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Intelculturalidad en el Perú



Partes: 1, 2

  1. Presentación
  2. Introducción
  3. Interculturalidad
  4. Interculturalidad en el
    Perú
  5. Interculturalidad en
    América Latina
  6. Conclusiones

Presentación

Este trabajo lo presentamos con el fin de rescatar la
importancia de la interculturalidad tanto en América
Latina y en el Perú, porque gran cantidad de su
población pertenece a la raza indígena y por lo
tanto se reconoce su inclusión en la sociedad de cada
país a través de las cuales se afirman conductas
éticas sustentadas en valores democráticos, que se
expresan en el respeto de los principios del derecho, de la
responsabilidad individual y social; así como a la
reflexión sobre las vivencias relacionadas con la
espiritualidad y trascendencia.

Introducción

Cuando hablamos de Educación Intercultural
Bilingüe en América Latina y en el Perú
estamos hablando de educación para las poblaciones
indígenas alejadas de los centros urbanos y por largo
tiempo olvidadas por el estado como sujeto de derechos, entre
ellos el de la educación. Desde que la escuela
llegó a las zonas rurales de América Latina,
selvas, montañas y llanos habitados por las poblaciones
indígenas, el sistema educativo dio rienda suelta a la
labor civilizadora y de reproducción del orden
hegemónico criollo que le había sido encomendada,
desconociendo las instituciones y manifestaciones
socioeconómicas, culturales y lingüísticas de
las poblaciones a las que decía atender. Entonces la
educación no era ni intercultural, ni bilingüe, ni
siquiera educación, era simple adoctrinamiento, primero de
mano de las misiones evangelizadoras y luego a través de
las campañas de castellanización que buscaban la
uniformidad lingüístico-cultural para contribuir a la
conformación de los Estados nacionales.

Para tal proyecto, la diversidad era considerada como un
problema que era necesario superar o erradicar. Pese a los
acelerados procesos de aculturación y al avance de un
sistema educativo uniformizador en los territorios
indígenas en aquellos lugares en los cuales las lenguas
autóctonas son idiomas de uso predominante, la
persistencia de lo indígena es tal que su presencia es no
sólo innegable sino incluso más obvia que antes. La
toma de conciencia y movilización de las poblaciones
indígenas en defensa de sus territorios y derechos ha
determinado que un número creciente de países
reconozca su carácter multiétnico y haga
alusión a la deuda histórica que tiene frente a las
primeras naciones que poblaron el continente y sobre cuyo
sojuzgamiento se constituyeron los actuales Estados nacionales.
Ahora las constituciones de por lo menos once países
(Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala,
México, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela)
reconocen su pluriculturalidad o multiculturalidad y algunos,
como en el caso ecuatoriano, dejan incluso traslucir el
carácter «multinacional» del país. A
estos se suman otros cuatro (Chile, El Salvador, Honduras y
Panamá) que, con disposiciones de menor rango, reconocen
también tales derechos y, entre ellos, el relativo a una
educación diferenciada.

En este nuevo escenario, la EIB parece transitar el
camino del cambio dejando atrás una modalidad
compensatoria sólo para indígenas y en la que el
aprendizaje de las lenguas maternas era sólo instrumental
para la adquisición del idioma hegemónico, para
convertirse en alternativa educativa destinada a dotar de mayor
calidad a los sistemas educativos oficiales. A través de
este texto veremos cuál ha sido la historia de este
caminar. Rescataremos el protagonismo de los movimientos
indígenas en esta labor de dignificar la educación
como instrumento de empoderamiento y acceso a mayores
oportunidades, de reinserción social de sus culturas y
lenguas originarias. Profundizaremos en la concepción
educativa y pedagógica de la Educación
Intercultural Bilingüe. E identificaremos algunos de los
agentes que están apostando porque la EIB juegue un papel
relevante en los sistemas educativos oficiales de los diferentes
países latinoamericanos. De este modo pretendemos que el
lector de este documento, que sólo tiene pretensión
de convertirse en una guía básica de
introducción al tema, cuente con los datos básicos
para orientarse y sumergirse si lo desea por el mundo de la
Educación Intercultural Bilingüe en América
Latina.

CAPÍTULO I

Interculturalidad

I.1 ¿Qué es cultura?

Algunos reclaman por la vaguedad con que se suele
utilizar el término cultura y su derivado intercultural;
pero ni bien se intenta una definición se descubre la
complejidad que encierra el concepto y. por tanto. La dificultad
que representa definirlo. Ante este escollo, muchas veces se
renuncia al esfuerzo de precisar nuevas expresiones.

En realidad, si bien es cierto que el tema es muy
complejo y que la definición de cultura conlleva toda una
perspectiva teórica, en el marco de un discurso orientado
a elaborar una propuesta educativa, es indispensable y de hecho
no es tan difícil como se piensa proponer una
definición operativa de cultura y de interculturalidad.
Así, por cultura podemos entender los modos de vivir o los
modos de ser compartidos por seres humanos.

