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La caida del imperio romano (página 10)




Enviado por santrom



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Los vándalos, a diferencia de los otros germanos,
no se acogieron al régimen de la hospitalitas, no se
alojaron en propiedades romanas. Genserico confiscó las
tierras más fértiles, expulsó de ellas a sus
propietarios -conservando, eso sí, los colonos y esclavos-
y estableció en estas fincas rústicas, exentas de
impuestos y con carácter de posesión hereditaria, a
su pueblo, que quedó territorialmente apartado de la
población afrorromana.

Vándalos y romanos conservaron sus propias
instituciones. El sistema administrativo de los vencidos, su
estructura social, su régimen económico,
permanecieron. Los terratenientes romanos siguieron obligados al
impuesto de la capitatio, los colonos, a las prestaciones
personales. El nuevo Estado mantuvo el sistema monetario
romano.

Los matrimonios mixtos no fueron permitidos,61 y en
general la población romana quedó separada de las
actividades oficiales del gobierno; pero los monarcas no pudieron
prescindir de la experiencia administrativa de los funcionarios
romanos en la rudimentaria estructura del Estado vándalo.
En los territorios de población afrorromana subsistieron
las curias, cuya decadencia se aceleraba. La vida pública
de las ciudades conservó la habitual animación de
los festejos ruidosos, del ocio corruptor de los
espectáculos de circo, al que los vándalos se
aficionaron tanto como a los placeres de las termas.

Caracteres institucionales del Estado
vándalo

El Estado disponía de tres fuentes de ingresos:
el botín de las expediciones bélicas, las
expropiaciones de tierras en Africa y el sistema fiscal romano,
que los reyes vándalos mantuvieron, aplicándolo con
rigor implacable contra la población afrorromana. La
política económica y diplomática de
Genserico se fundamentó en la posesión del trigo
que Italia necesitaba. Desde que el trigo egipcio
abastecía a Constantinopla, Roma y la península
itálica se sustentaban del trigo africano, y estaban ahora
a merced de los vándalos. Genserico se apoderó de
la flota triguera romana, y aún se hizo construir
más navíos de transporte. Ocupó Sicilia,
escala de la ruta frumentaria, y obligó a la
población de la isla desde 468 a incrementar su
producción triguera y a entregársela. El ostrogodo
Teodorico se apoderó de Sicilia en 491, cuando declinaba
el poderío vándalo, pero luego la parte occidental
de la isla retornó a la posesión de los
vándalos como dote de Amalafrida, hermana del rey
ostrogodo, que contrajo matrimonio con el monarca Trasamundo, y
Sicilia recobró su papel en la política exterior
vándala, hasta la conquista bizantina. Con razón ha
llamado Christian Courtois al reino vándalo el
«imperio del trigo».62 En cambio, Cerdeña,
Córcega y Baleares fueron más bien colonias de
castigo, a las que eran deportados los
católicos.

Como en todos los reinos bárbaros, las guerras
habían contribuido a concentrar en manos del monarca todo
el poder político. El rey vándalo, soberano de su
pueblo y señor de los afrorromanos y moros, era un
autócrata todopoderoso. Para anular la fuerza de las
asambleas de los hombres libres y destruir la posible resistencia
de las viejas estirpes, Genserico distribuyó a su pueblo,
como si fuese un ejército, en ochenta agrupamientos
(millenarii). Desbaratadas las sippes, el pueblo
quedó inerme ante el despotismo del rey, y los nobles
-después de algunas conspiraciones frustradas- se
resignaron al servicio palaciego. Ningún otro monarca
germánico había acumulado tanto poder.

Para evitar que el reino fuera repartido después
de su muerte y a la vez precaver los peligros derivados de las
minoridades Genserico estableció un régimen de
sucesión que recuerda instituciones irlandesas: el trono
correspondería al descendiente de más edad en cada
generación.63

Genserico trató a los emperadores romanos, a los
de Roma como a los de Constantinopla, de igual a igual. Fue el
único rey germánico que acuñó moneda
sin el nombre ni la efigie del emperador reinante.
Prescindió en sus escritos diplomáticos de la
mención de los cónsules del año, completando
esta afirmación de independencia con la adopción de
una nueva era, iniciada el 19 de octubre de 439, fecha de su
entrada victoriosa en Cartago.

Las persecuciones religiosas

Hunerico, sucesor de Genserico, endureció la
política religiosa de su padre. En los territorios
habitados por los vándalos el culto católico fue
suprimido, los objetos litúrgicos confiscados, las
iglesias y sus bienes entregadas a los arrianos, el clero
desterrado. El hijo de Genserico destituyó a los
funcionarios católicos, y aplicó más tarde
esta medida a los donatistas y a todos los que no profesaban la
fe arriana. Fracasada una tentativa de unión de las dos
Iglesias, estas severas disposiciones culminaron en la
fijación de un plazo para la conversión forzada al
arrianismo de la población afrorromana. La orden real fue
cumplimentada con severidad ordenancista. Hubo algunas
apostasías, pero la mayoría del clero y de los
fieles arrostró la deportación, y en algunos casos
el martirio.

Cuando murió Hunerico, sus sucesores suavizaron
la persecución. El culto monarca Trasamundo
recurrió a otros medios, como la disputa teológica
que personalmente sostuvo con Fulgencio, obispo de Ruspe,
discípulo de san Agustín. El sucesor de Trasamundo,
Hilderico, hijo de Hunerico y de la hija de Valentiniano III
Enudocia, era por su educación más romano que
vándalo. Había vivido en Constantinopla y cultivado
allí la amistad de Justiniano. Sin abandonar la fe de su
pueblo, practicó una política de tolerancia. Los
obispos católicos deportados volvieron a sus sedes. Las
monedas de este reinado llevan la figura y el nombre del
emperador Justino I, sin que podamos deducir de esta
innovación el reconocimiento por parte del rey
vándalo de la autoridad imperial. Pero esta
política, contraria a las tradiciones vándalas,
determinó el destronamiento de Hilderico.

Las tradiciones literarias del Africa romana no
desaparecieron durante la ocupación vándala. El
latín fue siempre el idioma de la diplomacia y de la
administración. El poeta y profesor Draconcio nos informa
de que a las clases del gramático Feliciano
asistían romanos, vándalos y hasta extranjeros.
También acudían jóvenes de los dos pueblos a
la escuela de Draconcio, y subsistieron muchas otras para la
enseñanza de la gramática y de la retórica.
Trasamundo fomentaba la instrucción de su pueblo. Pero la
libertad intelectual, que es el marco necesario de la vida del
espíritu, faltaba. Draconcio fue encarcelado porque sus
poéticos elogios a un soberano extranjero, acaso el
emperador de Oriente, fueron considerados como delito de
traición. Fulgencio fue desterrado dos veces a
Sicilia.

Fin del reino de los vándalos

El reino vándalo escogió un sistema de
apartheid que había de serle fatal. Rodeada esta
minoría bárbara de una población cuya
hostilidad provocaba constantemente; sometidos sus guerreros al
desgaste continuo de las guerras marítimas; debilitada su
clase directora por los goces de una civilización
decadente -y por eso mismo refinada y adormecedora-, el proceso
de la degeneración vital del pueblo vándalo se
consumó en un siglo. Ya en los últimos años
del reinado de Genserico esa ruina moral era visible.

El declive económico sobrevino con el agotamiento
de las expropiaciones y la declinación de las expediciones
navales de rapiña, que dejaron exhaustas las comarcas
saqueadas. El «imperio del trigo» se dislocó
en Sicilia, parcialmente recobrada por Teodorico. El
régimen latifundista que los vándalos recibieron de
los romanos estaba condenado al anquilosamiento por su misma
naturaleza. Los terratenientes vándalos no fueron peores
que los romanos, pero el sistema apresuró la decadencia de
la economía.

Bastaron tres generaciones para hacer de los
vándalos, según Procopio, el más blando de
los pueblos. Cuando el ejército bizantino enviado por el
emperador Justiniano emprendió la conquista del reino
vándalo, éste se hundió en dos batallas. El
general griego Belisario entró en Cartago sin encontrar
resistencia (año 533).

Las tribus moras de Tripolitania, Argelia y Marruecos,
que ni los romanos ni los vándalos consiguieron nunca
someter completamente, se independizaron, y tras la
efímera ocupación bizantina, recobraron el Africa
para la vida pastoril 64 y volvieron a la barbarie (bereberes
significa bárbaros). Las ciudades romanas fueron
destruidas para siempre, y sólo sus melancólicas y
bellas ruinas atestiguan que allí existió una
espléndida civilización agrícola y urbana.
En el siglo VII la conquista árabe imprimiría al
Africa que fue romana unos caminos opuestos a los de
Occidente.

El último rey vándalo Gelimer
recibió de Justiniano hermosas fincas en Galacia. Los
soldados vándalos fueron incorporados al ejército
bizantino y destinados al Asia, a la frontera persa. Las escasas
gentes vándalas que quedaron en Túnez
desaparecieron, fundidas con la población
indígena.

Ruina del reino suevo de Hispania

El Estado cuadosuevo, amenazado de muerte por la audacia
expansionista de Rekhiario,65 se recobró,
librándose de la tutela visigoda en cuanto las tropas de
Teodorico II se alejaron. Rekhiario se había convertido al
catolicismo, acaso para halagar a la población
galaicorromana,66 y como en todos los reinos germánicos,
su conversión debió de arrastrar la de su pueblo,
pagano hasta entonces. Uno de los sucesores de Rekhiario,
Resismundo, restaurador del Estado suevo, abandonó la fe
cristiana para profesar el arrianismo (¿año 465?),
sin duda por la influencia visigoda y por imposición de
Teodorico II, que condicionaría a la conversión el
reconocimiento oficial del reino y el matrimonio de su hija con
el rey suevo.

