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Pervivencia




Enviado por Jesús Castro



  1. Introducción
  2. Resurrección

Este artículo pretende contestar lo más
eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en
los estudios profundos del Génesis: ¿De qué
manera el concepto bíblico de "alma mortal"
(néfesch) permite albergar una esperanza futura para los
seres humanos que han muerto sin ofender a Dios?

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Mujer que llora ante el cadáver de su esposo,
asesinado durante la guerra civil española de
1936-1939.

Introducción.

No es lo mismo "Pervivencia" que "Supervivencia".
Según el DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
DE LA LENGUA, "pervivencia" es la acción y efecto de
"pervivir" (seguir viviendo a pesar del tiempo o de las
dificultades). Por otra parte "supervivencia" es la acción
y efecto de "sobrevivir" (lograr vivir contra pronóstico o
en condiciones adversas).

Los seres humanos y los animales poseen un
instinto de supervivencia, básicamente en forma de
mecanismos automáticos que se disparan inconscientemente
en momentos de gran peligro para la vida y se dirigen hacia la
conservación de ésta. Sin embargo, no se suele
hablar de "instinto de pervivencia" sino más bien del
"deseo de pervivencia", pues éste es el resultado de
funciones de autorreferencia a nivel humano que se concretizan
por el anhelo de perpetuación del "yo", independientemente
de que el cuerpo sobreviva o no. Así, Sócrates
pasó por encima del instinto de supervivencia e
ingirió voluntariamente el veneno que lo llevó a la
muerte, a la vez que acariciaba la idea de librarse de la
cárcel corpórea para alcanzar la pervivencia de su
supuesta "alma inmortal", según creía
él.

Sin embargo, el Génesis y la ciencia
neurológica nos dicen que no existe un alma humana
inmortal sino más bien una mente mortal, indisolublemente
vinculada a las funciones integrales del cerebro. Por lo tanto,
cabe preguntarse: ¿A qué obedece, entonces, el
deseo de pervivencia que exhibe el hombre? ¿Es un
engaño de la mente?

La revista DESPERTAD de Diciembre de 2007,
publicada en español y otros idiomas por la Sociedad
Watchtower Bible And Tract, aclara, en parte:

«¿Acaba todo con la muerte?…
Piense por un instante: ¿en qué estado se halla una
persona antes de llegar a vivir? ¿Dónde
estábamos antes de que las microscópicas
células de nuestros padres se unieran y nos dieran el ser?
Si el hombre posee una entidad invisible que sobrevive a la
muerte del cuerpo, ¿dónde se aloja dicha entidad
antes de la concepción? La verdad [libre de dogmas] es
ésta: no hay una vida anterior que recordar; antes de que
nuestros padres nos engendraran, no existíamos. Es
así de simple… La conclusión lógica es que
cuando morimos, volvemos al mismo estado de inconsciencia en el
que nos hallábamos antes de vivir. Es tal como Dios le
dijo a Adán después de que él le
desobedeció: "Porque polvo eres y a polvo volverás"
(Génesis 3:19). En este sentido no hay distinción
entre los humanos y los animales. Como indica la Biblia, en lo
que toca a la muerte, "no hay superioridad del hombre sobre la
bestia" (Eclesiastés 3:19,20; [escritos del rey
Salomón]).

¿Significa esto que nuestra vida se
limita a unas cuantas décadas, seguidas de una eterna
inexistencia? ¿O hay alguna esperanza para los que han
fallecido? Veamos. A casi todo el mundo le resulta desagradable
el tema de la muerte. La mayoría evita especialmente
hablar de la suya propia; ni siquiera quieren pensar en ella. Aun
así, las películas en el cine y la
televisión nos saturan con escenas de personas que mueren
de toda forma imaginable, y los medios informativos nos
bombardean con imágenes e historias de muertes
reales.

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Como consecuencia, la muerte de desconocidos puede
llegar a parecernos como parte normal de la vida; pero cuando se
trata de la de un ser querido o de la nuestra, ya no tiene nada
de normal. ¿Por qué? Porque el deseo natural de
vivir está profundamente arraigado en los seres humanos;
además, poseemos conciencia del tiempo y podemos concebir
la eternidad. El rey Salomón escribió que Dios
"puso en el corazón de [los hombres] la idea de la
eternidad" (Eclesiastés 3:11, Katznelson). Es por eso que
en circunstancias normales, anhelamos vivir indefinidamente.
Deseamos una vida sin fecha de caducidad. En cambio, no hay
indicación alguna de que los animales abriguen ese anhelo.
Ellos viven sin conciencia del futuro.

