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La caida del imperio romano (página 9)




Enviado por santrom



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Esta empresa, que iba a realizarse en beneficio de los
visigodos, fue concebida en interés de Roma, para asegurar
el dominio de la amenazada Tarraconense. En el ejército
mandado personalmente por Teodorico II. había contingentes
borgoñones, aportados por el gobierno imperial. Hidacio9
ha relatado detalladamente esta campaña. Se inició
en 456, penetrando los federados romanos por los Pirineos
occidentales. La primera batalla, librada en el páramo
leonés, cerca de Astorga, forzó a Rekhiario a
retirarse a GaIicia. Los visigodos saquearon Braga, y Rekhiario,
derrotado nuevamente en, Oporto, murió en
prisión.

Cuando Avito fue destronado por Ricimerio, Teodorico II
regresó a la Galia. Desde ese momento, el reino visigodo
de Tolosa actuó como Estado independiente. Contra Roma,
donde Mayoriano era emperador, se unieron visigodos, burgundios y
parte de la aristocracia galorromana. Una victoriosa
expedición de Mayoriano deshizo esta coalición,
obligando a los visigodos a levantar el sitio de Arles, tantas
veces acosada. Mayoriano reconquistó Lyon, forzando a los
burgundios a ratificar su pacto federal con el
Imperio.

Durante este tiempo el Estado suevo renacía,
desprendiéndose de la dominación de Teodorico II
(que había llegado a nombrar un gobernador visigodo de la
Galicia sueva), por los esfuerzos de su rey Maldras. Los
objetivos militares de Teodorico II, que desde Tolosa
envió refuerzos a la península hispánica, se
concentraban en este momento en la Bética.

Lo mismo que los burgundios, los visigodos, acosados por
el emperador Mayoriano, aceptaron su condición de
auxiliares de Roma y colaboraron con el emperador en la
sumisión de los rebeldes suevos. Esta vez el
ejército visigodo estaba dirigido por el general godo
Sunnerico, y el romano por el magister militum Nepociano. La
lucha contra los suevos prosiguió con resultados
insuficientes.

La expansión visigoda en la
Galia

La anarquía que estaba acelerando la ruina del
Imperio de Occidente era útil al reino visigodo. Si la
alianza con Avito había sido mantenida con lealtad, desde
que el noble galorromano fue destronado los visigodos
aprovecharon el hundimiento del poder imperial para ensanchar sus
dominios en la Galia. Cuando el romano Egidio se negó a
reconocer al emperador Severo, y formó un pequeño
Estado romano en la Galia (que sostendría su hijo Siagrio
hasta después de la desaparición del Imperio de
Occidente), los visigodos se apoderaron de Narbona, alcanzando la
deseada costa mediterránea, de la que Constancio
había expulsado a Ataúlfo, y que el Imperio
había querido defender a toda costa. En cambio
fracasó la expansión goda hacia el norte. Egidio
derrotó a Teodorico II junto a Orleans.

En la península hispánica la
restauración del reino suevo impidió a los
visigodos nuevos avances. Una paz entre los dos pueblos
delimitó durante algún tiempo sus zonas de
ocupación.

En 466, Teodorico II fue asesinado por su hermano
Eurico, que reinó hasta 484. El menor de los hijos de
Teodoredo fue un político inteligente y hábil, y su
reinado, que coincide con la muerte del Imperio romano
occidental, es el más brillante del reino tolosano. En
él alcanzó el Estado visigodo su máxima
expansión en la Galia, al tiempo que comenzaba la
ocupación definitiva de la península
ibérica.

Desde que Avito fue destronado, muchos nobles
galorromanos adoptaron una actitud separatista. Pero este
nacionalismo galo fracasó por su incapacidad de concertar
una acción unánime contra Roma. Unos apoyaban a
Egidio, y muerto Egidio, a Siagrio, su hijo, que mantuvo el
Estado romano independiente creado al norte del Loira hasta 486.
Otros -entre ellos magistrados tan influyentes como el prefecto
del pretorio de las Galias Arvando- preferían la alianza
con los visigodos. Un tercer partido, fiel a Roma, contaba
también con terratenientes poderosos: el auvernés
Ecdicio, hijo del emperador destronado Avito, tan acaudalado que
podía sustentar en épocas de escasez a 4.000 pobres
y reclutar y mantener a sus expensas un ejército de
caballería para oponerlo a Eurico; y su cuñado
Sidonio Apolinar, nombrado prefecto de Roma por el emperador
Antemio, y luego obispo de Clermont. Los bretones y los federados
burgundios y francos salios acataban la autoridad del gobierno
imperial.

Eurico no desperdició ni esas divisiones ni las
oportunidades que la mudanza de emperadores romanos le
facilitaba. Así, con la complicidad del prefecto Arvando,
atacó a los bretones del Loira, y conquistó el
Berry y la Auvernia, llevando hasta aquel río la frontera
septentrional de su reino. Auvernia fue defendida por la nobleza
gala, agrupada tras Ecdicio, y por Sidonio Apolinar, y Eurico no
pudo tomar la capital, Clermont. Pero el emperador Julio Nepote
dispuso que Clermont fuese entregada a Eurico, a cambio de la
Provenza. Porque, a la vez que desarrollaba su campaña
auvernesa, el rey godo había conquistado Arles,
Aviñón, Valence y otras ciudades provenzales. En
475 un tratado entre el emperador Nepote y Eurico devolvía
Provenza al Imperio, y reconocía a los visigodos la
posesión de Auvernia. Un año después los
sucesos de Roma dieron ocasión a Eurico para ocupar
Marsella y toda la Provenza. El reino visigodo se extendía
en ese momento de los Alpes al Atlántico y del Loira a los
Pirineos. Era el Estado más poderoso de
Occidente.

La evolución del reino visigodo del pacto
federal a la soberanía

Al mismo tiempo la guerra hispánica entre suevos
y visigodos fue proseguida por Eurico, que emprendió
además la conquista de la única provincia que el
Imperio conservaba en las Hispanias, la Tarraconense.

Hasta entonces todas las intervenciones militares de los
visigodos en la península ibérica se habían
realizado en nombre del Imperio.10 Valia, Teodorico I y Teodorico
II combatieron contra vándalos, burgundios o suevos como
federados de Roma, en cumplimiento de obligaciones derivadas de
un foedus varias veces renovado. Teodorico I había enviado
tropas a Hispania en 421 para combatir a los vándalos, y
probó su fidelidad a Roma a costa de su vida guerreando
contra Atila en los Campos Mauriacos. La política
antirromana de su sucesor Turismundo parece haber sido cuanto
menos un pretexto para que sus hermanos Teodorico II y Federico
le asesinaran. En los años que siguen a la muerte de
Valentiniano III, mientras el Imperio de Occidente se disgrega,
el reino visigodo se fortalece y ensancha, pero no rebelado
contra Roma, sino colaborando con el gobierno imperial. Teodorico
II hace proclamar emperador a su amigo Avito. Ricimerio fue en
aquel momento el obstáculo que impidió al rey
visigodo alcanzar en el Imperio el poder de Estilicón o de
Aecio. Para estorbarlo, Ricimerio, que aspiraba a ese poder,
destronó a Avito.

Pero si un rey visigodo había logrado imponer en
el trono imperial a su candidato; si había podido
arrogarse el derecho de intervenir en el nombramiento de
emperadores, en lo sucesivo los monarcas godos aceptarán o
recusarán, según su conveniencia, a los emperadores
proclamados sin su intervención.

Así Teodorico II reconoce al emperador Severo
sólo cuando éste acepta la incorporación de
Narbona al reino visigodo, y Julio Nepote es reconocido por
Eurico a cambio de la cesión de la Auvernia y del
Berry.

Este comercio político se efectúa sin que
el reino visigodo se enfrente con el Imperio. Lo que se discute
nunca es la relación jurídica entre Imperio romano
y Estado visigodo, sino la legitimidad de un emperador. Cuando
Eurico se opone al emperador de turno, siempre tiene aliados
romanos, lo que da a sus conflictos con Roma el carácter
de un problema político interno, o de guerra civil en los
casos más graves.

Pero los cambios de emperador -y por tanto, las
relaciones del monarca visigodo con tan fugaces soberanos- se
suceden aceleradamente, y por eso la evolución del reino
visigodo hacia la soberanía se precipita. Cuando Odoacro
se proclamó rex gentium, Eurico, que no había
reconocido a Rómulo Augústulo, y que seguía
considerando a Nepote como emperador legítimo,
ocupó la Provenza, disputada a los borgoñones, y
autorizó en 477 la reunión en Arles de la Asamblea
provincial de la Galia,11 que tomó la decisión de
enviar una embajada al emperador de Constantinopla Zenón,
pidiéndole el restablecimiento de Nepote como emperador de
Occidente. La muerte de Julio Nepote proporcionó a Eurico
la soberanía de los territorios que el visigodo
había ocupado en nombre de aquel, puesto que el emperador
Zenón no los reclamó nunca.

Todas las regiones que constituían el reino de
Eurico, excepto Provenza, habían sido cedidas a los
visigodos por un emperador romano: la Aquitania había sido
asignada a Valía por Honorio; la Narbonense, por Severo a
Teodorico II; la Auvernia (y acaso Hispania, según supone
Abadal) por Nepote a Eurico. Y al extinguirse el Imperio romano
occidental, el reino visigodo quedó desvinculado del pacto
de 418, y convertido, por el desarrollo de los acontecimientos y
no por la violencia, en un Estado independiente.

La penetración visigoda en Hispania durante el
reinado de Eurico

La conquista de la Tarraconense es la única
iniciativa agresiva de Eurico que no encaja en el proceso que se
acaba de analizar. La Tarraconense era la sola provincia
hispánica que ni suevos ni vándalos habían
ocupado nunca. La bagauda tarraconense había sido
combatida y sofocada por el Imperio unas veces con auxiliares
suevos, con tropas visigodas o romanas otras, pero aun en las
más graves situaciones Roma encontró recursos para
conservar esta provincia.

