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La eutanasia: perspectiva bioética en la actualidad



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. La eutanasia:
    precisiones terminológicas
  3. Significado de la vida y
    de la muerte
  4. Aspecto moral de la
    eutanasia
  5. La eutanasia como
    derecho
  6. Imposición
    moral
  7. Una opción
    moralmente aceptable: los cuidados paliativos
  8. Conclusiones
  9. Referencias
    bibliográficas útiles

Introducción

La palabra eutanasia procede del griego eu= bueno y
thanatos= muerte. La utilización de este término,
"buena muerte", ha evolucionado y actualmente hace referencia al
acto de acabar con la vida de una persona enferma, a
petición suya o de un tercero, con el fin de minimizar el
sufrimiento.pero ésta evolución también se
ha dado en su significación y contexto. La historia de la
eutanasia se divide en tres épocas: ritualizada,
medicalizada y autonomizada. Estamos en la época de la
autonomía, de los derechos y del protagonismo de los
pacientes. Ello significa una grave responsabilidad para el mismo
paciente terminal y no menos para los profesionales y los
familiares. Sin embargo debería garantizar que la
eutanasia y el suicidio asistido nunca se impondrán a
nadie contra su voluntad, y menos aún a las personas
indefensas, vulnerables o ancianas. Importa insistir no
sólo en los derechos y en la autonomía de los
pacientes sino también en los derechos y obligaciones de
los médicos.

Algunos sectores que tratan de imponer en la sociedad
contemporánea una determinada idea del "progreso",
asociada únicamente al aumento del confort en el
ámbito material o a una sofisticación
tecnológica, la empujan, casi inconscientemente, a aceptar
como "buenas" las actuaciones encaminadas a terminar con la vida
de individuos cuyas condiciones vitales no sean consideradas
suficientemente aceptables. Al igual que ocurrió con el
aborto, actualmente se pretende despenalizar la eutanasia
justificándolo como forma de evitar sufrimiento
físico o moral a determinadas personas. Es fundamental
afrontar esta amenaza, mostrando las consecuencias negativas y
destructivas que la eutanasia y el suicidio asistido tienen para
la sociedad, así como potenciando el papel de los cuidados
paliativos como prestación sanitaria, ya que los
ciudadanos deben tener claro que eutanasia y cuidados paliativos
son realidades opuestas.

Para la mayoría de las personas la muerte ideal
sería la que sobreviniera en casa cuando se es ya viejo
(ochenta años o más), la que llegara sin dolor y
sin que fuéramos demasiado conscientes de ella. La muerte
que se prefiere es, además, una muerte en
compañía de familiares y amigos, a ser posible
rápida o repentina, pues así no se es una carga
para nadie. La muerte ideal es una buena muerte,
plácida y digna.

Pese a que el canon de la muerte no es más que un
ideal1, hoy en día los países con modernos sistemas
sanitarios están en condiciones de acercarse a ese ideal.
Ningún sistema sanitario puede asegurarnos, desde luego,
que no moriremos de forma prematura (eso sería ciencia
ficción), pero sí cuentan con medios para aliviar o
incluso erradicar el dolor, paliando el miedo y la angustia de
quien va a morir; pueden y deben permitir que en el trance de la
muerte estemos rodeados de nuestros amigos y
familiares, facilitando incluso la muerte en casa asistidos por
profesionales; pueden procurar, en fin, que la muerte sea lo
más rápida posible, evitando así largas y
penosas agonías. Los modernos sistemas sanitarios
están en condiciones, pues, de acercase al ideal de una
buena muerte, humanizando de esta forma el proceso de
morir.

Esta recuperación del "humanismo en los
hospitales", que trata de hacer real en lo posible el ideal de
una buena muerte, implica un largo y complejo aprendizaje, tanto
de los profesionales de la medicina como de los enfermos y sus
familiares. Familiares y enfermos exigen a veces curaciones
imposibles que fuerzan a los especialistas a realizar
tratamientos invasivos, dolorosos e inútiles. Los
profesionales de la medicina, educados a su vez en un
código deontológico que les enseña ante todo
a salvar vidas, se hallan a menudo mal preparados para afrontar
el proceso de morir, que es social y psicológicamente muy
complejo para todos (enfermos, familiares y personal sanitario).
Estas carencias en el desarrollo pleno de una nueva cultura del
buen morir alejan la muerte de lo que sería el
ideal.

La cultura del buen morir ha cambiado a lo largo del
tiempo y ha sido y es diferente en distintas sociedades. A
principios del siglo XXI la cultura occidental de la muerte se
presenta mediante una compleja mezcla de valores morales y
religiosos que, más allá de sus enormes
diferencias, parece haber llegado a un acuerdo básico: la
muerte digna hoy es aquella en la que el enfermo, que es un
individuo autónomo, puede elegir libremente cómo
desea morir (dentro de las posibilidades que se le ofrecen), y
los profesionales de la sanidad deben respetar esa dignidad
salvaguardando la libertad del paciente.

