Historia de las universidades a través de sus modelos
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Historia de las universidades a
través de sus modelos
Como en todas las cosas que se quiera
comprender cabalmente, también en el caso de
la universidad hay que hacer historia, porque la historia es
parte de las cosas. Ante todo, su nombre, porque nomina si tollas
nulla est cognitio rerum: "si quitas los nombres no
hay conocimiento alguno de las cosas". Así decía a
comienzos del Medievo el ilustrísimo Isidoro de
Sevilla.
La palabra universitas fue creada probablemente por
Cicerón, con el sentido de "totalidad"; deriva de
universum, que significa "reunido en un todo". Referido a las
universidades, aquel vocablo pasó a designar la
institución que tenía carácter de totalidad
en dos sentidos: originalmente fue la universitas magistrorum et
Scholarium, esto es, la comunidad de maestros y alumnos;
después, la universitas litterarum, es decir, la
institución en que se reunía en un todo el saber.
Universitas magistrorum et scholarium. Antes de que se
constituyeran los Estados europeos modernos, los estudiantes
migraban por Europa en busca de la universidad de su
interés. Allí empezaron a ser acogidos en hospicios
llamados colegios, creados para dar albergue a los estudiantes,
de regla, faltos de medios de sustento. Ya en el siglo XIII
había becas para estudiantes. Esos colegios estaban
tutelados por maestros. En Oxford y Cambridge ellos se
convirtieron en la estructura universitaria básica, en que
pasaron a convivir maestros y alumnos, tutores y pupilos. En la
Universidad de París, el colegio fundado por Robert de
Sorbon para dieciséis estudiantes de Teología, ya
Maestros en Artes, daría el nombre a la universidad entera
en el siglo XIX. También hubo agrupaciones de maestros,
como el colegio de doctores en Bolonia y, en París, el
Colegio de Francia, fundado en el siglo XVI.
Universitas litterarum. Litterae significa aquí
"conocimientos", una de las acepciones que tiene
esta palabra en el latín clásico. Pero en la
universitas litterarum el significado del saber
conjunto no reside en la suma de conocimientos, sino en su
integración en el todo coherente que era el orden
medieval, esa notable concepción armónica de toda
la cultura de esa época. Cuando después la palabra
litterae se fue entendiendo como referida a las disciplinas
humanísticas, se empezó a hablar de la universitas
litterarum et scientiarum para indicar explícitamente la
inclusión de las ciencias.
Las universidades nacieron como expresión del
renacimiento intelectual iniciado en el siglo XI en torno a la
Filosofía y Teología. Se formaron de las escuelas
monacales y, principalmente, de las catedralicias; en otros
casos, de las escuelas comunales, llamadas todas a dar una
enseñanza superior. El nombre oficial de la
organización de esta enseñanza superior fue primero
studium generale; generale no se refería a que se
enseñaran todas las disciplinas, sino a que se admitieran
estudiantes de todas partes. Los studia generalia, estos centros
de educación superior, eran de hecho corporaciones de
maestros y alumnos, y de ahí que pasaran a llamarse
universidades. El nombre de studium generale compitió con
el de universitas hasta fines de la Edad Media.
La universidad es una de las más grandes
creaciones de la civilización occidental, única en
su género: un instituto dedicado al mundo del intelecto.
El decidido patrocinio que encontró en la Iglesia puede
entenderse en el marco de esa concepción que ve a la
Cristiandad apoyada en estas tres virtudes: sacerdocio, imperio y
estudio. La universidad nació no de una idea preconcebida,
sino de la paulatina convergencia de circunstancias
históricas. En último término fueron dos
corrientes: la de los que querían aprender y la de los que
estaban dispuestos a enseñar.