La cultura y el lenguaje articulado son propios de los
humanos; es lo que diferencia específicamente a nuestra
especie de todas las demás. Los humanos tenemos la
capacidad de ir amoldando y transformando no sólo la
naturaleza, sino nuestras propias relaciones con el mundo y
nuestra propia forma de vivir. A través de nuestra
historia, hemos ido creando y modificando nuestra relación
con el mundo en un proceso acumulativo y evolutivo hecho posible
porque lo que creamos y aprendemos lo transmitimos también
a nuestra descendencia sin necesidad de modificación
genética. Para ello, hemos inventado y seguimos renovando
constantemente sistemas simbólicos complejos, que son muy
variados en el mundo entero. Tienen también un importante
grado de arbitrariedad; ante cualquier reto nuevo que se nos
plantea, los humanos siempre tenemos varias y a menudo muchas
alternativas y posibilidades de creación. Las respuestas a
las necesidades y la propia construcción de nuevas
necesidades son así un producto de nuestra historia. Hoy
en día reconocemos que la facultad de creación de
sistemas simbólicos no es exclusivamente humana [1] , lo
que nos abre una importante perspectiva ecológica, pero
nos hace ver también con mayor claridad la importancia
decisiva que tiene esa facultad para la especie humana a
diferencia de todas las demás. Por ello seguimos hablando
de cultura como el modo propio del ser humano de relacionarse con
el mundo.

La relación con el mundo implica la
relación con la naturaleza, con los demás, consigo
mismo, con la trascendencia; nos relacionamos con el mundo con
formas de mirar; de sentir, de expresarnos, de actuar, de
evaluar. Aunque las expresiones materiales manifiestas son parte
de la cultura, es importante entender que, en tanto es vida, una
cultura no se reduce nunca a la suma de todas sus producciones.
Lo central de la cultura no se ve, se encuentra en el mundo
interno de quienes la comparten; son todos los hábitos
adquiridos y compartidos con los que nos relacionamos con el
mundo. Por esta razón, podemos afirmar que la cultura, a
la vez que se internaliza individualmente, es un hecho
eminentemente social, puesto que es compartida y se socializa
permanentemente en todas las interacciones de la sociedad, y en
forma muy particular en tos procesos educativos.

Al asumir esta definición operativa de cultura,
recordemos que una cultura se gesta al interior de los diversos
grupos a los que los humanos se unen por diversas afinidades,
sean éstas ideológicas, de clase, de credo, de
origen territorial, de origen étnico, de edad, de sexo,
etc. En estos grupos se generan y comparten modos de ser y hasta
un lenguaje propio que son cultura. La relación entre las
diversas culturas que coexisten en cualquier país es una
relación entre personas y de ahí deviene su
complejidad. Cuanto más estratificado socialmente sea el
país, esa relación tenderá a ser no
sólo compleja, sino conflictiva. Es necesario reconocer y
asumir el conflicto cuando se presente, pues éste implica
contacto con el otro, condición básica para la
construcción de una identidad, sea personal o cultural,
social. Por esta razón, si pensamos en la gestación
de una identidad nacional, debemos admitir que el conflicto entre
los ciudadanos de un país puede ser el germen de un
entendimiento. El diálogo, por difícil que sea, es
mejor que la incomunicación. El volver la espalda al otro,
por ser diferente y desigual, conlleva desarticulación,
imposibilidad de entendimiento, de lograr acuerdos, consensos de
compartir historia. Reconocer relaciones conflictivas conlleva el
deseo incluso oculto o tardío en manifestarse de
solucionar el conflicto. En la búsqueda de soluciones se
descubrirá que hay Intereses comunes, hecho que ayuda a
comprender al otro y a tomar conciencia de que yo tanto como el
otro tenemos responsabilidades que cumplir en la gestación
de un proyecto político, un futuro mejor para todos. En
suma, en las relaciones entre miembros de culturas diferentes
está presente el conflicto, pero no todo es
conflicto.

Ahora bien, de hecho es posible calificar la
relación entre culturas distintas como una
"relación intercultural". Sin embargo, cuando escuchamos
hablar de una "educación intercultural", es probable que
nos cueste un poco saber exactamente qué significa la
expresión, a qué tipo de educación se
refiere. Más aún, si nos preguntaran qué es
interculturalidad como hablantes intuimos que hay algo más
en ella que una mera relación entre culturas; el
término se refiere a una noción cuyo contenido
semántico requiere ser explicitado. La comprensión
del abstracto interculturalidad nos llevará a emplear el
calificativo intercultural con mayor precisión, buscando
que se ajuste a la definición del concepto que lo
subyace.

I.2 ¿Qué es interculturalidad?

