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Predeterminación divina y Libertad humana




    Predeterminación divina y Libertad humana –
    Monografias.com

    Predeterminación divina y
    Libertad humana
    (Iglesia Católica:
    Contradicciones doctrinales)

    La predeterminación divina, una
    derivación de la omnipotencia divina, es
    contradictoria con la libertad y con la
    responsabilidad del hombre.

    La doctrina de la predeterminación divina, aunque
    no tendría cabida en la idea de Dios como ser perfecto,
    pues no habría nada que tuviese que predeterminar ya que
    nada existiría además de él, es coherente
    sin embargo con ese otro Dios antropomórfico al que se le
    atribuye entre otras la cualidad de la voluntad y la de la
    omnipotencia: Si todo absolutamente depende de la voluntad de
    Dios, efectivamente no puede haber acción alguna que
    dependa del hombre en el sentido de que el hombre la desee y la
    elija sin que su deseo y su elección no sean otra cosa que
    manifestaciones de la voluntad de Dios: El hombre no puede
    querer nada distinto de lo que Dios haya decidido que
    quiera, y, en consecuencia, en cuanto la elección y la
    acción son consecuencia del querer, el hombre no puede
    elegir o hacer nada que Dios no haya programado
    que el hombre elija o haga.

    Como se verá en su momento, este tema lo
    trató Tomás de Aquino de un modo muy coherente
    tomando como punto de partida la cualidad divina de la
    omnipotencia y apoyándose además en un texto de
    Isaías al que más adelante se hará
    referencia.

    Lo paradójico y contradictorio de los textos en
    que se muestra esa omnipotencia divina que predetermina los actos
    humanos es que están unidos a toda una serie de pasajes en
    los que de manera implícita se defiende la libertad, la
    responsabilidad, el mérito y la culpa del hombre por sus
    acciones, justificando así a Yahvé en sus castigos
    fulminantes contra su pueblo o contra los enemigos de su
    pueblo.

    A continuación pasamos a ver algunos ejemplos de
    pasajes bíblicos en los que se pone de manifiesto el poder
    absoluto de Dios sobre las acciones humanas, o, lo que es lo
    mismo, su omnipotencia frente a la supuesta libertad y
    responsabilidad humanas:

    a) "El Señor dijo:

    -[…] Yo haré que [el
    faraón] se muestre intransigente y que no deje salir al
    pueblo"[1].

    Comentario: La intransigencia del faraón
    viene determinada por el propio Dios de acuerdo con su
    omnipotencia a la que nada escapa. Por ello, no tiene sentido
    atribuir al faraón culpa alguna por haber sido
    intransigente, ya que fue Yahvé quien estableció
    que lo fuera. En consecuencia, los castigos contra el
    faraón son tan absurdos como lo serían los del
    niño que castigase a uno de sus muñecos por haber
    hecho aquello que el propio niño hubiera decidido desde su
    fantasía lúdica.

    b) "El Señor dijo a
    Moisés:

    -[…] Yo voy a aumentar la obstinación de
    los egipcios, para que entren en el mar detrás de
    vosotros, y entonces me cubriré de gloria a costa del
    faraón"[2].

    c) "El Señor había decretado que todas
    estas ciudades se obstinasen en atacar a Israel, para que
    así fueran consagradas sin piedad al exterminio y
    aniquiladas, como había mandado el Señor a
    Moisés"[3].

    Comentario: En el texto b la
    obstinación de los egipcios es consecuencia nuevamente de
    la voluntad de Yahvé y en el texto c es
    Yahvé quien establece que los pueblos de la "tierra
    prometida atacasen a Israel, así que es absurdo que
    posteriormente tome represalias por las acciones que él ha
    decidido que otros hagan.

    d) "Pero ellos no hicieron caso a su padre,
    porque el Señor quería hacerlos
    perecer"[4].

    e) "Pero Amasías no hizo caso, porque el
    Señor había determinado entregarlo en manos de
    Joás, por haber rendido culto a los dioses de
    Edom"[5].

    f) "El Señor hizo que el faraón se
    obstinara, para que no le obedeciese; puso así de
    manifiesto su poder bajo el cielo"[6].

    Comentario: Lo mismo sucede en estos otros
    textos. Asombra la ingenuidad de quienes escribieron estos
    pasajes, pues, queriendo resaltar el enorme poder de su Dios, no
    fueron conscientes de que de ese modo eliminaban la libertad y la
    responsabilidad humanas. Quizá estos planteamientos
    reflejan en el fondo la aceptación de una "moral material"
    muy primitiva, en la que lo importante no es la intención
    de quien actúa ni las causas por las que actúa sino
    los hechos concretos que se producen por su mediación,
    aunque la causa de tales hechos provenga del propio
    Dios.

    g) "Así pues, Dios muestra su misericordia a
    quien quiere y deja endurecerse a quien le place. Me
    dirás: "entonces, ¿por qué reprende, si
    nadie puede resistir a su voluntad?". Pero, ¿quién
    eres tú, pobre hombre, para exigir cuentas a Dios?
    ¿Es que un vaso de barro puede decir al que lo ha
    modelado: "Por qué me has hecho así"? ¿O es
    que el alfarero no puede hacer del mismo barro un vaso de lujo
    como uno corriente?"[7].

