- Se sintió
pobre y minúsculo - El atentado contra
ella - Los letreros de los
excusados - Reunió de
urgencia al mando supremo - Nos escrutó
sin clemencia - Acciones para
preservarla de amenazas - Se la estaban
matando entre las manos - Los perros
cimarrones se los comieron vivos - Lo único que
quedó de ellos - El recuerdo de
aquel miércoles inevitable - Un jardín
de magnolias y codornices con una cruz de
mármol - Se quedó
vagando en la casa vacía - Las visitas
perniciosas del embajador Wilson - Una vaca
extraviada - Regreso de
leprosos, ciegos y paralíticos - La salida de las
niñas de la escuela - Fuente
Gabriel José de la Concordia García
Márquez (1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.
Se sintió
pobre y minúsculo
se sintió pobre y minúsculo en el
estruendo sísmico de los aplausos que él
aprobaba en la sombrapensando madre mía Bendición Alvarado
eso sí es un desfile, no las mierdas que me organiza
esta gente,sintiéndose disminuido y solo,
oprimido:por el sopor y los zancudos
y las columnas de sapolín de oro
y el terciopelo marchito del palco de
honor,carajo, cómo es posible que este indio pueda
escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se
limpia el culo, se decía,tan exaltado por la revelación de la belleza
escritaque arrastraba sus grandes patas de elefante cautivo
al compás de los golpes marciales de los
timbaleros,se adormilaba al ritmo de las voces de gloria del
canto sonoro del cálido coroque Leticia Nazareno recitaba para él a la
sombra de los arcos triunfales de la ceiba del
patio,escribía los versos en las paredes de los
retretes,estaba tratando de recitar de memoria el poema
completo en el Olimpo tibio de mierda de vaca de los establos
de ordeño
El atentado contra
ella
cuando tembló la tierra con la carga de
dinamita que estalló antes de tiempo en el baúl
del automóvil presidencial estacionado en la
cochera,fue terrible mi general, una conflagración
tan potente que muchos meses después todavía
encontrábamos por toda la ciudad las piezas
retorcidasdel coche blindado que Leticia Nazareno y el
niño debían usar una hora más tarde para
hacer el mercado del miércoles,pues el atentado era contra ella mi general, sin
ninguna duda,y entonces él se dio una palmada en la
frente, carajo, cómo es posible que no lo hubiera
previsto,
Los letreros de los
excusados
qué había sido de su clarividencia
legendaria si desde hacía tantos meses que los
letreros de los excusados no estaban dirigidos contra
él, como siempre, o contra alguno de sus ministros
civiles,sino que estaban inspirados por la audacia de los
Nazarenos que había llegado al punto de mordisquear
las prebendas reservadas al mando supremo,o por las ambiciones de los hombres de iglesia que
obtenían del poder temporal favores desmedidos y
eternos,él había observado que las diatribas
inocentes contra su madre Bendición Alvarado se
habían vueltoimproperios de guacamaya, pasquines de rencores
ocultos que maduraban en la impunidad tibia de los
retretesy terminaban por salir a la calle como había
ocurrido tantas veces con otros escándalos menores que
él mismo se encargaba de precipitar,aunque nunca pensó ni hubiera podido pensar
que fueran tan feroces como para poner dos quintales de
dinamita dentro del propio cerco de la casa civil,matreros, cómo es posible que él
anduviera tan absorto en el éxtasis de los bronces
triunfalesque su olfato exquisito de tigre cebado no
había reconocido a tiempo el viejo y dulce olor del
peligro,
Reunió de
urgencia al mando supremo
qué vaina, reunió de urgencia al mando
supremo;catorce militares trémulos que al cabo de
tantos años de conducto ordinario y órdenes de
segunda manovolvíamos a ver a dos brazas de distancia al
anciano incierto cuya existencia real era el más
simple de sus enigmas,nos recibió sentado en la silla tronal de la
sala de audiencias con el uniforme de soldado raso oloroso a