La interculturalidad se refiere a la interacción
entre culturas, de una forma respetuosa, donde se concibe que
ningún grupo cultural esté por encima del otro,
favoreciendo en todo momento la integración y convivencia
entre culturas. En las relaciones interculturales se establece
una relación basada en el respeto a la diversidad y el
enriquecimiento mutuo; sin embargo no es un proceso exento de
conflictos, estos se resuelven mediante el respeto, el
diálogo, la escucha mutua, la concertación y la
unión. Es importante aclarar que la interculturalidad no
se ocupa tan solo de la interacción que ocurre, por
ejemplo, entre un chino y un boliviano, sino además la que
sucede entre un hombre y una mujer, un niño y un anciano,
un rico y un pobre, un marxista y un liberal, etc.

Por qué no "mestizaje cultural". La noción
de "mestizaje cultural" ha tenido cierto éxito en el
Perú al buscar dar cuenta del encuentro o del choque si se
prefiere de las culturas autóctonas con la de los
colonizadores españoles. Tal vez el término pueda
seguir siendo interesante para expresar la voluntad de quienes,
desde tradiciones étnicas y culturales diversas, buscan
construir un terreno común de entendimiento. Sin embargo,
expondremos ahora varias razones que nos hacen pensar que en la
actualidad su uso no es muy conveniente.

Por todo ello, nos parece más provechoso dejar de
lado ese término para centrarnos en lo que realmente
importa: el estudio de las transformaciones que ocurren en
nosotros y que compartimos con otros al entrar en contacto
permanente con personas y grupos que suelen expresarse, actuar,
pensar o sentir de modo distinto al que acostumbramos. Lo
importante es entender de qué manera en el contacto
cotidiano entre grupos de orígenes históricos
distintos, ocurren las transformaciones sociales y cómo
van de la mano con cambios en las mentalidades, en los universos
simbólicos, en el imaginario de las personas, en sus
maneras de sentir y percibir el mundo y, en especial, en sus
maneras de acercarse y enfrentar situaciones nuevas, de
relacionarse con datos culturales distintos a los propios. En
este sentido, el mundo andino se ha caracterizado siempre por una
gran diversidad cultural.

Ahora bien, puede ser, muy variada la actitud frente a
la diversidad cultural y a las consiguientes relaciones
interculturales en las que uno se encuentra sumergido. Por
ejemplo, es posible que ciertas influencias no sean reconocidas e
incluso sean rechazadas. El reconocimiento, desconocimiento o
rechazo de influencias culturales depende, naturalmente, del
prestigio que está socialmente asociado a cada uno de los
ámbitos culturales. Pensemos cuánto de influencia
árabe hay en la cultura hispana, sin que sea generalmente
reconocida. Del mismo modo ¿cuánto de influencia
andina habrá en la cultura criolla del Perú, aunque
no se la quiera admitir? Es de esperar que cada persona tienda a
reconocer y valorar dentro de sí misma las influencias
culturales de ámbitos que gozan de mayor prestigio. Este
proceso es complejo, no unilineal, y depende incluso en parte del
contexto en el que se encuentre la persona, aquí
simplemente interesa señalar que existen influencias que,
pese a no ser reconocidas, actúan eficazmente en el
comportamiento individual o colectivo. Pensemos, por ejemplo en
la influencia de la lengua materna en la manera de hablar otro
idioma: aunque se la quiera negar, esta influencia jamás
desaparece por completo.

I.3 La Interculturalidad como principio normativo

Más allá de la existencia de las
relaciones interculturales, la interculturalidad puede tomarse
como principio normativo. Entendida de ese modo, la
interculturalidad implica la actitud de asumir positivamente la
situación de diversidad cultural en la que uno se
encuentra. Se convierte así en principio orientador de la
vivencia personal en el plano individual y el principio rector de
los procesos sociales en el plano axiológico social. El
asumir la interculturalidad como principio normativo en esos dos
aspectos individual y social constituye un importante reto para
un proyecto educativo moderno en un mundo en el que la
multiplicidad cultural se vuelve cada vez más insoslayable
e intensa.

En el nivel individual, nos referimos a la actitud de
hacer dialogar dentro de uno mismo y en forma práctica las
diversas influencias culturales a las que podemos estar
expuestos, a veces contradictorias entre sí o por lo menos
no siempre fáciles de armonizar. Esto supone que la
persona en situación de interculturalidad, reconoce
conscientemente las diversas influencias y valora y aquilata
todas. Obviamente, surgen problemas al intentar procesar las
múltiples influencias, pero al hacerlo de modo más
consciente, tal vez se facilita un proceso que se inicia de todos
modos al interior de la persona sin que ésta se dé
cabal cuenta de ello. Este diálogo consciente puede darse
de muchas formas y no sabemos bien cómo se produce, aunque
es visible que personas sometidas a influencias culturales
diversas a menudo procesan estas influencias en formas
también similares. Por ejemplo, en contraposición a
la actitud de desconocimiento y rechazo de una vertiente cultural
con poco prestigio, actualmente ciertas comentes
ideológicas están desarrollando una actitud similar
de rechazo de la vertiente cultural de mayor
prestigio.

