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La familia cristiana




Enviado por Agustin Fabra



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El
    amor cristiano
  3. La
    crisis del matrimonio y de la familia
  4. El
    matrimonio en el plan de dios
  5. La
    preparación a la vida matrimonial
  6. Las
    exigencias del amor conyugal
  7. La
    dignidad de la procreación
  8. La
    familia cristiana: comunidad de amor y de
    vida
  9. Los
    lazos de amor en la comunidad familiar
  10. La
    familia como iglesia domestica
  11. Las
    realidades incompatibles de la vida
    familiar
  12. El
    testimonio de la familia cristiana
  13. Bibliografía

INTRODUCCION

"Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre y se unirá a su mujer y los dos se harán una
carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y
la Iglesia. En todo caso, también vosotros, que cada uno
ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al
marido"
Efesios 5:31-33

El matrimonio es una comunidad íntima de vida
entre un hombre y una mujer, fundamentada en el amor responsable
y en la mutua entrega, en vista del bien personal de los
cónyuges y de la generación y educación de
su descendencia. El amor recíproco es esencial y tiene
unas características que le distinguen de todas las
demás formas de amor.

Sin embargo, debemos basar ese amor en nuestra vida
cristiana plena y activa, de lo contrario la crisis
aparecerá en cualquier momento al no poder o querer
fundamentar nuestra vida en común en la Palabra de
Dios.

Si uno de los miembros de la pareja no sigue las
enseñanzas cristianas con respecto a su vida personal,
menos aún las reflejará en su relación
matrimonial. Peor panorama habrá aún si son los dos
miembros de la pareja los que viven alejados de Dios.

En ocasiones la pareja cree estar dentro de los caminos
del Señor pero uno de los dos, o ambos, están
actuando de una manera que dista mucho de ser la correcta, y ello
repercute en su relación común.

En definitiva, debemos comprometer nuestra vida
matrimonial y nuestro amor de pareja en la plenitud de la vida
cristiana. Debe ser una vida en el amor, mediante Cristo y por la
acción del Espíritu Santo. Esta debe ser la
única perspectiva aceptable para un matrimonio cristiano
feliz.

Seguidamente analizaremos cómo debe ser esa vida
matrimonial cristiana a partir de la nueva vida del cristiano. En
otras palabras, analizaremos como debe ser el matrimonio desde el
origen del amor cristiano, porque toda unión debe ser
basada en el amor común.

Nota: Las palabras que aparecen subrayadas en este
texto tienen su definición en la última
página,

titulada "Vocabulario".

EL AMOR
CRISTIANO

El Espíritu Santo es el amor subsistente del
Padre y del Hijo. Es esencialmente Espíritu de amor y
produce en el cristiano la capacidad de amar. Más bien
puede decirse que es el Espíritu Santo el que ama en
él: "… porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado"
(Romanos 5:5). Ese amor que recibimos del
Espíritu Santo es, sobre todo, un principio interior de la
vida nueva que Dios nos da y que nos hace capaces de amar y de
entregarnos a los hermanos, así como Cristo nos amó
y se entregó por nosotros.

Por eso el Evangelio dice que el mandamiento del amor a
Dios y al prójimo es el centro y la síntesis de la
vida moral del cristiano: "El primero es: escucha, Israel, el
Señor nuestro Dios es el único Señor, y
amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas. El segundo es: amarás a tu prójimo
como a tí mismo. No existe otro mandamiento mayor que
éstos"
(Marcos 12:29-31). El cristiano se puede
definir como un hombre que camina en el amor y en este camino
encuentra su plenitud y salvación.

En el amor a Dios y al prójimo se resume todo el
Evangelio y todos los mandamientos: "En efecto, lo de no
adulterarás, no matarás, no robarás, no
codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen
en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a
ti mismo"
(Romanos 13:9).

Así aparece claramente la positividad de la vida
cristiana. Ser cristiano no quiere decir tener que evitar esto o
aquello, huir de esto o aquello; sino amar y comprometerse para
construir su propia personalidad y humanizarse uno mismo y a los
demás con la fuerza constructora del amor.

LA CRISIS DEL
MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA

Nadie puede negar la existencia de etapas de crisis
dentro del matrimonio y de la vida familiar. En el Concilio
Gaudium et spes de 1965 se hizo alusión a esa
crisis con las siguientes palabras: "La dignidad de la
institución del matrimonio no brilla en todas las partes
con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la
poliandria y la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado
amor libre y otras deformaciones; es más, el amor
matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo,
el hedonismo y los usos ilícitos contra la
descendencia"
(GS 47).

La misma constatación la encontramos
posteriormente en Familiaris consortio en

1981: "No faltan signos de preocupante
degradación de algunos valores fundamentales:
una

equivocada concepción teórica y
práctica de los cónyuges entre sí, las
graves ambigüedades acerca de la relación de
autoridad entre padres e hijos, las dificultades concretas que
con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de
los valores, el número cada vez mayor de divorcios, la
plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la
esterilización, la instauración de una verdadera y
propia mentalidad anticoncepcional"
(FC n.6). Por eso muchos
jóvenes están perdiendo la fe en el matrimonio y
llegan a justificar otros tipos pasajeros de unión
interpersonal, sin un compromiso permanente.