meados de mapuritoy unos espejuelos muy finos de oro puro que no
conocíamos ni en sus retratos más
recientes,y era más viejo y más remoto de lo que
nadie hubiera podido imaginar,salvo las manos lánguidas sin los guantes de
raso que no parecían sus manos naturales de militar
sino las de alguien mucho más joven y
compasivo,todo lo demás era denso y sombrío, y
cuanto más lo reconocíamos era más
evidente que apenas le quedaba un último soplo para
vivir,pero era el soplo de una autoridad inapelable y
devastadora que a él mismo le costaba trabajo mantener
a raya como al azogue de un caballo cerrero,sin hablar, sin mover siquiera la cabeza mientras le
rendíamos honores de general jefe supremoy acabamos de sentarnos frente a él en las
poltronas dispuestas en círculo,
Nos escrutó
sin clemencia
y sólo entonces se quitó los
espejuelos y empezó a escrutarnos con aquellos ojos
meticulosos que conocían los escondrijos de comadreja
de nuestras segundas intenciones,los escrutó sin clemencia, uno por uno,
tomándose todo el tiempo que le hacía falta
para establecer con precisión cuánto
había cambiado cada uno de nosotrosdesde la tarde de brumas de la memoria en que los
había ascendido a los grados más altos
señalándolos con el dedo según los
impulsos de su inspiración,y a medida que los escudriñaba sentía
crecer la certidumbre de que entre aquellos catorce enemigos
recónditos estaban los autores del
atentado,pero al mismo tiempo se sintió tan solo e
indefenso frente a ellos que apenas
parpadeó,apenas levantó la cabeza para exhortarlos a
la unidad ahora más que nunca por el bien de la patria
y el honor de las fuerzas armadas,les recomendó energía y prudencia y
les impuso la honrosa misión de descubrir sin
contemplaciones a los autores del atentado para someterlos al
rigor sereno de la justicia marcial,eso es todo, señores, concluyó, a
sabiendas de que el autor era uno de ellos, o eran
todos,
Acciones para
preservarla de amenazas
herido de muerte por la convicción ineludible
de que la vida de Leticia Nazareno no dependía
entonces de la voluntad de Diossino de la sabiduría con que él
lograra preservarla de una amenaza que tarde o temprano se
había de cumplir sin remedio, maldita sea.La obligó a cancelar sus compromisos
públicos,obligó a sus parientes más voraces a
despojarse de cuanto privilegio pudiera tropezar con las
fuerzas armadas,a los más comprensivos los nombró
cónsules de mano libre y a los más encarnizados
los encontrábamos flotando en los manglares de tarulla
de los caños del mercado,apareció sin anunciarse al cabo de tantos
años en su sillón vacío del consejo de
ministrosdispuesto a poner un límite a la
infiltración del clero en los negocios del estado para
tenerte a salvo de tus enemigos, Leticia,y sin embargo había vuelto a echar sondas
profundas en el mando supremo después de las primeras
decisiones drásticasy estaba convencido de que siete de los comandantes
le eran leales sin reservas además del general en jefe
que era el más antiguo de sus compadres,
Se la estaban matando
entre las manos
pero todavía carecía de poder contra
los otros seis enigmas que le alargaban las noches con la
impresión ineludible de que Leticia Nazareno estaba ya
señalada por la muerte,se la estaban matando entre las manos a pesar del
rigor con que hacia probar su comida desde que encontraron
una espina de pescado dentro del pan,comprobaban la pureza del aire que respiraba porque
él había temido que le pusieran veneno en la
bomba del flit,la veía pálida en la mesa, la
sentía quedarse sin voz en mitad del amor,lo atormentaba la idea de que le pusieran microbios
del vómito negro en el agua de beber, vitriolo en el
colirio,sutiles ingenios de muerte que le amargaban cada
instante de aquellos díasy lo despertaban a medianoche con la pesadilla
vivida de que Leticia Nazareno se había desangrado
durante el sueño por un maleficio de
indios,aturdido por tantos riesgos imaginarios y amenazas
verídicas que le prohibía salir a la calle sin
la escolta feroz de guardias presidenciales instruidos para
matar sin causa,pero ella se iba mi general, se llevaba al
niño,él se sobreponía al mal presagio para
verlos subir en el nuevo automóvil
blindado,los despedía con señales de conjuro
desde un balcón interior rogando madre mía
Bendición Alvarado protégelos,haz que las balas reboten en su corpiño,
amansa el láudano, madre, endereza los pensamientos
torcidos,sin un instante de sosiego mientras no volviera a
sentir las sirenas de la escolta de la Plaza de
Armasy veía a Leticia Nazareno y al niño
atravesando el patio con las primeras luces del
faro,ella volvía agitada, feliz en medio de la
custodia de guerreros cargados de pavos vivos,
orquídeas de Envigado, ristras de foquitos de
colorespara las noches de Navidad que ya se anunciaban en
la calle con letreros de estrellas luminosas ordenados por
él para disimular su ansiedad,la recibía en la escalera para sentirte
todavía viva en el relente de naftalina de las colas
de zorros azules,en el sudor agrio de tus mechones de
inválida,te ayudaba a llevar los regalos al
dormitoriocon la rara certidumbre de estar consumiendo las
últimas migajas de un alborozo condenado que hubiera
preferido no conocer,tanto más desolado cuanto más
convencido estaba de que cada recurso que concebía
para aliviar aquella ansiedad insoportable,cada paso que daba para conjurarla lo acercaba sin
piedad al pavoroso miércoles de mi desgracia en que
tomó la decisión tremenda de que ya no
más,
Los perros cimarrones
se los comieron vivos
carajo, lo que ha de ser que sea pronto,
decidió,y fue como una orden fulminante que no había
acabado de concebir cuando dos de sus edecanes irrumpieron en
la oficinacon la novedad terrible de que a Leticia Nazareno y
al niño los habían descuartizado y se los
habían comido a pedazos los perros cimarrones del
mercado público,se los comieron vivos mi general,
pero no eran los mismos perros callejeros de
siempresino unos animales de presa con unos ojos amarillos
atónitos y una piel lisa de tiburón que alguien
había cebado contra los zorros azules,sesenta perros iguales que nadie supo cuándo
saltaron de entre los mesones de legumbres y cayeron encima
de Leticia Nazareno y el niñosin darnos tiempo de disparar por miedo de matarlos
a ellosque parecía como si estuvieran
ahogándose junto con los perros en un torbellino de
infierno,sólo veíamos los celajes
instantáneos de unas manos efímeras tendidas
hacia nosotrosmientras el resto del cuerpo iba desapareciendo a
pedazos,veíamos unas expresiones fugaces e inasibles
que a veces eran de terror, a veces eran de lástima, a
veces de júbilo,
Lo único que
quedó de ellos
hasta que acabaron de hundirse en el remolino de la
rebatiña y sólo quedó flotando el
sombrero de violetas de fieltro de Leticia
Nazarenoante el horror impasible de las verduleras
totémicas salpicadas de sangre caliente que rezaban
Dios mío,esto no sería posible si el general no lo
quisiera, o por lo menos si no lo supiera,para deshonra eterna de la guardia presidencial que
sólo pudo rescatar sin disparar un tiro los puros
huesos dispersos entre las legumbres
ensangrentadas,nada más mi general, lo único que
encontramos fueron estas medallas del niño, el sable
sin las borlas,los zapatos de cordobán de Leticia Nazareno
que nadie sabe por qué aparecieron flotando en la
bahía como a una legua del mercado,el collar de vidrios de colores, el monedero de
malla de almófar que aquí le entregamos en su
propia mano mi general,junto con estas tres llaves, el anillo matrimonial
de oro renegrido y estos cincuenta centavos en monedas de a
diezque pusieron sobre el escritorio para que él
las contara, y nada más mi general, era todo cuanto
quedaba de ellos.
