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La caida del imperio romano (página 6)




Enviado por santrom



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En la victoria de FIavius Frigidus había
resultado decisiva la intervención de las tropas
visigodas, y de sus jefes Gainas y Alarico. Ambos se sintieron
postergados por Estilicón y Rufino. Alarico aceptó
de su pueblo el título de rey,35 y rompió la
alianza que los visigodos habían pactado con Teodosio,
saqueando Macedonia y Tracia y amenazando
Constantinopla.

El ejército de Oriente, que había
combatido en Flavius Frigidus, permanecía en Italia a las
órdenes de Estilicón. Rufino tuvo que comprar la
retirada de Alarico, que se trasladó a Grecia con su
pueblo. En Larisa le salió al encuentro Estilicón,
con el ejército de Oriente.36 La situación de los
visigodos era militarmente insostenible, cuando una orden de
Constantinopla reclamó a Estilicón las unidades que
retenía., Estilicón tuvo que obedecer, y ese
ejército que regresaba a la capital del Oriente conducido
por Gainas, asesinó al prefecto del pretorio Rufino.
Gainas se hizo designar general en jefe del ejército de
Oriente. Alarico, salvado por la corte de Constantinopla,
dirigió sus huestes hacia Grecia central y meridional.
Corinto, Argos, Esparta, fueron saqueadas, y el templo de
Eleusis, destruido, con el alborozo de la población
cristiana.

Las ambiciones de los caudillos visigodos prosperaban
por la animosidad entre las cortes de Milán y
Constantinopla. Dos años más tarde Estilicón
intentó salvar a Grecia de la ocupación visigoda.
Alarico, cercado en el Peloponeso, escapó
difícilmente. La reacción de la corte de
Constantinopla fue nombrar a Alarico general romano en Iliria
(magister militum per Illirium) Los visigodos permanecieron
cuatro años en Grecia, hasta agotar sus recursos. Entonces
fue cuando decidió Alarico conquistar Italia.

La reacción nacionalista del
Imperio de Oriente

El ascendiente de los visigodos indignaba a la
población romana. Así se configuró un
partido antigermánico, formado por senadores, funcionarios
y eclesiásticos, arraigado en una idea nacional
helénica, cuyo jefe fue el prefecto de Constantinopla
Aureliano. Un discurso pronunciado en la corte, ante el emperador
Arcadio, ha sido calificado como el manifiesto de este partido.37
Su autor, Sinesio de Cirene, estudió en su juventud la
filosofía neoplatónica, y después se
convirtió al cristianismo. En 399 fue a Constantinopla
como representante de su ciudad para obtener la
desgravación de unos impuestos, y residió en la
corte tres años. Al final de su vida fue elegido obispo de
Ptolemaida y metropolitano de Cirenaica. Fue un perspicaz
observador de su época. En su discurso Sobre el poder
imperial Sinesio censuraba abiertamente a los emperadores que se
recluyen en sus palacios y se aíslan de la vida de su
pueblo. Los emperadores deben ir a la guerra al frente de sus
ejércitos, como en los tiempos antiguos. Después
Sinesio pasa a señalar el peligro godo.
«Bastará el más ligero pretexto para que
tomen el poder […]. Entonces los civiles deberán
combatir con hombres muy experimentados en el arte militar […].
Es preciso apartarlos de las funciones superiores […]. En toda
casa, por mediocre que sea, se puede encontrar un esclavo escita
(Sinesio llama escitas a los godos); son cocineros, despenseros
[…]. Son los que llevan sillas a la espalda y las ofrecen a
quienes quieren reposar al aire libre. ¿No es hecho digno
de provocar sorpresa en el mayor grado ver a los mismos
bárbaros rubios […] que en la vida privada cumplen el
cometido de domésticos, darnos órdenes en la vida
pública? El emperador debe depurar el ejército
[…]. Tu padre (dice a Arcadio), por exceso de clemencia,
trató a esos bárbaros con dulzura zura e
indulgencia. Han visto en ello una debilidad por nuestra parte, y
eso les ha inspirado una arrogancia insolente y una jactancia
inaudita […] Recluta a nuestros nacionales en mayor
número, eleva nuestro ánimo, fortifica nuestros
propios ejércitos y cumple lo que el Estado necesita
[…]. Que esos bárbaros trabajen la tierra, como en la
Antigüedad los mesenios, que después de haber
abandonado las armas, sirvieron de ilotas a los lacedemonios, o
bien que vayan por el mismo camino por el que vinieron y que
anuncien a las tribus de la otra orilla del río que los
romanos no tienen ya la misma dulzura, y que entre ellos rige un
emperador joven, Reno de noble corazón
38

Este discurso, más que la expresión de un
criterio individual, es el reflejo de un amplio estado de
opinión, de una toma de conciencia nacional que reclamaba
una política enérgica, la sola que podía
salvar el Imperio: alejar del ejército a los
bárbaros, sustituirlos por combatientes romanos, dejar a
los extranjeros la sola opción de trabajar la tierra o
abandonar el país.

Los visigodos, expulsados de
Constantinopla

Gainas, que había impuesto al emperador la
eliminación del favorito Eutropio, exigía ahora la
entrega de una iglesia de Constantinopla, para que los visigodos
arrianos pudiesen celebrar en ella sus cultos. La
oposición del patriarca san Juan Crisóstomo,
apoyado por toda la ciudad, desbarató esta
pretensión. A poco cometió el jefe godo un error
inexplicable: ausentarse con sus tropas de la ciudad. Entonces se
desencadenó una revuelta popular de signo antigermano. Los
godos que habían permanecido en la capital, unos siete
mil, fueron exterminados. Gainas ya no pudo reconquistar
Constantinopla. Quiso pasar al Asia Menor, rica y poblada, pero
rechazado por el jefe visigodo pagano Fravita, que servía
lealmente al emperador, se retiró a Tracia. Allí
fue apresado por el rey de los hunos, que envió a Arcadio
el luctuoso regalo de la cabeza de Gainas. Parecía la hora
de Alarico, pero éste habla decidido la campaña de
Italia. El peligro godo dejó de existir para el Imperio de
Oriente.

Las devastaciones sufridas por la región
balcánica desde el 378 alejaron temporalmente de ella a
las tribus bárbaras, que prefirieron establecerse en las
tierras más lejanas, pero menos arrasadas, de Occidente.
El Imperio romano oriental dispuso, a partir de este momento, del
tiempo que necesitaba para recobrarse, recurriendo a las reservas
humanas del Asia Menor, los aldeanos y montañeses isauros
que proporcionaron los cuadros del ejército nacional, como
los campesinos ilirios del siglo III.

La expulsión de los visigodos de Gainas
había sido el fruto de un despertar de la conciencia
nacional del helenismo, que encontró un eco intenso en la
corte, en las altas jerarquías de la
administración, en los curiales y comerciantes de las
ciudades. Lo que del sentido griego de la vida quedaba
todavía en pie había juzgado el totalitarismo de
los Severos y de Diocleciano y la política militar de los
emperadores ilirios como manifestación de la
«barbarie» romana. Para el griego cultivado el romano
tuvo siempre algo de elemental y rudo, de nuevo rico
despreciable. Mas para emanciparse del poder romano, el Oriente
helenístico necesitaba la cohesión política
que sólo puede estructurarse desde un núcleo como
Roma. El helenismo precisaba su Roma, y Constantino se la dio. La
nueva Roma dio al helenismo la vertebración
política, intelectual y religiosa que requiere un Estado.
Constantinopla fue corte, capital administrativa, centro
intelectual, y si no logró la capitalidad religiosa del
cristianismo, al menos el patriarca de Constantinopla
alcanzó paciente y lentamente la supremacía sobre
la Iglesia oriental.

La riqueza de las provincias orientales no había
sido enteramente consumida por el fisco, ni acaparada por los
terratenientes, como en Occidente. La vida municipal no
había desaparecido. Subsistía una clase media de
propietarios agrícolas, de comerciantes y de artesanos
libres. Las intrigas palaciegas no anularon la autoridad de
excelentes prefectos de la ciudad, como Aureliano y
Antemio.

El Imperio bizantino siguió llamándose
romano, pero se organizó sobre la sólida
tradición intelectual del helenismo. Desde el año
408, coincidiendo con el advenimiento de Teodosio II, el griego
volvió a ser la lengua oficial del Imperio de
Oriente.

Alarico en Italia

Cuando Teodosio muere, el único romano dotado de
una mente política clara, capaz de abarcar la totalidad de
los problemas del Imperio, es Estilicón. La
aspiración del romanizado vándalo era la tutela de
los hijos de Teodosio, ambos tan ineptos como manejables. Las
ambiciones de Estilicón no carecían de grandeza, y
sólo la unidad de las dos partes del Imperio hubiera
podido salvar a Roma. Pero Estilicón desperdició
los cinco años primeros de su valimiento, cuando
militarmente podía imponer su voluntad a la corte de
Constantinopla, agobiada por la opresión visigoda. Era
mejor general que diplomático, mas prefirió
negociar a combatir. Le faltó decisión para
desobedecer a Constantinopla y destruir a Alarico en Larisa. Unos
años más tarde Constantinopla estaba a salvo, y
él, perdida la iniciativa, obligado a defender Italia de
los ataques de Alarico.

A fines de 401, Alarico y sus tropas penetraron en
Italia y tomaron Aquilea. Estilicón estaba en la
región danubiana, asolada por una incursión de
vándalos y alanos. Concertó con ellos la paz, y
todavía reclutó entre estos bárbaros
mercenarios. Con ellos y con los refuerzos que pidió a la
Galia y a Bretaña, marchó al encuentro de los
visigodos. Alarico se había desplazado hacia Occidente, no
se sabe si para pasar a la Galia. Los dos ejércitos se
encontraron en Pollenza. Alarico, vencido, dejó su familia
en poder del enemigo, pero salvó su ejército,
abandonando Italia.

Al año siguiente repitió su tentativa,
sitiando Verona. Estilicón lo derrotó otra vez, y
Alarico se retiró con sus tropas hacia los Alpes.
Bloqueado allí, con un ejército derrotado y
hambriento, Estilicón lo tenía a su merced. Pero de
nuevo negoció con el enemigo. Los visigodos recibieron
tierras a la orilla del Save, entre Panonia y Dalmacia.
Estilicón veía en Alarico un aventurero ambicioso,
un federado indisciplinado, pero utilizable para sus
planes.

Afines de 405 Italia sufría otra invasión,
ésta más asoladora y cruenta; tribus ostrogodas,
acaso las mismas a las que Graciano y Teodosio habían
cedido veinticinco años antes la Panonia, atraviesan los
Alpes huyendo de los hunos; estos ostrogodos, que habían
permanecido paganos, saquean e incendian la Italia septentrional
durante seis meses, Es el tiempo que necesita Estilicón
para levantar un ejército. Se atrae a un jefe visigodo
rival de Alarico, Saro, con sus huestes, y recibe del rey huno
Uldino jinetes alanos y hunos. Reúne un total de 23.000
hombres, de los que sólo 5.000 son soldados de
caballería. El ejército ostrogodo no sería
más numeroso, aunque los historiadores de la época
le atribuyeron cifras desorbitadas. Orosio calculó su
número en 200.000. Zósimo dobló
todavía esta cantidad.

Estilicón sitió a los ostrogodos en
Fiésole, en la Toscana, y los destruyó
completamente. Su jefe, Radagaiso, fue ejecutado.

Estilicón había salvado nuevamente Italia.
Roma elevó un arco de triunfo a los dos emperadores para
conmemorar esta victoria.

El hundimiento de la frontera del Rin en
el año 406

La presión de los hunos había obligado a
los visigodos, como ya se dijo, a pasar el Danubio inferior en
375. Treinta años más tarde el epicentro de la
presión estaba más al oeste, y actuaba sobre los
pueblos germánicos que habían permanecido en las
proximidades de la frontera romana: los ostrogodos de Radagaiso,
que penetraron en Italia y fueron exterminados por
Estilicón; los vándalos asdingos y silingos, los
suevos y los alanos, que el último día de diciembre
del 406 atravesaron el Rin helado, a la altura de Maguncia y se
desparramaron por la Galia, que recorrieron durante tres
años, antes de trasladarse a la península
hispánica.

El paso del Rin por estas tribus no parece haber
preocupado al gobierno imperial. Estilicón, que
había retirado tropas de la frontera renana para combatir
a Alarico y a los ostrogodos de Radagaiso, no se percató
de la gravedad de este acontecimiento ni tomó ninguna
medida para rechazar a los invasores.

Sin embargo, esta penetración bárbara fue
para Roma un desastre de la magnitud del de Andrinópolis,
y de más graves consecuencias.

Antes de la batalla de Andrinópolis, todos los
bárbaros que invadieron el Imperio fueron rechazados o
asimilados por Roma como soldados, campesinos o esclavos; sus
jefes se romanizaron y fueron oficiales y hasta altos jefes del
ejército. Después de Andrinópolis, Teodosio
aceptó en el interior del Imperio a un pueblo no
asimilado, unido a Roma por una alianza política. El
establecimiento de los visigodos en Tracia sentaba un precedente
peligroso. Aunque fue seguido de otros asentamientos,39 todos
eran el resultado de un acuerdo entre dos pueblos soberanos. Y
las fronteras del Imperio aunque insuficientemente defendidas,
subsistían,

La invasión de la Galia de 406 hundió
definitivamente la frontera del Rin, el limes más
sólido de Occidente. Las tropas romanas quedaron aisladas
en castillos y ciudades fortificadas, rodeadas de campos abiertos
por los que los bárbaros se movían libremente.
Estos ejércitos romanos, prácticamente
incomunicados, permanecieron leales a Roma. Algunos, como el de
la Galia del Norte, sobrevivieron al Imperio de Occidente,
conservando la ficción jurídica del poder civil
romano, como islotes de romanidad. Pero se limítaron a
defender una pequeña región, y no combatieron si no
eran atacados.

Así pudieron, sin encontrar resistencia
organizada, establecerse los alamanes en Alsacia; los suevos,
alanos y vándalos en España, y los burgundios en la
Galia oriental. De hecho, la autoridad del Imperio de Occidente
fuera de Italia quedó reducida desde comienzos del siglo V
a unas pocas comarcas casi incomunicadas.

La caída de
Estilicón

En el año 402, la corte de Honorio, que se
había visto amenazada en Milán por los movimientos
del ejército de Alarico, se trasladó a
Rávena, pequeña ciudad rodeada de malsanas lagunas,
casi inaccesible por tierra, pero comunicada con el mar
Adriático por el puerto cenagoso de Classis, favorable
para la huida, que costó grandes esfuerzos abrir a la
navegación. En Rávena Honorio siguió siendo
un emperador fantasmal, juguete de las intrigas y conjuras
cortesanas.

Después de su victoria sobre Radagaiso,
Estilicón parecía haber alcanzado la plenitud de su
poder en Occidente. Su hija María había casado con
el emperador Honorio, y muerta María fue emperatriz su
hermana menor Termantia. Los méritos militares de
Estilicón amordazaban a sus adversarios: había
desbaratado la rebelión africana de Gildón, vencido
a Alarico en Grecia y por dos veces en Italia, y había
salvado a Roma de los feroces ostrogodos. Hasta entonces
había neutralizado la oposición de la nobleza
romana aparentando ignorar las defraudaciones fiscales de los
grandes señores y congelando las leyes teodosianas contra
el paganismo.

Pero el desbordamiento de la frontera del Rin, que
él había desguarnecido en el invierno de 406, por
los pueblos germánicos que se expandieron por la Galia, y
el abandono de Bretaña por el ejército romano,
insurreccionado por el usurpador que se hizo llamar Constantino
III, arruinaron el prestigio de Estilicón. La reconquista
de Africa y la salvación de Italia fueron olvidadas al
producirse la pérdida de la Galia. Sus victorias sobre los
germanos no habían impedido el progreso del germanismo en
el ejército, en la administración, en las
provincias romanas. Alarico, que se había establecido
ahora en la Nórica, exigió un tributo de 4.000
libras de oro. Estilicón cometió el tremendo error
de obligar a los ricos senadores a reunir esta enorme suma. Un
movimiento nacional romano, menos poderoso que el que
había triunfado en Constantinopla, bastó para
perder a Estilicón, que no supo valorar la fuerza de sus
adversarios. Al morir Arcadio, el emperador Honorio quiso
trasladarse con un ejército a Constantinopla para asegurar
el trono de su sobrino Teodosio II. Estilicón
disuadió a Honorio de este viaje, y se ofreció para
ir él en su lugar. Entonces estalló una
sublevación del ejército romano acantonado en
Pavía, instigada por los senadores que habían
sufragado el tributo de Alarico. Los soldados amotinados,
después de dar muerte a los altos dignatarios de la corte
que consideraban afectos a Estilicón, exigieron al
emperador la muerte del patricio, y Honorio accedió.
Estilicón estaba en Bolonia, y disponía de tropas
leales. Su situación no era desesperada, pero en este
momento difícil le abandonaron su valor y su habilidad. Se
acogió al asilo de una iglesia de Rávena, y
todavía se dejó engañar, al acceder a salir
del templo para una negociación. Fue decapitado dos
años después de su gran victoria sobre
Radagaiso.

La muerte de Estilicón dejaba Italia a merced de
Alarico, y privaba al Imperio del único político
que podía haber mantenido su unidad.

6. Alarico en Roma

Los visigodos atacan por tercera vez
Italia

La cólera de los soldados romanos no se
apaciguó con la muerte de Estilicón. Alcanzó
a los familiares del patricio, a los soldados de su guardia, a
las mujeres y a los hijos de los auxiliares bárbaros. Los
fugitivos de esta matanza fueron acogidos por los
visigodos.

Era la hora de Alarico. Ya no existía
ningún general romano que pudiera desbaratar sus
ambiciones. El rey visigodo se dirigió directamente a Roma
y la asedió. Las murallas de Aureliano protegieron a los
romanos, pero ningún ejército acudió a
socorrer la ciudad. Los soldados romanos de Pavía, que
habían matado a Estilicón y a sus desarmados
auxiliares, permanecieron en Rávena custodiando a Honorio,
o esquivaron a los visigodos. El hambre de la ciudad
obligó al Senado a aceptar las exigencias de Alarico: un
tributo de 5.000 libras de oro, 30.000 de plata, 4.000
túnicas de seda. Alarico se retiró a Toscana con
parte de este botín; allí esperó el
resultado de las negociaciones de paz con Honorio, que el Senado
debía auspiciar. Su ejército recibió el
refuerzo de muchos esclavos bárbaros fugitivos de
Roma.

Alarico permaneció un año en Toscana.
Mientras, en Rávena Jovio sucedía a Olimpio en el
favor imperial. El nuevo prefecto del pretorio de Italia
negoció en Rímini con los visigodos. Alarico
deseaba un pacto que diera a su pueblo la Nórica, Venecia
y Dalmacia. Luego disminuyó sus peticiones,
conformándose con la Nórica. Se ignora qué
esperanzas tenía la corte de Rávena de librarse de
Alarico, pero la petición visigoda fue
rechazada.

Cuando Alarico se persuadió de que un acuerdo con
Honorio era imposible, decidió proclamar un emperador
más manejable. Se dirigió a Roma y propuso al
Senado la elección de un nuevo emperador. El
Senado, para evitar un nuevo cerco de Roma, aceptó. El
elegido fue el prefecto de la ciudad, Prisco Atalo. Atalo era
pagano, y fue bautizado por un clérigo godo arriano. Era
un error político enfrentarse con el papa Inocencio I, que
había sido mediador entre la corte de Rávena y
Alarico, y con el partido católico de Roma, el mismo yerro
que cometería Teodorico noventa años
después. Alarico fue magister utriusque militiae, y su
cuñado Ataúlfo jefe de la guardia imperial, comes
domesticorum. Era una situación que tenía el
precedente de Arbogasto y Eugenio, y que se repetiría en
los años últimos del Imperio de Occidente, cuando
Ricimerio designó y destronó sucesivamente cuatro
emperadores.

Pero Atalo no fue el sumiso emperador que Alarico se
prometía. Se opuso a la expedición visigoda al
Africa, para asegurar a Roma el abastecimiento de trigo y aceite.
El ejército que Atalo envió a Cartago fue derrotado
por el gobernador de Africa, leal a la corte de Rávena.
Sin el trigo africano, Roma moría de hambre. Alarico
destronó a Atalo e intentó de nuevo un acuerdo con
Honorio. La negociación parecía prosperar, cuando
la desbarató, por odio a Alarico, el jefe visigodo Saro.
Alarico decidió entonces marchar sobre Roma por tercera
vez. Ahora no era el aventurero ambicioso que persigue un
botín, sino el bárbaro encolerizado que busca la
venganza.

El saqueo de Roma

La Ciudad Eterna parecía inexpugnable. El muro de
Aureliano, restaurado por Majencio y Honorio, la protegía
con sus 383 torres, sus catorce puertas principales y cinco
secundarias, sus 7.020 almenas y sus 2.066 aspilleras para las
catapultas. Alarico cortó la comunicación de Roma
con el mar y la sitió por hambre. En la noche del 24 de
agosto del afio 410 la puerta Salaria se abrió a los
visigodos. Alarico concedió el beneficio de inmunidad a
las iglesias cristianas, y tanto cristianos como paganos se
acogieron en ellas al derecho de asilo.

San Agustín atribuyó a Cristo la
moderación del saqueo: «La bárbara
inhumanidad se mostró tan mansa que escogió y
señaló las basílicas más capaces para
que se acogiese y en ellas el pueblo se salvase, donde no se
matase a nadie, de donde nadie se sacase a la fuerza, adonde los
enemigos compasivos llevasen a muchos para su liberación,
de donde los sañudos enemigos no pudiesen sacar a nadie
para la cautividad».40 El saqueo duró tres
días. El 27 de agosto Alarico evacuó la capital,
llevándose entre otros rehenes a la hermana de Honorio, la
bella Gala Placidia.

El saco de Roma impresionó profundamente a los
contemporáneos. Por primera vez desde los remotos tiempos
de la invasión de los galos, en los comienzos del siglo IV
a. de C., la ciudad que compendiaba para romanos y
bárbaros, para paganos y cristianos la grandeza, el poder
y la gloria, había sido conquistada.

Sin embargo, la toma fugaz de la urbe no fue más
que un episodio en la violenta historia del siglo V. La corte de
Rávena continuó representando la autoridad imperial
en Occidente. Alarico y sus huestes desistieron de establecerse
en una Italia depauperada, como habían renunciado diez
años antes a la Iliria que habían esquilmado.
Entonces desempolvó Alarico el proyecto africano. Africa,
todavía intacta, era la presa perfecta para un pueblo
habituado a vivir del botín. Pero la escuadra reunida en
Reggio, un puerto de Calabria, para la aventura fue destruida por
una tempestad.

Poco después, a fines de aquel mismo año,
moría Alarico en Cosenza. Según una hermosa leyenda
sus guerreros desecaron el lecho del río Busento y
enterraron en él a su héroe, con su tesoro y sus
esclavos sacrificados; luego hicieron volver las aguas a su
cauce, para que nadie profanara los restos de su querido monarca.
La aventura italiana de los visigodos quedó sepultada
también allí.

7. Las invasiones y la Iglesia
cristiana

Así como no había sido irreparable la
derrota de Andrinópolis, el saco de Roma no
derrumbó el Imperio de Occidente. Pero desplomó la
confianza en la perennidad de Roma y de la universalidad de su
Imperio, que habían compartido paganos y cristianos. La
antigua idea pagana de que las desgracias de Roma eran imputables
a los cristianos, porque despreciaban el culto del Estado
-convicción que siglo y medio antes había motivado
la persecución de Decio- renació con mayor
convencimiento.

Ya Símaco, cuando en 384 fue a la corte de
Milán, delegado por los senadores paganos, a solicitar que
la estatua de la Victoria fuera devuelta al ara que había
ocupado siempre en el Senado, había argüido
elocuentemente que la prosperidad del Imperio dependía de
la protección de los dioses. «¿Qué
amigo de vuestros amigos os disuadió de rendir culto a la
que siempre ayudó al Imperio y lo colmó de
gloria?», había de repetir más tarde.
Símaco no aspiraba a una restauración de los
privilegios religiosos del paganismo, sino al retorno al estatuto
de tolerancia establecido por Constantino. La política
teodosiana y la enérgica refutación de san Ambrosio
decidió al consistorio de Milán a pronunciarse
contra la petición de Símaco. No fue la diosa
Victoria, escribía Ambrosio, ni Venus la madre de Eneas,
ni ninguno de los demás dioses la causa de la grandeza de
Roma, sino el valor de los legionarios romanos..

Los poetas Prudencio y Claudiano y la
inmortalidad de Roma

En aquella ocasión el poeta español
Prudencio escribió sobre el mismo debate su poema
Contra Símaco. Incide en él en las
afirmaciones de san Ambrosio, pero las supera, apuntando una
teoría providencialista de la Historia. Según
Prudencio, la grandeza de Roma es obra de Dios, que quiso reunir
en una sola familia pueblos de culturas y lenguas diferentes, a
fin de que la paz romana preparara a la humanidad para la llegada
de Cristo, en quien todos los hombres fraternizan. El destino de
Roma es más glorioso que la misma Roma. La universalidad
cultural del Imperio romano es un paso para una catolicidad
más hermosa: "El mundo unido y en paz, gracias a Roma,
está preparado, ¡oh Cristo!, para recibirte." Para
Prudencio, Roma es imperecedera, porque ha de cumplir una
misión providencial.

Esta conciencia del glorioso destino de Roma la expresa,
por los mismos años, el último de los grandes
poetas paganos, el alejandrino Claudio Claudiano, que
escribió barrocos poemas de temas mitológicos en
lengua griega, y en latín laudos oficiales a sus
protectores Honorio, Serena y Estilicón, o epigramas
agudos contra la corte de Constantinopla, en versos
magníficos por la pureza y el vigor de la frase y la
riqueza de las imágenes, En estos poemas, escritos poco
antes de la muerte de Estilicón, los infortunios de Roma
son interpretados por Claudiano como males pasajeros.

Las repercusiones religiosas del saqueo
de Roma

Poco tiempo después, cuando estos preclaros
contemporáneos habían desaparecido,41 una nueva
generación asistía con asombro y pavor inauditos al
saqueo de la Urbe, y a la invasión de Italia y de las
provincias occidentales por muchedumbres bárbaras, que el
espanto agigantaba en número y en poderío militar.
La mayor parte de la población pagana de Italia
atribuyó sus infortunios al abandono de los sacrificios y
del culto de los dioses ancestrales. Un joven clérigo
lusitano, Paulo Orosio, que había salido de su país
cuando la península empezaba a sufrir las destrucciones
asoladoras, de vándalos, suevos y alanos, nos relata la
reacción del pueblo de Roma, en 406, cuando la ciudad
temía el ataque de los ostrogodos, dirigidos por
Radagaiso. Se celebraron de nuevo sacrificios y fueron
organizados actos de desagravio a los dioses.

Cuatro años más tarde el saqueo de Roma
anunciaba el desmoronamiento del admirable ajuste político
que había hecho posible esa universalidad romana, que era
la gloria del paganismo y al mismo tiempo el necesario camino de
difusión del cristianismo. Los paganos aseveraban que los
dioses habían protegido a Roma y la habían elevado
a la cumbre del poderío y de la gloria. Ahora que sus
estatuas habían desaparecido y sus templos ya no
existían, ni las tumbas de los apóstoles ni las
reliquias de los mártires habían salvado la ciudad.
En muchos círculos todavía influyentes se
preguntaban si la religión cristiana era conciliable con
la política romana. El paganismo dirigía contra la
religión oficial sus últimos ataques
ideológicos.

¿Qué respuesta podía dar la Iglesia
a los reproches de sus enemigos? ¿Qué sentido
trascendente tenían los recientes desastres?
¿Sería la caída de Roma el fin del mundo,
como había afirmado Lactancio un siglo antes?

La respuesta de san
Agustín

A estas interrogaciones dio san Agustín una
respuesta que iba a trascender de sí misma, para
convertirse en el fundamento teológico e histórico
del cristianismo occidental. Aurelio Agustín era un
africano de Tagaste, en Numidia, de alma apasionada como la de
Tertuliano. Ni la cultura clásica que aprendió en
Madaura ni el maniqueísmo, al que se adhirió
durante sus años de estudiante en Cartago, ni el
neoplatonismo de Plotino llenaron las apetencias de su
espíritu. Después de su conversión, tan
diferida como súbita, ofreció a la humanidad en sus
Confesiones un testimonio único de las experiencias
íntimas de su vida, que le habían llevado a
encontrarse a sí mismo, y con ello a encontrar a Dios.
Este luchador infatigable contra las herejías
escribió, para refutar las acusaciones de los paganos y
para alentar a sus desorientados amigos, La Ciudad de
Dios.

Ya en sus sermones, Agustín había tomado
posición contra estos ataques del paganismo: Alarico
respetó las basílicas cristianas; en ellas, muchos
paganos de los que ahora imputaban al cristianismo los
infortunios de Roma, se salvaron, mezclándose con los
cristianos. En cambio, los griegos y los romanos no respetaron
nunca a los cristianos acogidos en sus templos. Un solo Dios rige
a los que vencen y a los que son vencidos. Ese Dios único
-y no los dioses de cada pueblo- es quien envía los males,
a los impíos como castigo y a los creyentes como
purificación. El saqueo de Roma es una prueba, no una
condenación de la ciudad.

La Ciudad de Dios fue escrita entre los años 410
y 430, es decir, entre el saco de Roma por Alarico y el asedio de
los vándalos a Hipona, la ciudad africana de la que san
Agustín era obispo; estas fechas dan una dramática
actualidad a un libro que se eleva de la realidad terrena a la
interpretación teológica del mundo.

San Agustín construye una teología
política muy diferente a las de Eusebio de Cesárea
y de Prudencio. No sólo la Roma pagana está llena
de abominaciones y de injusticias; el Estado cristiano
está muy lejos de la perfección.
Inspirándose en la Biblia, Agustín atribuye a Dios
un proyecto de salvación de la humanidad. La existencia
humana tiende al bien, pero está expuesta al mal. El
hombre coopera al plan de salvación divino, a la
civitas Dei, mediante la humildad. En cambio, el hombre
sirve con la soberbia al estado terrenal, la civitas
terrena
.

Civitas Dei y civitas terrena no son
equivalentes a Iglesia y atado terrenal –que Agustín
llama res publica y también regnum -. La civitas
Dei
es el conjunto de todos los ángeles y hombres
buenos que han existido, existen y existirán. La
civitas terrena
está compuesta por todos los
ángeles rebeldes y hombres soberbios repudiados por
Dios.

En la segunda parte de la obra san Asgustín
estudia el origen, desarrollo y fin de las dos ciudades. Es una
exposición histórica que arranca del Antiguo
Testamento y llega hasta Cristo, y paralelamente, explica la
historia profana de los imperios de Babilonia, Asiria y
Roma.

Dios dio a algunos ángeles y hombres la gracia
que les impulsó a amarle. Desde el comienzo del tiempo los
ángeles y los hombres estuvieron divididos en dos
ciudades: los que amaban a Dios formaban la ciudad celestial, y
los ángeles rebeldes y los hombres soberbios, la ciudad
terrena. La historia del mundo es la lucha entre estas dos
ciudades, la que se rige por « el amor a Dios hasta el
desprecio de sí mismo», y la que practica «el
amor de sí mismo hasta el desprecio de
Dios».

Con el nacimiento de Cristo, la ciudad celestial se hizo
visible en la Iglesia. Después el proceso sigue, desde
Cristo hasta el juicio universal, que dará a los malos el
castigo y a los buenos la beatitud. La decadencia de Roma pierde
toda trascendencia; sólo importa el triunfo de la
Civitas Dei.

Para san Agustín las formas terrenales surgen de
la eternidad, pasan por la temporalidad y vuelven a la eternidad.
La eternidad es el tiempo cósmico; el tiempo
histórico es el pecado, causante de la vejez y de la
muerte. Para volver al tiempo cósmico, o sea, para estar
entre los elegidos de Dios, el hombre debe creer y reformarse
incesantemente.42 En el plano de la historia la vida de la
humanidad es una cadena de tribulaciones, necesarias para el
progreso espiritual -mediante la redención y la gracia-
que exige el plan divino ,de la salvación. La historia
humana es sólo un breve entreacto de la
eternidad.

Con La Ciudad de Dios san Agustín dio una
formulación teológica definitiva a la misión
divina de la Iglesia. Al mismo tiempo ligaba más
firmemente el pensamiento cristiano a la filosofía
platónica, que había afirmado la realidad de lo
espiritual y la irrealidad, de la materia.

El desarrollo de la organización
eclesiástica

No es posible medir la importancia alcanzada por esta
corriente, de opinión hostil al cristianismo. Pero es
evidente que las invasiones, al debilitar las instituciones
políticas de la corte de Rávena, crearon un
vacío que fue ocupado por la organización
eclesiástica. La inacción política de la
corte de Rávena que siguió a la caída de
Estilicón, dio a los papas ocasiones de intervenir en la
defensa de -Roma. Inocencio 1 fue mediador entre el emperador
Honorio y Alarico. León I negoció con Atila la
defensa de la Urbe, y tres años más tarde no pudo
impedir el saco de Roma por los vándalos, pero obtuvo de
su jefe Genserico una mitigación de los incendios y de las
matanzas.

A la vez que aumentaba en Roma el prestigio y el poder
de los papas, los pontífices extendían y
fortalecían su autoridad sobre las diócesis e
intentaban imponer su primacía a los patriarcas
orientales. Siricio, sucesor de san Dámaso, apoyó
la política de Estilicón en Iliria para sustraer
esta provincia a la influencia de la iglesia oriental.

La cancillería pontificio se organizó a
imagen de la imperial, y las respuestas a las consultas de los
obispos, que los papas comunicaban a todas las diócesis,
tienen el lenguaje administrativo de los rescriptos
imperiales.

En las diócesis de Occidente muchos obispos
consiguieron establecer una constitución
eclesiástica similar a la del Estado que se desplomaba. En
algunos casos, salvaron a su ciudad del saqueo y de la
destrucción. La Iglesia de los últimos años
del siglo IV y de los primeros del V fue en la pars occidentalis
el mejor reducto de las ideas romanas de autoridad y de
universalidad.

8. La erudición y la literatura
cristianas

La tradición heredada de épocas anteriores
limitaba la enseñanza a las siete artes liberales.43
Hacía tiempo que los estudios matemáticos y los de
las ciencias de la naturaleza habían sido abandonados. La
instrucción general que facilitaban las escuelas
superiores se limitaba a la retórica y al estudio de los
clásicos latinos, porque el conocimiento de la lengua
griega fue desapareciendo en Occidente. Todavía en la
época de san Ambrosio el estudio del griego se conservaba
en los círculos cultos romanos. Pero las escuelas
públicas superiores habían abandonado la
enseñanza del griego cuando Jerónimo y
Agustín estudiaron en ellas. La muralla ideológica,
que durante mil años iba a separar el mundo griego de la
Europa occidental, se estaba levantando.

El cultivo de la ciencia no existía en esta
época. Ningún espíritu curioso
intentó enriquecer el saber heredado. Los eruditos se
limitaron a las recopilaciones, casi siempre empobrecidas, de los
conocimientos anteriores, de los que las ciencias experimentales
habían sido desechadas.44 La enseñanza se
consagró al cultivo de la retórica, considerada
como la obra más excelsa del espíritu humano. La
expresión elegante e ingeniosa fue identificada por los
retóricos con la misma civilización romana.
«Si nosotros perdemos la elocuencia ¿qué
quedará, pues, para distinguirnos de los
bárbaros?» escribía Libanio.

La erudición cristiana no pudo sustraerse al
prestigio de la retórica clásica. Pero se produjo
una desestimación paulatina de sus valores. Era inservible
para la exégesis de la Biblia, que ocupaba a los eruditos
cristianos. El conocimiento de Dios, la naturaleza y el destino
del alma humana, el contenido de la fe, la formulación del
dogma: he aquí los problemas que la erudición
cristiana debía resolver.

San Jerónimo y san Juan
Crisóstomo

Estos tiempos sombríos fueron fecundos en
escritores cristianos de altos valores humanos y literarios. En
la vida de estos Padres de la Iglesia, como fueron llamados, es
significativo el hecho de que encuentren la fe mientras
están inmersos en sus estudios filosóficos y
literarios. Como Agustín, jerónimo, destinado por
sus padres a la carrera de funcionario, abandonó estos
proyectos para reunirse en Antioquía cm el obispo Evagrio,
quien suministró a la literatura latinocristiana una
valiosa traducción de la Vida de San Antonio de Atanasio.
En el desierto sitio de Chalkis, vivió jerónimo la
vida ascética como él la concebía, uniendo a
la penitencia el estudio, Allí aprendió el griego y
el hebreo, al tiempo que iniciaba su fecundísima obra de
escritor, con una biografía del eremita Pablo de Tebas.
Vuelto a Roma, organizó los archivos pontificios, y fue
secretario del papa Dámaso, que le encargó una
revisión del texto del Nuevo Testamento. Muerto san
Dámaso, pasó el resto de su vida en un monasterio
de Belén que él fundó, realizando durante 34
años una inmensa labor literaria.

La pasión de la erudición y la avidez de
precisión en la interpretación de la Biblia le
decidieron a una empresa gigantesca la traducción, al
latín del Antiguo Testamento. San Jerónimo
acudió al texto hebreo primitivo, rechazando por sus
errores la versión griega de la Septuaginta. En esta
traducción, que fue siglos más tarde llamada
Vulgata, como en los comentarios de exégesis
bíblica que la completan, desplegó Jerónimo
su cultura profunda, sus conocimientos filosóficos Y sU
agudo espíritu critico. Pero este enorme esfuerzo no fue
estimado por sus contemporáneos ni sin Jerónimo
tuvo continuadores. La Vulgata no se difundió en Occidente
por todas las bibliotecas hasta la época
carolingia.

De todos los escritores cristianos a quienes sus
panegiristas compararon con Cicerón, ninguno iguala a san
Jerónimo ni en el lenguaje ni en el estilo. Condenó
la frivolidad de la enseñanza retórica, pero fue, a
pesar suyo, un clásico.

Desde Belén, donde habla reunido una de las
mejores bibliotecas de su tiempo, mantuvo una copiosa
correspondencia literaria con los eruditos griegos y latinos. Los
infortunios del mundo romano, que él sintió como
suyos, le arrancaron lamentos desgarradores, que sus cartas nos
han conservado.

La oratoria cristiana tiene su Demóstenes en el
griego de Antioquía Juan, llamado Crisóstomo, es
decir, "boca de oro", discípulo de Libanio, que fue
patriarca de Constantinopla y murió en el destierro al que
le llevaron las intrigas de la corte de Arcadio. Más
moralista que teólogo, las homilías de san Juan
Crisóstomo, elocuentes, brillantes, admirables de
naturalidad y de elegancia, son un testimonio acusador de la
corrupción de la sociedad y de la corte. Fustiga los
vicios con vehemencia unas veces, con ironía otras, y
siempre con un dominio admirable de la lengua griega, que en Juan
Crisóstomo revive con la perfección del siglo de
oro de Atenas

Prudencio, un Horacio
cristiano

El gran poeta latino cristiano de esta época fue
el español Aurelio Prudencio Clemente, cuyo poema Contra
Símaco ha sido anteriormente comentado. Prudencio
abandonó una brillante carrera de abogado, juez y
gobernador, para consagrarse enteramente a Cristo. Esta renuncia
al mundo, que Prudencio compartió con muchos de sus
contemporáneos, despertó su vocación
poética. Es el único gran poeta lírico que
tuvo la literatura latina después de Catulo y Horacio, a
los que Prudencio supera por la hondura del sentimiento, por la
fuera expresiva, por e1 ritmo vivo del verso, en el que el
predominio del acento sobre la cantidad anuncia ya la
lírica medieval. En sus poemas, sobre todo en los himnos
del Peristephanon, dedicados a los mártires cristianos de
su país, la tradición clásica nutre
capilarmente la visión cristiana del jardín del
Paraíso, o el dulce mensaje del Sermón de la
Montaña, o los milagros de Cristo, en versos
espléndidos, que no serán igualados por
ningún poeta occidental hasta Dante. Para Prudencio,
cuando la Biblia y la naturaleza se contradicen, debemos corregir
nuestras ideas sobre la naturaleza, porque la Biblia es
infalible. El más grande de los poetas cristianos de la
Antigüedad nos asombra y conmueve, pero nos recuerda que, si
bien es cierto que el conocimiento científico de los
antiguos griegos no fue aniquilado por el cristianismo, sí
fue el cristianismo quien lo inhumó.

NOTAS

1 Cfr. bibliografía del capítulo I,
nota 1, y capítulo 11, nota 1. Para este período
sigue siendo útil J. B. BURY, History of the Later Roman
Empire from the Death of Thedosius to the Death of Justinian,
(reedición, Nueva York, 1958). Los datos que se toman de
esta obra, infra, se referencian por la edición de
Londres, 1922; F. LOT, CH. PLISTER, F.-L. GANDHOF, Les
destinées de L' Empire en Occident, París, 1928
(Histoire générale, de G. GLOTZ, t. 1. ler. partie
de la Histoire de Moyen Age).

2 Infra, III, 2.

3Además de ROSTOVTZEFF, op. cit., Histoire
générale du travail, Nouvelle Librairie de France,
París, 1959; R. LA TOUCHE, Les origines de l'
économie occidentale (V-XI siècle), t. XLIII de
L´evolution de l´Humanité; AVDA KOV,
POLIANSKI, etc., Historia económica de los países
capitalistas, ed. Grijalbo, México, 1965; Cambridge
Economic History of Europe, t..II, 1952.

4 Supra, II, 1.

5 Supra, II, 1.

6 Supra, I, 2.

7 Los bárbaros tributarii eran prisioneros
de guerra, que el Estado cedía a los grandes propietarios.
Recibían un lote de tierra cultivable a cambio de una
capitación, que correspondía al Estado pero que los
grandes señores solían apropiarse. Los tributarii
eran de hecho esclavos del Estado al servicio de los
terratenientes.

8 Esta era la extensión de la propiedad de
Ausonio (supra, II, 6), que la describe en uno de sus Idilios. la
finca comprendía 50 hectáreas de campos, 25 de
viñedos, 12 de prados y 175 de bosques.

9 Supra, I, 2.

10 Supra, I, 1.

11 P. ENGELS: Origen de la familia, de la
propiedad privada y del Estado. Equipo Editorial, S. A., San
Sebastián, 1968, p. 143.

12 SAN Pablo, Epístola a los Efesios, VI,
5. San Pablo vuelve a recomen dar a los esclavos sumisión
y fidelidad en otras epístolas (A Tito, II, 9; primera a
los Corintios, VII, 20-21). También san Pedro
(Epístola 1.ª, 11, 18).

13 Ciudad de Plafagonia, provincia de la
diócesis del Ponto, en la costa del mar Negro. Este
concilio se reunió en el siglo iv, en una fecha que no ha
podido precisarse.

14 Sobre la herejía donatista, supra,
capítulo II, nota 51. La rebelión de los
circumcelianos fue religiosa, nacionalista y social. Entre otras
reivindicaciones reclamaban la condonación de las deudas y
la liberación de los esclavos. La oposición de la
Iglesia a estas peticiones fue rotunda. En su polémica con
Donato, el obispo católico Optato hace responsables a los
herejes de los desórdenes: los caminos no son seguros, los
propietarios se ven obligados a descender de sus coches y tirar
de ellos, sirviendo a sus propios esclavos, transformados en
amos, Los obispos donatistas, asustados del alcance de la
rebelión, pidieron al gobernador de Africa la
intervención del ejército. La represión fue
durísima, pero los circumcelianos contaban con el apoyo
del pueblo, y la lucha renació. Continuaba en el siglo V,
cuando san Agustín escribía al conde de Africa
Bonifacio, encargado de someter a los sublevados: «Bandas
insensatas de gentes sin fe ni ley turban la paz [ … ] Por
temor a los ultrajes, a los incendios y a la muerte, se rompen
los contratos de compra de los peores esclavos.,

15 Supra I, 3,

16 Supra, 11, 3.

17 La Notitia dignitatum es un manual para el
servicio de los funcionarios civiles y de los oficiales del
ejército. Reúne datos de la totalidad del Imperio.
Fue compuesto, después de la muerte de Teodosio, para el
jefe de la administración del Imperio de Occidente.
Algunas estadísticas fueron actualizadas posteriormente.
La Notitia proporciona informaciones de gran utilidad, a pesar de
sus lagunas y contradicciones, y de la reserva que merezcan
muchos de sus datos. La última edición, la
más completa, fue preparada en 1876 por 0.
Seek.

18 F. Lot, op. cit., p.
204.

19 Amiano Marcelino, XX, 11,
S.

20 Se ha atribuido la muerte de Teodosio el
Antiguo a una orden de Valentiniano I, cumplimentada
después de la muerte del emperador (Valentiniano
murió el 17 de noviembre de 375 en Panonia; Teodosio el
Antiguo fue ejecutado a comienzos de 376). Se supone que Graciano
cedió a la presión del franco Merobaldo.

21 La legislación del año 379 y de
los primeros meses de 380 demuestra que Teodosio I intentó
un reclutamiento nacional. Fueron alistados hijos de soldados
emboscados en la Administración, campesinos, artesanos,
mineros. La interrupción de estos edictos a mediados de
380 prueba el fracaso del reclutamiento. Movilizar a la
desvertebrada sociedad romana a fines del siglo IV era una tarea
superior a las fuerzas de Teodosio (supra, III, 3).

22 El establecimiento de tribus bárbaras
en territorios del Imperio no era una novedad. Constancio Cloro
alojó en el curso inferior del Rin a los francos salios,
Graciano, en 380, permitió a los ostrogodos de Alateo
instalarse en Panonia. Pero estos asentamientos no tuvieron la
trascendencia del tratado entre Teodosio y Fritigerno ni sus
repercusiones. En 386 se establecieron los ostrogodos en Frigia;
en 401, los vándalos y alanos en Italia septentrional, y
los visigodos de Alarico, en el valle del Save. Desde 406 es. tas
ocupaciones se generalizaron, con o sin el consentimiento del
Gobierno imperial.

23 La usurpación de Máximo
ocasionó la pérdida del muro de Adriano Y
debilitó irreparablemente la posición de Roma en
Bretaña, evacuada por las últimas tropas romanas en
407.

24 Quizás Teodosio pensaba entonces en una
división tripartita del Imperio, bajo su suprema
autoridad: Valentiniano 11 regiría la prefectura de las
Galias; Honorio, Italia, y Arcadio, el Oriente.

25 Las vestales eran seis sacerdotisas encargadas
del servicio religioso del templo de la diosa Vesta, en el Foro
romano, y del mantenimiento del fuego sagrado traído de
Troya por Eneas según una vieja tradición. De los 6
a los 10 años de edad ingresaban en el servicio del
templo, y permanecían en él 30 años, durante
los cuales estaban obligadas a la castidad, bajo amenaza de
enterramiento en vida. Terminado este plazo, les era permitida la
renuncia a sus votos y el matrimonio.

26 Gregario de Nisa: "Oratio de Deitate Filii et
Spiritus Sancti,."

27 Supra, III, 4

28 Codex Theodosianus, XVI, I, 2. Los
historiadores han querido relacionar este edicto con la grave
enfermedad sufrida en Tesalónica por Teodosio, durante la
cual fue bautizado por el obispo de la ciudad, adversario del
arrianismo, Pero la fecha de la dolencia parece posterior.
Tillemont la sitúa a comienzos de 380. Schwartz retrasa un
año el edicto. Piganiol cree que la enfermedad debe
datarse en el otoño de 380, antes de la instalación
de Teodosio en Constantinopla.

29 N.Cherniavski,, El emperador Teodosio el
Grande y su política religiosa. (Citado por Vasiliev, op.
cit., p. 97.)

30 Supra, II, 4. Dámaso fue elegido al
mismo tiempo que Ursino. La 'lucha entre los partidarios de
Dámaso y de Ursino fue muy sangrienta. Amiano Marcelino da
la cifra de 137 muertos. Dámaso derrotó a los
ursimianos con la ayuda de las cohortes romanas.

31 San Ambrosio, Epístolas,
13.

32 Id., íd., 10. «Reverentiam primo
eclessiae catholicae, deinde etiam et legibus,. Es la primera
formulación de una doctrina que ha inspirado las
,relaciones de la Iglesia Católica con los Estados
europeos.

33 Id., íd., 40-41.

34 La dignidad y la función de
César, creada por Diocleciano y mantenida por Constantino,
se extingue con Juliano.

35 Menos estimado entre los bárbaros que
el de magister militum o general romano, que era el que Alarico
ambicionaba entonces, asegurando que Teodosio se lo había
prometido.

36 Quizá el mayor error político de
Estilicón fue haber pretendido incorporar al Imperio de
Occidente la Iliria oriental, que geopolíticamente
pertenecía al Oriente y que Teodosio había separado
de la prefectura de Italia.

37 J. B. Bury, op. cit., I, p. 129.

38 J., B. BURY, op. cit., I, pp.
129-130.

39 Supra, III, nota 22.

40 La Ciudad de Dios, libro I, 7, 1.

41 San Ambrosio, en 397: Claudiano,
en 404; Símaco y Prudencio, en 405.

42 H.-J. Marrou, Saint Augustin et la fin de la
culture antique, París, 1958.

43 Supra, 1, 5.

44 Supra, 11, 6.

CAPITULO IV

Mientras los pueblos bárbaros se instalan en
vastas regiones de la pars occidentalis, los estamentos
políticos y sociales del Imperio romano
-administración, ejército, aristocracia
latifundista- se disocian y enfrentan. El resultado de esas
discordias es la desintegración del Imperio de
Occidente.

La administración es un organismo entumecido por
el trauma de las invasiones, por las rebeliones populares, por la
autarquía de los grandes dominios. Muchos altos
funcionarios se trasforman en propietarios de inmensos
fundos.

La agrarización de la sociedad romana, la
declinación de la industria y del comercio y la
desobediencia fiscal de los terratenientes dejan al Estado sin
recursos para mantener a sus ejércitos.2 La brutalidad del
sistema tributario ha dejado de ser eficaz. Es preciso entonces
contratar a les jefes bárbaros y a sus huestes como
soldados y pagarles con tierras.

Los grandes señores, verdaderos "monarcas del
campo", alistan sus propias tropas y negocian con los pueblos
ocupantes.

En cambio la pars orientalis, después de esquivar
el peligro godo, ha conservado su economía monetaria, la
firmeza de su moneda, la eficacia de su administración.
Reorganiza un ejército nacional. Pero este esfuerzo, que
le basta para evitar su ruina, es insuficiente para salvar a
Occidente.

1. Las invasiones y la vida económica de
Occidente

La evolución económica y social, iniciada
en el siglo III, estaba cumplida a la llegada de los
bárbaros: declive de la vida urbana, plenitud del
ruralismo, marasmo de la industria y del comercio,
aniquilación de la clase media. Una economía
agrícola organizada en grandes dominios, en régimen
de colonato. Una estructuración social en castas
hereditarias.3

Las invasiones no aportaron ninguna
transformación económica ni social. Por el
contrario, favorecieron la disposición de los tiempos,
propicia a los señoríos al desmantelar la
máquina burocrática del Estado. La estructura
económica y social del Bajo Imperio sobrevivió en
los primeros siglos medievales.

La transitoria paralización de la vida urbana en
Occidente había desplazado casi toda la actividad
económica a los grandes dominios rurales. Se
generalizó la concesión a los esclavos de la
condición de colonos, sobre todo en las regiones donde los
señores germánicos predominaban. Los siervos
estaban obligados a mayores y más frecuentes servicios
personales que los colonos, que seguían siendo libres ante
la ley, y que dejaron de ser llamados al servicio militar a
cambio de un impuesto tributado en especie, el
hostilitium.

Los alojamientos bárbaros: la
"hospitalitas"

¿En qué medida alternaron las invasiones
la situación del agro romano? El proceso no es el mismo en
todas las comarcas. Federados o enemigos de Roma, los
bárbaros saquean las tierras invadidas hasta agotarlas, y
sólo entonces las hacen cultivar a sus siervos.

Por el foedus o tratado federal, un jefe
germánico se convertía en magíster militum
romano, y sus guerreros e soldados al servicio de Roma. A cambio
él y su pueblo recibían viviendas y una parte de
las tierras de uno o varios latifundios, con sus colonos y
esclavos.

Este sistema de alojamiento, llamado
hospitalitas, tiene su origen en los acantonamientos
militares del siglo III, en los que cada propietario debía
ceder a un soldado hospedado la tercera parte de la casa en que
se alojaba; el avituallamiento de los soldados acantonados
correspondía a los almacenes del Estado encargados de la
annona militar. En la época de las invasiones la annona
fue sustituida por la cesión de tierras cultivables, Los
propietarios quedaron obligados a entregar a sus huéspedes
bárbaros, además del tercio de su villa, una parte
(sors) de sus campos y de sus siervos.

Cada federado se alojó, pues, con su familia en
la finca: de un propietario romano. El reparto se ajustaba a una
reglamentación que, en los casos menos favorables para el
ocupante le otorgaban el tercio de la propiedad. El sistema
romano de acantonamiento tenía en cuenta la
jerarquía militar de cada federado, y a los guerreros de
mayor graduación correspondieron lotes de tierra
más extensos.

Muy pronto algunos federados como los visigodos, los
más necesarios al gobierno de Rávena, obtuvieron,
por el foedus concertado por su rey Valía con el Imperio,
una ocupación permanente de tierras en Aquitania y partes
o sortes mayores, los dos tercios de la propiedad. Las
condiciones de alojamiento de los burgundios en la región
de Maguncia fueron similares: los dos tercios de la tierra
cultivable, la mitad de las granjas, bosques y pastos y la
tercera parte de los colonos y esclavos.

Los asentamientos de las tribus germánicas se
hicieron en grupos compactos y en terrenos reducidos. Las
áreas repartidas serían pocas, dada la escasa
población bárbara hospedada,4 y la
agrupación de los ocupantes. Muchas regiones padecieron la
invasión, pero no la ocupación.

El régimen agrario romano del colonato
gobernó la división de tierras, y los bosques y
terrenos de pastos (compascua) quedaron indivisos para el
aprovechamiento común de bárbaros y
provinciales.

La mayor parte de las fincas del patrimonio imperial
pasaron a ser propiedad de los reyes bárbaros, que
pudieron repartir entre sus fieles o leudes extensos
dominios. Genserico confiscó en Africa los grandes
latifundios, entregó una finca a cada uno de sus leudes y
se resevó las restantes. No hubo alojamientos en el reino
vádalo, sino despojo de la nobleza afrorromana, que fue
expatriada. Los nuevos propietarios conservaron en los fundos la
organización agraria romana, los cultivos, los colonos y
siervos, y hasta los mismos hábitos corruptores de los
juegos públicos.

Con la excepción del reino vándalo de
Afrecha, estos cambios se realizaron según el derecho
romano, y como resultado de un convenio. Iniciados a fines del
siglo IV, los alojamientos bárbaros se desarrollaron
progresivamente y no alteraron la estructura
socioeconómica de las provincias occidentales. Muchos de
los hospedados llegaban ya tocados de civilización
romana.

Los cultivos agrícolas en los grandes dominios
y en las aldeas de campesinos libres

En la Galia meridional, en Hispania, en Afrecha y en
Italia, los bárbaros adoptaron los cultivos y las
técnicas agrícolas romanas, que ellos no
sabían mejorar. Sólo el molino hidráulico
-conocido en Roma desde el siglo I a. de C., pero apenas
utilizado- era en el siglo V de uso corriente en los fundos y en
las aldeas libres.

En el noroeste de la Galia los francos emplearon la
rotación trienal de cultivos (cereales de invierno
sembrados en otoño, cereales de primavera y barbechos) que
ya conocieron los romanos.5 En las regiones forestales, francos y
alamanes roturaron y labraron pequeños calveros para el
cultivo de cereales. Los viñedos que los romanos
habían plantado en las riberas del Rin y del Mosela se
extendieron ahora a tierras que no podían dar más
que un vino de mala calidad. El sacrificio de la misa y la
comunión bajo las dos especies exigía en todas las
iglesias una provisión diaria de vino que las malas
comunicaciones dificultaban, y se plantaron cepas en comarcas
inadecuadas para las vides.

La explotación agrícola más modesta
necesitaba varias yuntas de bueyes para arrastrar el pesado arado
germánico de ruedas, que abría profundamente la
tierra. Los sajones y frisones que habitaban las húmedas
llanuras de la costa del mar del Norte criaban ganado vacuno; los
germanos de las praderas, caballos. La vida de una aldea
visigótica o franca no diferiría mucho de la de
algunos villorrios de nuestros días. "En primer lugar
estaba la casa del labriego, complementada con un local en donde
se guardaba el grano, con un establo, una corraliza y un hortal
(en el que se cultivaban legumbres: nabos, habas, guisantes,
lentejas), todo ello casi siempre cercado; después estaban
las tierras de labor repartidas por zonas, y este conjunto
aumentaba a medida que avanzaba la roturación y la puesta
en cultivo. Finalmente, para completar el grupo aldeano
germánico y conferirle su originalidad propia,
había una zona forestal y de pastos que se sustraía
a la apropiación individual y familiar. Esta era la
marca communis; los habitantes de la población
disfrutaban allí derechos usuarios, derechos de sacar
leña del bosque para sus hogares y madera de roble para
sus construcciones, y derecho para que pasturasen sus ganados y
particularmente sus piaras de cerdos.6" Completan este cuadro los
campos de lino y de otras plantas textiles, que se hilaban en los
talleres de la aldea.

El "mansus" o masía

Todos estos pueblos germanos practicaron la propiedad
familiar de la tierra. Los guerreros alojados se establecieron
con sus familias en aldeas similares a los vici romanos.
Así vinieron a contribuir los asentamientos
germánicos a un breve renacimiento de la pequeña
propiedad rural en Occidente. Breve, porque la fuerza de gravedad
de los grandes dominios atrajo a estos mílites
bárbaros convertidos en campesinos. También ellos,
como los labriegos romanos de la centuria anterior, acabaron por
integrarse como colonos en las propiedades
señoriales.

La unidad económica de una familia campesina es
el mansus.7 En él hallamos los tres elementos
tradicionales de toda pequeña propiedad rural, que
permanecen inalterados secularmente: la casa con sus
dependencias, la diminuta huerta próxima a la casa y las
tierras de labor, a veces esparcidas en pequeños
pegujales, dentro del territorio de la aldea, La extensión
del mansus varía según la fertilidad de los campos.
Es la cantidad de tierra que necesita una familia para vivir, la
antigua unidad fiscal, jugum, de Diocleciano. Muchos
campesinos libres poseían dos o más
mansus.

Cuando los mansus quedaron incorporados a una gran
propiedad, subsistieron como unidades de cultivo: la parcela que
podía labrar un arado, la tierra que se entregaba a un
nuevo colono. El propietario remuneraba algunos servicios
permanentes con un mansus. Así, el caballero contratado
para el ejército privado del señor, o el sacerdote
encargado de los servicios religiosos de la iglesia del dominio,
recibían un mansus en vez de un salario.

La supervivencia de la vida urbana

Las ciudades dejaron de ser organismos primordiales en
la vida del Imperio. Desde el siglo III se amurallaron, se
encogieron, se despoblaron.8 La mayor parte del patriciado urbano
se trasladó a sus residencias campestres; muchos curiales
se refugiaron en el campo para rehuir sus responsabilidades
fiscales; algunos artesanos se instalaron en los talleres
rurales. Las populosas urbes del Alto Imperio se transformaron en
poblaciones pequeñas. Lot supone que las mayores
tenían de tres a seis mil habitantes.9 Las más
próximas a la frontera del Rin y del Danubio padecieron
los más repetidos ataques germánicos.
Tréveris, la antigua capital de la prefectura de la Galia,
fue saqueada cinco veces en el siglo V; sus murallas
magníficas protegían ahora un recinto con grandes
espacios deshabitados; la sede prefectorial fue trasladada a
Arles; la nobleza senatorial, más numerosa que en otras
ciudades, abandonó la decrépita urbe. Colonia no se
recobró de la desaparición de muchos de sus
talleres de vidriería hasta el siglo IX. Estrasburgo fue
reconstruida, en un área más reducida, con los
materiales salvados del incendio de la ciudad.

Sin embargo, a pesar del desplazamiento de la actividad
económica de la sociedad romana a los dominios
señoriales, la vida urbana subsistió, al abrigo de
las fortificaciones, en superficies más pequeñas
después de cada reconstrucción, sin cabida ni para
el teatro ni para el circo. Los dos edificios representativos de
las ciudades romanas del siglo V son el pretorio, o palacio del
gobernador romano, ocupado en muchas ciudades por el conde
bárbaro que gobierna la ciudad, y la iglesia catedral, con
la residencia del obispo.

La decadencia de la vida urbana fue anterior a las
invasiones del siglo V, que devastaron pero no destruyeron las
ciudades. En ellas siguió viviendo una población
libre, propietaria de bienes inmuebles: comerciantes, artesanos,
siervos, esclavos, mendigos; en barrios separados habitaban
comerciantes sirios, griegos y judíos. Hasta el siglo VIII
las ciudades romanas no dejaron de ser centro de negocios,
lugares de concentración de los mercaderes.

La Iglesia cristiana contribuyó a la continuidad
de la vida urbana. En todas las sedes episcopales se conservaron
las formas de vida romanas. La organización
eclesiástica llenó el vacío que abría
el declive de la administración civil. En muchas ciudades
los obispos fueron los magistrados únicos, obedecidos
tanto por la población pagana como por la cristiana, los
defensores de las ciudades10 y mantuvieron el hilo administrativo
que unía las ciudades con el gobierno de Rávena.
Cuando la vida municipal se extinguió en el siglo IX, las
ciudades quedaron reducidas a centros de la administración
eclesiástica.

La autónoma organización municipal del
Alto Imperio se convirtió, pues, en el dominio urbano de
un obispo romano o de un monarca bárbaro. Pero los cargos
municipales romanos se conservaron : curiales, senatores,
defensor civitatis
. En las ciudades hispánicas el
conde visigodo que regía la ciudad tenía a sus
órdenes funcionarios fiscales (executores) y
judiciales (judex civitatis).

Fuera de las murallas vivía una parte de la
población que, cuando la guerra se aproximaba, se
refugiaba en el recinto fortificado; es la plebs extra muros
posita
, la población situada extramuros, que en las
ciudades romanas del Alto Imperio tuvo sus propios dioses
locales. En el siglo V esta población fue el núcleo
del futuro crecimiento de las ciudades. El suburbium
llegaría a ser el centro urbano cuando la ciudad
amurallada o burgo estaba situada en un lugar elevado, apto para
la defensa militar pero no para las actividades
mercantiles.

Los monasterios suburbanos

Los cementerios cristianos se establecieron extramuros,
por 1a prohibición de inhumar cadáveres en el
recinto urbano. La mayoría de las iglesias primitivas
fueron erigidas cerca de los cementerios, y en la proximidad de
estas iglesias se construyeron más tarde los monasterios.
El servicio de los monjes atrajo a numerosos traba jadores
manuales, que formaron agrupaciones suburbanas, foco originario
de los barrios de las ciudades medievales.11

El régimen agrario que domina la vida
económica del Bajo Imperio concordaba con las concepciones
económicas de la Iglesia: Dios dio la tierra a los hombres
no para que se enriqueciesen, sino para que se mantuvieran en la
condición social de su nacimiento; para que pudiesen vivir
en este mundo de paso para la verdadera vida. La renuncia del
monje es un ejemplo para la sociedad cristiana. La pobreza es de
origen divino y de orden providencial. Corresponde a los ricos
aliviarla por medio de la caridad. Los monasterios señalan
la norma, almacenando en sus granjas los excedentes de las
cosechas para distribuirlos gratuitamente a los
necesitados.12

En un mundo de violencias, sólo los monasterios
realizaban en el mundo el ideal de la ciudad de Dios. Los reyes
bárbaros convertidos al cristianismo, sus esposas, los
nobles, hasta los obispos, creyeron asegurar la salvación
de su alma fundando un monasterio o enriqueciendo los existentes
con donaciones de tierras. La Iglesia fue muy pronto la primera
fuerza económica de la sociedad occidental.

La industria en los dominios señoriales y en
las ciudades

Las grandes propiedades rústicas disponían
de sus propios operarios para los trabajos mecánicos
cotidianos y para las reparaciones imprescindibles. Los siervos
rurales no eran artesanos especializados. Realizaban obras
rudimentarias de carpintería y de ebanistería, de
cordelería y de cestería. En los dominios se
fabricaba el pan, se elaboraba el vino y el aceite;
existían talleres para los carreteros, carpinteros,
talabarderos, herreros, y obradores o
«gineceos» donde mujeres siervas
tejían el lino y la lana. Los grandes dominios dieron
violentos tirones independientes, pero no aspiraron a bastarse a
sí mismos. A los grandes propietarios no convenía
la paralización de la vida económica de las
ciudades, a las que vendían los excedentes
agrícolas .13 Necesitaban también los servicios de
artesanos calificados que las ciudades les facilitaban y a los
que contrataban temporalmente: constructores de edificios,
iglesias y monasterios, magistri commacini, que
acudían con un equipo de obreros especializados para la
edificación y para la decoración interior de
palacios y templos con objetos de metal y de marfil, con
vidrierías y pinturas; para la fundición de
campanas, cuyos artífices fueron muy
solicitados.

Se ignora la suerte que corrieron las fábricas
del Estado en la pars occidentalis durante la larga agonía
del gobierno imperial de Rávena. Pero mientras
existió el Imperio de Occidente se tomaron medidas para
asegurar el abastecimiento de las grandes ciudades italianas, y
sobre todo, de Roma. Los panaderos de las 274 panaderías
de la ciudad siguieron exentos de prestaciones personales y del
servicio militar.

Los collegia subsistieron en Italia, en la
España visigoda, en la Galia meridional, es decir, en las
regiones donde la vida urbana, aunque disminuida, no
desapareció. Había artesanos libres que
recibían en sus talleres las primeras materias que les
entregaban los dominios señoriales, y las manufacturaban a
cambio de un canon por pieza. Otros compraban la materia prima y
vendían por su cuenta los obrajes. Algunos se trasladaban
temporalmente a. las haciendas rústicas a cambio de
manutención y salario.

La incorporación al mundo occidental de las
poblaciones germánicas debió de enriquecer al
artesanado romano. Los germanos eran excelentes orfebres y
fabricaban para sus espadas aceros superiores a los que
producían en serie las fábricas
imperiales.

El comercio

El papiro egipcio, el marfil, la seda, las especias, los
esclavos, los vinos de Siria, el incienso que las iglesias
necesitaban para los oficios, continuaron llegando de los puertos
de Antioquía y de Alejandría a través del
Mediterráneo. Era un comercio de mercancías de
lujo, que producía grandes utilidades y exigía
instalaciones poco costosas, dominado por comerciantes griegos,
judíos y sirios que establecieron depósitos en
muchas ciudades de la Galia, como Marsella, Narbona, Arles,
Burdeos, Poitiers, Orleans, París, y llegaron a Maguncia y
Worms, en Germania. Los negotiatores occidentales,
anonadados por el impuesto del crisárgiro, no
pudieron competir con los sirios. Comerciantes más
modestos, los mercatores, mantuvieron un activo
tráfico de artículos necesarios.

Según Sidonio Apolinar la corte de Rávena
atrajo a numerosos comerciantes, entre los que había
monjes y soldados. La dedicación de los clérigos a
negocios mercantiles, que sería más tarde condenada
por el concilio de Orleans, prueba el desarrollo del comercio
profesional.

Italia siguió recibiendo trigo y aceite de
Africa, a pesar de la ocupación de esta provincia por los
vándalos. Los barcos trigueros llegaban al puerto romano
de Ostia, donde eran recibidos por el «conde del puerto de
la ciudad de Roma». Los comerciantes trasladaban la
mercancía en carretas tiradas por bueyes a través
de una carretera perfectamente conservada por la
Administración.

Los comerciantes de Cartago visitaban los puertos
hispánicos, y los mercaderes hispano-romanos
acudían a las ferias de la Galia. Una navegación de
cabotaje unía los puertos de Marsella y Narbona con Niza y
los puertos italianos de Civitavecchia y Ostia. El comercio con
los países del Vístula no fue interrumpido. Los
pasos de los Alpes fueron atravesados por los comerciantes,
incluso en la época de las grandes invasiones.

La moneda

Los germanos estaban de antiguo familiarizados con el
sistema monetario romano. Los emperadores compraron con oro
muchas veces la paz, y en los siglos III y IV las cantidades de
oro romano atesoradas por los bárbaros indujeron a
Graciano, Valentiniano II y Teodosio a prohibir bajo pena de
muerte, que se efectuaran en oro los pagos en el comercio con los
germanos. Los hallazgos de monedas en pequeñas cantidades
testimonian que los germanos no atesoraban solamente, sino que
empleaban las monedas en transacciones comerciales. Siguieron
haciéndolo después de su asentamiento en tierras
del Imperio. Como federados, prefirieron usar las monedas
romanas, que circulaban por todo el mundo, y que ellos
poseían en abundancia, a acuñar sus propias
monedas. Cuando lo hicieron, imitaron la moneda bizantina tan
diestramente que los sólidos constantinianos salidos de
las cecas visigodas, borgoñonas o francas son
difíciles de distinguir de los batidos en las cecas del
Imperio de Oriente.

El carácter mediterráneo de la
civilización antigua no fue destruido por los reinos
bárbaros fundados en territorio romano en el siglo V. Los
germanos establecidos en Italia, en África, en
España y en la Galia siguieron comunicándose con el
Imperio de Oriente a través del mar romano. Los
comerciantes sirios relacionaron Antioquía y
Alejandría con Niza y Marsella. El sueldo de oro
constantiniano mantuvo la unidad económica de la cuenca
mediterránea. Sólo en el siglo VIII la conquista
musulmana de las costas sirias, africanas e hispánicas
bloqueó los puertos del Mediterráneo occidental, y
los pueblos latinos quedaron aislados del Imperio de
Oriente.14

El régimen económico del Bajo Imperio en
la primera mitad del siglo V no brinda otros cambios que los
ocasionados por los alojamientos de las poblaciones
bárbaras. El panorama es heterogéneo y confuso.
Predomina la vida rural, el régimen agrario, el dominio
señorial. Mas la vida urbana, aunque desarticulada, no ha
desaparecido.

2. El aspecto social de las invasiones

¿Cómo fueron recibidos los pueblos
bárbaros por los habitantes del Imperio de Occidente, como
enemigos o como libertadores? Los acontecimientos que han sido
relatados en los capítulos anteriores dan a esta pregunta
justificada congruencia. El agobio irresistible de los impuestos,
su injusta repartición, la desesperada decisión
adoptada por tantos hombres libres de acogerse al patronazgo de
un terrateniente o de un jefe militar, la ineficacia de las
órdenes de algunos emperadores, como Valentiniano 1,
interesados en la protección de las clases humildes,
explican, no sólo la inhibición de la
población romana en la defensa militar del Imperio, sino
las frecuentes confraternizaciones con el invasor de que tenemos
testimonio: los mineros de Tracia que se unieron a los visigodos
sublevados, en los días de la batalla de
Andrinópolis;15 los esclavos romanos que se incorporaron
al ejército visigodo, cuando Alarico abandonó Roma.
Los bagaudas de la Galia y de Hispania y los circuncelianos
africanos mantuvieron desde el siglo III al V una rebelión
social que el Estado romano no pudo reducir, y que se
extinguió precisamente a la llegada de los
bárbaros.

El testimonio del historiador hispano-romano Paulo
Orosio es de singular interés. En su Historia contra
paganos hay dos frases reveladoras de un nuevo estado de
conciencia. «A nuestros abuelos no fueron más
tolerables los enemigos romanos que a nosotros los godos»,
dice. El clérigo lusitano ante la Roma declinante y
amenazada recuerda que la grandeza del Imperio fue el resultado
de la violencia de la conquista y del infortunio de las
provincias sometidas, Y comenta la situación que vive
entonces su país: «los bárbaros dejan las
espadas para tomar los arados y se hacen amigos de los hispanos;
éstos preferían una pobre libertad entre
bárbaros a soportar el apremio tributario de Roma».
Estas palabras de un sacerdote cristiano discípulo de san
Agustín16 nos delatan los sentimientos de los hombres de
la generación de Honorio. Como cristiano, Orosio no deja
de admitir el imperio cristianizado por Constantino, pero su
esperanza en un Estado universal que concilie la unidad de leyes
y la unidad de la religión ya no es inseparable de Roma,
Los godos pueden vigorizar el Imperio declinante, conservando el
estado terreno para servicio de la unidad cristiana, Al fin y al
cabo, Roma era algo que no merecía la pena
defender.

Lo mismo Orosio que su contemporáneo el obispo
gallego Hidacio condenan al Imperio, que se lleva de Hispania
gravosos tributos, dejándola indefensa. Más vale
entenderse con los bárbaros que ocupan las tierras
hispanas, que pagar a los federados asentados en las otras
provincias del Imperio.

La insuficiencia de las fuentes de la época no
nos aportan pruebas bastantes para afirmar que en todas las
regiones del Imperio fraguaba la misma tendencia provincialista.
Este estado de conciencia nacional, que germinaba en la
península hispánica, extendido al Africa romana y a
la Galia, pudo ser una de las causas primordiales de la ruina del
Imperio.

Es una situación histórica similar a la
del Imperio bizantino, invadido por los árabes en el siglo
VII: la población campesina de Siria y de Egipto se
entregó a los musulmanes para librarse de la
presión fiscal del Imperio de Oriente.

La primera apología del mundo
bárbaro

Veinte años después de Orosio, Salviano de
Marsella17 juzga con severidad la sociedad que le rodea, y por
primera vez enuncia la concepción histórica de la
savia germana como fuerza que viene a regenerar la
corrupción de Roma. A la depravación de las
costumbres romanas opone la pureza moral de los germanos. Aunque
.arrianos, conservan virtudes antiguas. Renovando las ideas
providencialistas de san Agustín y de Paulo Orosio, el
sacerdote de Marsella escribió De gubernatione
Dei
. Las derrotas de Roma son un merecido correctivo de
Dios. No fue el cristianismo la causa de la decadencia de Roma;
fue la vida anticristiana de los romanos la que acarreó el
castigo divino.

La idealización de los bárbaros, que los
escritores cínicos y estoicos habían ya
contrapuesto a las perversiones de la nobleza grecorromana,
adquieren en Salviano la precisión de lo conocido. Entre
los germanos, escribe el clérigo galo, los pobres viven
mejor que entre los romanos, y por eso muchos humiliores
se marchan con los bárbaros. Los germanos son herejes,
pero su moral es más pura que la de los católicos
romanos. "El modo con que Dios juzga sobre nosotros y sobre los
godos y bárbaros, se ve por los hechos: -éstos
crecen cada día, nosotros disminuimos; éstos
prosperan, nosotros decaemos; éstos florecen, nosotros nos
marchitamos. "18

La perversidad y la avidez de los funcionarios es causa
de la rebelión de los bagaudas. El escritor formado en los
modelos clásicos, el predicador elocuente es en estas
páginas el portavoz de la clase oprimida:

«Hablo ahora de los bagaudas, que, despojados,
oprimidos, asesinados por jueces inicuos y sanguinarios, con el
derecho de las inmunidades romanas han perdido también el
fulgor del nombre romano. ¡Se les reprocha como un crimen
sus desgracias, les reprocharnos un nombre que recuerda su
infortunio, un nombre que les hemos dado nosotros mismos!
¡Llamamos rebeldes, llamamos malvados a hombres que hemos
obligado a la necesidad del crimen ! En efecto,
¿cómo se han convertido en bagaudas, si no es por
nuestras injusticias, si no es por la tiranía de los
jueces, si no es por las prescripciones y las rapiñas de
esos hombres que han malversado en su propio provecho y en el de
sus estipendios las concusiones públicas, y que han hecho
presa en las tasas tributarias; los hombres que, como los
animales feroces, no han protegido a aquellos cuya ,custodia les
estaba confiada, sino que les han devorado; que, no contentos con
despojar a sus semejantes, como la mayoría de los
ladrones, se alimentan de crueldades y de sangre? Y así
los desgraciados, oprimidos, abrumados por el latrocinio de los
jueces, se han convertido en seres parecidos a los
bárbaros, porque no se les permitía ser romanos
[…] Son como cautivos bajo el yugo opresor de los enemigos [
… ]

»Lo que quieren es una desgracia: porque ellos
serían felices si no se vieran forzados a semejantes
deseos. Pero, ¿qué otra cosa pueden querer, los
desgraciados, víctimas siempre de las concusiones,
amenazados siempre por una triste e infatigable
proscripción, ellos que abandonan sus casas para no ser
atormentados, que se condenan al exilio para escapar a los
suplicios? Para ellos los enemigos son menos temibles que los
recaudadores de tributos. Su –actitud lo demuestra Huyen hacia
nuestros enemigos para librarse de la violencia de las
exacciones. Y lo que éstas tienen de cruel y de inhumano
sería menos grave y menos amargo si todos lo soportaran
equitativamente. Lo más indigno y lo más criminal
es que la carga común no es soportada por todos,
más aún, que los tributos de los ricos pesan sobre
los pobres, que los débiles sufren la carga de los
fuertes. El peso que esos miserables sostienen es superior a sus
fuerzas. Esta es la única causa que les impide
sostenerlo.»19

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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