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Historia de la Cultura Cubana (1838-1878) (Parte 4)




Enviado por Ramón Guerra Díaz



  1. Teatro: de la
    comedia al bufo, en busca de la nacional
  2. Desarrollo de la
    música: lo cubano
  3. Artes
    Plásticas: del grabado a la pintura de caballete, el
    mundo criollo
  4. Arquitectura
    criolla

En esta cuarta parte nos acercamos al desarrollo del
teatro, la música, las artes plásticas y la
arquitectura criolla durante este período de la Historia
de Cuba, marcadas todas por el afán de identidad de los
criollos, negados a reconocer como parte de su acervo cultural
los elementos africanos que con más fuerzas se manifiestan
en el teatro y la música, aunque es omnipresente en toda
la sociedad criolla.

Teatro: de la
comedia al bufo, en busca de la nacional

A mediados de la década del treinta del siglo XIX
el floreciente negocio de la "ópera" en La Habana entra en
crisis motivado por la constante repetición del repertorio
y el monopolio de la compañía del teatro
"Principal", lo que llevará al cierre de la temporada de
1831-1832.

Los esfuerzos del Ayuntamiento de la ciudad lo llevan a
contactar con el empresario teatral Francisco Brichta quien
contrató a los actores y cantantes de la disuelta
compañía de óperas de Manuel Vicente
García e inicia temporada en enero de 1834 en el
más importante teatro de la capital, "El Principal".
Durante doce años actuó la compañía
de Brichta en la ciudad, la última y más brillante
temporada del vetusto teatro habanero no solo por la calidad del
repertorio sino por su influencia en la cultura
criolla.

En 1838 se inaugura el más grande y cómodo
teatro de la isla, el Teatro Tacón, proclamado como uno de
los mayores y mejores del mundo. Con el nuevo coliseo se inaugura
un período de construcción de nuevos teatros que
deja como saldo la construcción de los teatro: Brunet
(1840) en Trinidad; Villanueva (1847) en La Habana; Reina (1850)
en Santiago de Cuba; Principal (1850) y Fénix (1851) en
Puerto Príncipe; Avellaneda (1860) en Cienfuegos y Esteban
(1867) en Matanzas. En otras ciudades y villas del interior de la
isla se levantan modestos escenarios, que junto a los existentes
constituirán la infraestructura en la que se
desarrollará el boom teatral y de los espectáculos
en esta etapa.

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Detrás de la pujante efervescencia que se aprecia
en el período está el crecimiento económico
de la isla que facilita mantener lujosos teatros y contratar a
los mejores artistas. El teatro deja de ser una empresa
romántica para convertirse en un negocio rentable, con
grandes ganancias, la profesionalidad de los elencos y un
público que paga entradas caras para ver
espectáculos que en muchas ocasiones tienen calidad
mundial.

El Tacón inicia temporada en 1838 con una
compañía formada por actores jóvenes y
veteranos, en los que sobresalen Covarrubias, Rosa Peluffo,
Vicente Lapuerta y Gregorio Duelos, entre otros. Ellos hicieron
dos temporadas para disolverse luego por la fuerte competencia de
la ópera.

El año 1841 fue memorable por las grandes figuras
que vinieron a La Habana, empezando por el debut de la
Compañía de Ballet de M. Sylvain, de paso por New
Orleans, que tenía como estrella a la bailarina austriaca
Fanny Elssler. Fueron diez exitosas presentaciones a teatro lleno
y muy bien pagadas por un público que se maravilló
con un programa que incluía, "Las Silfides", "Natalia" y
"La Tarántula"[1]

También visitaron la ciudad los Hermanos Ravel,
con un espectáculo circense que incluía malabares,
bailes, pantomima y fantasías coreográficas, que
los hicieron recorrer la isla y volver repetidamente al
país.

En 1843 debuta en La Habana una compañía
de ópera francesa y en 1844 el Tacón recibe a la
compañía de teatro español de Antonio
García Gutiérrez, que se mantuvo durante dos
temporadas.

La zarzuela llega a La Habana en 1853 con la
compañía de José Robreño quien debuta
con la obra "El duende" con gran acogida de público, dado
su gusto por el musical y las revistas; tan buena fue la acogida
que ese mismo año se estrenan en el país diecinueve
zarzuelas, algunas de autores criollos en las que aparecen los
bailes típicos de la isla como el zapateo.

La zarzuela se aviene al carácter del criollo y
en los primeros años de la década del cincuenta se
afianza, apareciendo compañías del género
con actores fundamentalmente españoles, aunque entre ellos
hay ya criollos. Las primeras zarzuelas escritas en la isla datan
de 1851, "Delirio paternal" de José Robreño y
"Doña Toribia" (1852) por Víctor Landaluze; de 1854
data la zarzuela de Carreño, "El industrial de nuevo
cuño", la más antigua que se conserva en la
isla.

En medio de la avalancha de zarzuelas españolas,
las pocas piezas del género de origen criollo pasan
inadvertidas, pero en su conjunto conforman el antecedente del
teatro bufo habanero.[2]

Por estos años comienza la tradición
teatral de las dos familias de más arraigo en el teatro
criollo y luego cubano, los Robreños y los Martínez
Casado. De su seno surgirán las dos mejores actrices de
teatro en el siglo XIX: Adela Robreño y Luisa
Martínez Casado.

