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¿Donde, cuando, como y para que surgió la democracia?



Partes: 1, 2

  1. Preámbulo
  2. Introducción
  3. La
    democracia ateniense
  4. La
    República Romana
  5. La
    democracia contemporánea
  6. La
    tercera ola

Preámbulo

No es casual que dé inicio a este ensayo sobre la
Democracia, palabra venerada sólo por los siglos de su
existencia, y que ahora ha sido desbaratada por el lumpen
proletario de la nueva clase política en el poder, aquella
que nunca le inculcaron el habito de la lectura, que nació
y creció carente de una alimentación rica en
proteínas que le sirviera para que sus neuronas no se
destruyeran y vivieran una vida plena y creativa, con
imaginación y no víctimas de un cretinismo
endémico que a base de gritos, chiflidos y otras cosas,
les ha permitido escalar los peldaños del poder y de
ahí los fracasos al tratar de legislar, de planear una
actividad, etc. etc., ya que en su infancia desvalida fueron
ininteligentes y estúpidos, ahora en su edad madura,
siguen siendo iguales (las neuronas no se reproducen). Así
encontramos una respuesta muy acertada en la vieja
Filosofía griega de Jenófanes:

"…si los bueyes, los caballos y los leones
tuviesen manos con que poder pintar y esculpir como hacen los
hombres, entonces los caballos pintarían a sus dioses como
caballos; los bueyes, como bueyes; todos se conformarían.
Los cuerpos de los dioses a imagen y semejanza de los suyos
propios….".

Esto no es solamente un reto crítico; es un
enunciado con conciencia plena y dominio de una
metodología crítica. Por otro lado, me parece que
la tarea que la ciencia se impone a sí misma, es decir, la
explicación del mundo, así como las ideas
fundamentales que utiliza, son asumidas sin romper con la
construcción pre-científica de mitos.

Introducción

Si habláramos de la familia, la religión o
la violencia, podríamos decir que nacieron con el ser
humano. Este no es el caso de la democracia. El origen del poder
no fue democrático, sino despótico.

Dos excursiones etimológicas permiten sostener
esta afirmación. La primera de ellas nos
invita a recordar que el verbo griego arkhein
tiene dos significaciones ligadas entre sí: "empezar" y
"mandar". Con él se conectan dos sustantivos:
arkhé, "origen", y arkhos, "jefe". Con
arkhé se vinculan palabras como "arcaico" y
"arqueología". Con arkhos,
"monarca". "Monarquía" quiere decir "mando
unipersonal", ya que mono significa "uno".

¿Qué nos sugiere nuestra primera
excursión etimológica? Que en el principio
(arkhé) no fue el pueblo (demos) sino el
jefe (arkhos).

Esta visión se refuerza a través de una
segunda excursión etimológica: el recorrido que
siguió la palabra "poder". Su fuente es la voz indoeuropea
poti, que significa "jefe". De ella deriva el griego
despotes, "jefe" o "amo".

Cuando comencé a rastrear la etimología de
"poder", supuse que provendría de su significación
genérica en cuanto "capacidad de hacer algo" y que
sólo después una de sus ramificaciones se
habría aplicado al poder político en
cuanto "capacidad de lograr que los demás hagan algo". Mi
sorpresa fue mayúscula cuando advertí que
quizás ocurrió al revés. La expresión
más antigua de "poder" es poti, "jefe", y
sólo a partir de esta significación política
la palabra "poder" se habría trasladado a la capacidad
genérica de hacer algo: poder moverse, hablar, amar,
trabajar…

Esta segunda corriente etimológica también
apunta al sentido originario del poder político
en cuanto autoridad absoluta de un jefe. Lo primero que
hubo en el peregrinar del hombre sobre la Tierra fueron bandas
errantes tan presionadas por los desafíos de la Naturaleza
y de otras bandas que sólo pudieron sobrevivir bajo el
mando despótico de un jefe guerrero. Como en el caso del
padre y sus hijos, el primer elemento político que
existió entre los seres humanos fue el poder del
jefe.

A este déspota primordial lo secundaban y
eventualmente lo sucedían unos pocos, una
primitiva corte de colaboradores. De ahí que, de las
formas de gobierno que conocemos, sólo dos contengan en su
seno la palabra arkhos: la monarquía y la
oligarquía. Oligoi significa "pocos". Eran pocos
los que rodeaban y sucedían al jefe. En las demás
formas de gobierno como "aristocracia", "democracia",
"autocracia" y hasta "burocracia", la palabra arkhos fue
reemplazada por la palabra kratos que también
significa en griego "poder", pero no necesariamente el poder
originario, ancestral, sino más bien un poder construido,
sobreviniente, en cierta forma artificial.

En tanto la monarquía y la oligarquía son
las manifestaciones originarias del poder político y
nacieron junto con la condición humana al igual que la
religión, la familia y la violencia, las diversas
cracias podrían haber sido inventos ulteriores
como el fuego, la rueda, la agricultura o la máquina a
vapor. De algunos de estos inventos no tenemos registro porque
ocurrieron en la prehistoria. De otros, sabemos exactamente
cuándo y cómo surgieron.

