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Guerra con Chile. El viaje de Prado y la falsificación de misivas




Enviado por Jorge



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. El controvertido viaje
  4. Documentos apócrifos justificativos del viaje de Prado
  5. Obras citadas

Existe una natural dependencia de la "historia documental", si no hay fuentes no hay historia, quizás con la ilusión de creer que lo que llamamos hecho coincide con lo que realmente ha pasado. (Cerdá Díaz, Julio. "Archivos e historia local")

"Para mediados del siglo XII, la abrumadora multiplicación de documentos falsos condujo a una seria devaluación de los documentos auténticos y de la palabra escrita en general. Paradójicamente, la ingente fabricación de instrumentos constituiría el mayor estímulo para el surgimiento de criterios de discriminación documental, formas oficiales de validación y autentificación, y estrategias de contención y castigo". (Villa-Flores, Javier. "Archivos y falsarios. Producción y circulación de documentos apócrifos en el México borbónico").

Resumen

Durante la Guerra del Pacífico entre Bolivia, Chile y Perú (1879-1883), se produjo el viaje del Presidente Peruano Mariano Ignacio Prado, en diciembre de 1879. Este acontecimiento ha dado lugar no sólo a una serie de interpretaciones sino también a la aparición de documentos falsificados tratando de justificar dicho viaje.

Palabras Claves: Falsificación – Misivas – Prado – Pardo – Piérola

ABSTRACT. During the Pacific War between Bolivia, Chile and Peru (1879-1883), the journey of the Peruvian President Mariano Ignacio Prado en December of 1879 at this event had led to a series of false documents and false interpretations to try to justify the trip.

Keywords: Falsification – Letters – Prado – Pardo – Piérola

Introducción

El estudio de los casos de documentos falsos constituye, dentro de la documentología, una temática que tiene como objetivo, e importancia, el poder esclarecer hechos sobre los cuales se ha fabricado documentación que, por lo general, persigue justificar o reivindicar determinadas acciones u omisiones de personajes históricos. Se señala que incluso se dan casos en los cuales estas patrañas persiguen reivindicar sociedades, así como el intentar orientar en un determinado sentido la interpretación de acontecimientos. Muchas de estas falsificaciones de tipo reivindicativas apoyan, o tratan de reforzar, la mitificación de ciertos personajes.

Estas patrañas documentales son, como lo hemos señalado, realizadas con determinado o determinados fines. Es decir, realizadas con motivaciones que en algunos casos son fáciles de descubrir, pero que en otros casos se convierten en verdaderos enigmas porque ni se logra descubrir a los falsarios, que es lo común en estos casos, ni existe un motivo fácil de deducir.

Muchas de estas engañifas históricas parten de supuestos descubrimientos de documentos que han sido hallados, o son conocidos y estudiados, por personas que pueden ser consideradas especialistas en los temas históricos. Esto complica aún más el panorama. Tanta es la supuesta "seriedad" de estos descubrimientos, que incluso se originan reuniones y debates entre especialistas. También se publican, y en revistas especializadas, artículos sobre el tema. Y en un primer momento, cuando los descubrimientos son noticia, también comienzan a proliferar artículos periodísticos, más preocupados en vender noticias que en tratar de presentar objetivamente lo referente al "descubrimiento" de los documentos y las diversas opiniones que se tejen en torno de ellos. Para suerte, en estos medios periodísticos la duración es breve pues pronto deja de ser noticia y queda ya en el campo eminentemente especializado o de su divulgación. Esto último suele ser muy limitado y hasta peligroso cuando corre a cargo de personas no conocedoras de la temática en debate. Muy pronto, sin embargo, el tema queda en el coto reservado de los "especialistas", donde muchas veces, increíblemente, las pasiones terminan por predominar sobre los estudios objetivos. Esto sí es grave. Y por varios motivos. Entre otros, porque la temática al estar ya en el campo altamente especializado, su conocimiento se resiente en el nivel de los estudios universitarios y es ignorado, por desconocido, en el nivel escolar.

Pero, cuál es la razón o razones profundas y genéricas que explican estos hechos controvertidos. El prestigioso estudioso francés Roger Chartier, en un artículo que publicara en 1993, en Le Monde, titulado "Las verdades de las falsificaciones", y que ha sido incluido en su libro "El juego de las reglas: lecturas", después de señalar que actualmente muchos historiadores parecen fascinados por falsificaciones y falsificadores, pasa a escudriñar, con las perspicacia que lo caracteriza, las razones de este singular interés. Al respecto, escribe:

"¿Cómo entender este interés que se suma a la atención dedicada a las falsificaciones artísticas y los fraudes científicos? Una primera razón deriva de las dudas que asaltaron a la historia después del cuestionamiento radical de su capacidad para decir lo verdadero. Frente a los desafíos posmodernos que consideran a la historia como una "fiction making operation" (la expresión es de Hayden White) totalmente incapaz de hacer conocer realidades exteriores y anteriores al discurso, estudiar las falsificaciones es una manera, tal vez paradójica o irónica, de reafirmar que la historia es un saber verificable y controlable. Hacer su historia es, efectivamente, mostrar que la crítica histórica puede reconocer las supercherías y designar a los falsarios". (Chartier, 2000, p 84).

