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Poder mental




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2

  1. El
    poder de la mente humana
  2. La
    ciencia humana
  3. Ciencia y poder
  4. La
    edad del oscurantismo
  5. Renacimiento
  6. Ciencia contemporánea
  7. Ciencia futura

Este articulo pretende contestar lo mas
eficaz y sencillamente posible Ia siguiente pregunta,
basada en los estudios profundos del Genesis: C.En
que sentido es poderosa Ia mente humana?

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Hoy dla son muchas las personas que creen
que el cerebra y Ia mente humana tienen poderes sabre­
naturales,tales como Ia precognici6n (conocimiento profetico del
futuro), Ia telepatla (capacidad de comu­ nicaci6n a
distancia, mediante el pensamiento), Ia levitaci6n (fuerza para
levantar objetos pesados y mo­ verlos de un sitio a otro,
incluso el propio cuerpo), etc. Opinan que, usando las tecnicas
apropiadas, el cere­ bra humano serla capaz de realizar
autenticos milagros. La pregunta pertinente es, por consiguiente:
C.Hay algun indicia, en las Santos Escrituras, que corrobore este
punto de vista?

La verdad es que no lo hay. Las Santos Escrituras
describen los milagros como portentos u obras poderosas
producidas por fuerzas sobrehumanas y no intrahumanas; y cuando
aparentemente es algun hombre el actor principal de un drama
milagroso, en realidad dicho ser humano no es mas que una
simple fachada sin ningún poder real que
emane propiamente de él. Así, pues, en las Santas
Escrituras, los poderes sobrenaturales proceden exclusivamente de
Dios, de los ángeles o de los demonios.

El poder de la
mente humana.

Si bien la mente del hombre no posee ninguna clase de
poderes milagrosos o sobrenaturales, lo cierto es que tiene otro
tipo de poder nada despreciable: el poder intelectual. ¿De
qué se trata?

El poder intelectual es producto de la actividad mental
humana y se deriva de usar acertadamente el entendimiento o
raciocinio, permitiendo al individuo o colectividad realizar
proezas de ingeniería, tecnología e
investigación sin precedentes. Sus grandes exponentes son
la ciencia y la tecnología, capaces de llevar a cabo
hechos que las generaciones pretéritas
considerarían "milagrosos".

De todos los poderes mentales del hombre, la capacidad
de hacer ciencia es lo más destacable. La ciencia es la
aplicación de la intelectualidad al estudio profundo de la
realidad, generando un conocimiento acumulativo y
sistemático de los fundamentos que subyacen bajo la
apariencia de los cambios o fenómenos que dicha realidad
presenta y dando razón de la relación de causa a
efecto de los mismos. La aplicación de la ciencia para
provecho humano constituye la tecnología, la cual, en
nuestros días, ha llegado bastante lejos. La
tecnología actual es capaz de lograr maravillas y ha
dotado al ser humano de gran poder de control sobre el medio
ambiente que le rodea: hazañas que poco más de cien
años atrás se consideraban increíbles o
fantasiosas.

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NOTA:

La revista DESPERTAD del 8-4-1993,
páginas 6 y 7, publicada en español y otros idiomas
por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, bajo el
subtema "¿Qué se entiende por ciencia?", dice lo
siguiente:

«Según la Enciclopedia Espasa, la ciencia
es "el conocimiento cierto de las cosas por sus principios y
causas". Como es de suponer, existen varias clases de ciencias o
ramas del saber. El libro The Scientist (El científico)
comentó a este respecto: "En teoría, cualquier
parcela del conocimiento puede denominarse ciencia, ya que por
definición una rama del saber se convierte en ciencia
siempre que su estudio se realice siguiendo el método
científico".

Esto hace que resulte un tanto
difícil definir con toda precisión dónde
termina una disciplina científica y empieza
otra. De hecho, según la Enciclopedia Espasa, existe "la
dificultad de hacer una clasificación de las ciencias, que
presente, siquiera en sus líneas generales, la rica
variedad de éstas y [cómo] se relacionan entre
sí, uniéndolas sin confundirlas y
distinguiéndolas sin separarlas". Con todo, en la
mayoría de las obras de consulta se mencionan cuatro
disciplinas científicas principales: físicas,
biológicas, sociales y exactas, que incluyen las
matemáticas.

Pero ¿son las matemáticas una
ciencia? Sí lo son, pues sin la existencia de un
método unificado para dimensionar —grande o
pequeño—, cuantificar —poco o mucho—,
medir distancias —lejos o cerca— y determinar
la temperatura —frío o calor—,
hubiese sido imposible una investigación científica
fructífera. No en balde se ha dicho que las
matemáticas son "reina y doncella de las
ciencias".

Las ciencias físicas incluyen la química,
la física y la astronomía. Las ciencias
biológicas más importantes son la botánica y
la zoología. Por último, las ciencias sociales
abarcan antropología, sociología,
económicas, ciencias políticas y
psicología.

Ahora bien, se debe distinguir entre las
ciencias puras y las aplicadas. Las primeras se fundan
exclusivamente en el hecho científico y los principios;
las últimas, en el campo de la aplicación
práctica del concepto científico, por lo que
también se las conoce por ciencias
tecnológicas.

La ciencia
humana.

La revista DESPERTAD antes citada, páginas 7 y 8,
explica en parte:

«Tanto la religión como la ciencia son
ejemplos del anhelo del hombre por conocer la verdad, pero hay
una diferencia sustancial entre el medio de hallar la verdad
religiosa y el medio de hallar la verdad científica. La
persona que busca la verdad religiosa tal vez acuda a la Biblia,
el Corán, el Talmud, los libros védicos o la
Tipitaka (libros sagrados budistas), en función de la
religión que profese: cristiana, musulmana, judía,
hindú o budista. En dichos textos hallará lo que su
religión considera la verdad religiosa revelada,
procedente, tal vez, de una fuente divina y, por lo tanto,
entendida como autoridad final y decisiva.

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Sin embargo, el que busca la verdad
científica no tiene una autoridad final a la
que acudir, sea libro o persona. La verdad científica no
ha sido revelada, se descubre. Para ello hace falta un
método de tanteo, que a menudo inicia al que busca la
verdad científica en una empresa infructífera. No
obstante, si sigue cuatro pasos sistemáticamente en su
investigación, su búsqueda puede resultar
más fructífera:

CÓMO SE LLEGA A LA VERDAD POR EL
MÉTODO CIENTÍFICO

1. Observación de los
hechos.

2. Sobre la base de los hechos observados,
formule una teoría que explique el
fenómeno.

3. Ponga a prueba la teoría
abundando en nuevas observaciones y por
experimentación.

4. Compruebe si las predicciones basadas en
la teoría se cumplen.

De todas formas, la ciencia ha celebrado muchas de sus
victorias sobre las cenizas de pasadas derrotas, al conseguir
reemplazar conceptos anteriormente válidos por otros
más ajustados a los hechos.

A pesar de este método de pruebas y
desaciertos, con el correr del tiempo los científicos han
acumulado una cantidad sorprendente de conocimientos. Aunque se
han equivocado con frecuencia, han podido corregir muchas de sus
conclusiones inexactas previas antes de ocasionar algún
daño grave. Siempre que los conocimientos inexactos
permanezcan en el ámbito de las ciencias puras, el riesgo
será mínimo, pero si se intentara trasladarlos al
campo de las ciencias aplicadas, las consecuencias podrían
ser desastrosas.

Tomemos por ejemplo el conocimiento científico
que hizo posible la invención de los insecticidas. Su
importancia era incuestionable hasta que investigaciones
científicas posteriores demostraron que dejan sustancias
residuales nocivas para la salud. En algunas comunidades cercanas
al mar de Aral, ubicado en las regiones de Uzbekistán y
Kazajstán, se ha podido demostrar que existe una
relación entre el empleo indiscriminado de insecticidas y
la elevada proporción de cáncer de esófago,
que es superior a la media nacional. Los aerosoles se hicieron
muy populares por las ventajas que ofrecían, hasta que la
investigación científica indicó que su uso
contribuía a la destrucción de la capa de ozono que
protege la atmósfera terrestre mucho más
rápidamente de lo que en un principio se pensó.
Estos ejemplos demuestran que la búsqueda de la
verdad científica es un proceso continuo. Lo que hoy
es una "verdad" científica, mañana puede
considerarse una idea equivocada, y posiblemente hasta
peligrosa.

La ciencia y la tecnología han
contribuido notablemente a la configuración de nuestro
mundo moderno. Frederick Seitz, ex presidente de la Academia
Nacional de Ciencias estadounidense, dijo a este respecto: "La
ciencia, que inició su andadura como aventura de la mente
humana, se ha ido convirtiendo en uno de los principales pilares
de nuestro estilo de vida". En consecuencia, la
investigación científica ha pasado a ser
sinónimo de progreso. Quien se atreva a cuestionar los
últimos logros de la ciencia corre el riesgo de que le
llamen "retrógrado". Después de todo, para muchas
personas el progreso científico es lo que distingue el
mundo civilizado del incivilizado.

No sorprende que el poeta inglés
contemporáneo W.H. Auden dijese: "Los verdaderos hombres
de acción de nuestro tiempo, los que transforman el mundo,
no son ni los políticos ni los estadistas, sino los
científicos".

Muy pocas personas serían capaces de
opinar que el mundo no necesita transformación, pero
¿podrá transformarlo la ciencia?
¿Podrá descubrir las verdades científicas
que hacen falta para afrontar los singulares retos que el siglo
XXI trae consigo? Y ¿podrá captar y aprender esas
verdades con suficiente rapidez como para librar a la humanidad
del temor a una inminente hecatombe mundial?

Linus Pauling, ganador del premio Nobel en
dos ocasiones, dijo: "Todo habitante de la Tierra debe
entender algo de la naturaleza y los efectos de la
ciencia"».

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Ciencia y
poder.

El poder que tiene el hombre sobre los animales y sobre
el entorno natural que le rodea es básicamente un poder
mental o intelectual, es decir, un poder científico. La
capacidad de hacer ciencia y, a partir de ésta,
desarrollar tecnología, confiere al hombre su
poderío sobre el resto de los vivientes
terrestres.

Pero el desarrollo de la ciencia humana ha sido un
proceso acumulativo, gradual y lento a través del tiempo.
A este respecto, la revista DESPERTAD del 22-4-1993, paginas 20 a
23, expone:

«"Nadie sabe quién fue el
primero en descubrir el fuego, en inventar la rueda, el arco y la
flecha, o en intentar explicar la salida y la puesta
del Sol", dice The World Book Encyclopedia. De todas formas, lo
cierto es que se han descubierto, inventado y explicado, y desde
entonces el mundo jamás ha vuelto a ser igual.

Estos logros fueron los primeros pasos de
una búsqueda de la verdad que hasta la fecha ha
durado unos seis mil años. El hombre siempre
ha tenido curiosidad, ha deseado entender el mundo animado e
inanimado que le rodea. También ha estado interesado en la
aplicación práctica de las cosas que aprende, con
el fin de beneficiarse. Esta sed inherente de conocimiento y el
deseo de aplicarlo han sido la fuerza motriz del hombre en su
incesante búsqueda de la verdad
científica.

Claro que no se llamó tecnología, como hoy
se hace, a los primeros intentos de dar al conocimiento
científico una aplicación práctica, ni se
consideró científicos a quienes los hicieron. De
hecho, la ciencia en el sentido actual ni siquiera ha existido
durante gran parte de la historia humana. Cuando en el siglo XIV
el poeta inglés Chaucer empleó la palabra
"ciencia", se refería simple y llanamente a las diversas
clases de conocimiento, lo que encaja con su etimología,
pues se deriva de una voz latina que significa
"saber".

Prescindiendo del nombre que recibiera en
un principio, la ciencia comenzó en el jardín de
Edén tan pronto como el hombre se entretuvo
en investigar su entorno inmediato. Aun antes de la
creación de Eva, a Adán se le encargó la
tarea de dar nombre a los animales. Ponerles un nombre apropiado
exigía que Adán estudiara detenidamente sus
hábitos y características. En la actualidad, esta
ciencia recibe el nombre de zoología.

Caín, el primer hijo de Adán y Eva, "se
ocupó en edificar una ciudad", lo que parece indicar que
debió tener suficiente conocimiento científico como
para idear las herramientas necesarias. Tubal-caín, uno de
sus descendientes, fue conocido como "forjador de toda clase de
herramienta de cobre y de hierro". Obviamente, el conocimiento
científico y tecnológico había
aumentado.

Cuando Egipto se convirtió en potencia mundial
—la primera que menciona la Biblia—, el avance del
conocimiento científico había alcanzado tal punto
que los egipcios pudieron construir grandes
pirámides. En The New Encyclopædia Britannica se
explica que el diseño de estas pirámides "se
consiguió después de mucha experimentación,
en el transcurso de la cual se resolvieron grandes problemas de
ingeniería". Para resolverlos se requería un buen
conocimiento matemático y la existencia de disciplinas
científicas afines.

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Es obvio que la curiosidad científica no fue
patrimonio exclusivo de los egipcios. Los babilonios, aparte de
haber confeccionado un calendario, tenían un sistema
numérico y de medidas. En el Lejano Oriente, la
civilización china hizo valiosas aportaciones
científicas, y en América, los antepasados de los
mayas y de los incas crearon una civilización
avanzada que más tarde sorprendió a los
exploradores europeos, quienes no esperaban ni mucho menos logros
semejantes de unos "nativos atrasados".

Sin embargo, no todo lo que estas civilizaciones
antiguas consideraban verdad científica ha resultado ser
científicamente exacto. Según The World Book
Encyclopedia, junto con los valiosos medios de
investigación científica que los babilonios
idearon, "también cultivaron la pseudociencia de la
astrología".

Para los estudiantes de la Biblia, la antigua Babilonia
es sinónimo de adoración falsa. Según sus
conceptos astrológicos, había una deidad para cada
una de las regiones celestes. En cambio, la Biblia, que
enseña que sólo hay un Dios verdadero, coincide con
la ciencia en rechazar una pseudociencia como la
astrología.

La religión era una parte inseparable de la vida
del hombre de tiempos antiguos, por lo que se comprende que el
conocimiento científico fuese paralelo a las ideas y
creencias religiosas. Esta peculiaridad se puede observar bien en
el campo de la ciencia médica.

En The New Encyclopædia Britannica
se dice que "los documentos antiguos que explican
cómo era la sociedad y la medicina de Egipto durante el
Imperio Antiguo, indican que la magia y la religión
estaban inseparablemente ligadas a la práctica
médica empírico-racional y que el mago supremo de
la corte faraónica solía ser el médico
principal del país".

Durante la tercera dinastía egipcia,
un destacado arquitecto llamado Imhotep
alcanzó renombre como médico bastante cualificado.
Poco menos de un siglo después de su muerte, Egipto le
rindió culto como el dios de la medicina, y para el fin
del siglo VI antes de la EC había sido elevado al
panteón de los dioses universales. La enciclopedia
Britannica menciona que los templos que se le dedicaron
"solían estar abarrotados de enfermos que acudían a
orar y dormir allí, convencidos de que el dios les
revelaría en sueños el remedio de sus
dolencias".

Las ideas religiosas influyeron notablemente en los
sanadores egipcios y babilonios. La obra The Book of Popular
Science dice: "La teoría patológica común en
aquella época y durante muchas de las siguientes
generaciones fue que las fiebres, infecciones, dolores y
padecimientos se debían a la acción de malos
espíritus o demonios que invadían el cuerpo". Por
ello en el tratamiento médico por lo general se empleaban
ofrendas religiosas, hechizos y encantamientos.

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Durante los siglos IV y V antes de la EC, un
médico griego llamado Hipócrates cuestionó
los conceptos egipcios. A él se le conoce hoy sobre todo
por el juramento hipocrático, que sigue siendo la base de
la ética médica. El libro "Moments of
Discovery—The Origins of Science" dice que
Hipócrates fue "de los primeros que rivalizaron con la
clase sacerdotal en la búsqueda de una explicación
para las dolencias del hombre". Basándose en
métodos científicos, buscó las causas
naturales de la enfermedad. La razón y la experiencia
comenzaron a reemplazar a la superstición religiosa y las
conjeturas.

Al rechazar las ideas equivocadas de la religión
falsa, Hipócrates dio un paso importante en la
dirección correcta. No obstante, aún hoy quedan
vestigios de los antecedentes religiosos de la medicina. Su
símbolo, la serpiente enrollada en la vara de Asclepio
(Esculapio) —deidad griega de la medicina—, se
remonta a los antiguos templos de curaciones en los que
había serpientes sagradas. Según The Encyclopedia
of Religion, estas serpientes representaban "la capacidad para
renovación de la vida y el renacimiento
saludable".

Hipócrates llegó a ser conocido más
tarde como el padre de la medicina, lo cual no quiere decir que
no cometiera a veces errores científicos. La obra "The
Book of Popular Science" indica que algunas de sus ideas
erróneas "nos parecerían hoy meras
fantasías", aunque previene contra cualquier arrogancia
médica, pues dice: "Es probable que algunas de las
teorías médicas que en la actualidad gozan de
más arraigo lleguen a parecer igual de fantásticas
a hombres de una futura generación".

De modo que llegar a la verdad científica ha sido
un proceso gradual, que ha requerido que durante siglos se hayan
entresacado los hechos aislados de teorías erradas. Sin
embargo, para que esto fuese posible, los hallazgos de una
generación han debido pasarse a la siguiente con toda
exactitud. Como es lógico, un modo de hacerlo ha sido por
transmisión oral, pues el hombre fue creado con la
facultad del habla.

No obstante, la transmisión oral
nunca hubiera sido suficientemente segura como para garantizar la
exactitud que el adelanto científico y tecnológico
exigen. Era evidente la necesidad de poner la información
por escrito.

No se sabe con certeza cuándo comenzó el
hombre a escribir, pero a partir del momento en que lo hizo, tuvo
en sus manos un maravilloso recurso para pasar información
con la que otros podrían trabajar. Antes de la
invención del papel — tal vez en China hacia el
año 105 de la EC— se escribía sobre tablillas
de arcilla, papiro y pergamino.

Habría sido imposible que la ciencia avanzara sin
un sistema numérico y de medidas: un logro de primera
magnitud. La obra "The Book of Popular Science" dice que la
aplicación de las matemáticas ha sido de "alcance
universal" y añade que "sus análisis han resultado
en muchos progresos científicos de máxima
importancia". También son una "inestimable herramienta
para el químico, el físico, el astrónomo, el
ingeniero y otros profesionales".

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Con el transcurso de los siglos, otros factores han dado
impulso a la búsqueda de la verdad científica. Tal
es el caso de los viajes. A este respecto, "The Book of Popular
Science" explica: "Es probable que la persona que
viaja a otros países perciba que nuevos paisajes, sonidos,
olores y sabores incentivan su curiosidad, y se sienta tentada a
preguntar por qué son tan diferentes las cosas en otras
tierras. Al intentar satisfacer su curiosidad, adquirirá
sabiduría. Así les ocurrió a los antiguos
griegos".