Otras figuras del teatro dramático fueron,
José Lacoste, Balzar Torrecillas, Salvador Palomino,
Mercedes Soto, Florencio Flores, Elvira Agüero, Paulino
Delgado, Pablo Pildaín y otros muchos que crearon las
bases de una tradición teatral, aunque la mayoría
estuvieron relegados a las giras por el interior de la isla y la
presentación fortuita en los escenarios habaneros copados
por actores y compañías extranjeras y de la
península.[3]

En la década de los sesenta se presenta un
singular grupo de actores norteamericanos denominados
"minstrels", actores y músicos negros o blancos
disfrazados. Provienen del sur de los Estados Unidos y su
visión de la cultura afronorteamericana era caricaturesca
y simplista. Los primeros en visitar Cuba fueron los minstrels de
Campbell (1860), luego llegaron los Christie (1862) y los Webb
(1865), para cerrar el ciclo en 1866. Su presencia en la isla
marca e influye al teatro popular que se hace por la similitud
con el teatro sainetero de La Habana y que está en las
bases del bufo, con el cual guarda no pocas similitudes al punto
de que la prensa habanera de la época identificará
al bufo con los "minstrels" sureños.

Paralelo al teatro empresarial que se hace en los
grandes teatros para un público pudiente y en el que se
presentan óperas, zarzuelas, teatro dramático,
ballet, etc.; se mantuvo latente un teatro popular conformado por
los sainetes y comedias ligeras que incluían las guarachas
de intención, como elemento principal. Desde principios
del siglo XIX Francisco Covarrubias sostiene su popularidad con
este acercamiento al hombre de la calle con una intención
más costumbrista que social, a su saga Creto Gangá
y Millán lideran un buen grupo de saineteros que mantienen
el género como escena alternativa.

Ya el sainete tiene los ingredientes que llevarán
al bufo a su popularidad: los personajes populares, su
inmediatez, el uso de la música y el desenfado en los
diálogos, por lo que el bufo es consecuencia del
desarrollo del sainete y contraparte de un teatro que "mira para
otro lado". El bufo es la voz crítica del pueblo, aunque
sin una conciencia social.

El 31 de mayo de 1868 debuta en el teatro de Variedades
de José Albisu la Compañía de Bufos
Habaneros, de Francisco Fernández y dirigida por Luis Nin
Pons. Su nombre proviene de los Bufos Madrileños, grupo de
teatro popular español del cual recibe influencia, como de
los minstrels, pero eran en realidad algo nuevo.

El bufo criollo estaba cargado de las intenciones de
parodiar y reflejar de modo humorístico la sociedad
colonial en la isla. Era una mirada a la sociedad en un momento
de radicalización y polarización política,
con palabras de doble sentido o una cómplice lectura de
intenciones entre actores y público.

En tan solo ocho meses aparecieron otros tantos grupos
bufos: Bufos Habaneros, Caricatos, Bufo Minstrels,
Madrileños, Bufos Cantantes, Los Cubanos, Bufos
Torbellinos y una compañía femenina; fuera de La
Habana surgieron Los Matanceros, Los Caricatos de Vuelta Abajo y
Los Caricatos Provinciales.

El bufo tuvo que enfrentar serias represiones a partir
del inicio de la Guerra de los Diez Años en octubre de
1868, porque los integristas los vieron como enemigos de
España y no perdieron ocasión para censurarlos y
cerrar teatros como el Cervantes, calificado como "nido de
manigüeros" a fines de 1868 o la sangrienta represión
del 22 de enero de 1869 en el teatro Villanueva, asaltado por el
Cuerpo de Voluntarios cuando se representaba la obra "Perro
huevero", de Juan Francisco Valerio. Tras la represión los
bufos se vieron obligados a emigrar a México y los actores
del género casi no podían trabajar en la
isla.

Durante la guerra muchos artistas y
compañías extranjeras vinieron a Cuba,
principalmente a La Habana, atraídos por los jugosos
contratos: la Ópera Francesa se presentó varias
veces a partir de 1873, sin gran aceptación del
público. Tomasso Salvini, uno de los grandes actores del
momento, llega con su compañía y un repertorio de
calidad que incluía piezas de Shakespeare, también
fueron recibidos con poco entusiasmo por el público de la
isla.

En 1873 se funda la Compañía Teatro
Habanero de Martínez Casado y Sagarra, quien trata de
mantener en La Habana una temporada estable de teatro
dramático, pese a la guerra y la competencia
extranjera.

Ese mismo año regresa a la ciudad el teatro bufo,
casi clandestino, dirigido por José Dolores Candini, quien
se presenta en pequeñas salas habaneras y en los
alrededores. Durante cinco años mantienen la precaria
temporada hasta que reaparecen en los grandes escenarios
habaneros.

Desarrollo de la
música: lo cubano

Los años cuarenta del siglo XIX encuentran en la
isla una clase dominante escuchando ópera italiana, al
extremo que la habían hecho su pasatiempo favorito.
Compositores y ejecutantes criollos se atienen a los patrones del
bel-canto para crear su música y en lo popular esta moda
de lo italiano influye en la formación de los
músicos, el modo de cantar e interpretar y la
aparición de los aires armónicos de la
música criolla.