La guerra entre suevos y visigodos continuaba, y las
tropas de Eurico habían ocupado Mérida en 468. Para
mantenerse en la Lusitania, los visigodos necesitaban dominar la
gran calzada romana que, desde Mérida, llegaba a Zaragoza
a través de Toledo, Guadalajara, Segovia y Calatayud, y
desde Zaragoza seguía a los Pirineos, ya por Jaca, ya por
Pamplona. La conquista de la Tarraconense fue, pues, una
exigencia derivada de la posesión de
Lusitania.12

Las noticias sobre la campaña visigoda en la
Tarraconense escasas y contradictorias. Ramón de Abadal13
sugiere la hipótesis de dos expediciones diferentes, una
dirigida por el general godo Gauderico, que penetró por
Pamplona, conquistó Zaragoza y ocupó sin
resistencia la región central del valle del Ebro,14 y otra
simultánea, con tropas mandadas por el visigodo Hidefredo
y el dux de las Hispanias, el general romano Vincencio, que
avanzó por la costa mediterránea y conquistó
Tarragona después de vencer la larga resistencia de la
nobleza hispanorromana.

Como en Auvernia, la nobleza no se sometió sin
lucha, concentrando la defensa en las capitales de las
provincias, Clermont y Tarragona. En ambas conquistas, observa
Abadal, Eurico envió generales romanos para dirigir la
ocupación. Si las dos campañas estaban concebidas
en el marco de un plan de expansión territorial, es
posible que fueran realizadas a la vez, entre los años 470
y 475.

Así, cuando desaparece el Imperio de Occidente,
los dominios visigodos en Hispania abarcaban Extremadura, parte
de Portugal, la meseta del Duero, Navarra, Aragón y
Cataluña. Barcelona y Tarragona al Norte y Mérida
al Sur, eran las principales bases de esta expansión
territorial. Se ignora si Eurico poseía ya Tortosa y si
los visigodos se extendieron en esos años por el litoral
valenciano y cartaginés. Probablemente la ocupación
total de la Hispania no dominada por los suevos no fue el
resultado de una sola campaña, sino de un lento proceso de
penetración, y también de poblamiento, que no
finalizó hasta que los visigodos fueron expulsados de la
Galia a comienzos del siglo VI.

Las emigraciones visigodas en
Hispania15

¿Cuándo comenzó la
emigración visigoda de la Galia a la península
hispánica? Desde mediados del siglo V las tropas visigodas
combatían a los suevos en la Tierra de Campos (comarca que
fue llamada en la Edad Media Campi Gothorum, campo de los godos),
que era la tierra de nadie entre los dominios suevos e
imperiales, con alternativas de guerra y de paz, pero sin que los
visigodos abandonaran sus guarniciones, que se hicieron
permanentes. Ya no se movieron de ellas. Eurico les
encomendó la conquista de Mérida, y probablemente
participaron en la expedición que sometió la
Tarraconense, pero regresaron a sus bases. Acabaron por
establecerse allí con sus familias. Así
surgió una corriente emigratoria desde Aquitania hacia la
altiplanicie castellana, a través de la ruta de
Roncesvalles, que ya no cesó hasta el asentamiento
definitivo de los visigodos en Hispania.

Los hallazgos arqueológicos confirman esta
hipótesis. Los visigodos no ocuparon toda la
península. Los invasores eran pocos.16 Poblaron
únicamente una parte de Castilla la Vieja que tiene su
centro en la provincia de Segovia, abarcando territorios de las
provincias de Burgos, Soria, Guadalajara, Toledo, Madrid, Avila,
Valladolid y Palencia. Allí recibieron tierras por el
sistema habitual de la hospitalitas.

Esta exigua población goda no alteró la
estructura social y eco. nómica de la región.
Ocasionó el parcelamiento de algunos latifundios, pero no
modificó el régimen tradicional de
explotación del agro.

Las humildes familias de campesinos y soldados godos17
no se mezclaron con la población hispanorrornana, pero
fueron absorbidas por su cultura. Abandonaron su idioma, sus
costumbres y su indumentaria, adoptando las de los habitantes del
país. Tres siglos más tarde los poblados godos
desaparecieron sin dejar ni la huella de sus nombres (los
arqueólogos han encontrado necrópolis visigodas,
mas no poblados), cuando en la iniciación de la
Reconquista se despobló la meseta del Duero. Sus
habitantes, ya completamente romanizados, se establecieron en
Galicia y en el Portugal septentrional, como lo acreditan
numerosos topónimos godos de aquellos territorios: Gotos,
Godo, Gude, Godin, Gutino, Godinhos, Valgoda, Aldegoda.18 Puede
asegurarse que nada o muy poco aportaron al acervo de lo
hispánico.

Paralelamente a esta emigración popular,
circunscrita -conviene repetirlo- a la altiplanicie castellana,
la aristocracia goda fue estableciéndose en Hispania a
medida que los reyes visigodos extendían su
soberanía sobre la península. Esta
emigración se inició en tiempos de Eurico,
completándose cuando los francos obligaron a los visigodos
a abandonar la Galia. La nobleza visigoda formó
superestructura militar que sustituyó progresivamente a
las autoridades civiles romanas y ejerció, en nombre del
monarca godo, el poder político, administrativo y
judicial.

Las gentes Gothorum, el pueblo de los godos,
estaba constituido por doscientas o trescientas familias nobles,
que habían jurado personalmente fidelidad al rey, unidas
entre sí por el vínculo nacional. Eran los
seniores, oficiales de la casa del rey y miembros del
Aula Regia, o encargados por el monarca del gobierno de
las provincias: los duques gobernadores de provincia; los condes
de las ciudades; los tiufados, jefes militares; los vicarios,
encargados de regir las circunscripciones rurales; los
numerarios, que dirigían la recaudación de
impuestos. Los seniores reciben de sus reyes fincas
rústicas en recompensa de sus servicios, y se convierten
en propietarios de grandes latifundios.19 En un plano inferior de
nobleza, unidos también al monarca por lazos de fidelidad
personal, los gardingos constituyen la base del ejército y
el más firme soporte del poder real. Seniores y gardingos
forman la clase dominante, los goti, que los documentos
diferencian de los romani, la población
hispanorrornana. La fusión de godos y romanos, autorizada
desde el siglo VI por una ley de Leovigildo, estaba apenas
iniciada cuando los musulmanes derribaron el Estado visigodo. La
aristocracia goda ofreció la resistencia a la unión
con otro grupo social que es peculiar de toda oligarquía.
Si la nobleza hispanorromana llegó a participar en el
poder fue sólo a través de la Iglesia.

El predominio del latifundismo y la ruralización
de Hispania son desenlaces de un proceso iniciado, como en las
otras provincias del Imperio, en el siglo III. Los visigodos se
limitaron a acelerarlo desde el poder, y a rematarlo para su
aprovechamiento. Más que comenzar una época nueva
(la Edad Media española, como tanto tiempo se ha
creído), la dominación visigoda en España
fue la última y empobrecida fase de la Hispania romana, lo
que Vicens Vives ha llamado «el epigonismo
visigodo».20

El Código de Eurico

Mientras Odoacro procuraba acomodarse en el sistema
-caduco, pero todavía legítimo- de un Imperio
romano unificado, Eurico no sólo se independizaba
políticamente de Roma, sino que acometía la tarea
de sustituir el orden romano por un orden germánico nuevo.
Era la empresa que Ataúlfo había considerado
innecesaria e imposible. Pero en los sesenta años
transcurridos desde Ataúlfo hasta Eurico el prestigio de
la universalidad romana, aunque vigente en muchas conciencias
romanas y bárbaras, empezaba a desmoronarse, sin que por
eso dejara de irradiar sus valores permanentes sobre los pueblos
germánicos. Pero la tradición romana ya no bastaba
para conservar la unidad cultural de la Romania, ni pudo
impedir la germanización de Occidente,
germanización injertada, eso sí, de influencias
romanas.

Antes de que Eurico se desligara jurídicamente
del Imperio21 el reino visigodo era un Estado dentro de otro
Estado (un Estado étnico dentro de un Estado territorial).
Los reyes eran soberanos de su pueblo, pero como jefes militares
al servicio de Roma carecían de autoridad sobre los
ciudadanos romanos. Pero de hecho, si no de derecho, la fuerza
militar goda se fue imponiendo a los inermes súbditos del
Imperio, y los monarcas germánicos se apoderaron paso a
paso de la soberanía territorial de las provincias que
ocupaban. Mas cuando Eurico completó el proceso de
emancipación política, los visigodos siguieron
respetando las leyes, las costumbres y la religión de los
provinciales. El gobierno de los súbditos romanos fue
confiado en el primer momento a nobles romanos, como el conde
Víctor en Auvernia y el duque Vicente en la
Tarraconense.

La convivencia de dos pueblos distintos en un mismo
territorio dio lugar a la implantación en él de dos
legislaciones diferentes, la visigoda y la hispanorromana.22 Los
visigodos, lo mismo que todos los pueblos germánicos, se
rigieron durante la época de establecimiento por un
derecho popular no escrito, formado por usos y costumbres, o
establecido por las asambleas deliberantes, y por un derecho
real, constituido por las disposiciones escritas de sus reyes,
llamadas "edictos" como las romanas. Eurico encargó a una
comisión de juristas -probablemente todos ellos
galorromanos- la redacción de un Código que
compilara el derecho visigodo, destinado a la población
goda (aunque sus prescripciones rigiesen también para los
provinciales en las cuestiones que implicaran relaciones entre
visigodos y romanos).

El Código de Eurico es la primera ley
germánica escrita, y la más importante por su
influjo en las codificaciones de otros pueblos, como los
bávaros y los burgundios. En esta recopilación -que
fue redactada en latín-, el derecho consuetudinario godo
está fuertemente influido por el derecho romano, por el
helenístico y por el canónico. El Código de
Eurico es el puente entre el derecho de la Antigüedad
clásica y el de la Edad Media occidental.