La amistad entre los dos pueblos germánicos fue
precaria. El reino suevo da la impresión de una
población nómada, con una arraigada vocación
por el saqueo y el incendio, en constantes luchas con los
galaicorromanos o con los ejércitos visigodos.

El período de 469 a 558 nos es casi desconocido.
La crónica de Hidacio termina en 468, y san Isidoro,
fuente única de esta época, tampoco nos informa de
estos años, El hecho más notable fue la
conversión, esta vez definitiva, de los suevos al
catolicismo, acaecida a mediados del siglo VI, por la
misión del obispo panonio Martín, que fue llamado
«apóstol de los suevos». En 561 se
reunió el Concilio I de Braga, y once años
después el segundo, por iniciativa del rey Miro. Los
obispos que asistieron a estos sínodos (de las
diócesis de Braga, Viseo, Coimbra, Egitana, Lamego,
Maqueto (Oporto), Lugo, Iria, Orense, Tuy, Astorga y Britonium),
si es que fueron reuniones de los prelados de territorio suevo,
nos permiten delimitar la extensión del reino en sus
últimos años: Galicia y los montes de León
hasta el Orbigo por el este, y el norte de Portugal hasta el
Mondego al sur. Braga era la capital y residencia de los
monarcas.

El Estado suevo fue anexionado al reino visigodo de
Toledo en 585. En vano su rey Miro apoyó la
rebelión de Hermenegildo. Andeca, que había
usurpado el trono al hijo de Miro, fue vencido en Braga y en
Oporto por Leovigildo, que se apoderó del tesoro real, y
el reino suevo pasó a ser una provincia
visigoda.

Este fue el fin de uno de los pueblos federados
más rebeldes a la soberanía imperial, favorecido
por su alejamiento geográfico («el rincón
más apartado de Europa», decían de él
sus habitantes), y que igualó a los vándalos en
hostilidad a la población romana. No carecieron los suevos
de dureza, pero sí de energía para apoderarse de
toda la península, cuando los visigodos acumulaban sus
fuerzas para la posesión de la Galia. Apenas dejaron los
suevos unas pocas huellas arqueológicas y
toponímicas en el litoral entre el Miño y el Duero.
Sus reyes católicos contribuyeron a que la Iglesia galaica
se organizase con una estructura tan sólida que
conservó su carácter en los siglos
siguientes.

La población sueva acabó siendo asimilada
por la galaica.

Alanos y alamanes

Los alanos (ala-ni) eran iranios que practicaban el
pastoreo en la región del mar Caspio. En 360 fueron
destruidos por los hunos. Un pequeño grupo se
refugió al norte del Cáucaso. El resto
emprendió el éxodo hacia el oeste, errando sin
orden, en grupos dispersos, por la Europa central. Después
del paso del Rin de 406, una rama de los alanos se unió a
los vándalos asdingos, y siguió el destino, de este
pueblo a través de la Galia y de Hispania, hasta el Africa
-todos los reyes vándalos se titularon rex Vandalorum
et Alanorum
-, y allí finalizaron absorbidos por los
vándalos. Otros alanos que obedecían al rey Goar
entraron al servicio de Roma, y combatieron a los bagaudas y a
los armoricanos.67 Aecio los utilizó como mercenarios
contra los visigodos primero, contra los hunos después, y
tropas alanas mandadas por el rey Sangibán participaron en
la derrota de Atila en la Galia. El papel histórico de
estos bárbaros feroces (Salviano de Marsella, que
elogió, quizás con benevolencia, las virtudes
germánicas, califica de «rapaces» a los
alanos) fue siempre secundario.

Los alamanes son verosímilmente un pueblo formado
por el reagrupamiento de tribus diezmadas por las guerras entre
bárbaros, o por choques con ejércitos romanos en
los «Campos Decumates». Parece confirmarlo su nombre
alamanni significa «todos los hombres-. Ellos se
llamaban a sí mismos suabos, y acaso fuesen parientes de
los suevos y de otros grupos de los cuados. En el siglo III
invadieron varias veces Italia, hasta que el emperador Probo les
hizo desistir de estas expediciones, infligiéndoles una
severa derrota. En el siglo IV formaban una confederación
regida por una dinastía, y se establecieron
sólidamente en los «Campos Decumates»,
evacuados por el Imperio. El paso del Rin de 406 les
permitió ocupar Alsacia y el Palatinado, acaso corno
federados. Aecio los rechazó de la Nórica. La
instalación de los burgundios en Sapaudia fue aprovechada
por los alamanes para apoderarse de la orilla izquierda del Rin,
de Basilea a Worms, tal vez hasta Maguncia. La victoria de los
francos en Tolbiacum y los progresos de Clodoveo en la
región renana ocasionaron la desmembración
política del Estado alamano, y desvió la
presión de sus tribus hacia el sur. Los que permanecieron
en Alsacia y el Palatinado fueron sometidos por los
francos.

Al desaparecer el reino burgundio los alamanes se
instalaron en la llanura helvética. Su extraordinaria
vitalidad suplió los fallos de su debilidad
política. A mediados del siglo VI volvieron a acosar
Italia. Hasta fines del mismo siglo no aceptaron el
cristianismo.

En el siglo VIII, cuando el territorio que ocupaban fue
conquistado por los reyes carolingios, la historia de los
alamanes desemboca en la de Alemania.68

Los restantes pueblos germánicos no lograron un
asentamiento estable, o desaparecieron, aniquilados por las
nuevas oleadas migratorias que en el siglo VI se derramaron sobre
la Europa central. En las décadas postreras del siglo V
los sajones que habían permanecido en el continente y los
frisones confinaban con el reino de los francos en la comarca
próxima al mar del Norte comprendida entre los ríos
Rin y Elba. Más al sur -avasallados por los reyes
merovingios sus grupos occidentales- vivían los turingios,
Al norte del Danubio habitaban tribus rugias. La Panonia, que
había sido el hogar de Atila, fue ocupada sucesivamente,
al desmembrarse el imperio huno, por ostrogodos, gépidos,
hérulos, lombardos y búlgaros. Los gépidos
erigieron un reino al norte del Danubio inferior, en la Rumania
actual, fronterizo de la llanura ucraniana, que estaba en poder
de los eslavos.

Cuando en el siglo VI la horda tártara de los
ávaros avanzó hasta el corazón de Europa, se
produjo un desplazamiento violento de todos estos pueblos, o su
sumisión. Es el mismo fenómeno ocasiona. do 170
años antes por la llegada a Europa de los hunos, y no
menos incitador de grandes trastornos, Para rehuir la
soberanía de los ávaros, los lombardos invadieron
Italia, y los eslavos iniciaron sus infiltraciones en Iliria y en
la península balcánica.

6. El Imperio de Oriente en la segunda mitad del
siglo V

Teodosio II murió en 450. El único
descendiente varón de la dinastía teodosiana era el
emperador de Occidente Valentiniano III, y según la
teoría de la unanimitas, a él
correspondía la diadema imperial. Mas Pulqueria
había logrado de su hermano que designara sucesor al
general Marciano. El nuevo emperador ahorró al Estado las
humillaciones a las que Atila le había sometido, pero su
nombramiento y su política acentuaron la separación
entre Rávena y Constantinopla, que Teodosio II
había querido evitar, reforzando los vínculos
familiares con su primo Valentiniano III y promulgando el
Código Teodosiano.

El emperador Marciano y el ascendiente
germánico en el ejército

Tracio de origen, Marciano había ascendido de
simple soldado a tribuno y general. Era modesto, piadoso y
enérgico. Su designación no fue bien acogida por el
elemento romano, pero Pulqueria legitimó a su protegido
casándose con él y haciéndole coronar por el
patriarca de Constantinopla. El fraternal matrimonio -Pulqueria
había hecho voto de castidad- dio ejemplo de virtud en una
corte corrompida, y Marciano y Pulqueria fueron considerados como
santos por la Iglesia oriental.

En celo religioso de Marciano influyó
decisivamente en las resoluciones del cuarto concilio
ecuménico de Calcedonia, que condenó el
monofisismo, provocando una reacción religiosa y
nacionalista en Siria y Egipto, que debilitó la influencia
imperial en estas provincias, sólo superficialmente
helenizadas.69

Marciano tomó disposiciones para combatir la
corrupción administrativa y para reducir los gastos
públicos. Tenía la fuerza de carácter del
soldado, y se negó a pagar a Atila el tributo aceptado por
Teodosio II. No es probable que hubiera podido rechazar un ataque
del khan de los hunos, pero Atila escogió la guerra contra
Occidente, y el Imperio oriental se libró de una dura
prueba. La desintegración del Imperio huno que
siguió a la muerte de Atila condujo a la
instalación de los ostrogodos en Panonia. Esta vecindad
iba a resultar tan enojosa para el Imperio como la de Alarico
medio siglo antes.

El alano Aspar, conde y general en jefe, poderoso en
Constantinopla como Aecio en Occidente, se apoyaba en los godos
que permanecían en el ejército. El elemento
bárbaro recobraba el poder que había tenido en el
gobierno durante el reinado de Arcadio. Constantinopla, lo mismo
que Roma, no podía prescindir de los bárbaros como
soldados: reclutaba los desertores germánicos del
ejército de los hunos y acogía en territorio romano
tribus rugias y esciras que habían formado parte del
Imperio de Atila.

León I: eliminación de Aspar y del
elemento germánico

Cuando Marciano murió, el alano Aspar, que ya
había contribuido a la proclamación del general
tracio, disponía nuevamente de la diadema imperial, como
Ricimerio en Roma. Pero, al igual que Ricimerio, no podía
ser emperador: además de bárbaro, profesaba el
arrianismo y era impopular en Constantinopla. Escogió a
otro soldado tracio que había sido su intendente,
León I. Para acallar la oposición del Senado de
Constantinopla, León I fue coronado por el patriarca de la
capital, como Marciano siete años antes. Aunque el
patriarca intervenía en esta ceremonia no como prelado,
sino como el personaje de rango más elevado de la
Administración, esta participación
eclesiástica en las coronaciones de los emperadores, que
ya no fue suprimida, vino a ser expresión del
carácter divino de la autoridad imperial.