Discrepando con Anthony Grafton, autor del libro "Faussaires et critiques. Créative et duplicité chez les érudits occidentaux" (cuyo comentario crítico realiza Chartier, a raíz de su traducción al francés), Chartier considera que es discutible el señalar que "los móviles y los medios de la falsificación permanecen idénticos a lo largo de la historia," que es lo que sostiene Grafton.

El historiador tiene, en su trabajo cotidiano, que hacer frente a lo falso y, por ende, las falsificaciones. Lo falso es un tema sumamente complejo, que no solo tiene que ver con documentos falsificados sino con tradiciones o versiones totalmente alejadas de lo que realmente acaeció pero que persisten en el tiempo por múltiples motivaciones. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el historiador no está libre de prejuicios o de ideologías que suelen "interpretar" los hechos que, como bien sabemos, en el fondo no son nunca pasado sino presente. Muchas veces asistimos a polémicas que son verdaderos diálogos de sordos, porque cada quien se encierra en lo que considera que es la verdad y no escucha, no quiere escuchar al otro y si lo escucha lo hace solo para supuestamente refutar sus "errores". Esto suele ocurrir cuando nos enfrentamos a casos de falsificaciones o supuestas falsificaciones de documentos históricos. Los "descubridores" de los "nuevos" documentos, por lo general, no suelen prestar la debida atención a los argumentos de aquellos que señalan objeciones a esos documentos y, por otra parte, hay también los que de antemano rechazan todo aquello que va contra sus ideas. Si bien es cierto, como señala Pierre Vidal-Naquet, según cita de Chartier, que "El historiador escribe y esta escritura no es ni neutra ni transparente", sin embargo, frente a todo esto, es tarea del historiador permanecer vigilante:

"¿Bajo qué condiciones se pueden tener por coherentes, plausibles, explicativas las relaciones instituidas entre, por una parte, los índices, las series, los enunciados que construye la operación historiográfica, y, de otra parte, la realidad referencial que se piensa "representar" adecuadamente? La respuesta no es fácil ni cómoda, pero es seguro en todo caso que el historiador tiene por tarea específica ofrecer un conocimiento apropiado, controlado, de esta "población de muertos -personajes, mentalidades, precios-", que constituye su objeto. Abandonar este propósito de verdad -con toda seguridad desmesurado pero definitivamente fundador- sería dejar el campo libre a todas las falsificaciones y a todos los falsarios que, traicionando el conocimiento, hieren la memoria. Corresponde a los historiadores, cumpliendo con su oficio, permanecer vigilantes". (Chartier, Roger. La historia entre relato y conocimiento)

En Hispanoamérica existen casos muy famosos de falsificación de documentos, como es el de la controvertida Carta de Lafond y las misivas de Colombres Mármol (padre).

El presente trabajo tiene dos partes. En la primera, analizamos el controvertido viaje del presidente peruano Mariano Ignacio Prado Ochoa en plena Guerra del Pacífico (1879-1883), como un estudio necesario para comprender la falsificación de documentos en torno a este personaje y su alejamiento del territorio peruano. Es una falsificación, a gran escala, bastante bien elaborada, que incluso parece comprometer por lo menos a un historiador y en la cual vemos aparecer personajes peruanos que jugaron un papel muy destacado durante la Guerra del Pacífico entre Perú, Chile y Bolivia.

Al igual que en la controvertida carta de Lafond y de las misivas que forman parte del affaire Colombres Mármol, consideramos que es fácilmente perceptible el interés justificativo de comportamientos reales y, lo que es peor, también supuestos, de personajes históricos. En el primer caso, San Martín y su retiro del Perú (setiembre de 1823), cuando la independencia peruana era sumamente precaria por la presencia del total del ejército realista en la zona sur del Perú, la crisis política interna que se vivía, así como por el desencuentro entre San Martín y Bolívar en Guayaquil (julio de 1822). En el segundo de los casos, el real motivo de este trabajo, el presidente Mariano Ignacio Prado y su viaje de diciembre de 1879, en plena guerra con Chile. Este acontecimiento ocurre poco después de haber perdido Perú la guerra en el mar, como consecuencia de la victoria chilena en Angamos (8.10.1879). Dueñas del mar, las fuerzas chilenas avanzan arrolladoramente por tierra, combinando sus operaciones terrestres con bombardeos sistemáticos de puertos peruanos hasta llegar a Lima y ocupar la capital peruana.

Si en el primero de los casos reseñados, San Martín y su retiro del Perú, se mezcla el culto al héroe y el chovinismo, en el segundo encontramos reacciones encontradas no solo referentes al personaje en cuestión, es decir Mariano Ignacio Prado, sino imbricadas con lo que él llegó a representar como símbolo de una familia oligárquica peruana de los siglos XIX y XX.