La interculturalidad como principio rector orienta
también procesos sociales que intentan construir sobre la
base del reconocimiento del derecho a la diversidad y en franco
combate contra todas las formas de discriminación y
desigualdad social relaciones dialógicas y equitativas
entre los miembros de universos culturales diferentes. La
interculturalidad es así concebida.

"(….) Posee carácter desiderativo; rige el
proceso y es a la vez un proceso social no acabado sino
más bien permanente, en el cual debe haber una deliberada
intención de relación dialógica,
democrática entre los miembros de las culturas
involucradas en él y no únicamente la coexistencia
o contacto inconsciente entre ellos. Esta sería la
condición para que el proceso sea calificado de
intercultural" (Zúñiga, 1995)

En este sentido, la interculturalidad es fundamental
para la construcción de una sociedad democrática,
puesto que los actores de las diferentes culturas que por ella se
rijan, convendrán en encontrarse, conocerse y comprenderse
con miras a cohesionar un proyecto político a largo plazo.
En sociedades significativamente marcadas por el conflicto y las
relaciones asimétricas de poder entre los miembros de sus
diferentes culturas, como es el caso peruano, un principio como
el de la interculturalidad cobra todo su sentido y se torna
imperativo si le desea una sociedad diferente por ser
justa.

El asumir así plenamente la interculturalidad
implica confiar en que es posible construir relaciones más
racionales entre los seres humanos, respetando sus diferencias.
EL mundo contemporáneo cada vez más
intercomunicado, es también un mundo cada vez más
intercultural como situación de hecho en el que, sin
embargo, pocas culturas (y en el límite una sola) disponen
de la mayor cantidad de recursos para difundir su prestigio y
desarrollarse. Es decir, vivimos en un mundo intercultural en el
que tiende a imponerse una sola voz: la apuesta por la
interculturalidad como principio rector se opone radicalmente a
esa tendencia homogenizante, culturalmente empobrecedora. Parte
de constatar las relaciones interculturales y afirma la
inviabilidad a largo plazo de un mundo que no asuma su diversidad
cultural como riqueza y como potencial.

I.4 Formulación del problema

Conocer e identificar la importancia que tiene la
interculturalidad para la buena convivencia entre países,
porque las relaciones que existen entre las sociedades actuales
con las diversas culturas que existen en cada país. Es por
ello que es necesario que se fortalezcan estas relaciones, ya que
la interculturalidad es una actitud que va directamente en contra
del racismo y la discriminación y esto se orienta a
reconocer la riqueza cultural del mundo.

I.5 Objetivos

Razón por la cual la interculturalidad es hoy
más importante que nunca, para enriquecernos, para crecer,
para unirnos cooperativamente, para ser más flexibles,
tolerantes y eficaces en nuestra comunicación y por
nuestra cultura.

I.6 Citas

Fragmentos de texto extraídos del artículo "La
comunicación intercultural" de Miquel Rodrigo Alsina:

-Toda cultura es básicamente pluricultural. Es
decir, se ha ido formando, y se sigue formando, a partir de los
contactos entre distintas comunidades de vidas que aportan sus
modos de pensar, sentir y actuar. Evidentemente los intercambios
culturales no tendrán todos, las mismas
características y efectos. Pero es a partir de estos
contactos que se produce el mestizaje cultural…

– Una cultura no evoluciona si no es a través del
contacto con otras culturas. Pero los contactos entre culturas
pueden tener características muy diversas. En la
actualidad se apuesta por la interculturalidad que supone una
relación respetuosa entre culturas.

– Mientras que el concepto "pluricultural" sirve para
caracterizar una situación, la interculturalidad describe
una relación entre culturas. Aunque, de hecho, hablar de
relación intercultural es una redundancia, quizás
necesaria, porque la interculturalidad implica, por
definición, interacción.

– No hay culturas mejores y ni peores. Evidentemente
cada cultura puede tener formas de pensar, sentir y actuar en las
que determinados grupos se encuentren en una situación de
discriminación. Pero si aceptamos que no hay una
jerarquía entre las culturas estaremos postulando el
principio ético que considera que todas las culturas son
igualmente dignas y merecedoras de respeto. Esto significa,
también, que la única forma de comprender
correctamente a las culturas es interpretar sus manifestaciones
de acuerdo con sus propios criterios culturales. Aunque esto no
debe suponer eliminar nuestro juicio crítico, pero si que
supone inicialmente dejarlo en suspenso hasta que no hayamos
entendido la complejidad simbólica de muchas de las
prácticas culturales. Se trata de intentar moderar un
inevitable etnocentrismo que lleva a interpretar las
prácticas culturales ajenas a partir de los criterios de
la cultura de la persona intérprete.

I.7 Actitudes

La interculturalidad se consigue a través de tres
actitudes:

  • Visión dinámica de las
    culturas.

  • Considerando que las relaciones cotidianas se
    producen a través de la
    comunicación.

  • Construcción de una amplia ciudadanía,
    sólo aceptada con la igualdad de derechos como
    ciudadanos.

I.8 Etapas

El enfoque intercultural tiene tres etapas:

  • 1. Negociación: es la simbiosis.
    Compresiones y avenencias necesarias para evitar la
    confrontación.

  • 2. Penetración: salirse del lugar de
    uno, para tomar el punto de vista del otro.

  • 3. Descentralización: perspectiva en la
    que nos alejamos de uno mismo, a través de una
    reflexión de sí mismo.

CAPÍTULO II

Interculturalidad
en el Perú

II. 1 Derechos Humanos y democracia

Según un estudio realizado el año 2005, el
país latinoamericano que más preocupa en
términos de cultura social autoritaria (orden sin
libertad) y de ilegitimidad del sistema democrático es el
Perú. Al parecer, los peruanos preferimos el orden al
ejercicio de las libertades, de ahí la demanda social de
liderazgos personalizados fuertes que ofrecen orden y disciplina.
La educación no ha hecho nada significativo para erradicar
el autoritarismo como cultura social. Si no priorizamos la
educación ciudadana en la educación pública,
el retroceso continuará, la gobernabilidad
democrática será cada vez más frágil
y la institucionalización del país seguirá
siendo una retórica sin contenido.

El estado actual de la cultura ciudadana y de la
legitimidad del sistema democrático en el Perú es
deplorable. Y si comparamos estos fenómenos con los otros
países de la región el panorama es bastante
preocupante.

Frente a la "cultura autoritaria instalada en el sentido
común" que no concibe el orden con libertad,
¿qué podemos y qué debemos hacer desde la
educación? Una primera posibilidad es ajustarnos a estas
expectativas y empezar a ofrecer una educación
conservadora que refuerce los prejuicios existentes. Creo que
esta posibilidad hay que descartarla de entrada. La
educación es, por esencia, opción por el cambio, el
mejoramiento, la excelencia humana. Por ello, los educadores son
por naturaleza disconformes. Un educador conformista es una
contradicción. La otra posibilidad, es optar por
introducir cambios en la cultura social existente, ilustrarla,
democratizarla. ¿Y cómo se democratiza el sentido
común desde la educación? La respuesta es:
construyendo ciudadanía.

Creo que de no ser atacada desde sus raíces la
cultura social autoritaria actualmente vigente, ésta se
reproducirá incontroladamente y el descrédito de la
democracia que tenemos seguirá en ascenso. Si no optamos
por introducir cambios en la cultura autoritaria de las escuelas
para ir sustituyéndola paulatinamente por una cultura
democrática auténtica, el autoritarismo social
seguirá creciendo y la legitimidad social de las opciones
políticas autoritarias irá en aumento. Si las
prácticas democráticas de resolución de
conflictos -vía deliberación en común-
están ausentes en el día a día de la vida
escolar, los educandos incorporarán los hábitos
autoritarios que encuentran e internalizarán los valores
antidemocráticos que la cultura de la escuela les
inculca.

II.2 La situación actual

Desde hace aproximadamente diez años, se hace un
seguimiento sostenido sobre el estado de la ciudadanía y
la evolución de los grados de apoyo y de
satisfacción con la democracia en un conjunto de
países latinoamericanos, entre ellos el
Perú.

El informe del 2005 hace un sugerente y lúcido
balance comparativo de la evolución de los grados de apoyo
y satisfacción con la democracia en América Latina
(AL) durante los últimos diez años. En éste,
el Perú es el país que más preocupa en
términos de cultura social autoritaria (orden sin
libertad) y de ilegitimidad del sistema
democrático.

Independientemente de los éxitos
macroeconómicos, que hasta ahora no han tenido
ningún efecto significativo en términos de
reducción de la pobreza (seguimos siendo una democracia de
mayorías pauperizadas). En general los datos del
Perú son muy preocupantes por el impacto negativo que
está teniendo en la cultura política y
cívica (la crítica al desempeño del
gobierno).

Podemos decir enfáticamente que en
términos de cultura política y cultura
cívica, no sólo hemos "experimentado un (grave)
retroceso en los últimos años, sino que somos el
país que más ha retrocedido en toda la
región. Este retroceso se evidencia: primero, en el hecho
de que en nuestro país -a diferencia de los otros
países de la región- el índice de "apoyo a
la democracia" ha descendido 18 puntos (de 63 % en 1996 a 45 % en
el 2004 %) -el índice de descenso más alto de la
región-, y que tengamos el índice más bajo
en AL de satisfacción con la democracia (7 %, nos sigue
luego Paraguay con 13 % , Ecuador con 14 % y Bolivia con 16
%).

