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La mente humana




Enviado por Jesús Castro



  1. Corazón y mente
  2. Emotividad y raciocinio
  3. La
    mente inconsciente
  4. Mente
    emocional
  5. La
    mente divina

Este artículo pretende contestar lo más
eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en
los estudios profundos del Génesis: ¿Qué es
la mente humana, y en qué sentido es ésta semejante
a la de su Creador o Diseñador?

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El concepto de "mente" es difícil de definir,
puesto que busca transmitir la idea de algo intangible e
impreciso que pertenece al dominio de las funciones pensantes y
cuyo asiento físico o material escapa al escrutinio de la
ciencia humana contemporánea. Según la Wikipedia:
«La mente es el nombre más común del
fenómeno emergente que es responsable del entendimiento,
la capacidad de crear pensamientos, el raciocinio, la
percepción, la emoción, la memoria, la
imaginación y la voluntad, y otras habilidades cognitivas.
La mente integra diversas facultades del cerebro que permite
reunir información, razonar y extraer conclusiones. En
psicología es común distinguir entre mente y
cerebro, aunque la mente emerge del cerebro. Desde las
neurociencias la mente puede considerarse una experiencia
subjetiva creada por la actividad cerebral con el fin de producir
un punto de referencia para el movimiento (Rodolfo Llinas en "El
cerebro y el mito del yo"). Siendo así, la mente puede
considerarse una función más del cerebro encargada
de organizar la conducta hacia objetivos determinados y que
produce una experiencia subjetiva conocida como "yo" alrededor de
la cual se organiza el movimiento (conducta). La función
mental sería una propiedad emergente del cerebro, como la
función digestiva lo es del aparato
digestivo».

La Wikipedia sigue diciendo: «Para
Howard Gardner la mente consiste en un conjunto de
mecanismos de computación específicos
e independientes. La inteligencia emerge de la supraestructura
conformada por las estructuras mentales. Las estructuras mentales
serían acciones cumplidas o en potencia exteriorizadas en
movimiento o interiorizadas en pensamiento… Existe la tendencia
a comparar al cerebro con los constructos electrónicos del
hombre. No se debe hacer, pues se suele caer en demagogia y
alguna que otra falacia argumental. No existe base
científica que logre demostrar sin margen de error que los
datos de las comparaciones sean fiables al 100%, por lo que esos
estudios son estimaciones por comparación entre conceptos
equivalentes. Si bien las equivalencias pueden llegar a
satisfacer los requerimientos de ciertos científicos,
ellos mismos reconocen sus límites a la hora de entender
el funcionamiento exacto del cerebro… El software es al
hardware [, en el terreno informático,] lo que la mente es
al cerebro [en el terreno biológico]».

El libro "¿Existe un Creador que se
interese por nosotros?", impreso en varios idiomas en 2006
por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, comenta
en sus páginas 63 y 64: «La mente comprende las
funciones de discriminación perceptiva, adquisición
de recuerdos, razonamientos, resolución de problemas,
así como la conciencia del yo. Tal como los arroyos,
riachuelos y ríos desembocan en el mar, así los
recuerdos, pensamientos, imágenes, sonidos y sentimientos
fluyen de continuo hacia la mente o a través de ella. La
consciencia, dice una definición, es "la percepción
de lo que pasa en la propia mente de un
hombre"».

El tomo 2 de la obra "Perspicacia para comprender las
Escrituras", publicado en 1991 en varios idiomas por la misma
Sociedad Watchtower, explica en su página 365: «[La
mente es la facultad] del cerebro que permite reunir
información, razonar y extraer conclusiones. El
término "mente" traduce varias palabras griegas afines que
expresan cualidades de la mente, tales como juicio,
percepción, inteligencia, raciocinio, pensamiento,
intención, recuerdo, estado mental, opinión,
inclinación y actitud».

La revista "La Atalaya" del 15-10-2001,
editada por la misma Sociedad, páginas 17 y 18, dice:
«La palabra corazón se usa unas mil veces en las
Santas Escrituras, la mayoría de ellas en sentido
figurado. Por ejemplo, Jehová le dijo al profeta
Moisés: "Habla a los hijos de Israel, para que recojan una
contribución para mí: De todo hombre cuyo
corazón lo incite, ustedes han de recoger la
contribución mía". Y los que dieron contribuciones
"vinieron, todo aquél cuyo corazón lo
impelió" (Éxodo 25:2; 35:21). Es obvio que un
aspecto del corazón figurativo es la motivación: la
fuerza interna que nos impulsa a actuar. Este corazón
también refleja las emociones y los sentimientos,
así como los deseos y los afectos. Puede consumirse de ira
o inundarse de temor, estar desgarrado por el dolor o rebosante
de alegría (Salmo 27:3; 39:3; Juan 16:22; Romanos 9:2).
Puede ser orgulloso o humilde, amoroso o malicioso (Proverbios
16:5; Mateo 11:29; 1 Pedro 1:22).

