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La biblia y sus absurdos




Enviado por Allan AAA



  1. El por
    qué ha tenido tanto éxito la
    Biblia
  2. El
    absurdo y errático Dios
    bíblico

PRIMERA PARTE:

El por qué
ha tenido tanto
éxito la Biblia

INTROITO A LA PRIMERA
PARTE

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Es claro que la biblia destaca entre toda la literatura
mundial, pues es el único de entre los libros antiguos que
se conserva prácticamente íntegro y que ha sido
traducido a más idiomas que ningún otro. Algunos
fanáticos religiosos creen notar en esto un indicio de su
supuesta «inspiración divina». Pero el
éxito de la biblia como palabra escrita es más
humano de lo que muchos quisieran aceptar y simplemente se debe a
tres factores:

  • El trabajo esforzado de los escribas hebreos por
    documentar y preservar sus escritos «sagrados»
    puso el texto bíblico al alcance otras
    naciones.

  • La enorme influencia política en la iglesia
    católica de la Edad Media que, al prohibir la
    posesión ejemplares de la biblia y pretender frenar su
    difusión a las clases populares, contribuyó a
    la testarudez humana por alcanzar aquello que es prohibido o
    censurado.

  • Las iglesias cristianas formadas tras el
    Protestantismo y la Reforma, usaron [y aún lo hacen]
    la biblia como «marketing» para ofrecer dos
    grandes dones con que la humanidad ha soñado desde
    tiempos inmemoriales: salvación del alma y vida
    eterna.

LA LABOR LITERARIA
HEBREA

Comencemos desde el principio. La especialidad de los
antiguos hebreos, el pueblo autor de la biblia, radica en la
escritura. Los escribas hebreos [«soferim»]
se dedicaban exclusivamente a copiar sus textos religiosos de
generación en generación. Sin importar lo aburrida
que debió ser su vida, fueron muy responsables con su
trabajo. La labor literaria hebrea abarcó un extenso
período entre los siglos xvi hasta v a.C.; por este motivo
es que las escrituras religiosas tienen varios estilos de
escritura, siendo los más destacados el yahvista [J, que
llama Yahvé o Jehová al dios hebreo] y el
elohísta [E, que se refiere al dios hebreo como
Elohím].

Aunque todos los pueblos de la antigüedad
tenían copistas para documentar sus códigos de
leyendas y mitos, ninguno podría compararse a los escribas
hebreos. La labor de los soferim era tan abnegada, que
prácticamente ser los guardianes de los libros de la Ley
era la razón de su existencia. Una labor humana así
de minuciosa difícilmente podría ser
extinguida.

Cuando Israel cayó bajo el dominio de Babilonia
en el 586 a.C. los soferim tomaron contacto con una
civilización más evolucionada, con imponentes
edificaciones y templos dedicados al dios Marduk. Posteriormente,
Ciro conquistaría Babilonia en el 539 a.C., terminando
así el exilio judío, y todos pudieron volver a su
nación. Pero la influencia de la sociedad
babilónica permaneció en ellos y tuvieron razones
suficientes para reescribir y modificar sus textos,
otorgándoles un cierto aire de grandeza. El motivo para
esto fue que en aquellos tiempos se creía que la
magnificencia de un pueblo se relacionaba directamente con el
«poder» de su principal dios. Fue, por tanto,
necesario para los hebreos magnificar al dios de Israel con mitos
y leyendas que evidencien su «poder»,
«omnisciencia» y «omnipotencia».
Así Yahvé se convirtió para los israelitas
en un «Dios único», superior a todas las
demás divinidades; surgía la «sagrada
escritura», adquiriendo los textos hebreos una nueva
dimensión en su jerarquía.

DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO DE LOS
ESCRIBAS HEBREOS

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Los textos religiosos hebreos permanecieron en la mente
y el corazón de esa nación, pues nunca dejaron de
existir grupos destinados a su perpetua conservación
almacenados en lugares recónditos que constituían
verdaderas bibliotecas especializadas. Uno de estos sitios de
almacenamiento estaba localizado en las cuevas de Qumrán,
descubiertas en 1947.

Este lugar fue un importante asentamiento de los
copistas esenios, autores y compiladores de lo que
genéricamente se ha denominado «manuscritos del Mar
Muerto» [más de 600 escritos preservados en tela y
piel, entre los que destacan las copias más antiguas del
libro de Isaías y fragmentos de los demás libros
del antiguo testamento, además de otros textos hebreos,
como Tobías, Eclesiástico, Enoc, Jubileos,
Leví, entre otros]. El florecimiento de la comunidad
esenia abarcó los siglos ii a.C. hasta ii d.C. y el
conocimiento que se tiene de ellos proviene de historiadores como
Filón de Alejandría, Plinio el Viejo y Flavio
Josefo, pues los esenios no son mencionados ni en la biblia ni en
la literatura rabínica hebrea.