Entre ellos, la democracia1.

La democracia
ateniense

"Democracia" es una palabra compuesta por dos voces
griegas: demos, "pueblo" y kratos, "poder"
(como vimos, poder tardío y "construido").
Etimológicamente hablando, la democracia es el poder del
pueblo. Pero los griegos, que también inventaron el
teatro, la filosofía y la historia (la historia
secular, libre de la acción divina; si incluimos
a Dios en ella, el invento de la historia correspondió, en
Occidente, al pueblo judío), no se encontraron de golpe
con la democracia. La fueron elaborando trabajosamente, a lo
largo de un siglo y medio.

Entre los años 620 y 593 antes de Cristo Atenas,
la principal de las ciudades griegas, recibió
de Dracón y de Solón sus primeras leyes
fundamentales. Fue así como se inició la
evolución que culminaría en la democracia. Es que,
gracias a las leyes de Dracón y de Solón, se
instaló la distinción entre las leyes de la
Naturaleza, poblada de dioses, y las leyes puramente "humanas" de
la ciudad. Sin esta distinción, no habría sido
posible la democracia.

Hasta ese momento los griegos vivían igual que el
resto de los pueblos primitivos, acosados por las
fuerzas imprevisibles de la Naturaleza (physis) y por la
presión bélica de otros pueblos,
defendiéndose como podían de aquélla y de
éstos gracias al mando despótico de un
poti o líder guerrero. El poder que por entonces
los gobernaba les venía de afuera, de la poderosa
physis a la que hasta el advenimiento de los primeros
filósofos "presocráticos" en el siglo VII antes de
Cristo suponían habitada por los dioses, o de arriba, de
los jefes o reyes, el primero de los cuales habría sido el
mítico Teseo, quien supuestamente vivió hacia el
año 1000 antes de Cristo.

A partir de Dracón y de Solón, los
atenienses empezaron a ser gobernados por un nuevo tipo de poder
abstracto, impersonal, al que llamaron nomos o "norma"
(palabra equivalente a la lex o "ley" de los romanos:
por comodidad usaremos nomos y lex, "norma" y
"ley", cual si fueran sinónimos) que no provenía de
afuera ni de arriba sino de adentro, del seno de la
polis o ciudad-Estado que habían constituido. Su
ideal fue desde entonces la eunomía, o "buena
(eu) ley": el recto ordenamiento de la
ciudad.

El jefe, simplemente, mandaba. Dracón y
Solón, al igual que el legendario Licurgo en Esparta y
otros como ellos en ciudades griegas menos conocidas,
legislaron: dejaron leyes que los sobrevivirían,
obligando a sus sucesores a comportarse de acuerdo con ellas.
Cuando alguien ascendía a una posición de mando, ya
no podría gobernar a su arbitrio sino en el marco de la
ley. Desde entonces, a la polis ya no la separó
del mundo circundante sólo una muralla de piedra, sino
también la muralla invisible de sus leyes.

La obediencia de los griegos a las leyes de la
polis asombró a pueblos primitivos como los
persas, que sólo obedecían al mando de un
déspota. Herodoto, el cronista de las Guerras
Médicas entre los persas y los griegos y el inventor de la
historia "secular", narra en un pasaje frecuentemente citado que
Jerjes, el rey persa cuyo sueño era apoderarse de Grecia,
se burló un día de los frágiles griegos que
se atrevían a desafiar su formidable ejército. Pero
Demaratus, un ex rey de Esparta que se había refugiado en
su corte, le sugirió no subestimar a los griegos porque
ellos, "si bien se consideran libres, no lo son del todo. En
efecto: reconocen por encima de ellos un amo al que temen
más aún que tus siervos a tí. Ese amo es la
ley. Entre otras cosas, ella los obliga a no huir frente al
enemigo y a permanecer obstinadamente en el campo de batalla
hasta la muerte o la victoria". Por no hacerle caso a Demaratus,
Jerjes resultó el gran derrotado de las Guerras
Médicas.

En tanto los persas pelearon en las Guerras
Médicas como súbditos de un rey al que
temían más aún que al enemigo que
tenían enfrente, los griegos pelearon como hombres libres,
orgullosos de sus leyes. Para ellos no había un honor
más grande que ofrecer la vida por su ciudad. Así
se entiende por qué Esquilo, el inventor de la tragedia y
el poeta más laureado de su tiempo, no escogió por
epitafio un texto destinado a recordar su impar gloria literaria
sino otro que reza así: "Aquí Esquilo, hijo de
Euforion, criado en Atenas, descansa en los campos de Gela,
muerto. La batalla de Maratón mostró su coraje: los
medos (persas) de largas cabelleras, tienen razones para
recordarlo". A la hora de resumir su vida, Esquilo
valoraba el honor del ciudadano más que los laureles
del poeta2.