Por tanto, corazón a menudo se relaciona con la
motivación y las emociones, mientras que mente tiene que
ver en concreto con el intelecto. Éste es el sentido de
tales términos cuando aparecen en el mismo contexto
bíblico (Mateo 22:37; Filipenses 4:7). Sin embargo, el
corazón y la mente no se excluyen entre sí.
Moisés, por ejemplo, pidió al pueblo de Israel:
"Tienes que hacer volver a tu corazón [o, según la
nota, "tienes que recordar a tu mente"], que Jehová es el
Dios verdadero" (Deuteronomio 4:39). Jesús preguntó
lo siguiente a los escribas que conspiraban contra él:
"¿Por qué piensan cosas inicuas en sus corazones?"
(Mateo 9:4). Igualmente afines al corazón son las
facultades del entendimiento, el conocimiento y la razón
(1 Reyes 3:12; Proverbios 15:14; Marcos 2:6), lo que indica que
el corazón figurativo también abarca el intelecto,
es decir, la capacidad humana de comprender, conocer y
razonar.

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Según una obra de consulta, el corazón
figurativo constituye "la parte central en general, el interior,
y, por lo tanto, el hombre interior tal como se manifiesta en
todas sus diversas actividades, en sus deseos, afectos,
emociones, pasiones, propósitos, pensamientos,
percepciones, imaginaciones, sabiduría, conocimiento,
aptitud, creencias y razonamientos, memoria y consciencia".
Representa lo que somos en nuestro fuero interno, "la persona
secreta del corazón" (1 Pedro 3:4). Eso es lo que ve y
examina Jehová. De ahí que David pidiera a Dios:
"Crea en mí hasta un corazón puro, oh Dios, y pon
en mí un espíritu nuevo, uno que sea constante"
(Salmo 51:10)».

Corazón y
mente.

En las Santas Escrituras encontramos una serie de textos
que hablan del "corazón figurativo" y de la "mente", tales
como:

«Escucha, oh Israel: Jehová
nuestro Dios es un solo Jehová. Y tienes que amar a
Jehová tu Dios con todo tu corazón y
con toda tu alma y con toda tu fuerza vital» (Deuteronomio
6: 4 y 5).

«Los fariseos, después de
oír que [Jesucristo] había hecho callar a los
saduceos, se juntaron en un grupo. Y uno de ellos,
versado en la Ley, preguntó, para probarlo: "Maestro,
¿cuál es el mandamiento más
grande de la Ley?". Él le dijo: ""Tienes que amar a
Jehová tu Dios con todo tu corazón y
con toda tu alma y con toda tu mente". Éste
es el más grande y el primer mandamiento. El segundo,
semejante a él, es éste: "Tienes que amar a tu
prójimo como a ti mismo". De estos dos mandamientos pende
toda la Ley, y los Profetas"» (Mateo 22: 34-40).

«Ahora bien, uno de los escribas que había
llegado y los había oído disputar, sabiendo que
él les había contestado de excelente manera, le
preguntó [a Jesucristo]: "¿Cuál mandamiento
es el primero de todos?". Jesús contestó: "El
primero es: "Oye, oh Israel, Jehová nuestro Dios es un
solo Jehová, y tienes que amar a Jehová tu Dios con
todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y
con todas tus fuerzas"» (Marcos 12: 28-30).

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«Entonces, ¡mira!, cierto hombre versado en
la Ley se levantó, para [poner a prueba a Jesucristo], y
dijo: "Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la
vida eterna?". Él le dijo: "¿Qué está
escrito en la Ley?

¿Cómo lees?". Contestando, éste
dijo: ""Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con
toda tu mente", y, "a tu prójimo como a ti mismo"".
Él le dijo: "Contestaste correctamente; "sigue haciendo
esto y conseguirás la vida""» (Lucas 10:
25-28).

Parece que el término "corazón" utilizado
en los escritos de Moisés abarcaría todo lo que hoy
se considera "mente" en neurología (emotividad y
racionalidad) y quizás algo más, como, por ejemplo,
la dotación epigenética o memoria genética
(características físicas y de la personalidad
adquiridas por los padres y transmitidas a la prole). Incluso
pudiera abarcar elementos corporales que no parecen afectar a la
conducta del individuo, pero que tal vez sí lo hagan, como
los sistemas hormonal e inmunológico, etc.