La corte de Burdeos

El Estado organizado por Eurico fue la primera potencia
militar de la segunda mitad del siglo V. Sidonio Apolinar,
adversario vencido, nos describe la protocolaria corte del
monarca godo en Burdeos. El primer ministro de Eurico es un noble
galorromano, León de Narbona, que comparte con Sidonio
Apolinar la afición a la literatura latina y la amistosa
inclinación a los eruditos. La corte del victorioso y
legislador Eurico es el centro del mundo occidental. En Burdeos
halla Sidonio una vida alegre, pintoresca y brillante, animada
por los representantes de los más diversos pueblos:
embajadores del Imperio romano de Oriente y de Persia; emisarios
francos, burgundios, sicambros, ostrogodos, que piden la paz o
solicitan una alianza.

La política religiosa de Eurico

El mismo principio jurídico que hizo posible la
convivencia pacífica de los dos pueblos, fue aplicado por
Eurico a sus súbditos arrianos y católicos. Los
godos arrianos y los provinciales católicos fueron
invitados a la tolerancia religiosa. Las persecuciones contra los
católicos atribuidas a Eurico y a su hijo Alarico II por
algunos historiadores no tienen otro fundamento documental que el
testimonio de Sidonio Apolinar y el destierro de obispos
católicos. Pero, como observa Ramón de Abadal,23
Sidonio se limita a suponer en Eurico actitudes
anticatólicas sin aseverarlas: «Temo que este rey de
los godos -escribe en una carta– enardecido por sus éxitos
militares, no resulte más enemigo aún de las leyes
de los cristianos que de las ciudades romanas, porque,
según se dice, el nombre de católico le horroriza,
y está obsesionado por asegurarse el predominio de su raza
y de su secta.» En otro escrito sigue diciendo de Eurico:
«Detesta el nombre de católico […],da la
impresión de un jefe de secta más bien que de su
pueblo [ … ]. Burdeos, Perigord, Rodez, Limoges, Javols, Eauze,
Bazas, Comminges, Auch y otras ciudades han sido decapitadas de
sus pontífices; a la muerte de éstos no se han
sucedido nuevos obispos para conferir órdenes, los
daños espirituales se han extendido […]. Las
diócesis, las parroquias están desoladas, sin
ministerio. En las iglesias se derrumban los techos, caen las
puertas, los espinos y matorrales cierran las entradas; los
rebaños van allí a reposar y a comer la hierba que
crece en los altares. No sólo quedan desiertas las
parroquias rurales; hasta en las iglesias de las ciudades se
hacen escasas las reuniones.»

Sidonio escribe estas cartas cuando, junto a su
cuñado Ecdicio, está en guerra con Eurico,
defendiendo la capital de Auvernia, Clermont, del acoso godo.
Algunas de sus frases son deliberadamente equívocas. Las
ciudades «decapitadas de sus obispos» son simplemente
obispados no provistos a la muerte de su titular. La
desintegración de la máquina política romana
pudo afectar por breve tiempo a la organización
eclesiástica.

Los obispos desterrados por Eurico lo fueron por motivos
políticos, como el mismo Sidonio, luego repuesto en su
sede de Clermont Ferrand. Las persecuciones contra los obispos
católicos cesaron cuando Eurico completó sus
conquistas, lo que hubiera sido inexplicable si la actitud del
monarca visigodo frente al clero romano hubiera sido adoptada por
razones religiosas. Al desmoronarse la administración
imperial muchos obispos se convirtieron en defensores de las
ciudades, y sustituyeron a las autoridades civiles romanas.24 Los
conflictos de competencia jurídica y fiscal (y no
necesariamente religiosa) entre las autoridades germánicas
y romanas eran inevitables. Pero en cambio (y también como
consecuencia de la misión política que los obispos
se atribuyeron) los monarcas godos recurrieron a la
mediación del clero romano en sus conflictos con Roma.
Teodorico I envió como embajadores a obispos de Aquitania,
entre ellos al de Auch, Oriencio, para proponer la paz a Aecio en
439. Julio Nepote se sirvió como emisarios de los obispos
BasiIio de Aix, Leoncio de Arles, Fausto de Riez y Greco de
Marsella, para concertar en 474 una paz con Eurico que
éste no aceptó, y que gestionó con
éxito al año siguiente el obispo Epifanio de
Pavía.

El sucesor de Eurico, Alarico II, ordenó una
recopilación legislativa que pusiera término a la
confusión originada por la variedad de fuentes
jurídicas romanas. Cuando esta compilación, la
Lex romana visigothorum, la más importante del
derecho romano de Occidente, estuvo terminada, Alarico II
reunió en Aire-sur-l'Adour una asamblea de obispos y de
provinciales elegidos en representación de la
población indígena para que la aprobaran, y
sólo entonces fue promulgada por el rey visigodo.
Todavía el concilio reunido en 506 en Agde, al que
acudieron 34 obispos galos o sus legados, autorizado por Alarico
II, hacía votos por la prosperidad del rey
godo.

Alarico II quiso atraerse a la población
galorromana. Aunque arriano, equiparó a todos sus
súbditos, godos o romanos, arrianos o católicos.
Sólo cuando el clero galorromano apoya la causa del rey
franco Clodoveo, convertido al catolicismo, Alarico II, como
Eurico antes, destierra a algunos obispos galos, Volusiamo de
Tours, Cesáreo de Arles, que pronto retornan a sus
sedes.

Fin del reino visigodo de Tolosa

Eurico murió en Arles, la ciudad que había
sido capital romana de la Galia. Su hijo Alarico II fue elegido
rey. La emigración visigoda a la península
hispánica debió de intensificarse en estos
años, hasta merecer la atención del Cronicón
Cesaraugustano, que en 494 dice: «los godos entraron en
Hispania», y en 497: «recibieron morada dentro de las
Españas», sin precisar los lugares de asentamiento.
Esta emigración popular debió de ser la mayor, pero
no la primera -como ya se dijo- ni la última.
Debilitó la posición en la Galia de los visigodos
en el momento menos oportuno, cuando surgía al otro lado
del Loira una nueva potencia militar, el reino de Clodoveo. Al
ser vencido Siagrio, último representante de la romanidad
en la Galia del Norte, por el monarca franco, el general romano
se refugió en el norte de Tolosa, y Alarico II tuvo la
debilidad de entregarlo a Clodoveo.

Pronto se halló el rey visigodo amenazado por un
peligro doble: la frontera septentrional de su reino, el curso
del Loira, fue atacada por los francos, y la oriental, el valle
del Ródano, por los burgundios. Los esfuerzos del rey
ostrogodo Teodorico el Grande,25 con cuya hija estaba casado
Alarico II, para conservar en la Galia la hegemonía goda o
conservar al menos la paz, fracasaron.

Tours, Saintes y Burdeos fueron ocupadas por los francos
y recobradas por los visigodos. Una precaria paz conseguida por
Teodorico en 502, permitió al reino de Tolosa realizar la
magna obra legislativa de Alarico II, la Lex Romana Visigothorum.
Pero el año 507 Clodoveo, que en estos cinco años
había fortalecido su ejército y su popularidad
entre la población galorromana del sur del Loira, y que
contaba además con la alianza de los burgundios,
invadió los dominios visigodos. Cerca de Poitiers, en
Vouillé, derrotó a Alarico II, quien murió
en el campo de batalla. Los francos tomaron Burdeos y Tolosa,
mientras los burgundios saqueaban Narbona. El ataque franco fue
rápido, enérgico, imprevisto y el aparato
político visigodo se desmoronó.26

Así acabó el reino visigodo de Tolosa.
Hasta que, pasados más de sesenta años, organice
Leovigildo el reino de Toledo, la nobleza visigoda se irá
estableciendo en Hispania como una superestructura militar, y en
esa nobleza se insertarán muchos oficiales ostrogodos,
enviados por Teodorico desde Italia a la Galia Narbonense y a
Hispania para salvar del desastre lo que pudiese ser salvado y el
trono visigodo para su nieto Amalarico. Esos sesenta años
de transición del reino de Tolosa al reino de Toledo han
sido llamados por Abadal el "intermedio visigodo".27

3. El nacimiento de la nación
francesa

A diferencia de vándalos, visigodos y burgundios,
que en sus emigraciones tensaron hasta romperlo el cordón
umbilical que les unía a sus tierras de origen, los
francos nunca perdieron contacto con las tierras
germánicas, y de ellas continuaron recibiendo fuerzas
renovadoras. Por eso quizás se asiste, en la segunda mitad
del siglo V, al espectáculo del desfallecimiento vital de
aquellos tres pueblos, destinados a la desaparición,
mientras el Estado franco surge, tardío pero robusto, y
crece hasta convertirse en el más fuerte reino
bárbaro de Occidente,

Otros factores contribuyeron a su desarrollo ascensional
: su parentesco con los celtas romanizados de la Galia
facilitó la fusión de los francas invasores con la
población indígena, mezcla de pueblos a la que se
resistieron, para su daño, vándalos y visigodos; su
retardada pero oportuna conversión al catolicismo dio a
los francos el apoyo eficacísimo del clero
católico.

Así vino a ser el reino de Clodoveo arquetipo de
un Estado nuevo, que la desaparición del Imperio de
Occidente acaso hacía necesario.

Enardecidos por estos logros, estos francos
embellecieron sus oscuros orígenes con leyendas que les
convertían en descendientes de los troyanos, lo mismo que
Roma, cuya grandeza se creían llamados a
igualar.

