yo puse
aquí este florero con seis micrófonos en forma
de girasoles que registraban su pensamiento de viva
voz,era yo quien hacía las preguntas que
él contestaba en la audiencia de los
viernessin sospechar que sus respuestas inocentes eran los
fragmentos del discurso mensual dirigido a la
nación,pues nunca había utilizado una imagen que no
fuera suya ni una palabra que él no hubiera
dichocomo usted mismo podrá comprobarlo con estos
discos que Sáenz de la Barra le puso sobre el
escritoriojunto con estas películas y esta carta de mi
puño y letra que firmo en presencia suya general para
que usted disponga de mi suerte como a bien tenga,
Sus designios
imprevisibles
y él lo miró desconcertado porque de
pronto cayó en la cuenta de que Sáenz de la
Barra estaba por primera vez sin el perro, inerme,
pálido, y entonces suspiró,está bien, Nacho, cumpla con su deber, dijo,
con un aire de infinita fatiga,echado hacia atrás en la poltrona de resortes
y la mirada fija en los ojos delatores de los retratos de los
próceres,más viejo que nunca, más
lúgubre y triste, pero con la misma expresión
de designios imprevisibles
Una
insurrección armada
que Sáenz de la Barra había de
reconocer dos semanas más tarde cuando volvió a
entrar en la oficina sin audiencia previacasi arrastrando el perro por la trailla y con la
novedad urgente de una insurrección armada que
sólo una intervención suya podía
impedir, general,y él descubrió por fin la grieta
imperceptible que había estado buscando durante tantos
años en el muro de obsidiana de la
fascinación,madre mía Bendición Alvarado de mi
desquite, se dijo, este pobre cabrón se está
cagando de miedo,pero no hizo un solo gesto que permitiera vislumbrar
sus intenciones sino que envolvió a Sáenz de la
Barra en un aura maternal,no se preocupe Nacho, suspiró, nos queda
mucho tiempo para pensar sin que nadie nos estorbedónde carajo estaba la verdad en aquel
tremedal de verdades contradictorias que parecían
menos ciertas que si fueran mentira,
Desarrollo de la
insurrección
mientras Sáenz de la Barra comprobaba en el
reloj de leontina que iban a ser las siete de la noche,
general,los comandantes de las tres armas estaban terminando
de comer en sus casas respectivas, con la mujer y los
niños,para que ni siquiera ellos pudieran sospechar sus
propósitos,saldrán vestidos de civil sin escolta por la
puerta del serviciodonde los espera un automóvil público
solicitado por teléfono para burlar la vigilancia de
nuestros hombres,no verán ninguno, por supuesto, aunque
ahí están, general, son los choferes, pero
él dijo ajá,sonrió, no se preocupe tanto, Nacho,
explíqueme más bien cómo hemos vivido
hasta ahora con el pellejo puestosi según sus cuentas de cabezas cortadas
hemos tenido más enemigos que soldados,pero Sáenz de la Barra estaba sostenido
apenas por el latido minúsculo de su reloj de
leontina, faltaban menos de tres horas, general,el comandante de las fuerzas de tierra se
dirigía en aquel momento hacia el cuartel del
Conde,el comandante de las fuerzas navales hacia la
fortaleza del puerto,el comandante de las fuerzas del aire hacia la base
de San Jerónimo,todavía era posible arrestarlos porque una
camioneta de la seguridad del estado cargada de legumbres los
perseguía a corta distancia,pero él no se inmutaba, sentía que la
ansiedad creciente de Sáenz de la Barra lo liberaba
del castigo de una servidumbreque había sido más implacable que su
apetito de poder, esté tranquilo, Nacho,
decía,explíqueme más bien por qué no
ha comprado una mansión tan grande como un buque de
vapor,por qué trabaja como un mulo si no le importa
la plata,por qué vive como un recluta si a las mujeres
más estrechas se les aflojan las costuras por meterse
en su dormitorio,usted parece más cura que los curas,
Nacho,
El miedo a la
muerte
pero Sáenz de la Barra se sofocaba empapado
por un sudor de hielo que no lograba disimular con su
dignidad incólume en el horno crematorio de la