No tenemos constancia de que la
noción de "mente" existiera en los tiempos de
Moisés, al menos en la cultura hebrea. Por lo
tanto, da la impresión de que con la denominación
"corazón" aludía el profeta al aspecto interior de
la persona, el cual no es observable a simple vista; a diferencia
de la "apariencia externa" del individuo, visible a todos, la
cual permitía hacerse una idea superficial de las
características de la personalidad de éste. Desde
este punto de vista, "apariencia externa" y "corazón
figurativo" vienen a ser conceptos contrapuestos.

En cambio, en la época de
Jesucristo, milenio y medio más tarde, la cultura hebrea
había absorbido gran cantidad de ideas y
vocablos procedentes de la civilización grecolatina. En
dicho ambiente, la noción de "mente" hace su
aparición, teniendo su etimología en el
término latino "mens, mentis" y significando
aproximadamente "conjunto de potencialidades y procesos
intelectuales del ser humano". Es posible que el significado de
"corazón figurativo" haya quedado reducido, entonces, al
"conjunto de potencialidades y procesos emocionales del ser
humano"; de esta forma, la cultura grecolatina iniciaba una
difusa y dogmática disyunción entre "mente"
(intelectualidad) y "corazón" (emotividad), la cual ha
perdurado largo tiempo. Sin embargo, hoy día las
neurociencias han eliminado tal disyunción
artificial.

Es posible que ese nuevo estado de la
cultura hebrea o judaica haya obligado a verter en la
Septuaginta, en el siglo II antes de la EC, de una manera
más actualizada, las palabras de Moisés "Escucha,
oh Israel: Jehová nuestro Dios es un solo Jehová. Y
tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza vital"
(Deuteronomio 6: 4 y 5), haciéndolo, según
citó Jesucristo: "Oye, oh Israel, Jehová nuestro
Dios es un solo Jehová, y tienes que amar a Jehová
tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda
tu mente y con todas tus fuerzas" (Marcos 12: 29 y
30).

De todas formas, lo que quizás está claro
es el hecho de que las Santas Escrituras distinguen dos aspectos
en la personalidad del individuo: uno interior (el corazón
figurativo, aproximadamente equiparable a lo que actualmente la
neurociencia llama "mente") y otro exterior (coincidente con la
apariencia externa o la fisonomía de la persona, es decir,
lo que de ella se descubre a simple vista o es visible a todos).
La fisonomía puede ser engañosa, pero la mente (el
mapa de las conexiones nerviosas) es real. Sobre este particular,
es interesante lo que dice el siguiente relato sagrado, situado
en una época hebrea anterior a la incorporación de
la palabra "mente":

«Con el tiempo Jehová dijo a Samuel:
"¿Hasta cuándo estarás de duelo por
Saúl, en tanto que yo, por otra parte, lo he rechazado
para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y anda.
Te enviaré a Jesé el betlemita, porque entre sus
hijos me he provisto un rey"… Y Samuel procedió a hacer
lo que Jehová había hablado… Entonces
santificó a Jesé y a sus hijos, después de
lo cual los llamó al sacrificio. Y aconteció que,
al entrar ellos y al alcanzar él a ver a Eliab, en seguida
dijo: "De seguro su ungido está delante de Jehová".
Pero Jehová dijo a Samuel: "No mires su apariencia ni lo
alto de su estatura, porque lo he rechazado. Porque no de la
manera como el hombre ve [es como Dios ve], porque el simple
hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a
Jehová, él ve lo que es el corazón" »
(Libro primero de Samuel, capítulo 16,
versículos 1, 4-7).

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Emotividad y
raciocinio.

El concepto de emoción a lo largo de la historia
ha dejado mucho que desear. El despertar de la razón, en
la antigua Grecia, llevó a filósofos e
intelectuales a considerar que las emociones eran
antagónicas de la razón y una especie de
parásito que perjudicaba al intelecto. Se creía,
cada vez más fuertemente, que los sentimientos y las
emociones constituían un obstáculo para el
desarrollo o la expresión del raciocinio. Así,
muchos pensadores de la Edad Media, herederos de la cultura
grecolatina, veían al "hombre superior" vestido de
intelectualidad y al "hombre inferior" esclavizado a las
emociones, pasiones y sentimientos.

Por bastante tiempo, los temas vinculados
con las emociones y los sentimientos no fueron estudiados ni
examinados en profundidad, a pesar de la magnitud e incidencia de
los mismos en la vida humana. Incluso, en épocas
más recientes, ni la filosofía ni las ciencias de
la mente y del cerebro concedieron un mínimo
interés a estos rasgos de la conducta y de la personalidad
del hombre. Sólo hacia fines del siglo XIX

Charles Darwin, William James y Sigmund Freud plasmaron
extensos escritos acerca de diferentes aspectos de la
emoción, otorgándole un lugar privilegiado en el
discurso científico.