Aspar era el Ricimerio de Oriente, pero León I no
fue un emperador manejable. Opuso a los soldados germanos de
Aspar la fuerza salvaje de los guerreros isauros de su yerno
Zenón. Como en tiempo de Arcadio y del visigodo Gainas,70
se desencadenó la hostilidad de la población civil,
romana y católica, contra la soldadesca germánica y
arriana. El fracaso de la guerra marítima contra los
vándalos 71 fue atribuido por la población y por la
corte a traición de Aspar y de sus godos. Y cuando su
fuerza declinaba, el jefe alano incurrió en el error de
Estilicón y de Aecio: exigió para su
primogénito la dignidad de césar y la mano de una
hija del emperador.

León I decidió deshacerse de este rival
arrogante, y recurrió a los isauros de Zenón,
acantonados en Constantinopla. Aspar y sus hijos fueron
asesinados, y la influencia germánica en el Imperio de
Oriente quedó definitivamente destruida. Desde este
momento fue posible iniciar la nacionalización del
ejército.

Zenón el Isauro, emperador único del
Imperio romano

Tres años después de las matanzas de Aspar
y de sus alanos, en 474, moría el emperador León I.
En el mismo año falleció también su nieto
León II, al que había proclamado augusto.
Zenón se había hecho conceder la dignidad imperial
poco antes de morir su hijo, y a pesar de su impopularidad fue
emperador único. Sus partidarios ¡santos se
instalaron en la corte.

El reinado de Zenón está vinculado a los
acontecimientos de Italia. La unamitas estaba rota desde
la muerte de Teodosio II. Sus sucesores no solicitaron el
reconocimiento del emperador de Rávena. Desaparecido
Valentiniano III, Marciano se consideró como único
emperador legítimo de la pars orientalis y de la pars
occidentalis. Sin embargo, León I designó emperador
de Roma a Antemio, y Zenón a Nepote. Al pedir Odoacro la
legitimación de su poder al emperador de Constantinopla
Zenón sostuvo los derechos de Nepote. Cuando éste
murió, Zenón volvió a ser emperador
único. Nunca hubo dos imperios, sino un solo Imperio
romano gobernado por dos emperadores. Por eso el mundo
bárbaro y la Romania aceptaron como un desenlace
lógico y legítimo la soberanía de
Zenón sobre la totalidad de un Estado cercenado en sus
provincias occidentales.

El emperador de Constantinopla toleró a Odoacro
como patricio romano hasta que halló una solución
más ventajosa: conceder al ostrogodo Teodorico,
huésped enfadoso de la península balcánica,
el gobierno de Italia.72

El primer cisma entre la Iglesia de Roma y la de
Constantinopla

El monofisismo, condenado en el concilio de Calcedonia
de 451, provocaba en Egipto una agitación, no sólo
religiosa sino política, que se extendía a Siria y
Palestina. Los sucesos de Occidente exigían el
mantenimiento de la cohesión en la pars orientalis. La
independencia de los reinos germánicos de Africa,
Hispania, Galia y Bretaña era una advertencia para la
corte de Constantinopla. ¿Tendría que aceptar
también el Imperio en Oriente una segregación de
sus provincias egipcia, siríaca y palestina, si no
invadidas por poblaciones bárbaras, sí sacudidas
por un violento nacionalismo? La vecindad siempre amenazadora de
la Persia sasánida aconsejaba por otra parte restablecer a
toda costa la unidad interna.

Aun a riesgo de un conflicto con el papa, Zenón y
el patriarca de Constantinopla se aplicaron a restaurar la paz
religiosa en Oriente, a fin de desarmar la naciente
rebelión política.73 Para aplacar a los
monofisitas, en 482 el emperador publicó el Henotikon, o
Edicto de Unión, dirigido a las iglesias de la
diócesis de Alejandría. El Henótico se
apoyaba en la doctrina aprobada por los tres primeros concilios
ecuménicos, pero abandonaba, sin mencionarla expresamente,
la fórmula del cuarto concilio de Calcedonia sobre la
unión en Cristo de las dos naturalezas, y evitaba las
explosivas expresiones «una naturaleza» o «dos
naturalezas». Cristo, según el Henótico, era
de la misma naturaleza que el Padre en su naturaleza divina, y
también de la misma naturaleza que nosotros en su
naturaleza humana. Se condenaba a los que predicaran otra
doctrina, y explícitamente a Nestorio y a
Eutiques.

El Edicto de Unión no fue aceptado ni por los
monofisitas exaltados -llamados acéfalos, porque negaron
su obediencia al patriarca de Alejandría, que había
acatado el Henótico- ni por los ortodoxos extremistas. La
situación empeoró cuando el papa Félix III
reunió un concilio en Roma para condenar el Edicto de
Unión, excomulgando al patriarca de Constantinopla Acacio.
Era la ruptura entre la Iglesia latina y la griega, el primer
cisma, que duraría 34 años, de 484 a
518.

La Iglesia romana podía haber sido el punto de
apoyo de la política imperial en Occidente. Las
desavenencias entre papas y emperadores inclinaron a la iglesia
de Occidente al entendimiento con los reinos germánicos, y
al Imperio de Constantinopla a su aislamiento que lo
desromanizó, bizantinizándolo.

Las fronteras amenazadas

Godos y hunos habían invadido antes la pars
orientis del Imperio que la pars occidentis. Pero desistieron de
un enfrentamiento decisivo con el gobierno de Constantinopla,
acaso por creer al Occidente más vulnerable. Así
pudo el Imperio oriental salvarse del peligro visigodo en 401,
del de Atila en 451, del ostrogodo en 488. Mas el destino de
Bizancio lanzó sobre sus fronteras un milenario desfile,
casi ininterrumpido, de incursiones bárbaras, que no
cesó hasta la conquista de Constantinopla por los turcos
otomanos en 1453.

Cuando Zenón hubo encaminado a los ostrogodos
hacia Italia, la frontera del Danubio sufrió ataques de
hordas hunas, supervivientes del Imperio de Atila; de los
tártaros, búlgaros y ávaros; de les eslavos.
La frontera del Eufrates fue sacudida por una irrupción de
los persas sasánidas a comienzos del siglo VI, reinando
Anas tasio, sucesor de Zenón. Las tropas imperiales fueron
incapaces de evitar que el ejército persa penetrara hasta
el delta del Nilo. Al sur de Damasco surgió un riesgo
nuevo: el reino árabe de los gasánidas, vasallo del
Imperio. Los árabes, alentados por la debilidad militar de
la frontera bizantina, prodigaron sus expediciones de
rapiña en Palestina y Siria.

El Imperio romano oriental no parecía gravemente
amenazado por estos contratiempos. Había resuelto
situaciones más difíciles y conseguido anular la
hegemonía bárbara en el ejército. Pero esta
tarea había requerido un esfuerzo que impidió la
dedicación de los emperadores a los problemas de
Occidente.

Bizancio

El Imperio romano de Oriente conservó las
estructuras políticas y administrativas que había
heredado del Bajo Imperio; pero absorbido por sus propios apuros,
sin el sobrante de energía necesario para defender la pars
occidentalis, encerrado cada vez más en sí mismo,
acabó por despreciar la vieja Roma y el Occidente
recaído en la barbarie. El latín fue un idioma
reservado a las ceremonias oficiales y a la legislación,
ignorado por el clero, por el pueblo, incluso por los
funcionarios, y en tiempo de Justiniano empezaron a escribirse en
griego las nuevas leyes, las Novelas. A fines del siglo VI el
latín fue desplazado de sus últimos reductos, la
correspondencia diplomática y las monedas. El Imperio
sigue llamándose romano, pero en realidad es griego, de un
helenismo envejecido, en el que se han injertado elementos
orientales, egipcios y persas, que lo desfiguran, dándole
una fisonomía nueva, aunque sin ningún destello
juvenil; por el contrario, de rasgos que no parecen tener edad:
hieráticos, solemnes, majestuosos.

Este Imperio está mejor designado con el vocablo
Bizancio, que significa aleación de cristianismo, Grecia y
Oriente.

Las influencias persas en la corte bizantina son
visibles en el ceremonial, en la indumentaria del emperador
-desde la corona a los dibujos que adornan sus vestiduras-, en la
actividad de los eunucos, en la «adoración» de
los súbditos. Pero la insistencia en repetir formas
artísticas gastadas; la sustitución de la moral
viva por la ortodoxia doctrinal; el sacrificio de la vida natural
a la etiqueta; la elevación de la duplicidad y de la
hipocresía a normas de conducta; la unión de los
poderes eclesiástico y civil, más bien parecen una
resurrección del Egipto faraónico.

NOTAS

1 Como ya se dijo (supra, 1, S), los foedus
tenían carácter personal. Los germanos los
consideraban caducados cuando se producía una mudanza
dinástica

2 Desde los últimos años del
reinado de Valentiniano III, los emperadores volvieron a residir
en Roma, y el patricio y magister utriusque militiae, en
Milán.

3 Antemio estaba casado con una hija del
emperador Marciano, y siguió en el favor del sucesor de
Marciano, León I. Era nieto del prefecto del pretorio del
mismo nombre, que gobernó durante la minoría de
Teodosio Ir.

4 F. LoT, Les destinés de l´empire m
Occident, op. cit., p. 90, nota 52.

5 Para la exposición que sigue
véase en la Historia de España, de MENENDEZ PIDAL,
t. III: MANUEL TORRES: Las Invasiones y los reinos
gemánicos, en España años 409-711), pp. 68 a
81.

