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La filosofia en la definición de la identidad del adolescente




Enviado por Luis Ángel Rios



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    La filosofía en la definición de la
    identidad del adolescente – Monografias.com

    La filosofía en la
    definición de la identidad del adolescente

    En el presente trabajo escrito me propongo abordar desde
    la múltiple perspectiva filosófica y
    psicológica una problemática propia del
    adolescente: la definición de su
    identidad.

    Antes de reflexionar sobre la problemática
    relativa a la definición de la identidad del adolescente,
    es necesario diferenciar identidad con identificación.
    "Esta última alude a un proceso defensivo del yo por el
    cual el menor adquiere una seguridad relativa y transaccional al
    "identificarse" parcialmente con personas de su entorno. El
    destino de la totalidad de las identificaciones no es formar
    acumulativamente una identidad final, porque ésta
    –aunque las incluya– constituye una forma nueva e
    imprevisible. La posibilidad de auténtica intimidad se
    alcanza cuando hemos logrado la certeza de la propia
    identidad"[1].

    El joven necesita, ante todo, definir su identidad. El
    adolescente se pregunta ¿Quién es
    él?
    El muchacho de una manera consciente o
    inconsciente se pregunta: "¿Quién soy yo?"
    Él está buscándose a sí mismo, y por
    ello debe tratar de responder a esa pregunta antes de preguntarse
    qué hará en la vida. El joven busca su propia
    identidad, ya que una de las tareas de la adolescencia es saber
    quién es él realmente. En la búsqueda de la
    identidad el estudiante debe ir integrando no sólo los
    elementos nuevos que han surgido dentro y fuera de él,
    sino también debe asumir toda su vida pasada que no puede
    ser eliminada. Según Estanislao Zuleta, la identidad es la
    esencia de nuestro ser; y la desgracia de nuestro ser es que no
    tengamos una identidad dada, que tengamos que conquistarla, con
    nuestra vida, con nuestra historia; y agrega que la persona es
    capaz de hacerse matar en la búsqueda de una identidad,
    que es lo que más nos hace falta; que es lo que más
    nos oprime no tener. La identidad coincide con la totalidad del
    ser.

    La identidad se define como el conjunto de rasgos
    propios de un individuo que lo caracterizan frente a los
    demás, o como la conciencia que una persona tiene de ser
    ella misma y distinta a las demás, o el hecho de ser
    alguien o algo, el mismo que se supone o se busca. Según
    el psiquiatra Sergio Muñoz
    Fernández[2]entendemos por identidad la
    sensación de continuidad y mismidad, es decir, de ser uno
    mismo y lo que le permite al individuo diferenciarse de los
    demás. "¿Qué es la identidad y cómo
    surge en el desarrollo del adolescente? Identidad, significa
    principalmente adecuación y fortaleza del yo: equilibrio,
    madurez, integridad personal, razonabilidad y confiabilidad;
    adecuado grado de satisfacción personal y de
    adaptación y responsabilidad social; expresión
    espontánea y seguridad en uno mismo. La identidad del
    individuo se desarrolla desde la niñez, con las
    experiencias positivas y negativas que se adquieren durante el
    desarrollo psicológico, social y fisiológico. El
    concepto de identidad es un término muy amplio que engloba
    los aspectos generales de la personalidad del sujeto en su
    totalidad, en las que se suscriben fundamentalmente la
    integración de nuevas culturas y su asimilación de
    normas sociales, valores, creencias, costumbres, etc., que
    determinan las características e interacciones personales
    y sociales de los componentes más significativos en el
    mundo único y personal del ser
    humano"[3].

    La identidad indica la individualidad de cada persona
    para definirla en función de sus propios atributos
    personales. "La palabra identidad también se usa
    para referirse a la coherencia de nuestro propio yo, tanto
    física como psíquica a lo largo del
    tiempo"[4]. Su propia identidad es el conjunto de
    conocimientos acerca de quién es y qué es.
    "Quizás la tarea más importante de la adolescencia
    consiste en la búsqueda (o más bien la
    construcción) de la propia identidad; es decir, la
    respuesta a la pregunta "quién soy en realidad". Los
    adolescentes necesitan desarrollar sus propios valores, opiniones
    e intereses y no sólo limitarse a repetir los de sus
    padres. Han de descubrir lo que pueden hacer y sentirse
    orgullosos de sus logros. Desean sentirse amados y respetados por
    lo que son, y para eso han de saber primero quiénes
    son"[5]. Ningún adolescente quiere ser
    copia de otra persona, así sean sus padres, por más
    que los ame y respete. "Ésta es la época de los
    ideales y de las utopías, que hacen variar el
    comportamiento ante familiares y personas
    conocidas"[6]. La psicóloga y
    socióloga Daniela Castaldi señala que el
    adolescente paulatinamente dejará de idealizar lo relativo
    a su hogar, girando menos en torno de sus padres y buscando
    relaciones con personas nuevas de las cuales aprenderá
    otras visiones para iluminar con renovadas luces su universo.
    "Estos hechos implican un gran esfuerzo, a nivel de trabajo
    psíquico: de a poco el púber se va transformando en
    adolescente y, al igual que la mariposa abandona su primer cuerpo
    para poder volar, el adolescente deberá resignar lugares,
    certezas, comodidades, para buscar por sí mismo un nuevo
    ropaje, una nueva identidad. Sin dudas se servirá de los
    cimientos que hayan otorgado por sus padres y otras personas
    significativas para comenzar a construir un nuevo edificio, pero
    ahora no serán ellos los "dueños de la verdad", ni
    aquellos seres perfectos que en otra época
    imagino"[7].