Pero durante la mayor parte del siglo XX, el
científico de laboratorio desconfió de la
emoción. Se decía que era demasiado subjetiva,
esquiva y vaga. Se la juzgó antípoda de la
razón, considerada esta última como la habilidad
humana por antonomasia e independiente de la emoción. La
ciencia del siglo XX, pues, esquivó el cuerpo y, aunque
mudó la emoción al cerebro, relegó todo lo
que olía a emocional a los estratos neurales más
bajos, asociados con supuestos ancestros o humanos brutos que
nadie respetaba. En último término, se creía
que no sólo la componente emocional del ser humano era
irracional: incluso estudiarla tal vez fuera
irracional.

Sólo ahora, muy recientemente, las
ciencias cognoscitivas y la neurología aceptan la
emoción y le otorgan el merecido protagonismo que le
corresponde. Para bien o para mal, la emoción es inherente
al proceso racional y decisorio de la mente. Aunque esto parece
contrariar nuestra intuición, hay evidencias que lo
confirman. Los hallazgos fidedignos sugieren que la
reducción selectiva de la emoción es por lo menos
tan perjudicial para la racionalidad como la sobreabundancia de
emoción. Ya no parece sostenible que la razón gane
a la emoción a la hora operar intelectualmente y sin
auxilio emocional. Por el contrario, quizá la
emoción ayude a razonar, sobre todo cuando se trata de
asuntos personales o sociales que presentan riesgos y
conflicto.

Es obvio que los trastornos emocionales
pueden desembocar en decisiones irracionales, y siempre se
ha visto claro esto. Pero la actual evidencia
neurológica también sugiere que la ausencia de
emociones acarrea un problema no pequeño a la mente
racional. Emociones bien dirigidas y bien desplegadas parecen ser
un soporte imprescindible, sin el cual el edificio de la
razón no puede operar adecuadamente.

Hasta casi principios del siglo XXI, la
psicología social consideraba que la toma de decisiones
tenía que ser consciente y guiarse por las
leyes de la lógica. Afirmaba que, ante cualquier
elección, lo más acertado era elaborar listas con
los pros y los contras, analizarlos minuciosamente, sopesarlos
concienzudamente y sólo entonces, después de dar
estos pasos, éramos capaces de elegir bien. A tal efecto,
las ciencias cognitivas solían menospreciar el papel de la
intuición y de la irracionalidad. Sin embargo, ahora todo
ha cambiado, en muy pocos años. Sabemos que esos impulsos
irracionales o emocionales no tienen por qué fallar y que,
en ocasiones, son mucho más eficaces que una
elección racional.

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Pese a los grandes avances de la
neurociencia, en el su subconsciente colectivo permanece la idea
de que las decisiones hay que tomarlas con "la
cabeza fría", no dejándose llevar por las
emociones, ya que, en este supuesto, nuestra
decisión se verá teñida de subjetividad y,
en consecuencia, corre un riesgo elevado de no ser una buena
decisión. Frente a ello, estudios recientes, como los
realizados por el doctor Antonio Damasio, niegan rotundamente
esta creencia. Dichos estudios ponen sobre el tapete la idea
contraria: una decisión tomada sin el concurso de la
emoción es altamente probable que esté equivocada.
Sin embargo, ello no garantiza que la decisión que tomemos
con la emoción presente vaya a ser necesariamente
buena.

En palabras del propio Damasio:
"Determinados aspectos del proceso de la emoción y del
sentimiento son indispensables para la racionalidad. En el mejor
de los casos, los sentimientos nos encaminan en la
dirección adecuada, nos llevan al lugar apropiado en un
espacio de toma de decisiones donde podemos dar un buen uso a los
instrumentos de la lógica. Nos enfrentamos a la
incertidumbre cuando hemos de efectuar un juicio moral, decidir
sobre el futuro de una relación personal, elegir algunos
mecanismos para evitar quedarnos sin dinero en la vejez o
planificar la vida que tenemos por delante. La emoción y
el sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta
tras ellos, nos ayudan en la tarea de predecir un futuro incierto
y de planificar nuestras acciones en consecuencia".