    Comentario: Aquí es Pablo de Tarso quien
    en los comienzos del cristianismo sigue asumiendo la omnipotencia
    divina de manera clarividente como la causa de todo. Sin embargo,
    consciente de la incompatibilidad entre dicha omnipotencia y la
    libertad humana, hay un momento en que parece querer liberar a
    Dios de esa responsabilidad última de todo cuanto el
    hombre hace escribiendo: "[Dios] deja endurecerse a quien le
    place", como si él sólo "permitiera" sin ser causa
    de que alguien "se endurezca" o peque. No obstante, a
    continuación, con su ejemplo del alfarero, acepta que todo
    depende de Dios y, a la vez, critica a quienes se atreven a
    pedirle cuentas por sus decisiones.

    De hecho y en un sentido similar al de Pablo de Tarso,
    ya anteriormente, en Job, el autor –o el propio
    personaje de Job- se siente abrumado por el inmenso poder de Dios
    y, en este sentido escribe:

    a) "Si arrebata una presa,
    ¿quién se lo impedirá? ¿Quién
    le dirá "Qué es lo que
    haces"?[8]

    b) "Pues Dios no es un hombre a quien yo
    pueda exigir que comparezcamos juntos en un juicio. No hay entre
    nosotros ningún árbitro que pueda mediar entre
    ambos, para que aparte su látigo de mí, y no me
    espante su terror. Sin embargo, hablaré sin temor ante
    él, porque yo no me siento
    culpable"[9].

    c) "Que alguien juzgue entre este mortal
    [Job] y Dios, como entre un hombre y su
    prójimo"[10]

    d) "Pero si él decide algo,
    ¿quién lo detendrá?

    Él realiza lo que
    desea"[11].

    e) "No, Dios no hace el mal,

    el Poderoso no quebranta el
    derecho"[12].

    Comentario: En estos textos Job reconoce y se
    siente abrumado por el inmenso poder de Dios que aparece por
    encima de cualquier norma por la que tuviera que regirse y por
    encima de cualquier "árbitro" o juez que pudiera mediar
    entre ellos. Dios es poder absoluto. Sin embargo, en el texto
    b,
    Job se atreve al menos a intentar defenderse ante Dios:
    "hablaré sin temor ante él, porque yo no me siento
    culpable". En el texto c Job se atreve incluso a pedir
    "que alguien juzgue entre este mortal [Job] y Dios", criticando
    de modo implícito la arbitrariedad divina frente a una
    teórica Justicia que frenase el despotismo divino, ajeno a
    toda norma y situado "más allá del bien y del mal",
    pues nada puede resistirse a su poder. Pero, más adelante,
    posiblemente vencido por el sufrimiento, pero no por la imposible
    comprensión de las arbitrariedades de su Dios, llega
    incluso a aceptar que, a pesar de todo, Dios es justo, que "el
    Poderoso no quebranta el derecho". Pero claro está, Dios
    sería justo porque por definición "lo justo" es
    equivalente a "lo que Dios hace": Como se diría desde el
    voluntarismo de Ockham en referencia a cualquier aspecto de la
    moral, Dios no hace lo que hace porque sea justo o bueno sino que
    es justo o bueno porque él lo hace.

    Ante esta serie de consideraciones en torno a los
    motivos por los que Dios habría actuado con tal
    despotismo, finalmente Job llega a la conclusión de que
    Dios no es sólo la causa de los bienes que el hombre
    recibe a lo largo de su vida, sino que es la causa de todo, pues
    nada hay por encima de Dios. Y, por ello, dice:

    "Si se acepta de Dios el bien ¿no habremos de
    aceptar también el mal?"[13].

    Influido muy posiblemente por esta reflexión, el
    autor de Eclesiástico escribe en este mismo
    sentido:

    "Bien y mal, vida y muerte, pobreza y riqueza, vienen
    del Señor"[14],

    pero, evidentemente, aunque la conclusión a que
    se llega en Job y en Eclesiástico es
    coherente con la realidad, en cuanto en ella hay bienes y males
    cuyo origen último no podría estar en ninguna otra
    causa, sin embargo no es coherente con las cualidades del Dios
    que de manera especial han defendido los dirigentes de la secta
    católica cuando dicen de él que es bondad infinita
    y que, por ello mismo, no podría ser causa de
    ningún mal.

    Finalmente, tiene interés
    señalar la semejanza de temática entre estos textos
    de Job y otro del libro Sabiduría que se
    indica a continuación. En efecto, se dice en este
    libro:

    "Pues ¿quién se
    atreverá a preguntarte qué has hecho?

    ¿Quién se opondrá a tu
    sentencia?

    ¿Quién te citará a juicio por haber
    destruido lo que creaste? ¿Quién se alzará
    contra ti para vengar a hombres injustos? Porque fuera de ti no
    hay otro Dios que cuide de todo, a quien tengas que demostrar que
    tus juicios no son injustos, ni rey o soberano que pueda
    desafiarte, defendiendo a los que tú castigas.