Pero la génesis de las universidades no
siguió la misma dirección en todas partes, y estas
corporaciones tuvieron rasgos distintos marcados por diferencias
regionales. Así, la Universidad de París era una
institución eclesiástica, nacida principalmente de
una escuela catedralicia; se formó por iniciativa de los
que deseaban instruir; fue así una
corporación principalmente de maestros. En estos
residía el derecho a votar para elegir
rector, nombrado por el canciller, el cual, primero, era nombrado
por el obispo; después, directamente por el Papa. La
Universidad de Bolonia, en cambio, era laica, se originó
de escuelas comunales, surgió por iniciativa de los
jóvenes ávidos de conocimientos, y fue una
corporación básicamente de estudiantes. Estos eran
los que votaban para elegir rector. Una tercera forma de
constitución fue la de las universidades de Nápoles
y Salamanca, creadas por los monarcas, que nombraban a sus
representantes en la universidad. En este sentido, estas
últimas dos eran instituciones gubernamentales. Las
primeras universidades también difirieron en la
orientación de los estudios. La de Bolonia era fuerte en
uno y otro derecho, esto es, en el civil y el canónico; la
de París, en Teología y Filosofía; la de
Oxford, en Matemáticas, Física y Astronomía;
la de Montpellier, en Medicina.
La joven corporación universitaria luchó
desde un comienzo por su autonomía frente a las autoriades
locales, y en esta lucha encontró el apoyo de la Iglesia.
La universidad se fundaba entonces por una bula pontificia. Entre
los privilegios estaban, desde luego, el autogobierno, la
potestad de conferir títulos, el ius promovendi, y en el
siglo XIII se hizo un principio la gratuidad de los
estudios.
En muchas universidades de entonces los profesores y la
mayor parte de los alumnos eran clérigos. El idioma era en
todas el latín. Una típica organización
estudiantil de la universidad medieval surgió del
carácter paneuropeo de esta: las llamadas naciones,
agrupaciones de estudiantes venidos de distintas regiones con
diferentes idiomas vernáculos. Las naciones fueron
desapareciendo a medida que se formaban los Estados europeos
modernos.
Las cinco universidades que nacieron en el siglo XII,
las primeras de todas, fueron la de Bolonia, la de París,
la de Oxford, la de Montpellier y la de Orléans. El
año de fundación aceptado mayoritariamente de la
universidad de Bolonia es 1158, año del primer
reconocimiento oficial del que se tiene noticia; se supone que
uno tal se dio a la de París entre 1150 y 1170. Las
universidades de Bolonia y París fueron los dos
arquetipos. Todas las demás universidades medievales se
formaron bajo su influencia o por maestros o
estudiantes que se separaron de ellas. En el siglo XIII
apareció una centena de universidades, entre ellas,
las de Padua, Nápoles, Cambridge y Salamanca. En los
siglos XIV y XV nacieron numerosas universidades alemanas, otras
de Gran Bretaña y universidades eslavas. Hacia el final de
la Edad Media había ochenta.
A comienzos del siglo XIII se establecieron las
facultades; las primeras fueron la de Artes y la de
Teología; pronto nacieron la de Derecho, Fisolofía
y Medicina y luego, entre otras, la de Matemáticas y
Ciencias Naturales, Economía y Sociología. En
Alemania la Facultad de Medicina pasó a constituir una
categoría aparte de las demás, que representaban
campos ligados a la Filosofía. Reflejo de estas dos
categorías de facultades son los dos tipos de grados
doctorales que, siguiendo el modelo alemán, otorgan las
universidades norteamericanas: el Philosophical Doctor, con sus
diversas menciones, y el Medical Doctor. La enseñanza se
realizaba por medio de la lectio y la disputatio. La lectio era
la clase magistral, en que se exponía y comentaba un
texto; la disputatio consistía en un ejercicio de
aplicación. Mientras la lectio ha perdurado hasta hoy, en
las facultades de disciplinas experimentales la disputatio fue
dando origen a lo que denominamos los laboratorios.
Papel especial desempeñaba la Facultad de Artes.
Esta última palabra, artes, no se refiere aquí a la
creación artística, sino que designa el saber
técnico encaminado a un fin práctico,
acepción que también tiene hoy día. Y de
nuevo hay que hacer historia. De especial importancia en el
desarrollo cultural de Occidente es la noción
acuñada en la Grecia clásica de las Artes
Liberales. Estas correspondían a la educación
superior, aquella reservada a jóvenes selectos y que
llevaba a la ciencia suprema, la Filosofía, en la que
debían formarse los futuros gobernantes. Las Artes
Liberales consistían en estudios útiles destinados
al hombre libre, libre de las ataduras de un oficio mundano.