Con su actitud ante esas acciones da la impresión
de que el hombre está de nuevo tentando y poniendo a
prueba a Dios como en Masá y Meribá en el antiguo
Israel. Con su manera personal de actuar, con su atención
a otras personas del mismo o de diferente sexo fuera del
matrimonio o dejándose influenciar por ellas, con los
matrimonios quebrantados, con las familias destruidas, los hijos
privados de la vida desde antes de nacer, con la voz de la
legislación permisiva y de las costumbres, parece que el
hombre actual esté preguntando de nuevo: "Está
Yahvé entre nosotros o no?"
(Éxodo
17:7).

Para encontrar de nuevo el camino es preciso volver a
Dios y al Evangelio. El evangelio proclama la verdad del amor que
debe unir al hombre y a la mujer en el matrimonio. Solamente en
la verdad del amor, marido y mujer pueden adorar a Dios en
espíritu y verdad y realizar su felicidad. Se trata de una
afirmación exigente, así como lo es todo el
Evangelio. Pero es la única verdad que libera y que salva
la autenticidad del amor.

EL MATRIMONIO EN
EL
PLAN DE DIOS

"De la costilla que Yahvé había tomado
del hombre formó una mujer y la llevó ante el
hombre. Entonces éste exclamó: esta vez sí
que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será
llamada varona (mujer), porque del varón ha sido
tomada"
(Génesis 2:22-23).

El matrimonio es obra de Dios

El matrimonio no es una institución puramente
humana. La unión entre el hombre y la mujer es querida por
Dios desde el principio al crear a ambos sexualmente
diferenciados, pero como seres de mutua ayuda que se complementan
el uno al otro. La diferenciación sexual está en
función del cumplimiento recíproco en el amor y en
la procreación.

La unión matrimonial es más profunda
aún que los lazos de sangre y de parentesco porque
"por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su
mujer, y los dos se harán una sola carne"
(Efesios
5:31), es decir, se harán una sola persona, un solo
ser.

La unión matrimonial comporta la unidad y la
indisolubilidad. En el plan de Dios el matrimonio es la
unión profunda de un solo hombre con una sola mujer. Es
monogámico y excluye la poligamia y la poliandria. Es,
además indisoluble: el matrimonio dura toda la vida y
excluye absolutamente el divorcio, ya que el hombre y la mujer
forman un solo cuerpo.

Es precisamente en el contexto de esa unión
profunda de amor estable, o sea, dentro del ámbito
monogámico e indisoluble, que es lícita y conforme
al plan de Dios la relación sexual. Está totalmente
excluida toda actuación sexual antes y fuera del santo
matrimonio.

El oscurecimiento de la idea original del
matrimonio

A lo largo de la historia el proyecto de Dios acerca del
matrimonio se ha ido oscureciendo a causa del pecado del hombre.
El pecado deteriora la relación interpersonal hombre-mujer
y corrompe la naturaleza del matrimonio. Entonces la mujer ya no
es la ayuda adecuada, sino que es la que invita al hombre a la
desobediencia. A su vez el hombre acusa a su esposa ante Dios,
como hizo Adán: "La mujer que me diste por
compañera me dio del árbol y comí"

(Génesis 3:12). Desde ese momento la división ha
entrado en la pareja.

Antes del pecado, hombre y mujer estaban desnudos y no
se avergonzaban; es decir, vivían en un estado de
inocencia, armonía y respeto recíproco:
"Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se
avergonzaban el uno del otro"
(Génesis 2:25). Pero
después de pecar ante Dios se dieron cuenta de su desnudez
y se avergonzaron de ella: "Entonces se les abrieron a ambos
los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y, cosiendo
hojas de higuera, se hicieron unos ceñidores"

(Génesis 3:7). La vergüenza significa que las
relaciones personales no son ya serenas y respetuosas. Ellos
sienten la necesidad de cubrirse, de defenderse el uno del otro,
de protegerse ante la concupiscencia naciente. En realidad ellos
percibieron una experiencia turbadora. En la conciencia de su
desnudez había ya una manifestación del desajuste
introducido por el pecado en la armonía y el orden de la
creación.

Además la culpa comporta el castigo. Así
Dios dijo a la mujer: "Tantas haré tus fatigas cuantos
sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu
marido irá tu apetencia y él te
dominará"
(Génesis 3:16). Este dominio es la
negación misma del amor

conyugal y los esposos son recíprocamente objeto
de dominio egoísta, de instinto y de lujuria.

El oscurecimiento del plan originario de Dios se
manifiesta también en la difusión de varias
tendencias y desviaciones como son la prostitución, la
poligamia, el concubinato y el divorcio, lo cual afecta
también al pueblo de Israel.

