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El Che, paradigma para la formación de los profesionales de la educación (página 2)



Partes: 1, 2

Los enemigos pretenden sacar conclusiones de su muerte.
¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la
lucha guerrillera! Y lo demostró infinidad de veces pero
lo demostró sobre todo en dos extraordinarias proezas,
como fue una de ellas la invasión al frente de una
columna, perseguida esa columna por miles de soldados por
territorio absolutamente llano y desconocido, realizando
—junto con Camilo— una formidable hazaña
militar. Pero, además, lo demostró en su fulminante
campaña en Las Villas; y lo demostró, sobre todo,
en su audaz ataque a la ciudad de Santa Clara, penetrando con una
columna de apenas 300 hombres en una ciudad defendida por
tanques, artillería y varios miles de soldados de
infantería.

Esas dos hazañas lo consagran como un jefe
extraordinariamente capaz, como un maestro, como un artista de la
guerra revolucionaria.

Sin embargo, de su muerte heroica y gloriosa pretenden
negar la veracidad o el valor de sus concepciones y sus ideas
guerrilleras.

Podrá morir el artista, sobre todo cuando se es
artista de un arte tan peligroso como es la lucha revolucionaria,
pero lo que no morirá de ninguna forma es el arte al que
consagró su vida y al que consagró su
inteligencia.

¿Qué tiene de extraño que ese
artista muera en un combate? Todavía tiene mucho
más de extraordinario el hecho de que en las innumerables
ocasiones en que arriesgó esa vida durante nuestra lucha
revolucionaria no hubiese muerto en algún combate. Y
muchas fueron las veces en que fue necesario actuar para impedir
que en acciones de menor trascendencia perdiera la
vida.

Y así, en un combate, ¡en uno de los tantos
combates que libró!, perdió la vida. No poseemos
suficientes elementos de juicio para poder hacer alguna
deducción acerca de todas las circunstancias que
precedieron ese combate, acerca de hasta qué grado pudo
haber actuado de una manera excesivamente agresiva, pero
—repetimos— si como guerrillero tenia un talón
de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva
agresividad, su absoluto desprecio por el peligro.

Es eso en lo que resulta difícil coincidir con
él, puesto que nosotros entendemos que su vida, su
experiencia, su capacidad de jefe aguerrido, su prestigio y todo
lo que él significaba en vida, era mucho más,
incomparablemente más, que la evaluación que tal
vez él hizo de si mismo.

Puede haber influido profundamente en su conducta la
idea de que los hombres tienen un valor relativo en la historia,
la idea de que las causas no son derrotadas cuando los hombres
caen y la incontenible marcha de la historia no se detiene ni se
detendrá ante la caída de los jefes.

Y eso es cierto, eso no se puede poner en duda. Eso
demuestra su fe en los hombres, su fe en las ideas, su fe en el
ejemplo. Sin embargo —como dije hace unos
días— habríamos deseado de todo
corazón verlo forjador de las victorias, forjando bajo su
jefatura, forjando bajo su dirección las victorias, puesto
que los hombres de su experiencia, de su calibre, de su capacidad
realmente singular, son hombres poco comunes.

Somos capaces de apreciar todo el valor de su ejemplo y
tenemos la más absoluta convicción de que ese
ejemplo servirá de emulación y servirá para
que del seno de los pueblos surjan hombres parecidos a
él.

No es fácil conjugar en una persona todas las
virtudes que se conjugaban en él. No es fácil que
una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar
una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos
de hombres difíciles de igualar y prácticamente
imposibles de superar. Pero diremos también que hombres
como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a que
surjan hombres como él.

Es que en Che no solo admiramos al guerrero, al hombre
capaz de grandes proezas. Y lo que él hizo, y lo que
él estaba haciendo, ese hecho en sí mismo de
enfrentarse solo con un puñado de hombres a todo un
ejército oligárquico, instruido por los asesores
yankis suministrados por el imperialismo yanki, apoyado por las
oligarquías de todos los países vecinos, ese hecho
en sí mismo constituye una proeza
extraordinaria.

