Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Manifiesto del Partido Comunista (página 2)




Enviado por Juan Quaglia



Partes: 1, 2

Os horrorizáis de que queramos
abolir la propiedad privada. Pero, en vuestra sociedad actual, la
propiedad privada está abolida para las nueve
décimas partes de sus miembros; precisamente porque no
existe para esas nueve décimas partes. Nos
reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad
que no puede existir sino a condición de que la inmensa
mayoría de la sociedad sea privada de
propiedad.

En una palabra, nos acusáis de
querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo que
queremos.

Según vosotros, desde el momento en
que el trabajo no puede ser convertido en capital, en dinero, en
renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible
de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la
propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa,
desde ese instante la personalidad queda suprimida.

Reconocéis, pues, que por su
personalidad no entendéis sino al burgués, al
propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe
ser suprimida.

El comunismo no arrebata a nadie la
facultad de apropiarse de los productos sociales; no quita
más que el poder de sojuzgar por medio de esta
apropiación el trabajo ajeno.

Se ha objetado que con la abolición
de la propiedad privada cesaría toda actividad y
sobrevendría una indolencia general.

Si así fuese, hace ya mucho tiempo
que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la
holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no
adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la
objeción se reduce a esta tautología: no hay
trabajo asalariado donde no hay capital.

Todas las objeciones dirigidas contra el
modo comunista de apropiación y de producción de
bienes materiales se hacen extensivas igualmente respecto a la
apropiación y a la producción de los productos del
trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la
desaparición de la propiedad de clase equivale a la
desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para
él la desaparición de toda cultura.

La cultura cuya pérdida deplora no
es para la inmensa mayoría de los hombres más que
el adiestramiento que los transforma en
máquinas.

Mas no discutáis con nosotros
mientras apliquéis a la abolición de la propiedad
burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad,
cultura, derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las
relaciones de producción y de propiedad burguesas, como
vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase
erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado
por las condiciones materiales de existencia de vuestra
clase.

La concepción interesada que os ha
hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y la razón
las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de
producción y de propiedad -relaciones históricas
que surgen y desaparecen en el curso de la producción-, la
compartís con todas las clases dominantes hoy
desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua,
lo que concebís para la propiedad feudal, no os
atrevéis a admitirlo para la propiedad
burguesa.

¡Querer abolir la familia! Hasta los
más radicales se indignan ante este infame designio de los
comunistas.

¿En qué bases descansa la
familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro
privado. La familia plenamente desarrollada no existe más
que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la
supresión forzosa de toda familia para el proletariado y
en la prostitución pública.

La familia burguesa desaparece naturalmente
al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con
la desaparición del capital.

¿Nos reprocháis el querer
abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen.

Pero decís que destruimos los
vínculos más íntimos, sustituyendo la
educación doméstica por la educación
social.

Y vuestra educación, ¿no
está también determinada por la sociedad, por las
condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por
la intervención directa o indirecta de la sociedad a
través de la escuela, etc? Los comunistas no han inventado
esta ingerencia de la sociedad en la educación, no hacen
más que cambiar su carácter y arrancar la
educación a la influencia de la clase
dominante.

Las declamaciones burguesas sobre la
familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a
los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a
medida que la gran industria destruye todo vínculo de
familia para el proletario y transforma a los niños en
simples artículos de comercio, en simples instrumentos de
trabajo.

¡Pero es que vosotros, los
comunistas, queréis establecer la comunidad de las
mujeres! -nos grita a coro toda la burguesía.

Para el burgués, su mujer no es otra
cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los
instrumentos de producción deben ser de utilización
común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que
las mujeres correrán la misma suerte.

No sospecha que se trata precisamente de
acabar con esa situación de la mujer como simple
instrumento de producción.

Nada más grotesco, por otra parte,
que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la
pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los
comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la
comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido.

Nuestros burgueses, no satisfechos con
tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus
obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran
un placer singular en seducir unos a las esposas de
otros.

El matrimonio burgués es, en
realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se
podría acusar a los comunistas de querer sustituir una
comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por
una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que
con la abolición de las relaciones de producción
actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de
ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y no
oficial.