Hay una anécdota relacionada con Charles Darwin,
el padre de la teoría evolutiva, que sirve para ilustrar
este asunto. Darwin tenía una mente tan analítica
que incluso llegó a plantearse el amor como una
cuestión científica. En 1838, dos años
después de haber regresado a Inglaterra tras su
épico viaje a bordo del Beagle por el Cono Sur, Darwin se
planteó qué hacer con su vida: ¿buscaba una
mujer y se casaba? ¿O mejor se consagraba a la
investigación científica? Para entonces este
naturalista tenía 28 años y a fin de ayudarse a
tomar una elección cogió una hoja de papel que
todavía se conserva, trazó dos columnas y en la de
la izquierda escribió la palabra "casarse" y anotó
todos los argumentos que se le ocurrieron a favor del matrimonio.
En la de la derecha, listó todas las ventajas de la
soltería. Las razones que arguyó eran curiosas. Por
ejemplo, para desestimar casarse apuntó cosas como
"quizás discutir, menos tiempo para conversar con hombres
inteligentes, tener que hablar con la familia de ella, no poder
leer por las tardes o menos dinero para libros". Y a favor,
"hijos o compañía constante y amistad en la vejez".
Tras revisar la lista, acabó concluyendo que si bien una
boda supondría "cosas buenas para la salud de uno", era
también "una pérdida terrible de tiempo".
Así es que decidió que lo mejor sería
"comprarse un perro".

Sin embargo, lo que no podía
sospechar Darwin era que poco tiempo le iba a durar aquel
convencimiento. Semanas después su cerebro le iba a jugar
una mala pasada. Al cruzarse, quizás por desgracia o
quizás por fortuna, con su prima hermana Emma Wedgewood,
Darwin se enamoró perdidamente, a pesar de haber decidido
concienzudamente que el matrimonio no le convenía. Emma se
convirtió en el gran amor de su vida y con ella tuvo nada
menos que 10 hijos. Al cabo de los años, se puso a
escribir un libro en el que trató de explicar con ojos de
científico el misterio del amor o del
enamoramiento.

Lo que Darwin no percibió es que su
cerebro tomaba decisiones por él sin que él pudiera
remediarlo.

En el caso de Emma, su mente había escogido ya
mucho antes de que el naturalista inglés pudiera
plantearse siquiera si su prima Emma le agradaba o no. La
frialdad con la que Darwin colocó los argumentos en una
balanza teórica era más superficial que real. Y es
que las decisiones, a diferencia de lo que se solía pensar
hasta hace poco, no se rigen exclusivamente por las leyes de la
razón y la lógica. Muchas veces, o la
mayoría de las veces, son intuiciones que,
sorprendentemente, se toman desde la subjetividad. Sí,
buena parte de nuestras decisiones, por mucho que creamos que son
fruto de valoraciones concienzudas, son en realidad intuiciones
irracionales. De hecho, todo acto consciente, por
paradójico que resulte admitirlo, es, en verdad,
inconsciente. Aunque raramente se las asocie con nuestra
inteligencia, las intuiciones son atajos racionales del cerebro
para tomar decisiones rápidas o moderadamente
rápidas; ya que de otro modo, la elaboración de una
decisión tendería a eternizarse.

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NOTA:

Esta anécdota en la vida de Darwin no parece
tener demasiada repercusión para la ciencia, pero es
posible que sí la tenga… y no sólo para la
ciencia. Por ejemplo, cabe preguntarse: ¿Hasta qué
grado la teoría evolucionista está sustentada sobre
una plataforma emocional errónea o ha pasado por alto
información emocional fidedigna?

La vehemencia fanática con la que la doctrina
evolucionista es defendida por muchos científicos
materialistas, hasta el punto de dar la impresión de que
abanderan una cruzada o que están afectados de histerismo
deportivo, hace sospechar seriamente que aquí hay
demasiadas emociones en juego, y de que probablemente existe una
especie de secuestro emocional en pro del materialismo y del
ateísmo.

Por otra parte, no conviene eludir el "hecho religioso",
es decir, la externalización colectiva de la necesidad
aparentemente intrínseca que tiene el ser humano de
vincularse con un Creador supremo. Muchas personas sienten un
profundo deseo de dar reconocimiento reverencial a un
Diseñador superlativo, y orientan sus vidas hacia la
búsqueda de alguna conexión existencial con un Sumo
hacedor. Estos sentimientos internos, emocionales,
despectivamente calificados de "opio del pueblo" por algún
simplista y apresurado teórico materialista, pudieran
significar algo verdaderamente importante a la luz de la
neurociencia. Quizás constituyan un mudo testimonio
emocional que brota de un proceso profundo, de un sello grabado
indeleblemente en el software encefálico a modo de marca
distintiva o rúbrica de fabricación, procedente de
un Arquitecto supremo, a saber, del Creador del
hombre.

La mente
inconsciente.