Leamos sobre historia de la religión,
política o comercio y tropezaremos más de una vez
con alguna mención del pueblo griego. ¿Quién
no ha oído hablar de sus famosos filósofos,
término que se deriva de la palabra griega
fi·lo·so·fí·a: "amor a la
sabiduría"? En el siglo I, cuando el apóstol
cristiano Pablo viajó a Grecia, el amor de los griegos a
la sabiduría y su sed de conocimiento ya eran un hecho muy
conocido. Él mencionó a los epicúreos y a
los estoicos, quienes como "todos los atenienses y los
extranjeros que residían allí temporalmente no
pasaban su tiempo libre en ninguna otra cosa sino en decir algo o
escuchar algo nuevo" (Hechos de los Apóstoles
17:18-21).

No sorprende, pues, que los griegos hayan sido el pueblo
antiguo que mayor legado ha dejado a la ciencia. En "The New
Encyclopædia Britannica" se comenta: "El intento de la
filosofía griega de formular una teoría sobre el
universo que reemplazara la cosmología mítica,
condujo con el tiempo a descubrimientos científicos
prácticos".

De hecho, algunos filósofos griegos
hicieron importantes aportaciones a la búsqueda de la
verdad científica. Procuraron desarraigar los
conceptos y teorías erróneos de sus predecesores,
aunque al mismo tiempo se aprovecharon de los aspectos
válidos. Por lo tanto, puede decirse que si los
filósofos griegos del pasado vivieran hoy serían
muy probablemente los científicos actuales. Dicho sea de
paso, hasta hace relativamente poco se empleó la
expresión "filosofía natural" para designar las
diferentes ramas de la ciencia.

Tales de Mileto (del siglo VI antes de la EC), conocido
sobre todo por su obra matemática y por la creencia de que
el agua era la esencia de toda materia, estudió con
espíritu crítico la estructura cósmica, lo
que, según "The New Encyclopædia Britannica", tuvo
un efecto "decisivo en el progreso del pensamiento
científico". Sócrates (siglo V antes de la EC), de
quien "The Book of Popular Science" dice que "fue el creador de
un método de investigación por medio del
diálogo —la dialéctica—, que se
aproxima a la esencia misma del método científico".
Demócrito de Abdera (siglos V-IV antes de la EC)
ayudó a sentar la base de la teoría atómica
del universo, así como de las teorías de la
indestructibilidad de la materia y de la conservación de
la energía. Platón (siglos V-IV antes de la EC)
fundó la "Academia" en Atenas, dedicada a la
investigación filosófica y científica.
Aristóteles (siglo IV antes de la EC), biólogo
erudito, fundó el "Liceo", una
institución científica dedicada a la
investigación de muy diversos campos; sus ideas dominaron
el pensamiento científico por más de mil quinientos
años y fue considerado la suprema autoridad
científica. Euclides (siglo IV antes de la EC), el
matemático más relevante de la antigüedad, es
muy conocido por una compilación de sus conocimientos de
"geometría", voz griega que significa "medida de la
tierra". Hiparco de Nicea (siglo II antes de la EC), notable
astrónomo y padre de la trigonometría,
clasificó las estrellas en magnitudes según su
brillo, un sistema que en esencia aún está vigente;
fue precursor de Tolomeo, eminente geógrafo y
astrónomo del siglo II de la EC, quien amplió los
hallazgos de Hiparco y enseñó que la Tierra es el
centro del universo.

La edad del
oscurantismo.

Después del esplendor del pensamiento racional de
la Grecia antigua, una densa nube de oscuridad fue cubriendo poco
a poco el panorama intelectual europeo hasta tocar fondo en la
alta Edad Media. La ignorancia y la superstición se
adueñaron de los pobladores del mundo occidental hasta la
llegada del Renacimiento, de tal manera que el poder procedente
del conocimiento científico y tecnológico
quedó atenuado y hasta la dignidad humana se vio reducida
a la mínima expresión durante un periodo de
pesadilla social retrógrada denominado "feudalismo". Sobre
esta etapa de la historia de la ciencia humana, la revista
DESPERTAD del 8-5-1993, páginas 18 a 21,
expone:

«Después de miles de
años de búsqueda de verdades científicas, la
base de las futuras investigaciones parecía estable.
Seguramente ya nada podría detener el progreso. No
obstante, "The Book of Popular Science" (El libro de la ciencia
popular) dice que "durante los siglos III, IV y V de nuestra era,
la ciencia no fue muy favorecida".

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Dos acontecimientos relevantes
contribuyeron a dicha situación: en el siglo I se
introdujo una nueva era religiosa con Jesucristo, y
unas décadas antes, en 31 antes de la EC, la
fundación del Imperio romano alumbró una nueva era
política.

A diferencia de los filósofos griegos que les
precedieron, los romanos "estaban más interesados en
resolver los problemas cotidianos de la vida que en la
búsqueda de la verdad abstracta", comenta la obra citada
anteriormente. Es de suponer, por tanto, que su
"contribución a las ciencias puras fuera muy
escasa".

Sin embargo, los romanos contribuyeron a transmitir el
conocimiento científico acumulado hasta entonces. Por
ejemplo, la "Historia natural" fue una compilación
científica monumental realizada por Plinio el Viejo en el
siglo I. Si bien contenía errores, conservó
información científica diversa que de otro modo se
hubiese perdido para la posteridad.

En el campo religioso, la congregación cristiana,
que conoció por entonces un rápido crecimiento, no
se interesó en la investigación científica
de la época. No es que se opusiera a ella, sino que sus
prioridades —tal como el propio Cristo
había indicado— eran sencillamente entender y
difundir las verdades religiosas.

Antes del cierre del siglo I, los
cristianos apóstatas comenzaron a adulterar aquellas
verdades religiosas que tenían la obligación de
divulgar. En consecuencia, con el tiempo se estableció un
modelo apóstata de cristianismo, tal como se había
predicho. Los acontecimientos posteriores demostraron que su
rechazo de la verdad religiosa fue acompañado de
indiferencia, a veces hasta antagonismo, con respecto a la verdad
científica.

En "The World Book Encyclopedia" se explica
que durante la Edad Media (siglos V a XV) "los eruditos europeos
estaban más interesados en la teología, o el
estudio de la religión, que en el estudio de la
naturaleza". Y esta "importancia atribuida a la salvación,
en detrimento del estudio de la naturaleza, fue para la ciencia
un freno más que un incentivo", dice la Collier"s
Encyclopedia.

Las enseñanzas de Cristo no pretendían ser
un freno, pero el laberinto de conceptos religiosos ideado por la
cristiandad, incluido el desmedido relieve dado a la
salvación de una supuesta alma inmortal, favoreció
ese resultado. Casi todo el saber quedó bajo control
eclesiástico, y se estudiaba principalmente en los
monasterios. Esta actitud religiosa frenó la
búsqueda de la verdad científica.

Desde el comienzo de nuestra era, las cuestiones
científicas quedaron relegadas a un segundo plano en
beneficio de la teología. El único avance
científico digno de mención se produjo en la
medicina. Por ejemplo: Aulo Celso, escritor médico del
siglo I conocido como el "Hipócrates romano",
escribió una obra considerada hoy un clásico de la
medicina. El farmacólogo griego Pedanio
Dioscórides, cirujano del ejército romano de
Nerón, escribió una notable obra
farmacológica que se empleó mucho durante siglos.
Galeno, médico griego del siglo II, dio comienzo a la
fisiología experimental, y así influyó en la
práctica y la teoría médica hasta la Edad
Media.

Este período de estancamiento
continuó incluso después del siglo XV. Los
científicos europeos realizaron algunos descubrimientos,
pero no fueron en su mayoría innovaciones. La revista Time
dice a este respecto: "[Los chinos] fueron los primeros maestros
científicos del mundo. Emplearon el compás,
hicieron papel y pólvora e imprimieron con tipos
móviles mucho antes que los europeos".

En consecuencia, a causa del vacío
general de pensamiento científico en la Europa
"cristiana", el mundo no cristiano tomó la
iniciativa.

Para el siglo IX los científicos árabes se
estaban convirtiendo con rapidez en la vanguardia de la ciencia
de su tiempo. Fue sobre todo durante los siglos X y XI
—mientras la cristiandad estaba estancada— cuando
tuvieron su edad de oro. Hicieron valiosas aportaciones en
medicina, química, botánica, física,
astronomía y, notablemente, en matemáticas. Maan Z.
Madina, catedrático adjunto de Árabe de la
Universidad de Columbia, comentó que "tanto la
trigonometría moderna, como el álgebra y la
geometría, eran en gran medida creación del mundo
árabe".

Aunque una parte considerable de este conocimiento
científico era original árabe, otros aspectos del
mismo se basaban en el amplio legado de la filosofía
griega, y, por extraño que parezca, llegó a los
científicos islámicos de la mano de la
religión.

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A principios de nuestra era, la cristiandad
llegó hasta Persia y, después, Arabia
e India. En el siglo V, Nestorio, patriarca de
Constantinopla, se enzarzó en una controversia que
desembocó en un cisma en el seno de la Iglesia de Oriente
y en la formación de un movimiento sectario conocido como
nestorianismo.

Cuando la nueva religión del islam
irrumpió en el siglo VII en el escenario mundial y
empezó su campaña expansionista, los nestorianos no
perdieron tiempo en pasar sus conocimientos a los conquistadores
árabes. Según "The Encyclopedia of Religion", "los
nestorianos fueron los primeros en promover las ciencias y la
filosofía griegas mediante la traducción de los
textos griegos al sirio y después al árabe".
También fueron "los primeros en llevar a Bagdad la
medicina griega". Los científicos árabes empezaron
a construir sobre el conocimiento adquirido de los nestorianos.
El árabe reemplazó al siriaco en todo el imperio
como idioma de la ciencia, evidenciando una notable ductilidad
para la redacción científica.

Los árabes no sólo embebieron
conocimientos, sino que también los compartieron. Cuando
penetraron en Europa a través de España
—donde permanecieron por más de setecientos
años—, llevaron consigo la sabiduría de la
cultura musulmana. En el transcurso de las ocho cruzadas llamadas
"cristianas", entre 1096 y 1272, a los cruzados de
occidente les impresionó la avanzada civilización
islámica con la que habían entrado en
contacto. Regresaron —como dijo un autor— "repletos
de nuevas impresiones".

Una señalada contribución árabe a
la cultura europea fue su sistema numérico, que
reemplazó la numeración romana, a base de letras.
En realidad, decir "números arábigos" no es lo
más propio; parecería más indicado llamarlos
"indoarábigos". Es cierto que el matemático y
astrónomo árabe Al-Juwarizmi escribió sobre
este sistema, pero procedía de matemáticos
hindúes, quienes lo habían ideado más de mil
años antes, en el siglo III antes de la EC.

Este sistema apenas se conocía en
Europa antes de que el distinguido matemático Leonardo
Fibonacci (a quien también se llama Leonardo de Pisa) lo
introdujera en 1202 en su obra "Liber abbaci" (Libro del
ábaco). Con el fin de demostrar las ventajas del sistema,
Fibonacci explicó: "Las nueve cifras indias son: 9
8 7 6 5 4 3 2 1. Con ellas y el símbolo 0 […] se
puede escribir cualquier número". Al principio los
europeos tardaron en reaccionar, pero hacia finales de la Edad
Media habían aceptado el nuevo sistema numérico,
cuya sencillez estimuló el progreso
científico.

Si tiene alguna duda sobre la
simplificación que supuso la numeración
indoarábiga con respecto a la romana, intente
restar LXXIX de MCMXCIII. ¿Confuso? Quizás le
resulte más fácil quitar 79 de 1993.

A partir del siglo XII, la llama del saber
que con tanta brillantez había ardido en el mundo
árabe comenzó a extinguirse. No obstante, se
reavivó cuando en Europa ciertos grupos de eruditos
impulsaron la creación de lo que habrían de ser las
universidades modernas. Hacia mediados del siglo XII se fundaron
las universidades de París y Oxford. A éstas les
siguieron la de Cambridge, a principios del siglo XIII, y las de
Praga y Heidelberg, en el siglo XIV. Para el siglo XIX las
universidades ya se habían convertido en importantes
centros de investigación científica.

Al principio la religión
influía mucho en estos centros y casi todos sus estudios
se centraban o se enfocaban en la teología.
También se enseñaba filosofía griega,
particularmente los escritos aristotélicos. Según
"The Encyclopedia of Religion", "el método
escolástico […] en la Edad Media […] se estructuraba
en torno a la lógica aristotélica: definir, dividir
y razonar la exposición de un texto o la solución
de un problema".

Tomás de Aquino, erudito del siglo XIII llamado
más tarde el "Aristóteles cristiano", se propuso
combinar la enseñanza aristotélica con la
teología cristiana, aunque disentía de
Aristóteles en algunos extremos. Rechazaba, por ejemplo,
la teoría de la existencia eterna del mundo, pues
concordaba con la afirmación bíblica de que
había sido creado. Al "sostener que vivimos en un universo
ordenado cuya comprensión es posible gracias a la
iluminación de la razón, [Aquino] hizo una valiosa
contribución al avance de la ciencia moderna", dice "The
Book of Popular Science".

Sin embargo, en su mayor parte las enseñanzas de
Aristóteles, Tolomeo y Galeno fueron aceptadas como si
fueran el evangelio, incluso por la Iglesia. La obra mencionada
en el párrafo anterior dice: "En la Edad Media, cuando el
interés por la experimentación
científica y la observación estaba a
un nivel muy bajo, las palabras de Aristóteles eran ley.
El argumento que los maestros medievales solían emplear
para demostrar la certeza de muchas de sus
"observaciones" científicas era "Ipse dixit"
("Él lo dijo"). En estas circunstancias los errores de
Aristóteles, particularmente en física y
astronomía, bloquearon por siglos el progreso
científico".

Roger Bacon, fraile de Oxford del siglo XIII,
desafió esta ciega adherencia a los conceptos del pasado.
Bacon, a quien se ha llamado "la figura más notable de la
ciencia del medievo", estuvo prácticamente solo en su
defensa de la experimentación como medio de descubrir
verdades científicas. Se dice que ya en 1269,
anticipándose muchísimo a su época, predijo
la aparición del automóvil, el avión y las
embarcaciones motorizadas.

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Pese a su clarividencia y brillante
lucidez, su conocimiento de los hechos era limitado. Creía
firmemente en la astrología, la magia y la alquimia, lo
que demuestra que la ciencia es una incesante búsqueda de
la verdad siempre sujeta a revisión».

Renacimiento.

Tras las tinieblas intelectuales de finales de la Edad
Antigua y gran parte de la Edad Media, el occidente europeo
despertó progresivamente a través de un
relativamente corto periodo de tiempo denominado "El
Renacimiento". El dogmatismo, la ignorancia y la
superstición comenzaron a ceder ante los nuevos vientos
culturales, y el conocimiento científico y
tecnológico, basados en el método experimental,
propiciaron que la nueva sociedad humana se viera mucho
más poderosa y capacitada para controlar el medio natural.
La revista DESPERTAD del 22-5-1993, páginas 13 a 15, dice
al respecto:

«Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el
mundo entró en un turbulento período debido al
estallido de revoluciones que transformaron el panorama
político, primero en América y después en
Francia. Entre tanto, Inglaterra vivía el comienzo de otra
revolución: la revolución industrial, muy
relacionada a su vez con una cuyo cariz principal era de orden
científico.

Hay quienes fechan el "renacimiento científico" a
partir de la década que comenzó en 1540, cuando el
astrónomo polaco Nicolás Copérnico y el
anatomista belga Andreas Vesalio publicaron unas obras que
influyeron profundamente en el pensamiento científico.
Otros sitúan el cambio aún antes, en 1452,
año del nacimiento de Leonardo da Vinci. Este incansable
investigador, que hizo numerosas aportaciones científicas,
formuló ideas que en algunos casos fueron el germen de
inventos perfeccionados siglos más tarde, como el
avión, el tanque y el paracaídas.

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No obstante, en palabras de Ernest Nagel,
catedrático emérito de la Universidad de Columbia,
la ciencia tal y como la conocemos hoy "no quedó
firmemente constituida como institución permanente en la
sociedad occidental hasta los siglos XVII y XVIII". Logrado esto,
se produjo un cambio decisivo en la historia del hombre. El libro
"The Scientist" comenta: "Entre 1590 y 1690, poco más o
menos, una pléyade de genios […] dio lugar a un
florecimiento en la investigación difícilmente
igualable en cualquier otro siglo".

Sin embargo, también florecieron seudociencias,
cuyas teorías actuaron como impostores que obstaculizaron
el camino hacia verdaderos logros
científicos. Uno de estos "impostores" fue la
teoría del "flogisto", término griego que
significa "inflamable". Fue ideada en 1702 por George Ernst
Stahl, quien sostuvo que cuando una materia inflamable
ardía, se liberaba el flogisto por combustión.
Aunque él pensaba que el flogisto era un principio
más que una sustancia real, con el tiempo fue tomando
más cuerpo la opinión de que se trataba de una
sustancia. Hubo que esperar a los años de 1770 a 1790 para
que Antoine-Laurent Lavoisier pudiera desmentir dicha
teoría.

La obra "The Book of Popular Science"
reconoce que si bien la teoría del flogisto "era
completamente errónea, por algún tiempo
proporcionó una hipótesis de trabajo que al parecer
explicaba muchos fenómenos naturales. Fue simplemente una
de las muchas hipótesis científicas que con el paso
del tiempo se pesaron en la balanza y fueron halladas
defectuosas".

La "alquimia" fue otro de los impostores.
La Enciclopedia Salvat de las Ciencias explica que la alquimia
nació de "la conjunción [del] conocimiento
técnico y de la doctrina filosófica del
período helenístico", y que los alquimistas
buscaban ante todo un "hipotético reactivo capaz de
transformar en oro o plata los metales más comunes, […]
o bien […] crear el elixir de la larga vida, capaz de evitar
[…] la muerte". Antes de ser desestimada, la alquimia
contribuyó a sentar las bases de la química
moderna, un proceso de transformación consumado hacia
finales del siglo XVII.

De modo que aunque la teoría del "flogisto" y la
"alquimia" fueron impostores, tuvieron algunos aspectos
aprovechables. No se puede decir lo mismo, sin embargo, de los
impostores humanos que alentaron actitudes anticientíficas
por sus creencias religiosas. La rivalidad entre la ciencia y la
teología —ambas afirmaban ser la autoridad exclusiva
en cuestiones relativas al universo— desembocó con
frecuencia en enfrentamientos abiertos.

Por ejemplo, en el siglo II de la EC., el
renombrado astrónomo Tolomeo formuló la
teoría "geocéntrica", que explicaba que mientras
los planetas giraban en círculo, el centro del
círculo, o epiciclo, describía a su vez la
circunferencia de otro círculo. En el mejor de los casos,
la teoría era matemáticamente ingeniosa y
ofrecía una explicación del movimiento aparente en
el cielo del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas que tuvo
amplia aceptación hasta el siglo XVI.

Copérnico (1473-1543) elaboró una
teoría diferente. Creía que si bien los planetas,
incluida la Tierra, giraban alrededor del Sol, éste
permanecía inmóvil.

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