Las falsificaciones de documentos históricos, fundamentalmente las denominadas falsificaciones ideológicas, por lo general tienen una motivación reivindicativa de un determinado personaje histórico, aunque también se dan hechos de reivindicación de un determinado grupo étnico o cultura, como es el caso, muy bien estudiado por César Itier, de la tragedia de la muerte de Atahuallpa, obra dramática quechua publicada por el boliviano Jesús Lara y que, según el concienzudo estudio de Itier, fue escrita por el propio Lara con el fin de demostrar que los Incas habían poseído una gran literatura, cuya herencia subsistía aún en Bolivia. Esta posición de Itier es reafirmada por Marine Bruinaud quien en su tesina dedicada a las representaciones teatrales de la muerte de Atahualpa opta por no tomar "dicho texto en cuenta para nuestro estudio, ni lo incluimos entre las obras que constituyen nuestro ciclo teatral, aunque, como lo veremos, la mayoría de los estudios realizados se basaron en él".

Las falsificaciones históricas no son, como ya señalamos, tema nada nuevo. De Platón, por ejemplo se señalan diálogos apócrifos (De lo Justo, De la Virtud, Demódoco, Sísifo, Erixias, Axíoco). Y no olvidemos el famosísimo caso de "la donación de Constantino". Luis Rojas Donat señala, al respecto:

"De entre las numerosas falsificaciones documentales realizadas durante la Edad Media, la "donación de Constantino" (donatio Constantini) constituye tal vez uno de los documentos más interesantes, tanto para la canonística medieval como también para la historia del pensamiento político occidental. Es también uno de los más trascendentes desde el punto de vista histórico-jurídico". (Rojas, 2004)

Y como olvidar el tristemente célebre caso Dreyfus, de fines del siglo XIX e inicios del XX.

Pablo C. Schulz e Issa Katime, en su interesante artículo titulado "Los fraudes científicos", señalan que algunos de estos dolos son cometidos por especialistas que distorsionan los resultados de sus investigaciones como consecuencia de la presión por destacar. Como, por otra parte, para el público en general, lo que dice un científico es verdad sacrosanta porque la ciencia es concebida como la imagen del rigor y la objetividad, resulta fácil la difusión de estas patrañas, las cuales se dan en todas las especialidades. Los autores mencionados, al respecto señalan:

"Todas las ramas de la ciencia tienen sus falsarios, desde la medicina hasta la física y la matemática pura".

Y algo muy preocupante. Cada vez son más frecuentes las inconductas científicas en la investigación científica. Señalan Schulz y Katime que, en febrero de 1991, la prestigiosa revista Science se refirió al fraude como una "industria en crecimiento".

Esto nos lleva a un tema, que solo lo mencionamos de pasada, el referente a la ética. Pablo C. Schulz e Issa Katime nos dicen al respecto:

"La idea de deshonestidad en ciencia es repugnante. Es un artículo de fe entre los científicos tomar como garantizada la integridad de sus colegas. Uno puede pensar que son locos, obtusos, simples, idiotas o alucinados, pero nunca piensa que falten a la verdad en forma consciente".

Sin embargo, es alentador saber que la verdad, tarde o temprano, termina por prevalecer.

"Pero en cada oportunidad, asimismo, los engaños son desenmascarados, los falsificadores desbaratados. La constatación bien puede consolar a los historiadores y, tal vez, tranquilizar a sus lectores". (Chartier, 2000, p. 8).

"Por eso el trabajo de los historiadores sobre lo falso -que se cruza con aquel que adelantan los historiadores de la ciencia en su propio dominio-, es una manera paradojal, irónica, de reafirmar la capacidad de la historia para establecer un saber verdadero. Gracias a sus técnicas propias, la disciplina es apta para reconocer "los falsos" ("les faux") como tales, y por tanto para denunciar a los falsificadores. Es volviendo sobre sus desviaciones y perversiones que la disciplina histórica demuestra que el conocimiento que ella produce se inscribe en el orden del saber controlable y verificable, demostrando al mismo tiempo que se encuentra armada para resistir a eso que Carlo Ginzburg ha llamado "la máquina de guerra del escepticismo", que niega al saber histórico cualquier posibilidad de separar lo falso de lo verdadero". (Chartier, R. La historia entre relato y conocimiento).

I

El controvertido viaje

La administración Prado y la crónica anunciada de la muerte de un régimen.

Uno de los acontecimientos que ha dividido a los historiadores, fundamentalmente peruanos, de la guerra del Pacífico entre Perú, Bolivia y Chile, es el referente al viaje del Presidente del Perú Mariano Ignacio Prado y Ochoa, en diciembre de 1879 (la guerra había comenzado el 5 de abril de dicho año). Muchos han presentado el mencionado viaje como una huida, llegando incluso algunos a señalar que Prado aprovechó del escape para llevarse dinero del Estado peruano.