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La presencia de un músico criollo como Manuel
Saumell (1817-1870), indica la maduración rítmica
que se estaba produciendo en Cuba. Músico de
profesión, capaz de tocar toda la música que sonaba
en La Habana, atento a las fusiones que están latentes en
la ciudad. A él se debe la maduración de la
contradanza con sus dos partes de dieciséis compases cada
una y que fue muy popular como base de muchos ritmos posteriores
en la isla. Creó una buena cantidad de estas contradanzas,
la mayoría tocadas en conciertos por su elaboración
y refinamiento, aunque también bailadas en los salones de
las clases pudientes criollas y en otras salas populares en los
que la "contaminación" mestiza fue haciendo evolucionar el
género.

Esta música que se oye y se baila en La Habana la
interpretan básicamente músicos negros y mulatos
imbuido no solo de los aires musicales que llegan de Europa sino
también de su ancestral musicalidad fortalecida por la
omnipresencia de miles de africanos y descendientes, libres o
esclavos, pero interactuando en el universo sonoro de la isla. En
sus manos la música se fusiona, se transforma en ritmos
que el fino oído y la sensibilidad musical de Saumell,
llevará a sus "danzas" como resumen de lo criollo en
camino de un consciente nacionalismo musical.

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La contradanza ha seguido su evolución, no solo
de nombre, ahora es danza, sino en su esencia rítmica. El
cuadro va desapareciendo para dar paso al baile de pareja, lo que
obliga a que el ritmo se haga más lento en tránsito
hacia el danzón de finales de siglo XIX.

El baile ocupa un lugar predominante en la vida del
criollo, por lo que se escuchan una gran variedad de ritmos
europeos y de otras latitudes, algunos tenidos por "indecente",
aunque hacían las delicias de los bailadores en casa de
bailes de diversas categorías o en sitio de improvisado
jolgorio.

Santiago de Cuba consolida en este período un
movimiento musical que se viene perfilando desde el siglo XVIII y
que tuvo en el catalán Juan Casa Mitjana (1805-1882) un
animador importante. Llega a la ciudad en 1832, dirige la banda
militar e imparte clases de instrumentos de cuerdas. Compuso
canciones muy populares en Santiago de Cuba, influyendo mucho en
el desarrollo musical de la ciudad, por sus composiciones y el
magisterio musical de largos años. Fue el primero en
llevar al pentagrama las notas de un ritmo negro, al trascribir
"El Cocuyé", melodía muy conocida en la zona
oriental del país, primera conga llevada al
pentagrama.

Su discípulo Laureano Sánchez Matons
(1825-1898), es el músico más prestigioso del grupo
santiaguero de este período, tanto por su gran aval
artístico que incluye sus composiciones e interpretaciones
del violín, como por la divulgación de la
música de la zona oriental del país.

Formado íntegramente en Santiago de Cuba, fue
director de orquesta y en las composiciones hizo música de
ópera, música sacra, sinfónica y popular. En
esta última creo danzas y canciones que fueron muy
populares. [4]

En Santiago se mantuvo una tradición de
música religiosa que tiene como base el repertorio autoral
de Esteban Salas y compositores europeos, incluso de Mozart. La
Sociedad Filarmónica. Creada en 1844 se mantiene muy
activa con un programa basado en los patrones de moda, insertando
en sus programas fragmentos operísticos, junto a piezas
clásicas.

En la tradición cultural criolla destaca la
afición de la sociedad habanera por la ópera, la
zarzuela y el baile, como los tres grandes pasatiempos; si lo
unimos al teatro de sainete y luego el bufo, que tienen a la
música como una parte importante de su aceptación,
comprenderemos la importancia que ya tiene la música en la
vida de la gente de esta tierra.

En este período se consolida la guaracha en el
sainete popular y luego en el bufo, como colofón a las
representaciones que se hacían. Los piquetes de
guaracheros tienen su origen en los tonadilleros del teatro
popular español, pero ya con personalidad propia en la
isla donde su evolución lo hace confluir con la rumba
afrocubana[5]Desde un inicio sirvió como
referente al costumbrismo criollo, al tocar en sus textos
temáticas sociales, preocupaciones de la gente de esta
tierra y en ocasiones temas políticos, todos con el
jolgorio humorístico que diluye la seriedad de la
intención. La guaracha se acompaña de guitarra,
güiro y maracas y cantan a coro los estribillos reforzadores
de la intención temática del cantante
principal.

El teatro Tacón tenía una gran orquesta
para la ópera, integrada por músicos del
país o radicados en Cuba y contrataba para sus temporadas
solistas de renombre en Europa.

La Habana sigue en mano de la ópera italiana y su
cultura musical vuelta hacia los moldes del bel-canto, el Liceo
Artístico y Literario de la ciudad difunde la
música de concierto a través de programas que
enfatizan en la ópera; apoyándose en un nutrido
grupo de socios de la burguesía criolla con aptitudes para
el canto y buena formación musical, estrena óperas
de moda, en veladas calificadas de muy buenas.

Entre los cantantes criollos del Liceo sobresalen, las
sopranos Ursula Deville y Concepción Arartegui; la
contraalto Ana de Armas; el tenor Ramón Gasque y el bajo
Ramón Pintó.