A la ciudad organizada por sus leyes constitucionales,
los atenienses le dieron el nombre de politeia. Hoy, la
llamaríamos "república" (por comodidad, vamos a
usar politeia y "república" como si fueran
sinónimos pese al origen romano de la palabra
"república", que quiere decir "cosa – res –
pública"). Y así se haría presente la
democracia en Atenas: a través de las sucesivas
transformaciones constitucionales de su politeia o
república.

El paso de la politeia a la democracia
conoció dos instancias fundamentales. En el año 507
antes de Cristo, Clístenes fundó la
república democrática. En el año 462,
Pericles fundó la democracia plenaria. Una democracia tan
pura, tan osada, que nunca ha habido otra como ella.

El camino hacia la democracia, de todos modos, fue
accidentado. Todavía no se había borrado el
recuerdo de Dracón y de Solón cuando
Pisístrato implantó la tiranía en el
año 560 antes de Cristo.

Atenas regresó así, por un tiempo, a la
ancestral tradición del jefe pero no ya debajo de un
rey legitimado por una tradición que
venía de la prehistoria sino debajo de un advenedizo, de
un usurpador. Pisístrato le dio a Atenas un gobierno
eficaz, progreso económico y obras públicas pero a
cambio de un poder absoluto, sin otra norma que su suprema
voluntad. En tanto en la república las leyes mandan sobre
gobernantes y gobernados por igual, en la tiranía obligan
a los gobernados pero no a los gobernantes porque no son "leyes"
propiamente dichas sino, simplemente, las "órdenes" que
emiten los titulares del poder3.

Pisístrato murió en el año 528. Lo
sucedieron sus hijos Hippias e Hipparchus. En el
año 514, Hipparcus fue asesinado. Cuatro
años después Clístenes, nieto de
Pisístrato, restableció la politeia. Pero
Clístenes no se limitó a restablecer la
república, que antes de Pisístrato había
sido aristocrática. Le imprimió, además, un
sesgo democrático. En el año 507
reorganizó al pueblo sobre la base de los deme,
que eran lo que hoy llamaríamos aldeas o
barrios convertidos en circunscripciones donde vivía el
ciudadano raso a quien los griegos le dieron el nombre de
polites (esto es, "político": un activo
participante de la vida pública, más de lo que hoy
llamamos "ciudadano"; a partir de ahora y con esta advertencia
usaremos indistintamente, por comodidad, polites y
"ciudadano"). Cada uno de los deme contenía entre
cien y mil ciudadanos. A partir de Clístenes, los
deme servirían de base al ascenso
democrático.

La república ateniense albergó, por un
tiempo, un equilibrio de poderes. La vieja "oligarquía",
que había rodeado a los antiguos reyes y que hasta
había simpatizado con los tiranos, mantuvo una amplia
autoridad legislativa y judicial en el Areópago, un cuerpo
similar al Senado romano donde se sentaban los ex
arcontes. Los arcontes, que habían reemplazado a
los reyes como jefes del poder ejecutivo y eran el equivalente de
los cónsules romanos, sólo podían ser
escogidos entre las clases superiores. Los cónsules y los
arcontes duraban un año en sus funciones, pero eran dos
los cónsules en Roma y nueve los arcontes en Atenas.
Obsérvese por otra parte que la palabra "arconte" comparte
con las palabras "monarca" y "oligarca" la ancestral raíz
arkhé.

Pero los ciudadanos rasos de los deme pasaron a
dominar el Consejo de los Quinientos, cuya función era
preparar las reuniones de la asamblea popular o ecclesia
(de aquí surgiría la palabra "iglesia" en cuanto
asamblea ya no de los ciudadanos sino de los fieles), en la cual
todos los ciudadanos sin distinción tenían el
derecho de discutir y votar las leyes.

En caso de conflicto entre el Areópago y el
Consejo de los Quinientos, la ecclesia tenía la
última palabra. El equilibrio de poderes que
estableció Clístenes se tradujo por ello en una
república mixta que, si bien retenía elementos
aristocráticos, se inclinaba a favor de la democracia: una
"república democrática".

El ejemplo de Atenas alentó a otras ciudades
griegas a internarse en la aventura democrática. Esto
alarmó no sólo a Esparta y a las ciudades griegas
que seguían su ejemplo oligárquico (Esparta era una
di-arquía, esto es, el mando simultáneo de
dos reyes, una "oligarquía real"), sino más
aún a los emperadores persas, ya que el ideal
democrático empezó a difundirse por las ciudades
griegas del Asia Menor (la costa oriental del Mar Egeo, hoy parte
de Turquía), que les estaban sometidas.

Las Guerras Médicas entre Persia y Grecia
tuvieron, por ello, un trasfondo ideológico. Esparta
también resistió al invasor persa por lealtad a
Grecia, pero con cierta ambigüedad porque recelaba
"ideológicamente" de Atenas. La gran campeona de la
resistencia fue Atenas porque amaba tanto a Grecia como a la
democracia. A Atenas se debió principalmente la derrota de
los persas en las batallas de Maratón, Salamina y Platea,
que tuvieron lugar entre los años 490 y 479 antes de
Cristo. Fue gracias a estas tres batallas que Grecia, la
democracia y Occidente se abrieron camino en la
historia.