Como se ha mencionado anteriormente, el concepto que hoy
día tiene la neurociencia de "mente" es aproximadamente
coincidente, a la baja, con el concepto de "corazón
figurativo" que poseían los israelitas del tiempo de
Moisés. Pues bien, según la neurociencia actual,
buena parte de nuestra vida mental es inconsciente (está
fuera del ámbito de la consciencia o capacidad de nuestra
mente de analizarse a sí misma) y se basa en procesos
ajenos a la lógica, y en reacciones instintivas. Tenemos
intuiciones sobre casi todo, es decir, decisiones rápidas
y casi viscerales que aparecen en nuestra consciencia sin que
sepamos de dónde vienen, pero que son tan fuertes que nos
impulsan a actuar. Por eso nos enamoramos. Y a la sombra de todo
ello pudiera haber existido una serie de deliberaciones en
nuestro inconsciente, de las cuales nada sabemos. A nosotros
sólo nos llega el sentimiento de "quiero estar con esta
persona" y obramos en función de eso. En muchas ocasiones,
tales impulsos o intuiciones nos conducen a la respuesta
adecuada. Y es que frecuentemente se trata de atajos que tiene el
cerebro, estrategias que ha desarrollado a través de los
años y que hasta posiblemente incorporen algún
elemento epigenético.

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La actividad mental puede compararse a un
iceberg, que sólo muestra el 5% de su volumen
ante los ojos de la "consciencia".

Si realmente tuviéramos que decidir
cosa por cosa, punto por punto, poniendo sobre una balanza los
pros y los contras de cada caso, seguramente nuestra vida se
haría insoportable. Nos consumiríamos haciendo
cálculos y elucubraciones a cada momento, en una
interminable secuencia rutinaria que reduciría
nuestra existencia a una condena, a trabajo forzado de
contable. La fuerza de la razón dominaría sobre
la emoción, y se analizaría una
situación y todas sus posibles opciones hasta el
más mínimo detalle, pero con el
inconveniente de ser incapaz de orientarse en el infinito
océano de las posibilidades. ¿Qué camino
sería el más conveniente en cada caso?
¿Habría algún criterio para responder a esa
pregunta? ¿Cómo identificar dicho criterio, en el
caso de que lo hubiere?

Para tomar una decisión es
imprescindible el concurso de la emoción, es decir, un
compromiso con la vida del individuo que decide. La
emoción emana de las profundidades viscerales del
individuo, de su subjetividad y modo de sentir y también
de sus propios esquemas mentales. En los animales más
básicos, la emoción está vinculada
estrechamente con el instinto de conservación, de
supervivencia, de nutrición, de procreación,
etcétera. Pero en el hombre, ésta se complica y
sublima, y puede impregnarse de altruismo, abnegación,
solidaridad, etcétera. Una mente puramente racional se
quedaría parada, sin capacidad para decidir o reaccionar.
La razón sin emoción no sirve para nada.

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"¿Me suicido o me tomo una taza de café?",
se preguntaba el escritor francés Albert Camus. Y con esto
quería decir que todo en la vida es elección. A
cada segundo estamos escogiendo entre diversas alternativas. Y,
de hecho, la existencia, al menos la humana, se define por las
elecciones que hacemos. La intuición (impregnada de
emoción) nos ayuda a resolver muchos de los dilemas
cotidianos, desde si debemos o no casarnos hasta cosas mucho
más triviales como qué pasta de dientes compramos,
o atrapar las llaves que nos lanzan al vuelo o detectar si
nuestro hijo nos miente cuando nos dice que ha salido tarde de la
escuela. La neurociencia ha descubierto que la inteligencia
funciona a menudo sin pensamiento consciente; de hecho, la
corteza cerebral, donde reside la consciencia, está llena
de procesos inconscientes, al igual que las partes más
profundas o remotas del cerebro (es decir, las que están
envueltas por el neocórtex o situadas bajo él).
Así, lo que sucede ante una información es que
nuestro cerebro decide o bien dejarla pasar, o bien
expresarla o anularla, procesando continuamente
información y haciéndolo por debajo del
consciente; es como si el cerebro anulase o vetase
todos los actos conscientes que pudieran traer consecuencias
negativas o peligrosas. De otra forma, nos volveríamos
locos; viviríamos en el caos debido al incesante
tráfico de señales que nuestras neuronas captan,
analizan y evalúan.

La memoria recurre a experiencias acumuladas y las
coteja con la información que ha recogido el cerebro,
quien, como si fuera un juez, delibera y sentencia. Se ha visto
que los sentimientos, nuestro estado emocional, influye en esa
deliberación. La neurociencia cree que el proceso de
elección se basa en una serie de reglas generales que
nuestro cerebro ha ido aprendiendo y que conforman una especie de
libro de instrucciones al que nuestro inconsciente recurre ante
cada situación. Allí encuentra respuestas
rápidas y precisas. Lo único que debe hacer es
escoger la regla adecuada para cada momento. Este procedimiento
es indispensable para tomar muchas decisiones importantes, puesto
que nos enseña a confiar, a imitar y a experimentar
emociones, como el amor, sin las cuales la supervivencia
individual y colectiva sería imposible. El investigador de
psicología de la conducta del instituto "Max Planck", Gerd
Gigerenzer, cuenta que eso es lo que ocurre, por ejemplo, con
padres e hijos. Si cada mañana los progenitores tuvieran
que decidir si van a seguir invirtiendo sus recursos en los
niños, tras noches en blanco, berrinches y trastadas,
podría ponerse en peligro la supervivencia de la familia.
Por eso, el cerebro bloquea esa posibilidad de decisión,
de valorar si vale o no la pena aguantar. Es como si la
emoción, o el sentimiento de amor, prevaleciera sobre la
razón.