Ningún quehacer debía formar parte de este
currículo si su único fin era preparar un hombre
para una profesión como medio de sustento. Este
currículo debía guardarse de la intromisión
de todo lo que tuviera solo valor pecuniario y tendiera
así a estrechar la visión de la mente.
Pertenecían a este programa, ante todo, el
leer y escribir correctamente, la gimnasia, la música
y el dibujo, la aritmética, geometría
y astronomía. Después, paulatinamente, se fueron
delimitando las siete Artes Liberales que a través de Roma
pasaron a la cultura cristiano-occidental y que se establecieron
en la época carolingia, a saber: gramática,
retórica y dialéctica, que constituyeron el
trivium, y aritmética, geometría, astronomía
y teoría musical, que formaron el quadrivium. La
gramática incluía el estudio de literatura de la
antigua Roma. Estos studia liberalia pasaron a formar el
núcleo de lo que se enseñaba en la Facultad de
Artes, por la que debía pasar el alumno antes de ingresar
a otras facultades. Ese núcleo estaba expandido con
estudios de Lógica, Física, Metafísica,
Ética y Política. En ese paso se obtenían
dos grados académicos: primero, el de Bachiller, y
después, el de Magíster. A la Facultad de Artes se
ingresaba con no menos de diechiocho años de edad; el
grado de Magíster se obtenía en seis años.
Las demás facultades otorgaban el grado de Doctor. Sin
embargo, en un comienzo estos títulos, incluido el de
Profesor, se usaban indistintamente. Ya en el siglo XIII estaban
establecidas las cátedras extraordinarias.
La Licenciatura, instituida ya en el studium generale,
no era un grado académico, sino la licencia para
enseñar. Aun más, esta era un derecho consustancial
al studium generale, derecho que recibía el recién
graduado para enseñar en cualquier parte: el ius ubique
docendi. Esta prerrogativa se fue haciendo meramente
honorífica a medida que las universidades empezaron a
examinar a los profesores foráneos. Cuando en tiempos
modernos la Licenciatura se convirtió en un grado
académico, las universidades alemanas la reemplazaron por
una instancia equivalente: la Habilitación, con la que se
confería la venia legendi. Esta instancia sigue vigente,
requiere ser Doctor y otorga el grado de Privatdozent, algo
así como un docente sin cátedra.
Hasta aquí, el origen y los caracteres de la
universidad en sus inicios. Son su alma el afán por
aprender, la voluntad de enseñar, la libertad y el
espíritu de universalidad en el cultivo del saber. Por
varias centurias fue posible que un estudioso abrazara
todas las disciplinas universitarias. Se dice que uno de
los últimos en hacerlo fue Kant, cuya vida de
casi ochenta años abarcó gran parte del siglo
XVIII, la época de la Ilustración. Contrasta la
formación de este filósofo, conocedor y admirador
de las Matemáticas, con la que suele darse en nuestro
país, donde el aspirante a filosofar suele iniciarse en la
Filosofía recién salido del liceo.
La síntesis cultural del Medievo alcanzó
su perfección en el siglo XIII con la doctrina de Santo
Tomás, pero en las centurias siguientes la universidad
mantuvo inamovible esa síntesis del saber y dejó de
representar la cultura de las épocas por las que
atravesaba. Fue esa mentalidad inclinada a dar validez definitiva
a los conocimientos de la ciencia la que, por ejemplo, explica en
buena parte el hecho asombroso de que las ideas de Galeno, del
siglo II de nuestra era, se conviertieran en cánones que
perduraron por un milenio y medio. La universidad medieval
permaneció al margen de la gestación del
Renacimiento. En poquísimas universidades de entonces,
como en la de Leiden, fundada en 1574, se asimilaba prontamente
el nuevo saber y se hacía investigación; de regla,
las universidades se mantuvieron entregadas solo a la
enseñanza, mientras la investigación fue una
actividad extrauniversitaria.
En efecto, esta situación de las universidades
hizo que jóvenes investigadores de entonces buscaran otras
instancias en torno al nuevo saber; esas fueron, entre otras, las
academias, que en Italia, Francia, Inglaterra y Alemania se
crearon en el siglo XVII. Los enciclopedistas motejaban a la
universidad de residuo medieval.