En un trabajo relativamente reciente, Emilio Rosario señala que en el increíble caos político vivido en plena guerra y ante la pérdida de la misma en el mar, como consecuencia de la victoria chilena en Angamos (08-10-1879), se produjo una doble reacción en la sociedad peruana. Los sectores populares vieron en la acción de Angamos, a pesar de la nefasta derrota, una "acción grandiosa por parte de nuestros héroes". En cambio, los verdaderos conocedores de los avatares de la guerra, los ligados a las altas esferas del gobierno, consideraron que era el principio del fin de la guerra: "Muchos empezaron a abandonar sus puestos, ejemplo de ello es el desbaratamiento del gabinete ministerial y la huida de Mariano Ignacio Prado". (Rosario, E., 2010, p. 191)

Este ambiente de caos político, en plena guerra, ha sido resaltado también por Fernando Armas Asín.

El "viaje de Prado", para emplear una expresión aséptica para este acontecimiento histórico, no se puede comprender adecuadamente sin conocer el contexto político que en diciembre de 1879 va a terminar con la ausencia del Presidente.

Por un lado, la actitud un tanto esquizofrénica del Partido Civil frente al gobierno de M. I. Prado, que tan magistralmente lo ha estudiado Ulrich Mücke (Mücke, 2010, 210-239). Por otro lado, el accionar de Nicolás de Piérola en el sentido de intentar tomar el poder por la fuerza, para lo cual incluso contaba con armamento en Chile.

Habiendo estallado la contienda, el gobierno de Prado consideró que esa actitud subversiva de Piérola iba a ser pospuesta como producto de la guerra y por ello se le permitió regresar al Perú (abril de 1879). Contra lo esperado por el gobierno, la actitud turbulenta de Piérola realmente no amainó y el gobierno, tratando de neutralizarlo y establecer el necesario clima de paz y concordia nacional, llevó a cabo una serie de negociaciones, ofreciéndole participar en el gabinete ministerial, incluso –después del desastre de Angamos- presidiéndolo. Sin embargo, según Armas Asín, la actitud de don Nicolás de Piérola era de calculada paciencia, porque sólo era cuestión de esperar la pronta caída del régimen de Prado. Como dice el citado historiador:

"Creyeron poder manejar, dominar, al rebelde, y luego incorporarlo a su sistema de alianzas públicas, pero al final (octubre) no se dejó. Fue un amargo despertar, pues quisieron escapar del copamiento civilista y terminaron primero entregados al mismo civilismo (28 al 31 de octubre) y luego quedándose solos" (Armas, 2010, p. 130)

Como se puede apreciar, el "viaje de Prado" (18 de diciembre de 1879) es el final de una serie de desencuentros entre los principales actores políticos peruanos, personas e instituciones, en un periodo tan convulso como puede ser el de una guerra internacional y con un enemigo en pleno avance victorioso. Fue el simple cumplimiento de una muerte anunciada para un régimen al cual se le había ido de las manos la conducción política del país, la cual venía siendo ambicionada por Piérola, quien de pronto se vio con la mesa servida. Como dice Mücke:

"Solo a finales de 1879, cuando el gobierno había perdido la mayoría de sus instrumentos de poder debido a la Guerra con Chile, uno de los levantamientos de Piérola, tuvo éxito". (Mücke, U., 2010, p. 296).

Esto, en plena guerra, era una verdadera tragedia.

El viaje de Prado de 1876

Resulta anecdótico, e incluso tragicómico, que la decisión de Prado de alejarse del Perú, supuestamente para con su presencia destrabar los obstáculos que se oponían para la compra de material de guerra, que el Perú angustiosamente gestionaba en Europa, no hacía más que adelantar lo que de todas maneras iba a ocurrir por la descomposición en que se encontraba su gobierno. Es muy probable que Prado recordase su exitosa misión desempeñada en Europa, en 1876. Sin embargo, no se daba cuenta que la situación electoral de 1876, por más complicada que fue, y en la que él había resultado vencedor, no podía compararse con la situación políticamente caótica que enfrentaba en 1879 y, para empeorar aún más el ambiente, con un conflicto internacional en una fase que ponía seriamente en riesgo la integridad territorial del país que él presidía.

En 1876, Prado viajó a Europa por motivos de salud (Basadre, 1969, t. VII, p. 227) y, de paso, en calidad de Ministro en Londres, cumplir un encargo recibido del gobierno saliente de Manuel Pardo. La misión era en relación con el problema hacendario que atravesaba el Perú. Innegablemente, la gestión llevada a cabo por Prado fue muy exitosa y concluyó con la firma de contrato Prado-Raphael (junio de 1876), que pudo realizarse, entre otros factores, por las relaciones sociales de Prado, especialmente con el comerciante alemán Carl Eggert, amigo personal de Prado (Basadre, 1969, t. VII pp. 27-29).

De este suceso histórico bien vale la pena rescatar un hecho sobre el cual es bueno reflexionar. Señala Jorge Basadre, que en esa ocasión hubo personas del entorno político de M.I. Prado que trataron de disuadirlo para que no realizara dicho viaje, pero que él consideró que podía confiar en el civilismo y que su victoria electoral no corría peligro con su ausencia. Es cierto que Pardo, el presidente ya de salida, apoyaba la candidatura de Prado (recordemos que Pardo había sido Ministro de Hacienda durante la dictadura de Prado en 1865), pero bien sabía éste que en el proceso electoral de 1876 el civilismo había estado dividido. Esta actitud de Prado es un antecedente importante que debe tenerse en cuenta cuando se analiza el viaje de Prado de 1879.

