El minúsculo general de embuste y la novicia ladrona (El otoño del patriarca de Gabriel García Marquéz)
- Aceptas por esposa
a Leticia Mercedes María Nazareno - Él apenas
parpadeó, de acuerdo - Nacimiento del
engendro sietemesino - Primer anuncio de
los malos tiempos - La novicia
rechoncha y el minúsculo general - Presidía los
actos oficiales en representación de su
padre - Las atribuciones
desmedidas de mi única y legítima
esposa - La escolta
bulliciosa de sirvientas y ordenanzas - Fue peor que la
langosta peor que el ciclón - Se soltaba en
improperios - Guacamayas
deslenguadas - La infancia
bulliciosa del minúsculo general - Las ancianas
negras - Cargaba en
furgones militares cuanto le
complacía - La penitencia de
privaciones - Leticia Nazareno
con las claves de su poder - Acreedores con una
maleta de facturas pendientes - Fuente
Gabriel José de la Concordia García
Márquez (1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.
Aceptas por esposa a
Leticia Mercedes María Nazareno
cantaba en el subsuelo de tu ser con la misma voz de
manantial invisiblecon que el arzobispo primado vestido de pontifical
cantaba gloria a Dios en las alturas para que no lo oyeran ni
los centinelas adormilados,con el mismo terror de buzo perdido con que el
arzobispo primado encomendó su alma al
Señorpara preguntarle al anciano inescrutable lo que
nadie hasta entonces ni después hasta la
consumación de los siglos se hubiera atrevido a
preguntarle si aceptas por esposa a Leticia Mercedes
María Nazareno,
Él apenas
parpadeó, de acuerdo
y él apenas parpadeó, de acuerdo,
apenas si le sonaron en el pecho las medallas de guerra por
la presión oculta del corazón,pero había tanta autoridad en su voz que la
terrible criatura de tus entrañas se revolvió
por completo en su equinoccio de aguas densasy corrigió su oriente y encontró el
rumbo de la luz,y entonces Leticia Nazareno se torció sobre
sí misma sollozando padre mío y señor
compadécete de ésta tu humilde
siervaque mucho se ha complacido en la desobediencia de
tus santas leyes y acepta con resignación este castigo
terrible,pero mordiendo al mismo tiempo el mitón de
encajes para que el ruido de los huesos desarticulados de su
cintura no fuera a delatar la deshonra oprimida por el refajo
de lienzo,
Nacimiento del
engendro sietemesino
se puso en cuclillas, se descuartizó en el
charco humeante de sus propias aguas y se sacó de
entre los enredos de muselina el engendro sietemesino que
tenía el mismo tamaño y el mismo aire de
desamparo de animal sin hervir de un ternero de
vientre,lo levantó con las dos manos tratando de
reconocerlo a la luz turbia de las velas del altar
improvisado,y vio que era un varón, tal como lo
había dispuesto mi general, un varón
frágil y tímido que había de llevar sin
honor el nombre de Emanuel, como estaba previsto,y lo nombraron general de división con
jurisdicción y mando efectivosdesde el momento en que él lo puso sobre la
piedra de los sacrificios y le cortó el ombligo con el
sable
Primer anuncio de los
malos tiempos
y lo reconoció como mi único y
legítimo hijo, padre bautícemelo.Aquella decisión sin precedentes había
de ser el preludio de una nueva época,el primer anuncio de los malos tiempos en que el
ejército acordonaba las calles antes del
albay hacía cerrar las ventanas de los balcones y
desocupaba el mercado a culatazos de riflepara que nadie viera el paso fugitivo del
automóvil flamante con láminas de acero
blindado y manijas de oro de la escudería
presidencial,
La novicia rechoncha
y el minúsculo general
y quienes se atrevían a atisbar desde las
azoteas prohibidas no veían como en otro
tiempoal militar milenario con el mentón apoyado en
la mano pensativa del guante de raso a través de los
visillos bordados con los colores de la banderasino a la antigua novicia rechoncha con el sombrero
de paja con flores de fieltro y la ristra de zorros azules
que se colgaba del cuello a pesar del calor,la veíamos descender frente al mercado
público los miércoles al amanecer escoltada por
