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Alimentación humana




Enviado por Jesús Castro



  1. Introducción
  2. Vegetarianismo
  3. Conclusión

Y Dios pasó a decir: "Mirad que os he dado toda
vegetación que da semilla que está sobre la
superficie de toda la tierra y todo árbol en el cual hay
fruto de árbol que da semilla. Que os sirva de alimento. Y
a toda bestia salvaje de la tierra y a toda criatura voladora de
los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay
vida como alma he dado toda la vegetación verde para
alimento". Y llegó a ser así.

(Génesis 1: 29 y 30).

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Introducción.

Según la revista "Science", del 14/8/2008, en
1994 se descubrió una cueva con pinturas rupestres
preciosas, la Chauvet, en Ardèche, el sur de Francia. Lo
llamativo de esta cueva es que fueron datadas con una
antigüedad de entre 32 y 30 mil años antes del
presente, lo que las convierte en el arte rupestre más
antiguo. Estos cavernícolas utilizaron carbonilla para
realizar figuras realmente sorprendentes. Primero dibujaron los
contornos de dos rinocerontes entrechocando los cuernos. Luego
más a la izquierda las cabezas de tres vacas salvajes, y
finalmente las cabezas de cuatro caballos, con sombras y
perspectiva, e incluso cada caballo con una expresión
especial, que les da personalidad a cada uno. La datación
de radiocarbono se realizó sobre los dos rinocerontes y
las vacas, y arrojan un cálculo conjetural de entre 32 y
30 mil años antes del presente, aunque hay que admitir que
tal fecha no es exacta ya que no hay una calibración de
radiocarbono aceptada para esa época.

Según la Wikipedia, El hombre de las
cavernas o "cavernícola" es un personaje popular basado
en conceptos estereotipados sobre la posible
apariencia de los primitivos humanos prehistóricos u
homínidos. El cliché de "hombre de las cavernas"
tiene su origen en el descubrimiento de restos del Neandertal. El
término "cavernícola", a veces es utilizado en
forma coloquial para referirse a seres Neandertal o CroMagnon
(Homo sapiens de la era Paleolítica), y se origina de la
asociación conceptual entre los humanos primitivos y las
cavernas, que es ejemplificada por las pinturas
rupestres.

Sally Fallon, autora del libro "Nourishing
Traditions: The Cookbook that Challenges Politically Correct
Nutrition and the Diet Dictocrats" y Presidenta de la
Fundación Weston A. Price, tiene un artículo
publicado en Internet en conjunción con MarG. Enig, Ph.D.,
titulado "La dieta del hombre de las cavernas", en el que explica
que existe una "escuela que avoca por la dieta baja en grasa
predica que el hombre de las cavernas se alimentaba de carnes
magras acompañadas de abundantes alimentos vegetales, como
brotes, raíces, frutas y hojas. Sin embargo, otros
investigadores defienden que la grasa animal era el principal
sustento del hombre de las cavernas, junto con la carne que la
acompaña, y que la ingesta de alimentos procedentes del
mundo vegetal era mínima. Ambas escuelas de pensamiento
están de acuerdo que la dieta del hombre de
las cavernas era espartana, y que carecían de
alimentos salados o dulces".

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El artículo hace mención de
las teorías más recientes en vigor,
respecto a la dieta del llamado "hombre primitivo", en un debate
argumental que finalmente no se decanta con claridad hacia
ninguna de las partes en litigio, pero donde todas ellas
convienen, en general, en admitir que la carne formaba parte
notoria de dicha dieta:

«El Dr. Walter L. Voegtlin sostiene
la teoría de la dieta abundante en grasa en
su libro "La dieta de la edad de piedra", publicado en 1975.
Según él, los humanos son animales
carnívoros, y la dieta de la edad de piedra

era la de los carnívoros, es decir,
principalmente grasas y proteínas, con la adicción
de una pequeña cantidad de carbohidratos. Señala,
que al igual que los perros que son carnívoros, el hombre
tiene dientes caninos, molares estriados e incisivos en la
mandíbula superior y en la inferior. Su mandíbula
está diseñada para machacar y desgarrar siguiendo
movimientos verticales. Debe masticar su comida y no es rumiante.
La capacidad de su estómago es de 2 litros, tarda 3 horas
en vaciarse, descansa entre comidas, carece de bacteria y
protozoos, segrega largas cantidades de ácido
clorhídrico y no digiere la celulosa. Su tracto digestivo
es corto en relación a la longitud de su cuerpo, su cecum
es disfuncional y su apéndice un vestigio. Su recto es
pequeño, contiene flora bacteriana que provoca
putrefacción y no contribuye al proceso digestivo. El
volumen de las heces es pequeño; la eficiencia digestiva
bordea el 100%, su vesícula biliar es activa y está
bien desarrollada. Ambos, el perro y el hombre, se alimentan de
forma intermitente y pueden sobrevivir sin estómago o
colon.

La oveja herbívora, por el
contrario, carece de caninos, tiene molares lisos e incisivos
sólo en la mandíbula inferior. Su
mandíbula está designada para moler y para los
movimientos rotatorios. Rumiar y masticar son funciones vitales.
Su estómago contiene 8 litros y medio, contiene bacterias
y protozoos, nunca se vacía y produce poca cantidad de
ácido clorhídrico. Su colon y su cecum son largos y
de gran capacidad, el cecum desarrolla una función vital;
la flora bacteriana del recto produce más bien
fermentación que putrefacción; las heces son
voluminosas, la función de la vesícula biliar
(encargada de digerir las grasas) es muy poca o no existe, y la
eficiencia de la digestión es del 50% o menos. La oveja se
alimenta continuamente. No puede vivir sin el estómago o
el colon. Su tracto digestivo es unas cinco veces más
largo, en relación a la longitud de su cuerpo, que el del
hombre y perro.

Voegtlin afirma que esas grandes diferencias entre la
anatomía del hombre y la de los herbívoros hace que
sean incapaces de adaptarse a una dieta basada en alimentos
vegetales, en especial a los cereales ricos en carbohidratos,
así como a una dieta abundante en productos
lácteos, ricos en lactosa; y que todo el abanico de
enfermedades modernas surge del abandono de la dieta de nuestros
ancestros, basada principalmente en carne y rica en grasa.
También señala que, con la excepción de las
vitaminas C y K , todos los nutrientes esenciales se pueden
obtener del reino animal, siendo la dieta del hombre de las
cavernas más rica en vitaminas y minerales que la nuestra.
Las comidas desvitalizadas que constituyen hoy en día
nuestra dieta básica, como azúcar y harina blanca
refinada, lo único que hacen es acelerar nuestro
declive.

Una década más tarde, en 1988, el Dr. Boyd
Eaton publicó un estudio en el que defendía que la
dieta del hombre de las cavernas era baja en grasa,
particularmente en grasas saturadas, baja en sal y rica en fibra
de procedencia vegetal. Sus recomendaciones paleolíticas
para una salud óptima eran, de hecho, muy semejantes a la
que aconseja la Asociación Americana del Corazón.
El típico perfil paleolítico de nutrientes, afirma,
contenía el 33% de la energía procedente de las
proteínas, principalmente, pero no únicamente de
proteínas animales, 46% de carbohidratos y simplemente un
21% de grasa.

El periodista Joe Friel traduce los
supuestos anteriores sobre los hábitos alimenticios del
paleolítico en las siguientes pautas a seguir: seleccionar
los trozos más magros de carne (si es posible carne de
caza), recortar toda la parte de grasa visible en la carne,
incluir pescado y aves, limitar el consumo de lácteos a
productos desnatados, añadir cantidades moderadas de
grasas monosaturadas en forma de aceites y crema de almendras,
aguacate, avellanas, nueces de macadamia, aceitunas y
nueces.