Hasta el año 462, empero, Atenas no fue una
democracia plenaria sino apenas una república
democrática porque en ella gravitaba, todavía, el
Areópago. El paso de Atenas de la república
democrática a la democracia plenaria ocurrió bajo
el liderazgo de Pericles. En el año 462, Pericles
logró que la ecclesia le quitara por ley al
Areópago casi todas sus funciones. Fue a partir de
entonces que Atenas adquirió los rasgos constitucionales
que la convertirían en la más exigente de las
democracias.

El poder soberano quedó sin contrapeso en manos
de la ecclesia, cuyas reuniones seguía preparando el
Consejo de los Quinientos. Los ciudadanos recibían un
estipendio por concurrir a la ecclesia, donde
ejercían en forma directa, sin representantes, el poder
legislativo de la polis. Casi todas las magistraturas
ejecutivas y judiciales, incluso la de los arcontes, se llenaron
por sorteo entre los ciudadanos sin exclusión de clases,
de modo tal que ningún polites dejaría de
ocupar varias magistraturas en el curso de su vida gracias a un
sistema de rotación. Se calcula que uno de cada cuatro
ciudadanos ocupaba un puesto público por año:
alrededor de 8.500, de un total aproximado de 38.000.

Sólo el cargo de "estratego" (del griego
strategós: jefe militar) era electivo.
Había diez estrategos por año y estaba permitida su
reelección. Pericles ocupó repetidamente este
cargo, cuyo carácter electivo quedó como el
último residuo aristocrático de Atenas ya que, en
esta extrema versión de la democracia, la elección
no era considerada un acto democrático -como se lo
considera, hoy, entre nosotros- sino aristocrático: un
método para designar a "los mejores"
(aristón: "el mejor").

No se olvide por otra parte que la democracia de los
atenienses sólo beneficiaba a los ciudadanos. En tiempos
de Pericles se dispuso que podrían serlo solamente los
hijos de los atenienses por parte de padre y de madre. Fuera de
este círculo dorado quedaban las mujeres, los esclavos y
los extranjeros o metecos. Si se incluye este dato,
habría que decir que Atenas fue una democracia en cierta
forma limitada: entre unos 200.000 habitantes, tenía
alrededor de 38.000 ciudadanos. Eso sí: cada uno de
éstos compartía plenamente el poder con los
demás ciudadanos, aunque fuera tan pobre como los remeros
de la poderosa flota gracias a la cual Atenas dominaba el mar
Egeo.

Por otra parte, Atenas desplegó un liderazgo cada
vez más arbitrario sobre las demás ciudades
democráticas griegas que se asociaron con ella en la Liga
de Delos. Estas ciudades llegaron a percibir a Atenas como un
imperio despótico del cual ansiaban liberarse. Esta
dimensión "imperial" de la democracia ateniense vino a
subrayar su carácter limitado: estaba vedada a las
mujeres, los extranjeros, los esclavos y los aliados.

En el año 431 antes de Cristo estalló un
conflicto que venía gestándose desde hace tiempo:
la Guerra del Peloponeso entre la democrática Atenas y la
oligárquica Esparta por la primacía en el mundo
helénico. Al cabo de algunas batallas de resultado
incierto, le tocó a Pericles pronunciar la oración
fúnebre en elogio de los primeros ciudadanos atenienses
que habían dado su vida por la ciudad en esta guerra.
Recogido por el historiador Tucídides, el discurso de
Pericles marca el momento en que los atenienses tomaron
conciencia de que habían inventado la
democracia.

A través de las encendidas palabras de Pericles,
la democracia dejó de ser la constitución
particular de una ciudad para convertirse en un ideal de vida
inspirador de todos aquellos que quisieran imitarla. La
oración fúnebre de Pericles es el primer registro
del que tengamos memoria sobre la naturaleza de la democracia,
donde "los muchos predominan sobre los pocos" dentro del
círculo de los ciudadanos. Después de afirmar que
Atenas es la gran maestra de Grecia, Pericles concluye que vale
la pena morir por ella porque ya no es meramente una
ciudad-Estado entre otras sino la encarnación eminente del
ideal democrático.

Pericles murió en el año 429. Había
conducido la democracia ateniense con prudencia. A partir de su
muerte la ecclesia, en vez de mantenerse fiel al
criterio que siglos después expresaría
Cicerón al escribir que el sistema preferible es
aquél en el cual "los más eligen a los mejores",
sustituyó el liderazgo de Pericles por el de una serie de
demagogos, el más famoso y ruinoso de los cuales fue
Alcibíades, que la incitaron a no dar cuartel a Esparta en
vez de buscar, como Pericles lo había hecho, una paz
negociada. Después de incontables alternativas, Atenas fue
definitivamente derrotada por Esparta en el año 404.
Habiendo perdido el liderazgo de los griegos, languideció
hasta el año 334 antes de Cristo, cuando el rey Filipo de
Macedonia (el padre de Alejandro Magno, contra el cual
Demóstenes, el último defensor de la democracia
ateniense, había pronunciado ante la ecclesia sus
incomparables "filípicas") terminó por
conquistarla.

