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La envidia y su relación con el “mal de ojo” como un fenoméno psicosomática (página 7)




Enviado por Fernando Romero



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Las distancias entre los objetos de estudio de las diferentes disciplinas científicas, se están acortando. Asimismo, ciertos fenómenos que servían de guía para la investigación, ahora ya no parecen tan "exclusivos". Un psicólogo no puede ignorar las condiciones políticas y económicas que alteran a su paciente y lo pueden llevar hasta la amenaza de infarto, como un médico tampoco puede ignorar que una dermatitis aparezca siempre que su paciente tiene que enfrentar cierta situación ansiógena ó un industrial, simplemente ignorar, que fenómenos como el "robo hormiga" significan que "tiene al enemigo" en casa; y en último de los casos, ¿por qué enemigo? Toda la enorme amplitud que se ha ido, poco a poco logrando, en relación con lo inconsciente, así como el de la incidencia que trasciende el consultorio, de fenómenos como la transferencia y contratransferencia, incluso como causa de manifestación psicosomática, me parece suficiente como para refrendar el objetivo en el trabajo que me ocupa, validar psicoanalíticamente la existencia del fenómeno del "mal de ojo" como resultante de afectos envidiosos, los cuales "evacua" el que parasita, a través de identificaciones proyectivas o por la re-introyección forzada de las emociones, que conlleva la intención evacuativa que un bebé intenta, ante la devolución, a manera de "reflejo" por un extraño que no las introyecta, forzándolo a re-introyectarlas a él mismo.

CAPÍTULO V

El "mal de ojo", como una manifestación psicosomática con apariencia de acto "mágico" de tipo "maligno", provocada por envidia y/ ó la re-introyección, por reflejo, de la propia envidia del neonato

5.1. Introducción.

La envidia es un afecto primitivo que goza de muy mal prestigio. Decirle a alguien que es envidioso es una verdadera ofensa. Sin embargo, es naturaleza humana. (Klein, 1957) Para esta autora, como consecuencia lógica de la idealización del "pecho" que nutre, surge la envidia. El "pecho" es el primer "objeto" de relación afectiva, previo a la representación de la madre como persona, a partir -si se quiere- de "condicionamientos" pavlovianos según la asociación "pecho"- satisfacción o "desaparición del displacer", en un tiempo en que el bebé depende totalmente y la madre es asociada y equiparada con la comida misma: "ecuación comida-madre", según Anna Freud, (1965); y poco después con el afecto, (merced al contacto y el cuidado materno.). El "pecho" -y su representación-, después la madre -y su representación-, (en el sentido que Perner –1989- utiliza el concepto de "representación" y el desarrollo del mismo, que por otro lado, dicho concepto se complementa más que contraponerse con la forma psicoanalítica), alimentan y además preservan, haciendo "desaparecer" el hambre, el dolor o el displacer como por arte de "magia". La consciencia de "no ser uno" (unidad diádica) con quien nos cuida y atiende amorosamente, significa para el neonato una realidad prematuramente deducida, confrontante, y que provoca "angustia de separación" según Mahler, (1968), consciencia de inermidad. Como si por intuición cayera en la cuenta de que, de no estar ella, él, por sí solo, no podría hacer nada para sobrevivir. Aludimos entonces a una angustia de desamparo, "muerte potencial" y, en su oportunidad, inevitable. Cada experiencia dolorosa o frustrante en esa etapa de la vida constituye una amenaza mortal cuando ocurre por un lapso de tiempo prolongado. Los precarios recursos intelectuales, apenas desarrollándose, con los que cuenta el bebé, acaso echan a andar la capacidad de imaginación ("gratificación alucinatoria"), desde la perspectiva del funcionamiento mental, según el "proceso primario", (Freud, 1895), permitiendo al bebé "alucinar" que ahí está el "objeto": pecho o madre. Pero tal recurso está condenado a fracasar simplemente porque, imaginarizado, (en el Espacio Potencial diría Winnicott, 1963), ni quita el hambre, (salvo cuando coincide con la llegada real del pecho, que es cuando se sientan bases para la futura creatividad según el mismo Winnicott) ni elimina el displacer. El bebé termina, entonces, enfrentado brutalmente con la realidad: ocurrirá una incipiente consciencia de sí mismo, pequeño y dependiente, de dependencia absoluta, (Fairbairn, 1947), respecto al otro. Probablemente después de esta experiencia se empieza a otorgar un "valor" o "valencia" (investidura con libido o agresión) a la representación del otro, objeto de vínculo: de amor, cuando lo que se inviste con libido es la representación del objeto a partir de experiencias gratificantes; de odio, cuando lo que se inviste con agresión es la representación del objeto a partir de experiencias frustrantes y displacenteras; más aún, dolorosas como los cólicos o las rozaduras.

Dando crédito a estas hipótesis metapsicológicas, es factible pensar que después de una experiencia tan amenazante como lo será para un bebé sentirse "invadido" o "inundado" por el dolor que provoca un cólico o la ansiedad por el fracaso de la gratificación alucinatoria, la recuperación del bienestar, la aquiescencia o el equilibrio, estimularán la formación de representaciones (primarias o de modelo único) de un objeto omnipotente y "todopoderoso" susceptible de ser idealizado. Para el bebé, desafortunadamente para bien y para mal. Porque toda idealización tiende, en efecto, a tornarse persecutoria en tanto que resalta "diferencias" y, evidentemente, desventajas desde la condición de inmadurez. Además, la posibilidad de perder lo idealizado resulta tan dolorosa y amenazante como la toma de consciencia de la propia pequeñez y consecuentes limitaciones. Esa incipiente consciencia de necesidad imprescindible del otro, despierta la envidia, pues se lo idealiza y ante la sensación de impotencia que provoca el no poder poseer o controlar mágicamente al otro (el anorético lo intenta con un altísimo costo, confrontar con Kestemberg, 1976), saberlo separado del Self y "pleno", estimula por comparación ("por qué él sí y yo no") la envidia, el odio y la agresión. La fantasía (imaginación cada vez más elaborada y mejor lograda) induce descargas sobre imágenes de representaciones de "objeto idealizado", contra el cual se arremete atacándolo con sadismo envidioso.

Huelga decir que tal recurso merma las representaciones de objetos "buenos" "archivadas" o inscritas en el sistema representacional que funciona, por decirlo de algún modo, como "disco duro", provocando desequilibrio, rompiendo la armonía del sistema intrapsíquico, estimulando sensaciones internas de algo susceptible de ser interpretado como un predominio momentáneo, en lo interno, de representaciones de objetos "malos".

Cuando la dinámica intrapsíquica cambia poco con el paso de los años o se desarrolla cierta proclividad al empleo de esta forma de recurso defensivo, una situación como la antes descrita podría ser la base en la organización de personalidades "hipocondríacas", personas que se sienten llenas de "cosa mala" o que son "presa fácil" de "contagios" de cualquier contenido peligroso y/ ó doloroso. La dinámica interna opuesta: "proyectar" al exterior o sobre otras personas, esos contenidos "malos", peligrosos, destructivos, que fantasmáticamente se cree poseer, con el paso de los años constituirá la base para la integración de personalidades paranoides que temen y se sienten perseguidas hasta por su propia sombra.

Recordemos que todo empezó por la idealización de la representación de un "otro", "bueno" (objeto de relación o vínculo), que la idealización tornó "súper bueno" e hizo surgir la envidia, misma que es altamente destructiva e impulsa al ataque, dado que se nutre de odio. Sin embargo, poco a poco y cada vez más eficientemente, es factible poder "organizar" y emplear la energía "envidiosa", a través del engranaje y despliegue de diferentes formas de capacidad ó inteligencia que descansan en la experiencia "continente" del vínculo amoroso con una madre empática, tranquila o "suficientemente buena", (posteriormente, el desarrollo de formas de inteligencia lógico matemática, lingüística, cinético corporal, espacial, musical, intrapsíquica, espiritual e interpersonal o interpsíquica, abrirán un abanico de recursos, siguiendo a Gardner, 1983), en actividad productiva y generativa capaz de crear soluciones a los problemas que se presentan o, incluso, la "producción" de satisfactores, instrumentando los recursos heredados o aprendidos, dentro de los cuales podemos incluir habilidades, intereses, gustos y talentos cultivados, como la formación profesional o los diferentes oficios, el virtuosismo o el prodigio. Esta estrategia no sólo provee de la posibilidad de resolver el conflicto, sino que se estimulan las capacidades para hacer "grandes cosas" según una actitud de coraje, decisión y perseverancia debidamente encauzados. Porque la energía de la envidia es, probablemente, la energía más densa y "poderosa" de la pulsión de muerte, cuyo objetivo original, paradójicamente, es desmembrar, destruir y puede, incluso, provocar la autodestrucción.

5.2. Ensayo de integración multidisciplinar.

Según la perspectiva de los sociólogos reaccionarios, el pobre tendrá, desde sus carencias, mayores motivos para envidiar a quienes gozan de menos insatisfacciones y, aún más, a quienes ostenten lujos y excesos. El menos agraciado, en cualquier sentido, podrá encontrar justificaciones para envidiar a los más afortunados, también en cualquier aspecto. Bastará que se percate de ello y observe ciertas ventajas en otros, que él no tiene. Y acá, la pobreza queda trascendida. Sin embargo, una condición fundamental, específica de la personalidad, será necesaria como para que el envidioso pueda, lo sepa o no, desplegar conductas altamente destructivas, e incluso, con matices mágicos: la inconsciencia, incapacidad para, o pérdida del, control sobre: el odio. Para Freud, el odio es la energía del instinto de muerte proyectada en cuanto hace acto de presencia. Para Klein, el odio y la envidia son la manifestación fenomenológica del mismo instinto de muerte y fluye, desde el nacimiento, a través de las identificaciones proyectivas e introyectivas que el bebé (el cual, además, pasa por un estadio envidioso "normal") trae en su equipamiento genético como recurso, al servicio de la supervivencia, para "comunicarse" con el objeto materno, mismo que preserva la capacidad de regresionar a esos mismos niveles de funcionamiento intrapsíquico, durante los períodos de gestación y las experiencias de maternaje.

El fenómeno de la vida y la procreación, nos equipara con los dioses y a la mujer en particular. Es decir, evidentemente no tiene nada de "malo" esa capacidad compartida entre neonato y madre. Es la pérdida de control o la perversión en el manejo y organización de la energía instintiva tanática que se manifiesta en forma de envidia, lo que puede desbordar el odio y la destructividad. Tal situación estimula el funcionamiento mental de manera degradada, primitivizada o animalizada y concretizada, por dilución de la capacidad representacional y la separación entre lo emocional-instintivo y lo social-cognitivo, alterando como consecuencia, posteriormente, la capacidad de simbolización, tal como se observa en la enfermedad mental. Pero ocurre lo mismo en los estados alterados por ira exacerbada. En este sentido, las experiencias de la historia, en las cuales se observan las conquistas y el esclavismo, con sus consabidos sometimiento y explotación de unos, armamentista y /o tecnológicamente más desarrollados (probablemente menos espirituales, o capaces de sacar partido de su envidia, voracidad y ambición), que otros que se "cuidan" de la competencia ínter, e íntra, grupal por conocer sus riesgos o por haber encontrado valores diferentes, menos materialistas, más espirituales, o, simplemente, no expansionistas, no guerreros, pacíficos.

Sabemos del fenómeno narcisista como defensa contra la envidia, y también sabemos que no es solución. Podría interpretarse que por ahí ("superioridad blanca"), encontraron salida los "súper-desarrollados": el culto al individualismo, que los convirtió en "elegidos de los dioses", con "derecho" a despojar, someter, controlar, usar y abusar de otros y sus posesiones; tanto materiales y culturales como espirituales. No se requiere una inteligencia fuera de serie, para captar como es que los despojados, ultrajados y esclavizados, se desorganizaran por regresión, al nivel del bebé o del primitivo: formas de pensamiento mágico pre-reflexivo y potencialmente destructivo, que inducen la sensación de amenaza, impotencia, angustia e indignación de lo que no se entiende: que vengan otros a tu casa a tomar posesión de ella, administrarla y usarla, y que tú pases a la condición de su servidumbre. La destructividad que se puede desencadenar, "por debajo del agua" (no hay otra posibilidad, o es acallada brutalmente) en una situación así, implicará la utilización de lo que sea: boicot, sabotaje, magia, brujería; lo que sea y evidentemente, la energía que alimenta tales acciones será el odio homicida. En efecto, para que ocurra no la magia propiamente tal o la brujería maligna, sino el intercambio a través de identificaciones proyectivas e introyectivas, se requerirá un tipo de vínculo cercano, en donde los afectos jueguen un papel importante. El odio abre la posibilidad, cuando, naciendo, se deflexiona el instinto de muerte. Pero es algo natural, "normal", incluso necesario y requiere ser organizado. El odio hacia el invasor es algo diferente y demasiado generalizado, impersonal, por eso ha sido desplegado por vía de movimientos grupales armados como la guerrilla y el terrorismo. Focalizado, personalizado, posterior a la dinámica de la díada, lo observamos operar en la destructividad de parejas en donde una palabra puede ser el "detonador" para el desenlace de la locura en uno de los miembros; en formas de comunicación enloquecedora entre un esquizofrénico y una madre esquizofrenizante o esquizofrenogénica (doble vínculo); en la dinámica relacional hostil disfrazada o filtrada a través de un tipo de alimento que puede ser contradictorio con un tratamiento, por ejemplo, para una úlcera sangrante, de esas que matan en cuestión de horas. Pero también, aprovechando cuando se sabe o intuye, que el otro es "tierra fértil" para influir en él, debilitarlo, manipularlo, usarlo, inducirlo u obligarlo a hacer algo, como ocurre con los abusos sexuales, la explotación y prostitución de menores. En este rango encaja el bebé que puede ser robado, vendido, y parasitado con el fenómeno del "mal de ojo". Y se requiere que un enfermo y /u otro, envidioso, capaz de deducir o intuir su indefensión, (porque el neonato es también un envidioso sólo que primario o "natural"), lleno de resentimiento y odio, lo quiera lastimar o destruir, completamente o una parte de él que es la que le causa la envidia: su belleza en general, su inocencia, su relación con una madre amorosa, sus ojos, su piel, su situación social y económica, etc., etc. El fenómeno de magia maligna o brujería que hemos podido constatar más sorprendente en nuestra cultura, es el del "mal de ojo", el cual ocurre sin que el que lo causa llegue a tocar a su víctima, solo lo mira. Y, por alguna extraña razón, para los legos, justamente debe no tocarlo para poderlo dañar. El pueblo sabe esto, pues cuando ocurre el "mal de ojo", el que lo causó debe acariciar al niño o cargarlo y aunque existen otras formas de "curarlo" (santiguar con azúcar o sal, limpiar con un huevo, con ciertas hierbas o "tronar el empacho"), acariciar o cargar al niño parece constituir una especie de "voto de confianza" para el causante, el cual seguramente "no quiso dañar". Es como si la mirada envidiosa y destructiva y/ ó "reflejante", sin el contacto físico y sin palabras, significará algo bien diferente para el bebé. En tanto que, todavía hay una incapacidad de digerir la representación. El contacto físico y la palabra son, entonces, lo que hace posible que sea "digerible" la experiencia, en tanto que significando afecto o aceptación, al menos algo no temible o persecutorio. Posteriormente, mirada, contacto y palabras, al entreverarse, entrarán dentro de las posibilidades estructurantes, "metabolizadoras" y que son requisito para la simbolización: forma metarrepresentacional. Y no sería de extrañar que se requiriera la integración de las tres acciones: mirada-contacto-físico-palabras representacionadas, -por vía de la internalización-, para que el lenguaje se desarrollase. De ser así, el contacto físico juega un papel fundamental para desarrollar la función simbolizante, que inicia en las formas de "comunicación" que una madre puede establecer con su bebé. Desde esta perspectiva, es más fácil entender patologías de la piel como el eczema infantil, (Spitz, 1965), u otras dermatitis de temprana aparición, algunas de las cuales, por intuición, se atacaron a través de sugerencias y recomendaciones de contacto físico, a las mamás para con sus bebés. Pero también, en tanto que fuera factible pensar, como dice la psicología cognoscitiva, que en el problema del autismo ocurrió una incapacidad (detenimiento del desarrollo) que bloqueó avanzar más allá de la utilización de "representaciones primarias": que llevan al niño a la capacidad de hacer "relaciones funcionales" como del tipo: llanto-atención, nulificando poder llegar a estructurar "representaciones secundarias", las cuales permiten acciones propositivas desde relaciones "causa-efecto" y que son la base para desarrollar la capacidad de "pensar" en situaciones como "modelos", como podría ser lo que hemos observado en la línea de la contención "voluntaria" de los contenidos intestinales, de que son capaces algunos niñitos con fines hostiles, para angustiar a la madre. Y mucho menos, alcanzan los autistas, la capacidad "metarrepresentacional", base de las funciones de abstracción que inician con el manejo fluido del lenguaje, (capacidad de simbolización) y que se alcanza hacia, más o menos, los cuatro años. Así, mirada-contacto-palabra, tendrían una función análoga a la de los "órganos ancilares": mano-epidermis-laberinto del oído: "cuna de la percepción", desde los órganos: ojo-piel-oído como "cuna de la comunicación" y las posteriores estructuración del lenguaje y desarrollo de la capacidad representacional, a partir del intercambio afectivo, bagaje genético del neonato y la inteligencia intuitiva de las madres.

5.3. "Mal de Ojo", mirada maligna e identificación proyectiva.

La relación "mirada maligna" y "ojo envidioso" se la asociaba con brujas y hechiceros desde hace varios siglos. Sobre todo en función de "males" como a "control remoto", a distancia o con una simple mirada, sin contacto. Durante los procesos contra las brujas en Europa, se acusaba a personas que, de una u otra forma, habían despertado la sospecha de haber deseado un daño a otro, en tanto que envidiosas. Para lo generalizado de la envidia que es al fin, naturaleza humana, no era extraño que personas mejor dotadas físicamente que otras: bonitas, padres felices, campesinos que recogían buenas cosechas o quienes poseían una hacienda sana, fuesen los acusados de brujería o magia maligna. Para sobrellevar la desdicha y el infortunio, convenía buscar alguien a quien envidiar. Y así, poco a poco, el mismo envidioso se convirtió en el acusador, delatando a personas hermosas, virtuosas, ricas y mujeres de personajes adinerados o importantes.

En 1974 cuando cursaba mi tercer año de bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, hubo un eclipse parcial de sol, que sirvió de pretexto para que el profesor de la materia de Lectura de Clásicos Contemporáneos nos encargara un ensayo, que debíamos desarrollar a partir de entrevistas, en relación con las creencias populares que llegan a convertirse en mitos a propósito de los eclipses. Resultó muy interesante, y enriquecedor. Se presentaron trabajos que asociaban los eclipses con fantasías de fin del mundo o el advenimiento de catástrofes terribles. Nosotros investigamos las creencias de medios rurales del sur de Guerrero y la mayoría de nuestros entrevistados coincidían alrededor de creencias de que "el clip" (eclipse) les "comía" parte del labio y paladar a los "productos" de mujeres que estuviesen embarazadas y entonces los niños al nacer presentaban labio leporino. Para evitarlo, todas las mujeres embarazadas debían colgarse protecciones hechas a base de "ojos de venado", amarrarse un listón rojo a la cintura y fijar en el amarre sartenes y vasijas metálicos, mismas que, durante el tiempo que durase el fenómeno, debían golpear con cucharas y cucharones también metálicos para "espantar" con el ruido al "clip". Quienes no lo hicieran sus hijos, al nacer, tendrían el labio leporino.

Es claro que desde la perspectiva psicoanalítica, los símbolos universales que se han descubierto en los trabajos de interpretación de los sueños (Freud, 1900), así como para ciertas culturas orientales, simbolizan la figura paterna por el sol y la figura materna por la luna. En este sentido, un eclipse alude a la sexualidad entre los padres, provocando la envidia y los celos de los hijos, los cuales, evidentemente no están invitados a participar y, a partir de la cual, ocurre la procreación. Sus fantasías, en consecuencia, serán tales que el "castigo" incide directamente sobre la, porvenir, función materna o paterna y recayendo directamente sobre eso que la sanciona: los hijos, en su momento envidiados y resultantes de la, también envidiada, sexualidad entre los padres. Por lo demás, después de tales acercamientos sexuales, las mamás quedan embarazadas. Y, como ya dijimos, para envidia y desazón de las hijas y envidia, rencor y celos de los hijos que se sienten "traicionados" por mamá. En otros lugares, en efecto, las embarazadas son el blanco de las envidias de mujeres que no pueden embarazarse porque no tienen sexualidad dados sus prejuicios o soltería, o porque tienen algún impedimento ya sea emocional o fisiológico, real o fantaseado, para embarazarse, no obstante pretenderlo conscientemente. Pero también cuando -se echa de ver- que los bebés son "lindos", se convierten en blanco de las envidias de hombres y mujeres que, de alguna manera, se sienten físicamente "poco agraciados". Y se observa más o menos de manera generalizada todavía en ámbitos sub-urbanos, que se les cuelga a los "niñitos bonitos" un ojo de venado para evitar que se les haga "mal de ojo". Porque cuando esto ocurre, los bebés ("tierra fértil", por envidiosos), se enferman o se ponen llorones sin causa aparente. Entonces hay que hacerles una "cura mágica", basada en remedios y oraciones ("santiguarlos" o hacerles una "limpia") o los "envidiosos" deben regresar a tocarlos (entiéndase reivindicar sus malos deseos: destrucción o daño por "robo" del bebé o una parte de él que hubiese sido aquella que mayor impacto causó, porque no les pertenece o porque es remoto llegar a emular) y, de otra manera, "no es fácil que se curen".

Hace algunos años vendí un auto deportivo y la persona que me lo compró, el día que tenía que llevárselo, llegó con un "ojo de venado" que tenía pegada una pequeña estampita de San Judas Tadeo y venía arreglado como collar con un listón rojo, el cual me dejó ver pero no tocar. Lo primero que hizo al subirse al auto fue amarrarlo al espejo retrovisor y me dijo: "para que no me le vayan a hacer mal de ojo y me lo rayen, si no es que hasta me lo pueden robar. Ya ve como son las gentes".

"Como somos las gentes", pensé para mis adentros. Sin duda que esta persona pensaba así por proyección de sus propias fantasías o acciones, cuando en otro momento, probablemente no podía acceder a la satisfacción de ese gusto, comprarse un auto deportivo. Pero entonces quiere decir que todo aquello que constituye diferencias y nos gusta, anhelamos, valoramos, etc., y dudamos merecer, poder llegar a poseer o realizar, puede provocarnos envidia por ser atributo de, pertenecer a, o ser producto de, las capacidades de otro, y así, estimular nuestras peores intenciones. Que realicemos o no esas fantasías destructivas, depende de la "calidad" alcanzada para sublimar y los recursos (aprendidos y /ó heredados) con los que se cuente y hagan posible encauzar esa energía con intenciones de logro y en fines constructivos, consciente e inconscientemente, dado que, parece ser que su potencial daño, puede ser causado con la simple "mirada": "fantasías inconscientes" e identificaciones proyectivas, cuando, precisamente en tanto que inconsciente, se desconoce la muy personal forma de reaccionar en materia de emociones y no se sospecha de la intensidad o fuerza de los propios impulsos, dentro de los cuales los impulsos envidiosos estarán jugando su papel desde lo inconsciente pre-reflexivo, ó escindido y egosintónico en el trastorno severo (Zukerfeld, 1999) o reprimido egodistónico, según las envidias del neurótico; e incluso, invariablemente, egosintónico en general, para las formas adaptativas disfuncionales del caracterológico o caracteropático.

5.4. Hipótesis psicodinámicas en relación con el "mal de ojo".

De la Introyección y las Identificaciones Introyectiva y Proyectiva. En Psicoanálisis, debemos a Sándor Ferenczi, (1912) el concepto de introyección y a Melanie Klein, (1943) los de "Identificación Introyectiva" e "Identificación Proyectiva".

Introyección, se refiere al representacional que se registra en la memoria procedimental de experiencias de incorporación a partir, inclusive, del momento mismo del nacimiento: la primera inhalación, proceso vital que se ha simbolizado asociado al acto de "la nalgada" que los médicos propinan a cada neonato que no respira por sí mismo al momento de nacer, y, que, justamente "echa a andar" la "maquinaria" del sistema respiratorio. La introyección es repetida y reforzada a través de todos y cada uno de subsecuentes actos de incorporación, como la alimentación periódica y en otros ámbitos más abstractos o subjetivos, probablemente re-significados sólo a posteriori, a través de las expresiones afectivas de una madre amorosa al realizar las funciones de aseo y atención del bebé (por vía de la mirada, el oído y el tacto); ya de más grandes, una gran cantidad de vivencias como por ejemplo la lectura o los conocimientos que adquirimos al estudiar y en donde se tornan más complejos los procesos por el desarrollo cognoscitivo. Información que se "incorpora" y se "interpreta", en general utilizando todos y cada uno de los sentidos, por separado y como totalidad, deberá, necesariamente, de quedar "registrada" en la mente o "sistema de representaciones" (permítaseme la conceptualización que he venido usando: "el disco duro" humano por analogía con los cerebros cibernéticos), y organizarse de manera crecientemente cada vez más compleja y la cual, a diferencia de los discos duros propiamente tales, desde la función de memoria, se conduce como una "Pizarra Mágica" como lo propusiera Freud, (1924-1925), pues parece absorber la información, codificarla y archivarla sofisticadamente condensada, de manera que nunca se satura y, al menos teóricamente, su capacidad no tiene límites.

La Identificación como concepto psicoanalítico, de acuerdo con Freud (1914), es la "unidad" o base de la formación de la personalidad. Podemos agregar que es un sistema de sucesivas representaciones o procesos psicológicos por medio de los cuales, desde el nacimiento mismo, el neonato "asimila", (Piaget, 1964) información externa y de un "otro" humano (aspectos, propiedades o atributos) a manera de modelo y en función de éste se va ("acomodación") transformando, (incluyendo la importancia que como principio de "aprendizaje" en el sentido piagetiano, juega posteriormente en este proceso, la imitación), parcial o totalmente para, al final, constituirse en una "personalidad"; es decir, una "persona" propiamente tal, única y diferente a todas las demás. Y no obstante, compartiendo dentro de un sistema cultural, determinados rasgos "comunes" (Allport, 1940) en ciertas comunidades o sub-culturas y en un nivel aún más específico, en dinámica coherencia y obedeciendo a formas de satisfacción de "necesidades", estilos o búsqueda de recuperación de equilibrios (sanos o enfermos) dentro de diferentes sistemas familiares, (Bateson, 1972; Minuchin, 1974) Integrando estas dos hipótesis, la Identificación Introyectiva es el resultado de un "absorber" a mi personalidad, "poner en mí o dentro de mí", desde lo representacional, y, entonces, "fantasmático", (concomitante psicológico de las incorporaciones concretas y tangibles), algunos aspectos, propiedades o atributos de un otro (evaluados al investirlos con libido o agresión) por considerarlos "valiosos", deseables, necesarios e inclusive, en ocasiones, vitales: ya sea por "buenos" y gratificantes o por "malos" y amenazantes. Pongamos por ejemplo el caso del hipocondríaco: "coloca" dentro de él algo "malo" probablemente porque fantaseará que eso "malo" es más "controlable" desde dentro que fuera de él.

En este sentido queda implícita la idea alternativa opuesta: la de la Identificación Proyectiva en su acepción negativo-evuacuativa: "colocar" algo "malo" propio (del Self) dentro de otro (Objeto) por inaceptable, amenazante y destructivo, y, entonces, con la intención de controlarlo, liberarse o dañar, e "instrumentarlo", por medio de "guiones" representacionales y, a través de la "fantasía inconsciente".

La Proyección es el representacional o componente psicológico de todas aquellas experiencias fisiológicas concretas y tangibles de expulsión y evacuación que realizamos los humanos desde el nacimiento mismo y, probablemente a partir de la primera exhalación subsecuente a la también primera inhalación, dentro de la dinámica del funcionamiento del sistema respiratorio.

El "ruido" mismo del aire entrando y saliendo por las fosas nasales, será representacionado como un tranquilizador fluir en tanto que relajante, que induce un equilibrio y al mismo tiempo establece un ritmo que de inmediato se torna totalmente automático: "Autonomía Primaria Relativa del Yo" (Hartmann, 1939) y al servicio de la supervivencia, eslabonando las funciones de incorporación y expulsión y sus representacionales dinámicos: introyección- proyección; proyección-introyección.

Visto así es relativamente fácil percatarse que debe haber, y, preservarse, un equilibrio. De tal manera que excesivas introyecciones lo romperán, tanto como excesivas proyecciones (Rosenfeld, 1958) Así, nos enfermamos fisiológica u orgánicamente ante la falta o pérdida del equilibrio entre incorporaciones y expulsiones (inanición, constipación o deshidratación por diarrea)

De la misma manera, la falta de, o pérdida del, equilibrio entre introyecciones y proyecciones, igual enfermarán, solo que desde la perspectiva emocional o psicosomática: hipocondría u obesidad, vs., paranoia o anorexia.

Análogamente a la introyección, también la proyección se observa, es lógico, sistemáticamente reforzada por una serie de funciones orgánicas de expulsión de las cuales es representacional, como la defecación, el vómito, los ruidos intestinales, etc., y dentro de lo subjetivo o abstracto, significado a posteriori, merced a la comprensión y la intención subsecuentes a "condicionamientos" en el sentido pavloviano, sustentadas por el gusto o la vocación por enseñar o declamar por ejemplo. Obviamente, también sustentado por lo que se ha aprendido (introyectado) previamente; de esas primeras experiencias de introyección de palabras y expresiones, se moldearán y modelarán los primeros balbuceos precedentes de las palabras, generando sus representacionales (asociaciones "imagen-palabra" que anteceden a "conceptos") respectivos y, con ello, dando "cuerpo" al sistema representacional que constituye lo que Klein (1920-1921) denominó "mundo interno". Desde esta perspectiva, introyecciones y proyecciones constituyen procesos psicológicos que preceden a la posibilidad de utilizarlas más adelante, también como mecanismos de defensa que se ocupan de "conjurar" ansiedades para las cuales el bebé solo cuenta con endebles recursos intelectuales, permitiéndole procesarlas aunque sea parcial y momentáneamente mejor, a través de la fantasía inconsciente.

Complementando lo dicho con relación a la introyección, la proyección es el acto psicológico por medio del cual se coloca fuera del Self toda experiencia dolorosa, frustrante y /ó amenazante (fantasmáticamente hablando), en tanto que puede acarrear consecuencias también lacerantes o displacenteras tanto en un sentido físico, como moral o emocional. Esto ocurre con el paranoico que deposita en otro lo "malo" de sí mismo y luego siente persecución. La continuidad, o mejor dicho complementariedad, entre el hipocondríaco que se siente "perseguido" por algo que está o puede estar (por contagio) dentro de él y el paranoico que se siente perseguido por algo (intangible) o alguien que se encuentra en el medio (externo al Self), dan cuenta evidente del "esfuerzo normal" que se requiere y debe realizar, para preservar el equilibrio y evitar la alteración en un sentido u otro, en aras de la deseable armonía que deben guardar ambos mecanismos en dinámica función intrapsíquica.

Por lo tanto, es obvio que la utilización equilibrada y armónica de esos mecanismos es "normal" y saludable. Todos introyectamos ciertos contenidos de información desde el exterior o desde rasgos deseables de otros. Asimismo, todos proyectamos sobre los demás o en el exterior, ciertos aspectos, fantasías o deseos, reprobables por nuestra cultura o inconciliables con la propia moral.

Introyectar lo deseable atenúa la angustia frente a la carencia y las diferencias, concede tiempo ante la frustración, potenciando la actividad en búsqueda de satisfactores, ya que, en efecto, la frustración puede exacerbar la agresividad pues confronta con las limitaciones o incapacidades, golpeando directamente en el amor propio, "sentimientos del self", e induciendo sentimientos de impotencia e inferioridad.

Proyectar lo indeseable atenúa la angustia, el dolor emocional o físico y la sensación de maldad interna que puede consumirnos u orillarnos a actuar agresivamente, a partir de sentimientos de temor, peligro, inseguridad y auto- desprecio, concediendo también tiempo para "digerir" la emoción o afectos implicados en el reconocimiento de deficiencias, malos deseos o malas intenciones propias, provocando en ocasiones la fantasía de que se puede "saber" lo que el otro piensa cuya finalidad, mal lograda o disfuncional, sería no sentirse temeroso e inseguro según aconseja el refrán "piensa mal y acertarás": difusión hacia el exterior del propio Self ("grandioso") o partes de él. La alternativa: poder ser objetivos y apreciar en la justa medida, una amenaza real determinada y ser capaces de aceptarnos tal como somos.

En otros momentos se puede optar por proyectar "cosa buena" propia y "actuar" en consecuencia, con el objetivo de atenuar una sensación de persecución debida a un exterior peligroso, inundado de "cosa mala", provocando la sensación de empobrecimiento interno o de estados "confusionales": dilución de las fronteras o límites entre el Self y el no-Self o entre el Self y el Objeto.

Integrando con la identificación. Identificación Introyectiva implica colocar dentro del Self "contenidos" y/ ó rasgos del objeto "buenos" o "malos" con diferentes finalidades y consecuencias. Identificación Proyectiva implica colocar o depositar "dentro" del objeto, como se mencionó antes, (objeto de deseo o vínculo) algo propio, del Self del proyectante con diferentes finalidades y consecuencias.

Consideremos las posibilidades:

  • a) El bebé se identifica introyectivamente (como en una suerte de fantasía en términos de: "toda tú estás en mi") o proyectivamente (como en una suerte de "todo yo estoy en ti") con la representación del "pecho bueno", posteriormente con la madre "buena" como persona, para negar la separación Self-Objeto que dada su "dependencia absoluta" con respecto a la madre (naturaleza altricial según Spitz, 1965) le provocarían una ansiedad que no podría procesar; en este sentido, también satisface el objetivo de "aseguramiento" al "tomar posesión" plena del objeto, cuando, posteriormente ya su desarrollo y su capacidad lógica le bloqueen el recurso de la negación interna ("desmentida") desde la fantasía (llega un momento en el que simplemente "negar", en estos términos, es algo muy loco) No hay nada de siniestro en la fantasía de "indiferenciarse" en esos estadios tan tempranos. Es decir, la energía que inviste esas representaciones es la libido. Por otro lado se hace muy difícil en este ejemplo establecer una "frontera" o diferencia clara entre lo que pudiera ser "echar mano" de una identificación introyectiva o una identificación proyectiva. Probablemente obedezca a rasgos heredados, el optar por una u otra o sea una cuestión que se rige, con miramiento por el equilibrio saludable, al servicio de la supervivencia, con la opción de utilizarlas de manera alternativa. Salvo cuando es resultado de la idealización del objeto "bueno" que estimula el surgimiento de la envidia. Entonces, se identifica proyectivamente con el objeto para "robarle" todos sus contenidos "buenos" y en su lugar dejar cosa "mala", para dañarlo y destruirlo, "arruinarlo", pues la envidia es intolerable. En este caso, tal proceso no ocurre por inversiones de libido, sino de instinto de muerte.

  • b) El bebé se identifica introyectivamente con la representación del "pecho malo", posteriormente de la madre "mala" (como en una suerte de fantasía del tipo: "toda tú estás en mí o estos aspectos frustrantes, amenazantes y dolorosos tuyos, los pongo dentro de mí") porque "dentro" de él, sentirá que puede "controlarlos" mejor, le amenazarán menos o le harán sentir menos persecución, dado que "quedan" más lejos de la experiencia "pensable", los podrá quizá "perder" entre sus procesos orgánicos (probablemente, sentando alguna base para la posible "regresión psicosomática" posterior)

  • c) Se identifica proyectivamente desde la representación de su propio Self "malo" con la representación del "pecho bueno", posteriormente de la madre "buena" (como en una suerte de fantasía del tipo: "todo yo estoy en ti o estos aspectos dolorosos, malos de mí mismo, los deposito dentro de ti") porque pretenderá controlarse y sentirá que no logra lidiar consigo mismo "malo" o esas partes "malas" que dañan al objeto, esperando que éste ("rêverie") podrá procesarlas mejor por él.

  • d) Se identifica proyectivamente desde la representación de su Self "malo" con la representación del "pecho malo", posteriormente de la madre "mala" (como en una suerte de fantasía del tipo: "todo yo estoy en ti o estas partes dolorosas, malas y agresivas de mí mismo las deposito dentro de ti, temible") porque intentará una especie de "alianza" con el perseguidor que le permita preservarse ante las ansiedades propias de la posición esquizoparanoide y/ ó de la tendencia a regresionar a esa posición.

  • e) Con un poco más de desarrollo, pero aún lejos de poder hablar, niñas y niños pueden identificarse introyectivamente con aspectos "malos" y temidos de las representaciones tanto del rol materno como paterno (como en una suerte de fantasía del tipo: "pongo dentro de mí estos aspectos "malos" y amenazantes de ustedes"), porque le harán sentir que le abruman en lo interpersonal naciente, que lo rebasan en su capacidad incipiente de relacionarse con ellos en el contexto de la ambivalencia; después de todo, desde lo inconsciente, momentáneamente pueden resultar más tolerables; tarde o temprano será más capaz intelectualmente hablando, menos dependiente, podrá ser como los "grandes" (a quienes en momentos se ama, en momentos se odia; en momentos se desea, en momentos se teme) y acceder a gratificaciones que son propias de ellos.

  • f) Pequeñines de ambos sexos, rebasando los 3 o 4 meses, parecen poder empezar a lograr identificarse proyectivamente con la representación del pecho materno como objeto integrado e intuyendo su procreatividad, de una manera más elaborada y compleja, como en una suerte de fantasía de "viaje al interior de su cuerpo" para averiguar sus contenidos; pero también como desde la curiosidad de "saber" de dónde venimos. Una hipótesis de este tipo llevó a Klein, (1923) a la concepción del "impulso epistemofílico", (el cual, irónicamente está asociado al sadismo "normal" en el sentido de desmembrar el "todo" para averiguar las partes) que soporta el interés que lleva al humano a convertirse tanto en objeto como en sujeto del conocimiento y, asimismo, parece que no se parte de cero, como si ya se contase con ciertas hipótesis de naturaleza genética "proto-fantasías", diría Rascovsky (Granel, 1995), que guían las fantasías inconscientes como "actividad" mental o representacional. De tal manera que es probable que los bebés fantaseen que dentro del cuerpo de la madre se encontrarán con bebés propiamente tales y "penes" del padre que la madre se "apropió" en una actitud voraz, (proyección de la propia voracidad congruente con una etapa en que predominan experiencias orales de alimentación y se utiliza el "equipo oral" para la incursión en el medio y la "investigación"); al mismo tiempo, darán sentido a la "sospecha" o intuición de un "oscuro papel" que le toca jugar al padre en la procreación. Salvo en el caso de predominio de afectos envidiosos intensos, hasta aquí se sigue utilizando libido para investir las representaciones y los "guiones representacionales" que pretenden explicar fenómenos de los cuales, gradualmente, se van percatando e intuyendo, no obstante que aludan a acepciones también "malas" tanto del Self como del Objeto o que presupongan cierto daño potencial no intencional, incluso posterior, tanto en la representación de si mismo del bebé como en la de la madre, el padre o las diferentes relaciones entre los tres como personas.

  • g) Huelga decir que la idealización de (un pecho "bueno" primero) una madre "buena" (persona, después) como la hasta aquí descrita es enorme, casi diosificada: omnipotente y todopoderosa, para bien y para mal. Todo está dado para que se refrende el empleo de la envidia. Posteriores "viajes" fantaseados al interior del cuerpo materno constituirán verdaderas "expediciones", con la intención de despojarla. Apropiarse por vía del "robo" de todos esos "tesoros", cosas "buenas" y valiosas, la vida misma, bebés y el aparato mágico que la inocula: el pene "bueno" del padre ("máquina o aparato de potencial retorno al paraíso perdido" según Paz, 1984) En su lugar hay que dejar cosa mala que dañe como en una suerte de "bombas" o "minas": materia fecal y orina, ellos saben de la efectividad de estas "armas": "provocan" los espantosos y "mortales" dolores y molestias de los cólicos y las rozaduras. Pues no se puede dejar a la madre indemne porque "intentará recuperar" lo que le sea robado y su "poder", como su ira, (temor a la retaliación), serán devastadores. Además, ella es capaz de volver a formar bebés dentro de su cuerpo y acumular "penes buenos" del padre a través de la sexualidad, lo cual invariablemente volverá a provocar envidia. Las más depuradas tradiciones militares demandan la estrategia a seguir: (el ser humano guerrea desde la aparición de la "propiedad privada" y sale a "conquistar" otras tierras-"madre", provocando destrucción y muerte), exterminar al enemigo y así "conjurar" la posibilidad de que intente recuperar lo suyo o vuelva a "crearlo" y tomar fuerza. Aquí, evidentemente, ya no es libido lo que inviste estos sistemas representacionales, sino energía tanática. Como estrategia y por vía de conglomerados, tienden a reunirse voracidad y ambición para tal cometido, bajo el comando de la envidia.

5.5. Discusión y comentarios.

Aún la voracidad tanto como la ambición, pueden destruir, en efecto, pero no es ese su objetivo, se nutren de libido. La envidia ya no. Por eso con intención de atenuar su vergonzosa y despreciable intención, el pueblo se afana en diferenciar una envidia de la "buena" de la envidia propiamente tal: mala por naturaleza y en sí misma destructiva, irracional y contundente, sin ningún tipo de miramiento ni concesiones.

Si la envidia se manifiesta, o mejor dicho se "organiza" como vía de drenaje del odio, tan temprano hasta alcanzar el estatus de "estructura en un sentido epistemológico (por ahí de entre los tres y los cuatro meses) es bien probable que se puedan desarrollar enormes habilidades y talentos para depurarla, especializarla, disfrazarla; y, en el mejor de los casos, domeñarla, controlarla; apropiarnos de su energía y poder emplearla para satisfacciones narcisistas relativamente sanas (autoestima) y, en un nivel más elevado, en "cometidos productivos" y de logro, y hasta con "honorables" intenciones.

Pero el potencial de la envidia, su fuerza arrolladora, "mare mágnum" de energía, pone a prueba sistemáticamente los mejores recursos y los más nobles sentimientos. Aunque en algunos sea esporádicamente, provoca la salida de lo peor del ser humano. En pequeñas dosis como en el "mal de ojo" que se envidia una cosa o la belleza, una capacidad o un talento; o en manifestaciones verdaderamente incomprensibles por la magnitud del daño que causan, como el tráfico de órganos asociado al secuestro de niños o en actos de destructividad tan tremendos como los que destruyeron Hiroshima. Porque siempre existirá la posibilidad de explicar esas acciones a partir de envidias: de lo que tiene otro en cuestión de bienes materiales, cognoscitivos, atributos físicos o espirituales o lo que se cree merecer según criterios muy subjetivos de poder social, estratégico, armamentista, político y económico. "Necesidad" de someter o "utilizar" a otros.

Es sintomático que los norteamericanos hayan decidido tirar la bomba a los japoneses (chiquitos, escuálidos, lejanos de la concepción occidental de lo bello, pero inteligentes, orgullosos, perseverantes y aguerridos) y no a los alemanes (sajones)

Todavía falta tratar de entender como es que, por ejemplo en el "mal de ojo" o en la relación "parásita" que se establece con otro, (como en una suerte de "pegarse" o intrusar y destruir, -recordemos la transferencia adhesiva de la que habla Meltzer (1987)-, a alguien porque tiene o es capaz de producir lo que a uno le falta o necesita y se piensa que no se puede conseguir o no se puede "producirlo" por uno mismo; no obstante, sin poder ser "agradecido"), se puede provocar un daño si apenas lo que se hizo fue "mirarlo", en efecto, envidiosamente, o se le deseo destruirlo por considerarlo "superior" o altivo y, entonces, de alguna manera idealizado: "lleno de cosa buena", capacidad o potencia.

Recordemos que desde las identificaciones proyectivas e introyectivas el "sujeto" se "apropia", desde la utilización de fantasías inconscientes, de ciertos aspectos o atributos del "objeto" envidiado para colocarlos dentro del propio Self, por ser algo "bueno" que uno no tiene (robo) Para utilizar un ejemplo, pensemos en la experiencia narrada por un paciente.

5.6. VIÑETA DEL CASO CENTRAL.

"X", es un sacerdote de 39 años, el cuarto de seis hermanos (dos mujeres y un varón mayores, un varón y una mujer menores), hijos de un matrimonio formado por el padre: chofer muy trabajador, apegado a la iglesia y rígido en su forma de ser, que no le permitió a X dedicarse a operador de trailer, pero a su hermano menor sí, lo cual hasta la fecha es una especie de "sueño" para "X", y, hasta antes de analizarlo, también motivo de profundo resentimiento (reprimido) hacia su padre. La madre es una ama de casa muy cariñosa y plegada totalmente a la autoridad de su marido, X la visita muy poco (pareciera, ampliamente superada y substituida por "la Santa Madre Iglesia"), X viene a la consulta (institucional) por su propia decisión, debido a que sufre de problemas de autoestima, se angustia mucho cuando tiene que dirigir los esfuerzos de otros y no ha podido respetar el celibato, lo cual le llena de culpa y depresión. Hace algunos años, una pareja lo invitó a su casa. Ya estando ahí, se sintió impactado por los "enormes ojos azules" del "hermoso" bebé que tenían. Refiere haber pensado: "¡que hermosos ojos!". Continúan platicando normalmente y luego se retira. Pero "el daño" a ocurrido: el "mal de ojo". Y, como se expondrá enseguida, precisamente lo que le ocurre al bebé refleja toda la sintomatología de la conjuntivitis primaveral, porque además, recae justamente en los ojos: dolor, secreciones acrecentadas de lagaña con dificultad para abrir los párpados y llanto en consecuencia. Es decir, el mal recae justo ahí, en eso que más gustó a la persona que "sin querer", supuestamente "provocó" dañó: los "preciosos ojos azules del bebé". Por otro lado, el "envidioso" en cuestión asocia alrededor del evento narrado que desea llegar a tener un hijo y que por su condición de sacerdote debe renunciar a tal deseo, pues se esfuerza conscientemente por ser coherente con su investidura. Luego de marcharse del lugar, unas horas después, le llaman y le piden regresar porque le "hizo mal de ojo" al niño; "y debe tocarlo, pues no deja de llorar y está produciendo mucha lagaña". El sacerdote regresa, incrédulo por su parte, pero sin poder dejar de sorprenderse al mirar al bebé, en efecto, con mucha lagaña y llorando. Pregunta consternado: "y, ahora, ¿qué hago?". A lo que le contestan: "pues tiene que tocarlo padre,… acariciarlo". Lo toma en sus manos y le dice palabras tranquilizadoras como: "ya bebé, estese tranquilo" y con sus pulgares, al mismo tiempo, remueve las lagañas que se le han formado. Para su sorpresa, el bebé se va tranquilizando y consigue dormirse. Nadie había podido tranquilizarlo hasta ese momento. Al otro día se ocupa de averiguar cómo está el bebé y su sorpresa es mayor al enterarse que está muy bien.

Hablando de ciertas dificultades de autoestima (narcisismo maltrecho) es que este paciente recordó esa experiencia. Pareciera que el deseo, por un lado, más el impedimento moral respecto a la paternidad, provocó cierta envidia en él, misma que, dando crédito a la teoría, lo introduce en el juego dinámico de procesos primitivos de formas de "comunicación", identificación proyectiva, con el bebé, en quien también predominan, por su condición, la utilización de identificaciones proyectivas e introyectivas. Además, es importante saber que el paciente perdió justamente un ojo en su adolescencia, tras un lamentable y trágico accidente: a él le gustaba cazar pajaritos con "resortera", práctica para la cual era muy hábil. En una ocasión que salió en grupo con algunos primos y amigos, uno de sus primos llevaba una resortera "deportiva" de plástico, todos acostumbraban a confeccionarlas con ramas apropiadas de árbol porque no gozaban de recursos económicos para comprar las "deportivas", entonces, tener la oportunidad de "tirar" con una resortera comprada le resultó muy atractivo y se la pidió prestada al primo. Acostumbrado a jalar hasta el límite de su brazo, en el momento que soltó la piedra la resortera se rompió y el trozo de plástico, aún amarrado a la liga, golpeó como ráfaga directamente en su ojo, vaciándolo. Sin sentir dolor, solo se miraba las manos bañadas en sangre, no entendía que había pasado, hasta que intentó buscar en su rostro. Encontró que su dedo se deslizó dentro de la cavidad ocular derecha. Fue atendido y, logrando que no se note gran cosa, le fue colocada una prótesis.

5.6.1. Acercamiento psicodinámico del caso.

Muchas veces hemos escuchado la expresión de que los niños son "como esponjas" que todo lo absorben, no sería de extrañar, que tales expresiones tuvieran que ver con una intuición lega acerca de la existencia de mecanismos como los que estamos revisando y que parecen caracterizar la forma del funcionamiento mental temprano, prevaleciendo, por lo demás, durante toda la primera infancia, y nunca desaparecen del todo.

Siendo la envidia un afecto tan primitivo, y también caracterizado por su "preferencia" para desplazarse por vía de identificaciones de este tipo, podemos pensar que cierta "sintonía", o "sincronicidad" (Jung, 1939) hace posible un intercambio de información entre el sujeto y el objeto por vía de la cual, queda como parasitado fantasmáticamente por el "robo" o "destrucción" de sus ojos. Como si en una suerte de "fantasía inconsciente" el bebé, su belleza y perfección, hubiera inducido en el paciente un discurso más o menos como el siguiente: "Este bebé, no se conforma con ser hermoso y tener esos enormes ojos azules, sino que, además, tiene los dos". Completando la formula: "¿Por qué él sí y yo no?", "Ah pues como yo no, tampoco él", entonces deposita dentro de él "cosa mala", específicamente en sus ojos, porque él tiene unos "enormes ojos azules" y, además, "los dos", por lo tanto, "si yo no, entonces, tampoco tú", (Testimonio verbal del Dr. Javier Romero, 2002. UIC)

Conclusiones

5.7 Estoy consciente de que esta explicación no deja de tener un halo como de "magia" y creo que sus matices siniestros e insólitos, enigmáticos y misteriosos, son característicos de la forma como operan muchos fenómenos como el de la envidia. Por ejemplo, la transmisión del pensamiento, para los que contamos con pocas herramientas (lagunas epistemológicas) que, hasta la fecha, hagan posible explicarlos del todo, objetivamente, pero que las mamás conocen y practican. El bebé, (envidiosito primario), "metaboliza" la envidia, su propia envidia, con la ayuda de la madre, que lo acaricia y le habla tiernamente, proveyéndole de "significados" para sus emociones. Ataca, por decirlo así, la envidia con "generosidad" y amor. (Envidia y Gratitud. Klein, 1957)

Al bebé le queda como tarea organizar crecientemente las vivencias y llevarlas al nivel de "experiencia", de "estructuras" que proveerán para poder ser "agradecido" y utilizar la energía envidiosa con fines de logro y metas. En materia de identificaciones proyectivas e introyectivas, -que son algo más que "forzamientos coercitivos" (Seligman, 1999) porque pueden provocar alteraciones somáticas de tipo parasítico-: "mal de ojo" merced a la envida, sólo queda agregar que en la temprana infancia, una predisposición a utilizar esas formas y "canales" de comunicación con sus consabidos riesgos, será "bagaje" de la especie y poseerán un valor genético al servicio del desarrollo y la supervivencia.

Por lo demás, siendo el bebé un "envidioso natural" o primario, por idealizar al objeto "bueno", como el envidioso o mejor dicho, el envidioso como el bebé, por fijación y regresión, se caracterizan porque predomina en ellos una dinámica relacional-comunicacional rica en identificaciones proyectivas e introyectivas que les "faculta" para "controlar" fantasmáticamente, robar y destruir al objeto y, al mismo tiempo, "desembarazarse" por evacuación (Bion, 1956), de contenidos específicos de su propio self. Cuando la envidia en el bebé es insoportable y el conflicto en términos de "defender" o preservar al objeto "bueno" de la propia destructividad y sadismo, una alternativa defensiva la constituye el proceso de identificación con el objeto "bueno" idealizado (Klein, 1935), pues desmiente las diferencias y la dependencia total del bebé respecto al objeto, proceso que, en el origen, introduce en la escena al "narcisismo" (Freud, 1914-1925) El riesgo: desde el narcisismo insano se destruye el vínculo y se desmiente la necesidad respecto del objeto porque, se lo desprecia. Otra defensa es la destrucción fantasmática del objeto por medio de la depositación de contenidos destructivos dentro de él (Klein 1952), (Heinman, 1952) En el caso de la envidia de sujetos mayores, los rasgos narcisistas, constituyen la regla.

Por eso es que, entre más envidiosos, más atraemos la envidia de otros: proyección e inducción defensivas por identificación proyectiva. Desde la condición del neonato, también, más frágiles, más susceptibles de ser parasitados, inclusive, de manera "mágica" o subjetiva: con la simple mirada, por ejemplo, la materialización en lo psicosomático parece la regla. Es decir, entre más envidioso, más potencialmente "poderoso" para causar daño (González Chagoyán, 1988), pero también más expuesto ante el parasitaje de otro envidioso, probablemente más enfermo o con "mejor conocimiento" de su propia (profesión de brujos y brujas) perversidad. (Klein, 1927) Afinar más nuestras explicaciones, en un sentido positivista, solo entrevistando a un bebé: cosa insólita ¿no? Pero también temiendo menos al abordaje clínico y sus consecuencias: surgimiento en transferencias y contratransferencias, del afecto envidioso: potenciación de la acepción negativa de ambos fenómenos, que podría devenir: "reacción terapéutica negativa" (Cesio, 1956), "contra identificación proyectiva" (Etchegoyen, 1986) o un ejercicio de la psicoterapia según una actitud de "vampirismo psicoanalítico", a través del cual se institucionalizacen "análisis interminables" (Freud, 1937)

Pero esto es consecuencia, al menos en parte, de una falla técnica, inclusive del propio análisis, el no analizar. Y, por ende, tampoco interpretar o interpretar de manera imprecisa. Porque por el otro lado está la envidia y voracidad del analista. No analizar la envidia por temor a la reacción del paciente, por falta de experiencia clínica o dudas respecto a la habilidad para manejar la transferencia adecuadamente, dejará análisis inconclusos o poco profundos. Tanto cuanto más delicado, en tanto que se trate de análisis didácticos. Desde la envidia del analista, que el otro no "crezca" significa que "me siga necesitando" y yo me siga "nutriendo" de él narcisísticamente y, por otro lado, económicamente… de su dinero.

Y también entre la gente común la envidia es una realidad cotidiana (Schoeck, 1969), independientemente de las circunstancias. Por ejemplo, entre los jardineros desde la envidia, ciertas plantas se mueren o no se dan, ya sea porque la envidia de quien las planta se los impide (el pueblo maneja esto como "no tener mano") o porque otro jardinero envidioso les hace "mal de ojo" en la "competencia" por el "cliente": deseos egoístas e individualistas. En alguna ocasión, compré en varias oportunidades, árboles y tierra a una señora que se dedica a este tipo de comercio. Un día ya no hubo más lugar en mi jardín. Pasó esta mujer a ofrecerme sus productos y le dije que ya no había más espacio. Que acaso, después, el de una retama, que habían podado muy mal y no tenía ninguna estética. Que tal vez sería bueno quitarla y poner ahí un pino holandés. Me dijo, "¿Cuál?". Le señalé la infortunada y la miró unos segundos. Tres días después, el arbolito estaba casi totalmente seco. Me llamó mucho la atención porque llevaba ahí varios años. O sea, la envidia sirve para muchas cosas. O, mejor dicho, podemos utilizar de muchas maneras la energía tanática que podemos desplazar por vía de identificaciones proyectivas. Puede ser energía de envidia y tener oportunidad de ser organizada desde las expectativas de la ambición, la voracidad, "el ansia de poder", etc., la energía de la envidia tiene la virtud de poderse "disfrazar" y, para ello se vale de todos los mecanismos de defensa.

Tanto Schoeck y Lewis, como Dolmatoff y Fortune (Schoeck, 1969), se mueven según la hipótesis de que una creencia o prejuicio, -temor a la envidia, por ejemplo-, que incide directamente en la confianza, imposibilita totalmente la unión y la solidaridad deseables entre las personas para el trabajo y la cooperación en la resolución de problemas comunes, dando por resultado que el progreso y el desarrollo se vean socavados. Después se enredan tratando de aclarar qué fue primero la envidia y luego el subdesarrollo ó el subdesarrollo y entonces la envidia. Les cuesta mucho trabajo ver, (sus procesos y defensas inconscientes harán su labor), percatarse, de lo injusto y destructivo, verdaderos robos, perpetrados a través de los procesos de coloniaje y conquista, así como del derecho a la indignación de los sometidos y colonizados, por el despojo y el abuso. Desde necesidades y recursos narcisistas, es que pueden, tal vez, racionalizar e intelectualizar y deslindarse, "lavar" sus culpas "sociales". Ellos pertenecen al mundo "desarrollado" y los ajustes "adaptativos" implícitos en sus propias ideologías y culturas de origen, les proveen de una particular perspectiva muy conveniente a sus intereses. La verdad es que resulta difícil encontrar dentro de los intereses y la necesidad de preservar su status, en los países desarrollados, algo que pudiera significar una expectativa auténtica o algún tipo de interés con respecto a los países subdesarrollados, como para que nos desarrollásemos. Significaría renunciar a tener a quienes despojar o someter. En qué les podría beneficiar que los países "subdesarrollados" nos desarrolláramos en economía y en tecnología, hacia una mínima autosuficiencia. Resultaremos más atractivos como, financiera e industrialmente, colonizables. Además, excelentes proveedores de materia prima y mano de obra baratas. Y aunque pobres, "consumidores" de productos terminados. De desarrollarnos, entraríamos dentro del ámbito de la "competencia".

La forma como algunas personas pueden transmitir un "mal" a otras, también se sofistica con la "experiencia", la tecnología, la culturización y las teorías del conocimiento, y la aplicación de esas teorías obedece a procesos de "ajuste" y "adaptación", acordes a la ideología de los países "desarrollados" y de las estructuras en el poder, sus intereses y conveniencia: la búsqueda de un "bien individualista", con relativa facilidad constituye un "mal" para otros, y muchas veces, para "muchos otros". Y seguimos hablando de envidia, en sus diferentes facetas y niveles de organización: pasión, ambición, voracidad y "ansia" de poder.

Es cierto que hay una diferencia entre el "daño" que se puede provocar a otro por un individualismo o un egoísmo extremos e inconscientes, en donde puede haber mucho de labor "sublimatoria" convenientemente definida según una "cultura", sin que por ello deje de ser lesivo en tanto que "narcisopático", que el que se puede provocar con todas las "malas intenciones", por odio y envidia, aún siendo inconsciente, con poca presencia de la sublimación. Tan "mala", peligrosa y destructiva es la envidia, "elegante" y "encantadoramente" disfrazada de "habilidad" y "derecho" para dirigir y explotar a otros que son subdesarrollados, que la envidia como manifestación de odio exacerbado por la indignación que provoca el despojo y la sensación de impotencia. (Barriguete, 1988) En este tipo de envidia y odio es donde encaja la posibilidad de que el "daño" sea casi "mágicamente" inoculado. Quizá en función de haber podido preservar cierta "capacidad" de poder parasitar a otro con la mirada e induciendo, por proyección, "cosa mala", dañina, tanto a las personas como a las posesiones envidiadas o que "estorban" para un fin determinado. Sin embargo, no simplemente por proyección, porque en la economía de la regresión severa, por ejemplo, con una simple mirada, sin tocar nada ni echar materialmente "algo malo" a alguien, el resultado es que parece que, en efecto, se incidió materialmente sobre lo dañado.