La restauración del designio originario de
Dios

Cuando llegó la plenitud de los tiempos Dios
envió a su Hijo como camino, verdad y vida para el mundo.
Jesús ha restaurado la idea originaria de Dios sobre el
matrimonio y ha sanado el amor humano de las heridas del pecado,
elevando el matrimonio a la dignidad de sacramento.

En primer lugar vemos en el Evangelio de Juan (2:1-11)
que Jesús participa en las bodas de Caná, lo cual
confirma que el matrimonio es una realidad positiva con todas sus
legítimas manifestaciones, en cuanto obra de Dios Creador.
Además con su presencia y su primer milagro consagra y
santifica la unión matrimonial.

Luego Jesús restaura el matrimonio como en el
principio: "De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre"

(Mateo 19:6). Las deformaciones del matrimonio son fruto de la
dureza de corazón, del pecado, de la indocilidad a la
voluntad divina: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza
de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras
mujeres; pero al principio no fue así"
(Mateo
19:8).

Jesús confirmó que el matrimonio era obra
de Dios desde el principio, y lo hizo monogámico e
indisoluble y comporta también la plena fidelidad, tanto
en actos como en el pensamiento: "Habéis oído
que se dijo: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: todo
el que mira a una mujer deseándola, ya cometió con
ella adulterio en su corazón"
(Mateo

5:27-28).

La sacramentalidad del matrimonio

Jesús elevó el matrimonio a la dignidad de
sacramento, tal como no explica San Pablo en su Carta a los
Efesios: "Sed sumisos los unos a los otros en el temor de
Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque
el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la
Iglesia, el salvador del cuerpo. Como la Iglesia está
sumida a Cristo, así también las mujeres deben
estarlos a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a
sí mismo por ella para santificarla, purificándola
mediante el baño de agua, en virtud de la palabra, y
presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que
tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e
inmaculada. Así deben

amar los maridos a sus mujeres como a sus propios
cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo"

(Efesios 5:21-28).

En el matrimonio el hombre debe amar a su mujer, como
Cristo ama a su Iglesia. Y la mujer amar a su esposo, como la
Iglesia ama a Cristo. Esto significa que el matrimonio es una
representación del misterio de amor que une a Cristo con
la Iglesia. Es una imagen y participación de la alianza de
amor que existe entre Cristo y la Iglesia.

Conclusión

Resulta incomprensible que una pareja cristiana,
consciente de su fe y de la riqueza del sacramento, rehúse
consagrar su amor en el Señor mediante el don sacramental
que Cristo otorga. Y es tan decisivo que si no contrae matrimonio
válido ante la Iglesia, no puede comulgar (FC 82): "El
don del sacramento es, al mismo tiempo, vocación y
mandamiento para los esposos cristianos"
(FC 20).

LA PREPARACION A
LA VIDA MATRIMONIAL

La vida matrimonial es un compromiso difícil. No
se improvisa un buen esposo o una buena madre, ni todos los
padres están capacitados para educar a sus hijos, ni todos
los cónyuges para aguantarse durante muchos
años.

Algunas de las premisas esenciales para un buen
matrimonio son:

La madurez personal

La persona madurará progresivamente en la vida
familiar mediante la formación de su carácter, la
educación del sentimiento y de la voluntad, el logro del
dominio de sí mismo y el descubrimiento y la vivencia de
los valores humanos, morales y religiosos.

La información clara y concisa

La pareja debe tener una clara y concisa
información y conocimiento acerca del matrimonio y la
sexualidad, así como de sus exigencias fundamentales sobre
sus tareas, funciones y obligaciones.

Un noviazgo vivido seria y
responsablemente

El noviazgo es una situación de tránsito
en la relación hombre-mujer. Es el paso intermedio entre
su condición de soltería y la vinculación de
casados. Es la preparación y el conocimiento mutuo
indispensables e inmediatos a la unión indisoluble del
matrimonio. De él depende mucho el éxito del futuro
matrimonio.

Un buen noviazgo no debe ser prematuro ni demasiado
largo, pero sí debe ser serio y responsable. El fin del
noviazgo es el conocimiento recíproco, la
armonización, la maduración personal y como pareja
y el descubrimiento del verdadero amor. Debe ser una
relación de castidad, aceptada por ambas partes, y que
comporta el compromiso de la mutua fidelidad.

LAS EXIGENCIAS
DEL AMOR CONYUGAL

"El matrimonio es una comunidad íntima de
vida entre un hombre y una mujer, fundamentada en el amor
responsable y en la mutua entrega, en vista del bien personal de
los cónyuges y de la generación y educación
de su descendencia"
(GS 48).

En el matrimonio el amor recíproco es esencial y
tiene unas características muy definidas, que lo
distinguen de todas las demás formas de amor. Son las
siguientes:

Es un amor plenamente humano

No es un impulso instintivo, una atracción sexual
ni un amor platónico. Ante todo es un acto sensible y
espiritual de la voluntad, que acepta y aprecia a la persona del
cónyuge como valor en sí misma, y se entrega a ella
con amor de benevolencia y sensibilidad porque se manifiesta en
sentimientos y gestos de ternura.