Prado ignora la crisis política y desoye a sus allegados

Formalmente (resolución legislativa del 9 de mayo de 1879 autorizando al Presidente a salir del país) se puede decir, aunque con ciertos reparos, que el viaje cumplió con los trámites de ley para su autorización y, por lo tanto, fue totalmente legal. Volveremos sobre este asunto.

Veamos ahora, como sus más cercanos allegados y colaboradores le expresaron a Prado que en las cruciales circunstancias, tanto bélicas como políticas y económicas, que atravesaba el Perú, no debía ausentarse porque se podían producir consecuencias nefastas para la dirección de la guerra y del propio país. Si Prado, como nos parece, creyó que iba a poder repetir el éxito que tuvo cuando en 1876 viajó a Europa, solo significa que no sopesaba adecuadamente las circunstancias y contextos, internos y externos, tan diferentes que estaba viviendo.

Tanto su Ministro de Hacienda y Comercio, José María Químper, como su Vicepresidente, general Luis La Puerta, le hicieron saber lo totalmente inconveniente del viaje. La Puerta, quien tendría que asumir el poder, y que a decir de Basadre era "un anciano enfermo y casi reblandecido", le aseguró que apenas saliese del país, él sería depuesto.

En 1881, Quimper publicó su Manifiesto a la Nación, en el cual, a nuestro criterio, se encuentra la mejor defensa de la decisión de Prado:

"Cuando el Presidente Prado á su regreso de Arica, tuvo conocimiento de los recursos con que el país contaba, de los encargos hechos y de los elementos de todo orden que tenía preparados, fue irresistible su deseo de marchar personalmente a Europa y Estados Unidos para acelerar con su presencia y con su acción inmediata la remisión de armamentos y la adquisición de una escuadra. Me opuse a ese deseo aduciendo razones que es inútil repetir; pero como el General Prado tuviese en su apoyo a la mayoría de los miembros del Gabinete, el deseo se convirtió bien pronto en una resolución tomada. Indudablemente era nobilísimo el móvil que indujo al General Prado á ausentarse del Perú; pero no fue, a mi juicio, político ni acertado dejar el país en aquel momento.

Resuelto sin embargo el viaje, procedióse a llenar todas las formalidades de estilo en tales casos, y se llenaron efectivamente. La marcha del General Prado pudo no ser oportuna; pero es una infamia calificarla de fuga o abandono del puesto dejando a éste en acefalía, como lo repitieron á cien voces Piérola y sus cómplices". (Quimper, J. M., 1881, pp. 66-67). [Las negritas son nuestras].

En la misiva del general La Puerta a M.I. Prado, del 11 de marzo de 1880, se puede apreciar claramente los reparos que su Vicepresidente le opuso a Prado sobre la total inconveniencia del viaje.

"…He dejado a los noticiosos y a los periódicos hacer saber a Ud. los acontecimientos que tuvieron lugar aquí después de la salida de Ud.;…

En la noche en que Ud. se resolvió a ir a Europa, le dije que podía yo montar a caballo, viviría 6 u 8 días, pues no tardaría más en estallar la revolución; me equivoqué en 2 días". (Vargas Ugarte, 1970, p. 70).

¿Cómo poder comprender una decisión tan riesgosa cuando sus más cercanos colaboradores le hacían ver los riesgos que se corrían?

Veamos otro aspecto sobre este controvertido viaje.

La reserva del viaje

El 18 de diciembre de 1879 el presidente Prado se embarca en el navío Paita, que era un vapor correo propiedad de la Pacific Steam Navigation Company, pero bajo el nombre de John Christian. Ello debido a que era necesario mantener en reserva el viaje, tal como él mismo lo explica en su Carta Circular suscrita a bordo del Paita desde Guayaquil, el 22 de diciembre de 1879.

"Y me decidí a salir guardando reserva.

1° Para evitar en lo posible que lo supiese el enemigo, cuyos buques surcaban nuestras aguas del norte, dos de los cuales detuvieron este vapor algunas horas después que salimos del Callao.

2° Para evitar discusiones y opiniones, cuyo resultado, en la excitación en que los ánimos se encuentran, hubieran sido contrariar mi marcha y originar bullas y escándalos.

He aquí explicado los motivos de mi viaje y las causas del sigilo con que lo he realizado. …

No deja de ser admirable la religiosidad con que han guardado el secreto de mi viaje las varias personas que lo conocían; y esto me consuela mucho porque trae a mi ánimo el convencimiento de que, pensando con cordura, todos han estimado como una necesidad premiosa mi salida y el logro de los altos fines que lo inspiraron". (Ahumada Moreno, La guerra del Pacífico, tomo II, pp. 273-274).

¿Era conveniente y necesario el carácter reservado del que fue rodeado el viaje de Prado? Consideramos que sí, aunque sus opositores políticos que tomaron el poder denunciaron que era inadmisible que el presidente Prado se hubiera ausentado sin el conocimiento del país. En su Manifiesto dirigido desde Nueva York con fecha 7 de agosto de 1880, Prado se refiere nuevamente a este hecho:

"Era indispensable reservarla para no arriesgar ni la realización, ni el éxito, de un proyecto de tanta magnitud. Para no excitar las pasiones e intereses de del partido opuesto al Gabinete que dejaba. Para evitar que lo supiera el enemigo que a la sazón cruzaba por el callao. Para no caer prisionero, como habría sucedido en una de las naves que los chilenos abordaron el buque, si hubieran sospechado que iba en él. Por todas estas razones me decidí a no divulgar el viaje, que no por eso dejó de sr conocido y aprobado por el Vice-presidente de la república, por los Ministros y muchas otras personas más.

Y no me arrepiento de la reserva que guardé, con tanto mayor razón cuanto que por no guardarla hubiese caído prisionero, en poder del enemigo, y los que calificaron de fuga mi viaje, lo habrían calificado de fuga y connivencia con él". (Ahumada Moreno, t. III, pp. 382 y siguientes).

Vayamos por partes. Una vez aprobado y decidido el viaje, era -a nuestro criterio- de necesidad imperativa guardar el mayor sigilo, tanto en sus preparativos como en el embarque mismo. Ello explica por qué fue necesario que Prado se registrarse con otro nombre. Había que minimizar la posibilidad que el Presidente cayese en poder de los chilenos, por las implicancias políticas que ello acarrearía. Pero del debido secreto que guardaron los que conocían del viaje no puede colegirse, como muy interesadamente lo hace Prado, que todos los personajes de su entorno político y de gobierno hubieran considerado el viaje como de una imperiosa necesidad. Ya hemos visto que por lo menos dos de sus más cercanos allegados y colaboradores no compartían esa opinión, aun admitiendo que era para un fin noble, como era el intentar destrabar lo concerniente a la compra de armamentos.

Viaje y legalidad

Hemos señalado, con ciertos reparos, que se puede considerar, desde el punto de vista estrictamente formal, el viaje del presidente Prado como perfectamente legal, toda vez que se hizo de conformidad con la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879, la cual autorizaba al Presidente a salir del país.

Casi todos los historiadores de este controversial acontecimiento, entre ellos Jorge Basadre, señalan que el viaje de Prado, en diciembre de 1879, fue totalmente legal porque el decreto del 18 de diciembre, que autorizaba su salida, se basaba en la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879. Esta última, por su parte, autorizaba al Presidente de la República el poder mandar las fuerzas de mar y tierra y, además, salir del territorio nacional, si así lo creía o consideraba necesario.

No es este el parecer del historiador Percy Cayo, quien señala -y con toda razón- que los legisladores al dar dicha autorización debieron estar pensando que tal vez el presidente Prado, que asumía personalmente la dirección de la guerra, se viera en la necesidad de pasar a Bolivia o a Chile e incluso a ambos países.

Veamos que establecía la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879.

"El Congreso, en vista del oficio que el día dos del mes de en curso dirigió a las Cámaras Legislativas el Presidente del Consejo de Ministros, dando cumplimiento a lo dispuesto en los artículos 95 y 96 de la Constitución del Estado, ha concedido licencia al Presidente de la República para que, si lo juzga necesario, pueda mandar personalmente la fuerza armada y salir del territorio nacional; debiendo en caso que haga uso de esta licencia total o parcialmente, encargarse del desempeño del Poder Ejecutivo el Vice-presidente llamado por la ley".

¿Qué establecían los mencionados artículos 95 y 96 de la Constitución de 1860?

Artículo 95.- El Presidente no puede salir del territorio de la República, durante el periodo de su mando, sin permiso del Congreso, y en su receso de la Comisión Permanente; ni concluido dicho periodo, mientras esté sujeto al juicio que prescribe el artículo 66.

Artículo 96.- El Presidente no puede mandar personalmente la fuerza armada, sino con permiso del Congreso, y en su receso, de la Comisión Permanente. En caso de mandarla, sólo tendrá las facultades de General en Jefe, sujeto a las leyes y ordenanzas militares, y responsable conforme a ellas.

¿Y qué dice M.I. Prado en el decreto de 18 de diciembre de 1879?

"Por cuanto estoy autorizado para salir del país por la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879, y asuntos muy importantes y urgentes demandan mi presencia en el extranjero, y es mi deber y mi deseo hacer cuanto pueda a favor del país.

Decreto:

Artículo único.- Encargase de la Presidencia de la república a S.E. el Vice-presidente conforme a los artículos 90 y 93 de la Constitución".

¿Qué decían los mencionados artículos 90 y 93?

Artículo 90.- En los casos de vacante que designa el artículo 88, excepto el último, el Primer Vicepresidente concluirá el período comenzado. En los casos del artículo 93, sólo se encargará del mando por el tiempo que dure el impedimento del Presidente.

Artículo 93.- El ejercicio de la Presidencia se suspende:

1. Por mandar en persona el Presidente la fuerza pública.

2. Por enfermedad temporal.

3. Por hallarse sometido a juicio en los casos expresados en el artículo 65. (Delgado, 1965, p.250)

Ahora sí podemos analizar y apreciar mejor el parecer de Percy Cayo.

Hemos señalado que este historiador considera que la autorización de mayo de 1879 habilitaba, es cierto, al Presidente Prado a asumir personalmente la fuerza armada y salir del país. Sin embargo, los legisladores consideraron, tácitamente, en atención a como estaba evolucionado la guerra, que esa posibilidad de viaje solo podía ser hacia los países vecinos del sur (Bolivia y/o Chile). Esto como una posible consecuencia de la asunción del mando de la dirección de las fuerzas armadas y por lo tanto la posibilidad de pasar a territorio del país aliado (Bolivia) o del país enemigo (Chile) o de ambos, según podía evolucionar el desplazamiento de ejército peruano y/o aliado.

Para Percy Cayo, en mayo de 1879 los legisladores no podían tener en mente la posibilidad de un viaje del presidente a otro u otros países que no tuvieran que ver directamente con el escenario mismo de la guerra, toda vez que Prado quedaba autorizado, y así ocurrió, a asumir en forma personal la dirección de la guerra. Es por ello que Percy Cayo sostiene:

"El espíritu de esa autorización, indudablemente, no estuvo dirigido a que el presidente abandonara el territorio nacional como lo hizo siete meses más tarde. Mas parece haber estado, definitivamente dirigida dicha autorización al viaje al sur, que emprendería once días más tarde, a «mandar las fuerzas de mar y tierra»" (Cayo, Percy, 1981, p. 201).

Reconociendo que los argumentos esgrimidos por Percy Cayo son dignos de ser evaluados en forma objetiva, sin embargo consideramos que el uso que hizo Prado, en diciembre de 1879, de una resolución dada en mayo, es decir 7 meses antes, no ilegaliza el viaje, es decir no lo convierte en una viaje clandestino, como algunos sostienen, porque ello significa desconocer, o por lo menos no valorar adecuadamente, que Prado sale formalmente en regla, con el conocimiento y aceptación (a pesar de desacuerdos) de sus Ministros y del Vicepresidente. Prado cumple con dar el decreto encargando la Presidencia de la República al Vicepresidente La Puerta, quien no objeta el procedimiento y asume la Presidencia. Algo más, Prado deja una Proclama dirigida a la Nación y al Ejército, de fecha 18 de diciembre de 1879, en la que señala:

"Los grandes intereses de la Patria exigen que hoy parta para el extranjero, separándome temporalmente de vosotros en los momentos en que consideraciones de otro orden me aconsejan permanecer a vuestro lado. Muy grandes y muy poderosos son en efecto los motivos que me inducen a tomar esta resolución. Respetadla, que algún derecho tiene para exigirlo así el hombre que como yo sirve al país con buena voluntad y completa abnegación" (Delgado, 1965 p. 251)

¿Era necesaria otra resolución del Congreso autorizando el viaje del Presidente para salir del país con destino a los Estados Unidos y Europa?

Hay que tener en cuenta dos cosas. Primero, que Prado dejó la Presidencia el 16 de mayo de 1879 al asumir ese día el mando de las fuerzas terrestres y navales de la República, como General en Jefe del ejército y armada (art. 1° del decreto del 16-5-1879). Segundo, que cuando Prado regresa a Lima reasume la presidencia con fecha 2 de diciembre de 1879. Ese día, el vicepresidente Luis La Puerta da un decreto por el cual él cesa en el ejercicio del poder. El decreto, en su artículo único, dice:

"Ceso desde hoy en el ejercicio del poder Ejecutivo, que reasume el Presidente Constitucional General don Mariano I. Prado"

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Como Prado había reasumido el cargo de Presidente, consideramos que en atención al espíritu y a la letra de la Constitución de 1860, vigente en ese momento, si él hubiera deseado asumir, personalmente, nuevamente la dirección de la guerra, hubiera sido necesaria una nueva autorización legislativa. Esto mismo vale para un ausentarse del país. Como el Congreso estaba en receso, la autorización la hubiera tenido que otorgar la Comisión Permanente (art. 95 de la Constitución). ¿Por qué Prado no gestionó esa nueva autorización? ¿Por qué no la consideró necesaria? Algo más, ¿por qué sus allegados y colaboradores no la consideraron necesaria? Considero que un análisis jurídico especializado de este punto es necesario.

De los testimonios personales de Prado se puede colegir que la decisión de ausentarse del país la toma en la última etapa de su estadía en el sur (fines de noviembre de 1879) y ya en Lima, en las primeras semanas de diciembre. No es cierto, como sostienen algunos, que en los primeros días de diciembre el Poder Ejecutivo envió al Congreso una solicitud de autorización para salir del país. El Congreso estaba en receso y ese trámite lo hubiera tenido que dirigir a la Comisión Permanente, lo cual no se hizo. Tan es así, que en el decreto del 18 de diciembre de 1879, en la parte considerativa, se dice: "Por cuanto estoy autorizado para salir del país por la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879".