A partir de ahí, Atenas oscilaría en medio
de períodos de primacía macedonia, tentativas de
independencia y el creciente influjo romano, hasta que tanto
Macedonia como Atenas y toda Grecia quedaron definitivamente
sujetas a Roma en el año 148 antes de Cristo. Este dominio
sería por otra parte solamente político y militar;
en lo cultural, Atenas conquistó a sus vencedores dando
lugar al mundo greco-romano.

La "languidez" de Atenas durante el siglo IV fue, por
otra parte, solamente política y militar. Durante este
siglo "terminal", floreció en ella nada menos que la
filosofía de Platón, Aristóteles y, ya en el
período helenístico que inauguró Alejandro
Magno al conquistar el imperio persa, de los estoicos,
cínicos y epicúreos. En sus Lecciones sobre la
filosofía de la historia universal
, Guillermo
Federico Hegel vería en este fruto tardío de Atenas
una comprobación de su tesis de que los pueblos emiten sus
máximas expresiones culturales en la hora postrera, ya que
el búho de Minerva (la diosa de la inteligencia)
"levanta vuelo al
anochecer"4.

Falta explicar por qué el ideal de la democracia
que había encarnado Atenas no continuó en el
tiempo, extendiéndose eventualmente a todos los habitantes
de una ciudad o de una nación con el advenimiento de los
derechos políticos de las mujeres y con la
desaparición de la esclavitud, algo que el propio
Aristóteles anticipó que ocurriría
recién "cuando las lanzaderas
(máquinas de tejer) trabajen solas". Esto ocurrió
recién en el siglo XIX, con la revolución
industrial. Desapareció entonces la esclavitud. En el
siglo XX retrocedería la desigualdad de las mujeres. Lo
que no volvió, sin embargo, fue la democracia plenaria que
había desplegado Atenas.

La causa inmediata de la interrupción del
experimento ateniense fue el desprestigio de la forma de gobierno
democrática que resultó de su derrota militar.
Atenas perdió ante la oligárquica Esparta la Guerra
del Peloponeso. El recuerdo de esta derrota marcó
fuertemente a las generaciones atenienses subsiguientes, que
albergaron a Platón y
Aristóteles5.

Aleccionados por aquella amarga
experiencia, ambos pensadores desconfiaban profundamente de la
democracia. En el año 399 antes de Cristo, ella
había cometido además el más famoso de sus
crímenes al condenar a muerte a Sócrates, el
maestro de Platón y, a través de éste, de
Aristóteles. Afectados por la imagen de asambleas
multitudinarias e irresponsables que también habían
impuesto un despótico imperio a las ciudades griegas
sujetas a Atenas, Platón y Aristóteles favorecieron
sistemas políticos no democráticos. El de
Platón, inspirado en Esparta, fue claramente
aristocrático. El de Aristóteles fue mixto, para
permitir que otros elementos de tipo monárquico y
aristocrático impidieran, a través de un adecuado
balance de poderes, el suicidio demagógico de la
democracia.

Pese a sus fallas y fracasos, la democracia ateniense
impresionó no sólo a sus contemporáneos sino
también a quienes, siglos más tarde, conocieron su
historia. Recién en el año 1688 de nuestra era, la
"Gloriosa Revolución" inglesa puso en marcha el proceso
institucional que desembocaría en la democracia
contemporánea. Recién en el año 1761, al
publicar El Contrato Social, el ginebrino Jean-Jacques
Rousseau volvió a proponer a la democracia de tipo
ateniense como un proyecto político irrenunciable. Los
escritos de Rousseau tendrían una influencia decisiva en
la Revolución Francesa de 1789. La democracia ateniense
había muerto dos mil años antes. Los ideales que
anunció, sin embargo, nos siguen convocando5.

La
República Romana

Si nos limitáramos a verificar la
interrupción del experimento democrático en Atenas
en el siglo IV antes de Cristo y su reanudación a partir
de la "Gloriosa Revolución" y la Revolución
Francesa, dejaríamos veinte siglos de la historia de
Occidente sin explicar.

Este vacío, lo ocupó Roma. No sólo
por su larga trayectoria de más de doce siglos
desde su fundación en el año 753 antes de Cristo
hasta su caída en manos de los bárbaros en el
año 476 después de Cristo, sino
también por su poderosa irradiación sobre
los regímenes que la sucedieron.

Desde el año 753 hasta el año 509 antes de
Cristo, Roma fue una monarquía. Desde el año
509 hasta el año 27 antes de Cristo, una
república. Desde el año 27 antes de Cristo hasta la
invasión bárbara del año 476 después
de Cristo, un imperio. Los doscientos cincuenta años de la
monarquía se pierden en la noche de los tiempos. Pero la
República y el Imperio, que duraron cada uno quinientos
años, dejaron una larga secuela.