La dimensión espiritual y sensible son
inseparables. La sexualidad sin amor es degradante ya que el amor
es esencial en la relación sexual. Carece de sentido una
sexualidad egoísta y encerrada, que niega la
comunicación del yo con el y
que niega su oblatividad profunda. Una relación sexual
biológicamente perfecta pero sin amor, es como un cuerpo
sin alma; una vivencia inmoral del sexo y la prostitución
de dos personas, aunque sean marido y mujer.

Es un amor total y dinámico

Los esposos deben compartirlo todo generosamente, sin
reservas de ningún tipo, tanto los bienes materiales y
espirituales como el cuerpo y el espíritu: "No dispone
la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no
dispone de su cuerpo, sino la

mujer" (1 Corintios 7:4). Es la única
forma de amor, que comporta la entrega física y
sexual.

Al pasar el tiempo, en lugar de atenuarse, este amor se
hace más perfecto y crece mediante la entrega generosa,
aún cuando la inclinación sentimental o la
atracción sensible puedan disminuir.

Es un amor monogámico

Es decir, de un solo hombre a una sola mujer, y
viceversa. Eso implica una amistad íntima y una
comunicación tan profunda que no puede ser compartido con
personas extrañas a la pareja: "Tenga cada hombre su
mujer y cada mujer su marido"
(1

Corintios 7:2).

Es un amor irrevocable e indisoluble

Todo amor auténtico es indisoluble:
"Así, la mujer casada está obligada por la ley
a su marido mientras éste vive; mas, una vez muerto el
marido, se ve libre de la ley del marido"
(Romanos 7:2). Por
eso, el matrimonio válido no se puede romper, sino con la
muerte. El Evangelio rechaza claramente el divorcio como
contrario al plan de Dios sobre el matrimonio; solamente la
muerte de uno de los cónyuges puede permitir un nuevo
matrimonio.

Prescindiendo de la enseñanza del evangelio, no
se puede negar el valor humano y social de la indisolubilidad.
Además, el divorcio hace imposible la educación de
los hijos, que piden la presencia de ambos padres. Además,
el divorcio es un muy mal ejemplo cristiano para los
hijos.

Por eso la Iglesia Católica, fiel al evangelio,
no puede aceptar el divorcio y admitir a la Eucaristía a
los divorciados que han sido nuevamente casados fuera de la
Iglesia Católica. Solamente en el caso de que el primer
matrimonio haya sido anulado (celebrado sin las condiciones
necesarias), se puede celebrar un nuevo matrimonio
religioso.

Es un amor fiel

Desde el antiguo Israel, el adulterio ha sido siempre
duramente castigado: "Si un hombre comete adulterio con la
mujer de su prójimo, serán castigados con la
muerte: el adúltero y la adúltera"

(Levítico 20:10). Los profetas lo denuncian como una de
las causas

del destierro, e incluso de la pena de muerte, junto con
el pecado de homicidio, idolatría y violación del
sábado.

El Nuevo Testamento es aún más exigente;
aunque no insiste en la pena temporal mosaica, subraya la
gravedad del adulterio y promete como castigo la pena eterna:
"¿No sabéis acaso que los injustos no
heredarán el Reino de Dios?. ¡No os
engañéis!. Ni impuros, ni idólatras, ni
adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni
avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores
heredarán el reino de Dios"
(1 Corintios
6:9-10).

Y se puede cometer adulterio no sólo con los
actos, sino también con los malos deseos: "Pues yo te
digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya
cometió adulterio con ella en su corazón"

(Mateo 5:28). El matrimonio cristiano, en cuanto
participación de la alianza fiel de Cristo con su Iglesia,
es pues totalmente fiel.

Es un amor fecundo

Todo amor verdadero siempre es fuente de
perfección y de vida. El amor conyugal no se agota, sino
que está destinado a prolongarse, suscitando nuevas vidas.
Una misión tan importante debe realizarse "con humana
y cristiana responsabilidad"
(GS 50).

Solamente los esposos pueden decidir ante Dios el
número de los hijos que quieren engendrar: "La
decisión sobre el número de hijos depende del recto
juicio de los padres y de ningún modo puede someterse al
criterio de la autoridad pública"
(GS 87).

El problema de la paternidad responsable no se puede
siempre solucionar fácilmente. "Muchos esposos
encuentran dificultades no solamente para su realización
concreta, sino también para la misma comprensión de
las normas inherentes a la norma moral. Ellos no deben
desanimarse o alejarse de Dios o de la comunidad eclesial. La
Iglesia les invita a perseverar en la búsqueda del bien,
aceptando humildemente eventuales defectos, confiando en la
bondad y misericordia divina, y viviendo generosamente su
compromiso cristiano"
(FC 33-35).