Estas reglas se benefician de algunas facultades del
cerebro, como la memoria de reconocimiento, la habilidad para
localizar objetos móviles, el lenguaje o emociones como el
amor. La heurística (técnica de descubrimiento e
indagación empírica, no rigurosa y por tanteo, para
hallar soluciones a un problema) acelera la toma de decisiones y
posibilita la acción rápida, muy útil si
caminamos por la selva, por ejemplo, y aparece un tigre. No es
deseable pararse a pensar, sino activar un sistema que nos haga
salir ileso. Una buena razón puede ser: escoge lo que
conozcas. Nos fiamos de lo que conocemos y, en cambio, sentimos
aversión por lo desconocido. Tenemos una capacidad
extraordinaria para reconocer caras, voces e imágenes, que
está adaptada a la estructura del entorno. Reconocer hace
posible que reaccionemos rápidamente, y los publicistas
usan esta particularidad al confeccionar sus eslóganes
porque saben que esto hace que compremos una marca de leche u
otra (habitualmente se adquiere la más conocida o
anunciada).

Se ha observado en personas con lesiones en la corteza
frontal que, aún siendo individuos con inteligencia
normal, creencias normales, habilidades normales, con capacidad
para imaginar el futuro y las consecuencias de sus actos…
son personas que razonan mal y toman decisiones incorrectas. Por
lo tanto, si no es la razón lo que aquí falla,
¿qué es lo que estropea el asunto?
¿Qué es lo que hace, entonces, que razonemos
correctamente para tomar la decisión más
beneficiosa?

Todo indica que las emociones son necesarias para
razonar y tomar decisiones. Son necesarias, al igual que la
razón, para dotar a la mente de la máxima eficacia
posible. Razón y emoción van juntas en los
principales procesos cerebrales. La realidad de este nuevo
paradigma se está confirmando día a
día con las investigaciones que se están
realizando sobre el cerebro, a través de la resonancia
magnética funcional cerebral. Todos somos una
mezcla de razón y emoción, y ambas se complementan
en procesos tales como la toma de decisiones o la
planificación. Para una buena toma de decisiones es
esencial utilizar equilibrada y armoniosamente los dos cerebros:
el emocional y el racional. Por eso, cuando nos dejamos llevar
exclusivamente por uno de los cerebros presentamos más
riesgo de equivocación. Las emociones intensas pueden
socavar (y, de hecho, socavan) la capacidad de una persona a la
hora de tomar decisiones sensatas, aún cuando el individuo
sea consciente de la necesidad de tomarlas de forma
cuidadosa.

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El comportamiento humano, pues, no
está únicamente controlado por la
deliberación racional o bien por la
emoción, sino por los resultados de la interacción
de estos dos procesos. El control emotivo es rápido, pero
sólo puede responder ante una cantidad limitada de
situaciones; mientras que la deliberación es
mucho más flexible, aunque relativamente lenta y
laboriosa. El cerebro humano vive un conflicto perpetuo consigo
mismo: por un lado está su centro de emoción, que
busca la satisfacción inmediata; y por el otro está
el de la razón, que privilegia los objetivos a largo
plazo.

Cuando nos preguntamos por el sentido de
nuestra existencia es casi seguro que surgirán
respuestas de alto contenido emocional, que
impliquen la motivación. Las satisfacciones más
primarias, como el amor de nuestra familia y amigos, la
ilusión de alcanzar metas, etc., también tienen que
ver con la emotividad. Es difícil imaginar una vida sin
emociones, sin sentimientos, ya que sería presidida por la
apatía, la monotonía y el tedio. Los humanos somos
seres racionales, pero también somos seres emotivos,
dependientes de motivaciones y de instintos primarios.

Si queremos conseguir la atención de
una persona, o de un auditorio, nada mejor que tratar de
emocionarles, pues aquello que nos emociona captura y aprisiona
nuestra atención. Al gobernar la atención, las
emociones y los sentimientos establecen prioridades en el
pensamiento. Como lo que nos emociona suele ser importante, las
emociones son un modo de llamar la atención y dirigir el
pensamiento y la conducta hacia aquello que nos interesa. Los
sucesos altamente emocionales se recuerdan como muy reales y con
gran detalle. En general, cuanto más se activa la
amígdala encefálica (sita en el cerebro emocional)
durante una situación emotiva, mejor es el recuerdo que
tenemos más adelante de la misma.