Se acusa también a los comunistas de
querer abolir la patria, la nacionalidad.

Los obreros no tienen patria. No se les
puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado
debe en primer lugar conquistar el poder político,
elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en
nación, todavía es nacional, aunque de ninguna
manera en el sentido burgués.

El aislamiento nacional y los antagonismos
entre los pueblos desaparecen de día en día con el
desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el
mercado mundial, con la uniformidad de la producción
industrial y las condiciones de existencia que le
corresponden.

El dominio del proletariado los hará
desaparecer más de prisa todavía. La acción
común, al menos de los países civilizados, es una
de las primeras condiciones de su emancipación.

En la misma medida en que sea abolida la
explotación de un individuo por otro, será abolida
la explotación de una nación por otra.

Al mismo tiempo que el antagonismo de las
clases en el interior de las naciones, desaparecerá la
hostilidad de las naciones entre sí.

En cuanto a las acusaciones lanzadas contra
el comunismo, partiendo del punto de vista de la religión,
de la filosofía y de la ideología en general, no
merecen un examen detallado.

¿Acaso se necesita una gran
perspicacia para comprender que con cualquier cambio en las
condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia
social, cambian también las ideas, las nociones y las
concepciones, en una palabra, la conciencia del
hombre?

¿Qué demuestra la historia de
las ideas sino que la producción intelectual se transforma
con la producción material? Las ideas dominantes en
cualquier época no han sido nunca más que las ideas
de la clase dominante.

Cuando se habla de ideas que revolucionan
toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el
seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una
nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par
con la disolución de las antiguas condiciones de
vida.

En el ocaso del mundo antiguo, las viejas
religiones fueron vencidas por la religión cristiana.
Cuando, en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas
por las ideas de la ilustración, la sociedad feudal
libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces
revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de
conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la
libre concurrencia en el dominio del saber.

«Sin duda -se nos dirá-, las
ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas,
jurídicas, etc, se han ido modificando en el curso del
desarrollo histórico. Pero la religión, la moral,
la filosofía, la política, el derecho se han
mantenido siempre a través de estas
transformaciones.

Existen, además, verdades eternas,
tales como la libertad, la justicia, etc, que son comunes a todo
estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas
verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en
lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el
desarrollo histórico anterior».

¿A qué se reduce esta
acusación? La historia de todas las sociedades que han
existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de
clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las
diferentes épocas.

Pero cualquiera que haya sido la forma de
estas contradicciones, la explotación de una parte de la
sociedad por la otra es un hecho común a todas las
épocas anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de
asombroso que la conciencia social de todos los tiempos
-cualquiera que haya sido su diversidad- se haya movido siempre
dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas formas de
conciencia que no desaparecerán completamente más
que con la desaparición definitiva de los antagonismos de
clase.

La revolución comunista es la
ruptura más radical con las relaciones de propiedad
tradicionales, nada tiene de extraño que el curso de su
desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas
tradicionales.

Mas, dejemos aquí las objeciones
hechas por la burguesía al comunismo.

Como ya hemos visto más arriba, el
primer paso de la revolución obrera es la elevación
del proletariado a clase dominante, la conquista de la
democracia.

El proletariado se valdrá de su
dominación política para ir arrancando gradualmente
a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir,
del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar
con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas
productivas.

Esto, naturalmente, no podrá
cumplirse al principio más que por una violación
despótica del derecho de propiedad y de las relaciones
burguesas de producción, es decir, por la adopción
de medidas que desde el punto de vista económico
parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el
curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y
serán indispensables como medio para transformar
radicalmente todo el modo de producción.

Estas medidas, naturalmente, serán
diferentes en los diversos países. Sin embargo, en los
países más avanzados podrán ponerse en
práctica casi por doquier las siguientes
medidas:

1ª. Expropiación de la
propiedad del suelo y empleo de la renta de la tierra para los
gastos del Estado.

2ª. Fuerte impuesto
progresivo.

3ª. Abolición de los derechos
de herencia.

4ª. Confiscación de la
propiedad de todos los emigrados y sediciosos.

5ª. Centralización del
crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional
con capital del Estado y monopolio exclusivo.