LA DIGNIDAD DE LA
PROCREACION

Dios ha confiado el don de la vida al hombre y a la
mujer, quienes han de tomar consciencia de su inestimable valor y
asumir sus responsabilidades. Para ello el cristiano no puede
olvidar estos principios fundamentales:

1.- La transmisión de la vida humana ha de
realizarse en el ámbito del matrimonio, como fruto y signo
de la entrega personal de los esposos, de su amor y fidelidad
mutua.

2.- Ha de realizarse mediante los actos
específicos y exclusivos de los esposos, según las
leyes inscritas en sus personas y en su unión.

3.- Todo ser humano tiene el derecho de ser concebido,
llevado en el seno, dado a luz y educado dentro del matrimonio.
Sólo así él podrá descubrir su
identidad y madurar su formación humana.

Hoy en varios países se intentan experimentos
nuevos para conseguir la concepción del ser humano fuera
del matrimonio y sin la unión sexual del hombre y de la
mujer (fecundación e inseminación artificial,
maternidad por encargo, etc.).

¿Acaso podemos dar a esos experimentos
algún valor moral y cristiano?.

La fecundación en probeta con semen del
propio esposo o de otro hombre es moralmente ilícita, pues
ofende la dignidad de la procreación y de la unión
conyugal. El acto de amor conyugal es el único lugar digno
de la procreación humana.

La fecundación por medio de la
inseminación artificial de una mujer con el semen de un
donador diferente del esposo, o la fecundación de un
óvulo proveniente de otra mujer, es gravemente deshonesta.
Es contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de los
esposos, a la vocación propia de los padres y al derecho
del hijo a ser concebido y dado a luz en el matrimonio y con los
actos humanos propios de los esposos.

La fecundación por medio de la
inseminación artificial con el semen del propio esposo es
también moralmente reprobable. En efecto, rompe la
conexión de la unión conyugal. Una
fecundación realizada fuera del cuerpo de los esposos, es
privada del significado y de los valores que se expresan en la
unión de las personas humanas.

La maternidad por encargo es gravemente deshonesta. Es
contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de la
procreación y a la maternidad responsable. Ofende
también la dignidad del hijo y su derecho a ser concebido
por sus propios padres.

La inseminación artificial dentro del matrimonio
puede ser lícita y aceptable, sólo cuando la
intervención técnica no substituya el acto
conyugal, sino más bien lo facilite y lo ayude de manera
que pueda conseguir su fin natural.

El sufrimiento por la esterilidad de los esposos es
comprensible y merece respeto. El hijo no es un derecho o un
objeto de propiedad, sino un dos de Dios por medio

del matrimonio. El hijo debe ser fruto del acto de amor
total de sus padres. Y si la esterilidad persiste siempre nos
queda el camino de la adopción.

LA FAMILIA
CRISTIANA: COMUNIDAD DE AMOR Y DE VIDA

Con los hijos el matrimonio se convierte en familia, la
convivencia conyugal en hogar doméstico. La familia es el
ambiente propicio para el surgimiento de la vida humana, su
educación y realización cristiana.

Sin embargo no todos los cristianos forman una familia
cristiana auténtica que sea lugar de santificación
y de salvación. Las incompatibilidades y los contrastes
entre el plan de Dios y la realidad de muchas familias son
palpables al constatar las uniones libres, los divorcios, los
adulterios, el abandono de los hijos, etc. La familia como
institución sufre una época de crisis debido a las
transformaciones actuales de un nuevo tipo de sociedad:
industrializada, urbana, secularizada y no cristiana, pluralista
y anónima.

Pero ante esa situación la familia cristiana
está llamada a dar un claro testimonio como comunidad de
vida y de amor y como iglesia doméstica, fuente
de santificación y salvación.

El amor es esencial en la vida de familia; es el eje de
las relaciones dentro de la familia. Amar y ser amado es la
gratificación de los padres, los esposos y los hijos: el
amor impulsa y recompensa el sacrificio de los padres; amor
agradecido brota en los hijos al experimentar cuánto hacen
por ellos sus padres; los lazos de sangre entre hermanos
potencian el amor, convertido en fraternidad.

Estas son algunas de las numerosas manifestaciones de la
dinámica del amor familiar:

1 La identificación con un
familiar

En oposición con el ambiente masificador de la
calle, la familia ofrece un trato de persona a persona donde la
otra parte no es alguien anónimo, sin rostro: es
mi

esposa, mi hijo, mi madre, mi hermano; alguien con quien
mi vida está unida en

alegría, trabajo, dolor y esperanza.

2 El respeto mutuo

El roce continuo, la dependencia y la confianza excesiva
a veces provocan faltas de respeto, agresividad, amor posesivo y
actitudes autoritarias. En la familia es

posible aprender y profundizar la aceptación
mutua, el respeto sincero y la convivencia armoniosa.

3 La confianza

Es el clima auténtico de la vida familiar.
Reclama interés por la otra persona, sinceridad,
comunicación frecuente y fluida, servicio mutuo, suavidad
en el trato y atención al que está
afligido.