La influencia de Roma perduraría casi sin fisuras
ni interrupciones a través de los siglos. Caído en
el año 476 de nuestra era, el Imperio Romano de Occidente
siguió gravitando como si fuera un proyecto
político inconcluso, recurrente, a través de
expresiones como el imperio de Carlomagno y el Sacro Imperio
Romano Germánico en la Edad Media y el imperio
napoleónico en la Edad Contemporánea. La
Unión Europea refleja todavía hoy el proyecto
romano de un Estado continental.

La República Romana influyó por su parte
en la formación de las democracias representativas
contemporáneas, cuyo carácter "mixto" da lugar
tanto a la participación del pueblo cuanto a la
actuación de cuerpos representativos a los que los
atenienses llamarían "aristocráticos" y de
funcionarios ejecutivos que prolongan, aunque menguado, el poder
de los reyes.

Atenas perduró no sólo a través del
poderoso influjo cultural que ejerció en la propia Roma
desde que fue conquistada por ella y en el ascendente
cristianismo desde el apóstol San Pablo –salido del
judaísmo helenizado- en adelante, sino también a
través de la larga supervivencia del Imperio Romano de
Oriente o Imperio Bizantino, con base en Constantinopla, que
duraría hasta el año 1453 de nuestra era, cuando
los turcos lo conquistaron.

Hay un contraste central entre ambas ciudades. Roma es
como un río continuo de influencias porque nunca
dejó de gravitar. Atenas se aloja en los orígenes
de la democracia y en el exigente futuro que aún la
reclama en cuanto idea. Atenas es el principio y el fin. Roma, el
camino.

Aunque siempre se enseña la historia de Roma
"después" de la de Atenas, ambas nacieron al mismo tiempo.
Habiendo venido al igual que Atenas de la ancestral
tradición del poti o arkhos, Roma fue
gobernada por reyes desde que los míticos Rómulo y
Remo la fundaron en el año 753 antes de Cristo hasta el
año 509, cuando una revolución aristocrática
trajo consigo la república.

Habíamos observado que en el año 507
Clístenes fundó la politeia o
"república". Casi simultáneamente, dos años
antes, dos nobles romanos, Bruto y Tarquino Colatino,
habían fundado la República Romana de
la cual serían los primeros cónsules.
Clístenes acabó con la tiranía que
había iniciado Pisístrato. Bruto y Tarquino
Colatino acabaron con el mando despótico de Tarquino el
Soberbio, el último de los reyes que se había
convertido en tirano. Atenas era una polis. Roma, una
civitas, que es la palabra latina para polis y
tiene similar alcance: una "ciudad – Estado" independiente,
en guerra o en asociación con otras ciudades
– Estado.

Véase entonces el paralelismo entre ambas
historias. Pero, en tanto Clístenes fundó una
república de inclinación democrática, Bruto
y Tarquino Colatino fundaron una república
aristocrática que nunca dejaría de serlo aunque,
con el paso del tiempo, fue incorporando elementos
democráticos. La secuencia en Atenas fue "tiranía,
república democrático – aristocrática y
democracia". En Roma, la secuencia fue "tiranía,
república aristocrática y república
aristocrático -democrática". Aunque intentó
fundarlo, Atenas no logró cimentar un imperio. La
república romana, en cambio, desembocó en un
imperio que duraría 500 años en Occidente y 1.500
años en Oriente.

Roma llegó a ser una república
aristocrático – democrática, una república
"mixta" con ingredientes democráticos, pero nunca una
democracia a la manera de Atenas. Hacia el siglo III antes de
Cristo, el siglo en que alcanzó su apogeo, la
República Romana mantenía un delicado equilibrio
entre la clase de los patricios o aristócratas
(patricio proviene de pater, "padre": los
patricios descendían de los que "llegaron primero") y la
clase de los plebeyos (plebs significa
"multitud": la masa de los que "llegaron después"). Los
patricios dominaban el Senado (comparable al Areópago
ateniense) y la magistratura "cuasipresidencial" de los
cónsules; los plebeyos dominaban una peculiar
magistratura, la del tribuno de la plebe, cuya principal
facultad era vetar las decisiones de las magistraturas
patricias.

Los ciudadanos romanos también votaban, pero no
con el alcance de los ciudadanos atenienses. Estos, en la
ecclesia, tenían el poder de discutir y aprobar
las leyes. Los ciudadanos romanos se expresaban en dos tipos
principales de "comicios" (la palabra proviene del indoeuropeo
kom, al igual que "comunidad" y "comité"). En los
comicios centuriados el pueblo, reunido en las
"centurias" o regimientos correspondientes a su
organización militar, se congregaba con sus cascos y
escudos a proclamar de viva voz su aprobación o rechazo de
las propuestas que les presentaba el patriciado. Más que a
la ecclesia ateniense, esta asamblea se parecía a
la apella espartana: una reunión militar donde se
votaba por aclamación, por sí o por no, sin que
hubiera lugar para el torneo de oratoria de la asamblea
ateniense.