    Porque eres justo, lo riges todo con justicia, y
    consideras indigno de tu poder el condenar a quien no merece
    castigo"[15].

    Sin embargo, mientras Job muestra una actitud más
    desafiante con Dios, llegando a decirle que él no se
    considera culpable, en Sabiduría se muestra una
    actitud más conformista, de manera que, aceptando la tesis
    según la cual "fuera de ti no hay otro Dios que cuide de
    todo, a quien tengas que demostrar que tus juicios no son
    injustos", se afirma igualmente que Dios es justo y considera
    indigno de su poder el condenar a quien no merece
    castigo.
    Parece que el autor de esta obra, que posiblemente
    pertenezca a las últimas del Antiguo Testamento,
    sea amnésico o que ni siquiera haya leído aquellas
    partes de la Biblia en las que Yahvé mata sin
    piedad a inocentes y culpables, a ancianos, mujeres y
    niños, "hasta la tercera y la cuarta generación"
    simplemente por pertenecer a la familia de aquel a quien a quien
    desea castigar[16]¿Es eso
    justicia?

    La doctrina de la predeterminación
    divina es una simple consecuencia de la que se refiere a Dios
    viéndolo como una realidad suprema omnipotente a
    la que todo está sometido, pero evidentemente es
    contradictoria con la supuesta libertad humana cuando
    ésta se entiende como la capacidad para querer, elegir y
    realizar los propios actos, sin nada que determine el propio
    querer.

    Sin embargo, tanto la predeterminación divina
    como la libertad humana son defendidas en la Biblia y en
    las doctrinas posteriores de la Iglesia Católica, tal como
    se muestra a continuación:

    1) En diversos pasajes de la Biblia se defiende, por una
    parte, una predeterminación divina de
    carácter general, referida a los actos aparentemente
    derivados de la libre voluntad humana, especificando que dicha
    predeterminación se refiere tanto a los actos buenos como
    a los malos. Y, por otra, se defiende igualmente una libertad
    del hombre
    por la que éste sería libre y
    responsable de sus actos.

    En defensa de esa predeterminación de
    carácter general se dice de manera
    inequívoca:

    – "Tú hiciste el pasado, el presente y el futuro.
    Todo lo proyectado ha sucedido"[17].

    – "…todo lo que hacemos eres tú
    [Señor] quien lo realiza"[18].

    – "Todo cuanto existe ya estaba
    prefijado"[19].

    La penúltima afirmación, que se encuentra
    en Isaías, sirvió de punto de apoyo para
    que posteriormente Tomás de Aquino la utilizase como
    argumento de autoridad en defensa de su personal defensa de la
    predeterminación divina frente a la tesis de
    Orígenes, que había defendido la libertad humana,
    poniendo límites a tal predeterminación.

    Por otra parte, tiene interés señalar que
    en una ocasión al menos y tal vez por influjo de la
    filosofía griega la defensa de la predeterminación
    divina estuvo unida a la doctrina del Eterno Retorno,
    según la cual todos los sucesos, programados por Dios, se
    repiten de manera indefinida. En este sentido, se dice en
    Eclesiástes:

    "Lo que es ya fue; lo que será ya sucedió,
    y Dios vuelve a traer lo que
    pasó"[20].

    Según parece, el autor de esta obra,
    perteneciente al siglo III antes de nuestra era, conoció
    la filosofía griega y recibió especialmente la
    influencia de los estoicos, quienes defendían la doctrina
    del Eterno Retorno. Sin embargo, esta doctrina
    está en contradicción con el
    Génesis, donde se defiende la idea de un
    principio del Universo ("al principio creo Dios
    el cielo y la tierra"[21]), mientras que el
    Eterno Retorno implica la negación de un
    principio. Por ello mismo, está igualmente en
    contradicción con la doctrina cristiana del "fin del
    mundo", que implica un cese de las sucesivas e infinitas
    reencarnaciones que implica la doctrina del Eterno
    Retorno
    .

    Igualmente y por lo que se refiere a las buenas
    acciones
    del hombre se dice en la
    Biblia:

    "Infundiré mi espíritu en vosotros y
    haré que viváis según mis
    mandamientos
    , observando y guardando mis
    leyes"[22].

    Evidentemente el hecho de que las buenas acciones
    sólo aparentemente dependan del hombre, siendo en realidad
    acciones procedentes de la predeterminación divina,
    implica que el hombre no es responsable de ellas y, en
    consecuencia, no adquiere mérito alguno por haberlas
    realizado. Y lo mismo sucede con las malas acciones,
    pues son muchos los momentos en los que se insiste en la idea de
    que es el propio Dios quien ha programado al hombre para
    cometerlas. Se dice en este sentido:

    – "El Señor había decretado que
    todas estas ciudades se obstinasen en atacar a Israel, para que
    así fueran consagradas sin piedad al exterminio y
    aniquiladas, como había mandado el Señor a
    Moisés"[23].

    – "el Señor hizo que los madianitas se
    matasen unos a otros en el
    campamento"[24].

    – "Pero ellos no hicieron caso a su padre, porque el
    Señor quería hacerlos
    perecer
    "[25].