6 Proclamado rey, y no jefe del ejército,
según Hidacio y Jordanes

7 U conspiración, acaso apoyada por el
partido visigodo prorromano, f.. dirigida por los hermanos del
rey, Teodorico y Federico. Federico fue colaborador del nuevo
monarca, y firmó con él tratados
internacionales.

8 Supra, IV, 4.

9 Chronicon, capítulos 170 a
192.

10 Sigo en este punto el magnífico estudio
de RAMóN DE ABADAL, «Del reino de Tolosa al reino de
Toledo», op. cit., pp. 45 a 48.

11 Supra, IV, 3.

12 MENÉNDEZ PIDAL, OP. Cit., t. M, p.
75.

13 ABADAL, op. cit., p. 42.

14 Es decir, la comarca dominada en los
años anteriores por la bagaudia.

15 ABADAL: «El llegat visigótic a
Hispánia» pp. 97 y ss., de Dels Visigots aIs
Catalans, Op. Cit.; 1. VICENS VIVES, Historia económica de
España, op. cit., PP. 81 y SS.

16 La cifra más verosímil es
200.000. los suevos alojados en Galicia y norte de Portugal no
llegarían a 100.000. Genserico se había llevado al
Africa unos 80.000 vándalos y alanos. Suevos y visigodos
sumarían, pues, un cinco por ciento de la población
hispanorromana, que no sería inferior a seis millones.
Estos cálculos son probables, pero no están
documentados. El lector no debe Ver en ellos sino una
indicación aproximada de lo que sí es evidente: la
exigüidad de la población germánica asentada
en la península hispánica,

17 En las necrópolis se han encontrado
utensilios sin valor; nunca oro, y muy poca plata, y ésta
de poca ley.

18 Estos nombres no demuestran que esos
emigrantes conservaran características germánicas,
sino que fueron diferenciados por los habitantes anteriores del
país, entre los que abundaban descendientes de los suevos,
que habían sostenido tan largas guerras con los visigodos,
y a los que habían odiado más que a los
galaicorromanos.

19 Conocemos la situación de algunas de
las villas que pasaron a ser propiedad de la nobleza
germánica por la toponimia: Villafáfila (Zamora),
villa de un Fávila; Villafruela, de un Fruela; Villatuelda
(Burgos), de un Théudila; Villandrando (Burgos), de un
Gundrando; Villageriz o Castrogeriz, de un Sigerico. Pero los
topónimos de propietarios romanos son muchos más:
Villarcayo de un Arcadio; Villalaín, de un Flavino;
Villasimpliz, de un Simplicio; Villavicencio, de un Vicencio;
Cornellana, Cornellâ, Cornelhá, de un Cornelio;
Corzana, Corsá de un Curcio (Según MENÉNDEZ
PIDAL, op. cit., introducción, págs. XVI-VVII.).
Menéndez Pidal ha señalado también los
reflejos de los repartos de tierras, de las dos partes de los
godos y del tercio de los hispanorromanos, en los
toponímicos Suertes, Sort, Tercia, Tercias, Tierzo, Tierz,
Consortes, Huéspeda, etc. Godones y Romanones, Gudillos y
Romanillos (op. cit., p. XVI).

20 J. VICENS VIVES: Aproximación a la
Historia de España, p. 47, Barcelona, 5.ª ed.,
1968.

21 Los textos de Sidonio Apolinar,
contemporáneo de Eurico, y de Jordanes, historiador godo
del siglo VI que atestiguan la independencia de Eurico, no son
convincentes para F. LOT (El fin del mando antiguo y los
comienzos de la Edad Media, op. cit., p. 281), que se basa en el
hecho de que las monedas visigóticas seguían
llevando el nombre del emperador de Oriente cien años
después de la muerte de Eurico. También aparecen
actas conciliares fechadas a la romana, con los nombres de los
cónsules, pertenecientes a la época del
protectorado del ostrogodo Teodorico.

22 Es el sistema del derecho personal, ius
sanguinis, opuesto al derecho territorial, ius solis.
También los burgundios y los lombardos aplicaron en sus
Estados una doble codificación. Recientemente A.
García Gallo ha sostenido la teoría de que el
Código de Eurico y el Breviario de Alarico II tuvieron
carácter territorial y no personal (A. GARCÍA
GALLO, «Nacionalidad y territorialidad del Derecho en la
época visigodas, Anuario de Historia del Derecho
Español, XIII (1936.1941), pp. 168 y ss. Del mismo autor y
en la misma revista, XIV (1942.1943), pp. 593 y ss.: «La
territorialidad de la legislación visigodas. Y
también El origen y la evolución del Derecho,
Madrid, 1964, pág. 336, § 641).

23 Op. cit., pp. 30 y ss.

24 Supra, IV, 2.

25 Infra, VI, 3.

26 El tesoro real visigodo, que el primer Alarico
había reunido en el saqueo de Roma, fue trasladado a
Carcasona. Amenazada la ciudad por los burgundios, fue llevado a
la corte de Teodorico en Rávena. Años
después el rey ostrogodo Atalarico, nieto de Teodorico, la
devolvió a su primo el visigodo Amalarico. El tesoro real
visigodo permaneció en Toledo hasta la conquista
musulmana. En 714, Muza lo envió a su soberano el califa
de Damasco.

27 Op. cit., pp. 49 y ss.

28 Supra, IV, 4. 29 P. LoT, Les invasions
gemaniques, op. cit., pp. 124 y ss.

29 F.Lot, Les invasions germaniques, op, cit.,
pp. 124 y ss.

30 Soissons estaba en poder de Siagrio;
Verdún fue conquistada años después por
Clodoveo; Worms pertenecía a los alamanes (L. MUSSET, op.
Cit., página 47).

31 Así lo consideraban los
francos.

32 El único relato documentado, aunque
poco objetivo, de este reinado lo escribió Gregorio de
Tours, 65 años después de la muerte de Clodoveo.
Gregorio de Tours utilizó fuentes muy deficientes,
adernás de la tradición oral. Su objeto fue
presentar a Clodoveo como un hombre providencial, que
facilitó el triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos
arrianos y paganos.

33 Pasados once siglos, otro rey de Francia,
Enrique IV de Borbón, adoptó en circunstancias
graves para su país una decisión
similar.

34 F. LOT, El fin del mundo antiguo—, &p.
cit. p. 228; A VAN DER VYVER, «La horonologie du
régne de Clovis d'après la légende et
d'après I'histoire», en Le Moyen Age, LIII, 19,47,
pp. 177 a 196. Toda la cronología de este reinado admitida
tradicionalmente ha sido rechazada con sólidos argumentos
por este historiador belga. Hay que admitir la posibilidad de un
error de diez años en las fechas de todos los hechos, aun
los más destacados.

35 Supra, V, 2.

36 Clotario y Childeberto conquistaron entre 532
y 534 el reino burgundio, y anexionaron la Provenza en 536.
Sólo la Septimania permaneció en poder de los
visigodos, y la Baja Bretaña o península armoricana
conservó su independencia.

37 F. LOT (El fin del mundo antiguo…. op. cit.,
p. 283) explica, siguiendo a Brunner, que la wergeld (precio de
un hombre, es decir, la cantidad que el homicida debe satisfacer
a la familia del muerto) de un hombre franco, fijada en 200
sueldos, es prácticamente idéntica a la de un
galorromano, establecida en 100 sueldos; en los dos casos la
parte de los herederos de la víctima era la misma, 66 1/3
sueldos; pero si el muerto era un franco, los parientes obligados
a la venganza recibían otro tercio, 66 1/3 sueldos, lo que
no sucedía si el muerto era romano; en ambas ocasiones la
parte del rey es la mitad de lo percibido por los herederos y
parientes (66 1/3, si se trata de un franco; 33 1/3, si de un
galorromano).

38 Las diferencias lingüísticas entre
el irlandés (lengua celta insular) y el celta continental
son tan grandes, que suponen una incomunicación de muchas
siglos entre los celtas de las islas y los del continente. Los
bretones -nombre que se daban a sí mismos los pobladores
de Britania- eran también celtas.

39 Los primeros sajones instalados en Britania
debieron de ser, pues, federados, no conquistadores.

40 Estilicón había retirado cinco o
seis años antes una legión para la defensa de
Italia.

41 Supra, IV, 4.

42 El nombre de escotos (escoceses)
designé originariamente a los celtas irlandeses. Fueron
colonos irlandeses los que lo llevaron a Caledonia o Escocia. Con
el tiempo, el vocablo escoto perdió toda la
relación con Irlanda y se empleó para designar a
los pobladores de Caledonia y a su idioma, que no es celta, sino
germánico.

43 L. MUSSET, OP. Cit., PP. 95 y 55.

44 Es la versión tradicional de la
conquista anglosajona de la isla, que fue rebatida hace 30
años por P. LOT (Les invasions gemaniques, op. cit.) y
otros historiadores, y que parecen confirmar en lo esencial
investigaciones recientes (para esta cuestión es
imprescindible la obra citada de Musset, en la que esta
exposición se basa).

45 Supra, IV, 4.

46 Según P. Lot (Les invasions gemaniques,
op. cit., p. 307) hacia el año 500 los bretones
conservaban Cornualles, País de Gales y el noroeste de
Inglaterra (Lancashire, Westmoreland, Cumbreland), o sea, unos
65.000 kilórnetros cuadrados de los 147.000 de la
Bretaña romana.

47 Supra, II.

48 El pelagianismo sostenía también
que los niños que mueren antes de recibir el bautismo se
salvan; la transmisión del pecado significaría una
injusticia divina. Admitía la gracia de Jesucristo y la
eficacia del bautismo para el perdón de los pecados
pasados, pero insistiendo en que la salvación es personal.
Los partidarios orientales de Pelagio, los "semipelagianos",
trataron de conciliar el libre albedrío y la
predestinación.