Más importantes que los esenios, los verdaderos
baluartes del éxito literario bíblico fueron los
masoretas, eruditos hebreos que perpetuaron la
«sagrada escritura», no permitiendo que caiga en el
olvido; su labor abrazó un largo periodo entre los siglos
ii a.C. hasta viii d.C. Bajo la influencia de los masoretas, la
escritura religiosa hebrea nunca dejó de mantener su
estructura tripartita organizada: Torá, el
Pentateuco; Neviím, los Profetas;
Ketuvim, los Hagiógrafos.

El celo de los masoretas por sostener la integridad de
sus textos religiosos y preservar de la extinción la
«sagrada» tradición oral de los hebreos
Mishná»], le permitió
salvaguardar su cultura literaria a través del tiempo,
exponiéndola al conocimiento y la curiosidad de los
pueblos que no eran hebreos.

PRIMERAS TRADUCCIONES DE LA
BIBLIA

Después de establecido el cristianismo, surgieron
las primeras traducciones de la biblia. El texto pasó del
hebreo al griego, siendo la Septuaginta, del siglo iii
a.C. la traducción más importante. En la
elaboración de la Septuaginta, que fue solicitada por el
rey de Egipto Tolomeo II Filadelfo [285-246 a.C.] intervinieron
70 [o quizá 72] traductores, quienes lograron una
versión final que incluía algunos de los libros que
se descubrieron en el Mar Muerto.

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Posteriormente apareció la Vulgata,
traducida del griego al latín en el siglo iv d.C. por
Jerónimo a petición del papa Dámaso I
[366-384 d.C.]; el objetivo fue convertir el latín en la
lengua oficial de la liturgia cristiana. Para preparar su
edición de la Vulgata [terminada en 382 d.C.],
Jerónimo «corrigió» los evangelios y
omitió varios libros [denominados
«apócrifos»,
«deuterocanónicos» y
«pseudoepígrafos»] contenidos en la
Septuaginta. Su exhaustiva labor eliminó los rasgos
literarios bíblicos poco convenientes para la
instauración del poder religioso de la Iglesia
romana.

Los libros reescritos y seleccionados por
Jerónimo fueron los únicos aceptados por la
Iglesia, y en lo sucesivo se consideraron como
«canónicos» o «inspirados». La
Vulgata se hizo bastante popular y constituyó la base de
la estructura de la biblia, tal como se la conoce en la
actualidad; el Concilio de Trento la declaró
«auténtica» en 1546, convirtiéndose
así a la Vulgata en el único texto autorizado para
las posteriores ediciones de la biblia. Así, la fe ciega
en la «sagrada escritura» pasó a ser un dogma
oficial de la religión católica
cristiana.

SELECCIÓN DE TEXTOS
CANÓNICOS

El canon del nuevo testamento [que comenzó a
estructurarse desde el 50 d.C. en lo sucesivo] sólo
reconocía los libros planteados por la Vulgata, omitiendo
casi 50 de los evangelios [apócrifos] que circulaban en
las comunidades cristianas de los siglos i a iii d.C. y que
fueron redactados con el fin de rellenar «huecos» en
los escritos bíblicos sobre aspectos desconocidos de la
vida de Jesús. Hechos de Pilatos [o, evangelio de
Nicodemo] fue el más célebre de estos
apócrifos.

El canon excluyó también los evangelios
[denominados «gnósticos»] de Tomás y
Felipe, escritos en legua copta en el siglo iv d.C. e incluidos
en los papiros de Nag-Hammadi [descubiertos en Egipto en 1945],
ya que evidenciaban cierta influencia de la tradición
religiosa egipcia en el cristianismo y rechazaban el sufrimiento,
la muerte expiatoria de Jesús y su resurrección
como interpretaciones literales del evangelio.

La Iglesia romana se desarrolló con el apoyo de
los monarcas europeos y mantuvo el control de la biblia, pues con
ella dominaba a las masas; su hegemonía se veía
difícil de extinguir. Pero la invención de la
imprenta en 1460, por Johann Gutenberg, puso la biblia [mutilada,
sin incluir apócrifos, deuterocanónicos y
pseudoepígrafos] al alcance de las personas comunes, pues
antes se la copiaba a mano, y sólo a ella tenía
acceso el clero.