    – "El Señor ha hecho todo para un fin,
    incluso al malvado para la
    desgracia
    "[26].

    "Por eso Dios les envía [a quienes va a
    condenar] un poder embaucador [=que les embaucará], de
    modo que crean en la mentira y se condenen todos los que en lugar
    de creer en la verdad, se complacen en la
    iniquidad"[27]

    – "El Señor hizo que el faraón se
    obstinara
    , para que no le obedeciese; puso así de
    manifiesto su poder bajo el cielo"[28].

    -"El Señor había decretado que todas
    estas ciudades se obstinasen
    en atacar a Israel, para que
    así fueran consagradas sin piedad al exterminio y
    aniquiladas, como había mandado el Señor a
    Moisés"[29].

    Finalmente y en contradicción con esta doctrina
    de la predeterminación divina hay otros momentos de la
    Biblia en los que se defiende de forma implícita
    o explícita la idea de que el hombre es libre y
    responsable de sus actos, los cuales, por ello mismo, no
    estarían predeterminados, tal como se indica en
    Eclesiástico:

    – "No digas: "Fue el Señor quien me incitó
    a pecar", porque él no hace lo que detesta […]
    Él hizo al hombre al principio, y lo dejó a su
    propio albedrío. Si quieres, guardarás los
    mandamientos; de ti depende el permanecer fiel […] Ante el
    hombre están vida y muerte; lo que él quiera se le
    dará"[30].

    2) Con la aparición de de la secta cristiana se
    tiende en general a afirmar la libertad del hombre como capacidad
    para acercarse o alejarse de Dios, según la actitud que
    adopte frente a sus leyes. Sin embargo, hubo y sigue habiendo en
    el cristianismo dificultades imposibles de superar para armonizar
    la doctrina de la libertad con estas otras de carácter
    teológico y con otras más generales que han sido
    objeto de estudio en otros trabajos.

    Una problemática especialmente importante dentro
    del Cristianismo fue la del problema de la compatibilidad entre
    la omnipotencia divina, según la cual todo lo que
    sucede en el universo es resultado exclusivo de la voluntad
    divina, y la libertad humana, según la cual hay
    acciones que dependen exclusivamente de la voluntad del hombre,
    la cual podría oponerse y representar un
    límite frente a la omnipotencia divina, pues esta
    alternativa conduce al concepto contradictorio de un ser
    omnipotente que no posee la omnipotencia si se acepta la libertad
    del hombre, o al concepto igualmente contradictorio de un ser
    libre que no posee la libertad si se acepta la existencia de un
    ser efectivamente omnipotente.

    En relación con esta cuestión hubo
    diversas polémicas, como la de Erasmo de
    Rotterdam
    (1467-1536) frente a Martín Lutero
    (1483-1546), defendiendo el primero la libertad del hombre en su
    obra De libero arbitrio y negándola el segundo en
    su correspondiente escrito De servo arbitrio; o
    también la del dominico Domingo
    Báñez
    (1528-1604) frente al jesuita Luis
    de Molina
    (1536-1600), en la que pretendiendo ambos defender
    a un tiempo la omnipotencia de Dios y la libertad del hombre, no
    llegaron a una solución del problema, por lo que el papa
    prohibió que siguieran las discusiones, declarando que se
    trataba de un misterio.

    Por su parte, ya en el siglo XIII Tomás de
    Aquino
    (1225-1274) se había enfrentado a este
    problema, y en sus escritos reflejó, como era
    lógico, planteamientos contradictorios, pues, a fin de
    justificar la responsabilidad moral humana,
    defendió la libertad del hombre, pero
    también en otras ésta quedó negada de hecho
    al considerar que las decisiones humanas eran causadas por
    Dios.

    Así, por lo que se refiere a su defensa de la
    libertad, Tomás de Aquino estuvo de acuerdo con
    la tradición socrática de que todo lo que deseamos
    lo apetecemos por considerarlo bueno, es decir, que nadie desea
    el mal por el mal. En este sentido afirmó:

    "la voluntad no puede dirigirse hacia ningún
    objetivo a no ser por la consideración del
    bien"[31]

    y que el hombre estaría determinado por un bien
    absoluto como lo sería Dios:

    "…ninguna otra cosa puede ser causa de la voluntad,
    sólo Dios mismo, que es el bien
    universal"[32])

    o la felicidad:

    "..sólo el bien que es perfecto y no le falta
    nada es el bien que la voluntad no puede no querer, y éste
    es la bienaventuranza"[33].

    Sin embargo, para escapar al determinismo que
    derivaría de la atracción del bien, defendió
    igualmente que el hombre es libre en cuanto depende de su
    voluntad la elección de cualquiera de los bienes que se
    presentan ante él: "…sed quia bonum multiplex est,
    propter hoc non ex necessitate determinatur ad
    unum"[34]. En este mismo sentido, afirmó
    Tomás de Aquino:

    "El hombre no elige con necesidad, precisamente porque
    lo que es posible que no exista no es necesario que exista. Pero
    la razón de que es posible elegir y no elegir puede
    apreciarse por la doble potestad del hombre, porque el hombre
    puede querer y no querer, obrar y no obrar, y puede
    también querer esto o lo otro, hacer esto o lo otro. Y la
    razón de esto está en la virtud misma de la
    razón, pues la voluntad puede tender hacia cuanto la
    razón puede aprehender como bueno. Ahora bien, la
    razón puede aprehender como bien no sólo el querer
    y el obrar, sino también el no querer y el no obrar. Y
    además, en todos los bienes particulares puede considerar
    la razón de algún bien o el defecto de algún
    bien, que tiene razón de mal. Según esto, puede
    aprehender cualquiera de estos bienes como elegible o como
    rechazable. En cambio, al bien perfecto, que es la
    bienaventuranza, la razón no puede aprehenderlo bajo
    razón de mal o de algún defecto; y por eso el
    hombre quiere la bienaventuranza necesariamente y no puede querer
    no ser feliz"[35].

    Sin embargo y en contra de este punto de vista, hay que
    decir que Tomás de Aquino no tiene en cuenta que, aunque
    se puede querer y no querer en razón del bien o de la
    ausencia de bien, en cuanto los bienes se nos muestran como
    diversamente valiosos, la voluntad se inclina
    necesariamente por aquel bien que se le presenta como
    el mejor (aunque sólo lo sea desde el punto de
    vista de su propia subjetividad).

    Quizá un ejemplo pueda servir para aclarar los
    problemas que encierra la doctrina tomista: Si deseáramos
    conseguir la mayor cantidad posible de dinero y algún
    millonario generoso (?) nos ofreciese la posibilidad de elegir
    entre dos cheques auténticos, uno de 1.000.000 € y
    otro de 1€, aunque cualquiera de estas posibles elecciones
    se relacionaría con un bien, nuestra
    elección se inclinaría por el primero, aunque este
    bien no dejaría de tener carácter limitado
    y no absoluto. Sin embargo, si tales cheques estuvieran metidos
    en el interior de un sobre, de forma que no pudiéramos
    tener la seguridad de cuál de ellos contenía la
    cantidad mayor de dinero, podríamos equivocarnos y elegir
    el de 1€, lo cual no demostraría que nuestra
    auténtica preferencia fuera ésa, sino que no
    habíamos dispuesto de medios adecuados para reconocer
    cuál era el sobre que contenía el cheque
    preferido.

    Tomás de Aquino reconoce que todo lo que es
    objeto de elección lo es en cuanto la razón lo
    presenta como bueno, y ése es el motivo por el cual afirma
    que el hombre quiere la bienaventuranza necesariamente,
    en cuanto la razón no puede aprehenderla como mal. En
    consecuencia, el determinismo representado por el bien
    absoluto
    seguiría existiendo, en cuanto la capacidad
    para elegir o no elegir sólo sería la
    manifestación de la incapacidad del hombre para valorar
    con total objetividad el grado de bondad o maldad existente en
    sus diversas posibilidades de elección, de manera que, si
    su razón fuera capaz de una clarividencia plena acerca de
    dicha bondad o maldad, elegiría necesariamente aquello
    que aprehendiera como bueno
    y, en consecuencia,
    estaría determinada por ese bien
    objetivo.

    Por otra parte, si la elección se realizase sin
    motivo alguno, sería azarosa, y no tendría
    sentido llamarla libre. Tomás de Aquino,
    comprendiendo esta dificultad, trata de justificar la
    elección de cada momento a partir del modo de ser de la
    propia naturaleza: "qualis unusquisque est, talis finis videtur
    ei"[36], pero, aunque de este modo pretende
    superar el determinismo derivado de la atracción
    del bien, sin embargo sólo consigue dar una visión
    más completa de él, en cuanto hace derivar de esa
    naturaleza la elección de la voluntad.

    Finalmente, para librarse del determinismo que
    derivaría de la propia naturaleza, Tomás de Aquino
    afirma que, aunque la elección esté determinada por
    la naturaleza de cada uno, sin embargo esa naturaleza ha sido
    previamente objeto de elección. Pero esta
    "solución" presenta nuevas dificultades, siendo la primera
    que nadie elige su propia naturaleza, pues toda elección
    se produce a partir de una naturaleza inicial que nadie elige,
    pues para elegirla debería haber existido previamente, lo
    cual implica una contradicción en cuanto nadie puede
    elegir desde una "naturaleza anterior" a su "naturaleza inicial".
    Y, siendo la segunda que incluso aceptando que dicha
    elección fuera posible, nuevamente se plantearía el
    dilema consistente en que o bien habríamos elegido la
    propia naturaleza por un motivo –y en ese caso sería
    ese motivo el que habría determinado la
    elección de dicha naturaleza o bien la
    habríamos elegido sin motivo alguno -y en tal
    caso volveríamos nuevamente a una interpretación de
    la conducta humana basada en el azar-. De este modo, la
    libertad sería una palabra vacía de
    contenido, ya que o bien sería equivalente a
    determinismo, o bien sería equivalente a
    azar.

    Por otra parte, cuando Tomás de Aquino analiza el
    tema de la omnipotencia divina, dejando de lado el
    problema de la libertad y el de la responsabilidad humana,
    defiende un planteamiento absolutamente
    determinista.

    a) Así, criticando a Orígenes
    (185-254), defiende la tesis de que Dios no sólo es la
    causa de la existencia de la voluntad humana como
    potencia, sino también la causa de las
    elecciones concretas de la voluntad
    y la causa de que pueda
    actuar para realizarlas:

    "Algunos, no entendiendo cómo Dios puede causar
    el movimiento de nuestra voluntad sin perjuicio de la libertad
    misma, se empeñaron en exponer torcidamente dichas
    autoridades. Y así decían que Dios causa en
    nosotros el querer y el obrar, en cuanto que causa en nosotros la
    potencia de querer, pero no en el sentido de que nos haga querer
    esto o aquello. Así lo expone Orígenes […]. De
    esto parece haber nacido la opinión de algunos, que
    decían que la providencia no se extiende a cuanto cae bajo
    el libre albedrío, o sea, a las elecciones, sino que se
    refiere a los sucesos exteriores. Pues quien elige conseguir o
    realizar algo, por ejemplo, enriquecerse o edificar, no siempre
    lo podrá alcanzar […]. Todo lo cual, en verdad,
    está en abierta oposición con el testimonio de la
    Sagrada Escritura. Se dice en Isaías: Todo cuanto hemos
    hecho lo has hecho tú, Señor. Luego no sólo
    recibimos de Dios la potencia de querer, sino también la
    operación"[37].

    Así pues, mientras desde la perspectiva de
    teólogos como Orígenes acerca del acto
    voluntario se salvaría la libertad del hombre,
    desde la de Tomás de Aquino se salvaría la
    omnipotencia divina, pero no la libertad del
    hombre.

    El punto de vista de Orígenes se
    podría reflejar de acuerdo con el siguiente
    esquema:

    Monografias.com

    Sin embargo, desde la perspectiva de Tomás de
    Aquino
    se salvaría la omnipotencia divina pero no la
    libertad humana. El esquema correspondiente a este punto de vista
    sería el siguiente:

    Monografias.com

    Insistiendo en este mismo punto de vista, añade
    Tomás de Aquino un poco más adelante:

    "Dios es causa no sólo de nuestra voluntad, sino
    también de nuestro querer",

    o, lo que es lo mismo, Dios es causa de la existencia de
    nuestra voluntad o capacidad para tomar las decisiones que en
    cada momento tomamos, pero igualmente es causa de que queramos
    realizar una acción u otra. Y en el capítulo
    siguiente concluye así:

    "Por consiguiente, como Él es la causa de nuestra
    elección y de nuestro querer, nuestras elecciones y
    voliciones están sujetas a la divina
    providencia".

    Es decir, en cuanto Dios es causa de la existencia de
    nuestra voluntad o capacidad de querer y en cuanto es causa
    igualmente de que queramos esto o aquello, es igualmente la causa
    de las elecciones concretas que en cada momento realicemos como
    consecuencia de nuestro querer –que no es otro que lo que
    Dios haya querido que queramos-.

    b) El tema de la libertad se enfocó
    también en el cristianismo desde la problemática de
    la "salvación" y la de la "predestinación", y en
    estas cuestiones, frente a otras opiniones "heterodoxas", como la
    de Pelagio (360-425), que había defendido la
    tesis de que el hombre se salva por sus méritos y se
    condena por sus culpas, venció la tesis de que toda
    salvación viene de Dios y no de los méritos
    procedentes del buen uso de la libertad por parte del hombre; y,
    complementariamente, la idea de que Dios ha predestinado a los
    hombres desde la eternidad para su salvación o
    reprobación.

    Así, por lo que se refiere al tema de la
    salvación
    , Tomás de Aquino, criticando a
    Pelagio, considera que el hombre es incapaz de conseguir la
    bienaventuranza por sus propios méritos y que sólo
    el auxilio divino puede llevarle a alcanzar este
    objetivo[38]que nadie merece por sí mismo
    dicho auxilio[39]y que desde la eternidad Dios
    determinó a quiénes concedería dicho auxilio
    y a quiénes lo negaría para que en unos casos
    brillase su misericordia y en otros su justicia (?):

    "Mas como quiera que Dios, entre los hombres que
    persisten en los mismos pecados, a unos los convierta
    previniéndolos y a otros los soporte o permita que
    procedan naturalmente [?], no se ha de investigar la razón
    por qué convierte a éstos y no a los otros, pues
    esto depende de su simple voluntad, del mismo modo que
    dependió de su voluntad el que, al hacer todas las cosas
    de la nada, unas fueran más excelentes que otras; tal como
    de la simple voluntad del artífice nace el formar de una
    misma materia, dispuesta de idéntico modo, unos vasos para
    usos nobles y otros para usos
    bajos"[40].