La universidad del Medievo, en que algunos ven en primer
plano un carácter profesional, fue ante todo, como la
califica Ortega y Gasset, una universidad cultural: estaba
dedicada principalmente a la transmisión de la cultura de
su época, esto es, de un sistema completo e integrado de
las ideas substantivas del saber de entonces. La crisis de la
universidad medieval puede verse precisamente en que esa
síntesis cultural fue perdiendo vigencia mientras la
sociedad le pedía profesionales y científicos. La
investigación, en muchos casos trascendental, era
obra de personas aisladas y carecía de un cuerpo
organizado para este fin.
El formar profesionales y el hacer ciencia iban a marcar
dos nuevos tipos de universidad, que nacieron a comienzos del
siglo XIX. Cada uno de estos modelos fue adoptado separadamente
por distintos países de Europa, Norteamérica y
América Latina. Cabe decir desde ya que la mayoría
de las universidades actuales son, con predominio de uno u otro
carácter, a la vez escuelas profesionales y centros de
investigación.
La universidad profesionalizante se formó en la
primera década del siglo XIX con Napoleón, que
después de disolver las tradicionales creó en 1806
la Universidad Imperial. Era esta una corporación estatal
y centralizada, con sedes en las provincias y que asumió
la dirección de toda la enseñanza, universitaria y
escolar, bajo el principio doctrinario de que la función
de enseñar las nociones que forman al ciudadano es un
privilegio del Estado. A cargo de la organización de esta
universidad estuvieron el químico Fourcroy, admirador de
la enseñanza especializada y técnica; el jurista
Roederer y el educador Chaptal. Esta universidad pronto se hizo
burocrática: la obtención de títulos fue
más apeticida que el saber. Pero el cambio fundamental que
representó es su decidido carácter
profesionalizante. Su misión fue formar intelectuales con
un saber práctico útil a la sociedad. Nuestras
universidades tradicionales, que siguieron este modelo hasta
promediar el siglo pasado, se distinguieron por la alta calidad
de los profesionales que formaron, y así lo hicieron sin
haber estado organizadas para hacer investigación. Fueron
buenas universidades profesionales y, como todas las
universidades buenas, eran exigentes. La enseñanza estuvo
bien informada de los avances de la ciencia, pero el docente,
salvo excepciones, no era él mismo investigador. Conocer
la ciencia y hacer ciencia son cosas distintas y residen en
vocaciones diferentes, que, naturalmente, suelen no darse juntas
en la misma persona. La docencia no se había
profesionalizado. Bastaba confiar la enseñanza al que
sabía bien su disciplina. En aquellas universidades hubo
investigación, pero fue el fruto de contadas personas que
desarrollaron su talento salvando muchas
dificultades.
El desprestigio de la universidad tradicional hizo que
el modelo napoleónico se extendiera por algunos
países de Europa. Fue el tipo de universidad adoptado en
Latinoamérica. En aquella misma década en que se
fundó la Universidad Imperial y en la cercana Prusia,
nació en la atmósfera del idealismo alemán
un nuevo género de universidad que tendría no menor
influencia que la napoleónica. Sus principales propulsores
fueron los filósofos Schelling y Fichte y el barón
Guillermo von Humboldt, filólogo y humanista. Pero la
reforma también se extendió al liceo; así
nació el gymnasium humanisticum, hasta hoy el de
más alta categoría en Alemania. Un dato para
ilustrar lo que llegó a ser este liceo: el tratado
estándar utilizado hoy en la universidad por los futuros
latinistas, el Repetitorio de sintaxis latina y
estilística, un texto de cerca de quinientas
páginas, es obra de un profesor de un gymnasium, Hermann
Menge, que la escribió para sus alumnos.
Y con respecto a la renovación de la universidad,
el enfoque fue radicalmente distinto de la napoleónica: la
Universidad Humboldtiana, creada en 1810, se edificó
basándola en la investigación científica y
en la incorporación de los nuevos resultados en la
enseñanza. La reforma se propuso impulsar el desarrollo de
todas las ciencias: las del espíritu, las naturales y las
exactas y, en el campo médico, sobre todo las disciplinas
básicas. El título de Doctor cobró el
sentido en que lo entendemos hoy día: un grado que
acredita la capacidad de investigador independiente.