Y si se busca en las páginas de la historia, no
se encontrará posiblemente ningún caso en que
alguien con un número tan reducido de hombres haya
emprendido una tarea de más envergadura, en que alguien
con un número tan reducido de hombres haya emprendido la
lucha contra fuerzas tan considerables. Esa prueba de confianza
en sí mismo, esa prueba de confianza en los pueblos, esa
prueba de fe en la capacidad de los hombres para el combate,
podrá buscarse en las páginas de la historia y, sin
embargo, no podrá encontrarse nada semejante.

Y cayó.

Los enemigos creen haber derrotado sus ideas, haber
derrotado su concepción guerrillera, haber derrotado sus
puntos de vista sobre la lucha revolucionaria armada. Y lo que
lograron fue, con un golpe de suerte, eliminar su vida
física; lo que pudieron fue lograr las ventajas
accidentales que en la guerra puede alcanzar un enemigo. Y ese
golpe de suerte, ese golpe de fortuna no sabemos hasta qué
grado ayudado por esa característica a que nos
referíamos antes de agresividad excesiva, de desprecio
absoluto por el peligro, en un combate como tantos
combates.

Como ocurrió también en nuestra Guerra de
Independencia. En un combate en Dos Ríos mataron al
Apóstol de nuestra independencia. En un combate en Punta
Brava mataron a Antonio Maceo, veterano de cientos de combates.
En similares combates murieron infinidad de jefes, infinidad de
patriotas de nuestra guerra independentista. Y, sin embargo, eso
no fue la derrota de la causa cubana.

La muerte del Che —como decíamos hace unos
días— es un golpe duro, es un golpe tremendo para el
movimiento revolucionario, en cuanto le priva sin duda de ninguna
clase de su jefe más experimentado y capaz.

Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan
los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la
derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones
guerrilleras, la derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que
cayó como hombre mortal, como hombre que se exponía
muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil veces
más capaz que aquellos que con un golpe de suerte lo
mataron.

Sin embargo, ¿cómo tienen los
revolucionarios que afrontar ese golpe adverso?
¿Cómo tienen que afrontar esa pérdida?
¿Cuál sería la opinión del Che si
tuviese que emitir un juicio sobre este particular? Esa
opinión la dijo, esa opinión la expresó con
toda claridad, cuando escribió en su mensaje a la
conferencia de solidaridad de los pueblos de Asia, África
y América Latina que si en cualquier parte le
sorprendía la muerte, bienvenida fuera siempre que ese, su
grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y
otra mano se extienda para empuñar el arma.

Y ese, su grito de guerra, llegará no a un
oído receptivo, ¡llegará a millones de
oídos receptivos! Y no una mano, sino que ¡millones
de manos, inspiradas en su ejemplo, se extenderán para
empuñar las armas!

Nuevos jefes surgirán. Y los hombres, los
oídos receptivos y las manos que se extiendan,
necesitarán jefes que surgirán de las filas del
pueblo, como han surgido los jefes en todas las
revoluciones.

No contarán esas manos con un jefe ya de la
experiencia extraordinaria, de la enorme capacidad del Che. Esos
jefes se formarán en el proceso de la lucha, esos jefes
surgirán del seno de los millones de oídos
receptivos, de las millones de manos que, más tarde o
más temprano, se extenderán para empuñar las
armas.

No es que consideremos que en el orden práctico
de la lucha revolucionaria su muerte haya de tener una inmediata
repercusión, que en el orden práctico del
desarrollo de la lucha su muerte pueda tener una
repercusión inmediata. Pero es que el Che, cuando
empuñó de nuevo las armas, no estaba pensando en
una victoria inmediata, no estaba pensando en un triunfo
rápido frente a las fuerzas de las oligarquías y
del imperialismo. Su mente de combatiente experimentado estaba
preparada para una lucha prolongada de 5, de 10, de 15, de 20
años si fuera necesario. ¡El estaba dispuesto a
luchar cinco, diez, quince, veinte años, toda la vida si
fuese necesario!

Y es con esa perspectiva en el tiempo en que su muerte,
en que su ejemplo —que es lo que debemos decir—,
tendrá una repercusión tremenda, tendrá una
fuerza invencible.

Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan
de negarlas quienes se aferran al golpe de fortuna. Che era un
jefe militar extraordinariamente capaz. Pero cuando nosotros
recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no estamos
pensando fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No!
La guerra es un medio y no un fin, la guerra es un instrumento de
los revolucionarios. ¡Lo importante es la
revolución, lo importante es la causa revolucionaria, las
ideas revolucionarias, los objetivos revolucionarios, los
sentimientos revolucionarios, las virtudes
revolucionarias!

Y es en ese campo, en el campo de las ideas, en el campo
de los sentimientos, en el campo de las virtudes revolucionarias,
en el campo de la inteligencia, aparte de sus virtudes militares,
donde nosotros sentimos la tremenda pérdida que para el
movimiento revolucionario ha significado su muerte.

Porque Che reunía, en su extraordinaria
personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas. El
descolló como hombre de acción insuperable, pero
Che no solo era un hombre de acción insuperable: Che era
un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un
hombre de profunda cultura. Es decir que reunía en su
persona al hombre de ideas y al hombre de
acción.

Pero no es que reuniera esa doble característica
de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, la de ser hombre de
acción, sino que Che reunía como revolucionario las
virtudes que pueden definirse como la más cabal
expresión de las virtudes de un revolucionario: hombre
íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de
sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a
quien prácticamente en su conducta no se le puede
encontrar una sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo
que puede llamarse un verdadero modelo de
revolucionario.

Suele, a la hora de la muerte de los hombres, hacerse
discursos, suele destacarse virtudes, pero pocas veces como en
esta ocasión se puede decir con más justicia, con
más exactitud de un hombre lo que decimos del Che:
¡Que constituyó un verdadero ejemplo de virtudes
revolucionarias!

Pero además añadía otra cualidad,
que no es una cualidad del intelecto, que no es una cualidad de
la voluntad, que no es una cualidad derivada de la experiencia,
de la lucha, sino una cualidad del corazón, ¡porque
era un hombre extraordinariamente humano, extraordinariamente
sensible!

Por eso decimos, cuando pensamos en su vida, cuando
pensamos en su conducta, que constituyó el caso singular
de un hombre rarísimo en cuanto fue capaz de conjugar en
su personalidad no solo las características de hombre de
acción, sino también de hombre de pensamiento, de
hombre de inmaculadas virtudes revolucionarias y de
extraordinaria sensibilidad humana, unidas a un carácter
de hierro, a una voluntad de acero, a una tenacidad
indomable.

Y por eso le ha legado a las generaciones futuras no
solo su experiencia, sus conocimientos como soldado destacado,
sino que a la vez las obras de su inteligencia. Escribía
con la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus
narraciones de la guerra son insuperables. La profundidad de su
pensamiento es impresionante. Nunca escribió sobre nada
absolutamente que no lo hiciese con extraordinaria seriedad, con
extraordinaria profundidad; y algunos de sus escritos no dudamos
de que pasarán a la posteridad como documentos
clásicos del pensamiento revolucionario.

Y así, como fruto de esa inteligencia vigorosa y
profunda, nos dejó infinidad de recuerdos, infinidad de
relatos que, sin su trabajo, sin su esfuerzo, habrían
podido tal vez olvidarse para siempre.

Trabajador infatigable, en los años que estuvo al
servicio de nuestra patria no conoció un solo día
de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le
asignaron: como Presidente del Banco Nacional, como director de
la Junta de Planificación, como Ministro de Industrias,
como Comandante de regiones militares, como jefe de delegaciones
de tipo político, o de tipo económico, o de tipo
fraternal.

Su inteligencia multifacética era capaz de
emprender con el máximo de seguridad cualquier tarea en
cualquier orden, en cualquier sentido. Y así,
representó de manera brillante a nuestra patria en
numerosas conferencias internacionales, de la misma manera que
dirigió brillantemente a los soldados en el combate, de la
misma manera que fue un modelo de trabajador al frente de
cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡y
para él no hubo días de descanso, para él no
hubo horas de descanso! Y si mirábamos para las ventanas
de sus oficinas, permanecían las luces encendidas hasta
altas horas de la noche, estudiando, o mejor dicho, trabajando o
estudiando. Porque era un estudioso de todos los problemas, era
un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos
era prácticamente insaciable, y las horas que le
arrebataba al sueño las dedicaba al estudio; y los
días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo
voluntario.

Fue él el inspirador y el máximo impulsor
de ese trabajo que hoy es actividad de cientos de miles de
personas en todo el país, el impulsor de esa actividad que
cada día cobra en las masas de nuestro pueblo mayor
fuerza.

Y como revolucionario, como revolucionario comunista,
verdaderamente comunista, tenía una infinita fe en los
valores morales, tenía una infinita fe en la conciencia de
los hombres. Y debemos decir que en su concepción vio con
absoluta claridad en los resortes morales la palanca fundamental
de la construcción del comunismo en la sociedad
humana.

Muchas cosas pensó, desarrolló y
escribió. Y hay algo que debe decirse un día como
hoy, y es que los escritos del Che, el pensamiento
político y revolucionario del Che tendrán un valor
permanente en el proceso revolucionario cubano y en el proceso
revolucionario en América Latina. Y no dudamos que el
valor de sus ideas, de sus ideas tanto como hombre de
acción, como hombre de pensamiento, como hombre de
acrisoladas virtudes morales, como hombre de insuperable
sensibilidad humana, como hombre de conducta intachable, tiene y
tendrá un valor universal.

Los imperialistas cantan voces de triunfo ante el hecho
del guerrillero muerto en combate; los imperialistas cantan el
triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó a
eliminar tan formidable hombre de acción. Pero los
imperialistas tal vez ignoran o pretenden ignorar que el
carácter de hombre de acción era una de las tantas
facetas de la personalidad de ese combatiente. Y que si de dolor
se trata, a nosotros nos duele no solo lo que se haya perdido
como hombre de acción, nos duele lo que se ha perdido como
hombre virtuoso, nos duele lo que se ha perdido como hombre de
exquisita sensibilidad humana y nos duele la inteligencia que se
ha perdido. Nos duele pensar que tenía solo 39 años
en el momento de su muerte, nos duele pensar cuántos
frutos de esa inteligencia y de esa experiencia que se
desarrollaba cada vez más hemos perdido la oportunidad de
percibir.

Nosotros tenemos idea de la dimensión de la
pérdida para el movimiento revolucionario. Pero, sin
embargo, ahí es donde está el lado débil del
enemigo imperialista: creer que con el hombre físico ha
liquidado su pensamiento, creer que con el hombre físico
ha liquidado sus ideas, creer que con el hombre físico ha
liquidado sus virtudes, creer que con el hombre físico ha
liquidado su ejemplo. Y lo creen de manera tan impúdica
que no vacilan en publicar, como la cosa más natural del
mundo, las circunstancias casi universalmente ya aceptadas en que
lo ultimaron después de haber sido herido gravemente en
combate. No han reparado siquiera en la repugnancia del
procedimiento, no han reparado siquiera en la impudicia del
reconocimiento. Y han divulgado como derecho de los esbirros, han
divulgado como derecho de los oligarcas y de los mercenarios, el
disparar contra un combatiente revolucionario gravemente
herido.

Y lo peor es que explican además por qué
lo hicieron, alegando que habría sido tremendo el proceso
en que hubiesen tenido que juzgar al Che, alegando que
habría sido imposible sentar en el banquillo de un
tribunal a semejante revolucionario.

Y no solo eso, sino que además no han vacilado en
hacer desaparecer sus restos. Y sea verdad o sea mentira, es el
hecho que anuncian haber incinerado su cadáver, con lo
cual empiezan a demostrar su miedo, con lo cual empiezan a
demostrar que no están tan convencidos de que liquidando
la vida física del combatiente liquidan sus ideas y
liquidan su ejemplo.

Che no cayó defendiendo otro interés,
defendiendo otra causa que la causa de los explotados y los
oprimidos en este continente; Che no cayó defendiendo otra
causa que la causa de los pobres y de los humildes de esta
Tierra. Y la forma ejemplar y el desinterés con que
defendió esa causa no osan siquiera discutirlo sus
más encarnizados enemigos.