    El problema crítico en esta etapa, según
    el psicólogo Eric Erikson, consiste en encontrar la propia
    identidad. En su opinión, la identidad se logra al
    integrar varios roles en un patrón coherente que le brinde
    el sentido de continuidad o identidad internas. "El problema
    básico de la adolescencia es establecer un sentimiento
    seguro de identidad. Desde el punto de vista del joven esto es
    esencialmente contestar al interrogante:
    "¿Quién soy yo?"[8]. En
    concepto de Erikson, ese ¿Quién soy yo? Es
    la ideología del adolescente. "Esta
    ideología es el marco básico dentro del cual los
    adolescentes se ven a sí mismos y su mundo y, lo que es
    más importante, evalúan sus experiencias
    cotidianas. Éstas son básicamente las ideas que
    utilizan para entender el mundo, más el sistema de valores
    que les sirve de base para juzgar lo correcto y lo incorrecto, lo
    bueno y lo malo. En lugar de verse a sí mismos en
    función de diversas sensaciones físicas o de
    diversos papeles, la ideología del adolescente le da una
    base para obtener un sentido integrado de sí mismo, lo
    cual le da a su vida dirección y
    significado"[9].

    Durante la adolescencia, el joven tiene que descubrir
    quién es él en realidad debido a que su problema
    esencial consiste en construir un sentimiento seguro de
    identidad, es decir, contestar de manera satisfactoria para
    éste al eterno interrogante de "Quién soy
    yo
    ?". Un sentido claro de su propia identidad implica saber
    "¿quién soy yo y qué quiero de la
    vida
    ?". Durante la adolescencia el joven ingresa dentro de
    sí mismo y se formula diversos interrogantes
    metafísicos, porque quiere ir más allá de lo
    cotidiano, de su realidad inmediata, en procura de buscar la
    razón de su ser íntimo y de quienes lo rodean para
    desarrollar su ser auténtico; así, logra liberarse
    de su inseguridad y de su hastío. El psicólogo
    Robert S. Feldman, plantea que "para casi todos los
    adolescentes, responder a las preguntas "¿quién
    soy
    ?" y "¿cómo encajo en el mundo?"
    representa uno de los retos más complejos de la vida.
    Aunque estas preguntas se siguen planteando a lo largo de la vida
    de una persona, en la adolescencia toman un significado
    especial"[10].

    El adolescente se pregunta si es normal lo que siente y
    lo que le ocurre; su cuerpo y su intimidad son dos interrogantes
    que no sabe cómo comprender. Quisiera recurrir a alguien y
    a veces no acierta a quién. Inspecciona libros dudosos con
    una curiosidad ansiosa. Su inseguridad, su desconfianza, crecen
    dentro de un medio que lo sigue abrigando como antes, pero que
    él no quiere aceptar. La sensibilidad se agudiza; nadie es
    tan susceptible como el adolescente. Ninguno tampoco experimenta
    el miedo al ridículo como él y teme particularmente
    que se burlen de su cuerpo en crecimiento incipiente, de su
    rostro (ni niño, ni adulto) y se repliega para defenderse
    mejor, según él
    cree"[11].

    Esta etapa de la vida, estudiada por Erikson
    –conocida como identidad versus confusión de
    roles
    –, "representa un período de prueba
    importante, ya que las personas buscan y quieren determinar lo
    que es único y especial respecto de sí mismas.
    Intentan descubrir quiénes son, cuáles son sus
    habilidades y qué tipos de papeles podrían
    desarrollar mejor el resto de su vida –en resumen, su
    identidad–. La confusión al elegir el rol más
    apropiado puede provocar una falta de identidad estable, la
    adquisición de un rol socialmente inaceptable como es el
    del delincuente, o dificultad para mantener, en el futuro,
    relaciones personales fuertes. En el período de identidad
    versus confusión de roles, es palpable una gran
    presión por identificar lo que deseamos hacer con nuestra
    vida. Debido a que esta necesidad espera de ellos, los
    adolescentes pueden encontrar esta etapa especialmente
    difícil. La etapa de identidad versus confusión de
    roles tiene otra característica importante: minimiza la
    dependencia en los adultos como fuentes de información, y
    un viraje hacia el grupo de pares como fuente de juicios
    sociales"[12].

    En la búsqueda de tan compleja respuesta, el
    adolescente atraviesa por la amarga etapa de los ensayos y
    errores
    , que no siempre se manifiestan en cambios extremos
    de un punto de vista a otro. En el joven son normales los
    períodos de hondas preocupaciones por determinar
    qué es lo verdadero, qué es lo falso, qué es
    lo bueno, qué es lo malo, qué es lo correcto y
    qué es lo incorrecto. La adolescencia es una etapa de
    compromiso con los valores, esperanzas e ideales que en el futuro
    se convertirán en el centro interior de la identidad del
    joven. "La adolescencia es la época en la que las y los
    jóvenes definen su posición ante la familia, sus
    compañeros y compañeras y la sociedad donde
    viven… Los y las adolescentes comienzan a tomar riesgos y
    a experimentar; se comportan de esa manera debido a que
    están pasando de un mundo centrado en la familia a un
    mundo centrado en la comunidad, dentro del cual empezarán
    a definir su propia identidad"[13].