El hombre no sólo desea una vida
infinitamente duradera, sino que cuenta con el potencial para
mantenerse ocupado y ser productivo por la eternidad. Su
capacidad de aprendizaje parece no tener límites. Se ha
dicho que nada en la naturaleza se asemeja al cerebro humano en
cuanto a complejidad y capacidad de adaptación. En
contraposición con los animales, el hombre posee una mente
capaz de crear, de razonar y de comprender conceptos abstractos.
Los científicos apenas han arañado la superficie en
su intento de entender el gran potencial del cerebro
humano.

Mucho de este potencial se mantiene intacto
con la edad. Los neurocientíficos han descubierto
recientemente que el proceso de envejecimiento no afecta a la
mayor parte de las funciones cerebrales. Un equipo de
investigadores del "Franklin Institute"s Center for Innovation in
Science Learning" explica: "El cerebro humano es capaz de
adaptarse y renovar sus circuitos continuamente. Aun durante la
vejez puede seguir generando nuevas neuronas. El deterioro mental
grave suele deberse a las enfermedades, en tanto que la
pérdida de memoria o de las habilidades motoras
relacionada con la edad se debe sencillamente al sedentarismo y a
la falta de estímulo y ejercicio mentales".

En otras palabras, si pudiéramos
mantener el cerebro sano y estimulado intelectualmente,
éste podría seguir funcionando de manera perpetua.
En opinión del biólogo molecular James Watson, uno
de los descubridores de la estructura del ADN, "el cerebro es lo
más complejo que se ha descubierto hasta la fecha en el
universo". Un libro del neurocientífico Gerald Edelman
explica que en "un trozo de cerebro del tamaño de una
cabeza de fósforo existen alrededor de mil millones de
conexiones, y el número de posibles combinaciones entre
ellas es hiperastronómico: del orden de diez seguido de
millones de ceros".

¿Le parece lógico que estando
el hombre dotado de semejante potencial, sólo viva unas
pocas décadas? Sería un absurdo tan grande como
utilizar una potente locomotora con muchos vagones para
transportar un grano de arena en un trayecto de unos cuantos
centímetros. ¿Por qué, entonces, tiene el
hombre una capacidad tan extraordinaria para el pensamiento
creativo y para el aprendizaje? ¿Será que, a
diferencia de los animales, no fue hecho para morir, sino para
vivir eternamente? El hecho de que tengamos el deseo innato de
vivir y una inmensa capacidad de aprendizaje nos lleva a una
conclusión lógica: fuimos hechos para vivir mucho
más que setenta u ochenta años. Esto a su vez abre
paso a otra conclusión: debe haber un Diseñador, un
Creador, un Dios. La creencia en un Creador se ve plenamente
confirmada por las inmutables leyes del universo físico y
la insondable complejidad de la vida en la Tierra.

Ahora bien, si fuimos creados con la
capacidad de vivir para siempre, ¿por qué morimos?
¿Qué sucede después de la
muerte? ¿Les devolverá Dios la vida a los muertos?
Sería de esperar que si Dios es poderoso y sabio, aclarara
estos interrogantes, y así lo ha hecho. Veamos lo que nos
dice la [Sagrada Escritura]. ? La muerte no formaba parte del
propósito original de Dios para la humanidad. La primera
mención bíblica de la muerte indica que eso no era
lo que Dios quería para la humanidad. La narración
de Génesis sobre la primera pareja humana explica que Dios
les puso una prueba sencilla a fin de que manifestaran su amor y
fidelidad: les prohibió comer de un árbol en
concreto. "El día que comas de él, positivamente
morirás", advirtió Dios (Génesis 2:17).
Adán y Eva sólo morirían si se rebelaban y
no pasaban la prueba. La Biblia menciona que fueron infieles a
Dios, y por eso murieron. De esta forma se introdujeron la
imperfección y la muerte en la familia humana.