El poblamiento franco de la Galia del
Nordeste

En el capítulo anterior 28 hemos dejado a los
francos salios establecidos en la región de Cambrai y de
Tournai como federados del Imperio, y a los ripuarios desalojados
por Aecio de la orilla izquierda del Rin. En un desplazamiento de
norte a sur. los francos iban colonizando lentamente las
despobladas fronteras del Imperio en la región renana. Los
galorromanos habían huido de esta devastada comarca: de
Tréveris, cuatro veces saqueada por los alamanes; de
Colonia, tomada por los ripuarios; {le Maguncia, casi destruida.
A diferencia de godos, vándalos y burgundios, que se
alojaban en países densamente habitados, los francos se
establecieron en regiones prácticamente desiertas. Ni
francos ni alamanes necesitaron acogerse a la hospitalitas
romana, aunque concertaron con el Imperio tratados de
federación. En los valles del Escalda y del Rin
había tierras abandonadas que estos germanos, de
población escasa, tardaron siglos en repoblar.

Por eso el latín deja de ser la lengua de las
provincias de Bélgica y Germania. Ya Sidonio Apolinar, en
una carta dirigida en 475 al conde romano de Tréveris
Arbogasto, nieto del adversario de Teodosio I, comenta este
cambio lingüístico que refleja las mudanzas de
poblamiento. La frontera entre el latín y los idiomas
germánicos (dialectos fráncicos y
alamánicos) avanzó profundamente en la Galia
durante el siglo V. La línea que separa las lenguas
germánicas y románicas -el flamenco y el
valón al norte, el alemán y el francés al
este- señala aproximadamente el límite de las
colonizaciones franca y alamana desde el siglo IV.29 Este
fenómeno lingüístico es desconocido en Italia
(excepto en su extrema frontera septentrional), en Africa y en
España.

El Estado romano de la Galia y los
francos

El continuador de la obra de Aecio en la Galia fue el
magister militum Egidio, que se consagró a la defensa del
país con sus solos recursos. En realidad Egidio fue el
soberano de un Estado romano independiente, en abierta
oposición al gobierno de Roma, dominado entonces por el
patricio Ricimerio. Egidio rechazó del litoral
atlántico a los piratas sajones, y contuvo la
penetración hacia el interior de la Galia de los bretones
establecidos en la península armoricana, que habían
llegado hasta el Berry. En 463 derrotó cerca de Orleans a
los visigodos, que intentaban extender su dominación al
norte del Loira. En esta campaña Egidio contó con
la ayuda de los francos federados que obedecían al rey
Childerico. Muerto el general romano al año siguiente, su
sucesor el conde Paulo dispuso también de la ayuda franca
para rechazar nuevas tentativas de expansión de los
visigodos.

Cuando los piratas sajones, que seguían
pretendiendo la conquista del litoral galo, se apoderaron de
Angers, el conde Paulo murió al intentar recuperarla.
Childerico tomó la ciudad para el sucesor romano de Egidio
y de Paulo, el romano Siagrio (año 470). Los documentos no
vuelven a mencionar a Childerico. Murió el rey franco en
481 o 482, y fue enterrado en un cementerio romano de Tournai. Su
tumba fue descubierta en el siglo XVIII, y en ella aparecieron
sus armas, sus joyas y monedas romanas.

Pero los francos no formaban todavía un Estado
unificado. Childerico -hijo de Meroveo, que ha dado su nombre a
la primera dinastía de reyes francos- no era su
único soberano. En su época había otros
cuatro monarcas, emparentados con Meroveo, que gobernaban
pequeñas confederaciones francas establecidas al norte del
río Somme. Estos grupos ocuparon probablemente Maguncia,
Tréveris, Metz y Toul, antes de la desaparición del
Imperio de Occidente. El límite meridional de la
expansión franca, cuando Clodoveo inicia el gran avance de
su pueblo, era una línea al norte de Soissons,
Verdún y Worms.30 Clodoveo heredó de Childerico tan
sólo la soberanía sobre un pequeño grupo de
francos salios asentados en los alrededores de
Tournai.

La fundación de un Estado franco
independiente

Los jefes francos se habían limitado a repoblar
las regiones fronterizas del Imperio en el curso medio e inferior
del Rin, sin intentar una penetración hacia el sur.
Childerico fue un aliado de los romanos, no un conquistador, y su
nombre ha sido sacado del olvido -como el del faraón
Tut-ankh-Amón- por el descubrimiento de su tumba. Su hijo
Clodoveo, lleno de ambición de poder, hizo una
nación de las desunidas tribus francas, y con una eficaz
argamasa de astucia, oportunismo y fuerza dio a los francos el
dominio de la Galia.

Cuando Clodoveo fue proclamado rey en 481 o 482
tenía 16 años La Galia estaba repartida entre
pequeños reinos francos y alamanes, y los más
dilatados de burgundios y visigodos. Eurico gobernaba
todavía el más fuerte y extenso de estos reinos. El
Imperio de Occidente había desaparecido, pero los
contemporáneos no podían tener conciencia de su
extinción definitiva cuanto más, percibirían
la integración del gobierno de Occidente en el más
lejano pero menos desprestigiado de Constantinopla, En la Galia
del norte se mantenía el poder romano, representado por el
hijo de Egidio, Siagrio, sin ningún contacto con el
Imperio, emparedado entre francos y visigodos, entre el Somme y
el Loira, vigilando a los francos desde su residencia de Soissons
prolongando una resistencia sin esperanza.

Pero el destino de la Galia semejaba estar en manos
visigodas. El Estado que Eurico regía abarcaba casi los
dos tercios de Hispania, más de la mitad de la Galia, y
parecía inminente que el viejo rey, o su joven sucesor
avasallarían a los tenaces suevos, a los nunca temibles
burgundios, a los reyezuelos alamanes y francos y al aislado
Siagrio. Se presagiaba la constitución de un Imperio
visigodo que abarcaría la Galia y España
extendiéndose desde el Mediterráneo y el
Atlántico hasta el Fin. Instalados poco después los
ostrogodos en Italia, el Imperio de Occidente iba a ser
gobernado, según todos los indicios, por los romanizados
soberanos godos.

Victorias de Clodoveo sobre Siagrio y sobre los
alamanes

El año 486 Clodoveo, ayudado por su primo
Ragdacario, rey de Cambrai, atacó al "rey de los
romanos"31 Siagrio, derrotándolo completamente, y
conquistando sin esfuerzo la extensa región, tina tercera
parte de la Galia, situada entre el Somme y el Loira, con las
ciudades de Soissons y París. La población
galorromana se entregó sin resistencia, y los mercenarios
de Siagrio se incorporaron al ejército de los francos. El
derrotado Siagrio, quiso refugiarse en la corte de Tolosa, pero
Alarico II no se atrevió a acogerlo y lo entregó a
Clodoveo. Durante unos años las relaciones entre francos y
visigodos fueron amistosas en apariencia.

En verdad Clodoveo estuvo ocupado durante este tiempo en
combatir a los alamanes, instalados en Alsacia y en el
Palatinado. Los burgundios los habían rechazado de Langres
y de Besançon. Interceptada la penetración hacia el
sur, los alamanes disputaban a los francos ripuarios Maguncia y
Worms. Con un agudo instinto político, Clodoveo
acudió en ayuda de los ripuarios. Diez años
después de su victoria sobre Siagrio, el rey franco
aplastaba a los alamanes en la región de Colonia, en
ZuIpich o Tulpiacum (el Tolbiac de los manuales de historia) y
les obligaba a reconocer su soberanía.

No sabemos cómo se realizó la unión
de las tribus francas.32 ¿Aceptaron los pequeños
reinos salios la autoridad de Clodoveo después de la
derrota de Siagrio? ¿Necesitó Clodoveo hacer
asesinar a los reyezuelos que descendían, como él,
de Meroveo? ¿Se unieron los francos ripuarios al reino de
Clodoveo luego de la victoria común sobre los alamanes, en
496 o 497 o después de su victoria sobre los visigodos, en
508? Ninguna fuente permite pasar de las conjeturas a los
asertos.

La conversión de Clodoveo al
catolicismo

Los triunfos de Clodoveo alarmaron a los reinos
fronterizos de la joven monarquía. El rey ostrogodo
Teodorico procuró atraerse al rey franco al círculo
de los pueblos germánicos arrianos, pidiéndole la
mano de su hermana. Solicitaciones no menos lisonjeras
recibió Clodoveo del lado católico. En una
situación histórica que constituía una grave
preocupación para la Iglesia, por el alarmante desarrollo
de los Estados germánicos de confesión arriana
-visigodos, ostrogodos, burgundios, vándalos-, el
paganismo de Clodoveo era para el rey franco una posición
privilegiada: podía escoger, y existen motivos para
suponer que su elección no estuvo en desacuerdo con su
ambición política.33

Según Gregorio de Tours, Clodoveo habría
decidido hacerse cristiano católico si conseguía la
victoria, en un momento difícil de su batalla contra los
aIamanes. El cronista parece influido por el recuerdo de la
batalla del puente Milvio y de la conversión de
Constantino, al relatar un hecho que, en la opinión del
clero del siglo VI, no había sido menos providencial para
el destino de la Iglesia. Pero los otros dos únicos
testimonios de la época que mencionan el bautismo de
Clodoveo (la carta que dirige el obispo de Vienne san Avito al
rey franco, felicitándole por su decisión, y otra
misiva escrita a una nieta de Clodoveo por el obispo de
Tréveris Nizario, casi contemporánea de la Historia
de los francos de Gregorio de Tours) no relacionan la
conversión con el triunfo sobre los alamanes. Los motivos
que llevaron a Clodoveo a la fe católica no se
sabrán nunca. ¿Influencia de su esposa
católica, la princesa burgundia Clotilde? La reina
había hecho bautizar a sus hijos, sin que Clodoveo se
opusiese. ¿La amistad del rey con el obispo Remigio de
Reims? ¿La peregrinación de Clodoveo a la tumba de
san Martín de Tours, en territorio visigodo y los milagros
acaecidos allí, según Nizario de Tréveris?
El silencio de Gregorio de Tours sobre estos hechos es demasiado
significativo. ¿El agudo instinto político de
Clodoveo, que le descubría las posibilidades inagotables
que el apoyo de la Iglesia abría a sus proyectos? Todo
pudo contribuir a la decisión del rey franco: la esposa,
el obispo Remigio, la consideración de las ventajas
políticas que la ayuda de la Iglesia
prometía.