    En el complejo proceso dinámico,
    sinérgico, sistemático, holístico y
    dialéctico de desarrollar su propio sentido de identidad,
    el adolescente prueba diversos puntos de vista, oscilando a veces
    de un extremo a otro en breve tiempo, reflejando la pauta de
    ensayos y errores en búsqueda de valores y creencias que
    puedan servirle de referencia ideológica para su adecuada
    identidad. En esta etapa clave de la existencia se desarrolla en
    el adolescente un sentido íntimo y fundamental del yo, una
    idea de identidad que va más allá de sensaciones
    físicas o de roles sociales. "La adolescencia es descrita
    como una época en la que el adolescente busca, quiere
    llegar a ser alguien pero no sabe cómo, es por eso que el
    adolescente hace ensayos que en ocasiones pueden ser mal vistos
    por la familia y la sociedad, olvidándonos los adultos que
    estos ensayos son necesarios para que consolide su
    identidad"[14].

    En este período, en el que, por su
    condición natural de ser un individuo único e
    irrepetible, no quiere ser copia de los demás, anhela
    experimentar un sentimiento de independencia y de ser una persona
    única por derecho propio. "Todo joven tiene, por ley de
    vida, afán de independencia. Si no sabe cómo
    convertir lo externo en íntimo manteniendo e incluso
    acrecentando su autonomía personal, se ve tentado a dejar
    de lado cuando ha recibido de sus mayores –es decir, de
    fuera– en cuestión de usos y costumbres, criterios y
    normas morales, dogmas religiosos y prácticas piadosas,
    para ver de configurar su vida en el futuro conforme a criterios
    propios, elaborados en su interioridad. Esta ruptura con la
    "tradición" no supone sólo un alejamiento de sus
    padres, sino, más radicalmente, de la realidad que le
    rodea y con la que tiene que configurar su vida. Este alejamiento
    anula de raíz en buena medida su capacidad de crear
    encuentros, y, por tanto, su poder creativo"[15].
    El adolescente, en búsqueda de independencia, necesita
    saber quién es él realidad, en procura de
    establecer su identidad genuina, determinar sus propios valores,
    y enriquecer y afirmar su personalidad. "Tal vez la tarea
    más importante de la adolescencia es descubrir
    quién soy yo realmente. Los adolescentes
    necesitan desarrollar sus propios valores y asegurarse que no
    están simplemente repitiendo sin pensar las ideas de sus
    padres. Deben descubrir lo que pueden hacer y sentirse orgullosos
    de sus propios logros. Queridos y respetados por lo que son: los
    adolescentes buscan su identidad en muchos
    espejos"[16].

    El joven que alcanza la definición de su
    identidad no debe actuar o tomar sus decisiones fundado en
    órdenes, costumbres o caprichos. Fernando Savater, en su
    libro Ética para Amador (dirigido, precisamente,
    hacia a los adolescentes), señala que para no ser borregos
    hay que "pensar dos veces lo que hacemos", es decir, reflexionar
    profundamente sobre nuestros actos; porque, para hacer uso
    legítimo y responsable de nuestra libertad, "más
    vale alejarse de órdenes, costumbres y caprichos". En la
    dimensión de la libertad, el obrar humano no puede estar
    condicionado por órdenes, costumbres, caprichos, premios o
    castigos, es decir, con fundamento en aquello que quiere
    gobernarnos desde afuera. Se debe obrar desde dentro de nosotros
    mismos, desde el fuero de nuestra propia voluntad, buscando hacer
    lo bueno para nosotros y para los demás. Jorge Restrepo
    Trujillo piensa que "si el hombre es libertad, se ha ido
    acentuando ésta como capacidad de autodeterminación
    o autenticidad frente a lo que la condiciona o instrumentaliza,
    bajo generalizaciones como la del poder, la cultura o la
    naturaleza"[17].

    Como el joven necesita saber qué es lo que en
    realidad quiere, no puede ser imbécil, ética y
    moralmente hablando. Esta imbecilidad se refiere a la ignorancia
    de no saber darse la buena vida. Si el imbécil cojea no es
    de los pies, sino del ánimo. Según Fernando
    Savater, hay varios modelos de imbéciles que necesitan
    bastón, es decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera,
    ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la
    reflexión propias:

    "A. El que cree que no quiere nada, el que dice que
    todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta
    permanente aunque tenga los ojos abiertos y no ronque. B. El que
    cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo
    contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar
    y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la
    vez.

    C. El que no sabe lo que quiere ni se molesta en
    averiguarlo. Imita los quereres de los vecinos o les lleva la
    contraria porque sí, todo lo que hace está dictado
    por la opinión mayoritaria de los que lo rodean: es
    conformista sin reflexión o rebelde sin
    causa.

    D. El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y,
    más o menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere
    flojito, con miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas, termina
    haciendo siempre lo que no quiere y dejando lo que quiere para
    mañana, a ver si entonces se encuentra más
    entonado.

    E. El que quiere con fuerza y ferocidad, en el plan
    bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo
    sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina
    confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo".
    El imbécil necesita bastón, o sea apoyarse en cosas
    de afuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y
    la reflexión propias. Un imbécil, es decir, o lo
    que es lo mismo, un borrego no se toma la libertad en serio, y lo
    serio de la libertad es que cada acto libre que hago limita mis
    posibilidades al elegir una de
    ellas"[18].