? La Biblia asemeja la muerte al
sueño. Habla de "dormir en la muerte" (Salmo 13:3)…
Quien se sume en un sueño profundo no tiene conciencia del
mundo que lo rodea ni del paso del tiempo; no experimenta dolor
ni sufrimiento. Del mismo modo, en la muerte no hay actividad ni
conciencia. Pero la comparación llega mucho más
lejos: el que duerme espera despertar. Y ésa es
precisamente la esperanza que brinda la Biblia para los
difuntos.

El Creador mismo promete: "De la mano del
Seol [el sepulcro común] los redimiré; de la muerte
los recobraré. ¿Dónde están tus
aguijones, oh Muerte? ¿Dónde está tu poder
destructor, oh Seol?" (Oseas 13:14). Otra profecía
bíblica dice que Dios "realmente se tragará a la
muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová
ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro"
(Isaías 25:8). Al proceso de devolver la vida a los
muertos se le llama "resurrección".

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¿Dónde vivirán los resucitados?
[La] humanidad tiene el deseo natural de vivir indefinidamente…
Si pudiera elegir, ¿viviría en un mundo donde no
haya nada de todo aquello a lo que como humano está
acostumbrado y que le produce placer? En condiciones ideales,
¿no le gustaría vivir en una Tierra
paradisíaca? Ésa es justamente la esperanza que
ofrece la Biblia, sí, vida eterna aquí en la
Tierra. Para eso creó Dios este planeta, para que lo
habitaran felices por la eternidad quienes lo amaran y le
sirvieran. De ahí que la Biblia diga: "Los justos mismos
poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre
ella" (Salmo 37:29; Isaías 45:18; 65:21-24).

¿Cuándo acontecerá la
resurrección? El hecho de que la muerte se compare al
sueño indica que, en términos generales, la
resurrección no ocurre inmediatamente después de la
muerte. Entre el momento de la muerte y el día de la
resurrección media un período de "sueño".
Job preguntó: "Si un hombre físicamente capacitado
muere, ¿puede volver a vivir?". A lo que respondió:
"Esperaré [en el sepulcro], hasta que llegue mi relevo.
[Dios llamará], y yo mismo [le] responderé" (Job
14:14,15).

Por supuesto, la esperanza que da la Biblia
no elimina necesariamente todo temor a la muerte. Es natural
sentir inquietud ante el dolor y el sufrimiento que a veces
preceden a la muerte; además, es comprensible que uno tema
la pérdida de un ser querido, y también que nos
preocupen las tristes consecuencias que la muerte propia pueda
traer a las personas que amamos.

No obstante, al revelarnos la verdad sobre
el estado de los muertos, la Biblia disipa el temor irracional
ante la muerte. No hay razón para temer que los demonios
nos atormenten en un infierno de fuego, ni para temer a un reino
sombrío y fantasmal donde las almas vaguen sin descanso,
ni para temer que lo único que el futuro nos reserve sea
la inexistencia eterna. ¿Por qué? Porque la memoria
de Dios es infinita, y él promete devolver la vida
aquí en la Tierra a todos los muertos que se hallen en su
memoria. La Biblia nos garantiza esta promesa al decir: "El Dios
verdadero es para nosotros un Dios de hechos salvadores; y a
Jehová el Señor Soberano pertenecen los caminos de
salir de la muerte" (Salmo 68:20)».

Resurrección.

La obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS,
editada en 1991 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, tomo
2, páginas 831 a 841, dice en parte: «La palabra
griega "a·ná·sta·sis", que significa
literalmente "levantamiento; alzamiento", se emplea con
frecuencia en las Escrituras Griegas Cristianas para referirse a
la resurrección de los muertos. El apóstol Pablo
citó unas palabras de las Escrituras Hebreas —Oseas
13:14— que indican que se abolirá la muerte y se
dejará sin poder al "Seol" (hebreo "sche"óhl";
griego "hái·des") (1Co 15: 54,55). Algunas
versiones traducen el término "seol" por "sepultura" y
"hoyo". Las [Santas] Escrituras dicen que es el lugar adonde van
los muertos (Gé 37:35; 1Re 2:6; Ec 9:10). Los usos de este
término en las Escrituras Hebreas y los de su equivalente
"hái·des" en las Escrituras Griegas Cristianas
muestran que no se refiere a una sepultura individual, sino a la
sepultura común de toda la humanidad (Eze 32:21-32; Rev
20:13). Dejar sin poder al Seol significaría liberar a los
que están en él, es decir, vaciar la sepultura
común de la humanidad. Por supuesto, esto
requeriría una resurrección, es decir, que se
levantara de su condición inanimada de muerte o de la
sepultura a los que están allí… Lo expuesto
indica que en las Escrituras Hebreas aparece la enseñanza
de la resurrección…