Clodoveo fue bautizado en Reims por Remigio el
día de Navidad de un año difícil de
determinar, 497, 498 o 499, según Lot: 506 en
opinión de Van der Vyver.34 La conversión del rey
franco arrastró la de su pueblo. Con Clodoveo se
bautizaron 3.000 soldados francos.

Clodoveo era el único monarca católico de
Occidente en aquellos últimos años del siglo V. La
Iglesia católica recibió con alborozo esta
victoria, laboriosamente preparada por los obispos galorromanos,
y puso sus esperanzas en el nuevo Constantino. La carta dirigida
a Clodoveo después de su bautismo por el metropolitano de
Vienne san Avito, amigo hasta aquel momento del rey arriano de
los burgundios Gondebaldo, invita al rey de los francos a llevar
«la semilla de la fe» a «aquellos pueblos que
aún se encuentran en la ignorancia natural, y no han sido
corrompidos todavía por el germen de dogmas
equivocados». Y añade: «Tu adhesión a
la fe es nuestra victoria, Ninguna consideración ni
disgusto debe disuadirle de añadir nuevas tierras a la fe.
» Al identificar la soberanía de les francos con el
reino de la fe, Avito se anticipa al futuro y parecía
prever la época en que la monarquía franca
sería la hija primogénita de la Iglesia.

No sólo los galorromanos de su reino, sino los de
las regiones de la Galia ocupadas por visigodos y burgundios,
acogieron el bautismo de Clodoveo con esperanzada alegría.
Los reyes burgundio y visigodo tuvieron conciencia de que
tenían que enfrentarse con una amenaza mucho más
compleja que la de los guerreros. En vano trataron de desvanecer
este peligro con una política de amistad hacia la
población galorromana. De nada sirvió a los
burgundios la conversión al catolicismo del heredero del
trono, Segismundo, ni a los visigodos la promulgación de
la Lex Romana Visigothorum. La «quinta columna»
galorromana, dirigida con hábil prudencia por el clero
católico iba a actuar con sólida eficacia al
producirse la acometida de los francos; aunque muchos
galorromanos súbditos de Alarico II pensaron que era
preferible el gobierno de un príncipe arriano romanizado y
promulgador de leyes romanas al de un rey católico, pero
bárbaro, feroz y brutal, cuya naturaleza no había
sido modificada por el bautismo.

La conquista de la Galia visigoda

Antes de atacar a los visigodos, Clodoveo
emprendió una expedición que aparentemente
presentaba menos dificultades: la sumisión del reino
burgundio. Sirviéndose de la rivalidad entre dos de sus
reyes, Godegiselo -que había sido tutor de la reina
Clotilde- Gondebaldo, el rey de los francos invadió el
país borgoñón so capa de ayudar a Gegiselo.
Clodoveo sitió a Gondebaldo en Aviñón, pero
no pudo tomar la ciudad, y cambió sus planes. Los
burgundios podían ser más aprovechables como
aliados que como adversarios sometidos para la gran empresa de su
reinado, la conquista de la Galia visigoda.

Para esta campaña Clodoveo debió de
asegurarse la obediencia de las tribus de los francos salios, si
es que no estaban sometidas aún. Contaba también
con la colaboración de los francos ripuarios. El emperador
de Oriente Anastasio, deseoso de debilitar el peligroso
poderío de ostrogodos y visigodos, alentaba secretamente
la ambición de Clodoveo. Tal vez fue Anastasio quien
apremió a los burgundios para que aceptaran una alianza
con el rey franco, a pesar de la guerra que Gondebaldo y Clodoveo
acababan de sostener.

En Vouillé el rey visigodo perdió, como se
dijo anteriormente, la batalla y la vida.35 Clodoveo ocupó
la mayor parte del Estado visigodo, pero no pudo alcanzar el
Mediterráneo. Los burgundios no consiguieron tampoco
mantenerse en la Septimania, ni conquistar Arles. Los esfuerzos
diplomáticos de Teodorico no habían evitado la
guerra, pero sus ejércitos salvaron al Estado visigodo del
aniquilamiento. Las tropas ostrogodas obligaron a las burgundias
a levantar el sitio de Arles, y luego recuperaron la Septimania,
asegurando la comunicación territorial de la Italia
ostrogoda con la España visigoda.

Clodoveo no completó la conquista de la antigua
Galia, que fue terminada por sus hijos, con la anexión de
Borgoña y Provenza.36

París, residencia real

El reconocimiento oficial del nuevo Estado franco
aconteció en Tours, al regreso de la victoriosa
campaña contra el reino visigodo. Clodoveo recibió
del emperador de Constantinopla el consulado honorario.
Según el lacónico relato de Gregorio de Tours, en
la basílica de San Martín el rey franco se
revistió con el atuendo real, la túnica de
púrpura y la diadema, y recorrió la ciudad
arrojando al pueblo monedas de oro y de plata, como los
emperadores de Oriente en la ceremonia de su coronación,
mientras era llamado Augusto por la población. Si esta
noticia no es una leyenda más de las recogidas por
Gregorio en su Historia, tampoco tuvo ninguna
significación política. Es probable que la
población galorromana o el clero de Tours quisieran, con
esta teatral adulación, asegurarse la benevolencia del
vencedor. La concesión del consulado honorario al rey de
los francos era una práctica diplomática, sin otro
alcance que el de testimoniar la amistosa relación del
Imperio de Oriente y la monarquía franca. Si la corte de
Constantinopla pretendía convertir a Clodoveo en un
«federado» o en súbdito del Imperio, el rey de
los francos aceptó las tablillas consulares como se recibe
una condecoración extranjera, y ni él ni sus
descendientes reconocieron nunca la soberanía del Imperio
romano.

Las ricas ciudades de la Galia que acababa de incorporar
a su reino -Burdeos, Tolosa, Tours- no ejercieron sobre Clodoveo
ninguna atracción. Eligió como residencia real la
pequeña ciudad situada en una isla del Sena, que
había cautivado en otro tiempo al emperador Juliano.
París era el centro geográfico de una región
que se extiende desde el Loira hasta el Rin, en la que el
poderío franco se había establecido
sólidamente. Allí murió Clodoveo el
año 511, meses después de recibir en el concilio de
Orleans el agradecido homenaje de 32 obispos.

El Estado franco, nueva «fuerza
histórica»

La elección de París, donde la
población galorromana se conservaba casi intacta, como
capital de la monarquía es significativa del
carácter político del nuevo Estado. El reino de los
francos no fue, como el de los anglosajones, el resultado de la
sustitución de un pueblo por otro de lengua y cultura
diferentes. Ni el fruto de la conquista de un país por un
ejército que somete a los vencidos hasta esclavizarlos,
como hicieron los vándalos en Africa y los lombardos en
Italia desde el siglo VI. El Estado franco fue distinto
también al visigodo, al ostrogodo o al burgundio, que
pasaron lentamente del pacto federal a la plena soberanía,
a medida que la Administración romana se iba
desmoronando.

El reino de Clodoveo se constituyó sobre
fundamentos diversos. El Imperio de Occidente no existía
ya cuando el rey merovingio subió al trono, El foedus de
su padre y otros reyes salios con Roma, limitado además a
la provincia de Bélgica, había sido una etapa
demasiado breve para crear entre francos y romanos las especiales
relaciones que se derivaron del régimen de la hospitalitas
y del acantonamiento de soldados bárbaros en otras
provincias. Desaparecido el gobierno de Occidente, el Imperio de
Constantinopla no intentó nunca la reconquista de la
Galia, y la libertad de acción de Clodoveo y de sus
sucesores fue completa.

Las relaciones entre los dos pueblos se establecieron
sobre bases de igualdad?37 Los campesinos galorromanos no fueron
despojados de sus tierras. y se vieron favorecidos por la
moderación de la presión fiscal merovingia, menos
implacable que la imperial. Los pequeños labradores
agrupados en aldeas y caseríos conservaron su
independencia frente a los grandes latifundios; los
descubrimientos arqueológicos han probado la pervivencia
de estas aldeas en comarcas pobladas por labradores francos. Sin
embargo, el régimen latifundista, generalizado en la Galia
en tiempos del Bajo Imperio, siguió caracterizando la
estructura socioeconómica del reino merovingio. Bastaron
dos generaciones para la fusión de la nobleza senatorial
galorromana con la aristocracia guerrera de los francos, la cual
verificó, en poco más de un siglo, una acelerada
transición del sistema de propiedad tribal al de propiedad
familiar y privada, y de éste al régimen del
latifundio señorial.

Aunque, como todos los germanos, los francos
preferían la vida rural, las ciudades galorromanas
conservaron la menguada actividad industrial que las invasiones y
las guerras sociales habían respetado. Los talleres
continuaron produciendo objetos de bronce, de vidrio, de
cerámica, en los que las influencias del arte
germánico señalan la nueva clientela a la que estos
utensilios iban destinados.

El contacto ininterrumpido del pueblo franco con los
territorios germánicos de los que procedían,
facilitó un tráfico de mercaderías que
restauraba el antiguo comercio de la Rorna imperial con los
países de la otra orilla del Rin y del Danubio.

El Estado franco favoreció la unión de los
dos pueblos: desde el primer momento fueron autorizados los
matrimonios entre germanos y romanos, y éstos quedaron
incorporados al ejército. El derecho personal fue muy
pronto sustituido por el territorial en los procedimientos
judiciales, que se rigieron para vencedores y vencidos por la ley
sálica, cuya primera redacción corresponde
probablemente al reinado de Clodoveo, y que a diferencia del
Código de Eurico, es una recopilación de Derecho
germánico, sin influencias romanas ni cristianas. Esta
territorialidad de la ley germánica demostraba sin duda el
ascendiente del pueblo vencedor, pero contribuyó -como los
matrimonios mixtos y el derecho de los galorromanos a llevar
armas- a la fraternización de los invasores con la
población indígena.