6ª. Centralización en manos del
Estado de todos los medios de transporte.

7ª. Multiplicación de las
empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos
de producción, roturación de las tierras incultas y
mejora de las cultivadas, según un plan
general.

8ª. Obligación de trabajar para
todos; organización de ejércitos industriales,
particularmente para la agricultura.

9ª. Combinación de la
agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer
desaparecer gradualmente la diferencia entre la ciudad y el
campo.

10ª. Educación pública y
gratuita de todos los niños; abolición del trabajo
de éstos en las fábricas tal como se practica hoy;
régimen de educación combinado con la
producción material, etc, etc.

Una vez que en el curso del desarrollo
hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado
toda la producción en manos de los individuos asociados,
el poder público perderá su carácter
político. El poder político, hablando propiamente,
es la violencia organizada de una clase para la opresión
de otra. Si en la lucha contra la burguesía el
proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si
mediante la revolución se convierte en clase dominante y,
en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas
relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que
estas relaciones de producción, las condiciones para la
existencia del antagonismo de clase y de las clases en general,
y, por tanto, su propia dominación como clase.

En sustitución de la antigua
sociedad burguesa con sus clases y sus antagonismos de clase,
surgirá una asociación en que el libre
desenvolvimiento de cada uno será la condición del
libre desenvolvimiento de todos.

Capítulo 3º.-

Literatura
socialista y comunista

1. EL SOCIALISMO REACCIONARIO.

a) El socialismo feudal.

Por su posición histórica, la
aristocracia francesa e inglesa estaba llamada a escribir libelos
contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución
francesa de julio de 1880 y en el movimiento inglés por la
reforma parlamentaria, había sucumbido una vez más
bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante no
podía hablarse siquiera de una lucha política
seria. No le quedaba más que la lucha literaria. Pero,
también en el terreno literario, la vieja
fraseología de la época de la Restauración
había llegado a ser inaceptable. Para crearse
simpatías era menester que la aristocracia aparentase no
tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su acta de
acusación contra la burguesía sólo en
interés de la clase obrera explotada. Dióse de esta
suerte la satisfacción de componer canciones
satíricas contra su nuevo amo y de musitarle al
oído profecías más o menos
siniestras.

Así es como nació el
socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del
pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su
crítica amarga, mordaz e ingeniosa hirió a la
burguesía en el corazón, su incapacidad absoluta
para comprender la marcha de la historia moderna concluyó
siempre por cubrirlo de ridículo.

A guisa de bandera, estos señores
enarbolaban el saco de mendigo del proletariado, a fin de atraer
al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía,
advertía que sus posaderas estaban adornadas con el viejo
blasón feudal y se dispersaba en medio de grandes e
irreverentes carcajadas.

Una parte de los legitimistas franceses y
la «Joven Inglaterra» han dado al mundo este
espectáculo cómico.

Cuando los campeones del feudalismo
aseveran que su modo de explotación era distinto del de la
burguesía, olvidan una cosa, y es que ellos explotaban en
condiciones y circunstancias por completo diferentes y hoy
anticuadas. Cuando advierten que bajo su dominación no
existía el proletariado moderno, olvidan que la
burguesía moderna es precisamente un retoño
necesario del régimen social suyo.

Disfrazan tan poco, por otra parte, el
carácter reaccionario de su crítica, que la
principal acusación que presentan contra la
burguesía es precisamente haber creado bajo su
régimen una clase que hará saltar por los aires
todo el antiguo orden social.

Lo que imputan a la burguesía no es
tanto el haber hecho surgir un proletariado en general, sino el
haber hecho surgir un proletariado revolucionario.

Por eso, en la práctica
política, toman parte en todas las medidas de
represión contra la clase obrera. Y en la vida diaria, a
pesar de su fraseología ampulosa, se las ingenian para
recoger los frutos de oro y trocar el honor, el amor y la
fidelidad por el comercio en lanas, remolacha azucarera y
aguardiente.

Del mismo modo que el cura y el
señor feudal han marchado siempre de la mano, el
socialismo clerical marcha unido con el socialismo
feudal.