    Como vivimos en un mundo de posibilidades, hay que
    elegir. Libertad es poder elegir lo que hacemos o decimos; "esto
    me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por lo tanto no
    lo quiero". La libertad nos permite decidir, pero es importante
    saber qué estamos decidiendo. Para esas decisiones hay que
    pensar mucho, porque muchas veces tenemos ganas de hacer algo que
    se vuelve en contra, y nos arrepentimos. Debemos elegir por
    nosotros mismos. Tenemos que ser capaces de "inventar en cierto
    modo la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han
    inventado para uno". Para ser auténticamente libres no
    debemos preguntarle a nadie qué debemos hacer con nuestra
    propia vida, debemos preguntárnoslo a nosotros mismos. "Si
    deseas saber en qué emplear mejor tu libertad, no la
    pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de
    otro y de otros, por buenos, sabios y respetables que sean:
    interroga sobre el uso de tu libertad… a la libertad
    misma"[19]. La existencia humana y la libertad son
    inseparables desde un principio.

    Este hombre "imbécil" del que nos habla Savater
    tiene estrecha relación con el hombre con "minoría
    de edad" (incapacidad para valerse de su propio entendimiento o
    de hacer uso de su razón) de Kant, con el hombre
    "unidimensional" (perdido en la racionalidad tecnológica)
    de Marcuse, con el hombre "inauténtico" (que vive en
    estado de interpretado: no interpreta nada, y es interpretado
    constantemente; vive inmerso en el discurso del otro, vive todo
    el día recibiendo el discurso del otro, formando su
    inconsciente o su consiente, su subjetividad; vive en medio de
    una avalancha de informaciones, de interpretaciones.) de
    Heidegger, con el hombre "sin atributos" (una especie de ser
    vacío, sin destino, sin iniciativa propia, sin
    propiedades, sin relación consigo mismo) de Musil, con el
    hombre mecánico ("el homo mechanicus", interesado en la
    manipulación de máquinas, fascinado por lo
    mecánico, indiferente por la vida y atraído por la
    muerte y la destrucción) de Fromm, con el hombre "masa"
    (que no pretende hacer con su vida ninguna cosa particular, y no
    puede, ni quiere, ni concibe, detenerse en su acción
    inmediata, en su carrera desenfrenada por satisfacer sus
    apetitos) de Ortega y Gasset, con el hombre "mediocre" (imitador,
    envidioso, sin ideales, rutinario, sin personalidad, pobre en
    carácter, pasivo, pacotilla, normal, vulgar, incapaz,
    conformista, sombra, hipócrita, vicioso, domesticado,
    inferior, tránsfuga, conservador, infame, servil, sancho,
    dogmático, espíritu débil, adulador,
    quitamotas, adocenado, maledicente, criticastro, perezoso,
    funcionario, ambicioso, contemplador, ambiguo) de José de
    Ingenieros, con el hombre sin espíritu crítico (no
    piensa por sí mismo), con el hombre "vanidoso" de Fernando
    González Ochoa (vive de apariencias, es un ser
    vacío, imitador, "copietas", le falta personalidad), con
    el hombre del "rebaño" (el hombre borrego)… Con
    respecto al hombre borrego, es procedente poner atención a
    la reflexión de Ana Judith Quevedo
    Barragán:

    "Su proyecto de vida consiste en no pensar ni
    decidir por sí mismo, es el hombre masificado y
    despersonalizado, hecho según moldes sociales. Dependiente
    de las personas y del ambiente, cede sin resistencia a los
    estímulos de la propaganda y se amolda fielmente al
    pensar, desear y vivir del medio: "donde va Vicente, donde va la
    gente". Elige sin criterio personal. Al escoger trabajo,
    profesión, sigue el gusto de sus padres, de sus amigos o
    de la moda. No soporta estar solo un momento. Su ley es seguir a
    la mayoría y en rebaño va donde lo
    llevan"[20].

    Como el adolescente se está examinando,
    reexaminando, evaluando y reevaluando, comparte o confronta sus
    puntos de vista, sus opiniones, sus cosmovisiones y su particular
    manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad, se
    interesa por los valores, las creencias, los ideales y las
    expectativas de los adultos, y de esta forma desarrollar con
    confianza su sistema de valores y lograr un seguro y maduro
    sentido de identidad. Si el joven tiene el conocimiento, el
    valor, la osadía, la voluntad y el denuedo inteligente,
    posee las herramientas de fondo y con sentido, que le
    indicarán a dónde ir y qué es lo que quiere,
    porque si éste no sabe a dónde va, ni cómo
    va, posiblemente llegará a otra parte. "Hay muchos caminos
    sin viajero; hay aún más viajeros que no tienen su
    senda[21]