49 J. VOGT, op. cit., p. 333.

50 A. TOYNBEE E, Estudio de la Historia, vol. II,
pp. 324 y ss.

51 Los abades del monasterio de Amagh, la
fundación de san Patricio en el norte de Irlanda, eran
abades y obispos a la vez, y usaban indistintamente los
títulos de obispo y de abad.

52 J. RYAN, Irish Monasticism: Origins and Early
Development, Londres, 1931, p. 171; L. GOUGAUD, Christianity in
Celtic Lands, Londres, 1931, p. 83 (Citados por
Toynbee).

53 A. OLRIK, Viking Civilisation, Londres, 1930,
pp. 107 y ss.

54 Como Juan Escoto Eriúgena, la mente
más clara de la Alta Edad Media occidental, que afirmaba
que en los casos de contradicción entre razón
filosófica y autoridad teológica, debe predominar
la razón sobre la autoridad.

55 A. TOYBEE, op. cit., t. II, p. 3
30.

56 Supra, IV, 4.

57 F. LOT, Les invasions gemaniques, op. cit., p.
121; L. MUSSET, op. Cit., página 57.

58 Supra, V, 1.

59 Supra, V, 3.

60 Supra, IV, 4; V, 1.

61 Sólo el hijo de Genserico, Hunerico,
casó con Eudocia, hija de Valentiniano III.

62CH. Courtois, Les vandales et l´Afrique,
París, 1955, obra de valor excepcional, basada en un
inventario crítico de las inscripciones africanas, que ha
rertificado muchas de las opiniones tradicionales, basadas en la
historia de Víctor de Vita.

63 Es el sistema llamado tanistry del
irlandés tanaise, el segundo.

64 E. F. GAUTIER, Le passé de l'Afrique du
Nord. Les siècles obscurs. Payot, París, 1952, pp.
260 y ss. En el siglo XIV el historiador tunecino Ibn-Khaldun en
sus Prolegómenos históricos interpretó la
historia del Africa Menor como una alternativa de nomadismo y
sedentarismo, en un ritmo de tres fases: períodos en los
que los nómadas crean Estados, apoderándose de las
ciudades períodos de transformación de los
nómadas en sedentarios civilizados, y períodos de
debilitamiento de las ciudades, nuevas invasiones y
fundación de nuevos Estados (Les
prolégomènes d'lbn Khaldun, traduits et
commentés par M. de Slane, 3 vols., París, 1858).
Véase también Supra, II, 8.

65 Supra, V, 2.

66 MANUEL Torres, «Las invasiones y los
reinos gemánicos de España», op. cit., p, 30
(en la Historia de España de MENÉNDEZ PIDAL, tomo
III).

67 S.pr., IV, 4.

68 Una exposición más detallada en
L. MUSSET. op. cit., pp. 77 y ss,

69 Supra, IV, 7.

70 Supra, M, 5.

71 Supra, V, nota 60,

72 Infra, VI, 3.

73 Pedro Monje, obispo de Alejandría,
confesaba al papa Simplicio que, aun aprobando in mente los
acuerdos del cuarto concilio de Calcedonia, se veía
obligado a condenarlos públicamente, para conservar su
autoridad sobre el clero y los fieles egipcios.

CAPITULO VI

Como concesión deliberada a la
historiografía tradicional, hemos acumulado en el
capítulo anterior una enmarañada retahíla de
rebeliones, destronamientos, homicidios, intrigas, batallas,
invasiones, incendios y saqueos. Es hora de inquirir el
significado que esos sucesos -marcados por la violencia, la
ambición o la astucia- tuvieron en el destino de
Occidente.

Los invasores bárbaros del siglo V no eran
más numerosos ni estaban militarmente mejor organizados
que los cimbrios y teutones que irrumpieron en el Imperio en el
siglo I a. de C.; o los godos, francos y alamanes que devastaron
Grecia, Asia Menor, Galia y España en el siglo in. Si
consiguieron ocupar territorios romanos, fundando en ellos reinos
federados, convertidos después en Estados independientes,
debemos atribuirlo a la debilidad extrema del Imperio. Como
afirma Chapot, "el Imperio se suicidó lentamente; su
debilitamiento interno precedió al de las fronteras".1
Ferdinand Lot ha diagnosticado la «esclerosis» del
Imperio,2 un edificio arruinado, sostenido con clavos de hierro.3
No hubo, pues, nada parecido a una grave derrota militar, ni a
una guerra formal entre la Germania y la Romania, con un vencedor
y un vencido, sino una larga agonía de tres siglos, un
pausado proceso de disolución que las irrupciones
germánicas aceleraron, pero que aun sin ellas hubiera
seguido su curso inevitable.

Habiendo llegado a este altozano, contemplemos desde
él el panorama borroso -que las dificultades de
interpretación hacen más atractivo- de la vida de
Occidente después del destronamiento ,de su último
emperador.

1. La economía

Nos será difícil advertir en ese panorama
ningún cambio profundo de la primera a la segunda mitad
del siglo V.4 Los alojamientos germánicos no modificaron
la estructura latifundista de la economía del Bajo
Imperio. Sólo que ahora aparecen junto a los
terratenientes romanos los señores germánicos y los
fundos eclesiásticos, más numerosos y extensos cada
vez, favorecidos por donaciones reales.

Los bárbaros ni destruyen – si no es en las
primeras incursiones de rapiña-, ni restauran ni innovan.
La tierra se sigue cultivando, por romanos y bárbaros, con
métodos anticuados, con el escaso rendimiento de siempre,
pero no deja de cultivarse. Sólo los dominios imperiales,
que han pasado a ser patrimonio de los reyes germánicos,
son trasformados en cotos de caza, o abandonados a la negligencia
de los mayordomos de palacio, o cedidos a la nobleza
bárbara, y en los alrededores de las residencias reales
surgen grandes bosques donde existieron feraces
labrantíos.

U región renana fue una de las más
devastadas del Imperio. Sus destruidas ciudades, abandonadas por
los galorromanos,5 fueron ocupadas por germanos que implantaron
en su territorio formas de vida campesina. Pero la
organización eclesiástica subsistió, y la
romanidad conservó su arraigo en el país, actuando
con sus construcciones de piedra, sus empobrecidas industrias y
sus hábitos ciudadanos sobre los nuevos habitantes. Hasta
en Renania la vida recobró, paso a paso, su
curso.

Los vici o aldeas de campesinos libres no
habían desaparecido. En la época merovingia
subsistían en la Galia más de mil, junto a unos
cincuenta mil dominios señoriales.6 En el vicus
vivían, con los campesinos libres, algunos artesanos y
pequeños comerciantes. En el reino visigodo de Toledo
existían consejos agropecuarios, formados por
pequeños propietarios que administraban la
distribución de montes, pastos y tierras baldías
entre los vecinos. Esta institución, el conventum
vicinorum
, puede haber dado origen al municipio
medieval.7

Los vici se desintegraron en la época merovingia.
La pobreza de sus explotaciones, la inseguridad de los tiempos y
la codicia de los señores incitaba a estos propietarios
humildes a acogerse a la protección de un terrateniente
poderoso, sacrificando su libertad a una seguridad precaria.
Así se completó el avasallamiento de la clase
campesina, que el patronato había iniciado en el siglo
IV.

Las ciudades destruidas por las invasiones, como
Boulogne, Maguncia y Colonia, entre otras, no se reconstruyeron
hasta el siglo VI. Las otras se achicaron en la menguada
superficie acotada por sus murallas, y el paisaje urbano se
ruralizó. Aun en su exigüidad, en estas ciudades casi
despobladas había espacios libres. Pequeñas huertas
aparecían detrás de los tapiales, y los animales
domésticos pululaban por las callejas. Ni siquiera las
cortes bárbaras contribuyeron a animar nuevos
núcleos de vida urbana -con la efímera
excepción de Burdeos en tiempo de Eurico-, porque los
reyes germánicos prefirieron siempre sus residencias
campestres a sus minúsculas capitales, austeras y tristes.
Hasta los puertos de mayor tráfico, como Marsella,
ofrecían un aspecto desolado. En las épocas
críticas las gentes se refugian en el campo, donde al
menos es más asequible el alimento necesario para
vivir.

Era ésta una economía de subsistencia, no
una economía de beneficio, similar a la que los invasores
venían practicando de generación en
generación, y que facilitó por esto la convivencia
de romanos y germanos.

Aunque la unidad económica del mundo romano,
sostenida por el tráfico mediterráneo, conservaba
todavía un declinante comercio de cereales y de objetos de
lujo, la regresión económica del Bajo Imperio se
acentuó, pues, en la época de formación de
los Estados germánicos, que son el humilde epílogo
del mundo antiguo.8

2. La vida social

La fusión de las dos
aristocracias

Las invasiones no modificaron ni las estructuras
sociales de los romanos ni las de los ocupantes. Desde la primera
generación la solidaridad étnica fue suplantada por
una solidaridad de clase, que urdió vínculos
más sólidos que los raciales y
lingüísticos. Como ha sucedido siempre en todos los
países y en todos los tiempos, un propietario romano se
sentía más afín a los nobles germanos que a
sus propios colonos. La comunidad de intereses fraguó
más pronto entre las clases dominantes que entre las
humildes. La fusión fue facilitada por la
transformación de la aristocracia militar bárbara
en cortesana y terrateniente.

A las residencias reales de los monarcas bárbaros
acudían nobles germanos, atraídos por la
ambición de un alto cargo o por la donación de un
fundo, y miembros de la nobleza senatorial, para ofrecer a los
reyes su experiencia en la administración pública,
y para hacer admitir a sus hijos en la clientela del soberano, el
convivía regia, siguiendo una tradición
germánica.9 Unos y otros, romanos y germanos, codician el
cursus honorurn, es decir los obispados, condados y
funciones palatinas. Cuya designación depende del capricho
regio. Los soberanos estimaban en los miembros del orden
senatorial la cultura, el hábito de gobernar, la capacidad
de organización, y escogían entre ellos a sus
ministros.

De la antigua administración provincial
sólo subsistía un funcionario laico, el conde,
cuyas atribuciones financieras, judiciales y militares en el
gobierno de las ciudades apenas conocemos. Muchos condes de los
nuevos reinos bárbaros pertenecían a la nobleza
senatorial. Sin embargo, donde se afianzó el poder y el
prestigio de la aristocracia romana fue en el desempeño de
los altos cargos eclesiásticos. Durante los siglos V y VI
la mayoría de los obispos procedían del
clarisimado. Era tan primordial la posición
política de los obispos en la vida urbana de la
época,10 que el pueblo prefería la elección
per saltum -como la de san Ambrosio- de un noble laico
con práctica de los asuntos públicos, a la de un
clérigo sin esa experiencia y sin relaciones
políticas. Así vinieron a coincidir en la
designación de los obispos los intereses de los
súbditos con los del monarca bárbaro, y los de la
aristocracia romana con los de la Iglesia.

Aunque la ley de Valentiniano I y Valente que
prohibía los matrimonios mixtos entre las dos razas no
había sido derogada, y a pesar de la reciprocidad de los
edictos de los reyes godos y vándalos, las uniones entre
la alta nobleza de los dos pueblos fueron frecuentes. Motivaron
estos matrimonios el interés de las grandes familias por
asegurarse una posición social sólida, y el
afán de acumular el mayor número de propiedades
rústicas.

La participación de bárbaros y romanos
en una comunidad territorial

En cambio la fusión entre los ingenui y la
población romana libre fue floja y mucho más lenta
que la de las clases dominantes. Con excepción del reino
de los francos, la prohibición de los matrimonios mixtos
fue mantenida (en el reino visigodo de Toledo, hasta mediados del
siglo VI). La diferencia de vestidura no pudo ser motivo de
segregación, si no se incurre en el error de interpretar
literalmente a los escritores del Bajo Imperio. Los
bárbaros vestían túnicas y pantalones
ajustados, sobre todo de pieles toscamente curtidas, se calzaban
con botas altas e iban siempre armados. Pero los romanos
habían abandonado sus vestidos ligeros y flotantes por la
indumentaria gala: casaca con mangas, calzones y zapatos.
Sólo la cabellera seguía discriminando a los dos
pueblos. El pelo corto de los romanos contrastaba con los largos
cabellos grasientos de los bárbaros, cuyo olor nauseabundo
tanto molestaba al refinado Sidonio Apolinar.11

La unión de indígenas y germanos ofrece
problemas de interpretación que es necesario examinar
dejando de lado la imagen tradicional de las invasiones.
Piénsese, por ejemplo, que muchas comarcas no fueron
ocupadas nunca por los bárbaros, y algunas ni siquiera
saqueadas. Muchos ciudadanos romanos oirían hablar de los
invasores, pero no llegarían a verlos nunca. Y no se
olvide que la presión fiscal había hecho
intolerable la vida a la mayoría de los habitantes del
Imperio. En la segunda mitad del siglo V el mecanismo
administrativo romano siguió funcionando y las deserciones
de curiales, artesanos y colonos, que huían de sus
obligaciones tributarias irresistibles, continuaron. Uno de los
últimos emperadores de Occidente, Mayoriano, se lamenta de
«las astucias empleadas por los que no quieren permanecer
en el estado en que han nacido». Y retiérdense las
palabras de Orosio:12 "para muchos indígenas las
invasiones fueron un mal menor". Lot afirma que el régimen
de la hospitalitas, tan minuciosamente reglamentado, evitó
a la población romana los estragos de una conquista
brutal.13

El ejército fue un excelente instrumento de
contacto entre bárbaros y romanos. Los francos admitieron
en él a los galorromanos de condición libre.14 En
el reino visigodo de Toledo, los godos que carecían de
fortuna y los hispanorromanos desposeídos de sus tierras,
mas no de su libertad, se encomendaban al servicio de un magnate,
formaban su séquito o eran alistados en el ejército
por su señor. Esta clientela de la nobleza visigoda fue
tan numerosa, que llegó a constituir una clase social, la
de los bucelarios.15

Los germanos constituían una sociedad
jerarquizada, que al instalarse en territorio romano
convivió con otra sociedad que tenía también
sus castas, más cerradas y exclusivas que las germanas. El
paralelo sociológico alcanza a los esclavos. La esclavitud
declinaba entre los bárbaros, al tiempo que en Roma se
transformaba, sin desaparecer totalmente, en servidumbre de la
gleba.

Se puede afirmar que hubo una evolución doble y
convergente la de la decadencia romana y la del progreso
germánico16 -que suavizó los contrastes
socioeconómicos entre la Romania y la Germania.

Función social de la Iglesia

En oposición al mensaje del cristianismo
primitivo, cuyo «reino no era de este mundo»; en
contraste con la creencia en el cercano fin de ese mundo, la
Iglesia se apropiaba los privilegios sociales y los derechos
políticos del orden civil romano, a medida que las
magistraturas provinciales y municipales desaparecían, en
el hundimiento de la administración imperial.

Los obispos fueron los defensores de las ciudades contra
los invasores,17 y en los Estados bárbaros, magistrados
con jurisdicción civil y criminal sobre los
clérigos -incluso sobre los laicos en pleitos menores-. La
inmunidad fiscal fue otra de sus prerrogativas. Absorbieron las
funciones de las moribundas curias. Recibieron la propiedad del
territorio urbano por donaciones de reyes y de devotos. Artesanos
y comerciantes quedaron incorporados a la clientela
episcopal.18

El núcleo del Estado romano había sido la
civitas, la ciudad, y la Iglesia estructuró su
ordenación sobre la del Imperio. Fue una Iglesia de
ciudades. La decadencia de la vida urbana y la época de
las invasiones coincidieron con una fase de expansión y
consolidación de la Iglesia en Occidente. Su vitalidad la
capacitó para transformarse en una vasta
organización rural, por medio de las fundaciones
monásticas y los latifundios
eclesiásticos.19

La iglesia urbana se fue incrustando en el campo, que
había permanecido pagano,20 lentamente, en un sordo y
perseverante esfuerzo de evangelización. Algunos obispos,
como san Cesáreo de Arles, visitaron con incansable celo
el territorio de su diócesis. Los oratorios y las capillas
de los latifundios fueron provistos de pilas bautismales y de
sacerdotes permanentes, y así surgieron las parroquias
rurales, células orgánicas de la iglesia
territorial. Colonos y siervos recibieron el bautismo y aceptaron
la nueva religión, sin abandonar sus ancestrales
supersticiones, de las que participaban muchos párrocos
rurales escogidos por los terratenientes. A menudo el
espíritu de los que eran llamados cristianos seguía
siendo pagano de un modo peculiar: ya no creían en los
viejos dioses, pero tampoco habían entendido el mensaje de
Cristo. Mas la influencia de la Iglesia continuaba
extendiéndose, penetraba en los más apartados
lugares, arraigaba profundamente en la sociedad.

La sustitución de la universalidad de Roma por el
cantonalismo político de los reinos bárbaros
obligó a los obispos a incorporarse a la angosta vida
política de estos pequeños Estados, a sus consejos
regios, a sus asambleas nacionales, y la Iglesia universal se fue
transformando en territorial. El cristianismo se hubiera ahogado
en la estructura ideológica de los reinos
germánicos sin el aliento universalista que recibió
de los papas y de los monasterios.

Que la Iglesia era una fuerza espiritual complementada
por un inmenso poder socioeconómico y político es
una realidad que recibe decisiva confirmación en el hecho
de que todos los reinos germánicos arrianos fueron
desapareciendo, uno tras otro; el arrianismo fue una traba en el
destino de los Estados bárbaros. Por el contrario, la
conversión de Clodoveo al catolicismo proporcionó
al reino de los francos, con el apoyo de la Iglesia, una
ascensión brillante. Para el clero católico, los
bárbaros merovingios encarnaban mejor, por su ortodoxia,
el espíritu de la Romania, que un Eurico o un Teodorico, y
fue la Iglesia la que preparó para los francos la
sucesión del Imperio de Occidente.

La separación de los poderes espiritual y
temporal en los reinos bárbaros fue sólo
teórica. De hecho la Iglesia, de sociedad subyugada en el
Estado romano, pasó a ser en la Edad Media la
institución social predominante. El Estado -los Estados
germánicos- fueron organismos subordinados, con misiones
temporales, ancíliarias de las espirituales. La Iglesia ya
no estaba en el Estado. Eran los Estados los que estaban en la
Iglesia.21

3. Los problemas políticos: el reino de
Teodorico

El sistema de la hospitalitas vino a ser, como ha
observado Lot, una transición entre la estructura
política del Imperio y la de los reinos bárbaros.22
En la primera mitad del siglo V los reyes germánicos eran
soberanos únicamente de su pueblo; ante la
población romana no tenían otra autoridad que el
mando militar de la región en la que habían sido
hospedadas sus huestes; al lado de los jefes bárbaros, la
administración imperial continuaba desempeñando las
funciones judiciales y fiscales. Pero a causa del descaecimiento
del Imperio, los monarcas germánicos avasallaron a los
funcionarios romanos del territorio que ocupaban, Esta
usurpación de poderes se aceleró a partir de la
caída de Aecio y de la muerte de Valentiniano III. En la
segunda mitad del siglo V la máquina administrativa
romana, aunque desajustada, siguió funcionando pero al
servicio de los reinos bárbaros.

Cuando en 476 desaparece el emperador de Occidente,
hacía años que el Imperio había cesado de
tener existencia jurídica para sus súbditos. La
legislación imperial había enmudecido. La
última ley romana promulgada en la Galia ocupada por los
visigodos es del año 463, y de 465 el postrero de los
edictos imperiales recibido en el país dominado por los
reyes burgundios. La ascensión de Odoacro y el fin del
Imperio de Occidente no cambió nada fuera de Italia. Los
Estados vándalo, suevo, visigodo, burgundio, franco, y los
pequeños reinos anglosajones existían con plena
soberanía al desvanecerse el Imperio romano occidental. Y
su vida fue breve o longeva, anémica o poderosa, en el
despliegue de sus propias rivalidades y ambiciones, que se
habían desligado para siempre del destino del
Imperio.23

El único de los reinos bárbaros que
intentó mantener las concepciones políticas de Roma
fue el ostrogodo de Teodorico.

Los ostrogodos en la península
balcánica

El eclipse ostrogodo duró lo que la vida del
Imperio de Atila. ,Cuando éste se disgregó, los
ostrogodos recuperaron su independencia, y su rey Valamiro
obtuvo, por un tratado federal con el Imperio de Oriente, el
alojamiento de su pueblo en la Panonia superior. Esta provincia
estaba devastada, y en los años siguientes los ostrogodos
vivieron allí precariamente. Cuando el tributo imperial se
retrasaba, hacían incursiones de pillaje en la Iliria,
hasta que el foedus era restablecido.

Teodorico había nacido en Panonia, al año
siguiente de la muerte de Atila. Era hijo de Teodomiro, uno de
los tres reyes de la estirpe de los Amalos que regía
entonces a la nación ostrogoda. El año 461, en una
de las renovaciones del pacto federal, Teodorico fue enviado como
rehén a la corte de Constantinopla. Tenía entonces
8 años, y permaneció diez, los decisivos en la
educación de un joven, en la capital del Imperio de
Oriente. Aprendió el griego y el latín y
adquirió un conocimiento de la política imperial
que le sería útil cuando llegara a ser soberano
único de su pueblo. Siempre admiró la
civilización romana, pero conocía su debilidad, y
pensaba que sólo podía ser salvada por la fuerza
goda. Este había sido el sueño de Ataúlto, y
la política de Teodorico en Italia iba a intentar la
realización de aquel inédito proyecto, con una
variante: la separación de los dos pueblos, que
convivirían sin mezclarse.

Cuando se reintegró a los suyos, su padre era rey
único de los ostrogodos. Teodomiro murió durante la
instalación de su pueblo en la baja Mesia, donde Alarico
había alojado a los visigodos tres cuartos de siglo antes.
Las relaciones entre el joven rey Teodorico y el emperador
Zenón recuerdan las de Alarico con Arcadio. Temido y
adulado, enemigo unas veces y aliado otras, Teodorico fue
acumulando honores: patricio, hijo de armas del emperador,
magister militum, cónsul. Pero Teodorico no aspiraba a una
carrera política como la de Estilicón o la de
Ricimerio. Era el rey de un pueblo que esperaba de él un
acantonamiento favorable y definitivo. Y este pueblo,
antaño regido por tres reyes, ahora bajo el mando de
Teodorico, era un adversario temible para Constantinopla. El
joven monarca conocía el juego político bizantino,
y no cayó en sus trampas. El emperador tomó la
decisión de alejar a los ostrogodos de los Balcanes,
invistiendo a Teodorico del gobierno de Italia. Hacía 88
años que Alarico y su pueblo habían sido desviados
de Constantinopla ofreciéndoles la misma aventura
italiana.

Teodorico, rey de Italia

La investidura de Teodorico fue una ceremonia solemne,
celebrada en el palacio imperial de Constantinopla, en presencia
del Senado, de la corte y del ejército. El emperador
colocó sobre la cabeza del rey ostrogodo el velo sagrado y
le recomendó, al despedirle, la protección del
Senado y del pueblo romano. Zenón se reservaba los
derechos imperiales sobre Italia.

Odoacro no había conseguido la benevolencia de
Zenón, a pesar de sus aciertos como gobernante.
Había asegurado el avituallamiento de Roma con la
reconquista de Sicilia, seguida de un tratado de paz con
Genserico.24 Había recobrado Dalmacia a la muerte de Julio
Nepote. En la Nórica derrotó a los rugios, si bien
abandonó la frontera del Danubio, falto de tropas que la
guarneciesen. La administración judicial y financiera de
Italia no fue modificada. El Senado fue respetado. Hubo, como
antes, un prefecto de Roma, y desde el año 482 Odoacro
designaba el cónsul de Occidente que figuraba en los
fastos consulares al lado del nombrado por el emperador de
Oriente. Roma, recobrada de los saqueos de visigodos y
vándalos y del ejército de Ricimerio, seguía
siendo la bella ciudad admirada por los extranjeros y por los
bárbaros. El pueblo romano, abastecido ahora con
regularidad, satisfacía en los espectáculos del
anfiteatro y del circo sus abominables aficiones.

Cuando surgió la amenaza ostrogoda, Odoacro
eligió el camino menos razonable: resucitar el pasado.
Nombró César a su hijo, magister militum a un
oficial bárbaro, Tufa, y acuñó moneda con su
nombre. Mas Odoacro no tenía raíces en Italia. El
Senado, el episcopado y el pueblo lo habían aceptado sin
aversión, pero sin entusiasmo. Ahora iban a contemplar con
indiferencia la lucha sin cuartel entre dos jefes
bárbaros. Odoacro ni siquiera contaba con un
pequeño pueblo, como Teodorico: sólo unos soldados
de heterogéneo origen, que iban a abandonarlo a la primera
dificultad.

Esta nueva y penosa emigración de los ostrogodos,
realizada en el invierno de 488, con las mujeres y los
niños, llevó a Italia en la primavera del
año siguiente a un pueblo agotado por la fatiga. Teodorico
desplegó una energía asombrosa, que le dio la
victoria sobre Odoacro a orillas del Isonzo, y luego en Verona.
Odoacro se refugió en Rávena, hasta que
reemprendió la contraofensiva con tanto ardimiento, que
Teodorico le propuso un gobierno común. Odoacro, que
resistía en Rávena dos años, aceptó.
La guerra tuvo un desenlace brutal: el asesinato de Odoacro, el
exterminio de su familia y de sus fieles (año
493),

La política de Teodorico

El Senado de Roma había reconocido a Teodorico,
pero el nuevo emperador de Oriente, Anastasio, tardó seis
años en ratificar al monarca ostrogodo la investidura de
Zenón. Teodorico sólo podía titularse rey de
sus godos. El Imperio le nombraba magister utriusque militiae y
patricio,25 confiándole el gobierno de Italia. El
cónsul de Occidente seguiría siendo designado por
Teodorico, escogiéndolo entre ciudadanos romanos. Todas
estas prerrogativas no eran mayores que las de Ricimerio u
Orestes. Pero al ostrogodo le bastaba la realidad del poder, y
nadie se lo disputó durante los 33 años de su
reinado (493-526).

La separación de godos y romanos fue el
fundamento de la política de Teodorico. Sin ella, los
ostrogodos, que eran muy pocos,26 hubieran sido absorbidos muy
pronto por los italianos. Por el mismo motivo, todo el pueblo
godo fue hospedado en una misma comarca, al norte del
Po.

Los ostrogodos estaban excluidos de las funciones
civiles, y los romanos, del ejército. Se prohibió a
los romanos el uso de armas, y a los godos, el proselitismo
religioso.

El monarca godo, muy vinculado a su pueblo, tuvo el
tacto de aparecer siempre como árbitro entre los dos
pueblos. El reparto de tierras a la población ostrogoda
fue confiado a una comisión de romanos, presidida por el
prefecto del pretorio Liberio, y los ostrogodos fueron el
único de los pueblos germánicos que pagó el
mismo impuesto fiscal que la población romana.

El arrianismo de los ostrogodos favorecía el
interés de Teodorico por mantener la segregación de
bárbaros y romanos, y la tolerancia religiosa fue la
consecuencia lógica de esta política. En una
época en la que las concesiones del emperador Anastasio a
los monofisitas habían ocasionado un cisma entre Roma y
Constantinopla,27 el clero romano transigió con Teodorico,
colaboró en su política, y el monarca godo pudo
intervenir, sin oposición eclesiástica, en la
elección de tres papas: Símaco, Hormisdas y Juan
I.

Teodorico halagó a la nobleza romana,
permitió a los terratenientes tomar siervos de la gleba
para servicios domésticos en las ciudades. Respetó
al Senado, que abandonó la indiferente y despectiva
neutralidad de la época de Odoacro para cooperar con el
monarca bárbaro. Teodorico alimentó y
divirtió a la plebe de Roma, organizando constantes juegos
de circo, combates de gladiadores y fieras, mimos y pantomimas, y
carreras de caballos. En su única visita a Roma fue
recibido por el papa y el clero de la ciudad, así como por
el Senado, como un emperador; acudió a la iglesia de San
Pedro para orar, y habló al pueblo, reunido en el foro,
prometiendo respetar las leyes imperiales.

Teodorico cuidó de que sus decisiones pareciesen
inspiradas en la tradición romana. La prohibición
de los matrimonios entre godos y romanos se fundamentaba en una
ley de Valentiniano I no derogada. La separación entre las
funciones civiles de los romanos y las militares de los godos
pedía explicarse por las reformas del siglo III, que
establecían una rígida discriminación entre
el ejército y la administración civil. El
ejército de Teodorico no era menos romano que los
ejércitos "romanos" de Valentiniano I, de Teodosio I o de
los emperadores del siglo V. La nobleza senatorial, el orden
ecuestre y hasta el populus romano, llevaban muchas generaciones
separados de la vida militar.

La «paz goda»

Teodorico fue el primer monarca bárbaro que supo
elevarse de los intereses personales, dinásticos y
tribales a una concepción política -que bien puede
ser llamada europea- basada en la solidaridad de los pueblos
germánicos y en el mantenimiento consciente de la
administración romana, como fundamentos necesarios de la
paz, la "paz goda,. Su sistema de alianzas matrimoniales entre
las estirpes regias germánicas no tenía precedentes
en el Imperio romano. Inspirado en la fuerza que los lazos
familiares tenían entre los germanos, fue utilizado para
fines políticos. El mismo Teodorico casó con una
hermana de Clodoveo; una de sus hijas contrajo matrimonio con el
visigodo Alarico II, y otra con el rey burgundio Segismundo; una
hermana de Teodorico lo hizo con el vándalo Trasamundo, y
una sobrina, con el rey de los turingios. Sin las ambiciones de
Clodoveo, acaso la «paz goda» hubiese dado alivio a
los males de Occidente. Teodorico sólo pudo disminuir el
alcance de las victorias de los francos: evitó el
aniquilamiento de los visigodos; protegió contra Clodoveo
a los alamanes, a los turingios, a los hérulos;
restableció la frontera italiana del Danubio,
reconquistando las provincias de Nórica, Retia y Panonia.
Al hacerse ceder por los visigodos la Provenza, la libró
de los francos, y aseguró a esta provincia un siglo de
bienestar.

Si para la mayoría de los pueblos
germánicos adoptó la actitud de un protector, a los
romanos de Occidente pudo parecer, en los primeros años
del siglo VI, el sucesor de los desaparecidos emperadores, y la
pax gothica un remedio válido para sustituir la
imposible pax romana. Y si se recuerda que en los tiempos
medievales, él, Dietrich ven Bern, Teodorico de Verona,
fue el héroe legendario de los cantos germánicos, y
Carlomagno el de la épica románica, es preciso
reconocer en esta interpretación del pasado otro error
histórico. Teodorico fue un germano más romanizado
que el emperador de los francos, y su obra política,
más útil para la salvación de la cultura
antigua.

Escogió siempre sus colaboradores entre los
romanos más ilustres: Liberio, que había servido a
Odoacro; Enodio, obispo luego de Pavía; Casiodoro, que
redactaba las cartas y edictos reales; Boecio, el último
pensador de la Antigüedad clásica. En ellos alentaba
aún una fuerza espiritual viva. Con ellos gobernó
Teodorico desde Rávena, utilizando los servicios
administrativos y el cuerpo de funcionarios que Honorio y
Valentiniano III habían reunido en la «tercera
Roma», El príncipe bárbaro nacido en una
rústica casa de madera de Parionia se identificó,
como ningún otro monarca bárbaro, con el concepto
romano de la civitas, de la ciudad. Y tuvo el afán
constructivo, si no los medios, de un Augusto o de un Adriano.
Prosiguió la tarea del embellecimiento de Rávena
que -había iniciado Gala Placidia, haciendo construir San
Apolinar el Nuevo entre otras muchas edificaciones de
Rávena, Verona y Pavía. La grandiosa entrada del
desaparecido palacio imperial de Rávena, reproducida en el
mosaico de San Apolinar el Nuevo, es un indicio del nuevo estilo
romanogótico que estaba naciendo.

La obra restauradora de Teodorico fue inmensa: las
murallas de Roma y Pavía; los acueductos de Roma,
Rávena y Verona; las termas de Pavía y Verona; el
anfiteatro de Pavía; el teatro de Pompeyo, el Coliseo y
las alcantarillas de Roma. Tarea paciente de un reinado largo,
levantada con la misma perseverancia que el edificio
político del que era necesario complemento.

Ruina de la obra de Teodorico

El rey ostrogodo se esforzó por mantener a Italia
desligada de la autoridad imperial, sin comprometer las amistosas
relaciones entre su gobierno y el de Constantinopla. El cisma
religioso entre las iglesias de Oriente y de Roma le
favorecía. Pero en 518 Justino sucedió a Anastasio,
y el nuevo emperador, aconsejado por su sobrino Justiniano,
restableció la unión de las Iglesias. Cuando poco
después Justino dictó medidas persecutorias contra
los arrianos, se reveló la fragilidad de la
colaboración entre el rey ostrogodo y la nobleza
senatorial romana, descontenta quizás porque Teodorico
prefería la aristocracia provincial para los altos cargos.
Es posible que en los mejores, como Boecio, el descontento
tuviera más nobles motivos: la convicción de que
los godos que rodeaban a Teodorico nunca serían sinceros
defensores de la civilización romana. En todo caso, estos
miembros del orden senatorial mantenían relaciones con el
Imperio de Oriente, hogar verdadero según ellos de la
cultura antigua. Y estos contactos políticos resultaban
sospechosos al sentirse los arrianos amenazados por la
política imperial.

En los tres últimos años de su reinado
Teodorico parece arrastrado por una fuerza ciega y terrible a la
destrucción de su propia obra. Los agentes del rey
descubrieron una correspondencia intercambiada entre el emperador
y el senador romano Albino, que fue calificada como delito de
traición al Estado. El magister officiorum Boecio, que
defendió a Albino, fue degradado, preso y ejecutado,
.así romo su suegro Símaco, el más
influyente de los senadores, que se negó a reconocer la
culpabilidad de Boecio. Estos acontecimientos revelaban la
incompatibilidad entre la nobleza romana y la goda.. Con esta
crisis se trabó otra más grave, entre el rey
ostrogodo y el papa Juan I. Teodorico envió al papa a la
corte de Constantinopla, con la extraña misión para
un obispo de Roma de conseguir del emperador la revocación
de las disposiciones contra los arrianos. Ningún papa fue
recibido nunca en Constantinopla tan solemnemente,28 pero la
embajada de Juan I fracasó, y Teodorico, enfurecido,
encarceló en Rávena al papa, que murió en la
prisión. Así se quebró la difícil
tolerancia entre arrianos y católicos, y toda la obra
política de Teodorico se estaba derrumbando cuando el rey
murió a los pocos meses (agosto de 526).

La «guerra gótica»

La política de Teodorico estaba condenada aun sin
estos tres. años sombríos, porque en las sociedades
donde todo depende del poder personal, todo se hunde cuando el
déspota desaparece. La «reconquista» del
emperador Justiniano se inició en Italia, como en el reino
vándalo de Africa al socaire de una crisis
interior.,

Teodorico había nombrado sucesor a su nieto
Atalarico, niño de diez años, y regente a su hija
Amalasunta, recomendándoles según el historiador
Jordanes, "amar al Senado y al pueblo romano y ganarse siempre la
buena voluntad del emperador de Oriente". Pero Atalarico
murió en 534, y los ostrogodos intransigentes obligaron a
la romanizada Amalasunta a casarse con su primo Teodato. El
asesinato de Amalasunta dio a Justiniano el motivo que deseaba.
Un ejército bizantino mandado por Belisario
desembarcó en Nápoles, iniciándose una
guerra de veinte años, tan nefasta para Italia como lo fue
para Francia la guerra de los Cien Años, y para Alemania
la de los Treinta años.29 Una guerra de una crueldad
inenarrable que en vez de liberar a Italia la
destruyó.

El Estado ostrogodo se desmoronó, pero su
ejército se defendió hasta su exterminio con una
energía desesperada. Cuando parecía aniquilado,
resurgía tenaz, heroico, feroz. Los burgundios ante los
francos, los vándalos frente a los bizantinos,
habían caído casi sin combatir. Los ostrogodos no
eran más numerosos, pero demostraron una firmeza
inesperada ante un ejército "romano" de mercenarios
lombardos, hérulos, hunos y persas que operaban con grupos
reducidos y con una insensibilidad total para los sufrimientos de
la población romana que venían a
defender.

Los italianos adoptaron una resignada neutralidad. Y
Roma, que durante la «paz goda» se había
recobrado de los saqueos sufridos, y que al comenzar esta guerra
en 536, sesenta años después del destronamiento de
Rómulo Augústulo, era aún, restaurada por
los cuidados de Teodorico, la más poblada y hermosa ciudad
de Occidente, sufrió en trece años seis de bloqueo,
en tres implacables asedios. Catorce de sus acueductos, cortados
por el godo Vitiges, ya no, fueron reparados; las «bocas
inútiles» expulsadas de la ciudad por Belisario en
el primer bloqueo, ya no regresaron. Después de la guerra
gótica, la Ciudad Eterna era un cementerio de hermosas
ruinas, por el que se movían unos pocos miles de romanos
alimentados por el emperador o por el papa. Sin industrias ni
comercio, rodeada de tierras de labor yermas desde siglos, la
ciudad vegetaba sobreviviéndose a sí misma. Sin la
presencia en ella del papa y de la organización
eclesiástica, el destino de Roma después de la
guerra gótica hubiera sido el de Nínive o
Babilonia. La « reconquista » bizantina
significó el fin del Senado romano. La aristocracia
senatorial, que había mantenido, aunque débilmente
la continuidad romana, no se recobró nunca de las matanzas
de esta guerra. Al hundir el Estado ostrogodo, Justiniano
había sepultado los restos de la Antigüedad
clásica.

4. La vida espiritual

¿Qué pensaban de estos acontecimientos sus
protagonistas? Las fuentes históricas del siglo V son
tardías y escasas,30 y patentizan que sus autores no
comprendieron lo que les estaba pasando. Los desórdenes y
las violencias que contemplaban eran un motivo para ejercicios
retóricos: la Divina Providencia había permitido
las invasiones para castigar los vicios de los cristianos y la
tenaz idolatría pagana; Rema sólo se
salvaría si retornaba a una estricta vida
evangélica. El historiador Hidacio traza un cuadro
sombrío de la época. Un siglo después,
Gregorio de Tours concibe su Historia de los Francos como una
hagiografía: Clodoveo era portador de una misión
divina.

Las obras literarias de los herederos de la cultura
antigua no son más perspicaces, pero nos enfrentan con el
problema fascinante de la crisis del pensamiento
grecorromano.

La conservación de la cultura
romana

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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