Los comicios "centuriados" respondían a una
tradición aristocrática. Pero en los "comicios de
la plebe" o plebiscitos, los plebeyos expresaban su
voluntad votando bajo la presidencia de los tribunos.

Hacia el año 300 antes de Cristo, esta mezcla
equilibrada entre el poder de los patricios y el poder de los
plebeyos se había consumado, sin que Roma pudiera unir
ambas clases en instituciones comunes a todos los ciudadanos como
lo logró Atenas. A partir del año 133 antes de
Cristo, con la revolución populista de los hermanos
Tiberio y Cayo Graco, el difícil equilibrio entre
patricios y plebeyos terminó por quebrarse, dando lugar a
casi cien años de guerras civiles de las
cuales surgiría, al fin, la dictadura de Julio
César, un aristócrata convertido en populista al
igual que los hermanos Graco.

La dictadura no fue en un principio equivalente a la
tiranía. En los tiempos de la república era, al
contrario, una magistratura constitucional de emergencia (algo
así como el estado de sitio o de excepción de las
constituciones contemporáneas) en virtud de la cual se le
otorgaba a un ciudadano el poder absoluto por seis meses para
remediar algún peligro inminente. Pero César fue
proclamado "dictador vitalicio" en el año 48 antes de
Cristo. Su ascenso a este poder sin plazo marcó el
principio del fin de la República Romana.

Así como Atenas logró expresar el ideal
democrático, pues, Roma expresó el ideal de la
república mixta, equilibrada, sin que alguno de sus
componentes, ya fuera el aristocrático, el
democrático o el monárquico, llegara a anular a los
otros.

Cuando a ambas ciudades les llegó la hora del
imperio, tomaron cursos opuestos. Después de Pericles,
Atenas mantuvo sin concesiones el modelo democrático. Es
más, lo acentuó a un punto tal que la
ecclesia, olvidando el sabio liderazgo de Pericles,
quiso gobernarlo todo y discutió públicamente hasta
las tácticas militares precipitándose al fin a la
derrota en la Guerra del Peloponeso a manos de una polis
conducida por una elite militar profesional cual era
Esparta.

Roma en cambio, cuando su poder se extendió por
el sur de Italia (Sicilia), el norte de Africa (Cartago, Egipto)
y el Mediterráneo occidental (las Galias, España),
donde no había otras ciudades – Estado como ella con
las cuales pudiera celebrar tratados de asociación sin
cambiar su propia naturaleza, sino variaciones del autoritarismo
que debió convertir en "provincias" ("lugar de los
vencidos" o "lugar donde vencimos") bajo el mando militar de los
procónsules, terminó por abandonar su propia
organización republicana convirtiéndose en Imperio.
Empezó siendo una "república imperial", republicana
en su centro e imperial en su periferia, para convertirse
finalmente en un imperio donde subsistieron residuos de la
República pero ya sin poder real como el Senado. La
periferia, en este caso, se tragó al centro.

Después de un siglo de guerras civiles cuyos
protagonistas no eran civiles sino militares, en el año 27
antes de Cristo la República sucumbió ante Octavio,
sobrino y vengador de César, a quien habían
asesinado Bruto y un grupo de senadores republicanos ("Bruto" se
llamó, así, tanto el primero como el último
de los héroes republicanos, con casi 500 años de
distancia). Tomando el nombre de Augusto, Octavio se
convirtió de este modo en el primer emperador, mediante
una estratagema diferente de la de César: en vez de ser
proclamado dictador vitalicio, acumuló en su persona, una
por una, las diversas magistraturas de la República
haciéndose llamar princeps Senatus,
príncipe o "principal" del Senado y, finalmente,
"Augusto".

Imperator, en latín, significa
"general". El Imperio expresaría la supremacía de
los generales, en lugar del equilibrio "civil" de la
civitas republicana.

Podría decirse entonces que, en tanto Atenas
perdió el imperio por serle fiel a la
democracia, Roma sacrificó la república para
asegurar el imperio. Hasta el advenimiento de
César y de Octavio Augusto, Roma era todavía,
como se vio, una "república imperial":
republicana de cara a sus ciudadanos, imperial de cara a
sus colonias. A partir del Imperio, ya no hubo ciudadanos que
merecieran el nombre de tales: todos, los romanos y los que no lo
eran, pasaron a ser súbditos de una estructura vertical
aun cuando Julio César les diera a unos y a otros el
título nominal de "ciudadanos". ¿Se puede ser,
acaso, ciudadano de un imperio? De nada valió que Bruto
asesinara en el año 44 antes de Cristo a Julio
César en nombre de la libertad: Octavio Augusto,
finalmente, lo reivindicaría, venciendo a otro
"cesarista", Marco Antonio, aliado a su vez con la emperatriz
egipcia Cleopatra, cuyo trono descendía directamente de
Ptolomeo, uno de los generales de Alejandro Magno.