El profesor había de ser él mismo un
investigador y su labor docente debía consistir en
comunicar los nuevos conocimientos y no limitarse a lo que ya
estaba escrito en los libros. El patólogo Wilhelm Doerr,
decía: Yo enseño lo que investigo e investigo los
problemas que se me plantean en el trabajo diario.
En esas universidades nacieron la filología
clásica y la historiografía modernas, la
gramática comparada, la morfología moderna, la
patología celular, la mecánica cuántica, la
mecánica del desarrollo, la geometría
esférica, la teoría de la relatividad,
la teoría formalista de la
matemática.
Se hizo una tradición del estudiante
alemán quedarse unos años más en la
universidad atraído por los profesores que renovaban la
ciencia; unos años más en Berlín para
ensanchar el horizonte con la historia enseñada por
Mommsen o con el indogermánico que descubría Bopp o
para repetir una asignatura asistiendo a cursos de
mecánica cuántica con Heisenberg en Leipzig y con
Schrödinger en Berlín.
Pero la reforma fue realista al introducir otra
innovación radical: para los maestros la universidad
debía dejar de ser un lugar de paso, era menester que se
dedicaran por entero a la labor académica.
La Universidad Humboldtiana se convirtió en el
modelo de las universidades germanas, y Alemania, con el mayor
número de universidades por habitantes, pasó a la
cabeza en el campo científico; así se mantuvo hasta
la II Guerra Mundial. Este modelo ha influido fuertemente en las
universidades de los Estados Unidos, desde donde ha ejercido su
influencia en nuestras instituciones.
Y ahora, Irlanda, donde a mediados del siglo XIX, unos
cincuenta años después de fundarse la Universidad
Imperial y la Humboldtiana, se creó un nuevo modelo: la
Universidad Liberal.
Hasta ese momento Gran Bretaña tenía solo
nueve universidades: cuatro en Escocia, la de Dublín en
Irlanda, y en Inglaterra las de Oxford y Cambridge y dos
más recién creadas: la de Durham y los primeros
colegios de la universidad de Londres. Gran Bretaña
había permanecido al margen de la reforma
napoleónica, no así de la humboldtiana, que
había influido en las universidades escocesas y en uno de
los colegios universitarios de Londres. Pero en Oxford y
Cambridge las universidades aún no estaban reformadas. No
eran en ese entonces ni profesionalizantes ni centros de
investigación. Formaban a los futuros líderes de la
sociedad, jóvenes anglicanos de la clase social alta que
no necesitaban aprender una profesión ni
tener un empleo: formaban al gentleman, educado todavía en
torno al trivium y quadrivium. Era el tiempo de las
críticas a estas dos universidades
tradicionales.
John Henry Newman, sacerdote anglicano formado en
Oxford, se acababa de convertir al catolicismo. Algunas
décadas después llegó a Cardenal. Pero antes
de esto se separó de su alma mater de Oxford; ya converso,
criticó a esta universidad y fundó una nueva: la
Universidad Católica de Dublín. La
publicación de los principios fundacionales y la
inauguración de la universidad se hicieron en los
años 50 del siglo XIX, en la década de mayor
prosperidad de la era victoriana. Pero la nueva universidad no
fue creada para corregir los defectos de sus congéneres de
Oxford y Cambridge, sino que fue concebida, un tanto
paradójicamente, con algunas ideas similares a las que
guiaban a estas últimas instituciones. Su misión,
esencialmente docente, era triple: primero, la enseñanza
de un saber universal comandado por la teología, que
llamó la ciencia de las ciencias, la disciplina
integradora de todo lo demás; segundo, el desarrollo en el
educando de una visión amplia, de una mente desapasionada,
del hábito de reflexionar, de una inteligencia
crítica, lo que conformaba el carácter liberal, el
pensar por sí mismo; por último, desarrollar en el
estudiante una moral recta, un gusto delicado, una sensibilidad
social y un comportamiento noble ante la vida. Este era el
gentleman que pretendía formar. La Universidad Liberal
duró media centuria; desapareció a comienzos del
siglo XX.
La Universidad Liberal muestra, más claramente
que otros modelos, rasgos distintintivos que pertenecen al
carácter del pueblo en que nació. De ahí que
un modelo no pueda trasplantarse a otro país tal cual es
el tipo original. De hecho, el gentleman difícilmente
puede imitarse. Pero la Universidad Liberal nació a
destiempo. Es cierto que el gentleman, capaz de adaptarse y
sobreponerse a condiciones extrañas, fue un guía
importante en la expansión colonial de la era victoriana,
pero cuando se creó esa universidad estaba en marcha en
Inglaterra el desarrollo industrial, como lo atestigua la famosa
exposición en Londres abierta dos años antes de la
publicación de Newman. Y ese desarrollo requería
de profesionales y científicos. Fue
efímera la Universidad Liberal, pero los escritos
de Newman, especialmente en el mundo angloamericano,
han servido a lo menos para mantener viva la discusión en
torno a una enseñanza unificadora y a la formación
moral en las universidades.
Finalmente, algunas palabras sobre la universidad
actual. Está a la vista que las verdaderas universidades
de hoy son un conjunto de escuelas profesionales y centros de
investigación. Y la mezcla es más fina porque en
muchas escuelas profesionales, como en la nuestra, hay
laboratorios donde también se hace ciencia. A nuestras
universidades les falta, como lo vio Ortega y Gasset hace unos
setenta años, transmitir la cultura, enseñar un
sistema completo e integrado de las ideas substantivas del saber
actual; Ortega dice, de las ideas vivas de la época o de
las ideas de que vive la época. Sin el conocimiento de esa
síntesis, dice él, se es inculto. Se trata, por
ejemplo, no de que un futuro médico aprenda, si puede, la
teoría de la relatividad desde sus fundamentos
matemáticos, sino de que la conozca en términos
cualitativos, sepa las ideas que encierra esta teoría.
Ello es posible. Y así, con las demás ramas del
saber, sus ideas vivas. Bien, para este fin, Ortega propuso la
creación de una Facultad de la Cultura, proyecto que, por
razones que desconozco, no se ha concretado. Su
realización no me parece imposible.
Pero yo veo el papel de la universidad con otra mira, en
absoluto excluyente del enfoque ortegueano, la mira puesta en la
realización personal del estudiante. Decía Einstein
que la naturaleza era como un reloj que no se pudiera abrir y del
que, así y todo, el físico debía
desentrañar su mecanismo. Las personas son algo parecido.
Deben descubrir sus aptitudes percibiendo desde fuera qué
fibras interiores resuenan más frente a los
estímulos. Y esa resonancia es el entusiasmo que se
despierta. Por eso es tan importante la libertad del
universitario, para asumir la responsabilidad de elegir su camino
ante el vasto horizonte que sigue ofreciendo la universidad, pues
las aptitudes de una persona rara vez quedan satisfechas en el
angosto campo de una especialidad, y las que no tienen cabida en
él también deben ser cultivadas para
realización completa del individuo. Por lo demás,
condiciones en apariencia diferentes suelen
corresponder a un mismo talento multifacético, que
no puede encasillarse en los rótulos que
ofrece la sociedad.
Referencias bibliográficas
Aigrain R. (1949). Histoire des universités.
Presses Universitaires de France, Paris. Ernout A, Meillet A
(1979). Dictionaire Etymologique de la Langue Latine. Histoire
des Mots. Klincksieck, Paris.
Ortega y Gasset J (1969). Misión de la
Universidad. 5a edición.
Rashdall H, revised and edited by Powicke FM and Emden
AB (1997). The Universities of Europe in the Middle Ages. Vol. 1.
Oxford University Press, New York.
Turner FM (editor) (1996). The Idea of a University,
John Henry Newman. Yale University Press, New Haven
& London.
Autor:
Ph. D. José Severiano Luis Bravo
Mora
Académico e Investigador.
Doctorado Philosophy Doctor (Ph.D.), Phi,
Beta, Kappa "Summa cum Laude" in The Rice University, of Houston,
Tx., and professor associated of the Systems Engineering
Department and Systems Research Center, Case Western Reserve
University (Cleveland, Ohio), as well as invited
Academic in the U. C. L. A. and l'Université Paris
Sorbonne Nouvelle.
2009.