    Por lo que se refiere de manera más concreta al
    tema de la predestinación, la postura de
    Tomás de Aquino es idéntica a la de los luteranos y
    los calvinistas en cuanto defiende que la elección y la
    reprobación del hombre han sido ordenadas por Dios desde
    la eternidad, sin que pueda aceptarse que la decisión
    divina esté a su vez causada por los méritos del
    hombre. Escribe Tomás de Aquino en este
    sentido:

    "Y como se ha demostrado que unos, ayudados por la
    gracia, se dirigen mediante la operación divina al fin
    último, y otros, desprovistos de dicho auxilio, se
    desvían del fin último, y todo lo que Dios hace
    está dispuesto y ordenado desde la eternidad por su
    sabiduría […], es necesario que dicha distinción
    de hombres haya sido ordenada por Dios desde la eternidad. Por lo
    tanto, en cuanto que designó de antemano a algunos desde
    la eternidad para dirigirlos al fin último, se dice que
    los predestinó […] Y a quienes dispuso desde la
    eternidad que no había de dar la gracia, se dice que los
    reprobó o los odió […] Y puede también
    demostrarse que la predestinación y la elección no
    tienen por causa ciertos méritos humanos, no sólo
    porque la gracia de Dios, que es efecto de la
    predestinación, no responde a mérito alguno, pues
    precede a todos los méritos humanos […] sino
    también porque la voluntad y providencia divinas son la
    causa primera de cuanto se hace; y nada puede ser causa de la
    voluntad y providencia divinas"[41].

    Por extraña y absurda que pueda parecer la
    doctrina de la predestinación, hay que tener en
    cuenta que sólo ella -tal como Tomás de Aquino
    comprendió- podía dejar a salvo la omnipotencia
    divina
    , ya que, de lo contrario, la voluntad divina quedaba
    subordinada a las acciones y a los méritos del
    hombre. Sin embargo, esta doctrina tiene el grave inconveniente
    de convertir al hombre en una simple marioneta cuyas acciones
    sólo aparentemente eran suyas y, por lo tanto, no
    deberían repercutir en ninguna clase de
    mérito o de culpa por cuanto en
    último término no dependerían de él
    sino de la voluntad de Dios.

    Mediante esta tesis quedaba a salvo la omnipotencia
    divina, aunque el protagonismo del hombre respecto a los actos
    realizados por él así como su valor moral
    desaparecían por completo.

    Sin embargo, los planteamientos tomistas -al igual que
    los de Agustín de Hipona– se mantuvieron en esta
    línea "ortodoxa", y contribuyeron a su fijación
    como doctrina oficial de la iglesia católica.

    En el siglo XVI los teólogos españoles
    Domingo Báñez, dominico, y Luís de Molina,
    jesuita, entablaron una polémica con la intención
    de encontrar una solución que salvase a un tiempo la
    omnipotencia divina y la libertad humana. Pero, como era
    lógico, la discusión no alcanzó un final
    feliz; la solución de Báñez se inclinaba,
    como la de Tomás de Aquino, a salvar la omnipotencia
    divina, anulando la libertad del hombre, mientras que la de
    Molina se inclinaba, como la de Orígenes o la del
    también jesuita Francisco Suárez, a salvar la
    libertad humana, en detrimento de la omnipotencia divina. Como no
    hubo forma –ni podía haberla- de encontrar una
    solución satisfactoria a esta cuestión, en el
    año 1594 el papa Clemente VII prohibió que
    siguieran las discusiones, aunque no se atrevió a condenar
    ninguno de ambos puntos de vista.

    Una consecuencia de la imposibilidad de salvar la
    libertad humana si se afirmaba la omnipotencia divina era que la
    responsabilidad humana deja de tener sentido y, en
    consecuencia, debían desaparecer todas aquellas doctrinas
    derivadas de aquella supuesta responsabilidad, como las
    referentes a las ideas de mérito, culpa, premio o
    castigo
    .

    Como esta contradicción entre una omnipotencia
    divina limitada por los actos humanos libres y una libertad
    humana sometida a una omnipotencia divina tendría
    repercusiones radicalmente peligrosas para la consistencia de la
    dogmática cristiana que aceptase estas doctrinas
    contradictorias entre sí, los teólogos aplicaron a
    ellas –al igual que a muchas otras- el calificativo de
    "misterio", el cual hace referencia a una doctrina incomprensible
    para la limitada capacidad humana y sólo comprensible por
    Dios. Este recurso al "misterio" ha sido una tónica de la
    jerarquía católica que lo ha aplicado a aquellas
    doctrinas en las que ella o sus críticos han descubierto
    su incongruencia con otras simultáneamente afirmadas.
    Mediante la consideración de que determinada doctrina
    tiene el carácter de "misterio" se considera que tal
    doctrina debe ser aceptada por un acto de fe, lo cual
    implica una renuncia a su comprensión y una
    aceptación de su verdad mediante un acto de
    sugestión, programado insistente y convenientemente por la
    jerarquía religiosa y por los sacerdotes mediadores, que
    tratan así de "blindar" sus doctrinas contradictorias
    contra cualquier planteamiento racional que pretenda poner en
    evidencia su falsedad mediante la aplicación del principio
    de contradicción, lo cual obligaría a los
    dirigentes de la organización católica a reconocer
    sus errores, dejando en evidencia su carácter falible
    simplemente humano y no inspirado en una supuesta "infalibilidad"
    del Papa en comunicación con el "Espíritu
    Santo".