4 La comprensión

Debería ser muy fácil dentro de la
familia. Significa aceptación sincera, paciencia ante los
defectos, flexibilidad en criterios, longanimidad y
tolerancia.

5 La serenidad en los conflictos

Los conflictos son inevitables en toda familia. Es
preciso no dramatizarlos y ceder en las exigencias personales por
amor a la concordia y a la paz.

6 El perdón y el olvido

En la convivencia familiar no faltan pequeñas o
grandes ofensas que, acumuladas, pueden provocar resentimientos,
agresividad, rencores y muerte del amor existente hasta entonces.
Urge la humildad, la generosidad en el perdón, la
capacidad de olvidar. El perdón es la ley fundamental para
la supervivencia de la vida conyugal y familiar.

7 El sacrificio y la unión

El sacrificio es expresión y la
demostración necesaria del verdadero amor. En la medida en
que reine el amor existirá la unión física,
psicológica y espiritual de la familia. El amor, el
sacrificio, la comprensión y la colaboración
constituyen el "nosotros" de la comunidad familiar; la
participación de vida en un solo corazón y en una
sola alma.

LOS LAZOS DE AMOR
EN LA COMUNIDAD FAMILIAR

La familia que vive en el horizonte del amor está
unida y es solidaria ante cualquier tentación y dificultad
del ambiente. Los múltiples lazos de amor la hacen fuerte
e indestructible.

1 El amor entre los esposos

Es decisivo para la unidad familiar; sin el amor el
matrimonio se reduce a un simple contrato y al interés por
los hijos en una convivencia forzada, sin calor ni vida. Los
hijos sólo podrán comprender qué es el amor
si lo contemplan en el mutuo amor de sus padres.

El amor entre esposos se manifiesta en:

El diálogo sereno, la mutua
libertad, la confianza mantenida, la serenidad en el trato, la
comprensión, la delicadeza, el perdón
recíproco, la fidelidad absoluta.

El amor conyugal se manifiesta
también en la responsabilidad conjunta que conlleva un
gran respeto por:

Las amistades, las relaciones sociales, la
economía doméstica, las diversiones, la paternidad,
la educación de los hijos, la vida religiosa
común.

Los esposos no son dos, sino una sola carne (Mateo
19:5-6). Por eso todo es común.

2 El amor de los esposos a los hijos

Es indispensable la presencia del padre en
el hogar para acompañar a sus hijos en el camino de su
maduración humana y cristiana. Los hijos sin el padre
carecen de la seguridad, fortaleza y amor masculino, necesarios
para su equilibrio y madurez. Igualmente indispensable es la
presencia de la mujer, a quien Dios ha concedido mayor ternura,
paciencia, capacidad de sacrificio y dedicación para
cuidar y educar a sus hijos. Sin su presencia los hijos son
doblemente huérfanos. De hecho la madre tiene una
superioridad afectiva en el hogar y con los hijos.

El cuidado y la educación de los hijos es
responsabilidad común de los padres. Por ser su
descendencia surge un vínculo de amor especial entre
padres e hijos, lo que impulsa a procurar a los hijos el mayor
bien posible. Pero debe ser un amor profundo y equilibrado que
evite preferencias. Y también un amor fuerte que supere la
concesión de caprichos.

Sus manifestaciones principales son:

Ø La acogida y la protección: los
hijos deben ser acogidos con amor y protegidos ya desde antes del
nacimiento, en su vida prenatal. Y no importa el sexo; hombre y
mujer tienen idéntica dignidad personal.

Ø La alimentación y el vestido:
Por justicia y amor los padres deben atender las necesidades
materiales de los hijos, sobre todo en los primeros años,
mediante una alimentación suficiente, vestidos adecuados y
cuidado de la salud.

Ø La confianza y el diálogo
constante
: Los padres deben acompañar el crecimiento
de sus hijos con su presencia amorosa y el diálogo abierto
para iluminar, informar, alentar y corregir. La confianza
recíproca es un factor decisivo en la educación y
en la vida familiar.

Ø La educación integral: Los
padres tienen el deber y el derecho primario de proveer, en la
medida de sus posibilidades, la educación de sus hijos
tanto física, como social, cultural, sexual, moral y
religiosa. Es preciso educar su personalidad y acompañar
su crecimiento humano y cristiano.

Ø La corrección: Los padres que
aman a sus hijos saben corregirlos con paciencia y bondad. Es
contraproducente la corrección inoportuna y dura, el
autoritarismo cómodo (que mantiene la disciplina pero que
no educa), y el desacuerdo entre los cónyuges (por el
desconcierto que causa en los hijos).

Ø El respeto: Los padres deben respetar
la intimidad personal de los hijos; su mundo espiritual, que
sólo revelarán los propios hijos en un clima de
mutua confianza. La obediencia será el fruto de la
libertad y de la autoridad, armonizadas en un clima de
diálogo comprensivo.