4. Los anglos y sajones en las islas
británicas

La Antigüedad consideró a la gran
Bretaña como un territorio extra orbem, fuera del
orbe romano rodeado por el océano. Sólo un siglo
después de la expedición de julio César a la
isla, el Imperio romano emprendió la conquista de
Britania, aunque renunciando a la posesión de su parte
septentrional, la inhospitalaria región de los Highlands
llamada Caledonia -la Escocia actual-, habitada por los pictos,
salvajes indomables de origen celta." El límite de la
ocupación romana quedó determinado por el muro de
Adriano, línea fortificada de unos 120 kilómetros
que atravesaba de este a oeste la isla, desde la desembocadura
del Tyne en Newcastle hasta el golfo de Solway, en el mar de
Irlanda. Luego se construyó el muro de Antonino,
más al norte, en el istmo de 60 kilómetros que se
extiende desde el Forth al Clyde. El muro de Antonino
defendía la Caledonia meridional, pero fue abandonado
pronto por su escaso valor militar

Tres legiones acuarteladas en Eburucum (York), Deva
(Chester) y Venta Silurum (Caergent, en Monmouthire)
contribuyeron a la romanización de Britania. Se
construyó una perfecta red de caminos, y algunas ciudades
recibieron el estatuto de colonia romana: Lindum (Lincoln),
Glevum (Gloucester), Eburucum (York). En la campiña se
erigieron «villas» suntuosas, núcleos de
grandes fundos señoriales, como los de las otras
provincias del Imperio. las minas fueron explotadas
metódicamente, y la agricultura
prosperó.

Pero la romanización de Britania fue menos
intensa que la de otras provincias, El latín fue el idioma
de las ciudades, pero -a diferencia de la Galia, Hispania o
Africa- el país no dio a la civilización romana ni
un solo escritor latino. La población rural siguió
hablando el bretón, uno de los dialectos
celtas.

Las emigraciones marítimas

Menos conocidas que las invasiones terrestres, las
emigraciones marítimas de los germanos de Escandinavia y
del litoral alemán convergen desde el siglo III con las de
los escotos irlandeses sobre la gran Bretaña. Puros actos
de piratería en los primeros intentos, estas migraciones
se transformaron, como las terrestres, en expediciones de
colonización. Su intensidad progresiva
rebasó

en el siglo V la conquista de Britania,
extendiéndose por todo el litoral del mar del Norte y del
océano Atlántico, hasta las costas de Aquitania y
de Galicia.

Los iniciadores de estas correrías
marítimas fueron los hérulos. Desde las riberas
bálticas de Dinamarca o del sur de Suecia, mientras unas
de sus tribus se mezclaban con otros pueblos que se desplazaron,
a través de Alemania, hacia el valle del Danubio, otras
tomaron el camino del mar, dirigiéndose al Oeste. En los
últimos años del siglo III fueron rechazados los
hérulos de la Galia. Aparecen de nueva a mediados del
siglo V como piratas de las costas de Aquitania y de la
Bética. El poderío de los francos los alejó
del litoral atlántico de la Galia, y hasta el siglo VI no
vuelven a tenerse noticias de sus navegaciones,

El segundo movimiento migratorio marítimo, el de
los sajones, los anglos y los jutos, más vasto y denso que
el de los hérulos, derivó de la piratería a
la colonización. No se sabe con certeza el origen de estos
pueblos. Verosímilmente todos arrancan del litoral
alemán del mar del Norte. Pero su parentesco, sus
contactos y sus movimientos migratorios presentan a los
historiadores problemas que no han sido resueltos. Los anglos
provienen de Angel, en el Schlewig oriental, y al parecer
abandonaron esta región y el continente europeo en un solo
bloque. Los sajones -mencionados en el siglo II por Tolomeo como
Pobladores del Holstein constituían el grupo más
importante y el más afín
lingüísticamente de los anglos. En el siglo III
vivían en la Baja Sajonia en la costa que desde la
desembocadura del Weser se extiende hasta la península de
Jutlandia. Sus navegaciones no se limitaron a Bretaña: en
sus pequeños y toscos navíos de quilla corta y sin
mástil recorrieron el litoral del mar del Norte, del canal
de la Mancha y del Atlántico, intentado sin fortuna
establecerse en la casta holandesa, en Boulogne, en la
desembocadura del Sena y en la Gironda. Otras tribus sajonas
ocuparon en el siglo VII Westfalia, Hesse y Turingia en la
Alemania continental, hasta que fueron contenidos y sometidos por
Carlomagno.

De los jutos, a quien Beda atribuye la
colonización de Kent, de la isla de Wight y de una parte
del Hampshire, sabernos menos todavía, pues es probable
que no estén relacionados con el pueblo del mismo nombre
que habitaba Jutlandia. De la intervención de los frisones
en la conquista de Britania no existe otro testimonio que el del
historiador griego del siglo VI Procopio.

Los comienzos de la conquista

La ocupación de Britania por los anglos y sajones
fue un proceso lento, desprovisto de acontecimientos
espectaculares, como los que las invasiones terrestres produjeron
en el continente.

Las primeras incursiones se remontan al siglo II, y
deben localizarse en la desembocadura del Támesis y en el
Wash, donde los arqueólogos han encontrado muchos tesoros
monetarios, que eran enterrados para protegerlos de los piratas.
En el siglo IV los romanos levantaron una fortificación
costera, el litus saxonicum, que protegía el litoral
más amenazado, desde el Wash hasta la isla de
Wight.

Roma reclutó, para guarnecer este Untes
marítimo, mercenarios francos, alamanes, incluso
sajones.39 Todavía después de la muerte de Teodosio
I, el patricio Estilicón reforzó el litus
saxonicum.

Desde la crisis del siglo ni el ejército de
Britania contribuyó a la disgregación
política del Imperio con la frecuente proclamación
de un antiemperador. El aislamiento de la provincia incitaba a
los generales romanos a la aventura de la guerra civil. La
insubordinación tuvo consecuencias más graves
cuando, a comienzos del siglo V, uno de estos usurpadores, el
general Flavio Constantino- proclamado con el nombre de
Constantino III por sus soldados- se llevó a la Galia las
dos legiones romanas que quedaban en Britania 40 para combatir a
los vándalos, alanos y suevos que en 406 habían
atravesado el Rin.

Las consecuencias directas del abandono de
Bretaña por el ejército romano ya fueron relatadas
en el capítulo anterior.41 La repercusión en la
isla de la decadencia romana había producido, como en
todas las provincias del Imperio, la declinación de la
vida urbana, el autárquico alejamiento de los fondos
señoriales, la paralización del comercio. El muro
de Adriano ya no servía para contener a los pictos de
Caledonia, que saquearon las ciudades bretonas como los germanos
continentales pillaban las civitates galas, hispanas o
panónicas. Los escotos irlandeses se habían
adueñado del mar de Irlanda y devastaban las costas del
País de Gales y Cornualles.42 La situación era
favorable para que las piraterías sajonas se convirtieran
en operaciones de conquista territorial.

Sin duda la aristocracia bretona romanizada
intentó sustituir la Administración imperial por
una estructura política autónoma, sobre la base de
una federación de ciudades. Pero carecía de la
cohesión y de la fuerza militar que la lucha contra pictos
y escotos, contra anglos y sajones, requería. San
Germán de Auxerre, que antes de ser obispo habla ejercido
magistraturas civiles -como san Ambrosio de Milán-, entre
otras el gobierno de una provincia galorromana, en una de sus
visitas a Britania para combatir la herejía pelagiana,
pudo contribuir a la organización militar de los
romanobretones que derrotaron a una coalición de sajones y
pictos, cerca de Verulamium (Saint-Albans, al noroeste de
Londres) el día de Pascua de 429.43 Quince años
después, la federación de las ciudades había
sido suplantada por los tyranii, jefes tribales
bretones, como el casi legendario Vortigern. Una crónica
del siglo VI dice que los nobles romanobretones pidieron ayuda a
Aecio contra estos tyranii, pero el patricio romano no
podía distraer, según sabemos, ni un solo soldado
de la defensa de las Galias.

En sus esfuerzos por dominar el país, Vortigern
debió recurrir a los sajones,44 Rechazados del valle
inferior del Rin y de la región de Bassin por los francos,
los sajones acumularon en Britania fuerzas suficientes para
independizarse de Vortigern e iniciar por cuenta propia la
conquista del territorio britano. A los sajones se unieron
entonces grupos anglos, jutos y tal vez frisones. Las bases de
desembarco fueron los estuarios del Támesis y del Humber y
el Wash.

La penetración fue consolidándose con
lentitud. El refuerzo de una migración mayor, llegada
hacia el año 500, dio a los sajones y anglos el dominio de
la costa oriental de Bretaña, desde York hasta Kent, con
una profunda penetración en el valle del Támesis,
al occidente de Londres,

En todas las comarcas ocupadas por los conquistadores
las hue. llas de la población bretona se desvanecieron.
¿Fueron aniquilados los romanobretones por el invasor? Los
relatos abundan en acciones violentas, pero no de exterminio.
¿Se retiraron todos los bretones a la región
occidental de la isla? La arqueología no ha encontrado
rastros, ni en el País de Gales ni en Cornualles, de las
aglomeraciones que allí se hubieran producido. La
explicación más verosímil de que la lengua y
la cultura bretona desapareciesen del centro y de la
región oriental del país sin dejar más que
alguna huella toponímica, es por una parte, la
emigración popular a la península armoricana,
mencionada ya,45 y de otra, la completa asimilación por
los anglosajones de los bretones que permanecieron en la mitad
oriental de Britania.46

La hegemonía anglosajona no se afianzó en
el país hasta mediados del siglo VIII.