una patrulla de soldados de guerra
Presidía los
actos oficiales en representación de su padre
llevando de la mano al minúsculo general de
división de no más de tres
añosde quien era imposible creer por su gracia y su
languidez que no fuera una niña disfrazada de
militarcon el uniforme de gala con entorchados de oro que
parecía crecerle en el cuerpo,pues Leticia Nazareno se lo había puesto
desde antes de la primera denticióncuando lo llevaba en la cuna de ruedas a presidir
los actos oficiales en representación de su
padre,lo llevaba en brazos cuando pasaba revista a sus
ejércitos,lo levantaba por encima de su cabeza para que
recibiera la ovación de las muchedumbres en el estadio
de pelota,lo amamantaba en el automóvil descubierto
durante los desfiles de las fiestas patriassin pensar en las burlas íntimas que
suscitaba el espectáculo público de un general
de cinco soles prendido con un éxtasis de ternero
huérfano en el pezón de su madre,asistió a las recepciones diplomáticas
desde que estuvo en condiciones de valerse de si
mismo,y entonces llevaba además del uniforme las
medallas de guerra que escogía a su gusto en el
estuche de condecoraciones que su padre le prestaba para
jugar,y era un niño serio, raro, sabía
tenerse en público desde los seis años
sosteniendo en la mano la copa de jugo de frutas en vez de
champañamientras hablaba de asuntos de persona mayor con una
propiedad y una gracia naturales que no había heredado
de nadie,aunque más de una vez ocurrió que un
nubarrón oscuro atravesó la sala de
fiestas,se detuvo el tiempo, el delfín pálido
investido de los más altos poderes había
sucumbido en el sopor,silencio, susurraban, el general chiquito
está dormido,lo sacaron en brazos de sus edecanes a través
de los diálogos truncos y los gestos petrificados de
la audiencia de sicarios de lujo y señoras
púdicas
Las atribuciones
desmedidas de mi única y legítima
esposa
que apenas se atrevían a murmurar reprimiendo
la risa del bochorno detrás de los abanicos de plumas,
qué horror, si el general lo supiera,porque él dejaba prosperar la creencia que
él mismo había inventadode que era ajeno a todo cuanto ocurría en el
mundo que no estuviera a la altura de su grandezaasí fueran los desplantes públicos del
único hijo que había aceptado como suyo entre
los incontables que había engendrado,o las atribuciones desmedidas de mi única y
legítima esposa Leticia Nazarenoque llegaba al mercado los miércoles al
amanecer llevando de la mano a su general de
juguete
La escolta bulliciosa
de sirvientas y ordenanzas
en medio de la escolta bulliciosa de sirvientas de
cuartel y ordenanzas de asaltotransfigurados por ese raro resplandor visible de la
conciencia que precede a la salida inminente del sol en el
Caribe,se hundían hasta la cintura en el agua
pestilente de la bahíapara entrar a saco en los veleros de parches
remendados que fondeaban en el antiguo puerto
negreroestibados con flores de la Martinica y rizones de
jengibre de Paramaribo,arrasaban a su paso con la pesca viva en una
rebatiña de guerra,se la disputaban a los cerdos con culatazos de
rifleen torno de la antigua báscula de esclavos
todavía en serviciodonde otro miércoles de otra época de
la patria antes de él habían rematado en
subasta públicaa una senegalesa cautiva que costó más
que su propio peso en oro por su hermosura de
pesadilla,
Fue peor que la
langosta peor que el ciclón
acabaron con todo mi general, fue peor que la
langosta, peor que el ciclón,pero él permanecía impasible ante el
escándalo creciente de que Leticia Nazareno
irrumpía como no se hubiera atrevido él
mismoen la galería abigarrada del mercado de
pájaros y legumbresperseguida por el alboroto de los perros callejeros
que les ladraban asustados a los ojos de vidrios
atónitos de los zorros azules,se movía con un dominio procaz de su
autoridad entre las esbeltas columnas de hierro bordado bajo
las ramazones de hierro con:grandes hojas de vidrios amarillos,
manzanas de vidrios rosados,
cornucopias de riquezas fabulosas de la flora de
vidrios azules de la gigantesca bóveda de
lucesdonde escogía las frutas más
apetitosas y las legumbres más tiernas que sin embargo
se marchitaban en el instante en que ella las
tocaba,inconsciente de la mala virtud de sus
manosque hacían crecer el musgo en el pan
todavía tibioy había renegrido el oro de su anillo
matrimonial,
Se soltaba en
improperios
así que se soltaba en improperios contra las
vivanderas por haber escondido el mejor bastimentoy sólo habían dejado para la casa del
poder esta miseria de mangos de puerco,rateras, esta ahuyama que suena por dentro como un
calabazo de músico,malparidas, esta mierda de costillar con la sangraza
agusanadaque se conoce a leguas que no es de buey sino de
burro muerto de peste,hijas de mala madre, se
desgañitaba,mientras las sirvientas con sus canastos y los
ordenanzas con sus artesas de abrevaderoarrasaban con cuanta cosa de comer encontraban a la
vista,sus gritos de corsaria eran más estridentes
que el fragor de los perros enloquecidospor el relente de escondrijos nevados de las colas
de los zorros azulesque ella se hacía llevar vivos de la isla del
príncipe Eduardo,
Guacamayas
deslenguadas
más hirientes que la réplica
sangrienta de las guacamayas deslenguadascuyas dueñas les enseñaban en secreto
lo que ellas mismas no se podían dar el gusto de
gritar Leticia ladrona, monja puta,lo chillaban encaramadas en las ramazones de hierro
del follaje de vidrios de colores polvorientos del dombo del
mercado
La infancia
bulliciosa del minúsculo general
donde se sabían a salvo del soplo de
devastación de aquel zambapalo de bucanerosque se repitió todos los miércoles al
amanecer durante la infancia bulliciosa del minúsculo
general de embustecuya voz se volvía más afectuosa y sus
ademanes más dulces cuanto más hombre trataba
de parecercon el sable de rey de la baraja que todavía
le arrastraba al caminar,se mantenía imperturbable en medio de la
rapiña, se mantenía sereno, altivo,con el decoro inflexible que su madre le
había inculcado para que mereciera la flor de la
estirpe
Las ancianas
negras
que ella misma despilfarraba en el mercado con sus
ímpetus de perra furiosa y sus improperios de
turcabajo la mirada incólume de las ancianas
negras de turbantes de trapos de colores radiantesque soportaban los insultos y contemplaban el saqueo
abanicándose sin parpadear con una quietud abismal de
ídolos sentados,sin respirar, rumiando bolas de tabaco, bolas de
coca, medicinas de parsimonia que les permitían
sobrevivir a tanta ignominiamientras pasaba el asalto feroz de la marabunta y
Leticia Nazareno se abría paso con su militar de
pacotillaa través de los espinazos erizados de los
perros frenéticosy gritaba desde la puerta que le pasen la cuenta al
gobierno, como siempre,y ellas apenas suspiraban, Dios mío, si el
general lo supiera, si hubiera alguien capaz de
contárselo,
Cargaba en furgones
militares cuanto le complacía
engañadas con la ilusión de que
él siguió ignorando hasta la ahora de su muerte
lo que todo el mundo sabía para mayor escándalo
de su memoriaque mi única y legítima esposa Leticia
Nazareno había desguarnecido los bazares de los
hindúesde sus terribles cisnes de vidrio y espejos con
marcos de caracoles y ceniceros de coral,desvalijaba de tafetanes mortuorios las tiendas de
los siriosy se llevaba a puñados los sartales de
pescaditos de oroy las higas de protección de los plateros
ambulantes de la calle del comercioque le gritaban en su cara que eres más zorra
que las leticias azules que llevaba colgadas del
cuello,cargaba con todo cuanto encontraba a su paso para
satisfacer lo único que le quedaba de su antigua
condición de noviciaque era su mal gusto pueril y el vicio de pedir sin
necesidad,sólo que entonces no tenia que mendigar por
el amor de Dios en los zaguanes perfumados de jazmines del
barrio de los virreyessino que cargaba en furgones militares cuanto le
complacía a su voluntadsin más sacrificios de su parte que la orden
perentoria de que le pasen la cuenta al gobierno.Era tanto como decir que le cobraran a Dios, porque
nadie sabía desde entonces si él existía
a ciencia cierta,
La penitencia de
privaciones
se había vuelto invisible, veíamos los
muros fortificados en la colina de la Plaza de
Armas,la casa del poder con el balcón de los
discursos legendarios y las ventanas de visillos de
encajesy macetas de flores en las cornisas que de noche
parecía un buque de vapor navegando en el
cielo,no sólo desde cualquier sitio de la ciudad
sino también desde siete leguas en el mardespués de que la pintaron de blanco y la
iluminaron con globos de vidrio para celebrar la visita del
conocido poeta Rubén Darío,aunque ninguno de esos signos demostraba a ciencia
cierta que él estuviera ahí,al contrario, pensábamos con buenas razones
que aquellos alardes de vida eran artificios
militarespara tratar de desmentir la versión
generalizada de que él había sucumbido a una
crisis de misticismo senil,que había renunciado a los fastos y vanidades
del poder y se había impuesto a sí
mismola penitencia de vivir el resto de sus años
en un tremendo estado de postracióncon cilicios de privaciones en el alma y toda clase
de hierros de mortificación en el cuerpo,sin nada más que pan de centeno para comer y
agua de pozo para beber,ni nada más para dormir que las losas del
suelo pelado de una celda de clausura del convento de las
vizcaínashasta expiar el horror de haber poseído
contra su voluntad y haber fecundado de varón a una
mujer prohibidaque sólo porque Dios es grande no
había recibido todavía las órdenes
mayores,y sin embargo nada había cambiado en su vasto
reino de pesadumbre
Leticia Nazareno con
las claves de su poder
porque Leticia Nazareno tenía las claves de
su poder y le bastaba con decir que él mandaba a decir
que le pasen la cuenta al gobierno,una fórmula antigua que al principio
parecía muy fácil de sortear pero que se fue
haciendo cada vez más temible,
Acreedores con una
maleta de facturas pendientes
hasta que un grupo de acreedores decididos se
atrevió a presentarse al cabo de muchos años
con una maleta de facturas pendientesen el retén de la casa presidencial y nos
encontramos con el asombro de que nadie nos dijo que
sí ni que nosino que nos mandaron con un soldado de servicio a
una discreta sala de espera donde nos recibió un
oficial de marinamuy amable, muy joven, de voz reposada y ademanes
sonrientesque nos brindó una taza del café tenue
y fragante de las cosechas presidenciales,nos mostró las oficinas blancas y bien
iluminadas con redes metálicas en las ventanas y
ventiladores de aspas en el cielo raso,y todo era tan diáfano y humano que uno se
preguntaba perplejo dónde estaba el poder de aquel
aire oloroso a medicina perfumada,dónde estaba la mezquindad y la inclemencia
del poder en la conciencia de aquellos escribientes de
camisas de seda que gobernaban sin prisa y en
silencio,nos mostró el patiecito interior cuyos
rosales habían sido podados por Leticia
Nazarenopara purificar el sereno de la madrugada del mal
recuerdo de los leprosos y los ciegos y los
paralíticosque fueron mandados a morir de olvido en asilos de
caridad,nos mostró el antiguo galpón de las
concubinas, las máquinas de coser
herrumbrosas,los catres de cuartel donde las esclavas del
serrallo habían dormido hasta en grupos de
tresen celdas de oprobio que iban a ser demolidas para
construir en su lugar la capilla privada,nos mostró desde una ventana interior la
galería más intima de la casa civil,el cobertizo de trinitarias doradas por el sol de
las cuatroen el cancel de alfajores de listones verdes donde
él acababa de almorzar con Leticia Nazareno y el
niñoque eran las únicas personas con franquicia
para sentarse a su mesa,nos mostró la ceiba legendaria a cuya sombra
colgaban la hamaca de lino con los colores de la
banderadonde él hacía la siesta en las tardes
de más calor,nos mostró los establos de ordeño, las
queseras, los panales,
Fuente
El otoño del patriarca de Gabriel García
Marqués
Texto adecuado para facilitar su
lectura.
Enviado por:
Rafael Bolívar Grimaldos