Este es el período de la creación de las
Sociedades Filarmónicas, comenzando por la Santa Cecilia
(1841) de La Habana y seguida por las de Puerto Príncipe
(1842), Santiago de Cuba (1844), San Antonio de los Baños
(1848), Cienfuegos (1850) y Villa Clara (1852)

El regreso del violinista Antonio Raffelin a La Habana
en 1848, tras sus éxitos en París, constituye un
acontecimiento cultural para la isla. Raffelin no siguió
los moldes italianos en boga en Cuba sino que permaneció
fiel a la música sinfónica y de cámara,
consagrándose a la enseñanza y la
interpretación hasta 1849 en que se dedica solo a componer
y tocar música religiosa, en la que también hizo
notables méritos, llegando a tocar para el Papa y la Reina
de España en 1862.

En Europa triunfa una cantante lírica negra y
criolla, María Gamboa, protegida de una familia rica
habanera, sus excepcionales dotes son reconocidas en los
escenarios de Londres y París en 1850 al punto de tildarla
de la "Malibrán negra".

La década del cincuenta es la etapa del apogeo
creativo de Nicolás Ruiz Espadero (1812-1890), virtuoso
pianista y compositor en el espíritu romántico en
boga. Fue el músico criollo más publicado en el
extranjero a pesar de no salir de Cuba. Su música
está influenciada por los aires europeos, alejado del
folklor y el nacionalismo musical de otros músicos
criollos de su época.

Su conocido "Canto del esclavo" (1850) no aprovecha las
raíces africanas ya fuertemente presente en este
período, limitándose a realizar una buena obra con
los elementos que un músico criollo de influencia europea
podía contar. Sus contemporáneos lo consideran
entre los grandes maestros del momento, con una apreciada labor
pedagógica. Compuso música de Cámara,
melodías para canto y piano; danzas y otros ritmos,
además de transcribir óperas.

Coincidiendo con el apogeo de Espadero llega a La Habana
el compositor norteamericano Luis Moreau Gottschalk (1829-1869),
cuya presencia en Cuba fue un acontecimiento cultural. Llega en
1854 y entabla amistad con destacadas figuras de la música
en Cuba a más de conquistar al público criollo por
su talento compositivo e interpretativo. Su mayor mérito
para la cultura de esta isla es ser el primer músico de
formación europea en componer música
basándose en los ritmos africanos presente en el
país, entre los que se incluyen danzas y
sinfonías.

En 1861 organizó un concierto en el teatro
Tacón donde estrena su Tercera Sinfonía, "Una noche
en el Trópico", con cuarenta pianos interpretando al
unísono, además de una batería de
percusión que incluía músicos de Santiago de
Cuba, por primera vez la percusión africana sonaba en una
sinfonía.

Los concertistas abundaban y entre ellos descollaban:
Espadero, Federico Edelman, Fernando Aristi y Pablo Devernine,
todos pianistas; los violinistas José Domingo Bouquet,
Laureano Sánchez de Fuentes, Claudio Brindis de Salas y
José White.

José White (1836-1918) fue un virtuoso violinista
mulato, destacado concertista y buen compositor, formado en el
Conservatorio de París. Alcanzó fama en Europa y
América. Entre sus obras se cuentan conciertos para
violín y orquesta y varias melodías, entre las que
se encuentra la mundialmente conocida, "Bella Cubana"
(1853)

Otro destacadísimo violinista negro lo fue,
Claudio Brindis de Salas (1852-1911), reconocido como el
más grande músico negro del siglo XIX.
Estudió en Cuba con el belga Vander Guth y completó
su formación en París. Aclamado en Europa como el
"Paganini negro", actuó con éxito en Europa,
principalmente en Francia y Alemania donde alcanzó altos
reconocimientos por sus cualidades interpretativas con el
violín.

Hacia 1866 se funda la Sociedad de Música
Clásica con los mejores concertistas criollos quienes
hicieron oír en La Habana música de Beethoven,
Haydn, Rubinstein, Mozart y los autores criollos de música
sinfónica. En Santiago de Cuba el maestro Salcedo funda la
Sociedad Beethoven con los mismos fines.

En la década del setenta se da a conocer Gaspar
Villate (1851-1891), alumno de Espadero, pianista y compositor,
quien se convertirá en un destacado yl meritorio
compositor operático. Su formación europea lo hace
responder poco o nada a sus raíces culturales, a no ser
por algunas contradanzas y melodías criollas de impecable
factura.

Artes
Plásticas: del grabado a la
pintura de caballete, el mundo
criollo

La isla está en la mira de los viajeros curiosos
que recorren el mundo en busca de lo nuevo o lo desconocido.
Científicos, escritores, artistas o simples observadores
se acercan al país donde se produce un rápido
avance en su cultura y su sociedad, basado en un innegable auge
de su economía y el grotesco contraste entre su clase alta
y la masa de esclavos que sostienen tanta opulencia.