Ø La elección del estado de vida:
Los padres deben iluminar y aconsejar, pero sin coartar
injustamente su libertad. No pueden obligar a los hijos a una
profesión determinada, a un noviazgo, a un matrimonio o a
una vocación si ello no está de acuerdo a la vida
cristiana y a la evolución humana de los hijos. Los padres
deben ejercer de consejeros prudentes de sus hijos, con
desinterés personal, y buscando siempre ante todo su bien
espiritual y eterno.

3 El amor de los hijos a sus padres

Dios mismo ha instruido acerca del honor y del respeto a
los padres: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se
prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor,
tu Dios, te va a dar"
(Éxodo 20:12). Además,
el Cuarto Mandamiento canaliza la piedad y el amor responsable de
los hijos a sus padres mediante:

Ø El respeto: Por justicia todo hijo
debe reconocer lo que son y lo que han hecho sus padres con
él. El respeto impulsa a los hijos a cumplir los
deberes

que merecen sus progenitores. Aún
cuando en ocasiones los padres puedan cometer errores o revelar
defectos, los hijos deben siempre respetarlos.

Ø La gratitud: "Honra a tu padre con
todo tu corazón y no olvides los dolores de tu madre.
Recuerda que gracias a ellos has nacido; ¿cómo les
pagarás lo que han hecho por ti?"

(Eclesiástico 7:27-28). Los hijos deben manifestar su
gratitud a sus padres con palabras y gestos: la
compañía, el darles confianza, colaborar con ellos,
tratarles con delicadeza, preocuparse por ellos, estar prontos
para servirles, etc.

Ø La obediencia: "Hijos, obedeced a
vuestros padres en el Señor, porque esto es justo"

(Efesios 6:1). A la autoridad paterna y materna ha de
corresponder la adhesión filial a sus consejos y al
cumplimiento de sus órdenes. La obediencia tiene
determinados límites y condiciones, como que las
órdenes de los padres sean basadas en el bien personal y
familiar.

Ø La ayuda: "Hijo, cuya
de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes
tristeza.

Aunque haya perdido la cabeza,
sé indulgente con él, no le desprecies, tú
que estás en la plenitud de tus fuerzas. La
compasión hacia el padre no será olvidada; te
servirá para

reparar tus pecados"
(Eclesiástico 3:12-14). Aunque el hijo esté casado
y con sus preocupaciones familiares, no puede abandonar a sus
padres, sobre todo en

la vejez o en la enfermedad. Debe
visitarles, interesarse por ellos, ayudarles

económica, anímica y
espiritualmente, orar por ellos.

LA FAMILIA COMO
IGLESIA DOMESTICA

Dios es la fuente de la felicidad y prosperidad
familiar. Si amar y ser amado constituye la dinámica de la
vida familiar, Dios es amor y su ley se reduce al amor. Por eso
cuando brilla el amor en una familia, ahí está
Dios. Pero cuando falta Dios, allí no hay amor ni existe
familia como tal.

Cuando Dios está presente en la familia y en el
hogar se cumple la promesa del Señor: "Cayó la
lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y
embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó porque
estaba cimentada sobre la roca"
(Mateo 7:25).

San Agustín definió a la familia como
"pequeña iglesia" ya que la Iglesia se revela y actualiza
en la familia cristiana, la cual participa en su acción
santificadora, evangelizadora y salvadora.

Los padres, por el sacramento del Bautismo y del
Matrimonio, son consagrados como sacerdotes de su hogar ya
que:

Ø Transmiten a sus hijos la palabra
de Dios con su ejemplo y su palabra

(Ministerio
profético
).

Ø Son instrumentos de gracia y de
santificación para sus hijos mediante la oración
constante, el amor paciente, la comprensión y la
corrección serena y firme (Ministerio
sacerdotal
).

Ø Guían a sus hijos en el camino de la
vida cristiana a través de su testimonio en el mundo, de
su entrega en el servicio a los demás y del compromiso
apostólico y evangelizador, de manera que sean
introducidos plenamente en la experiencia de Cristo y de la
Iglesia (Ministerio pastoral).

LAS REALIDADES
INCOMPATIBLES DE LA VIDA FAMILIAR

Frente al atractivo del ideal de la familia como
comunidad de amor e iglesia doméstica, hay muchas
realidades incompatibles entre el proyecto humano y el plan de
Dios sobre la comunidad familiar. Las siguientes son las
más importantes:

1 La unión libre de hecho

La ausencia de un vínculo civil y religioso puede
ser fruto de ignorancia, de inmadurez y de inexperiencia, pero
también puede ser reflejo de una actitud de rechazo de
todo lo institucional. Ello falsifica la alianza matrimonial ya
que para el cristiano el único matrimonio es el
sacramental. Esas parejas necesitan ayuda social y
evangelización. Hasta que no regularicen su
situación ante Dios y la Iglesia, no pueden ser admitidos
a los sacramentos (FC 82).