    La psicóloga Leonor Noguera Sayer precisa que
    gracias a la identidad, como elemento constitutivo del ser
    humano, somos como somos en cada momento, y se teje como un hilo
    conductor que reúne nuestras imágenes parciales
    para hacernos unitarios e integrados a pesar de los diversos
    movimientos, respuestas y actuaciones. Esa identidad se alimenta
    y se refleja, además de lo físico, en lo
    psíquico, en donde se resume en la manera de pensar y de
    sentir. "A su lado podemos hablar de lo social, como el escenario
    para la interacción desde el momento del nacimiento y de
    donde provienen mensajes continuos de lo que en ese grupo y
    ambiente se considera prioritario, bueno o malo, motivo de
    reconocimiento o prestigio o de rechazo y censura. En la
    vertiente social de la identidad está el complejo conjunto
    de valores, creencias, modas, etc., que dan fisonomía a un
    grupo humano determinado, y que influyen en la identidad del
    mismo y de los individuos que lo conforman… La identidad
    no es sinónimo de semejanza ni remedo o culto al pretexto
    cronológico con que se patenta la madurez o la
    sabiduría; la identidad es un complejo de resultado de
    cada momento, donde lo propio es lo original, con infinitas
    posibilidades de expansión… La verdadera identidad
    recrea la experiencia a través de la reflexión y,
    con el concurso del pensamiento, es capaz de demoler las murallas
    que hasta entonces guardaron lo propio como la verdad
    única. La identidad fundamental es el eterno descubrir los
    infinitos proyectos que habitan en el interior de cada uno y que
    se fortifican o mueren en los ejercicios de
    interacción… La identidad, como fuerza que pugna
    por conservarse igual a sí misma, extiende sus dominios al
    terreno de los conflictos psicológicos, de las angustias,
    de los dolores… Los deseos, las necesidades, los
    sentimientos, las habilidades y/o las limitaciones, convergen en
    la trama compleja y más profunda de la identidad, que
    trasciende de lo convencional y, paradójicamente, a nada
    le otorga un valor absoluto; en su esfuerzo de autocrítica
    permanente, reconoce la importancia de las nuevas experiencias
    como océano inagotable de enseñanzas, ajustes y
    cambios, que conducen a otras definiciones para la
    vida"[22].

    El logro de la identidad es tan crucial para el proyecto
    de vida del joven, porque ésta depende que se viva de
    acuerdo a como se piensa y no se termine pensando de acuerdo a
    como se vive. No se puede vivir de la vida del otro en lugar de
    vivir la propia vida. Si se quiere construir un proyecto de vida
    que posibilite la autorrealización y la búsqueda de
    la felicidad, supremo fin de la existencia, hay que vivir
    conforme a como se piensa. Pensar de acuerdo a como se vive, es
    decir, vivir una vida inauténtica, inexorablemente conduce
    a optar por opciones como la delincuencia, la
    drogadicción, la cultura "traqueta", las
    ideologías, los dogmas religiosos, el facilismo, la
    mentalidad del "rebaño", los idiotas útiles para
    los oscuros procesos electoreros… "La adolescencia es, hoy
    por hoy, la edad más difícil de la vida. La
    adolescencia consiste en la transición de la niñez
    a la pubertad, la etapa en que hace su aparición la
    sexualidad; es la hora de estrenar autonomía y la
    oportunidad de gozar de la música, del licor, de la droga
    y del sexo. Es la edad en que el ser humano se encuentra
    más indefenso: pocos principios, pocos valores, poca
    voluntad, escaso conocimiento de la vida y de las funestas
    consecuencias de las fiestas. Durante la rumba, ellos buscan
    sentir experiencias cada vez más fuertes, que produzcan
    mayor placer, excitación, y finalmente, el éxtasis.
    Recordemos algunos efectos de semejantes experiencias:
    desorientación, cansancio, soledad, vacío,
    tristeza, depresión y, para rematar, intentos de
    suicidio"[23]. El referido psiquiatra Muñoz
    Fernández aclara que "una transición adecuada de la
    adolescencia permitirá al chico o a la chica encontrar
    "eso" que andaba buscando que es justamente su identidad; le
    permitirá establecer una relación diferente con sus
    padres, con amigos, con intereses diversos pero definidos, por
    ejemplo, decidir qué quiere estudiar y elegir una pareja
    con la cual pueda compartir su
    vida"[24].

    En cuanto a la problemática de la juventud, Erich
    Fromm llama la atención cuando afirma que ésta
    considera aburrida y sin sentido la vida en algunas familias.
    "Por ello, esos jóvenes se alejan de sus hogares, buscando
    un nuevo tipo de vida, y se sienten insatisfechos porque no
    tienen oportunidad de realizar esfuerzos constructivos. Muchos de
    ellos fueron originalmente los más idealistas y sensibles
    de la generación joven; pero en este punto,
    faltándoles tradición, madurez, experiencia y
    sabiduría política, se sienten desesperados,
    narcisistamente sobrestiman sus capacidades y posibilidades, y
    tratan de lograr lo imposible mediante el uso de la fuerza.
    Forman los llamados grupos revolucionarios y esperan salvar al
    mundo con actos de terror y destrucción, sin advertir que
    sólo contribuyen a la tendencia general a la violencia y a
    la inhumanidad. Han perdido su capacidad de amar y la han
    remplazado por el deseo de sacrificar sus vidas. (El sacrificio
    de sí mismo con frecuencia es la solución para los
    que ardientemente desean amar, pero que han perdido la capacidad
    de hacerlo y ven el sacrificio de sus vidas una experiencia
    amorosa del más alto grado). Pero estos jóvenes que
    se sacrifican son muy distintos de los mártires del amor,
    que desean vivir porque aman la vida, y que aceptan la muerte
    sólo cuando se ven obligados a morir para no traicionarse.
    Los actuales jóvenes que se sacrifican son los acusados,
    pero también los acusadores, al mostrar que en nuestro
    sistema social algunos de los jóvenes mejor dotados llegan
    a sentirse tan aislados y sin esperanzas que para librarse de su
    desesperación sólo les queda el camino de la
    destrucción y el fanatismo"[25].