Sin embargo, los libros impresos empezaron a difundirse
en latín, un idioma exclusivo de sacerdotes y gente
adinerada. De esta manera, aunque los libros impresos eran
más fáciles de conseguir, las personas no los
entendían y la Iglesia seguía en control de la
biblia.

DEFENSA DE LA PALABRA
CANONIZADA

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Para garantizar su autoridad, la Iglesia había
publicado en 1231 los estatutos Excommunicamus del papa
Gregorio ix, donde se instituyó el Tribunal del Santo
Oficio [la Inquisición], que se dedicó a proscribir
la posesión de libros bíblicos [además de
perseguir la «brujería» y la
«herejía»] con prisión, tortura y
muerte. No obstante ello, pudieron surgir varias traducciones a
otros idiomas y opositores al autoritarismo eclesiástico,
como John Wycliffe [1330-1384] y Jan Hus
[1372-1415].

Una de las más célebres traducciones fue
la versión alemana de Martín Lutero en 1534, que
constituyó el punto de inicio para la Reforma protestante.
Wycliffe, Hus, Lutero, y otros reformadores fueron tildados de
«herejes» y cruelmente reprimidos por la
Inquisición; muchos de ellos terminaron siendo
excomulgados, encarcelados, torturados o quemados en la hoguera.
El motivo de tanta atrocidad fue refrenar el conocimiento de la
biblia entre la gente común, pues esto representaba para
la Iglesia la pérdida de su autoridad absoluta.

El esfuerzo de los reformadores y traductores
bíblicos no quedó en el olvido. Cuando el texto
bíblico estuvo disponible en la lengua común de
cada pueblo, de inmediato se evidenciaron errores e
inconsistencias en la «palabra de Dios». Los
seguidores de la biblia empezaron a pelear entre ellos y fundar
iglesias opuestas, durante los periodos del Protestantismo y la
Reforma [que abarcó los siglos xvi y xvii]. ¡Que
gran decepción para muchos! Con esto se evidenció
que la biblia carecía de «inspiración
divina», pues si fuese así, ¿no
debería ser perfectamente clara, sin prestar lugar a
confusión? ¿Un Dios «sabio» hubiese
auspiciado un libro que causara divisiones en la humanidad que
él creó? Y si por algún motivo, fueron los
humanos quienes se equivocaron al interpretar los textos
bíblicos, ¿lo normal no habría sido que
Dios, en su infinito «amor», los hubiera corregido a
tiempo?

Dios y su iglesia [supuestamente fundada bajo su divina
autoridad] nada pudieron hacer para restaurar la paz religiosa.
La biblia siguió difundiéndose cada vez a
más idiomas, y así la Iglesia Católica
regente fue paulatinamente perdiendo su autoridad y poder
político. La misma Inquisición, que empezó
siendo una institución muy temible y respetada en toda
Europa, terminó derrumbándose por sí sola
hasta quedar suprimida en España [país donde
más perduró] en 1843, sin que se pudiesen erradicar
a los opositores de la Iglesia romana.

LA MODERNA IGLESIA Y SU BIBLIA
MANIPULADORA

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La terrible supresión durante la Edad Media, tuvo
el efecto contrario al que se pretendía y fue el factor
determinante para que la influencia de la biblia permanezca [y
aún lo hace] en la mente de las personas. Esto,
naturalmente, se debe a que el ser humano por instinto es
intolerante y busca sobrevivir, y más aun en condiciones
que amenazan su extinción [en otras palabras, entre
más sea prohibido algo, el comportamiento humano natural
la anhelará por capricho o curiosidad]. Eso es todo, no
hay más; la biblia se hizo importante por ser objeto de
persecución fanática. Eventualmente se fueron
olvidando las razones de por qué la biblia se
constituyó en una especie de icono en la
sociedad.

La religión sigue manteniendo con vida a la
biblia y la utiliza para asegurar su supremacía sobre las
masas [el poder garantiza la supervivencia]. Para las religiones
cristianas es necesario mantener a la biblia «viva»
en los corazones de los «creyentes» [crédulos
sería una palabra más acertada] mediante el absurdo
concepto de la «fe» [aceptar algo sin someterlo a la
razón]. Hoy por hoy, la biblia es quizá el
más importante libro que promete los dones de la
salvación del alma y la vida eterna. Y mientras las
religiones sigan valiéndose de estos conceptos, la
influencia de la biblia difícilmente desaparecerá
en la sociedad actual.

«Beatus homo qui invenit sapientiam et qui affluit
prudentia»: «Feliz el hombre que tiene
sabiduría, y que posee entendimiento». Muchos
cristianos aceptan la biblia como incuestionable «palabra
de Dios», pero seguramente desconocen todo su
contenido.

SEGUNDA PARTE:

El absurdo y
errático Dios bíblico

INTROITO A LA SEGUNDA
PARTE

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Yahvé, Jehová,
Adonai, Elohim, Shadai, Alá, o como
diablos se le quiera llamar, es el «Dios supremo» por
excelencia bajo el concepto monoteísta que
prevaleció con el judaísmo, pasando luego al
cristianismo y al islam. Dios es una especie de Ser supremo [de
género masculino], considerado creador y origen de todo
cuanto existe. Es descrito en términos de atributos
divinos y perfectos [eternidad, omnisciencia, omnipotencia], pero
también con rasgos de carácter humano [amor,
misericordia, cólera, violencia] que se interpretan de
manera metafórica o literal.

El dios hebreo bien podría ser comparado y
asimilado, en algunos aspectos, al Anu de los sumerios y
acadios, a los dos principales dioses egipcios: Ra y
Osiris, al Marduk babilónico, al
Ahura Mazda del zoroastrismo persa, al supremo Baal de
los pueblos semíticos, al Brahma de la India, al
Zeus de Grecia y Júpiter de Roma, al
Odín escandinavo y Wotan
germánico, al Dagdé de los pueblos celtas,
al Itzamná de los mayas, el
Quetzalcóatl de los Aztecas y el
Viracocha precolombino, incluso al Eru
Ilúvatar
de la literatura tolkieniana. ¿Por
qué colocar al dios bíblico por encima de estos
otros dioses mitológicos? Dejando de un lado todos los
argumentos teológicos y los dogmas de fe, esta es una
pregunta interesante. Es notable señalar que la naturaleza
divina de estos dioses mitológicos fue mejor elaborada que
la del dios hebreo.

PRIMEROS ERRORES DEL DIOS
"SABIO"

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El dios de la biblia por «amor» creó
el mundo, los astros, las huestes celestiales y los animales en
cinco días; en el día sexto hizo a los primeros
humanos, Adán y Eva, imperfectos «a su imagen y
semejanza», y les dio el jardín de Edén para
que habiten allí. Más tarde permitió
impunemente que Satanás, en forma de serpiente, les
engañe fácilmente, haciendo que coman del
«árbol de la vida», del cual sólo Dios
tenía derecho a alimentarse. Adán y Eva, junto con
sus descendientes, fueron expulsados del Edén, condenados
a la muerte y a ganarse el pan con sufrimiento; a la serpiente la
condenó a «arrastrarse», pero a Satanás
no le hizo nada.

Aparentemente Satanás se dedicó a hacer de
las suyas, sin que el perezoso Dios haga nada por evitarlo, y la
maldad se expandió en el mundo. Las muertes, los
crímenes y las atrocidades de todo tipo empeoraron a tal
punto que el «compasivo» Dios vio como única
solución aniquilar a todos los seres vivos [incluyendo los
animales, que quizá no eran malos del todo] mediante un
diluvio universal. Noé y su familia, ocho en total, fueron
avisados por Dios para que construyan un arca flotante, que les
serviría de salvación a ellos mismos y a unas
parejas de todos los animales del planeta.

FABRICANDO PATRIARCAS
NEGLIGENTES

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Así empezó todo, otra vez; pero Dios
volvió a fracasar. Los descendientes de Noé
siguieron siendo malos y construyeron una alta torre en Babel
para llegar al cielo. Como quizá el dios bíblico
habitaba efectivamente en el cielo, vio en aquella torre una
amenaza y tuvo que dispersar a la humanidad confundiendo sus
lenguas. Cuando se percató Dios que no podía tener
éxito con toda la humanidad, intentó probar con la
tribu de Abraham y sus descendientes. Pero de nuevo a Dios las
cosas le salieron mal. Abraham tuvo un nieto, Jacob, cuyo hijo
José introdujo a su pueblo entre los egipcios.

Una vez muerto José, Faraón los mantuvo en
la esclavitud durante cuatrocientos años. Entonces a Dios
se le ocurrió utilizar a Moisés para rescatarlos de
Egipto, les hizo cruzar milagrosamente el Mar Rojo con el objeto
de llegar a una «tierra prometida». Durante el viaje
los detuvo en el monte Sinaí, donde les redactó sus
mandamientos en tablillas de piedra. El viaje duró muchos
años y, a pesar que Dios les regaló maná y
agua de las piedras, el pueblo lo aborrecía y
prefería la anterior esclavitud de Egipto. Enojado, Dios
los mantuvo por 400 años errantes en el desierto y en
guerra con las naciones vecinas.