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Jesucristo señaló a los
saduceos, una secta que no creía en la
resurrección, que los escritos de Moisés
registrados en las Escrituras Hebreas —Escrituras que ellos
poseían y en las que afirmaban creer— prueban que
hay una resurrección; alegó que cuando
Jehová dijo que era "el Dios de Abrahán y el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob", personajes que en realidad estaban
muertos, indicó que para Él era como si aquellos
hombres estuvieran vivos, porque Él, "el Dios, no de los
muertos, sino de los vivos", se proponía resucitarlos…
Para Aquél que tiene el poder de crear al hombre a su
propia imagen, con un cuerpo perfecto y con el potencial de
expresar a plenitud las maravillosas características
implantadas en la personalidad humana, no supone ningún
problema insuperable resucitar a una persona. Si el hombre puede
grabar y conservar en una videocinta las imágenes y
sonidos de una escena y luego reproducirla gracias a los
principios científicos que Dios ha creado, cuánto
más fácil será para el gran Soberano
Universal y Creador resucitar a una persona reproduciendo la
misma personalidad en un cuerpo recién formado. Con
respecto a la revivificación de las facultades
reproductivas de Sara [la esposa de Abrahán] en su edad
avanzada, el ángel dijo: "¿Hay cosa alguna
demasiado extraordinaria para Jehová?" (Gé 18:14).
En el principio no era necesaria la resurrección, no era
parte del propósito original de Dios para la humanidad,
puesto que a los hombres no se les había creado para
morir. El propósito de Dios, según Él mismo
indicó, era llenar la Tierra de seres humanos vivos, no de
una raza que se deteriorara y muriera. Su obra era perfecta, y,
por ende, sin defecto, imperfección ni enfermedad (Dt
32:4). Jehová bendijo a la primera pareja humana y le dijo
que se multiplicara y llenara la tierra (Gé 1:28). Esta
bendición excluía la enfermedad y la muerte; Dios
no fijó una duración limitada de vida para el
hombre, sino que le dijo que moriría si
desobedecía. De modo que si no desobedecía,
viviría para siempre. Por su desobediencia,
incurriría en el disfavor de Dios, perdería su
bendición y se acarrearía una maldición.
(Gé 2:17; 3:17-19).

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Por consiguiente, la muerte se introdujo en la raza
humana por la transgresión de Adán (Ro 5:12).
Debido al pecado de su padre y a la imperfección
resultante, la descendencia de Adán no podía
heredar de él la vida eterna, ni siquiera la esperanza de
vivir para siempre… El concepto de la resurrección fue
necesario, o se añadió, para superar esta
incapacidad que tendrían los hijos de Adán que
desearan obedecer a Dios… La resurrección no sólo
muestra el poder y la sabiduría ilimitados de
Jehová, sino también su amor y misericordia, y lo
vindica, además, como Aquél que conserva la vida de
los que le sirven… Además, la resurrección es un
medio del que se vale Jehová a fin de que se lleve a cabo
su propósito para la Tierra, según le había
declarado a Adán (Gé 1:28). La resurrección
de los muertos, una bondad inmerecida de parte de Dios, es
esencial para la felicidad de la humanidad y para reparar todo el
daño, sufrimiento y opresión que le ha sobrevenido
a la raza humana como resultado de la imperfección y las
enfermedades, las guerras que ha peleado, los asesinatos y las
acciones inhumanas cometidas por los inicuos a instigación
de Satanás el Diablo… ¿Cuándo se dio por
primera vez la esperanza de la resurrección?
Después que Adán pecó y como consecuencia se
acarreó la muerte a sí mismo y la introdujo entre
sus futuros descendientes, Dios dijo a la [criatura
angélica que utilizó a la] serpiente: "Y
pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
descendencia y la descendencia de ella. Él te
magullará en la cabeza y tú le magullarás en
el talón" (Gé 3:15)… Jesús dijo a los
judíos religiosos que se oponían a él:
"Vosotros procedéis de vuestro padre el Diablo, y
queréis hacer los deseos de vuestro padre. Ése era
homicida cuando principió, y no permaneció firme en
la verdad, porque la verdad no está en él" (Jn
8:44). Estas palabras prueban que fue el Diablo quien
habló por medio de la serpiente, y que fue un homicida
desde el principio de su proceder mentiroso y diabólico.
En la visión [apocalítica] que posteriormente
[recibió el apóstol] Juan, […] a Satanás
el Diablo también se le llama "la serpiente original" (Rev
12:9). Satanás se apoderó de la humanidad, pues al
inducir a Adán a rebelarse contra Dios, consiguió
tener bajo su influencia a los hijos de Adán. De modo que
en la primera profecía, registrada en Génesis 3:15,
Jehová dio la esperanza de que esta serpiente sería
eliminada. No sólo se aplastará a Satanás la
cabeza, sino que se desbaratarán, destruirán o
desharán todas sus obras. El cumplimiento de esta
profecía exige que se anule la muerte adámica, lo
que implica una resurrección de los descendientes de
Adán que están en el Seol (Hades) como resultado de
los efectos heredados del pecado.