Entre los muchos artistas de paso por la isla se destaca
el inglés James Gay Sawking (1806-1879) quien recorre la
isla entre 1835 y 1847, dejando influencias y recuerdos en muchos
lugares de la geografía insular, además de un grupo
de estampas en acuarela, que fueron luego grabadas en
litografías. Sobresale entre sus obras "Volante de La
Habana" "(…) donde por primera vez, se representó este
medio de transporte con la autonomía expresiva que, como
asunto, lo haría uno de los más bellos y reiterados
de la producción gráfica del siglo XIX
cubano"
[6]

La Academia de Dibujo y Pintura San Alejandro
acentuó su influencia en el quehacer plástico de la
isla a través del conservadurismo neoclásico de su
claustro y el gusto criollo ceñido a patrones de belleza
clásico, importados de Europa y casi inamovible durante
todo el siglo XIX.

Tras la muerte de Vermay y luego de la dirección
interina de Cuyás, llegó a La Habana, traído
para dirigir la Academia habanera, Guillermo Colson, quien
mantuvo los presupuestos estéticos de la
institución. Durante su dirección (1836-1843) se
produjo la donación de treinta cuadros, entre originales y
copias adquiridos en París por el Príncipe de
Anglona y entregados al Ayuntamiento habanero. Este hecho
constituyó todo un suceso para la capital de la isla al
punto de que esta colección se convirtió en fuente
de referencia neoclásica para los alumnos de San
Alejandro.

Colson regresa a Francia y el profesor Cuyás se
hace cargo de la escuela nuevamente, hasta la elección en
1846 de otro francés, Juan Bautista Leclerc quien se
mantuvo hasta 1850, le sucedió en el cargo, el grabador,
también francés Federico Mialhe, artista notable,
de gran cultura y formación neoclásica.

En 1852 ocupa la dirección de San Alejandro el
escultor español Augusto Ferrán quien ya era
profesor de la academia desde 1850. Durante su dirección
se creó la Cátedra de Antiguo Griego, que completa
el programa de la escuela dirigido a lograr que el alumno
reprodujera de la forma más fiel posible una serie de
fórmulas que los dotaba de buena técnica pero con
la frialdad de los copistas y desfasado de su
contemporaneidad.

El italiano Hércules Morelli fue nombrado al
frente de San Alejandro en 1857, con su llegada se generó
una expectativa de cambios en la enseñanza de la academia,
pero su temprana muerte de fiebre amarilla frustró estas
esperanzas. Ferrán vuelve a la dirección hasta el
nombramiento del salvadoreño Francisco
Cisneros.

En 1853 el gobierno colonial pasó a dirigir
directamente la Academia San Alejandro, que desde su
fundación estuvo a cargo de la Sociedad Patriótica.
Tenía para ese momento cuatro cátedras: Dibujo
Elemental, Pintura, Paisaje y Perspectiva, y Escultura. A la
cátedra de Pintura se agregaban estudios de Bellas Artes,
Anatomía, Historia del Traje, etc.

En cuanto a la creación plástica criolla,
sobresale en el período el auge que adquiere el grabado
hecho fundamentalmente por artistas extranjeros y teniendo como
base técnica la litografía. Este importante
movimiento de grabadores contribuyó a difundir el paisaje
natural y costumbrista de Cuba en el mundo y en su propio
territorio, donde la burguesía criolla los mostraba con
orgullo en sus salones.

En 1839 en los Talleres de Francisco Cosnier y Alejandro
Moreau se imprime el álbum "Isla de Cuba
pintoresca
", obra del artista francés Federico Mialhe
(1810-1881), acompañado con textos de Cirilo Villaverde,
Antonio Bachiller y Morales, Tranquilino Sandalio de Noda y
José Victoriano Betancourt, entre otros conocidos
intelectuales del país, que contribuyeron al éxito
de este reportaje gráfico de la sociedad y el
hábitat criollo. Estas imágenes y las que aparecen
luego en el álbum "Paseo pintoresco por la Isla de
Cuba"
(1841), con muchas escenas de costumbres de la
población insular, juntos a sus paisajes; contribuyeron a
consolidar una visión de la isla, no solo para los
extranjeros, sino para los criollos que se reconocieron en esas
estampas y esos paisajes, distinguible de lo
peninsular.

Mialhe es el más conocido grabador de este
período en la isla, su trabajo no se limitó a las
láminas costumbristas o de paisajes; ilustra libros,
partituras, estampas de imágenes religiosas, e imparte
clases de pintura, no solo en San Alejandro, sino en el Liceo
Habanero.

En 1851 el español Augusto Ferrán da a
conocer su "Álbum Californiano" en el que recoge
de forma satírica y casi caricaturesca los tipos y
costumbres de los buscadores de oro que invaden el estado de
California en los Estados Unidos.

El paisajismo gráfico tuvo por esos años
su mejor momento al publicarse, "Isla de Cuba
Pintoresca"
(1856) con litografías dibujadas por el
francés Eduardo Laplante (1818-……) y el español
Leonardo Barañano, que incluía vista de las
principales ciudades del país. Era un hermoso libro de
gran formato, que gozó de justificada fama.
Barañano es particularmente notable por su criollismo e
interpretación fiel del paisaje insular, muy a tono con el
espíritu de la época.

Un año después Laplante ilustra el
álbum de "Los Ingenios", de Justo Germán
Cantero, concebido como una obra comercial, pero de gran belleza.
Muestra estampas de los ingenios azucareros del país, con
pinceladas del paisaje y las costumbres de la isla.