El Imperio Romano produjo tal impresión en
Occidente que aun después de que cayera el Imperio Romano
de Occidente en el año 476 después de Cristo, hubo
reiterados intentos, de Carlomagno a Napoleón, por
restaurarlo. Pero en los siglos XVII y XVIII comenzó la
contraofensiva de lo que llamamos la "democracia
contemporánea". ¿Pero a cuál de sus
antecesoras nos referiremos al hablar de ella? ¿A la
democracia ateniense o a la República Romana6?

La democracia
contemporánea

La democracia ateniense y la República Romana no
encarnaron solamente dos formas históricas de la
democracia, extrema la primera y limitada la segunda.
También encarnaron dos concepciones de la
democracia. Atenas planteó el ideal
democrático
en toda su pureza. Durante su etapa
republicana, Roma encarnó en cambio la democracia
posible
: esa parte del ideal democrático que es
accesible en cada época. O, con otras palabras, una forma
mixta de gobierno donde el elemento democrático
se resigna a mezclarse con los elementos monárquico y
aristocrático hasta tanto consiga eliminarlos a
través de una larga evolución cuyo remate natural
tendría que ser el regreso de la democracia pura de
inspiración ateniense.

La historia de la democracia contemporánea
expresa la tensión entre estas dos maneras de concebir la
democracia: evolutiva una, utópica la otra7. A partir del
ejemplo romano, la democracia fue ganando espacio lenta y
trabajosamente del siglo XVII en adelante, cuando Europa
empezó a superar las monarquías absolutas para
reimplantar una concepción republicana del poder abierta
ella misma al progreso de su elemento democrático8. Pero,
no bien el elemento democrático llegaba a
cierta altura en esta evolución "romana" y corría
el riesgo de detenerse satisfecho, de inmediato lo picaba el
aguijón del ideal democrático ateniense,
instándolo a reanudar la marcha.

Ambas concepciones de la democracia estuvieron presentes
durante las dos grandes revoluciones que marcan el advenimiento
político de los tiempos
modernos.8 En 1688, la llamada
"Gloriosa Revolución" sustituyó la monarquía
absoluta en Gran Bretaña por una monarquía
parlamentaria "mixta", al estilo romano, donde se mezclaban los
tres elementos típicos del régimen
mixto: monárquico (el rey o la reina),
aristocrático (la Cámara de los Lores, hereditaria)
y democrático (la Cámara de los Comunes, elegida
por un padrón electoral minoritario primero y mayoritario
después, al fin de una larga evolución). Aun
así, habría que aclarar que, vista desde la
concepción ateniense de la democracia, la Cámara de
los Comunes era en sí aristocrática por electiva,
reduciéndose en tal caso el elemento democrático
del régimen mixto inglés a los propios
votantes.

Si bien en el curso del revolucionario siglo XVII
inglés predominó por lo visto la concepción
"romana" de la democracia, también hubo movimientos
apasionadamente democráticos en el sentido ateniense como
los levellers.

La discordia entre los "atenienses" y los "romanos" de
la democracia, latente en la revolución inglesa,
estalló en la Revolución Francesa. Francia no era
una pequeña ciudad-Estado a la manera de la polis
ateniense o de esa Ginebra natal en la que pensaba Rousseau
cuando renovó el ideal ateniense en el campo de las ideas
políticas, sino una vasta nación con
muchas ciudades dentro. Como le resultaba materialmente imposible
lograr la reunión cotidiana de los ciudadanos en una
ecclesia, la democracia directa al estilo griego le
estaba vedada. Pero Sieyès primero y los jacobinos
después, forzando su interpretación de la
democracia, hicieron como si esa presencia de los ciudadanos se
diera efectivamente en la asamblea de los
representantes del pueblo. De aquí provino la dictadura de
la asamblea en nombre de la democracia, como si la asamblea fuera
esa ecclesia que en realidad no era.

La dictadura de la asamblea fue posible porque,
así como era lógico que no hubiera necesidad de
proteger a los ciudadanos atenienses contra los posibles abusos
de esa asamblea que ellos mismos formaban, en la Francia
revolucionaria de fines del siglo XVIII tampoco se los
protegió contra una asamblea que pretendía ser ella
misma la voluntad de los ciudadanos cuando en verdad sólo
los "representaba" porque ellos no estaban "presentes", porque
brillaban por su ausencia. De esta sustitución del pueblo
por una asamblea que usurpaba su papel resultó no
sólo la dictadura sino la más feroz de ellas: el
terror jacobino de Robespierre y Saint – Just en 1793-1794,
acuciado además por el pánico que generaba el cerco
militar al que habían sometido a Francia las
monarquías europeas.

Los moderados, con Mirabeau al frente, imaginaron la
transición de Francia no ya de la monarquía
absoluta a la democracia absoluta que pretendían encarnar
los jacobinos sino a una monarquía parlamentaria al estilo
inglés y, cuando el proyecto de Mirabeau fracasó y
el rey Luis XVI fue decapitado, vinieron sucesivamente el Terror,
un Directorio equilibrado en los tiempos revisionistas del
Termidor y, finalmente, el imperio napoleónico. En vez de
la la Roma republicana de Mirabeau, la Roma imperial de
Napoleón.

Partes: 1, 2

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