El apóstol Pablo habla de la
situación que Dios permitió que existiese
después que el hombre pecó, así como del
propósito que tuvo al permitirla: "Porque la
creación fue sujetada a futilidad [por haber nacido todos
en pecado y haber sido condenados a la muerte], no de su propia
voluntad [a los hijos de Adán se les trajo al mundo en
esta situación, aunque no lo habían elegido ni
podían cambiar lo que Adán había hecho],
sino por aquel [Dios, en su sabiduría] que la
sujetó, sobre la base de la esperanza de que la
creación misma también será libertada de la
esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa
libertad de los hijos de Dios". Con el fin de experimentar el
cumplimiento de esta esperanza de gloriosa libertad, los que han
muerto tendrían que ser resucitados, libertados de la
muerte y de la sepultura. Así que mediante su promesa de
una "descendencia" venidera que aplastaría la cabeza de la
serpiente, Dios colocó una maravillosa esperanza ante la
humanidad. Del registro bíblico se desprende que cuando
Abrahán intentó ofrecer a su hijo Isaac,
tenía fe en el poder y el propósito de Dios de
levantar a los muertos. El fundamento de la fe de Abrahán
en una resurrección era la promesa que Dios le
había hecho en cuanto a la "descendencia" (Gé
3:15). Además, tanto Abrahán como Sara ya
habían experimentado algo comparable a una
resurrección cuando Dios revivificó sus facultades
reproductivas (Gé 18:9-11; 21:1,2,12). Job expresó
una fe similar al decir cuando sufría intensamente:
"¡Oh que en el Seol me ocultaras, […] que me fijaras un
límite de tiempo y te acordaras de mí! Si un hombre
físicamente capacitado muere, ¿puede volver a
vivir? […] Tú llamarás, y yo mismo te
responderé. Por la obra de tus manos sentirás
anhelo" (Job 14:13-15). Los profetas Elías y Eliseo
resucitaron a algunas personas (1Re 17:17-24; 2Re 4:32-37;
13:20,21). Sin embargo, los resucitados volvieron a morir… Las
Escrituras muestran sin ambages que no hay un "alma inmaterial"
separada y distinta del cuerpo. El alma muere cuando muere el
cuerpo. Hasta de Jesucristo está escrito que
"derramó su alma hasta la mismísima muerte". Su
alma estaba en el "Seol". Él no existía como alma o
persona durante ese tiempo. Por consiguiente, en la
resurrección no se efectúa ninguna unión
entre alma y cuerpo. Sin embargo, la persona ha de tener un
cuerpo, sea espiritual o terrestre, pues todas las personas,
tanto celestiales como terrestres, poseen un cuerpo. Para que
vuelva a ser una persona, el que ha muerto debe tener un cuerpo,
sea físico o espiritual… Pero, ¿vuelven a
juntarse las células del cuerpo anterior en la
resurrección? ¿Es acaso una reproducción
exacta del cuerpo anterior, hecho precisamente tal como era
cuando la persona murió?… No podría ser el mismo
cuerpo, con exactamente los mismos átomos. Cuando una
persona muere y es enterrada, el proceso de descomposición
convierte el cuerpo en elementos químicos orgánicos
que la vegetación absorbe. Cabe la posibilidad de que
otras personas coman de esa vegetación, de modo que los
elementos, los átomos de la persona muerta, pueden estar
en otras muchas personas. Es obvio que cuando se produzca la
resurrección, esos mismos átomos no podrán
estar en la persona resucitada y en todas las demás al
mismo tiempo.