En el interior del país donde los talleres
litográficos fueron prosperando, también se hizo un
notable trabajo con el grabado, como ocurre en Matanzas donde se
editan las "Estampas Yumurinas" (1846) de José
López y el álbum "Departamento Oriental de la
Isla de Cuba"
(1863), elaborado por Emilio Lamy y editado en
Santiago de Cuba.

La litografía permite el uso del grabado en la
propaganda comercial y principalmente en la industria tabacalera.
Comenzó el uso del grabado en la envoltura, los anillos y
las etiquetas de tabaco y la picadura. Los ya famosos habanos
recibieron el beneficio del hermoso trabajo litográfico a
partir de la década del cuarenta del siglo XIX.

La primera en utilizarlo fue la tabaquería,
"La Eminencia" de Ramón Allones en 1845 al
recubrir sus cajas de tabaco con grabados. Esta fue seguida por
otras fábricas dando lugar a la tradición que
continuaron luego los cigarros, en cuyo ramo fueron los primeros
los de la marca, "La Honradez" en
1853.[7]

Los habanos se convirtieron por su calidad y su
presentación en los embajadores de la economía de
la isla, siendo el producto de más calidad y de mejor
facturación que se producía en Cuba.

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En la pintura sobresalen algunas figuras, como Juan
Jorge Peoli (1825-1893), formado inicialmente en San Alejandro y
con estudios posteriores en Europa, desde donde regresa con una
sólida técnica que hizo que sus
contemporáneos esperaran más de él. Entre
sus obras se destaca el cuadro, "Joven alemana", en la que se
descubre como un maestro del color y el dibujo, aunque se le
reprocha la frialdad técnica, alejada de su insularidad e
idiosincrasia. Joven aún emigró a los Estados
Unidos, pintando solo por afición, dejando sin desarrollar
sus grandes dotes artísticas.

La cubana Rita Matilde de la Peñuela (1840-…),
desarrolla su carrera artística en París, en la que
es reconocida como especialista en el tema de los gatos donde
alcanza reconocimiento, aunque incursiona en el retrato y otras
temáticas. De ella es muy famoso el retrato que hiciera de
Simón Bolívar apreciado por el parecido
físico y la fidelidad de sus rasgos.

Federico Hernández Cavada (1832-1871), destacado
combatiente mambí, incursionó en las artes
plásticas desarrollando el tema de los paisajes,
influenciado por la pintura norteamericana conocida como
"Escuela del río Hudson", con la que hace
contacto en la emigración.

El matancero Ramón Barrera desarrolla una
paisajística que incorpora al hombre no como pincelada del
mismo, sino como parte reconocible del país.

A fines de la década del sesenta llega a Cuba el
controvertido grabador, pintor y dibujante español
Víctor Patricio de Landaluze (1828-1889), militar de
carrera y enemigo jurado de la independencia de Cuba, lo que
determina que pusiera su arte al servicio del
integrismo.

Su agudeza artística lo llevó a fijar en
sus cuadros, dibujos, litografías y caricaturas el mejor
conjunto costumbrista criollo, contribuyendo a salvar para la
posteridad todo lo que atacó en la sociedad criolla. Los
dibujos humorísticos salidos de su pluma fueron publicados
en el periódico habanero de Juan Martínez de
Villerga, entre ellos el personaje del guajiro que personifica al
pueblo cubano y que en las primeras décadas del siglo XX,
Torriente copió y bautizó como Liborio. Como
grabador publicó el álbum, "Tipos y costumbres
de la Isla de Cuba"
(1881), que recoge un grupo de dibujos
costumbristas. El trabajo artístico de Landaluce es el
más rico testimonio gráfico de la sociedad criolla
de la isla de Cuba, con énfasis en los elementos
folklóricos, aunque por su agudeza y detalles se convierte
en crónica pictórica del período.

En cuanto al dibujo humorístico la etapa marca el
surgimiento de la tradición criolla en este género,
al aparecer varias publicaciones, casi todas de corte
integristas[8]y dirigidas por Villergas, como
"La Charanga" (1857), "Moro Muza" (1859) y
"Don Juníspero" (1862).

En el oriente de la isla se fue desarrollando una
tradición sólida en las artes plásticas
teniendo como centro la ciudad de Santiago de Cuba, su base es
también la estética neoclásica que les llega
con la impronta de artistas extranjeros de paso o con breve
estancia en la región.

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Sobresalen entre estas figuras que llegan a Santiago en
la primera mitad del siglo XIX, el dominicano Juan de Mata
Tejada, el francés Santiago Luis Francisco Delmes y el
inglés James Gay Sawkins.

La primera artista criolla en destacarse fue Baldomera
Fuentes (1809-1877), primera pintora en los anales de la historia
de la cultura insular. Recibió clase del francés
Fourcade establecido en Santiago. Ella trabaja el retrato de
miniatura con asuntos familiares, entre los que se conservan,
"Autorretrato" (1835), "Retrato de mi padre" y "Retrato de mi
madre". Es de destacar que en 1854, Baldomera funda una academia
de pintura y dibujo, esfuerzo efímero pero encomiable para
su época por su condición de mujer.