    El filósofo y psicólogo Luis
    Duravía precisa que los adolescentes tienen necesidades de
    seguridad, de independencia, de experiencia, de un ideal de vida,
    de encontrarle sentido a la vida, de sentirse en paz con todos y
    con la naturaleza, de expresar en forma simbólica su
    interioridad recién descubierta, de intimidad, de
    ídolos, de amistad y de amor. Así mismo, necesita,
    para su armónico equilibrio, lograr la condición de
    independencia, modificar su sistema de valores, desarrollo de su
    heterosexualidad concreta y serena, y buscar una nueva y
    definitiva identidad. Esta última es tan importante que
    podría considerarse como el resumen de todos estos logros
    o tareas.

    En concepto de Duravía, el adolescente tiene que
    ir reorganizando todos los elementos nuevos que han entrado en su
    cuerpo y en su psique y llegar a dar una respuesta a la pregunta
    "¿Quién soy yo?", porque solamente si
    llega a definir bien su propia identidad, evitando la
    confusión y dispersión, podrá el adolescente
    llegar a la intimidad, saliendo de sus propias fronteras. Aclara
    que no se trata sólo de la identidad sexual, sino la
    identidad en todos los aspectos que le permitan definirse como
    persona por lo que es y lo que vale, y con las ideas claras de lo
    que se propone, y también identificar sus propios
    principios, creencias, cosmovisiones… como aspectos
    distintos de los que tienen los demás; es decir, en
    particular a la identidad del yo como persona independiente. Eso
    sería lo que Erikson define como la intensa experiencia de
    la capacidad del yo para integrar esas identificaciones con las
    vicisitudes de la libido, con las actitudes desarrolladas con
    base en talentos innatos y con las posibilidades por los diversos
    papeles sociales.

    El fracaso en la construcción de la identidad del
    adolescente puede traer graves consecuencias, debido a que
    ésta es una de las tareas más importantes de ese
    momento de la existencia del joven. Entre éstas,
    según Duravía, encontramos que los eventos nuevos
    que acaecen en su vida lo pueden desequilibrar; puede hallar
    dificultades para definir bien sus límites y
    posibilidades; es posible que sea refractario a las relaciones
    afectivas que es esencialmente la salida de sí mismo,
    apertura, donación, ruptura de los propios límites
    (en opinión de Erikson, los mismos amores de los
    adolescentes –que requieren confianza, autonomía,
    iniciativa, sentido de industriosidad y de identidad– son
    en gran parte un intento por definir su propia identidad
    proyectando sobre otra persona la imagen que tienen de su propio
    yo, para así verla reflejada y con más claridad);
    la confusión de identidad le ocasiona cambios frecuentes
    de opinión, de actitud, y hasta de moralidad con el
    transcurso del tiempo, de los lugares y de las personas con las
    que trata; la difusión de identidad le dificulta armonizar
    los estados interiores del yo con frecuencia contradictorios, sin
    que logre concluirlos. "La identidad negativa es la que elige
    quien busca definirse por oposición o rechazo de lo que
    ofrecen los patrones ideales de la sociedad vigente. Esta
    actitud, de carácter hostil, expresa una conducta
    desesperada por no poder admitir los conflictos de una realidad
    cultural vigente… La incapacidad de definir nuestra
    identidad o el peligro cierto de perderla, se vinculan con la
    quiebra de los sistemas de
    valoración"[26].

    Así se encuentra que el adolescente no tiene la
    capacidad de reflexionar críticamente sobre su propia
    conducta, es incapaz de unas relaciones estables con los
    demás, no tiene un sistema de valores claro y definido.
    "En este caso el muchacho renuncia a gobernar su vida, a tomar
    decisiones y a la irresponsabilidad en la sociedad y se deja
    llevar por motivaciones inconscientes. El resultado más
    evidente es un estado de indecisión y confusión.
    Pero también se puede volver amargado y agresivo contra la
    sociedad y se aliena dedicándose a actitudes de protesta
    contra la sociedad misma; por ese camino llega fácilmente
    a la droga como medio para escaparse de sus decisiones y
    responsabilidades… Frente a la posible confusión de
    identidad, el joven se dará cuenta con pánico que
    el tiempo está pasando y que si no toma algunas decisiones
    el tiempo mismo las tomará en su lugar. Frente a las
    nuevas responsabilidades que asoman al final de la adolescencia
    el joven puede dejarse dominar por el miedo y huir dejando el
    estudio y la familia, renunciando a ocupar un puesto en la
    sociedad"[27].