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El cuerpo resucitado tampoco tiene por qué ser
una copia exacta del cuerpo al momento de la muerte. Si el cuerpo
de una persona antes de morir estaba mutilado,
¿volverá de la misma manera? Sería
irrazonable, porque pudiera darse el caso de que no estuviera ni
siquiera en condición de oír y hacer "las cosas
escritas en [las Santas Escrituras]"… Digamos que una persona
murió por haberse desangrado. ¿Volverá sin
sangre? No, porque no podría vivir con un cuerpo humano
sin sangre. Más bien, recibirá un cuerpo del agrado
de Dios. Como la voluntad y el gusto de Dios es que la persona
resucitada obedezca las "cosas escritas en [las Santas
Escrituras]", deberá tener un cuerpo sano, que posea todas
sus facultades. De esta manera, toda persona podrá ser
considerada, debida y justamente, responsable de sus hechos… La
provisión de la resurrección para la humanidad es
realmente una bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba
obligado a suministrarla… Los siervos de Dios han esperado
ansiosos el día de la resurrección. En el
planteamiento de sus propósitos, Dios ha fijado el tiempo
exacto para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia
serán completamente vindicadas… Sobre el amor de Dios a
la humanidad y su deseo de ayudarla, el fiel Job
reflexionó: "Si un hombre físicamente capacitado
muere, ¿puede volver a vivir? […] Tú
llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de
tus manos sentirás anhelo" (Job 14: 14,15).

Se calcula que la cantidad de personas que
han vivido en la Tierra asciende a unos 20.000 millones.
Éste es un cálculo muy liberal, y muchos estudiosos
de la materia creen que el total ni siquiera se aproxima a esa
cifra… La tierra seca tiene una superficie de unos 148 millones
de Km 2 (14.800 millones de
hectáreas). Incluso si se dedicara la mitad de esa
superficie a otros propósitos, todavía le
correspondería a cada persona más de la tercera
parte de una hectárea. Esta superficie bastaría
para proveer alimento a una persona, sobre todo si se tiene en
cuenta que, como ya quedó demostrado en el caso de la
nación de Israel, la bendición de Dios resulta en
abundancia de alimento. Con respecto a la cuestión de si
la Tierra podrá producir suficiente alimento, la
Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura sostiene que con sólo
algunas mejoras básicas en la agricultura, la Tierra
podría alimentar hasta nueve veces la población que
se prevé para el año 2000, incluso en las zonas en
desarrollo (Land, Food and People, Roma, 1984, páginas 16
y 17). Pero, ¿cómo se podrá atender
adecuadamente a los miles de millones de resucitados, si se tiene
en cuenta que la mayoría de ellos no conocían a
Dios en el pasado y deberán aprender a conformarse a Sus
leyes?… ¿Cómo será posible resucitar y
educar en sólo mil años a los millones de personas
que en la actualidad están muertas? Supongamos, no con
ánimo de profetizar, sino únicamente a modo de
ejemplo, que la "gran muchedumbre" de personas justas que
sobreviven a "la gran tribulación" (Rev 7:9,14) se compone
de unos 3 millones de personas (aproximadamente 1/1666 de la
población mundial actual, en 1991). Si tras permitir unos
cien años para su formación y para que "sojuzguen"
parte de la Tierra (Gé 1:28), Dios decidiese devolver a la
vida a un 3% de esa cantidad, entonces por cada resucitado,
habría 33 personas que podrían atenderle. Puesto
que un incremento anual del 3% duplica la cantidad
aproximadamente cada veinticuatro años, el número
total de 20 mil millones de personas podría resucitar
antes de que hubiesen transcurrido 400 años del Reino de
mil años de Cristo, con lo que se daría suficiente
tiempo para educar y juzgar a los resucitados sin afectar la
armonía ni el orden de la Tierra. De esta manera, Dios,
con su poder y sabiduría infinitos, puede llevar su
propósito a un fin glorioso dentro del marco de las leyes
y disposiciones que ha dado a la humanidad desde su comienzo, con
la bondad inmerecida añadida de la
resurrección».

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Autor:

Jesús Castro

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