Aquí resulta justificado pensar en la forma de identificación por proyección de que habla Klein (1946), porque dado que podemos seguir la pista al proceso, hasta el neonato, tenemos que intuirlo como resultado de formas de pensamiento mágico, primitivo y concreto, de representaciones "cosa" (Freud, 1891-95), propias de proceso primario, forma de pensamiento naciente y representaciones, entre de contenidos visuales, y emociones primitivas concomitantes. En forma de código no simbólico, por lo menos en el sentido de la simbolización (consciente o preconsciente) que es susceptible de ser verbalizada. Por lo tanto, tal como observara Klein (1957), y después Bion (1958), es para el que parasita un "poner dentro del otro" la "cosa misma" maligna: una parte "mala", agresiva y destructiva, -y precisamente con esa finalidad-, del propio self que el parasitado, por alguna "extraña razón" sobre todo cuando se trata de adultos o "blancos" vivos pero no humanos, asumen. Como "siendo tierra fértil" o presentando cierta facilidad o proclividad a ser parasitados de manera natural. O simplemente porque es posible, como si habiendo sido una forma ya antes existente, característica de lo vivo y "adormecida" en mucho, fuese susceptible de ser reactivada. En el caso de niños es relativamente más sencillo pensarlo porque, en efecto, Klein (1946) descubrió al niño como desplazando e intercambiando ciertos "contenidos", fantasmáticamente, por la vía de identificaciones proyectivas e introyectivas. Es parte de la "naturaleza" del sistema neonato-madre que deben establecer una especie de comunicación intuitiva, altamente cargada de afecto, cuasi-telepática (el término cenestésico parece pobre, exento de psicología de la afectividad) y para nada sencillo de comprender desde lo racional. Probablemente también en aras de la civilización, la cual entre más tecnificada y sofisticada, también más desafectivizada y mecanizada, la humanidad ha tenido que resignar capacidades que poseía antes, cuando las formas de comunicación y relación eran menos complejas y menos impersonales, y las actitudes, intereses y valores no estaban tan distorsionados y encaminados tendenciosamente hacia el consumismo y la manipulación de la voluntad y la información, acorde con intereses políticos y económicos, y formas caracteropáticas de ajuste que soslayan enfermedad de poder y ambición de minorías "afortunadas".

Las necesidades "normales" y los deseos de satisfactores, desde las elementales como la comida, y hasta las que nos "crean" a través de la publicidad, por superfluas que éstas sean, como, en efecto, comer pero cierto tipo de alimento y en determinado lugar, asociándolo con la belleza: "la gente bonita come y bebe tal y cual en "x"; "el hombre que puede… conduce un auto modelo Z" ó "los que verdaderamente se aman… vacacionan en Y", etc. manipulados en este talante, a las personas, tarde o temprano, las "propuestas" publicitarias se les convierten en "necesidades" de algo que las coloca en una carrera competitiva interindividual, y en donde cualquiera que pudiera parecer un obstáculo, automáticamente se convierte en un "enemigo" a vencer o en "blanco" de envidia porque "él sí puede". Ya no es nuevo decir que entre más "desarrollados" ciertos países, más degradados y corrompidos. Si lo analizamos desde su producción cinematográfica de los últimos 25-30 años, el éxito en países como Estados Unidos, se mide por la "capacidad" de "poder" entregarse al consumo de drogas, sexo y alcohol. Y la consecuencia se refleja en la desintegración de la familia y la exacerbación de la agresividad en sus niños y jóvenes que, eventualmente, disparan en escuelas contra todo y contra todos.

Las necesidades y deseos "normales", que han sido alterados y distorsionados, "invitación" irrefutable, subrepticiamente inscrita en el inconsciente pre-reflexivo (Bleichmar, 2000), nos conducen de lleno por los senderos de la ambición, la voracidad, el ansia de poder, las pasiones y los odios que insensibilizan para un individualismo a ultranza. Evidentemente, esta situación nos deja a merced de intereses políticos, económicos y de sometimiento colonialista, en los cuales, parecieran ser "normales" la explotación de unos "subdesarrollados" por otros que se consideran a sí mismos "desarrollados". Eh aquí la raíz del odio, el resentimiento y la envidia que inducen a la magia y la brujería, vistos desde una perspectiva social y económica. Desde esta perspectiva, se puede interpretar diferente de como interpretaron los norteamericanos, el ataque a las Torres Gemelas. Suponiendo que haya sido real (Fahrenheit 9/11) El abuso y la explotación de unos por otros, inducen regresión, primitivización, y, con ello, odio y destrucción. Asimismo contemporanización de estados y formas de funcionamiento primitivo, de lucha a muerte por la supervivencia. Es lógico que, en esta dinámica el Superyó se diluya o se "ajuste" a las circunstancias.

El Superyó es una estructura que, en momentos, parece que no hemos terminado de desarrollar. Es obvio que, por lo mismo, tampoco terminamos de conocer. Habrá un Superyó para la civilización, como mencioné en varias ocasiones durante el trayecto del trabajo, el cual no aprobaría los abusos y tolerancias que los sistemas de poder político y económico contemporáneos, han otorgado a minorías que por no mermar sus ganancias y/ ó su poder, no tienen ningún miramiento por el respeto y la preservación de la vida y la ecología. El "hoyo de ozono" es una consecuencia de esto.

El panorama actual, de alguna manera, es coherente con la teoría de la pulsión freudiana de muerte (Freud, 1920) Se sabe mucho de lo que nos está llevando a la destrucción. Sin embargo, resulta siniestro observar que se esté haciendo tan poco por evitarlo.

La voracidad parece poder ser definida muy claramente como un "no tener llenadera", y es, asimismo, inductora de la enfermedad por ambición, cuando se relaciona con la envidia –el otro, el pecho y/ ó la madre, tiene todo "lo bueno" que yo no tengo y quiero, pero el "otro" atesora y no me quiere dar por díscolo, y, aunque me lo dé (generosidad) me confronta con la diferencia de mi propia pequeñez, limitaciones y/ ó carencias-.

La ambición, en sentido análogo, como nutrida por la envidia, significa: lo más deseable, bueno y valioso, es justamente lo que yo no tengo y lo quiero. Lo ve o lo imagina en otro, y entonces, "apunta" sus baterías en aras de lo que se anhela, específicamente, dentro del ámbito de los "bienes" corpóreos, materiales y no espirituales. La persona se da a la tarea de conseguir y poseer lo ambicionado y si desespera o fracasa, se exacerba la envidia y puede, por regresión, llevar al ambicioso hasta la envidia "primaria".

La ecuación: bienes materiales igual a poder, potencia la desorganización ética y moral. Una y otra premisas, retroalimentándose mutuamente, pueden llegar a ser consideradas como "valores" contemporáneos. Por ejemplo, la seguridad, desde la subjetividad muy particular del sujeto en cuestión y la productividad en general, incluyendo la inteligencia, los estudios y la cultura, que podría tener un "narco", por lo demás, altamente generativo económicamente hablando.

Pero las personas también enfermamos de "ansia de poder", expectativa, incluso, en ocasiones, convicción de "superioridad" que implica que tengo el "derecho" de dirigir, controlar y "utilizar" a otros que están para eso y que no tienen derecho a un "narcisismo propio" (Etchegoyen, 1987), pero, además, no saben ni pueden controlarse y dirigirse a sí mismos. Es decir, son primitivos, "inferiores" y/ ó "subdesarrollados".

El odio, la sexualidad anárquica y promiscua, la enfermedad por la ambición y "ansia de poder", pueden convertirse en una, o llegar al nivel de, la pasión. La voracidad y, si las cosas no resultan fáciles, la envidia, se convierten en sus principales motores. Estas cuatro formas de enfermar, reflejan la condición superyóica del que enferma.

El "ansia de poder" nos heredó tristes recuerdos, como lo fue la obra de Hitler, pero también la respuesta norteamericana en Hiroshima y, hoy día, en Irak, en Libia y Siria.

La ambición voraz y enferma, nos da cuentas del exterminio de pueblos enteros y sus culturas, a manos de conquistadores y/ ó invasores, que se justificaron y se justifican con la "bandera" del rol del "civilizador" o liberador.

Las combinaciones entre ambición y "ansia de poder", hacen de dinámicas de destrucción, su pasión. Porque no es factible que alguien que se respete a sí mismo y se auto-aprecie, renuncie "por las buenas", o "por su propio bien", a su libertad y a su autonomía, intrapsíquicas e interpersonales. En el mismo sentido, nadie tiene derecho a autonombrarse "policía del mundo". Tampoco, nada justifica los cientos de miles que mueren de hambre en India, África y Medio Oriente. La comprensión del "poder" del odio y sofisticación de la envidia son lo único que puede permitir entender tanta destrucción e inconsciencia.

Es urgente que pudiéramos ponernos a trabajar en un entendimiento y comprensión más profundos del Superyó, de un "Superyó para la Civilización". Crear, si es necesario, nuevos desarrollos en la teoría y la técnica que nos permitieran entender las formas como están ocurriendo esas reactivaciones de la "parte animal" del ser humano y que está cambiando las máscaras pero también la profundidad de la enfermedad. Debemos crear la manera de depurar nuestros conocimientos y asimismo, realizar los "ajustes" necesarios en las estrategias de intervención terapéutica, que hagan posible detener lo que parece una destrucción inminente, y, que al mismo tiempo, permita la evolución del Psicoanálisis. Porque ha sido trascendentemente útil y no por un dogmatismo o aferramiento a ultranza.

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