Y ante la historia, los hombres que actúan como
él, los hombres que lo hacen todo y lo dan todo por la
causa de los humildes, cada día que pasa se agigantan,
cada da que pasa se adentran más profundamente en el
corazón de los pueblos.

Y esto ya lo empieza a percibir los enemigos
imperialistas, y no tardarán en comprobar que su muerte
será a la larga como una semilla de donde surgirán
muchos hombres decididos a emularlo, muchos hombres decididos a
seguir su ejemplo.

Y nosotros estamos absolutamente convencidos de que la
causa revolucionaria en este continente se repondrá del
golpe, que la causa revolucionaria en este continente no
será derrotada por ese golpe.

Desde el punto de vista revolucionario, desde el punto
de vista de nuestro pueblo, ¿cómo debemos mirar
nosotros el ejemplo del Che? ¿Acaso pensamos que lo hemos
perdido? Cierto es que no volveremos a ver nuevos escritos,
cierto es que no volveremos a escuchar de nuevo su voz. Pero el
Che le ha dejado al mundo un patrimonio, un gran patrimonio, y de
ese patrimonio nosotros —que lo conocimos tan de
cerca— podemos ser en grado considerable herederos
suyos.

Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos
dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó su
carácter, su voluntad, su tenacidad, su espíritu de
trabajo. En una palabra, ¡nos dejó su ejemplo!
¡Y el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro
pueblo, el ejemplo del Che debe ser el modelo ideal para nuestro
pueblo!

Si queremos expresar cómo aspiramos que sean
nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes,
nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna
índole: ¡Que sean como el Che! Si queremos expresar
cómo queremos que sean los hombres de las futuras
generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che! Si
queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros
niños, debemos decir sin vacilación:
¡Queremos que se eduquen en el espíritu del Che! Si
queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no
pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al
futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola
mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una
sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che! Si
queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos,
debemos decir con todo el corazón de vehementes
revolucionarios: ¡Queremos que sean como el Che!

Che se ha convertido en un modelo de hombre no solo para
nuestro pueblo, sino para cualquier pueblo de América
Latina. Che llevó a su más alta expresión el
estoicismo revolucionario, el espíritu de sacrificio
revolucionario, la combatividad del revolucionario, el
espíritu de trabajo del revolucionario, y Che llevó
las ideas del marxismo-leninismo a su expresión más
fresca, más pura, más revolucionaria.

¡Ningún hombre como él en estos
tiempos ha llevado a su nivel más alto el espíritu
internacionalista proletario!

Y cuando se hable de internacionalista proletario, y
cuando se busque un ejemplo de internacionalista proletario,
¡ese ejemplo, por encima de cualquier otro ejemplo, es el
ejemplo del Che! En su mente y en su corazón habían
desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los
egoísmos, ¡y su sangre generosa estaba dispuesto a
verterla por la suerte de cualquier pueblo, por la causa de
cualquier pueblo, y dispuesto a verterla espontáneamente,
y dispuesto a verterla instantáneamente!

Y así, sangre suya fue vertida en esta tierra
cuando lo hirieron en diversos combates; sangre suya por la
redención de los explotados y los oprimidos, de los
humildes y los pobres, se derramó en Bolivia. ¡Esa
sangre se derramó por todos los explotados, por todos los
oprimidos; esa sangre se derramó por todos los pueblos de
América y se derramó por Viet Nam, porque él
allá, combatiendo contra las oligarquías,
combatiendo contra el imperialismo, sabía que brindaba a
Viet Nam la más alta expresión de su
solidaridad!

Es por eso, compañeros y compañeras de la
Revolución, que nosotros debemos mirar con firmeza el
porvenir y con decisión; es por eso que debemos mirar con
optimismo el porvenir. ¡Y buscaremos siempre en el ejemplo
del Che la inspiración, la inspiración en la lucha,
la inspiración en la tenacidad, la inspiración en
la intransigencia frente al enemigo y la inspiración en el
sentimiento internacionalista!

(…) digamos al Che, y con él a los
héroes que combatieron y cayeron junto a él:
¡Hasta la victoria siempre!

 

 

Autor:

MSc. Lidia Waldina Álvarez
Santiago.

Profesora Auxiliar

Partes: 1, 2
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