El más destacado artista de la Escuela
Santiaguera de Pintura
lo fue Federico Martínez Matos
(1828-1911), catalogado entre los mejores retratistas de la isla.
Se formó en la ciudad, viajó a Italia de la que
regresa con la bien ganada fama del mejor retratista criollo del
siglo XIX. Creó en Santiago una Academia de Pintura en la
que se formaron numerosos pintores, el más notable de
ellos Guillermo Collazo que al comienzo de la guerra del 68 se
radicó en Nueva York hasta su muerte. Un artista
reconocido en el ámbito oriental lo fue Joaquín
Cuadras, quien tras su regreso de Europa en la década del
cincuenta del decimonónico desarrolla una obra notable que
influye en la tradición pictórica de Santiago de
Cuba. Otras figuras de la plástica santiaguera en este
período lo fueron, Manuel Vicens, Baldomero (Merito)
Guevara, Buenaventura Martínez y Jesús
Carbó.

La Academia de Pintura y Dibujo de Santiago de Cuba se
crea en 1859, subvencionada por el Ayuntamiento municipal, su
primer director lo fue Buenaventura Martínez, quien
renunció en 1868 para marchar al extranjero. Su sucesor
fue Joaquín Cuadras quien salió del país un
año después, dada la situación de guerra de
la región oriental. En 1874 Manuel López
López pide al Ayuntamiento la reapertura de la Academia,
lo que se hace efectivo en 1876 con el nombre de Academia de
Dibujo y Pintura Príncipe Alfonso.

Traída por el pintor norteamericano, Guillermo
Washington Halsey, se introduce la fotografía en 1840 en
La Habana, al instalar su taller de pintura miniaturista y
fotografía, toda una novedad que fue seguida por otro
estadounidense, Antonio Rezzónico, quien se puso al
servicio del taller litográfico de la Sociedad
Patriótica. Poco después Esteban Arteaga fue el
primer criollo que en 1843 montó estudio
fotográfico en La Habana.

Con la introducción de la fotografía se
produce un cambio entre los pintores retratistas de la ciudad,
cuyo negocio está en pleno auge. Muchos se hicieron
fotógrafos y solo los mejores continuaron haciendo
retratos pictóricos, ganando la pintura del retrato en
calidad.

Arquitectura
criolla

En el orden constructivo la burguesía criolla no
se alejó de los moldes que había aceptado en las
primeras décadas del siglo XIX y que el auge constructivo
favorecido por el gobierno del Capitán General Miguel
Tacón y Rosique y la gestión del Intendente de
Hacienda, el criollo Conde de Villanueva, habían acentuado
principalmente en La Habana, ciudad que comienza a desbordarse
más allá de las murallas, en obras de ensanche de
avenidas, infraestructura y embellecimiento, como símbolo
de la prosperidad de la oligarquía de la isla.

Durante la década del cuarenta del
decimonónico se afianza la tendencia de los ricos criollos
a trasladar sus residencias alrededor de la calzada del Cerro, en
fastuosas quintas en las que levantaron sus casas de verano
utilizando el estilo neo clásico y convirtiendo en
residencia permanente su estancia en aquel barrio de las afueras,
donde podía disfrutar mejor de sus comodidades fuera de la
congestionada zona amurallada, bastión del comercio y la
política colonial.

"Todas las quintas del Cerro tuvieron tres
características básicas: estilo
arquitectónico, en los códigos del
neoclásico, con hermosas lucetas multicolores de medio
punto; búsqueda de las aguas de la Zanja Real, entre otras
razones, para el fomento de sus jardines; y enlace directo a la
Calzada del Cerro, como la vía de comunicación con
la ciudad. Eso sí, no todas tenían su fachada cerca
a la calzada. Precisamente las de mayor extensión y
majestuosidad, se accedían a ellas en alamedas de
árboles frutales, bambúes o palmas reales, entre
campos nutridos de florestas. Son hacia el oeste, las quintas:
del Obispo, cuya avenida, de la calzada a su residencia,
formó la calle Tulipán; y del Conde de Santo Venia
(Cerro 1424). Hacia el este, las quintas: de Leonor Herrera, hija
del Conde de Gibacoa (Cerro 1551); y la quinta del Conde
O¨Reilly (cerca a 10 de Octubre 130). Al sur, la quinta del
Conde de Palatino, cuya vía se convertiría en la
Calzada de Palatino.

"Hubo quintas donde su entrada principal tampoco
quedó expuesta directamente a la calzada. Un jardín
la precedía protegido por muros de mampuesto y rejas de
hierro, La edificación- como las primeras- remataban
mirando al cielo con grandes capas de mayólica, en
terracota vidreada. Son las quintas: del Conde de Villanueva, en
la misma esquina de Tejas, la San José, de Susana
Benítez (Cerro 1220), la de Arango (Cerro 1257); de los
Carvajal (Cerro y Carvajal); de los Lluria (Cerro 1907); y
más hacia el interior de la barriada, la quinta de Echarte
(Domínguez y Santa Catalina). Igualmente con jardín
directamente a la calzada se conserva una de las primeras
quintas, la primera de los Conde de Fernandina (Cerro 1344); y la
quinta de los Ajuria (Cerro
1391)."
[9]

El momento más importante de este auge
neoclásico lo constituye la construcción del
Palacio de la familia Aldama, comenzado en 1838 frente a la Plaza
de Martes[10]para el rico español Domingo
Aldama y Arechaga para sus hijos Miguel y Rosa. El proyecto es
obra del ingeniero Manuel Carrerá, quien agrupo dos casas
bajo la misma fachada, manteniendo la distribución
espacial de la casa tradicional criolla, con patio central, pero
resaltando los elementos del estilo neoclásico en los
lujos mármoles, los herrajes, cielos rasos, motivos
arquitectónicos y abundante estatuaria, copias de piezas
clásicas en mármol de Carrara importados de Italia.
La solución del uso del orden dórico-toscano en el
doble propósito de pórtico y portada, los elegantes
elementos de los vanos del patio y las escaleras, constituyeron
una novedad en la arquitectura criolla que hace de esta casa un
modelo para la arquitectura local.