La eutanasia:
precisiones terminológicas

En el tema que nos ocupa, la manipulación del
lenguaje propicia la confusión moral de sanitarios y
ciudadanos en general, por la ausencia de criterios que permitan
discriminar con claridad conductas, actuaciones y valoraciones
jurídicas, lo que es especialmente notorio en situaciones
límite que suelen tener una notable difusión
mediática. Se puede llegar, por ejemplo, a no distinguir
la conducta eutanásica, del suicidio asistido, incluso del
acto, legítimo, de limitación del esfuerzo
terapéutico, etc.

Con el fin de evitar una mayor distorsión y
manipulación de los términos más usados en
torno al tema de la eutanasia, consideramos oportuno aclarar la
significación conceptual de los términos y
expresiones siguientes:

Eutanasia: la acción u omisión,
por parte del médico u otra persona, con la
intención de provocar la muerte del paciente terminal o
altamente dependiente, por compasión y para eliminarle
todo dolor.

Eutanasia voluntaria: la que se lleva a cabo
con consentimiento del paciente.

– Eutanasia involuntaria (también llamada
cacotanasia o coactiva): la practicada contra la voluntad del
paciente, que manifiesta su deseo de no morir.

– Eutanasia no voluntaria: la que se practica no
constando el consentimiento del paciente, que no puede manifestar
ningún deseo, como sucede en casos de niños y
pacientes que no han expresado directamente su consentimiento
informado.

– Eutanasia activa: la que mediante una
acción positiva provoca la muerte del paciente.

– Eutanasia pasiva: el dejar morir
intencionadamente al paciente por omisión de cuidados o
tratamientos que están indicados y son
proporcionados.

– Ortotanasia: el permitir que la muerte natural
llegue en enfermedades incurables y terminales,
tratándolas con los máximos tratamientos paliativos
para evitar sufrimientos, recurriendo a medidas
razonables.

Enfermo terminal: el que padece una
enfermedad de la que no cabe esperar que se recupere,
previsiblemente mortal a corto plazo que puede ser desde algunas
semanas a varios meses, a lo sumo.

– Cuidados paliativos: la atención a los
aspectos físicos, psíquicos, sociales y
espirituales de las personas en situación terminal, siendo
los objetivos principales el bienestar y la promoción de
la dignidad y autonomía de los enfermos y de su familia.
Estos cuidados requieren normalmente el concurso de equipos
multidisciplinares, que pueden incluir profesionales sanitarios
(médicos, enfermeras, asistentes sociales, terapeutas
ocupacionales, auxiliares de enfermería,
psicólogos), expertos en ética, asesores
espirituales, abogados y voluntarios.

– Sedación terminal: la
administración deliberada de fármacos para lograr
el alivio, inalcanzable con otras medidas, de un sufrimiento
físico y/o psicológico, mediante la
disminución suficientemente profunda y previsiblemente
irreversible de la conciencia, en un paciente cuya muerte se
prevé muy próxima, con el consentimiento
explícito, implícito o delegado del mismo. Desde el
punto de vista ético, no es relevante el que, como efecto
secundario no buscado de la administración de la
sedación se adelante la muerte de la persona, siempre y
cuando esto no sea lo que se pretenda directamente como fin de la
acción.

– Suicidio: el acto de quitarse voluntariamente
la propia vida.

– Suicidio asistido: el acto de ayudar a
suicidarse en el caso en el que la persona no sea capaz de
hacerlo por sus propios medios.

Significado de la
vida y de la muerte

Para tomar en consideración la eutanasia es
preciso explicar lo que entendemos por vida y muerte del hombre,
desde las distintas facetas en las que cabe situar el
análisis. Cabe preguntarse qué es la muerte y el
morir para el hombre (plano filosófico) o analizar
qué criterios clínicos son necesarios para el
diagnóstico de muerte (plano
científico-médico). Igualmente, es preciso valorar
si es lícito adelantar por compasión la muerte de
alguien (plano ético), al tiempo que establecer las
consecuencias que esa reflexión debe tener en el Derecho
positivo (plano jurídico).A diferencia de los seres
inertes, los que están dotados de vida, en estado normal,
tienen capacidad de auto-moverse y poseen una unidad
orgánica intrínseca. Es decir, fundamentalmente hay
vida cuando hay movimiento intrínseco y unidad
somática en un organismo. Por movimiento no necesariamente
entendemos movimiento físico, de un lugar a otro, sino
cambio del ser algo en potencia al ser algo en acto, movimiento
intrínseco. Tras esta breve definición,
correlativamente entendemos por muerte la pérdida total e
irreversible de la capacidad de movimiento y unidad
intrínsecos de un organismo. Estas definiciones de vida y
muerte son aplicables a cualquier ser vivo (vegetal, animal o
humano). En el caso del ser humano, hay autores cuya
posición ha tenido mucho peso en la historia de la
filosofía y en la bioética, que consideran que hay
vida específicamente humana sólo si hay conciencia
o capacidad de deliberación. Se trata de una corriente de
pensamiento funcionalista que plantea el que quien haya perdido
la capacidad de demostrar sus funciones (moverse, pensar,
decidir), independientemente de que siga teniendo unidad
intrínseca somática, no es ya persona o carece de
dignidad.