Aunque la deliberación consciente resulta
adecuada para situaciones simples, no parecen favorecer demasiado
la toma de decisiones en situaciones complejas. Las emociones son
críticas y hacen que la toma de decisiones no sea un
proceso puramente racional. Para facilitar el éxito, las
emociones deben ser un componente imprescindible añadido a
la maquinaria de la razón. Se equivocaban quienes
argumentaban que razón y sentimiento eran procesos
incompatibles, y que no se podía alcanzar un buen
razonamiento si estaba contaminado por las emociones. El cerebro
racional se apoya sobre el cerebro emocional, por lo que el
razonamiento está siempre tamizado por los sentimientos y
éstos a su vez pueden ser modulados por la razón. Y
sin emociones no hay inteligencia que valga.

Mente
emocional.

Desde la antigüedad se ha considerado que las
matemáticas son el exponente máximo del raciocinio,
un lugar donde la emoción es prácticamente
inexistente. Pero, ¿es así realmente?

Un vistazo penetrante una de las áreas más
abstractas de las matemáticas, el Álgebra, revela
que el progreso de esta disciplina siempre ha estado afectado por
el dueto emociónrazón. En efecto, los mismos
fundamentos del Álgebra son una abstracción
cuantitativa y relacional entre elementos construidos a partir de
la realidad física que nos rodea, o mejor dicho: a partir
de lo que nuestros sentidos y percepciones han tomado de la
realidad exterior. Esto quiere decir que tales elementos
están afectados por filtros perceptivos, de tal manera que
no son plenamente objetivos sino abundantemente subjetivos.
Actualmente se sabe que los filtros encefálicos
intervinientes en estas construcciones hacen un papel de jueces o
centinelas selectivos, los cuales tamizan la información
que reciben de los sentidos corporales y la sesgan. Y esto sucede
por razones incuestionables, con el fin de evitar una
inundación de información que desbordaría la
capacidad de captación de datos y terminaría
produciendo bloqueos infranqueables.

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Pero el proceso de toma de decisiones no se da
sólo en estos niveles básicos y automáticos
del encéfalo, sino a través de cada paso en el
Álgebra. A cada momento hay que plantearse criterios de
resolución de problemas o interrogantes y decidir
cuál o cuáles son más relevantes y por tanto
hay que darles prioridad. A veces sucede que el tricotaje
racional discurre por senderos aparentemente libres de
impregnaciones emocionales, pero a la larga siempre hay que
decidir acerca de la valía o de la esterilidad de tales
senderos; y ya sabemos que toda decisión, por nimia que
sea, envuelve una componente altamente emocional.

La inteligencia, sea cual sea la faceta que
se considere de la misma (inteligencia numérica,
racional, emocional, quinestésica,
artística, etc.), parece consistir en la capacidad que
tiene una mente para resolver problemas. Dicha resolución
involucra a la capacidad decisoria y esta última hace
intervenir a las emociones. Por consiguiente, inteligencia y
emoción están estrechamente vinculadas. No puede
haber inteligencia si no hay emotividad envuelta con
ella.

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La mente
divina.

A medida que avanzan la ingeniería de
computadoras, la robótica y las neurociencias se hace cada
vez más evidente que no es posible la inteligencia sin
emotividad. Cualquier mente inteligente debe poseer al menos una
componente racional y una componente emocional, actuando ambas
como un dúo armonioso. La prevalencia de una sobre otra
tiende al desequilibrio y éste produce caos o desorden
mental, el cual lleva a error y quebranto.

El Génesis nos informa que Dios hizo al hombre a
su imagen y semejanza, al margen de la clase de substancia
corporal que diferencia a la criatura de su Creador.
También el Génesis nos muestra a Dios como un ser
poseedor de emociones y sentimientos, pues el relato sagrado dice
que poco antes del Diluvio se disgustó profundamente por
el mal derrotero que la humanidad había emprendido sobre
la Tierra. En consecuencia, nuestro Creador tiene una mente
racional y emocional, y nosotros somos una copia de dicha mente.
Sin embargo, una gran diferencia entre Dios y el hombre es que la
mente divina está en equilibrio perfecto y consolidada en
el amor, el poder, la sabiduría y la justicia. En cambio,
el ser humano debe llegar a edificar su propia mente en el
equilibrio y en las cualidades que armonizan con la mente divina.
Para ello, el hombre necesita la guía de su Creador y
frecuentemente también Su ayuda bondadosa y
paciente.

 

 

Autor:

Jesús Castro

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