II.3 ¿Qué es necesario hacer desde la
educación?

En lo que a nosotros nos concierne como educadores, no hemos
hecho nada significativo desde la educación para erradicar
el autoritarismo como cultura social y para Sentar las bases de
una cultura cívica y ciudadana que le dé
legitimidad y sustento a la democracia incipiente que
tenemos.

Ni la deliberación pública ni la
participación política son hábitos sociales,
y la tolerancia ni el respeto a las diferencias son virtudes
públicas. Se entiende que las virtudes de la vida
pública se deberían aprender en los espacios de
socialización secundaria, y de manera privilegiada en la
escuela. Pero para ello habría que transformar la cultura
de las escuelas y hacer de ellas espacios privilegiados de
formación ciudadana. Pero si persistimos en no hacer de la
educación ciudadana la columna vertebral de la
educación pública, la involución de la
ciudadanía y la praxis de la antipolítica
continuarán en ascenso. Y es que en educación no
hay estancamientos, o se avanza o se retrocede. Si no se
implementan procesos formativos que integren a las culturas, los
procesos reformativos no se detienen.

Las instituciones educativas fomentan una educación
intercultural para todos contribuyendo a la afirmación de
la identidad personal y social del estudiante como parte de una
comunidad familiar escolar, local, regional, nacional,
latinoamericana y mundial. Esta es la condición para que
el estudiante comprenda la realidad en la que vive, se sienta
parte importante de ella y construya relaciones equitativas entre
hombres y mujeres.

La identidad cultural se afirma, desde los primeros
años de vida, con la comunicación a través
de la lengua materna, porque ésta expresa la
cosmovisión de la cultura a la que es estudiante
pertenece. El dominio de la lengua, aprendida desde la infancia,
posibilita el desarrollo de la función simbólica de
la que se vale el pensamiento para representar la realidad y
comunicarla a través del lenguaje.

II.4 Conclusiones provisionales

Que construir ciudadanía es la tarea más
importante que nos compete hoy como educadores. En un país
donde la mayoría de los ciudadanos y las ciudadanas
están en situación de pobreza, donde nos negamos
sistemáticamente a reconocer que el racismo y la
discriminación cultural -que campean en la vida cotidiana-
son expresiones privilegiadas de fracturas de identidades
fundacionales, sólo construyendo interculturalidad se
puede cambiar el rumbo de los acontecimientos. Se nos ha
enseñado, y muy bien, que la pobreza es fundamentalmente
ausencia de libertades (no sólo de recursos) y que no se
combate con políticas de tutelaje sino al revés,
construyendo ciudadanía y fortaleciendo la
inclusión cultural.

La educación ciudadana no debe convertirse en una
nueva estrategia subrepticia de homogeneización de las
diferencias y de pasiva asimilación cultural. Las
diferencias culturales no son ni deben ser entendidas como un
obstáculo para el ejercicio de la ciudadanía. No
hay una sino muchas maneras de ser ciudadanos y de entender lo
que ello implica. La ciudadanía se concibe de muchas
maneras. Todas las culturas poseen concepciones de la dignidad
humana, pero no todas la conciben en términos de derechos
humanos."8 Por otro lado, no se puede establecer a priori una
jerarquía de concepciones de manera imparcial. "…Todas
las culturas son incompletas y problemáticas en sus
concepciones de la dignidad humana.

La educación ciudadana debe ser para todos –
indígenas y no indígenas- , pero no debe ser la
misma para todos. Debe ser diferenciada, significativa y adaptada
a las características culturales de los educandos. Y
además de ser pertinente y significativa, debe ser
intercultural. ¿Qué es lo que esto quiere
decir?

Que se tiene que empezar por "identificar, interpretar y
orquestar una multiplicidad de puntos de vista culturalmente
diferenciados (sobre la cultura política), para poder
propugnar una comunidad argumentativa democrática en la
cual todos tengan igual poder de habla"9. En esta línea
venimos implementando hace tres años un proyecto a nivel
latinoamericano de educación ciudadana intercultural para
pueblos indígenas en Perú, Bolivia, Nicaragua,
México y actualmente han ingresado Ecuador y
Brasil.