La colonización anglosajona

Los recién llegados se apoderaron de las tierras
cultivables (abandonando los pastizales a los indígenas,
más ganaderos que agricultores) y se agruparon en
pequeñas aldeas parecidas a las de la Baja Sajonia de la
que eran oriundos, por sus casas rectangulares de madera,
alineadas en calles.

Lo que distingue la invasión anglosajona de la
mayoría de las germánicas, más que su
carácter marítimo, es la carencia de reyes y jefes
militares famosos, de batallas relatadas en las crónicas,
de esas acciones -gloriosas o abominables- a cuya
narración nos tienen habituados los libros de historia. La
inmigración de sajonas y anglos se ofrece a nuestra mirada
como una empresa gris de masas silenciosas que abandonan las
aventuras del mar y las embriagueces atolondradas de los saqueos
por la humilde posesión de una tierra que era necesario
labrar con el esfuerzo paciente, oscuro y perseverante de los
campesinos.

La clase dirigente no surgió hasta después
de la ocupación del país, evolucionando hacia la
constitución de más de doce pequeños reinos,
anglos o sajones.

Faltos los inmigrantes de un pasado heroico, sus relatos
épicos se inspiraron en hazañas de otros pueblos
afines. Los personajes legendarios del Beowulf, el
más antiguo poema inglés, son suecos y daneses, y
la acción del cantar transcurre en el continente, en
países con los que los anglosajones se sentían
vinculados.

Desaparecida del territorio dominado por los invasores
la nobleza romanobretona, dejó de hablarse en él el
latín. El idioma bretón quedó también
arrinconado en el oeste de la isla. El inglés, que con
variaciones dialectales hablaban anglos y sajones, fue
expresión de la homogeneidad de una cultura que
conservó, con el idioma, su derecho consuetudinario, sus
rudimentarias técnicas, la fe en sus antiguos dioses. A
esta cultura popular y pagana se superpuso, a partir del siglo
VIII, una civilización elaborada por el clero
católico.

La cristianización del
país

La Britania romana había sido una de las
provincias menos cristianizadas del Imperio. Hallazgos
arqueológicos, inscripciones y los testimonios de
Tertuliano y Orígenes prueban que el mensaje cristiano
había llegado a la isla, quizás desde el siglo II.
Al concilio de Arles de 31447 asistieron tres obispos
romanobretones. Pero los cristianos eran pocos. Hasta el abandono
de Britania por las legiones romanas habían predominado
los cultos de los dioses romanos y de las divinidades
celtas.

En el siglo V un monje de origen bretón o
irlandés llamado Pelagio propagó una doctrina que
negaba el pecado original; la culpa de Adán sólo
afectó a Adán mismo; por tanto, el hombre
podía conseguir su propia salvación por una
decisión de su voluntad.48 En un viaje al Oriente Pelagio
pudo reunir un grupo de partidarios moderados de su
teología, que fueron llamados
«semipelagianos». Atacado por san Agustín y
condenado por el papa Zósimo, Pelagio fue desterrado por
el emperador Honorio, mas el pelagianismo se extendió por
la Galia y Britania. El papa Celestino encargó al obispo
de Auxerre san Germán que se trasladara a la isla para
combatir la herejía.

La obra de PeIagio fue efímera, y se ha
mencionado aquí no por su importancia histórica,
sino porque revela la actividad vigilante de la Iglesia romana en
la defensa de la doctrina ortodoxa, y el poderoso despliegue de
la organización eclesiástica, que en este caso se
proyectaba sobre un país desamparado por el Imperio. La
Iglesia en cambio reforzaba su misión en él, y se
aprestaba a ocupar el vacío dejado por el ejército
romano y por la Administración imperial. Como dice J.
Vogt, «lo que perdió el Imperio romano lo
reparó la Iglesia romana»,49

La organización eclesiástica quedó
desarticulada en las regiones ocupadas por los paganos
inmigrantes germánicos, pero se mantuvo en el País
de Gales, desde donde estableció sólidas relaciones
con la joven Iglesia irlandesa. Tampoco en la bárbara
Irlanda habían prosperado las comunidades cristianas antes
del segundo tercio del siglo V. La primera noticia documentada de
la historia del cristianismo irlandés data del año
431, fecha de una misión encomendada por el papa Celestino
al obispo Palladio de la que nada se conoce sino su existencia.
Por aquellos años iniciaba san Patricio la
evangelización de Irlanda.

Patricio había nacido en la Britania romana, en
el seno de una familia cristiana -su padre era diácono-
Fue raptado por piratas irlandeses y padeció durante seis
años cautiverio. La fe recobrada le alentó, y pudo
escapar de la esclavitud. Después de un intervalo en la
Galia dedicado al estudio, regresó a su país para
recibir la ordenación sacerdotal. Consagró el resto
de su vida a la conversión de los irlandeses.

La Iglesia irlandesa

En ese mismo siglo V, tan crítico para el
cristianismo británico, la iglesia céltica de
Irlanda, por la actividad misionera y fundadora de san Patricio,
llegó a ser un espléndido foco de fe cristiana y de
cultura latinohelenística, al que el historiador
inglés Toynbee ha llamado retóricamente
«embrión de una abortada civilización
cristiana del Lejano Occidente».50

La organización eclesiástica imperial,
fundamentada en la vida urbana, era inaplicable en un país
sin ciudades como Irlanda. Los monasterios sirvieron de base a la
constitución de la iglesia céltica, y la conciencia
de que su misión sustituía la de las inexistentes
ciudades regidas por un obispo, es sin duda la causa de que los
monasterios irlandeses fuesen llamados civitates. Lo mismo que
las ciudades romanas, estos monasterios tenían su obispo,
pero en muchos de ellos el obispo vivía bajo la autoridad
del abad.51 En estos casos el abad dirigía la
administración y gobernaba la comunidad, y el obispo se
dedicaba a la devoción y al estudio.52, Estos
pequeños monasterios, verdaderas células
cristianas, se confederaban en grupos -llamados familias por los
irlandeses- regidos por el abad de una fundación
monástica más antigua. No hubo cantón
irlandés sin su familia de monasterios. Una de estas
"familias de ermitaños" inició la
colonización de Islandia.53

Es admirable el alto nivel alcanzado por los monjes
irlandeses en unos siglos estériles para las creaciones
del espíritu. En los monasterios célticos el
conocimiento de la literatura clásica latina era
más amplio y profundo que en ningún otro
núcleo intelectual de la Iglesia romana. El estudio de la
lengua y de la literatura griegas, que el Occidente cristiano
había abandonado, fue amorosamente cultivado en la lejana
Irlanda. Y monjes irlandeses huidos en el siglo IX de las
invasiones vikingas fueron los suscitadores en el continente del
renacimiento carolingio.54

Con los estudios clásicos los monjes celtas
cultivaron el estudio ,de la lengua y la literatura del
país. Esta proyección doble, hacia la cultura
grecorromana y hacia la cultura nativa popular, produjo una obra
civilizadora original y vigorosa, que encontró
expresión nueva en el arte de la iluminación de
manuscritos y en el de la talla de cruces de piedra. La escultura
y la pintura irlandesas combinaron armoniosamente elementos
celtas primitivos con otros del arte eurasiático de las
estepas, y con influencias helénicas, sirias y
coptas.

Durante más de cinco siglos, del vi al XI, la
cultura irlandesa -Superó todas las creaciones de la
civilización cristiana occidental. Los monasterios celtas
acogieron estudiosos extranjeros, facilitándoles hospedaje
y enseñanza gratuitos.55

La vitalidad de la Iglesia irlandesa exigió
horizontes más extensos. En el siglo VII monjes celtas
como Columban el Joven fundaron monasterios en el reino franco
(Luxeuil, en Borgoña) y en Lombardía (Bobbio). El
compañero de Columban, Gallo, dio nombre a la
fundación de Saint Gall, en Suiza. Otros misioneros
irlandeses, siguiendo las huellas del primer Columban,
evangelizaron a los anglosajones.

Las misiones irlandesas despertaron los recelos de la
Iglesia romana. Los hábitos de autoridad y disciplina que
los papas habían heredado del Imperio se impusieron al
espíritu liberal de la Iglesia celta. La victoria de Roma
fue ganada en la misma Inglaterra. A fines del siglo VII el papa
Gregorio envió a Bretaña a un grupo de monjes
benedictinos dirigidos por Agustín, para destruir el
ascendiente de la Iglesia irlandesa en los reinos anglosajones.
En el sínodo de Whitby de 664 el rey de Nortumbria
aceptó la autoridad del papa, y la Iglesia de Occidente
pudo reconstruir una unidad amenazada por la originalidad
creadora de los herederos espirituales de san
Patricio.

5. Los reinos germánicos declinantes:
burgundios, vándalos y suevos

En las páginas anteriores se han estudiado el
apogeo y la decadencia del Estado visigodo (que pareció
por un momento llamado a recoger la herencia del Imperio romano
occidental) y de los reinos que iban a sobrevivir a los tiempos
de las invasiones, afianzándose como Estados de la llamada
Edad Media occidental. Las singularidades que hicieron posible
esta perduración nos han llevado a mencionar sucesos que
rebasan los límites de este libro.

El panorama del Occidente romano en los años de
la desaparición del gobierno imperial de Roma
quedaría incompleto sin la contemplación de los
vanos esfuerzos de algunos reinos bárbaros por consolidar
sus conquistas.

La fundación del reino
burgundio

En el capítulo precedente hemos dejado a los
burgundios, después de su horrible derrota de 436, que
casi los extermina, instalados por Aecio, como hospites,
huéspedes guerreros al servicio de Roma, en Sapaudia o
Saboya, es decir, la región del jura francés que se
extiende desde los alrededores de Ginebra hasta Grenoble.56 La
lex Burgundionum proporciona datos precisos de este
pacto federal : los burgundios recibieron, para su sostenimiento,
los dos tercios de las tierras que en los fundos trabajaban
colonos y siervos de la gleba, el tercio de los esclavos y la
mitad de los pastizales y bosques. El huésped burgundio
podía mejorar su parte o sors por donación de su
rey, pero no por cesión, forzada o voluntaria, de un
propietario romano. Ningún otro código
germánico fija con tanta claridad la igualdad
jurídica de bárbaros y romanos.