Entonces Dios probó otra vez. Guió a su
pueblo a la «tierra prometida», con un montón
de leyes sexistas, absurdas y crueles. Los puso bajo el gobierno
de Jueces, pero esto también fue un fracaso pues la gente
seguía siendo mala y adoraba a otros dioses. Dios
decidió ahora que debía haber Reyes, primero
eligió a David como primer rey de Israel. Posteriormente
designó a Salomón para construir su lujoso templo,
pero esto no acrecentó la fe de la gente. Probó con
más reyes, y éstos fueron otros
idólatras.

Enardecido, Dios se desquitó de su pueblo
consintiendo que fueran conquistados y llevados en cautiverio por
los babilonios. El templo fue saqueado y destruido. Otro fracaso.
Tras setenta años de cautiverio, Israel estuvo de
regresó en su tierra. Dios entonces les envió un
montón de profetas amenazantes y quejumbrosos, pero la
gente siguió tan mala como antes. Los profetas, por orden
divina, anunciaron la futura venida de un Mesías, que
debía descender de David y que iba a poner en orden todas
las cosas. En algún momento de la espera de este
Mesías, «hijo de David», el pueblo hebreo fue
conquistado por los romanos.

LA MISIÓN FALLIDA DEL HIJO
PROMETIDO

Entonces, Dios se jugó su última carta, no
ocurriéndosele otra forma más bárbara de
arreglar el mundo, que mediante un acto de redención
sangrienta. Su hijo se hizo carne, naciendo de una mujer virgen,
María, pero de algún modo emparentado con
David.

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En su papel de «hijo de Dios», Jesús
se tomó mayores atribuciones; derogó las leyes de
su Padre por una propuesta basada en el «amor de los unos
con los otros»; reunió doce apóstoles para
que le ayuden en su obra divina; alcanzó gran fama como
maestro, realizador de milagros y resucitador de muertos.
Además encomendó a su discípulo Pedro la
misión de organizar su Iglesia, cosa que no tenía
sentido alguno, pues él mismo había dicho que
«el fin estaba cerca».

Entonces los judíos, practicantes de la ley que
Dios les había dictado en el desierto, acusaron de
blasfemia a su Mesías o Cristo. Su propio
discípulo, Judas le traicionó. De algún modo
los judíos se las arreglaron para que Roma intervenga en
el proceso judicial de Jesús, que concluyó con su
tortura, humillación y muerte mediante
crucifixión.

El plan de Dios fracasó nuevamente. Su hijo
Jesús resucitó de entre los muertos y
abandonó la tierra, encargando a sus apóstoles la
difusión del «reino de Dios»; prometió
regresar en su propia generación, pero nunca lo
hizo.

EL ÉPICO FINAL DEL "PLAN
DIVINO"

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Ahora los apóstoles escogidos y «llenos del
Espíritu Santo», al parecer, no cumplieron
satisfactoriamente la misión. Jesús resucitado tuvo
que intervenir y presentarse ante Saulo de Tarso para convertirlo
en Pablo. Éste fue un discípulo más
entusiasta que los demás, alejó el mensaje de los
judíos y dirigió su atención a otras
naciones. Pero, establecido el cristianismo, el mensaje
carecía de sentido, pues el sacrificio de Cristo nunca
mejoró las cosas para la humanidad; Dios fracasó
una vez más.

El papel del Padre decrece y ahora el Hijo tiene la
potestad. Su último recurso: inspiró visiones
divinas a Juan; unas amenazantes y otras esperanzadoras, pero no
volvió a manifestarse desde entonces. Parece que
abandonó el mundo a su suerte, con guerras, hambres,
injusticias, epidemias, desastres naturales.

Todas las visiones mostrarían a un cruel dios que
se ensañaría castigando duramente a aquellos
humanos que creó por amor y que heredará el
paraíso a 144.000 elegidos, mientras éstos sean
exclusivamente varones que no se hayan "manchado" con mujeres
(parece que a Dios no le simpatizan mucho las personas de sexo
femenino). Al final de todo, Dios vencería a los
ejércitos humanos en el Armagedón y, después
de mil años, liberaría a su rival encadenado:
Satanás, para luego vencerlo nuevamente (cosa que pudo
haber hecho antes para evitar el sufrimiento de la humanidad pero
no lo hizo).

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Así pues, el sabio «plan de Dios» en
la biblia se resume en un montón de intentos y
fracasos.

FIN

 

 

Autor:

AllanAAA

 

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