    Con respecto a "los amores de los adolescentes" a que se
    refiere Ericsson, un texto de filosofía del bachillerato
    precisa que el amor da origen a una especie de conciencia de
    orientación, conciencia de la dirección que la
    persona misma es en su más íntima esencia y que
    debe seguir si quiere tener la esperanza de ser capaz de
    consentir definitivamente a su existencia, a su ser, a la
    realidad total[28]Como el amor es el llamado del
    otro a la subjetividad, el adolescente evita el egoísmo.
    El otro es una subjetividad palpitante y no una cosa; es un
    proyecto que se le ofrece para realizarlo juntos. La adolescencia
    es un proceso complejo y "una etapa de la evolución que no
    puede ser suficientemente comprendida si no la insertamos dentro
    de las coordinadas de lo psicobiológico y lo
    psicosocial… Hay que promover la valentía de los
    adolescentes que alientan ideales relativos al destino del sexo y
    el amor, nutridos de fe y que renuevan el camino del verdadero
    encuentro entre personas. La vida sexual bien vivida no produce
    resentimiento, ni renuncia, ni pasividad. Por el contrario, es un
    modo de enriquecerse, de manifestarse activamente y de
    experimentar la admirable unidad de
    dos."[29].

    Aunque la difícil tarea de la construcción
    de la identidad del adolescente es una labor personal de cada uno
    de ellos, es fundamental el aporte de los agentes socializadores
    como la familia, la escuela, los jóvenes de su edad
    (coetáneos), los medios de información y la
    religión; pero en la labor de educadores corresponde
    básicamente a los padres de familia, a los
    coetáneos y a los profesores. El psicólogo Charles
    Morris señala que "según Erikson, la adolescencia
    es el tiempo en que los jóvenes buscan su identidad.
    Empiezan a tomar decisiones por sí mismos, proceso que es
    emocionante y que a la vez produce estrés. El adolescente
    está indeciso entre escoger uno u otro estilo de vida,
    pudiendo sufrir una crisis de identidad. El influjo de
    los padres parece ser el factor decisivo en su capacidad de
    establecer un sentido claro e independiente del yo. El grupo de
    coetáneos también ejerce presión para que se
    conforme a él. Las normas de los padres y de los
    coetáneos influyen en la manifestación de la
    sexualidad"[30].

    El aludido Ariel Bianchi, respecto a la dinámica
    de la interacción con los coetáneos y la
    pertenencia a un grupo, señala que la experiencia con los
    coetáneos puede subsumir la individualidad, el grupo
    procura ejercer un tutelaje sobre el adolescente, que se somete a
    sus normas, valores y sanciones. El adolescente busca asemejarse
    a sus coetáneos, y lo que más teme es la
    segregación de los iguales. "El grupo brinda,
    también, un espacio vital, una peculiar región
    física y humana donde resolver tensiones, agresividad,
    inquietudes sexuales. Ahí encuentra el adolescente un
    territorio permisivo, fuera del control adulto. En este peculiar
    campo puede moverse con libertad y despojarse de presiones. Es a
    la vez un espacio exento de vedas, apto para la espontaneidad, y
    una región cálida donde encontrar simpatías
    y afinidades. En sus descargas de acción, de palabras, de
    gestos, hay una afirmación implícita:
    "aquí no hay adultos". Esto no implica que se
    haya desprendido de obligaciones, controles y sanciones, puesto
    que el grupo de los pares también lo hace, pero no son las
    mismas que las de ellos (los mayores), de quienes trata de
    segregarse y diferenciarse…. El adolescente vuelve al yo,
    como mundo interior a explorar, como eje de oposición, de
    afirmación y resistencia al mundo. Es el momento egotista,
    del culto contradictorio a sí mismo, que tanto agrede como
    se agrede, que sueña, quiere, ansía, desde
    sí mismo a los demás; que se aísla en la
    torre de marfil o se desespera por ser dueño de la
    realidad"[31].

    A juzgar por lo que señala Morris, los
    adolescentes que tienen relaciones satisfactorias con sus padres
    tienen mayores oportunidades de lograr una fuerte identidad. "El
    influjo de los padres parece ser el factor más importante
    que afecta a la capacidad del adolescente para lograr un sentido
    claro independiente de su yo", precisa el psicólogo O.
    Siegel (citado por Charles Morris). El psicólogo J. J.
    Cónger, citado por Morris, señala que "los
    adolescentes que tienen una relación satisfactoria con su
    padre y su madre tendrán también mayores
    probabilidades de adquirir una fuerte identidad". El mismo
    Cónger asegura que los coetáneos también son
    importantes en la búsqueda de identidad. "En una
    época en que el adolescente debe escoger entre ocupaciones
    –indica–, estilo de vida, ideologías y modelos
    de roles sexuales de los más heterogéneos, la
    comprensión y el apoyo de los coetáneos es
    indispensable". Feldman señala que la teoría de
    Erikson precisa que "paulatinamente, el grupo de pares tiene
    mayor importancia, lo que les permite entablar relaciones
    íntimas, parecidas a las de los adultos, y ayudar a
    clarificar su identidad personal". El psiquiatra Sergio
    Muñoz Fernández aclara que "el adolescente siente
    la necesidad de estar menos tiempo con sus padres, lo que le va a
    permitir desprenderse de ellos y estar en posibilidad de
    establecer nuevas relaciones principalmente con otros
    adolescentes"[32]. Además de la importante
    y trascendental influencia de los padres de familia y de los
    otros adolescentes, en la búsqueda de la identidad del
    joven, también son decisivos otros factores que
    interactúan en la cotidianidad de éste. "En
    definitiva, el logro de una buena identidad dependerá de
    muchos factores, pero en particular de las etapas anteriores y de
    las motivaciones y valores que le ofrece el ambiente familiar y
    social"[33].