Más allá de las interpretaciones sobre si la resolución de mayo de 1879 era más que suficiente para que, en diciembre de 1879, Prado decidiese y se ausentase del Perú, se debe también considerar el factor tiempo de gobierno disponible. Éste era de tan solo ocho meses pues un nuevo gobierno debía asumir el mando del Perú en agosto de 1880. Si, como Prado señala en carta a Daza, el viaje podía durar unos cuatro meses, significaba que para abril o mayo de 1880 estaría de regreso Prado y ello significaba etapa de contienda electoral. Si a esto añadimos, como bien señala Basadre, que a Prado se le culpaba por todos los desastres de la guerra y por lo tanto estaba abrumado por un ambiente de vacío, lo políticamente correcto hubiera sido "intentar en algún gesto dramático la unión nacional, luchar por ella y si sus esfuerzos no tenían resultado, dimitir". (Basadre, 1969, tomo VIII, p. 179)

Es fácil comprender por qué el viaje de Prado fue asumido no sólo por sus enemigos políticos como una fuga, como es el caso de los periódicos de la época y entre ellos el influyente El Comercio. El viaje de Prado, no cabe la menor duda, fue una decisión totalmente impolítica, no realista y que no hizo sino poner el cúmplase a la anunciada muerte del régimen pradista. Consideramos, que con o sin viaje el régimen pradista no daba para más, y tarde o temprano, más temprano que tarde, un golpe habría terminado con él, como es lo que ocurrió. Lo que sucede es que con su viaje Prado precipitó este acontecimiento. De haberse quedado, no hubiera cejado Piérola en su intento de hacerse del poder y la tan nefasta evolución de la guerra habría sido el pretexto, atribuyéndola a una mala dirección. Ya sabemos que no era problema de dirección sino que Perú se embarcó en una guerra para la cual no estaba preparado.

Piérola, en el poder, lleva a cabo una serie de cambios en los cuadros militares que eran contraproducentes y ya se conoce los resultados. Ironías de la historia: tomada la capital limeña y habiéndola abandonado Piérola (algunos hablaron de fuga) terminó al poco tiempo dimitiendo, el 28 de noviembre de 1881, por no contar con el apoyo de las fuerzas del norte (Montero), del centro (Cáceres) y del sur (La Torre). Llegó a Lima el 3 de diciembre y abandonó el Perú con pasaporte otorgado por el gobierno de Chile. (Basadre, 1969, tomo VIII, pp. 357-360).

Prado comunica su viaje al país aliado.

Era lógico que Bolivia, aliado del Perú en esta contienda, tuviera que ser informada de la ausencia del Presidente del Perú, que hasta no hacía mucho había estado en el sur y en contacto con las fuerzas bolivianas. Es por ello que, el mismo día de su viaje, Prado le escribe una misiva al General Hilarión Daza, Presidente de Bolivia y que había establecido su cuartel general en Tacna, comunicándole que emprende viaje a Europa para conseguir por lo menos un poderoso buque que permita hacer frente a la escuadra chilena. Le señala, además, que las fuerzas aliadas del sur quedan bajo su comando y la de los jefes peruanos. Se despide diciéndole que calcula él que el viaje durará máximo cuatro meses.

Zoilo Flores, ministro boliviano en Lima -por su parte- cumplió con informar a su gobierno sobre este tan delicado acontecimiento, haciéndoles conocer el impacto producido por este hecho considerado por los peruanos "como una fuga o deserción" que provocaba "profundo despecho y cólera" incluso entre los amigos personales y políticos más íntimos de Prado. (Querejazu, 1995).

Juicio de connotados historiadores

Los historiadores peruanos más desapasionados, más objetivos, tales como Jorge Basadre, Percy Cayo Córdova, César Arias Quincot, Fernando Lecaros, Enrique Chirinos Soto, Javier Tantaleán Arbulú y Franklin Pease, son de la opinión que dicho viaje, en plena guerra y en la crítica situación que se encontraba el Perú, fue totalmente desacertado e impolítico.

Basadre, escribe:

"La historia independiente no puede menos que censurar el viaje de Prado". (Basadre, 1969, tomo VIII, p.178).

Percy Cayo Córdova, en su trabajo "La Guerra con Chile" señala:

"Acertado o no, el juicio de la historia mayoritariamente se ha inclinado por censurar acremente la actitud del presidente y aunque la página final de tal juicio puede quedar por escribirse,…"(Cayo, 1981, tomo VII, p. 200).

César Arias Quincot., al respecto nos dice:

"…el presidente Prado tomó la trágica decisión de embarcarse rumbo a EE.UU. para, con su presencia, activar las gestiones para lograr que el país recibiera esos barcos de guerra. La decisión fue lamentable e irresponsable, porque, dada la naturaleza de nuestra vida política, caracterizada por instituciones débiles, la presencia física del mandatario era vital para mantener la estabilidad política. Además, como la mayoría de la opinión pública desconocía este problema, la actitud del presidente fue entendida como una «fuga» que lindaba con la «traición»"(Arias,. 1998, tomo VII, p. 275)

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