Sin embargo, mete en el mismo saco de las
grasas a evitar tanto a las grasas saturadas como a los
nuevos aceites hidrogenados. En una colección de
ensayos publicada recientemente, "CazadoresRecolectores de la
edad de Hielo en las Montañas Rocosas" aprendemos que los
cazadores-recolectores del continente norteamericano se
alimentaban principalmente de los siguientes animales: mamut,
camello, perezoso, bisonte, oveja de las montañas,
así como pequeños mamíferos como castor,
antílope, alce, caballo, llama, y algunos miembros de la
familia de los perros. El mamut, el perezoso, la oveja de las
montañas, el bisonte y el castor son animales que tienen
una capa muy espesa de grasa subcutánea, así como
muchas especies de osos y cerdos salvajes cuyos restos se han
encontrado en numerosos yacimientos del paleolítico en
todo el mundo. El bisonte y el camello tienen jorobas compuestas
principalmente de sebo. Y lo que es más, si los
hábitos nutricionales de los actuales
cazadores-recolectores africanos pueden servirnos de indicador,
los cazadores del paleolítico preferían las
porciones grasas de los animales incluyendo órganos,
cerebro, lengua, pies y médula.

Los restos arqueológicos indican
que mientras que la carne de los gamos muchas veces
no era consumida, los huesos más grandes se llevaban al
campamento donde se cortaban en trozos para extraer la
médula. Los órganos se consumían
frecuentemente crudos al momento, pero la carne procedente del
músculo se secaba para preservarla, o se mezclaba con sebo
para hacer pemmican.

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Algunos investigadores creen que la preferencia del
hombre de las cavernas por los cortes ricos en grasa de los
animales que abatía le llevaron a matar mamuts con el
único fin de extraer sus lenguas ricas en grasa, lo que
resultó ser un factor primordial en la
extinción de los grandes mamíferos, como mamuts,
perezosos y rinocerontes.

Los huesos de oso abundan en muchos
yacimientos. La arqueóloga Myra Shakley descubrió
un importante yacimiento neandertal en Hungría, donde el
90% de los restos eran de oso. Los restos de estos animales se
trasportaron enteros, no en porciones como se hacía con
otros animales, y la manera en la que se cortaron sugiere que se
quitó la piel del animal. Obviamente, las pieles se usaban
para protegerse de los rigores del clima imperante. La grasa
subcutánea no se desperdiciaba; de hecho, se usaba para
conservar otros alimentos. Se han encontrado altares con
calaveras de oso en los Alpes suizos que datan de hace
unos 75.000 años, lo que indica que el oso
era venerado como un animal sagrado.

Los actuales cazadores-recolectores, al igual que los
del pasado, poseen una sabiduría dietética mayor
que la mayoría de los actuales expertos en
nutrición. Ellos sabían que una dieta pobre en
grasa conducía inexorablemente a la debilidad, la
enfermedad e incluso la muerte.

Steffanson, que estudió a los
esquimales y a los indios del norte, reportó que cuando la
carne magra del reno era la única disponible,
la ansiedad se extendía en el poblado. Los nativos eran
conscientes que si se alimentaban de carnes magras durante
más de un mes, sin añadir ningún animal
marino o pescado graso, enfermarían o se volverían
más vulnerables a la enfermedad. Las antiguas tribus del
oeste americano no cazan al bisonte hembra en primavera, porque
las hembras preñadas o que amamantan a sus crías
queman sus reservas de grasa durante los meses de invierno. De
hecho, la mayoría de las cacerías de bisontes
ocurren a finales del verano y del otoño, cuando los
bisontes engordan de forma natural en la hierba de las
praderas.

El antropólogo Leon Abrams explica
que los aborígenes desechan los canguros que matan si
descubren que no tienen grasa suficiente. Los miembros de la
expedición Randolph Marcy de 1856 a Wyoming se
debilitaron y enfermaron tras seguir la dieta correcta baja
en grasa de 3 kilos de carne magra de caballo y mula
al día.