    En el escenario educativo corresponde a los profesores y
    a los psico–orientadores, pero en quien recae una gran
    responsabilidad es en los docentes de filosofía. "El
    objetivo primero y fundamental de la educación es el de
    proporcionar a los niños y a las niñas, a los
    jóvenes de uno y otro sexo una formación plena que
    les permita conformar su propia y esencial identidad, así
    como construir una concepción de la realidad que integre a
    la vez el conocimiento y la valoración ética y
    moral de la misma. Tal formación plena ha de ir dirigida
    al desarrollo de su capacidad para ejercer, de manera
    crítica y en una sociedad axiológicamente plural,
    la libertad, la tolerancia y la solidaridad"[34].
    El docente de filosofía debe transformarse en una especie
    de "consejero filosófico" con el ánimo de asesorar
    al discente y enseñarlo a filosofar, respetando su
    autonomía dentro de un ambiente de tolerancia y de
    diálogo asertivo, auténtico, biunívoco y
    argumentado, evitando el autoritarismo y el dogmatismo, y
    fomentando una actitud de empatía para que pueda potenciar
    sus facultades que le permitan saber dónde está,
    para dónde va y qué es lo que quiere. "En efecto,
    si no sabe definir quién es, qué valores tiene, de
    qué es capaz, tampoco sabrá qué hacer en la
    vida, será un eterno inseguro y dependerá de las
    opiniones de los demás"[35].

    Quien no logre definir su identidad le será
    difícil reflexionar críticamente sobre su conducta,
    será incapaz de relaciones estables con los demás y
    no contará con un sistema claro y definido de valores. "Es
    necesario prever el ambiente favorable en el que, antes de
    cualquier otra cosa, se aprendan los sentimientos, los valores,
    los ideales, las actitudes y los hábitos de
    significación ético social. Es ésta una
    responsabilidad conjunta primero de la familia y después
    de la escuela; formar personas socialmente adaptadas de modo que,
    al salir del círculo familiar y escolar, puedan ocupar el
    lugar que les corresponde en la comunidad de los
    ciudadanos"[36]. En una dinámica
    sinérgica, padres y docentes, de manera segura,
    deberán ayudarlos y apoyarlos para afrontar este periodo
    de confusiones y contradicciones internas. Este binomio formador
    necesita "incrementar las normas, el orden y fomentar el
    acercamiento afectivo hacia el y la adolescente… Los y las
    adolescentes deben recibir orientación y
    preparación en esta etapa de su vida, ya que en ella se
    presentan grandes inquietudes y cambios emocionales de
    importancia; por lo tanto es indispensable que establezcan una
    fluida comunicación con personas de su confianza (padres y
    docentes)"[37].

    Respalda mi aserto la novela filosófica El
    mundo de Sofía,
    que en sus comienzos interroga a la
    adolescente Sofía Amundsen con la pregunta más
    filosófica de las preguntas: "¿Quién
    eres?"[38].
    Interrogante que,
    inexorablemente, transformará radicalmente la manera de
    pensar, de estar en el mundo y de ser de Sofía. A medida
    que se le plantean profundas inquietudes y aprende a
    planteárselas con profundidad ella misma, ésta va
    aprendiendo a desarrollar y fortalecer su espíritu
    crítico, a pensar por sí misma y a obtener el logro
    de su identidad. La novela arrancó "a Sofía de lo
    cotidiano para de repente ponerla ante los grandes enigmas del
    universo"[39].

    Así la filosofía haya sido estigmatizada
    como un ejercicio anacrónico, tedioso y denso para la
    juventud, la filosofía es aquella actividad que refresca y
    renueva las ideas y que además orienta hacia la
    búsqueda de identidad en los jóvenes en su sentido
    de vida y su situación en el mundo. "A pesar de la
    relevancia que actualmente han tenido las ciencias
    técnicas, la filosofía no debe dejarse de lado ya
    que es un saber que humaniza y el cual se debe de impartir en los
    jóvenes y, sobre todo, en la etapa de la adolescencia
    donde el individuo comienza sus cuestionamientos hacia las cosas
    y las costumbres, que es donde surge la búsqueda de la
    identidad… El despertar en ellos esa estudiosidad que los
    llevará a fines más elevados hacia su madurez para
    no caer en la indiferencia y el vago escepticismo al abordar las
    cuestiones más importantes y más interesantes en la
    vida humana… Se debe dar entender que siendo humano se es
    filósofo. Ya que por la naturaleza pensante el hombre
    busca voluntaria o involuntariamente resolver problemas, entender
    ideas, buscarle un sentido a la realidad. Y aquel que ejerce la
    filosofía entiende más de sí mismo y del
    mundo que le rodea. Ser filosofo no es ser inadaptado de la
    realidad sino por el contrario, ser filósofo es buscar su
    sitio y el sentido de sus actos en la realidad. Es buscar
    entender y tener en claro quien se es y hacia donde dirige su
    vivir"[40].

    La dimensión personal de interioridad, que hace
    de la persona un ser independiente frente al mundo, abierto al
    mundo de valores, de ideas y de sentimientos, "hace referencia a
    la búsqueda constante de identidad, como el encuentro de
    la persona consigo misma y de ésta con los demás".
    Es por ello que "perder la identidad es perder lo propio que le
    pertenece a la persona, aquello que la singulariza y que le abre
    la posibilidad de enriquecimiento con el otro. Perder la
    identidad es ser masa, es ser uno con las
    cosas"[41].

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