El rey romano era magister militum romano. Un
ejército burgundio combatió a las órdenes de
Aecio contra Atila en los Campos Mauriacos, y fue casi
aniquilado. Cinco años después, tropas burgundias
unidas a las visigodas participaron en una expedición
romana a la península hispánica para la
sumisión de los suevos.

La desaparición de Valentiniano III y de Aecio
aflojó los lazos que unían al pueblo burgundio con
Roma. Reconocieron, como los visigodos, al emperador Avito, pero
la desintegración de la Administración imperial en
el país tentaba la codicia de los reyes burgundios, que se
apropiaron los impuestos imperiales. Al parecer, fueron alentados
por una parte de la nobleza senatorial gala -agobiada por el
fisco- para ocupar el Lionesado. El emperador Mayoriano los
obligó a regresar a sus acantonamientos (año 458).
Pero cuando el último emperador de Occidente que
visitó la Galia fue eliminado por Ricimerio, los
burgundios se apoderaron de Lyon, Vienne y de todo el Delfinado
actual, del valle del Ródano a las riberas del Durance,
hasta los Alpes Marítimos, aunque no pudieron tomar la
Provenza.

La ocupación del valle del Ródano fue
lenta y pacífica. Los galorromanos recibieron a estos
federados (profundamente romanizados) como un mal necesario, y
esperaron de ellos que contuvieran el avance de los temibles
alamanes. Y en efecto, los burgundios rechazaron a los alamanes
de Besançon y de Langres, y hacia 485 se esparcieron por
la Champaña y la Suiza occidental.57 Dominaban así
las comunicaciones de Italia, la Galia y Alemania.

Los reyes burgundios residieron en Lyon, y sus herederos
en Ginebra. A mediados del siglo V reinaban conjuntamente varios
monarcas, y la estructura del Estado fue siempre muy
frágil. En ningún otro reino germánico fue
tan respetada la población romana. Los reyes burgundios
eran dominus noster rex, nuestro señor rey, sólo
para sus súbditos germánicos; para los romanos eran
únicamente Galliae patricii, patricios de la Galia, o
magistri militum. La administración del Estado se
inspiró en modelos romanos y fue dirigida siempre por
romanos: Siagrio, en el reinado de Chilperico, el primer rey de
Lyon; Laconio, en el de Gundobaldo; san Avito, en el de
Segismundo. En cada condado había dos magistrados, un
conde burgundio para juzgar a la población
germánica y otro romano para los litigios de los
galorromanos.

La política de los príncipes burgundios se
fundamentó en la colaboración con el Imperio.
Desaparecido el emperador de Occidente, los romanos burgundios
aceptaron al emperador de Constantinopla como único
depositario de la legitimidad imperial. El segundo de los reyes
de Lyon, Gundobaldo, había sido patricio romano y
generalísimo a la muerte de Ricimerio, haciendo proclamar
em perador a Glicerio.58 Su hijo Segismundo escribía al
emperador Anastasio: «Mis antepasados fueron
incondicionales del Imperio; nada les honró tanto como los
títulos que les concedió Vuestra Grandeza. Todos
mis ascendientes han pretendido con empeño las dignidades
que conceden los emperadores, teniéndolas en más
alta estima que las recibidas de sus padres.» Y sigue, con
el estilo retórico del obispo Avito, su consejero y amigo:
«A la muerte de mi padre, que os era muy fiel, y que era
uno de los grandes de vuestra corte, os envié a uno de mis
consejeros, tal como era mi deber, para poner bajo vuestro
patronato los primeros pasos de mi servicio… Mi pueblo os
pertenece. Yo os obedezco al mismo tiempo que lo mando, y me
causa mayor placer obedeceros que mandarlo. Yo me engalano de rey
en medio de los míos, pero no soy más que soldado
vuestro. Por mí, vos administráis las comarcas
más alejadas de vuestra residencia. Espero las
órdenes que os dignéis darme.» La sinceridad
de esta carta no puede ser puesta en duda. Pero de nada
serviría a Segismundo su fidelidad al Imperio.

Destrucción del Estado y desaparición
del pueblo burgundio

El arrianismo de este pueblo está señalado
por significativos ejemplos de tolerancia. Chilperico casó
con una princesa católica, y fue amigo de Paciente, obispo
de Lyon. Católica era también la princesa burgundia
esposa de Clodoveo. Gundobaldo cultivó la amistad de san
Avito, metropolitano de Vienne. Segismundo se convirtió al
catolicismo antes de recibir la corona.

La tolerancia religiosa y la fidelidad a los pactos,
¿no serían en esta época, sierva de la
fuerza material, un indicio de debilidad? Acaso su
sumisión a Constantinopla era el desesperado intento de
salvación de un pueblo de vitalidad disminuida por
quebrantos tan grandes como el de 436 y el de 451. Clodoveo se
apercibió de esta debilidad, y por eso intentó
conquistar el reino burgundio antes de invadir el Estado
visigodo.59 El rey Gundobaldo, como Alarico II, pretendió
arraigar en el país reforzando la convivencia
pacífica con los galorromanos, y publicó la lex
Burgundionum -como Alarico II la Lex romana visigothorum-.
Además consiguió detener a Clodoveo ante los muros
de Aviñón, y el reino burgundio se salvó por
el momento.

Pero al colaborar con los francos en la ruina del reino
visigodo de Tolosa, los burgundios se granjearon un nuevo y no
menos poderoso adversario, el ostrogodo Teodorico. Los esfuerzos
del rey Segismundo por conseguir la adhesión de la
población galorromana fueron ineficaces. En 423 tropas
ostrogodas atravesaron el río Durance. Los francos
aprovecharon las dificultades de Segismundo para invadir las
comarcas septentrionales de su Estado. Uno de los hijos de
Clodoveo, Ciodomiro, infligió a Segismundo una muerte
cruel, que fue recordada por la piedad popular como un testimonio
de fe cristiana, y la tumba de san Segismundo (en el Loiret,
cerca de Orleans) se convirtió en uno de los lugares de
peregrinación más visitados por los fieles de la
Galia meridional.

Godomaro, hermano de Segismundo, mantuvo durante diez
años una resistencia sin esperanza. Al fin el país
quedó incorporado al reino merovingio, y se designó
con el nombre de Borgoña a todos los heterogéneos
territorios del Estado de los francos que no pertenecían a
la Austrasia ni a la Neustria.

Nada ha subsistido del reino burgundio. Sólo su
idioma ha dejado algunos toponímicos en la suiza
románica y en la Francia oriental. Etnicamente la huella
burgundia es imperceptible. De este Estado efímero
sólo ha quedado el nombre de Borgofia, que sirvió a
los habitantes del Ródano, del Saona y del Doubs como una
aseveración de su personalidad frente a sus dominadores,
los francos del norte. Aún hoy siguen llamándose
borgoñones gentes que nada tienen de común con el
extinguido pueblo burgundio.

Como los visigodos, los burgundios intentaron en vano la
pacífica coexistencia con la población galorromana.
Pero era dificil para estas reducidas minorías
bárbaras resistir una doble presión, la romana en
el interior, y el choque externo con un pueblo que llegaba en
aquel momento a la plenitud de su fuerza material. Los visigodos
encontraron un nuevo alojamiento en Hispania. la historia de los
burgundios, como dijo de la de los vándalos Christian
Courtois, desemboca en la nada.

Decadencia del reino vándalo de
Africa

Genserico reinaba de Tánger a Trípoli. El
fracaso de la flota imperial en aguas de Cartago60 confirmaba la
supremacía naval de los vándalos en el
Mediterráneo occidental. El emperador de Oriente
Zenón la aceptó en un tratado de «paz
perpetua » firmado en 474, que legitimaba la
ocupación realizada por Genserico del Africa romana y las
conquistas de Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia.
La hábil diplomacia del rey vándalo había
sacado de la., rivalidades de las dos cortes imperiales, de la
política de Aecio, de las ambiciones de Atila, de las
necesidades de abastecimiento de Italia, las máximas
ventajas. Cuando Odoacro se adueñó de Italia, un
acuerdo entre los dos jefes germánicos (por el que
Genserico recibía un tributo anual del «rey de las
naciones» a cambio de una parte de Sicilia)
consolidó la posición del rey de los
vándalos en el primer plano de la política
mediterránea del último tercio del siglo
V.

Genserico sólo sobrevivió unos meses a la
destitución del último emperador de Occidente.
Quien, en opinión del historiador griego Procopio, fue con
Teodorico el ostrogodo, «sin disputa el rey más
grande de los bárbaros», murió en enero de
477, después de gobernar cuarenta y nueve años a su
pueblo.

La historia de los vándalos fue escrita por sus
adversarios con apasionada exageración. El obispo tunecino
Víctor de Vita compuso en 474 una historia de las
persecuciones de la provincia africana, con el propósito
de conseguir la intervención del Imperio de Oriente en
defensa de los católicos afrorromanos, abandonados por
Zenón a su suerte. La Historia de Víctor de Vita no
logró la ayuda de Constantinopla, pero sirvió de
base a la falacia histórica de las atroces devastaciones
vándalas, y el término vandalismo es todavía
sinónimo de destrucción. Las violencias de los
vándalos no fueron más asoladoras que las cometidas
por otros bárbaros, ni desencadenaron crueldades que no
fuesen inherentes a toda ocupación militar. Lo que
distingue a los vándalos del resto de los pueblos
germánicos es el empleo de la fuerza en su enfrentamiento
con la población católica. Aunque en el fondo la
persecución de los católicos afrorromanos no fue
sino la prolongación en la esfera religiosa de la lucha
social entre los reyes vándalos y los terratenientes
romanos -entre los que la Iglesia africana ocupaba una
privilegiada posición-, es innegable que los
católicos fueron tratados con cruel severidad.

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