El auge constructivo prevalece en las ciudades de La
Habana y Matanzas bajo la línea del estilo
neoclásico, manteniéndose en otras ciudades del
interior del país: Santiago de Cuba, Trinidad y Puerto
Príncipe, entre otras, la tradición del barroco
criollo al que muy lentamente a lo largo de este siglo XIX se van
incorporando elementos del neoclasicismo, como los órdenes
columnarios griegos, uso del herraje, etc., todo lo que va
determinando un eclecticismo criollo que perduró por
largos años en las ciudades del interior de la isla y que
se conservan en construcciones aisladas en estas urbes y en el
conjunto urbano de la ciudad espirituana de Trinidad.

En Trinidad se observa el uso profuso de las tejas en la
parte delantera de la vivienda con techos a dos aguas y azotea en
el resto; continuidad del salón y el comedor a
través de arcos abiertos, así como el puntal alto
como generalidad.

El plan urbanizador de La Habana comenzado durante el
mandato de Miguel Tacón fue continuado por el ingeniero
Mariano Carrillo quien en 1850 termina un plan constructivo que
incluyó paseos y calzada en los barrios de
extramuros.

El crecimiento de La Habana continuó presionando
a la muralla, la ciudad se expande por el glacis del recinto
amurallado, con un carácter renovador y moderno cuyos
modelos provienen de Europa y de los Estados Unidos. Esta zona
despejada de la muralla (glacis) fue adquiriendo una mayor
importancia en este período. La muralla ya había
perdido su valor estratégico militar y se convierte en un
estorbo para la expansión de la ciudad por lo que se les
pidió a las autoridades su demolición, aprobada y
comenzada en 1863.

Al demolerse la muralla los terrenos que esta ocupaba,
junto con su glacis, se convirtieron en áreas de
desarrollo urbano, que fueron poco a poco construidas en el
período en la segunda mitad del siglo XIX.

En estas áreas urbanizadas se alcanzó una
regularidad homogénea en la arquitectura, caracterizada
por la consecución de los portales de arcadas y columnas,
con una uniformidad razonable de los decorados de fachadas. La
noción de paisaje urbano, tan ajena a la arquitectura
criolla anterior, se logra en esta urbanización del ring
de la muralla, con calles amplias y conjuntos bastante uniformes
y regulares de edificios de dos y tres plantas.

En 1876 se levanta en esta zona, aledaño al paseo
del Prado, el Hotel Pasaje, construido con una concepción
moderna al introducir un pasaje o galería con cubierta de
hierro y cristal, que atraviesa el edificio de dos planta con
salida a dos calles (Prado y Zulueta). Su equipamiento novedoso,
introduce el elevador hidráulico y otras novedades
hoteleras ya usadas en Europa y los Estados Unidos.

La urbanización de estos terrenos dejados libres
por la muralla fue posible por la fuerte inversión de
capitales criollos, comerciantes peninsulares e inversionistas de
Estados Unidos, que hicieron de esta urbanización un
negocio próspero, que puso al día a la capital de
la isla cuyo centro comercial y social se trasladó durante
este período y hasta bien entrado el siglo XX hacia esta
zona que tuvo como eje el Prado habanero.

En las construcciones que se levantaron en esta
área se inspira en la planta de la casa criolla
tradicional, edificios de dos plantas, puntal alto, entresuelo,
traspatio, portal y en los primeros tiempos patio interior
central. La planta baja era utilizada para el comercio, con sus
administraciones en los entresuelos y uso para viviendas, hoteles
o salones de recreación en la planta superior. Todos con
un planteamiento de inspiración neoclásica que poco
a poco tendió al eclecticismo.

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

[1] Rine Leal: La Selva Oscura. Tomo I

[2] Rine Leal: La Selva Oscura. Tomo I

[3] Rine Leal: La Selva Oscura. Tomo I

[4] Alejo Campentier: La Música en
Cuba.1988: 233

[5] Helio Orovio: El son, la guaracha y la
salsa. Plaquete. 1994: 16

[6] Jorge R. Bermúdez: De Gutenberg a
Landaluze. 1990: 209

[7] Ídem: 232

[8] El integrismo se define
ideológicamente como la corriente política que
pretende mantener a Cuba como parte íntegra de
España, aunque en realidad eran más defensores
del estatus colonial que de la adjudicación de cualquier
tipo de reforma, aunque fuese bajo el manto de la
monarquía española.

[9] Historia del Cerro. Carlos
Bartolomé Barguez. Pág. 67-68. La Habana, 2004.
Versión Digital inédita

[10] Actual sede del Instituto de Historia
frente al Parque de la Fraternidad en el Paseo del Prado. La
Habana.

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