Fruto de los trabajos de investigación iniciados
en el marco de este proyecto es posible afirmar que hay
diferencias significativas entre la concepción ilustrada y
la concepción amerindia de los derechos humanos que es
importante considerar en programas de educación ciudadana
con pueblos indígenas. Así por ejemplo, mientras
que desde la concepción ilustrada liberal-republicana de
los derechos fundamentales, éstos son derechos
individuales, desde la concepción amerindia el derecho a
la vida, por ejemplo, pasa necesariamente por el derecho a la
tierra, que por su connotación simbólica y
religiosa es un derecho colectivo fundamental. Los derechos
fundamentales incluyen pues -desde esta perspectiva- a los
derechos colectivos, sin los cuales, los derechos individuales
pierden sentido y concreción real. Otra diferencia es que
la diferencia entre derechos individuales y derechos colectivos
no es -desde la perspectiva amerindia- ni evidente ni obvia. Y
esto es así porque se parte de una concepción
comunitaria, no liberal individualista, de la identidad personal
(las personas se identifican normalmente por su comunidad de
procedencia, lo que no sucede en las urbes modernas pues en ellas
se pierde el sentido comunitario). En tercer lugar, desde la
concepción amerindia de la dignidad, no tiene sentido
establecer una diferenciación entre derechos de primera,
segunda y tercera generación, porque derechos de tercera y
cuarta generación son, desde esta mirada, derechos tan o
más fundamentales que los derechos civiles y
políticos, que son los de primera generación. Esta
taxonomía, si bien da cuenta de cómo se ha ido
desarrollando la teoría clásica de los derechos,
introduce de manera soslayada y tal vez no intencional, una
jerarquía que a todas luces no es universalizable ni
multicultural.

Que la educación ciudadana en nuestro país
sea prioridad número uno de educación nacional,
significa que ésta no se debe restringir a los pueblos
indígenas ni a las zonas rurales; se debe impartir
también en las ciudades, priorizando los espacios
urbano-marginales, porque son espacios privilegiados de
encuentros y desencuentros interculturales.

II.5 Tarea a futuro

La gran tarea a futuro que nos concierne a todos es la
de construir políticas de Estado auténticas, es
decir, desde abajo. Y para ello tenemos que aprender a partir del
reconocimiento de la diversidad cultural y del pluralismo
político que nos conforma como el punto de partida de los
consensos a largo plazo que aún no hemos sabido construir
en el país.

En las sociedades pluriculturales como la nuestra, la
construcción de consensos interculturales es la base de la
gobernabilidad democrática sobre la que se erige la
posibilidad del desarrollo humano como realidad tangible. Sin
gobernabilidad no hay desarrollo humano. La verdadera
gobernabilidad se logra generando procesos amplios de consulta y
deliberación pública inclusivas de la pluralidad
política y la diversidad cultural. La deliberación
pública sobre los asuntos públicos es la esencia de
la democracia Deliberar es construir dialógicamente
soluciones compartidas a problemas comunes. La
deliberación es el punto de partida de la praxis
política basada en el debate racional y la
concertación de voluntades; es la negación de la
violencia como medio para solucionar problemas.

La participación y el buen gobierno presuponen
una cultura política intercultural común y una
ética de la responsabilidad compartida que es preciso
construir en el día a día, en el aula, en la
escuela, en la universidad, etc. Para que los canales
institucionalizados de participación y deliberación
pública funcionen como debe ser, se requiere instalar
hábitos sociales de participación ciudadana. Se
requiere la formación de una cultura política
pública que sea transcultural, es decir, que incorpore y
no censure las diversas maneras culturalmente diferenciadas de
entender el buen gobierno.

Pero sólo desde Estados multiculturales
inclusivos de la diversidad es posible impulsar procesos sociales
significativos de educación ciudadana intercultural para
todos. Los Estados nacionales monoculturales colocan y
están destinados a colocar, por ideología, la
educación ciudadana intercultural como un tema marginal de
la educación pública, prescindible, descartable.
Esto quiere decir que el cambio cultural que nuestro país
requiere involucra un cambio de modelo de Estado, no sólo
la descentralización la cual ya tenemos, implica su
modificación sustancial. Pero el Estado nacional moderno
no tiene -en este campo- capacidad de autotransformación.
Esto es tarea de los movimientos sociales, es el gran reto de la
sociedad civil en las sociedades pluriculturales y por qué
no, el gran reto de la educación nacional.

CAPÍTULO III

Interculturalidad
en América Latina

III.1 Nociones normativas, derecho consuetudinario y
culturas diversas

Estamos acostumbrados a que las fundamentaciones o
lineamientos jurídico-normativos de los Estados, en
materia de derechos educativo-culturales y de derechos civiles de
los pueblos indígenas, tiendan a volverse parte del
derecho positivo. Un sector de las tendencias de la
reorganización de las relaciones sociales en conflicto se
expresa en las tentativas de uno y otro —es decir, de los
indígenas y los no indígenas— de reformar las
constituciones y los recursos normativos: leyes, decretos,
reglamentos.

En América Latina las más importantes
—o quizá visibles— modificaciones normativas
han ocurrido en las legislaciones de educación y cultura,
dejando desarticulados los espacios relativos a los derechos
estratégicos de los pueblos respecto a la territorialidad
o a la tierra y el acceso, en condiciones de equidad y respeto a
sus peculiaridades, a los servicios y necesidades fundamentales:
capital, crédito, tecnología, control de la cadena
productiva y de circulación, poder jurisdiccional,
gobierno y gobernabilidad local, espiritualidad, salud,
etc.

Pese a la diversidad y singularidad de los movimientos
étnicos, existe un denominador común en todos
ellos: sea por la impugnación sea por la
negociación o por las dos vías, si en un momento
dado es necesario, sus demandas tienen que ver con la
reorganización misma del poder en las sociedades locales,
regionales e incluso nacionales. Estas reelaboraciones
políticas, el modo de organizar las relaciones sociales,
económicas y culturales, tienen, claro está, un
valor simbólico, pero también un valor operacional
y práctico porque se constituyen en alternativas distintas
a las normadas y están al servicio de la
redefinición de la participación en el poder
político. Impugnación y concertación son
complementarias y se definen por el contexto y la coyuntura. Y
cada uno de estos campos de acción se constituye en los
frentes de lucha del movimiento popular.

La legalización de los derechos étnicos,
siendo un bien y un valor apetecido y en cuyo logro se invierten
esfuerzos y luchas, es también un terreno inseguro y
huidizo, lo cual determina que, a través de nuevas luchas,
se amplíen por un lado los horizontes jurídicos y,
por otro, se extiendan los espacios y los ámbitos del
ejercicio de esos derechos.

El eje de la reflexión tiene entonces que ver con
el modo en que se debe organizar el poder dada la necesidad
histórica de participar en los escenarios
políticos, económicos y culturales donde los
movimientos que expresan las diversidades buscan espacios para
disputar y ejercer los derechos cívico-culturales, los
derechos ciudadanos y los derechos de los pueblos.

El punto de conflicto aparente es el juego
recíproco entre el reconocimiento de la igualdad de todos
ante la ley (como consta en la mayoría de las
Constituciones latinoamericanas) y, al mismo tiempo, la necesidad
de reconocer y discriminar positivamente los derechos colectivos
de los pueblos y de los grupos específicos, es decir, de
todos aquellos que aspiran al reconocimiento de sus
diferencias.

El derecho al derecho consuetudinario, ilustrado con
ejemplos distintos, como el de Chiapas (México) en lo que
se refiere a gobernabilidad regional, elección de
autoridades, constitución de instancias de
representación moderna, etc., o el de Guatemala, ilustrado
por las luchas del movimiento maya en búsqueda de sus
formas de viabilizar la justicia ancestral, recuperar preceptos
éticos, religiosos y tradicionales propios, o el caso del
movimiento indígena ecuatoriano, que se sirve de conceptos
de la propia reproducción cultural para sustentar nociones
como la de territorialidad, o el de Costa Rica, ilustrado con el
ejemplo del proyecto de Ley para el Desarrollo Autónomo de
los Pueblos Indígenas, cuya meta es hacer converger
coherentemente los distintos servicios del
Estado[1]

Las tensiones legales, políticas y sociales son
una especie de telón de fondo de esta discusión
sobre el derecho consuetudinario, particularmente en escenarios
que todavía padecen la violencia institucionalizada, la
violencia de Estado, la violencia cultural, la violencia urbana y
la rural. Sirvan como ejemplo las oleadas de linchamientos,
ajusticiamientos y toma de la justicia por mano propia, dada la
desconfianza en el sistema de justicia normado por el derecho que
es universal para todos. Casos de aplicación de justicia
por mano propia, basados en buena cantidad de ejemplos en normas
consuetudinarias, se dan en Ecuador, Guatemala, Perú y
México, y revelan a mi juicio la percepción que
tienen los movimientos sociales acerca de la impunidad, la
corrupción y el hermetismo de los sistemas de justicia
que, a la larga, son expresiones pragmáticas de las formas
que tiene «el otro» para apoderarse, controlar y
ejercer el poder.

Pero, finalmente, ¿qué o quién pone
en tela de juicio el orden establecido? Tendremos que reconocer
que son los movimientos étnicos con un mayor nivel de
organización política los que están en
condiciones de cuestionar a fondo el orden legal y que, a
través de sus cuestionamientos y razonamientos, vuelven
obsoletas las leyes y las normas producidas por la sociedad
política latinoamericana.

Hay que reconocer, así mismo, que el cuadro
orgánico de los movimientos étnicos es flexible
pero, además, aleatorio. Flexible porque se adapta a las
necesidades de la institucionalidad moderna a fin de mediar los
consensos posibles; porque recupera recursos de la cultura
ancestral para potenciar la aceptación de las bases
sociales comunitarias y, aleatorio porque es selectivo y
coyuntural y debe trabajar orgánicamente de un modo
diferenciado, según los contextos, las circunstancias y
las discusiones que sobre «interculturalidad» y
«multiculturalidad» o «pluriculturalidad»
nos indican énfasis e intereses distintos.

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