El recuerdo de aquel
miércoles inevitable
A él le habría dado igual que quedara
más, o que quedara menos, si hubiera sabido
entoncesque no eran muchos ni muy difíciles los
años que le harían falta para exterminar hasta
el último vestigio del recuerdo de aquel
miércoles inevitable,lloró de rabia, despertó gritando de
rabia atormentado por los ladridos de los perros que pasaron
la noche en las cadenas del patio mientras él
decidía qué hacemos con ellos mi
general,preguntándose aturdido si matar a los perros
no sería otra manera de matar de nuevo en sus
entrañas a Leticia Nazareno y al
niño,
Un jardín de
magnolias y codornices con una cruz de mármol
ordenó derribar la cúpula de hierro
del mercado de legumbres y construir en su lugar un
jardín de magnolias y codornicescon una cruz de mármol con una luz más
alta y más intensa que la del faropara perpetuar en la memoria de las generaciones
futuras hasta el fin de los siglosel recuerdo de una mujer histórica que
él mismo había olvidado mucho antes de que el
monumento fuera demolido por una explosión nocturna
que nadie reivindicó,y a las magnolias se las comieron los
cerdosy el jardín memorable quedó convertido
en un muladar de cieno pestilente que él no
conoció,no sólo porque había ordenado al
chófer presidencial que eludiera el paso por el
antiguo mercado de legumbres aunque tengas que darle la
vuelta al mundo,sino porque no volvió a salir a la calle
desde que mandó las oficinas para los edificios de
vidrios solares de los ministerios
Se quedó
vagando en la casa vacía
y se quedó sólo con el personal
mínimo para vivir en la casa desmanteladadonde no quedaba entonces por orden suya ni el
vestigio menos visible de tus urgencias de reina,
Leticia,se quedó vagando en la casa vacía sin
más oficio conocido que las consultas eventuales de
los altos mandoso la decisión final de un consejo de
ministros difícil
Las visitas
perniciosas del embajador Wilson
o las visitas perniciosas del embajador Wilson que
solía acompañarlo hasta bien entrada la tarde
bajo la fronda de la ceibay le llevaba caramelos de Baltimore y revistas con
cromos de mujeres desnudaspara tratar de convencerle de que le diera las aguas
territoriales a buena cuenta de los servicios descomunales de
la deuda externa,y él lo dejaba hablar, aparentaba oír
menos o más de lo que podía oír en
realidad según sus conveniencias,se defendía de su labia oyendo el coro de la
pajarita pinta paradita en el verde limón en la
cercana escuela de niñas,lo acompañaba hasta las escaleras con las
primeras sombras tratando de explicarle que podía
llevarse todo lo que quisiera menos el mar de mis
ventanas,imagínese, qué haría yo solo en
esta casa tan grande si no pudiera verlo ahora como siempre a
esta hora como una ciénaga en llamas,qué haría sin los vientos de diciembre
que se meten ladrando por los vidrios rotos,cómo podría vivir sin las
ráfagas verdes del faro,yo que abandoné mis páramos de niebla
y me enrolé agonizando de calenturas en el tumulto de
la guerra federal,y no crea usted que lo hice por el patriotismo que
dice el diccionario, ni por espíritu de aventura, ni
menos porque me importaran un carajo los principios
federalistas que Dios tenga en su santo reino,no mi querido Wilson, todo eso lo hice por conocer
el mar, de modo que piense en otra vaina,
decía,lo despedía en la escalera con una palmadita
en el hombro,
Una vaca
extraviada
regresaba encendiendo las lámparas de los
salones desiertos de las antiguas oficinas donde una de esas
tardes encontró una vaca extraviada,la espantó hacia las escaleras y el animal
tropezó con los remiendos de las alfombrasy se fue de bruces y cayó peloteando y se
desnucó en las escaleras para gloria y sustento de los
leprosos que se precipitaron a destrozarla,
Regreso de leprosos,
ciegos y paralíticos
pues los leprosos habían vuelto
después de la muerte de Leticia Nazareno y estaban
otra vez con los ciegos y los paralíticos esperando de
sus manos la sal de la salud en los rosales silvestres del
patio,él los oía cantar en noches de
estrellas, cantaba con ellos la canción de Susana ven
Susana de sus tiempos de gloria,
La salida de las
niñas de la escuela
se asomaba por las claraboyas del granero a las
cinco de la tarde para ver la salida de las niñas de
la escuela y se quedaba extasiadocon los delantales azules, las medias tobilleras,
las trenzas, madre,corríamos asustadas de los ojos de
tísico del fantasma que nos llamaba por entre los
barrotes de hierro con los dedos rotos del guante de
trapo,niña, niña, nos llamaba, ven que te
tiente,las veía escapar despavoridas pensando madre
mía Bendición Alvarado qué
jóvenes que son las jóvenes de ahora, se
reía de sí mismo,
Fuente
El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués
Texto adecuado para facilitar su
lectura.
Enviado por:
Rafael Bolívar Grimaldos