Nada más fácil que recubrir
con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el
cristianismo no se levantó también contra la
propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No
predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y
la mortificación de la carne, la vida monástica y
la Iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua
bendita con que el clérigo consagra el despecho de la
aristocracia.

b) El socialismo
pequeño-burgués.

La aristocracia feudal no es la
única clase hundida por la burguesía y no es la
única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van
extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los
habitantes de las ciudades medievales y el estamento de los
pequeños agricultores de la Edad Media fueron los
precursores de la burguesía moderna. En los países
de una industria y un comercio menos desarrollado, esta clase
continúa vegetando al lado de la burguesía en
auge.

En los países donde se ha
desarrollado la civilización moderna, se ha formado -y,
como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue
formándose sin cesar- una nueva clase de pequeños
burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía.
Pero los individuos que la componen se ven continuamente
precipitados a las filas del proletariado a causa de la
competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven
aproximarse el momento en que desaparecerán por completo
como fracción independiente de la sociedad moderna y en
que serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y
en la agricultura por capataces y empleados.

En países como Francia, donde los
campesinos constituyen bastante más de la mitad de la
población, era natural que los escritores que defienden la
causa del proletariado contra la burguesía, aplicasen a su
crítica del régimen burgués el rasero del
pequeño burgués y del pequeño campesino, y
defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la
pequeña burguesía. Así se formó el
socialismo pequeñoburgués. Sismondi es el
más alto exponente de esa literatura, no sólo en
Francia, sino también en Inglaterra.

Este socialismo analizó con mucha
sagacidad las contradicciones inherentes a las modernas
relaciones de producción. Puso al desnudo las
hipócritas apologías de los economistas.
Demostró de una manera irrefutable los efectos
destructores de la maquinaria y de la división del
trabajo, la concentración de los capitales y de la
propiedad del suelo, la superproducción, la crisis, la
inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los
campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la
producción, la escandalosa desigualdad en la
distribución de las riquezas, la exterminadora guerra
industrial de las naciones entre sí, la disolución
de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares,
de las viejas nacionalidades.

Sin embargo, el contenido positivo de ese
socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los
antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las
antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien
en querer encajar por la fuerza los medios modernos de
producción y de cambio en el marco de las antiguas
relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente
debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este
socialismo es a la vez reaccionario y utópico.

Para la manufactura, el sistema gremial;
para la agricultura, el régimen patriarcal; he aquí
su última palabra.

En su ulterior desarrollo esta tendencia ha
caído en un marasmo cobarde.

c) El socialismo alemán o socialismo
«verdadero».

La literatura socialista y comunista de
Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía
dominante, como expresión literaria de una lucha contra
dicha dominación, fue introducida en Alemania en el
momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha
contra el absolutismo feudal.

Filósofos, semifilósofos e
ingenios de salón alemanes se lanzaron ávidamente
sobre esta literatura; pero olvidaron que con la
importación de la literatura francesa no habían
sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones
sociales de Francia. En las condiciones alemanas, la literatura
francesa perdió toda significación práctica
inmediata y tomó un carácter puramente literario.
Debía parecer más bien una especulación
ociosa sobre la realización de la esencia humana. De este
modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, las
reivindicaciones de la primera revolución francesa no eran
más que reivindicaciones de la «razón
práctica» en general, y las manifestaciones de la
voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no
expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad
pura, de la voluntad tal como debía ser, de la voluntad
verdaderamente humana. Toda la labor de los literatos alemanes se
redujo exclusivamente a poner de acuerdo las nuevas ideas
francesas con su vieja conciencia filosófica, o,
más exactamente, a asimilarse las ideas francesas
partiendo de sus propias opiniones filosóficas.

Y se asimilaron como se asimila en general
una lengua extranjera: por la traducción.

Se sabe cómo los frailes
superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas
del antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de
los santos católicos. Los literatos alemanes procedieron
inversamente con respecto a la literatura profana francesa.
Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original
francés. Por ejemplo: bajo la crítica francesa de
las funciones del dinero, escribían:
«enajenación de la esencia humana»; bajo la
crítica francesa del Estado burgués, decían:
«eliminación del poder de lo universal
abstracto», y así sucesivamente.