    El concepto de "misterio" es complementario del concepto
    de "dogma", entendido como una doctrina que se afirma como
    absolutamente verdadera, que no es racionalmente demostrable y
    que debe ser creída y aceptada por el "fiel" para no ser
    excluido de la organización y de la "bienaventuranza
    eterna" (?), a pesar de tratarse de doctrinas contrarias a la
    razón o sencillamente incomprensibles.

    Los "dogmas" plantean el insoluble problema de
    cómo se puede saber que una doctrina teológica es
    verdadera sin saber al mismo tiempo por qué lo es, en
    cuanto no sea demostrable y en cuanto además llegue a ser
    contradictorio, como sucede en muchas ocasiones, poniendo en
    evidencia la mendacidad y el carácter embaucador de los
    dirigentes de la organización que deciden qué
    doctrinas hay que aceptar como dogmas, aprovechándose de
    la buena fe y de la ingenuidad de sus "fieles" para atrofiar su
    inteligencia a fin de poder así manipular mejor sus mentes
    animándoles a que desistan de intentar comprender y a que
    se esfuercen en fortalecer su fe en las palabras de sus
    dirigentes ya que les hablan en nombre de Dios.

     

     

    Autor:

    Antonio García
    Ninet

    Doctor en Filosofía

    [1] Éxodo, 4:21. Pasajes muy similares
    a éste y con la misma temática se encuentran en
    Éxodo, 10: 27, Éxodo, 11:10, y Éxodo,
    14:4.

    [2] Éxodo, 14:8.

    [3] Josué, 11:20.

    [4] 1 Samuel, 2:25.

    [5] 2 Crónicas, 25:20.

    [6] Eclesiástico, 15:15.

    [7] Romanos, 9:18-19.

    [8] Job, 9:12.

    [9] Job, 9:32-35.

    [10] Job, 16:21.

    [11] Job, 23:13.

    [12] Job, 34:12.

    [13] Job, 2:10.

    [14] Eclesiástico, 11:14

    [15] Sabiduría, 12:12-15.

    [16] Son muchas las ocasiones en que se ha
    mostrado qué clase de justicia es la de Yahvé.
    Por ello, a fin de recordarla será suficiente con poner
    un solo ejemplo: “Samaría tendrá su
    castigo, por haberse rebelado contra su Dios. Serán
    pasados a filo de espada; sus niños serán
    estrellados y reventadas sus mujeres encinta” (Oseas,
    14:1). La cursiva es mía.

    [17] Judit, 9:5.

    [18] Isaías, 26:12.

    [19] Eclesiástes, 6:10.

    [20] Eclesiastés, 3:15.

    [21] Génesis, 1:1.

    [22] Ezequiel, 36:27. La cursiva es
    mía.

    [23] Josué, 11:20. La cursiva es
    mía.

    [24] Jueces, 7:22: La cursiva es
    mía.

    [25] 1 Samuel, 2:25. La cursiva es
    mía.

    [26] Proverbios, 16:4. La cursiva es
    mía.

    [27] 2 Tesalonicenses, 2: 11.

    [28] Eclesiástico, 16:15. La cursiva
    es mía.

    [29] Josué, 11:20. La cursiva es
    mía.

    [30] Eclesiástico 15:11-17.

    [31] Tomás de Aquino: Suma
    Teológica, I, q. 28, a. 2.: “Voluntas in nihil
    potest tendere nisi sub ratione boni…” En este mismo
    sentido escribió también más adelante:
    “La voluntad es un apetito racional” y “todo
    apetito es sólo del bien” (I-II, q. 8, a. 1).

    [32] Suma Teológica, I-II, q. 9, a.
    6.

    [33] Suma Teológica, I-II, q. 10, a.
    2.

    [34] Suma Teológica, I, q. 28, a. 2:
    “… pero, puesto que el bien es múltiple, a
    causa de esto no es determinada necesariamente a la
    elección de uno solo”.

    [35] Suma Teológica, I-II, q. 13, a.
    6.

    [36] Suma Teológica, I-II, q. 13, a.
    6.

    [37] Suma contra los gentiles, III,
    capítulos 89 y 90.

    [38] Suma Teológica, I, q. 83, a.
    1.

    [39] Suma contra los gentiles, 7, III, c.
    147.

    [40] O.c., c. 149.

    [41] O.c., c. 163. La influencia de Pablo de
    Tarso sobre estos planteamientos parece evidente, pues en su
    Epístola a los Romanos escribió:
    “¿Acaso la figura plasmada dirá a su
    plasmador: ‘¿por qué me hiciste
    así?’ ¿O no tiene potestad el alfarero
    sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso para honor y
    otro para afrenta? (Romanos, 9:20-21). Por su parte, Nietzsche
    critica estos planteamientos cuando escribe: “Demasiadas
    cosas le salieron mal a ese alfarero que no había
    aprendido suficientemente el oficio. Pero eso de vengarse en
    sus cacharros y en sus criaturas, porque le habían
    salido mal a él, eso fue un pecado contra el buen
    gusto” (Así habló Zaratustra, p. 289.
    Planeta-De Agostini, Barcelona, 1992).

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