El Dr. Wolfgang Lutz relata que una forma
muy eficiente de eliminar a los prisioneros políticos
en América Central y América del Sur
es alimentarles con una dieta compuesta únicamente de
carne magra. No tardan en sucumbir tras una severa diarrea. La
explicación es que las grasas contienen nutrientes como la
vitamina A que el cuerpo necesita para utilizar los
aminoácidos y los minerales de los alimentos. Sin grasa en
la dieta, el cuerpo consume rápidamente sus propias
reservas de vitaminas solubles en grasa. Cuando estos nutrientes
esenciales se agotan, el organismo humano no puede luchar contra
la enfermedad.

¿Era la dieta del hombre de las
cavernas simplemente abundante en grasas no
saturadas y baja en saturadas? La grasa del antílope y de
reno es un 50% saturada, como lo es la carne de la oveja
montañesa. Todos los rumiantes contienen grandes
cantidades de grasa saturada porque los protozoos de su
voluminoso tracto digestivo son muy eficientes saturando los
aceites que se encuentran en las plantas, tanto si proceden de
heno seco, hierba verde o de maíz (por supuesto, la carne
de animales alimentados de forma natural es más rica en
vitaminas y minerales). El bisonte se cazaba a finales del verano
y en otoño cuando su reserva de grasa era mayor. Los
animales que pastan pasan varios meses comiendo hierba rica en
carbohidratos, que comienza a madurar en el mes de
mayo.

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La carne del camello, perteneciente a una
especie que los neandertales llevaron a la
extinción tras someterlos a una caza masiva, tiene un 63%
de grasa saturada. Exactamente la misma que la carne del cerdo.
La carne de los riñones, que hoy en día evitamos,
pero que el hombre de las cavernas no habría
desdeñado, es también muy rica en grasas saturadas.
Los riñones de búfalo contienen un 58% de grasa
saturada, los del antílope 65%, los del alce 62% y los de
la cabra de las montañas 66%. En la médula del reno
predominan las grasas monoinsaturadas, con una pequeña
cantidad de poliinsaturadas, pero aún así contiene
un 27% de grasa saturada. No se dispone de datos sobre la lengua
de los elefantes, pero la lengua de la vaca tiene un 45% de grasa
saturada. En los osos, que aportan el 48% de las
calorías como grasa, predominan las grasas
monoinsaturadas, de la misma clase que las que encontramos en
aceitunas, almendras y otras nueces. El marisco en las regiones
costeras también habría proporcionado al hombre
primitivo grasas, particularmente los necesarios ácidos
grasos Omega-3. Los insectos, larvas y gusanos habrían
supuesto una fuente de grasa adicional en todas las regiones
excepto en el ártico.

Por lo tanto, los defensores de la dieta de
alto contenido en grasa son los ganadores más
probables del gran debate paleolítico sobre
la grasa, pero estaban probablemente equivocados en su creencia
de que las plantas, en especial los granos, son nuevos en la
dieta humana. En yacimientos paleolíticos se han
encontrado restos de alimentos vegetales como semillas, bayas,
raíces, hojas y bulbos. Las semillas de girasol, semillas
de pera, amaranto y pino se han encontrado en yacimientos de las
Montañas Rocosas. Los hombres primitivos de América
y Europa consumían varios tipos de nueces. La cantidad de
alimentos de procedencia vegetal varía según el
clima y la localidad. Obviamente, éstas eran
mínimas en los climas árticos, pero jugaban un
papel importante en las regiones tropicales. Por supuesto, las
nueces proveían de grasas adicionales. Las nueces de
pecan, que los indios del sudeste consumían en grandes
cantidades, proporcionan un 85% de calorías como grasa. En
las regiones tropicales las nueces de la palmera y los cocos
también aportaban ingentes cantidades de grasa
saturada.

Los cazadores-recolectores de hoy en día emplean
métodos especiales para preparar las comidas ricas en
carbohidratos. Las bellotas, por ejemplo, se dejan en remojo en
agua y cal para eliminar los taninos; los tubérculos se
entierran en el suelo o se cocinan en las cenizas del hogar; las
semillas también se dejan en remojo y se someten a
procesos de fermentación. Se puede asumir
fácilmente que los antiguos cazadores-recolectores
empleaban técnicas similares para neutralizar los
numerosos inhibidores de enzimas, irritantes y sustancias que
bloquean la absorción de minerales presentes en los
tubérculos y las raíces. De hecho, una parte
importante del día de la mujer primitiva se empleaba en
dichas preparaciones como moler, cribar, fermentar y preparar
diversos tipos de raíces y semillas comestibles. Los
hombres, por otro lado, dividían su tiempo entre
peligrosas partidas de caza, en los que la fuerza física
era primordial, y periodos de inactividad en los que reparaban
sus armas y cotilleaban.

Por tanto, las comparaciones entre el tracto digestivo
de los humanos y el de los animales, aunque interesante, no nos
cuenta toda la historia. El hombre puede beneficiarse de muchos
nutrientes contenidos en las plantas, siempre y cuando los
prepare de forma adecuada. Los métodos de
preparación primitivos como moler, dejar en remojo y
fermentar imitan los largos procesos que ocurren en el tracto
digestivo de los herbívoros, que comienzan con sus molares
lisos que machacan las plantas y finalizan con las bacterias que
producen procesos de fermentación en el intestino. Los
cazadoresrecolectores del paleolítico tenían no
sólo el sentido común de comer las partes grasas de
la carne, sino también de preparar correctamente
los alimentos del reino vegetal. El hombre moderno,
particularmente el nutricionista actual, no lo tiene.

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Los perros, aparentemente, fueron los
primeros animales domesticados por el hombre, o como la
teoría más reciente sostiene, fueron los
perros los que adoptaron al hombre y comenzaron a trabajar para
él. Un hombre con 4 ó 6 perros puede seguir la
pista y abatir al animal salvaje más grande. Los perros
hicieron que la caza fuera menos peligrosa, y permitieron a
nuestros intrépidos hombres de las cavernas retroceder y
matar a su presa mediante lanzas ligeras o flechas, en lugar de
clavar físicamente la lanza en su presa. Pero el perro
también habría ayudado al cazador a evolucionar a
la fase del neolítico, manteniendo a las ovejas, al ganado
y a las cabras formando rebaños, de forma que su carne
grasa y su leche estuvieran disponibles durante todo el
año. Dicha leche era mucho más rica que el tipo de
leche de bajo contenido en grasa que hoy se produce con ganado
criado para tal efecto. El neo-agricultor se basaría en
sus papilas gustativas más que en la publicidad moderna,
consumiendo los productos lácteos con toda su materia
grasa intacta.

Si asumimos que las papilas gustativas no son
superfluas, sino el modo que tiene la naturaleza de indicarnos la
comida que necesita, examinemos la teoría de que el hombre
de las cavernas satisficiera solamente los sabores amargos,
ácidos o acres, y no los salados o los dulces. Varios
estudios señalan que la miel, lejos de ser un manjar
ocasional, jugaba un papel principal en muchas dietas primitivas.
Los Hazda de Tanzania, los pigmeos Mbuti del Congo, los Veddas u
Hombres Salvajes de Sri Lanka, los indios Guayaka de Paraguay,
los Bosquimanos del sur de África y los aborígenes
de Australia, valoraban mucho la miel, que consumían en
enormes cantidades. Los indios de la costa este consumían
grandes cantidades de sirope de arce, y lo usaban para preparar
el pemmican.

Las bayas y los frutos silvestres son
increíblemente dulces cuando están maduros, y se
pueden conservar de diversas formas para su consumo a lo largo
del año. Se dice que los alimentos fermentados de los
esquimales son tan dulces como caramelos. El hombre primitivo no
consumía azúcar refinada como nosotros, pero
tampoco renunciaba al sabor dulce.

Igualmente difícil es imaginar que hubiera
descuidado su gusto por los sabores salados, ya que la sal se
encuentra de forma natural en la carne y en la sangre, y, al
igual que los animales lamen rocas saladas, nuestro sensato
hombre de las cavernas habría hecho lo mismo. Se puede
obtener sal de forma sencilla rellenando una rama hueca con agua
del mar y dejando evaporar la salmuera.