A esta interpolación de su
fraseología filosófica en la crítica
francesa le dieron el nombre de «filosofía de la
acción», «socialismo verdadero»,
«ciencia alemana del socialismo»,
«fundamentación filosófica del
socialismo», etc.

De esta manera fue completamente castrada
la literatura socialista-comunista francesa. Y como en manos de
los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha
de una clase contra otra, los alemanes se imaginaron estar muy
por encima de la «estrechez francesa» y haber
defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad
de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado, los
intereses de la esencia humana, del hombre en general, del hombre
que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no
existe más que en el cielo brumoso de la fantasía
filosófica.

Este socialismo alemán, que tomaba
tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de escolar y que
con tanto estrépito charlatanesco los lanzaba a los cuatro
vientos, fue perdiendo poco a poco su inocencia
pedantesca.

La lucha de la burguesía alemana, y
principalmente de la burguesía prusiana, contra los
feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el
movimiento liberal, adquiría un carácter más
serio.

De esta suerte, ofreciósele al
«verdadero» socialismo la ocasión tan deseada
de contraponer al movimiento político las reivindicaciones
socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales contra el
liberalismo, contra el Estado representativo, contra la
concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de prensa,
contra el derecho burgués, contra la libertad y la
igualdad burguesas y de predicar a las masas populares que ellas
no tenían nada que ganar, y que más bien
perderían todo en este movimiento burgués. El
socialismo alemán olvidó muy a propósito que
la crítica francesa, de la cual era un simple eco
insípido, presuponía la sociedad burguesa moderna,
con las correspondientes condiciones materiales de vida y una
constitución política adecuada, es decir,
precisamente las premisas que todavía se trataba de
conquistar en Alemania.

Para los gobiernos absolutos de Alemania,
con su séquito de clérigos, de mentores, de
hidalgos rústicos y de burócratas, este socialismo
se convirtió en un espantajo propicio contra la
burguesía que se levantaba amenazadora.

Formó el complemento
dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos
mismos gobiernos respondían a los alzamientos de los
obreros alemanes.

Si el socialismo «verdadero» se
hizo así un arma en manos de los gobiernos contra la
burguesía alemana, representaba además,
directamente, un interés reaccionario, el interés
del pequeño burgués alemán. La
pequeña burguesía, legada por el siglo XVI, y desde
entonces renacida sin cesar bajo diversas formas, constituye para
Alemania la verdadera base social del orden
establecido.

Mantenerla es conservar en Alemania el
orden establecido. La supremacía industrial y
política de la burguesía la amenaza con una muerte
cierta: de una parte, por la concentración de los
capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado
revolucionario. A la pequeña burguesía le
pareció que el «verdadero» socialismo
podía matar los dos pájaros de un tiro. Y
éste se propagó como una epidemia.

Tejido con los hilos de araña de la
especulación, bordado de flores retóricas y
bañado por un rocío sentimental, ese ropaje
fantástico en que los socialistas alemanes envolvieron sus
tres o cuatro descarnadas «verdades eternas», no hizo
sino aumentar la demanda de su mercancía entre semejante
público.

Por su parte, el socialismo alemán
comprendió cada vez mejor que estaba llamado a ser el
representante pomposo de esta pequeña
burguesía.

Proclamó que la nación
alemana era la nación modelo y el mesócrata
alemán el hombre modelo. A todas las infamias de este
hombre modelo les dio un sentido oculto, un sentido superior y
socialista, contrario a la realidad. Fue consecuente hasta el
fin, manifestándose de un modo abierto contra la tendencia
«brutalmente destructiva» del comunismo y declarando
su imparcial elevación por encima de todas las luchas de
clases. Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas
socialistas que circulan en Alemania pertenecen a esta inmunda y
enervante literatura.

El Socialismo
Conservador o Burgués

Una parte de la burguesía desea
remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad
burguesa.

A esta categoría pertenecen los
economistas, los filántropos, los humanitarios, los que
pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los
organizadores de la beneficencia, los protectores de animales,
los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores
domésticos de toda laya. Y hasta se ha llegado a elaborar
este socialismo burgués en sistemas completos.