2 La unión sólo por el matrimonio
civil

Es cada vez más frecuente el caso de
católicos que, por motivos ideológicos y
prácticos, prefieren contraer matrimonio solamente civil,
difiriendo e incluso rechazando el matrimonio religioso (FC 82).
Esta es una situación que desde el punto de vista
cristiano no se puede aceptar. Estos esposos renuncian a las
riquezas espirituales del sacramento y al reconocimiento de la
validez matrimonial por parte de la Iglesia. Viven en
oposición al plan de Cristo sobre el matrimonio y por eso
no pueden recibir los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía (FC 82). Es preciso ayudar a esas personas a
clarificar su fe y a superar su indiferencia religiosa,
llevándolas a vivir con coherencia su opción
cristiana.

3 La unión familiar falsificada

Muchas veces la unión familiar es falsificada o
deteriorada por la separación, el divorcio, el adulterio y
la poligamia, fenómenos todos que contradicen el plan
de

Dios sobre el matrimonio y la dignidad de la persona y
que constituyen una falta grave al compromiso matrimonial
celebrado ante Dios.

4 La actitud "machista"

Otro aspecto que influye también negativamente en
la unión familiar es una actitud "machista", lo cual
ofende la dignidad de la esposa y de los hijos con su actitud
autoritaria e irresponsable. El machista se considera a sí
mismo el dueño absoluto e impone arbitrariamente su
voluntad a su esposa en todos los aspectos familiares (vida
sexual, economía familiar, relaciones sociales, etc.).
Trata a su esposa y a sus hijos, no como personas, sino como
objetos que le pertenecen, sobre los que puede disponer a su
capricho. Para él todos son sus servidores y le deben
obediencia sin reservas.

5 La actitud "feminista"

Como esposa y madre la mujer "feminista" es autoritaria,
agresiva y posesiva. Abusa de su superioridad cultural o de
carácter o del mismo amor maternal, para aislar al esposo
del amor de los hijos. Defiende a veces justos derechos, pero de
manera equivocada y resentida.

6 Padres irresponsables

Una conducta irresponsable surge a veces por una
paternidad deficiente o por el descuido material y por la mala
educación de los hijos. Los padres así son
irresponsables y pecan contra Dios y el prójimo cuando se
dan las siguientes circunstancias:

Ø Cuando por egoísmo no quieren hijos, o
cuando si los tienen los tratan sin el mínimo de amor, sin
protección o posibilidades de vida y de
educación.

Ø Cuando acuden al aborto o procrean en la
ilegalidad, fuera del matrimonio o sin unión
matrimonial.

Ø Cuando descuidan su
formación integral, humana, intelectual y
religiosa.

Ø Cuando obstaculizan el futuro de los hijos,
imponiéndoles una determinada profesión o no
respetando su libertad en la elección del estado de vida o
su vocación.

Ø Cuando abusan de la autoridad atemorizando a
sus hijos e imponiendo una disciplina tan rigurosa como
desfasada, lo que provoca rebeldía, traumas
sicológicos, resentimientos, huidas del hogar y
matrimonios prematuros.

Ø Cuando no usan la autoridad debida ante las
exigencias inadmisibles de los hijos, cediendo a sus caprichos y
no corrigiéndoles por miedo.

Ø Cuando son un antitestimonio y dan malos
ejemplos como esposos, padres, profesionales, ciudadanos y
cristianos.

7 Hijos irresponsables

El amor, el respeto, la obediencia y la atención
personal resumen el Cuarto Mandamiento. La irresponsabilidad de
los hijos con sus padres se manifiesta en las siguientes
actitudes:

Ø La falta de amor: Es cuando el hijo
entristece a los padres con su pereza en los estudios o con su
ingratitud en las esperadas manifestaciones de cariño. Es
grave cuando se da el maltrato, las injurias y el abandono en
caso de enfermedad o necesidad. Pero llega al odio extremo cuando
existe odio a los padres, maldición, desprecio e incluso
deseo de su muerte.

Ø La falta de respeto: Se manifiesta en
la crítica amarga, en negarles la palabra, en avergonzarse
de ellos y en no reconocerles como padres. Pero también en
las amenazas, las ofensas, los golpes, el echarlos de la casa.
Dios condena duramente este pecado: "maldito quien deshonra a
su padre o a su madre"
(Deuteronomio 27:16), "como
blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor
quien irrita a su madre"
(Eclesiástico
3:16).

Ø La desobediencia: Existe cuando los
hijos no aprovechan los medios de formación, no hacen caso
a los consejos y a las correcciones, y rechazan la
colaboración y la ayuda en la vida familiar. Aún
más grave es la rebeldía, que corta el influjo
educador de los padres.

Ø El abandono a los padres: Es pecado
grave el no socorrer, según las posibilidades, a los
padres necesitados (ver Eclesiástico 3:12-14). El hijo
tiene la obligación de integrar a sus padres en el propio
hogar, o por lo menos proveerles el cuidado material y el
emocional.

Partes: 1, 2

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