En regiones remotas, como por ejemplo el
Himalaya o el interior de África, las cenizas ricas en
sodio de las marismas se añaden a la comida. Se dice que
la dieta de los miembros de la tribu Yanomami de la
cuenca amazónica no incluye sal, por ello casi no
excretan sal en la orina.

La leche es salada porque los animales
necesitan sal para la producción de ácido
clorhídrico en el estómago, así
como para el desarrollo de la mente y del sistema nervioso. Sin
sal la mente humana no se desarrolla completamente, y el hombre
debe vivir, no de su ingenio, como el hombre de las cavernas,
sino como un bruto, aunque haya nacido en la época
moderna».

Vegetarianismo.

(Este artículo fue publicado en
1999).

Según la Wikipedia, el
vegetarianismo es el régimen alimentario que
tiene como principio la abstención de carne y todo
alimento que provenga de un animal, como la gelatina o la grasa.
La dieta vegetariana no puede contemplarse sólo en
términos de nutrición, sino que también
conforma una actitud y estilo de vida, ya que es probable que un
vegetariano rechace otras formas de utilización de los
animales para producir bienes de consumo o para la
diversión humana al igual que puede tender a apoyar su
dieta alimentaria por razones ecológicas y
naturalistas.

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Existen muchas variedades dentro de la
dieta vegetariana. La siguiente tabla resume las
principales:

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La mayoría de las personas a lo largo de la
historia del mundo se han alimentado en gran parte de una dieta
vegetariana. Las dietas a base de carne se han difundido desde
hace relativamente poco tiempo en Europa y Norteamérica,
donde la carne y los productos de origen animal están al
alcance del bolsillo. En otras partes del mundo, las dietas a
base de plantas son más comunes.

El naturalista francés George Cuvier (1769-1832)
es considerado el creador de la "anatomía comparada". En
uno de sus artículos dice: "La anatomía comparada
nos permite ver que el hombre se parece en todo a los animales
frugívoros, y en nada a los carnívoros. La carne
muerta sólo es susceptible de ser masticada y digerida por
el hombre si se la disfraza y se la hace más tierna con
preparativos culinarios; así, la vista de carnes crudas y
sangrantes nos produce horror y repugnancia". Partiendo de
Cuvier, se han realizado diferentes estudios comparativos entre
las diferencias anatómicas del hombre y los animales.
Tomando como base diversos autores, podríamos confeccionar
el siguiente cuadro:

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Parece que existen largos estudios e
investigaciones que han llevado a algunos científicos a
concluir que el hombre, en sus orígenes, era
vegetariano; y sólo comía carne en períodos
de extrema crisis. Opinan que en la última era glacial, en
la cual escasearon las frutas, verduras y oleaginosas, el hombre,
por un problema de subsistencia, comenzó a comer carne de
animal. A posteriori esta costumbre continuó.

En principio, los frutos de la tierra
eran suficientes, según opinan estos
investigadores; pero cuando las poblaciones aumentaron, la
agricultura no cubría todas las necesidades y ello
impulsó al hombre a la pesca y la caza. En el
ínterin, el hombre descubrió el fuego y así
fueron encadenándose los hechos hasta llegar a la
civilización actual, en la cual el avance
tecnológico es tan grande que se va perdiendo la
visión del hombre como ser humano. Llegados a este punto,
han comenzado los movimientos ecologistas y de responsabilidad
planetaria, los cuales pretenden ayudar a la gente a despertar
sus conciencias dormidas, y, ante esto, muchas personas han
reaccionado y algunas están optando por regresar al
vegetarianismo.

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Conclusión.

Según el Génesis, la primera pareja humana
comenzó su existencia con una dieta vegetariana, pues este
libro sagrado muestra que Dios se comunicó con ellos y les
dijo: "Mirad que os he dado toda vegetación que da semilla
que está sobre la superficie de toda la tierra y todo
árbol en el cual hay fruto de árbol que da semilla.
Que os sirva de alimento" (Génesis 1: 29).