Citemos como ejemplo la Filosofía de
la Miseria, de Proudhon.

Los burgueses socialistas quieren perpetuar
las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y
los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad
actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen.
Quieren la burguesía sin el proletariado. La
burguesía, como es natural, se representa el mundo en que
ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo
burgués hace de esta representación consoladora un
sistema más o menos completo. Cuando invita al
proletariado a llevar a la práctica su sistema y a entrar
en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que
inducirlo a continuar en la sociedad actual, pero
despojándose de la concepción odiosa que se ha
formado de ella.

Otra forma de este socialismo, menos
sistemática, pero más práctica, intenta
apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario,
demostrándoles que no es tal o cual cambio político
el que podrá bonificarlos, sino solamente una
transformación de las condiciones materiales de vida, de
las relaciones económicas. Pero, por transformación
de las condiciones materiales de vida, este socialismo no
entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones
de producción burguesas -lo cual no es posible más
que por vía revolucionaria-, sino únicamente
reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas
relaciones de producción burguesas, y que, por tanto, no
afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo
asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los
casos, para reducirle a la burguesía los gastos que
requiere su dominio y para simplificarle la administración
de su Estado.

El socialismo burgués no alcanza su
expresión adecuada sino cuando se convierte en simple
figura retórica.

¡Libre cambio, en interés de
la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés
de la clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés
de la clase obrera! He aquí la última palabra del
socialismo burgués, la única que ha dicho
seriamente. El socialismo burgués se resume precisamente
en esta afirmación: los burgueses son burgueses en
interés de la clase obrera.

El Socialismo y
el Comunismo Crítico-Utópicos

No se trata aquí de la literatura
que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado las
reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf,
etc).

Tanto por el débil desarrollo del
mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones
materiales de su emancipación -condiciones que surgen
sólo como producto de la época burguesa- fracasaron
necesariamente las primeras tentativas directas del proletariado
para hacer prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas
en tiempos de efervescencia general, en el período del
derrumbamiento de la sociedad feudal. La literatura
revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos
del proletariado, es forzosamente, por su contenido,
reaccionaria. Preconiza un ascetismo general y burdo
igualitarismo.

Los sistemas socialistas y comunistas
propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de
Owen, etc, hacen su aparición en el período inicial
y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la
burguesía, período descrito anteriormente.
(Véase «Burgueses y proletarios».)

Los inventores de estos sistemas, por
cierto, se dan cuenta del antagonismo de las clases, así
como de la acción de los elementos destructores dentro de
la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del
proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún
movimiento político propio.

Como el desarrollo del antagonismo de
clases corre parejo con el desarrollo de la industria, ellos
tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la
emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una
ciencia social, de unas leyes sociales que permitan crear esas
condiciones.

En lugar de la acción social tienen
que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las
condiciones históricas de la emancipación,
condiciones fantásticas; en lugar de la
organización gradual del proletariado en clase, una
organización de la sociedad inventada por ellos. La futura
historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y
ejecución práctica de sus planes
sociales.

En la confección de sus planes
tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los
intereses de la clase obrera, por ser la clase que más
sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto
de la clase que más padece.

Pero la forma rudimentaria de la lucha de
clases, así como su propia posición social, los
lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase.
Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de
la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso, no
cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e
incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque
basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor
de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades
posibles.

Repudian, por eso, toda acción
política, y en particular, toda acción
revolucionaria; propónense alcanzar su objetivo por medios
pacíficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio
social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de
pequeños experimentos, que, naturalmente, fracasan
siempre.

Estas fantásticas descripciones de
la sociedad futura, que surgen en una época en que el
proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera
aún su propia situación de una manera
también fantástica, provienen de las primeras
aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento,
hacia una completa transformación de la
sociedad.

Mas estas obras socialistas y comunistas
encierran también elementos críticos. Atacan todas
las bases de la sociedad existente. Y de este modo han
proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los
obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura,
tales como la supresión del contraste entre la ciudad y el
campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada
y del trabajo asalariado, la proclamación de la
armonía social y la transformación del Estado en
una simple administración de la producción; todas
estas tesis no hacen sino enunciar la eliminación del
antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a
perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen sino
las primeras formas indistintas y confusas. Así estas
tesis tampoco tienen más que un sentido puramente
utópico.