Llamamos muerte a la pérdida total e irreversible
de la unidad somática integral de un ser vivo. En el caso
del ser humano esta pérdida se puede establecer de tres
maneras: por ruptura anatómica, por parada
cardiorrespiratoria sin posterior reanimación y por muerte
encefálica. Por muerte encefálica entendemos la
pérdida total e irreversible de toda la actividad
troncoencefálica y cortical, diagnosticada por los medios
más certeros y según los criterios correspondientes
establecidos por la ley. Mientras la Ciencia no diga lo
contrario, en cualquier caso distinto estamos ante un ser vivo de
la especie homo sapiens, aunque éste no tenga capacidad
para hablar, comunicar, pensar o decidir. Respetar su vida,
evitarle daños , consiste en ayudarle, asistirle y
cuidarle con la misma atención y respeto de los que
siempre fue merecedor, para que tenga una vida máximamente
digna hasta el último de sus días.

Aspecto moral de
la eutanasia

Hablamos del "valor de la vida humana" pero, como
personas y como sujetos sociales, nos importa cada vez más
señalar en qué consiste y a qué nos obliga
si queremos poner en práctica esa valoración. El
conocimiento actual de la vida humana, desde el punto de vista
biológico, alcanza un detalle y una profundidad que nos
permite formular con más y mejor precisión una idea
esencial: que cada ser humano es único e irrepetible,
valioso por el hecho de serlo y de vivir. La Ciencia positiva nos
muestra cómo es el inicio de la vida del hombre y
cuándo llega su final natural. También propicia
mejores intervenciones para mantener y prolongar la salud a lo
largo de nuestro ciclo vital. Pero, el salto a ese ámbito
de los valores sigue siendo fruto de una actitud de compromiso.
Como lo ha sido en tantas ocasiones que a lo largo de la Historia
nos llevaron a construir un sistema de valores basado en el ser
humano como fin, no como medio. Y sobre todo, cuando se
asentó el mensaje de que la trascendencia de la vida
humana está precisamente en la aceptación de
nuestra pertenencia a una misma especie, con unos derechos que
alcanzan a todos.

En este apartado nos centraremos en algunas de las
razones morales más importantes y persistentes para
rechazar tanto la eutanasia como el suicidio asistido para tratar
de cuestionarlas. La defensa de estas prácticas no puede
basarse sin más en la autonomía y la dignidad de
los pacientes, pues los detractores de la eutanasia y el suicidio
asistido se apoyan también en estos valores que, como
hemos dicho, forman parte de nuestro patrimonio ético
común. Partiendo, pues, de que la autonomía y la
dignidad son los bienes morales que se han de preservar, los
detractores de la eutanasia y el suicidio asistido argumentan lo
siguiente:

a. Nunca se tendrá verdadera
información sobre lo que quiere un paciente terminal o
incurable.

El paciente que pide la eutanasia o el auxilio
médico para suicidarse puede hallarse en tal estado
psicológico -posiblemente deprimido- que quepa dudar de su
autonomía: si se acepta el suicidio asistido y la
eutanasia "la línea entre los pacientes capacitados para
dar su consentimiento y los que no lo están
parecerá arbitraria a algunos médicos". Este
argumento revela un paternalismo inaceptable cuando se aplica a
adultos que, bien informados, piden ayuda para suicidarse o
solicitan la eutanasia con todas las garantías legales. Es
inaceptable también cuando el enfermo incapaz ha designado
a un representante o ha firmado un Testamento Vital. Es aceptable
en cambio para enfermos que no han expresado nunca su voluntad o
para enfermos que carecen de esa capacidad (enfermos mentales o
niños menores de 12 años). Sin embargo, en tales
ocasiones son los jueces, allí donde la eutanasia o el
suicidio asistido son legales (como en Holanda), los que han de
resolver el dilema nombrando representantes de los enfermos. Los
médicos, en todo caso, no son los garantes de la
autonomía del paciente incapaz: la autonomía del
enfermo incapacitado es la de su representante legal.

b. La muerte es un mal: no se puede aliviar un mal
(la enfermedad o la postración) causando otro (la muerte)
que es aún mayor y es irremediable

En nuestra cultura la muerte se concibe como un mal
irremediable y casi absoluto, por eso puede resultar a primera
vista inmoral que un profesional de la sanidad ayude a alguien a
quitarse la vida o le cause la muerte (a petición de
enfermo) para librarlo de una grave y dolorosa enfermedad. Sin
embargo, también está bien anclado en nuestra
cultura el hecho que se puede causar un mal menor (amputar, matar
en defensa propia) para conseguir un bien mayor (curar, salvar la
propia vida): la muerte misma se concibe en ocasiones como un mal
menor, la muerte no es siempre el mayor mal.

Puesto que no podemos afirmar que la eutanasia o el
suicidio sean siempre males mayores que las enfermedades que
padecen quienes solicitan tales prácticas, no son
rechazables sin más como males absolutos.

c. No es lo mismo dejar morir que
matar.

Este argumento es importante, pues no cabe duda que la
regulación de la eutanasia afecta a los profesionales de
la medicina, a su libertad y a su autonomía: son ellos
quienes la tienen que llevar a cabo en última instancia.
El Código de la OMC es en esto muy restrictivo: "el
médico nunca causará intencionadamente la muerte
del paciente…por ninguna exigencia". Hemos de suponer,
pues la OMC no da argumento alguno, que eso debe ser así
porque el médico no debe cruzar nunca la frontera entre
dejar morir y matar. Ahora bien, la frontera es muy tenue, pues
inyectar morfina y retirar los soportes vitales
(hidratación, alimentación parenteral) a sabiendas
de que el paciente morirá, no tiene por qué ser
moralmente mejor que causar directamente la muerte de quien
sabemos que va a morir. Puesto que la LET puede retrasar la
muerte del enfermo durante varios días, lo que atenta
contra el ideal de una muerte rápida (y por tanto contra
la dignidad de los pacientes), dejar morir a un enfermo sedado
puede resultar moralmente menos razonable que causar
intencionadamente una muerte rápida con todas las
garantías. De nuevo la eutanasia puede ser el mal menor
frente a una muerte más lenta, lo que debilita la idea de
que dejar morir es moralmente más legítimo que
causar la muerte de enfermos terminales (en el caso del suicidio
asistido es el paciente quien se mata, luego no se aplica nada
de esto: la ayuda del médico no causa la
muerte).

d. El personal sanitario no tiene ninguna
obligación de llevar a cabo tales prácticas, luego
no puede haber un derecho moral a suicidarse con auxilio
médico ni a exigir la eutanasia.

Si se acepta que la eutanasia y el suicidio asistido
pueden llegar a ser el mal menor frente a una enfermedad
incurable o terminal, pues la muerte rápida e indolora no
es siempre el mayor mal; si no cabe esperar a que se tenga un
sistema de cuidados paliativos que funcione a la
perfección para empezar a hablar de eutanasia, pues aunque
se tenga siempre habrá casos irresueltos; si la
autonomía del paciente no puede verse limitada por
argumentos paternalistas sobre su capacidad y si, por
último, no sólo no existe diferencia moral entre
dejar morir y causar intencionadamente la muerte, sino que en
ocasiones puede ser moralmente más razonable causar la
muerte bajo control médico que dejar morir bajo control
médico, entonces los profesionales de la sanidad sí
tendrían la obligación moral de causar
intencionadamente la muerte a pacientes informados (eutanasia) y
de auxiliar en el suicidio para procurar a los enfermos el mayor
bienestar bajo circunstancias bien determinadas (que
habría que regular legalmente).

e. La pendiente resbaladiza de la eutanasia y el
suicidio

Este es uno de los argumentos más populares y
más débiles en contra de la eutanasia y el suicidio
asistido. Si aceptáramos la eutanasia y el suicidio
asistido, se dice, caeríamos por una pendiente que conduce
al asesinato y a la eugenesia. Los médicos que acepten
tales medidas, ¿por qué no habrán de aceptar
también acabar con enfermos mentales y otras personas
vulnerables que sufren? ¿Cómo se mide el
sufrimiento? ¿No tendríamos que ayudar a morir o
causar la muerte de cualquiera que lo pida por poco que sufra? En
otras palabras, si damos el paso A no podremos evitar dar los
pasos B y C que nos harán caer en el abismo (por ejemplo,
un argumento de este tipo sería el siguiente: "si se toma
una copa de vino (A), detrás vendrá otra (B), hasta
que caigamos en el alcoholismo(C)"). Se trata de un argumento
falso, pues el paso A (aceptar moralmente la eutanasia y el
suicidio asistido) no es la causa de B (asesinar a las personas
vulnerables) ni de C (ayudar a suicidarse a cualquiera que lo
pida): no existe forma lógica alguna de mostrar que eso
sería así. Desde un punto de vista empírico,
los casos de Holanda y Bélgica demuestran que no se
produce pendiente resbaladiza alguna, como veremos.

f. La vida es sagrada.

El derecho a la vida es un derecho fundamental de la
persona que no está en cuestión cuando se habla de
enfermos terminales. La limitación del esfuerzo
terapéutico, por ejemplo, no viola el derecho a la vida.
Tampoco la eutanasia. Por eso al hablar del carácter
sagrado de la vida se hace referencia a un valor más
religioso que moral. Mas como no cabe duda de que para mucha
gente los valores morales se inspiran en sus valores religiosos,
es necesario tener en cuenta este argumento. La vida es sagrada,
se dice, porque la otorga Dios: los hombres no son quién
para quitarla. Con todo, este es un argumento que muchas
confesiones (catolicismo, islamismo, judaísmo) pueden
relativizar en ciertos casos. Muchos teólogos cristianos
medievales y renacentistas defendían el magnicidio como
acto de la ciudadanía en defensa propia contra la crueldad
de los tiranos; el mismo St. Tomas consideraba legítimo
matar en defensa propia. Del mismo modo, muchas religiones han
justificado a lo largo de la historia la Guerra Santa o las
Cruzadas. El valor sagrado de la vida, pues, no es absoluto, ni
siquiera para la mayoría de las religiones. La eutanasia y
el suicidio asistido, que se realizarían como mal menor en
circunstancias especialísimas, no atentan, pues, contra el
valor sagrado de la vida.

La promoción de la eutanasia, tan intensa en
algunos ámbitos, se suele basar en la consideración
de situaciones-límite muy concretas. Hay que deslindar lo
que puede ser el análisis de casos específicos, de
lo que debe ser un principio irrenunciable: nadie tiene derecho a
provocar la muerte de un semejante gravemente enfermo, ni por
acción ni por omisión. Una sociedad que acepta la
terminación de la vida de algunas personas, en
razón a la precariedad de su salud y por la
actuación de terceros, se inflige a sí misma la
ofensa que supone considerar indigna la vida de algunas personas
enfermas o intensamente disminuidas. Al echar por tierra algo tan
humano como la lucha por la supervivencia, la voluntad de superar
las limitaciones, la posibilidad incluso de recuperar la salud
gracias al avance de la Medicina, se fuerza a aceptar una derrota
que casi siempre encubre el deseo de librar a los vivos del
"problema" que representa atender al disminuido.

Desde la perspectiva de la autonomía personal, no
es equiparable el derecho a vivir, que alienta en todos casi
siempre, con el supuesto derecho a terminar la propia vida. Sin
embargo, la eutanasia supone un acto social, una actividad que
requiere la actuación de otros, dirigida deliberadamente a
dar fin a la vida de una persona. Los interrogantes que se abren
con su regulación, y sus alcances y límites, son
abismales. Por muy estricta que sea la regulación,
será inevitable el temor a una aplicación no
deseada.Alabamos la pasión por la vida que lleva a tantas
personas privadas de salud, incapaces de valerse del todo por
sí mismas, a luchar para seguir adelante.

Nos esforzamos por un avance de la Ciencia que propicie
más y mejores tratamientos, muchos podrían alcanzar
a personas que a día de hoy están enfermas y sin
posible curación. Seguimos anhelando el ofrecer pronto
resultados prácticos, resultantes del avance inmenso en el
conocimiento biológico. Todo ello se inserta en las
mejores actitudes que el hombre puede tener, las que nos
diferencian como especie. Aunque tenemos la certeza de que
llegará la muerte de todos nosotros, estamos pertrechados
para luchar por una vida, más larga y mejor, que nos
capacite para ejercer todo lo que nos hace humanos, hasta el
final.

Habremos de seguir investigando; sin duda podremos
establecer, cada vez mejor, desde cuál es la
situación de los enfermos terminales y sus expectativas de
supervivencia, hasta el perfeccionamiento de los criterios de
muerte clínica.

Pero, una sociedad que acepta la eutanasia abre un
camino en el que para muchos ya no hay retorno posible. La
inversión del valor del curar o aliviar –al enfermo
terminal también, por supuesto- como principio esencial de
la Medicina, sustituyéndolo por el de provocar la muerte,
puede abrir vías cuyos límites son impredecibles.
La Ciencia y la Práctica Médica tienen cada vez
más y mejores instrumentos para actuar y para discernir;
reclamar que se empleen a favor de la vida humana es un derecho
de todos.

La eutanasia como
derecho

Desde los años sesenta, con la fundación
de la asociación para la muerte digna en Estados Unidos,
la cuestión de la eutanasia cambió en cuanto a su
consideración. Desde la clásica defensa de la
muerte humanitaria, de las personas que sufrían
condiciones de vida supuestamente indignas, se pasó a la
exaltación de un supuesto derecho a que se mate a quien lo
solicite, si se encuentra en condiciones subjetivas y objetivas
de indignidad. Se defiende así un supuesto control sobre
la propia vida mediante el homicidio eutanásico en nombre
de la autonomía, precisamente de las personas que se
encuentran en condiciones menos autónomas.

Bioéticamente hablando no es lo mismo morirse, o
dejar morir, que matar o ayudar a otro a matarse. Mientras que
morirse es un hecho, dejar morir implica una conducta
éticamente relevante, ya que unas veces procederá
abstenerse de intervenir, o suspender el tratamiento iniciado, en
los casos de enfermedades incurables; y otras veces, dejar morir,
pidiéndolo o no el paciente, puede ser un acto inmoral y
hasta criminal de dejación de los deberes de asistencia
hacia el enfermo. Podría haber una omisión de la
conducta éticamente debida hacia la persona enferma,
cuando existiendo una mínima expectativa
terapéutica, el facultativo dejase de aplicar el
tratamiento o .suspendiese las medidas de soporte vital indicadas
por la lex artis, apelando al respeto a la libertad o a la
autonomía del paciente.

El causar la muerte de alguien, ya sea de forma activa o
pasiva, implica una acción transitiva que busca matar, lo
que siempre es inmoral por ser contrario a la ley natural y a los
más elementales principios de la ética. De modo
que, sin perjuicio de que en la eutanasia y el suicidio asistido
la finalidad pueda ser compasiva, esta intención buena no
hace bueno el medio empleado, y sólo puede modular o
rebajar la responsabilidad, moral y jurídica, derivada de
una acción que significa "matar", es decir, terminar con
la vida de una persona.

Otorgar un poder Desde un punto de vista estrictamente
jurídico, la eutanasia legalizada otorga el poder,
generalmente al personal sanitario, de poner fin directamente a
la vida de personas en condiciones especialmente dependientes. En
este sentido, es una clara manipulación ideológica
el que este poder se amplíe, precisamente en nombre de los
derechos subjetivos de aquel de quien se considera, con
parámetros de calidad, que está en una
condición indigna.

Imposición
moral

Desde el punto de vista de la vida social, la
inmoralidad intrínseca de la eutanasia compromete la vida
común, ya que el hecho mismo de quitarle la vida a
alguien, aunque sea a petición suya, es inaceptable y
tendría consecuencias terribles. Entre estas
consecuencias, se ha señalado las siguientes: –
Presión moral sobre los ancianos y enfermos, que
sentirían una enorme inseguridad y podrían verse
inducidos a pedir su desaparición para no ser .molestos;
una especie de ensañamiento psicológico,
precisamente sobre los más débiles e indefensos; –
Muertes impuestas por otros, que se producirían cuando la
voluntariedad no se diera, pero otros, incluso familiares,
tuvieran intereses alrededor de esa muerte; por ejemplo, en casos
de neonatos defectivos, incapaces, etc.; – Desconfianza en las
familias y en las instituciones sanitarias, que, con la
legalización de la eutanasia, podría llevar a una
situación de auténtico temor en ancianos, enfermos
y discapacitados; – Depreciación institucionalizada de la
vida humana, que sería valorada más por su
capacidad de hacer o producir que por su mismo ser; –
Interceptación del proceso de aceptación de la
propia muerte, proceso psicológico natural del individuo
que podría quedar privado en alguna de sus fases por el
acto eutanásico.

Una opción
moralmente aceptable: los cuidados paliativos

Existe una opción que considero como la
alternativa aceptable para evitar la eutanasia, y es ésta
la que analizare para conocerla y practicarla.Según la
Guía de Cuidados Paliativos, editada por la Sociedad
Española de Cuidados Paliativos, en la situación de
enfermedad terminal concurren una serie de características
que son importantes no sólo para definirla, sino
también para establecer adecuadamente la actitud
terapéutica.

Los elementos fundamentales que determinan la necesidad
de cuidados paliativos son los siguientes: 1. Padecimiento de una
enfermedad avanzada, progresiva, incurable.

2. Falta de posibilidades razonables de respuesta al
tratamiento específico.

3. Presencia de numerosos problemas o síntomas
intensos, múltiples, multifactoriales y
cambiantes.

4. Gran impacto emocional en paciente, familia y equipo
terapéutico, muy relacionado con la consideración,
explícita o no, de la muerte.

5. Pronóstico de vida inferior a 6
meses.

Esta situación compleja produce una gran demanda
de atención y de soporte, a los que los profesionales
sanitarios han de responder adecuadamente.

Procesos patológicos tales como el
cáncer, SIDA, enfermedades de la motoneurona,
insuficiencia específica orgánica (renal,
cardiaca,….) cumplen estas características, en
mayor o menor medida, en las etapas finales de la enfermedad.
Clásicamente la atención del enfermo de
cáncer en fase terminal ha constituido la razón de
ser de los Cuidados Paliativos.Como es obvio, en la
administración de los cuidados paliativos resulta
fundamental no calificar como enfermo terminal a un paciente
potencialmente curable. Por ello es fundamental distinguir entre
eutanasia y cuidados paliativos desde una perspectiva
jurídica.Sin entrar a discutir las diferentes posturas
existentes, ni cuestionar los posicionamientos morales y/o
personales que en éste y en otros problemas pueden
adoptarse, queremos realizar una pequeña
aproximación doctrinal al concepto de cuidados paliativos.
Por lo tanto, lo primero es señalar que lo que conocemos
como cuidados paliativos sólo es aplicable en aquellos
supuestos en que una persona presenta un cuadro clínico
irreversible, debido a enfermedades incurables o a situaciones
que traen consigo sufrimientos físicos o psíquicos
insoportables para el paciente.

En lo que respecta a la ayuda médica, el apoyo
humano, afectivo y social en los cuidados paliativos se constatan
normalmente las dificultades, que tienen los profesionales
sanitarios en su práctica diaria, para establecer una
comunicación abierta con el enfermo en situación
terminal. La muerte y el proceso de morir evocan en los
cuidadores reacciones psicológicas que conducen, directa o
indirectamente, a evitar la comunicación con el paciente y
su familia. Para conseguir una comunicación adecuada es
necesario vencer la ansiedad que en los cuidadores genera el dar
malas noticias, así como el miedo a provocar en el
interlocutor reacciones emocionales no controlables, y la posible
sobre-identificación y el desconocimiento de algunas
cuestiones que el paciente puede suscitar.

La comunicación es una herramienta
terapéutica esencial para hacer efectivo el principio de
autonomía, el consentimiento informado, la confianza
mutua, la seguridad y la información que el enfermo
necesita para ser ayudado y ayudarse a sí mismo.
También permite la imprescindible coordinación
entre el equipo cuidador, la familia y el paciente. Una buena
comunicación en el equipo sanitario reduce ostensiblemente
el estrés generado en la actividad diaria. Una familia que
recibe información clara y fiable, sobre lo que acontece,
es más eficaz en el desempeño de su papel de ayuda
y apoyo al enfermo.

Por ello, el enfermo y su familia,
conjuntamente, constituyen la unidad a considerar en el
tratamiento. La situación de la familia del enfermo
terminal suele estar sometida a un gran impacto emocional,
"temores" o "miedos" múltiples, que los profesionales
sanitarios deben saber reconocer y abordar en .la medida de lo
posible. La idea de la muerte, presente de forma más o
menos explícita, el miedo al sufrimiento de un ser
querido, la inseguridad de si se tendrá fácil
acceso al soporte sanitario, las dudas sobre la capacidad y las
fuerzas propias para cuidar al enfermo, los problemas que pueden
aparecer en el momento final y la propia aceptación de la
muerte, son circunstancias que suelen afectar a la familia. No
hay que olvidar que, a menudo, es la primera experiencia de este
tipo para el enfermo y su familia, y que la tranquilidad de la
familia repercute directamente sobre el bienestar del
enfermo.Este impacto de la enfermedad terminal sobre el ambiente
familiar puede determinar distintas situaciones, en
función de factores relacionados con la enfermedad misma
(control de síntomas, información, no
adecuación de objetivos enfermo-familia), así como
entorno social y circunstancias de vida del enfermo. Entre ellos
están:

La personalidad y circunstancias personales del
enfermo.

• La naturaleza y calidad de las relaciones
familiares.

• Las reacciones y estilos de convivencia del
enfermo y familia, en fallecimientos anteriores.

• La estructura de la familia y su momento
evolutivo.

• El nivel de soporte de la sociedad.

La primera intervención del profesional
sanitario, o del equipo médico, será la de valorar
si la familia puede, emocional y prácticamente, atender de
forma adecuada al enfermo en función de las condiciones
descritas. Además, desde el comienzo debe identificarse a
la persona que llevará el peso de la atención, para
reforzar sus actuaciones y revisar las vivencias y el impacto que
se vayan produciendo.