El Génesis no registra si durante el
período que va desde que se dieron estas directrices hasta
el Diluvio, aproximadamente 1700 años, el
hombre hubo incluido alguna carne en su alimentación o no.
En realidad, no parece probable tal cosa, pues cuando a
Noé se le mandó introducir a los animales en el
arca, Dios le dijo: "Y en cuanto a ti, toma para ti toda clase de
alimento que se come; y tienes que recogértelo, y tiene
que servir de alimento para ti y para ellos (es decir, los
animales)" (Génesis 6: 21), orden que, como las
anteriores, debió referirse a los alimentos producidos por
la tierra, que usarían tanto Noé y su familia como
los animales que fueron introducidos en el arca.

Pasado el Diluvio, sin embargo, Dios permitió que
el hombre incluyese la carne en su alimentación. Él
dijo: "Todo animal moviente que está vivo puede serviros
de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de
veras lo doy todo a vosotros. Sólo carne con su alma
—su sangre— no debéis comer " (Génesis
9:4). Sin embargo, esta concesión era
provisional y estaba motivada por la nueva situación
precaria del ser humano, ahora no sólo
caído en el error sino, además, con un entorno
ecológico bastante maltrecho como consecuencia del
Diluvio. Los animales, espoleados por el hambre, usaron su
inteligencia instintiva para sobrevivir, y comenzó la
depredación. Cazadores y potenciales víctimas se
adaptaron a un nuevo orden biosférico, hasta entonces
desconocido, estableciéndose lo que pudiéramos
llamar un "equilibrio de terror", el cual perdura hasta el
presente. Ya no era cuestión de vivir, sino de sobrevivir.
Por consiguiente, si en el reino animal estaba dándose
esta nueva situación, permitir depredar animales al
hombre, en el interés de su supervivencia, no era otra
cosa que una concesión razonable.

Parece ser que el profeta Isaías,
del siglo VIII antes de la EC, predijo condiciones
paradisíacas para un futuro distante, cuando la
imperfección humana tocara a su fin y el Creador eliminara
del planeta todo vestigio del desequilibrio. En aquel tiempo
bendito, tanto en sentido figurado como literal, habrían
de cumplirse las siguientes palabras: "Y el lobo realmente
morará por un tiempo con el cordero, y el leopardo mismo
se echará con el cabrito, y el becerro y el leoncillo
crinado y el animal bien alimentado todos juntos; y
un simple muchachito será guía sobre ellos. Y la
vaca y la osa mismas pacerán; sus crías se
echarán juntas. Y hasta el león comerá paja
justamente como el toro. Y el niño de pecho ciertamente
jugará sobre el agujero de la cobra; y sobre la abertura
para la luz de una culebra venenosa realmente pondrá su
propia mano un niño destetado. No harán
ningún daño ni causarán ninguna ruina en
toda mi santa montaña; porque la tierra ciertamente
estará llena del conocimiento de Jehová como las
aguas cubren el mismísimo mar" (Isaías 11:
6-9).

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El texto de Isaías transmite una imagen de
armonía y paz en la biosfera, entre el hombre y los
animales. Evidentemente, dicho cuadro sería imposible si
de alguna manera el hombre sacrificara a los animales para
alimentarse de ellos. Por consiguiente, el retorno a la
alimentación incruenta original, vegetariana, y tal vez
auspiciadora de frutos animales (leche, miel, etc.),
aparentemente será la norma. Tampoco se explotaría
a los animales para obtener su fruto a toda costa, sino
más bien éste se vería como un producto de
regalo, donado generosamente al hombre, algo que agradecer, un
reflejo del interés del Creador en sus criaturas, porque
vuelve a funcionar plenamente el magistral diseño de
cooperación y reciprocidad benefactora que el Sumo Hacedor
diseñó e implantó en sus criaturas
terrestres allá en los comienzos.

 

 

Autor:

Jesús Castro

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