oficina,eran las once, ya es demasiado tarde,
dijo,una señal en clave empezaba a circular a esa
hora por los alambres del telégrafo hacia las
distintas guarniciones del país,los comandantes rebeldes se estaban colgando las
condecoraciones en el uniforme de parada para el retrato
oficial de la nueva junta de gobiernomientras sus ayudantes transmitían las
últimas órdenes de una guerra sin
enemigoscuyas únicas batallas se reducían a
controlar las centrales de comunicación y los
servicios públicos,pero él ni siquiera parpadeó ante el
palpito anhelante de Lord Kóchel que se había
incorporado con un hilo de baba que parecía una
lágrima interminable, no se asuste, Nacho,explíqueme más bien por qué le
tiene tanto miedo a la muerte,y José Ignacio Sáenz de la Barra se
quitó de un tirón el cuello de celuloide
desacartonado por el sudory su rostro de barítono se quedó sin
alma, es natural, replicó,el miedo a la muerte es el rescoldo de la felicidad,
por eso usted no lo siente, general,y se puso de pie contando por puro hábito las
campanadas de la catedral,
Todavía me
queda el pueblo
son las doce, dijo, ya no le queda nadie en el
mundo, general, yo era el último,pero él no se movió en la poltrona
mientras no percibió el trueno subterráneo de
los tanques de guerra en la Plaza de Armas,y entonces sonrió, no se equivoque, Nacho,
todavía me queda el pueblo, dijo,
Ejecución de
José Ignacio Sáenz de la Barra
el pobre pueblo de siempre que antes del amanecer se
echó a la calle instigado por el anciano
imprevistoque a través de la radio y la
televisión del estado se dirigió a todos los
patriotas de la patriasin discriminaciones de ninguna índole y con
la más viva emoción históricapara anunciar que los comandantes de las tres armas
inspirados por los ideales inmutables del
régimen,bajo mi dirección personal e interpretando
como siempre la voluntad del pueblo soberanohabían puesto término en esta
medianoche gloriosa al aparato de terror de un civil
sanguinario
El castigo de las
muchedumbres
que había sido castigado por la justicia
ciega de las muchedumbres,pues ahí estaba José Ignacio
Sáenz de la Barra, macerado a golpes, colgado de los
tobillos en un farol de la Plaza de Armas y con sus propios
órganos genitales metidos en la boca,tal como lo había previsto mi general cuando
nos ordenó bloquear las calles de las embajadas para
impedirle el derecho de asilo,el pueblo lo había cazado a piedras, mi
general, pero antes tuvimos que acribillar al perro carnicero
que se sorbió la tripamenta de cuatro
civilesy nos dejó siete soldados mal heridos cuando
el pueblo había asaltado sus oficinas de
viviry tiraron por las ventanas más de doscientos
chalecos de brocado todavía con la etiqueta de
fábrica,tiraron como tres mil pares de botines italianos sin
estrenar,tres mil mi general, que en eso se gastaba la plata
del gobierno,y no sé cuántas cajas de gardenias de
solapa y todos los discos de Bruckner con sus respectivas
partituras de dirección anotadas de su puño y
letra,y además sacaron a los presos de los
sótanos y les metieron fuego a las cámaras de
tortura del antiguo manicomio de los holandeses a los gritos
de viva el general,
Celebración
del triunfo
viva el macho que por fin se dio cuenta de la
verdad,pues todos dicen que usted no sabía nada mi
general, que lo tenían en el limbo abusando de su buen
corazón,y todavía a esta hora andaban cazando como
ratas a los torturadores de la seguridad del
estadoque dejamos sin protección de tropa de
acuerdo con sus órdenes para que la gente se aliviara
de tantas rabias atrasadas y tanto terror, y él
aprobó, de acuerdo,conmovido por las campanas de júbilo y las
músicas de libertad y las voces de gratitud de la
muchedumbre concentrada en la Plaza de Armascon grandes letreros de Dios guarde al
magnífico que nos redimió de las tinieblas del
terror,
Fuente
El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués
Texto adecuado para facilitar su
lectura.
Enviado por:
Rafael Bolívar Grimaldos