El siguiente paso será planificar la
integración plena de los familiares mediante: • La
educación de la familia.

• El soporte práctico y emocional de la
familia.

• La ayuda en la rehabilitación y
recomposición de la familia (prevención y
tratamiento del duelo).

Este trabajo de valoración de la situación
familiar debe ir haciéndose periódicamente ya que
puede modificarse bruscamente en función de la
aparición de crisis.

Por último, debe de prestarse la adecuada
atención al proceso de duelo, el cual puede ser definido
como el estado de pensamiento, sentimiento y actividad que se
produce como consecuencia de la pérdida de una persona
amada, asociándose a síntomas físicos y
emocionales. La pérdida es psicológicamente
traumática en la misma medida que una herida o quemadura,
por lo cual siempre es dolorosa. Necesita un tiempo y un proceso
para volver al equilibrio normal, que es lo que constituye el
duelo.

Conclusiones

-Todo ser humano posee una dignidad
intrínseca e inviolable, que no es susceptible de
gradaciones, y que es universal e independiente de la
situación de edad, salud o autonomía que se
posea.Esa dignidad es inherente a toda vida humana, le confiere
el derecho irrenunciable a la vida y es un deber inexcusable del
Estado protegerla, incluso cuando la persona, su titular, pueda
no valorarla.

-Para quienes propugnamos una Medicina a
favor de la vida, así como la dignificación de la
profesión sanitaria, tan imperativo es el rechazo de la
eutanasia (activa y pasiva) como el del encarnizamiento
terapéutico. Partiendo de la convicción de que
matar o ayudar a matarse no es lo mismo éticamente que
dejar morir cuando no hay terapia y la situación es
irreversible, insistimos en que el principio básico debe
ser el del respeto máximo de la vida humana.

-En el contexto del individualismo
hedonista que algunos defienden, el derecho a una "muerte digna"
es un eufemismo para fomentar un supuesto derecho a matarse, o a
matar por compasión, en sintonía con una
inaceptable concepción de la autonomía, la libertad
y la vida humanas.

-La limitación del esfuerzo
terapéutico, suspendiendo un tratamiento calificado por el
equipo médico como fútil o desproporcionado, o la
retirada de un soporte vital, en situaciones de enfermedad
terminal, irreversible, que no tienen expectativa
terapéutica, no supone eutanasia, ni activa ni pasiva,
sino que se trata de una acción correcta bioética y
jurídicamente, siempre que se cuente con un consentimiento
informado válido del paciente, o de sus representantes
legales, si éste no pudiera expresarlo. La
hidratación adecuada del enfermo, incluso por vía
artificial, es, en principio, un medio ordinario y proporcionado
que evita el sufrimiento y la muerte derivados de la
deshidratación.

-Recomendamos a científicos,
médicos y demás profesionales de la salud que se
esfuercen por consensuar la terminología y los protocolos
de actuación, .como forma de garantizar la seguridad
ética y jurídica de sus actuaciones en este tipo de
situaciones clínicas.

-El auxilio al suicidio y la eutanasia
representan atentados contra la vida humana reprobables
ética y jurídicamente. También es rechazable
la obstinación terapéutica, o el privar a cualquier
persona del derecho a asumir lo más serenamente posible su
proceso de muerte. Por ello, ante un enfermo terminal, con dolor
físico y/o sufrimiento moral, lo más justo y humano
es acompañarle, administrarle tratamientos proporcionados
y paliar sus dolores, respetando siempre tanto la vida como la
muerte.

-El testamento vital, como forma de
asegurar el respeto a la autonomía de la persona,
está regulado jurídicamente, y debe de conciliar la
atención a las previsiones y preferencias del otorgante,
con la garantía de la legalidad, así como con las
exigencias de la lex artis y los derechos y deberes de los
profesionales de la salud.

-Los cuidados paliativos, con una
atención integral al enfermo terminal, que incluya los
aspectos físicos, morales y espirituales de éste y
respete su derecho a asumir su proceso de muerte, representan la
actuación éticamente correcta, compatible con una
ordenada concepción de la dignidad del morir.

-Una consideración ética de la muerte, a
la medida de la dignidad de la persona, reconocerá el
valor indisponible de cualquier vida humana y rechazará el
argumento ideológico que lleva a considerar unas vidas
como dignas y otras no. Sobre esta base, se promueve la
inviolable dignidad de la persona humana, la defensa de los
derechos que le son inherentes, desde la objetiva y prudente
consideración de la realidad y sentido de la vida y de la
muerte.

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