La importancia del socialismo y del
comunismo crítico-utópicos está en
razón inversa al desarrollo histórico. A medida que
la lucha de clases se acentúa y toma formas más
definidas, el fantástico afán de ponerse por encima
de ella, esa fantástica oposición que se le hace,
pierde todo valor práctico, toda justificación
teórica. He ahí por qué, si en muchos
aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las
sectas formadas por sus discípulos son siempre
reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus
maestros, a pesar del ulterior desarrollo histórico del
proletariado. Buscan, pues -y en eso son consecuentes- embotar la
lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan
soñando con la experimentación de sus
utopías sociales; con establecer falansterios aislados,
crear colonias interiores en sus países o fundar una
pequeña Icaria, edición en dozavo de la nueva
Jerusalén. Y para la construcción de todos esos
castillos en el aire se ven forzados a apelar a la
filantropía de los corazones y de los bolsillos burgueses.
Poco a poco van cayendo en la categoría de los socialistas
reaccionarios o conservadores descritos más arriba y
sólo se distinguen de ellos por una pedantería
más sistemática y una fe supersticiosa y
fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia
social.

Por eso se oponen con encarnizamiento a
todo movimiento político de la clase obrera, pues no ven
en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el
nuevo evangelio.

Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan
contra los cartistas, y los fourieristas, en Francia, contra los
reformistas.

Capítulo 4º.-

Actitud de los
comunistas respecto a los diferentes partidos de
oposición

Después de lo dicho en el
capítulo 2º, la actitud de los comunistas respecto de
los partidos obreros ya constituidos se explica por sí
misma, y por tanto su actitud respecto de los cartistas de
Inglaterra y los partidarios de la reforma agraria en
América del Norte.

Los comunistas luchan por alcanzar los
objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al
mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento
actual, el porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas
se suman al Partido Socialista Democrático contra la
burguesía conservadora y radical, sin renunciar, sin
embargo, al derecho de criticar las ilusiones y los
tópicos legados por la tradición
revolucionaria.

En Suiza apoyan a los radicales, sin
desconocer que este partido se compone de elementos
contradictorios, en parte de socialistas democráticos, al
estilo francés, y en parte de burgueses
radicales.

Entre los polacos, los comunistas apoyan al
partido que ve en una revolución agraria la
condición de la liberación nacional; es decir, al
partido que provocó en 1846 la insurrección de
Cracovia.

En Alemania, el Partido Comunista lucha al
lado de la burguesía, en tanto que ésta
actúa revolucionariamente contra la monarquía
absoluta, los terratenientes feudales y la pequeña
burguesía reaccionaria.

Pero jamás, en ningún
momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la
más clara conciencia del antagonismo hostil que existe
entre la burguesía y el proletariado, a fin de que los
obreros alemanes sepan convertir de inmediato las condiciones
sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo
la dominación burguesa en otras tantas armas contra la
burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las
clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la
lucha contra la misma burguesía.

Los comunistas fijan su principal
atención en Alemania, porque Alemania se halla en
vísperas de una revolución burguesa y porque
llevará a cabo esta revolución bajo condiciones
más progresivas de la civilización europea en
general, y con un proletariado mucho más desarrollado que
el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el siglo
XVIII, y, por lo tanto, la revolución burguesa alemana no
podrá ser sino el preludio inmediato de una
revolución proletaria.

En resumen, los comunistas apoyan por
doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen
social y político existente.

En todos estos movimientos ponen en primer
término, como cuestión fundamental del movimiento,
la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma
más o menos desarrollada que ésta
revista.

En fin, los comunistas trabajan en todas
partes por la unión y el acuerdo entre los partidos
democráticos de todos los países.

Los comunistas consideran indigno ocultar
sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus
objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la
violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes
pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los
proletarios no tienen con ella nada que perder más que sus
cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.

¡PROLETARIOS DE TODOS LOS
PAÍSES, UNÍOS!

 

 

Autor:

Juan Quaglia

 

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter