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Biblia y Religión




Enviado por Agustin Fabra



  1. Prefacio
  2. Biblia
    y arqueología
  3. Religión y escritura
  4. La
    religión: su origen y desarrollo
  5. Actualizar la palabra de
    Dios
  6. La
    Biblia y la vida cristiana
  7. Conclusión
  8. Fuentes

Prefacio

Hoy en día muchas personas están volviendo
de nuevo a la lectura de la Biblia con un genuino interés
por su contenido, buscando ayuda e inspiración en ella, ya
que el mensaje de Dios produce una reacción extraordinaria
en sus oyentes. Pero tal experiencia se deriva del hecho de que
la Biblia es inspirada por Dios y lleva al hombre a estudiarla
más de cerca para saber cómo explicar su
poder.

Dios ha dispuesto transmitir su mensaje al hombre por
medio de palabras, y por ello las palabras escritas originalmente
por autores humanos fueron Palabras de Dios. Por ello la Biblia
es a la vez divinamente inspirada y plenamente humana.

La Biblia es el relato de cómo Dios habló
a una variedad de personas dentro de su situación
particular a lo largo de los siglos. De ahí que lo que
enseña la Biblia sobre algún tema en particular, va
tomando cuerpo a medida que se cotejan las enseñanzas de
varias partes de la Biblia hasta formar el cuadro completo.
Estamos en busca de la suma total de la revelación dada en
muchas y de muy variadas maneras.

Pero no debemos olvidar que la Biblia no es una especie
de novela histórica que debamos leerla de principio a fin,
sin detenernos a comprender su significado y sus mensajes. La
Biblia es una colección de verdades eternas que no se
deben intercambiar sin reparo en su trasfondo y propósito
original.

No debemos sacar los escritos fuera de su contexto ni
debemos recopilar esas verdades eternas contenidas en la Biblia y
sumarlas para poder formar así una doctrina. El
significado de una afirmación depende en parte de su
contexto, por lo que debemos estar seguros de que se entienda un
versículo a la luz de todo el pasaje que lo
enmarca.

Por todo ello, este estudio bíblico-religioso,
aunque básico, se ha elaborado con el propósito de
comprender en lo posible la Biblia y su entorno religioso y, con
ello, poderla aceptar con total conocimiento y en mayor
profundidad.

Biblia y
arqueología

Todo se inició cuando comenzaron a llegar a
Europa y América los grandes monumentos y esfinges,
primero de Italia y Grecia, y luego de Egipto y Asiria. Esto
había ocurrido gradualmente en los siglos XVII y XVIII,
pero en el siglo XIX llegó a su punto culminante. La
egiptología comenzó con la expedición de
Napoleón a Egipto, que incluía un cuerpo de
expertos para examinar las antigüedades y llevarse algunas
de ellas a Francia.

Algunos exploradores del Medio Oriente no eran mas que
buscadores de tesoros, pero se tomaron la precaución de
anotar las circunstancias del descubrimiento, haciendo planos de
los sitios, los edificios y los objetos con mucho detalle.
Gracias a todo ello, la mayoría de las grandes ciudades
que se nombran en la Biblia pueden ser identificadas sobre el
terreno, ya sea por consideraciones geográficas de orden
general o por la tradición, o bien por los antiguos
nombres conservados entre la gente de lugar. En muchos casos es
posible estudiar la historia de algún lugar mediante la
excavación de las ruinas. Pero algunas poblaciones
importantes aún están ubicadas en su antiguo
asiento, y por lo tanto poco se puede aprender acerca de la
cultura material, como es el caso de Damasco.

En raras ocasiones en Palestina, pero con mayor
frecuencia en Egipto y Mesopotamia, hay documentos escritos que
dan la fecha a que pertenece una construcción. Faltando
esto, la alfarería común del pueblo es
también una guía valiosa. La vasija o la
inscripción es de poco valor para el arqueólogo una
vez separada de su medio en la tierra, de manera que es de
primordial importancia anotar con exactitud el lugar del
hallazgo.

A través de la técnica del carbono
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se conoce que desde el año 6,000 a.C. y aún
antes, el hombre levantaba sus asentamientos según sus
primeros intentos de cultivar plantas comestibles, domesticar
animales y regular el uso del agua. En alguna época
anterior al año 5,000 a.C. se empezó a usar la
cerámica y las técnicas para modelar, hornear y
decorar, que se perfeccionaron en los diez siglos
siguientes.

Y la arqueología nos muestra más detalles
aún. Por ejemplo, el asentamiento en el oasis de
Jericó, alrededor del año 7,000 a.C. estaba
fuertemente guarnecido por una muralla de piedra y una torre de
más de diez metros de altura. No es posible que semejantes
fortificaciones se hayan erigido meramente para la
protección contra animales salvajes, sino que indican el
temor que el hombre tenía al hombre, aún en
época tan remota.

Una idea de sus creencias se adquiere por el hecho de
que preservaban las calaveras de los fallecidos, aunque se
desconoce si eran antepasados venerados, o trofeos o talismanes
para ahuyentar a los espíritus. También figuras
humanas y de animales se moldeaban en arcilla y se labraban en
hueso y en piedra. En Anatolia, en el Asia menor, los cuadros en
vivos colores pintados en las paredes de barro indican un culto
al toro y a otras criaturas. El culto a la figura materna se
halla en muchos lugares.

En el siglo XX se realizaron hallazgos
arqueológicos de antiguos papiros en las cuevas de
Qumrán, junto al Mar Muerto (Israel) y en Nag-Mahadi
(Egipto) que vinieron a confirmar muchos escritos bíblicos
que se conservaban desde la antigüedad, principalmente en
monasterios y abadías.

En efecto, estos hallazgos nos ayudan a confirmar la
historia bíblica, aunque nuestra fe no debe basarse en
descubrimientos arqueológicos, sino que debemos confiar en
la Biblia simplemente porque es Palabra de Dios.

Religión y
escritura

Las principales creencias y ritos religiosos estatales o
metropolitanos se conocen por los textos, pero las creencias de
la gente común, incluso la analfabeta en los principales
centros de Egipto y Babilonia, sólo se pueden obtener de
los restos de pequeñas capillas y santuarios caseros,
tanto en forma de amuletos como figurillas de barro usadas para
evitar el mal, según sus creencias.

Algunos descubrimientos elementales de medicina
capacitaban a los médicos para aliviar el dolor y curar
algunos males, pero en su mayor parte las enfermedades
habían de dejarse en manos de los dioses. En un mundo
donde la mortalidad del hombre era evidente, el respeto y el
temor de lo sobrenatural matizaban cada aspecto de la vida
diaria.

Sin las ruinas de los grandes templos y de los
pequeños, así como sin las estatuillas de los
dioses, los documentos que trataban sobre asuntos religiosos
serían prácticamente incomprensibles. Esto puede
aseverarse en cuanto a muchos tipos de textos, pese a lo valioso
de su contenido. La recuperación de los escritos antiguos
implica todos los riesgos de la preservación.

En Egipto los rollos de papiro perduran solamente cuando
yacen en las partes desecadas del desierto. Ocasionalmente pueden
sobrevivir en otras tierras en circunstancias similares, como es
el mencionado caso de las cuevas de Qumran junto al Mar Muerto.
Las tablillas de arcilla de Babilonia son más duraderas,
aunque muy frágiles en el momento de descubrirse. Pero
existen muy pocos documentos da países como Siria,
Palestina y Gracia, donde normalmente se usaban el papel y el
cuero, ya que se han descompuesto en la tierra. Únicamente
cuando las inscripciones se grababan en piedra o se
escribían en arcilla es que había mayor posibilidad
de que perduraran.

Como resultado de lo anterior, existe mucha mejor
documentación para algunos sectores y épocas que
para otras. Ocasionalmente se descubre algún botadero de
basura que contiene restos de papel, tal como ocurrió
cerca de un grupo de aldeas grecorromanas en Egipto. Estos miles
de papiros, denominados Oxyrhynchus han proporcionado
suficiente información para poder reconstruir el gobierno
y la vida de aquellos pueblos con lujo de detalles.

La acumulación de los hallazgos a lo largo de
varias décadas indica que el segundo milenio a.C. fue el
período en que se inventó el alfabeto. Inspirado en
los jeroglíficos egipcios, un sencillo sistema de 20 o 30
símbolos se desarrolló a través de los
siglos, perfeccionándose alrededor del año 1,000
a.C. Con esto, el arte de escribir quedó al alcance de
cualquier persona y dejó de ser patrimonio exclusivo de
los escribas.

El esfuerzo de los arqueólogos y de los expertos
de quien ellos dependen ha contribuido enormemente en nuestro
conocimiento del pasado del hombre. No obstante, cualquiera que
sean las formas de los hallazgos, desafortunadamente la
conclusión final es la misma; las pericias y las labores
del hombre, grandes y pequeñas, no han logrado mejorar su
naturaleza. Han aparecido grandes civilizaciones, pero el hombre
en su vida diaria, sus aspiraciones, temores y anhelos
religiosos, parece ser siempre el mismo. El mensaje divino de fe
y renovación era tan necesario en tiempos de Abraham y de
David como lo es hoy en día.

La
religión: su origen y desarrollo

El origen de la religión ha sido en muchas
ocasiones motivo de conjetura. Si las primeras criaturas que
anduvieron erectas no tenían religión, y en tiempos
de Jesús el hombre ya había alcanzado un nivel
religioso elevado, es creíble que durante ese intervalo
debe haber ocurrido una paulatina evolución religiosa
hasta llegar a las formas más elevadas.

Las gentes tribales temían a los espíritus
de la selva oscura, dependían de los brujos en la
práctica de la magia y pensaban que las almas de los
difuntos revoloteaban durante un tiempo en el ambiente y luego
regresaban con otras formas, tal y como sostiene el
animismo.

El siguiente paso es concluir que con el tiempo se le
ocurrió a la gente que el amor al prójimo es la
médula de la religión, y quien primero que nos lo
enseñó con claridad fue Jesucristo, de quien
proviene el cristianismo, o sea, la forma más elevada de
la religión.

Cuando buscamos los orígenes de la
religión comenzamos con humanos que podían
responder a la voz de Dios. Se presume que al principio le amaban
de todo corazón y también se amaban entre
sí. Pero ya por el tercer y cuarto capítulos del
Génesis encontramos que este primer amor por Dios y entre
sí mismos es destruido por el pecado.

En ese primer estado el humano no necesitó de
templos, sacerdotes o sacrificios. Sólo cuando
entró el pecado fue que se hizo necesario el sacrificio.
En el capítulo 4 del libro del Génesis vemos que
Caín traía una ofrenda del fruto de la tierra,
mientras que Abel llevaba un animal para sacrificar. Dios
aceptó el sacrificio de Abel, pero rechazó el de
Caín. Con ello había sido manifestada la
única manera en que el hombre pecador podía
acercarse a un Dios santo: por el derramamiento de sangre de
animales, pues el pecado significa el rompimiento inexorable con
Dios, y eso significa la muerte.

Al principio el jefe de familia o de la tribu
presidía la ofrenda del sacrificio. Después del
Éxodo de Egipto, Moisés instauró un linaje
especial de sacerdotes descendientes de Aarón para
supervisar los sacrificios de animales. Luego, en tiempos de
Salomón, se construyó un gran templo para este
mismo propósito y las ofrendas de sacrificios continuaron
entre los judíos hasta el año 70 d.C.

En el Antiguo Testamento la matanza de cada animal
adquiría un significado religioso, el cual sólo
llegó a entenderse plenamente con la muerte de Jesucristo
en la cruz, tal y como San Pablo nos lo menciona en su Carta a
los Hebreos: "En cambio presentose Cristo como sumo sacerdote
de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y
más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir,
no de este mundo. Y penetró en el Santuario una vez para
siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos,
sino con su propia Sangre, consiguiendo una liberación
definitiva"
(Hebreos 9:11-14).

De manera que, según la Biblia, la primera
religión del hombre era el monoteísmo, la fe en un
solo Dios, y el sacrificio de animales indicaba que
existía una manera de recibir perdón y ser de ser
aceptado por Él. Y esto nos ayuda a entender la posterior
historia de la religión.

El Antiguo Testamento nos deja ejemplos de cómo
una y otra vez el hombre se inclinaba a cambiar el
monoteísmo por el politeísmo. Labán, el
sobrino de Rebeca, fue un típico politeísta y
sabemos que en la época de Labán el
politeísmo ya era la religión de otros
países, tal como en Grecia y en la India. La
Ilíada y la Odisea ilustran el
politeísmo tan complejo de los dioses griegos en tiempos
de Homero, el autor de ambas obras.

Asimismo hay una constante tentación a convertir
la provisión del sacrificio por la gracia de Dios en un
ritual al que se le atribuía valor en sí mismo. Los
brahmanes de la India y los antiguos sacerdotes de Egipto y de
Grecia pretendían que sus sacrificios agradaban a sus
dioses y con ello podían lograr bendiciones para sus
adoradores. Había un solo paso del sacerdocio antiguo con
la magia y la religión del hechicero tribal. Es así
como se realiza un constante proceso de degeneración de la
religión a las formas inferiores de politeísmo,
hechicería y magia. Contra esta falsa visión y no
contra el sacrificio en sí mismo es que arremetían
los profetas de Israel.

Es en este marco de degeneración religiosa que
debemos entender el llamamiento de Abraham a salir de la
idolatría y la magia en la ciudad de Ur, el lugar de
nacimiento del Patriarca, y así adorar al único
Dios verdadero con una fe simple basada en la forma de sacrificio
exigida por Dios. Más adelante Moisés debía
enseñarle al pueblo de Israel que había sido
corrompido en Egipto, y así poder adorar al único
Dios verdadero y ofrecerle sacrificio de tal manera que resultara
claro que no había propósito de magia en
ello.

Con todo ello podemos ver que la Biblia ilustra el
proceso histórico de la degeneración de la
religión, y el envío de los profetas para restaurar
la verdadera religión.

Después de la muerte de Jesús, Dios
proveyó el pan y el vino de la Santa Comunión para
conmemorar el sacrificio de su Hijo. Entre los judíos y en
muchas otras naciones cesó la práctica de los
sacrificios de animales.

Actualizar la
palabra de Dios

La memoria es el presente del pasado, dice San
Agustín. Todos necesitamos recuerdos para saber
quiénes somos. Necesitamos recordar, rememorar y
actualizar lo recordado. La memoria es de tal forma necesaria en
nuestra vida personal y social, que ha tenido que surgir la
escritura para fijar los recuerdos de forma eficaz y permanente.
La memoria no es sólo almacén del pasado, sino que
es también puerta abierta al futuro, pues es la base para
la creatividad. Y así nació la Biblia: experiencia,
pensamiento, memoria, relato y acción. Es un testimonio
expresado con apasionada intensidad; el relato emocionante de un
pueblo habitado por el deseo de Dios.

El Antiguo Testamento es el compendio de distintos
libros que narran de muy diversas maneras cómo, en una
cultura y región concretas, en la cuenca del Jordán
y en el principio de los tiempos, hubo un pueblo, Israel, un
pequeño grupo de hombres y mujeres que tuvieron una
experiencia única y totalizante de una Presencia que se
les revela y se les manifiesta en donación personal, y que
les hace descubrir que son elegidos y consagrados por un Dios
liberador.

Desde una experiencia religiosa común llenaron el
principio de significados y empezaron a narrar los
acontecimientos que les daban raíces. Para Israel hubo
acontecimientos tan determinantes en su historia, que no
podían ser silenciados. Por ello se sintió
impulsado a elaborar historias, recitadas oralmente en un
principio, repetidas una y otra vez después, descubiertas
e interpretadas en sucesivas profundizaciones. Más tarde y
esporádicamente, en un largo caminar de fidelidades y de
infidelidades, de encuentros y desencuentros, de ahondamientos y
de actualizaciones, de afinamiento en la percepción de
este Dios y del tipo de conducta que se derivaban de ello.
Fijaron por escrito esas narraciones para que el testimonio de
aquella Alianza liberadora fuera perenne y pasara de
generación en generación.

Con ello los autores de las Escrituras, hombres y
mujeres de épocas arcaicas, pasaron a ser testigos de la
memoria de la acción de Dios en medio de ellos, y sus
historias se constituyeron en punto de referencia ineludible para
el futuro, hasta el final de los tiempos. Hicieron un viaje por
los recuerdos y pasaron del descubrimiento de la Presencia del
Dios vivo en su historia personal y como pueblo, al progresivo
ahondamiento en la comprensión de lo ya vivido, tanto en
lo que se refería al paso de Dios por sus vidas, como de
los modos de conducta que la Alianza trataba de suscitar en
ellos. Su historia, como toda historia humana, es la
constatación de la infidelidad humana y del mantenimiento
de la promesa por parte de Dios y de su fidelidad hacia
nosotros.Los autores de esos escritos expresaron su vivencia de
los hechos, más que los hechos en sí mismos, por lo
que sus relatos no pueden ni deben pensarse como
históricamente exactos, aunque sí son
teológicamente verdaderos en cuanto que transmiten una
experiencia única de fe. La vida humana, en toda su
complejidad, es el lugar teológico del encuentro con Dios.
Y Dios se revela en la Biblia porque se encarna en ella. Un
relato puede presentar inexactitudes históricas o
geográficas, tal como es posible observar en los
diferentes evangelios. Sin embargo son del todo verdaderos en
cuanto a la vivencia que transmiten. Dios envía y nos
transmite una historia viva: Cristo Jesús.

La propuesta cristiana nace de una experiencia concreta:
el encuentro personal con Jesús resucitado. Una
experiencia que afecta de tal modo a los que la tienen, que se
siente la necesidad ineludible de comunicarla y testimoniarla a
otros ya que da luz al sentido total de la existencia. Testimonio
y anuncio: es la proclamación, el Kerigma, que es la
invitación para generaciones futuras a vivir la misma
experiencia, a transmitirla y a testimoniarla.

Pero para que el testimonio y la transmisión de
esa experiencia sea real, hay que saber descubrir lo que el texto
significaba entonces, la exégesis, y lo que significa
ahora, o sea, la hermenéutica. El Espíritu Santo
que inspiró a los autores de las narraciones, es el mismo
que da luz ahora para crecer en capacidad de ahondamiento. Es el
mismo que posibilita ahora entender las llamadas que hay en
aquellos textos y aplicarlas a las realidades específicas
del momento actual, convirtiéndolas en palabra de Dios
para nuestros días.

Las Escrituras fueron compuestas como narraciones, de
acuerdo a las circunstancias del pasado y en el lenguaje y las
imágenes adecuadas a aquellos momentos, por lo cual
resulta obvia la necesidad de actualizarlas; no en su contenido,
sino en su interpretación y expresión. Es preciso
saber obtener el significado profundo y, por ello verdadero, de
los contenidos esenciales capaces de iluminar la existencia en la
situación presente, de acuerdo con la voluntad de Dios
manifestada en Cristo Jesús.

No tenemos por qué escuchar la Palabra como algo
que suene extraño a nuestros oídos, sino que hay
que oírla con el corazón, como lo más
entrañable, como aquello que resuena en lo más
íntimo de nuestro ser, pero que es comprensible para
nosotros. La Palabra refleja y nos da lo más
auténtico, lo único real de nuestro estar en el
mundo. El texto bíblico es como una partitura musical que
está muerta hasta que se le arranca el sonido y se le
despiertan las notas. Y esta eclosión se da cuando palabra
y vida se funden en una profunda interacción.

Si la Palabra fue dictada por Dios mismo, El es el autor
de las Escrituras. Y eso lo convertimos y confirmamos en
cuestión de fe cuando después de la lectura de los
textos correspondientes a cada celebración
eucarística, asentimos fervorosamente a lo que acabamos de
escuchar diciendo que es Palabra de Dios. En cada lectura Dios
nos habla como lo ha ido haciendo desde los albores de los
tiempos. Para cada uno de nosotros y para toda la comunidad
cristiana, estos textos tienen el carácter de lo dicho por
Dios. Así lo creemos con toda certeza y así debemos
vivirlo.

Por todo ello, y por el solo hecho de saber que el
contenido de la Palabra no debe ser modificada ni podemos
añadir otras palabras diferentes a las que ya contiene en
sí misma, debemos poner en marcha un progreso imparable en
su profundización y en su comprensión. La
revelación es permanente, pero no estática; es la
manera de transmitir el mensaje invariable lo que está
sujeto a una continua evolución. El propio Juan XXIII, en
su discurso de apertura del Concilio Vaticano II, al invitar a
los fieles a la libertad de reflexión, lo expresó
de esta manera: Una cosa es el depósito mismo de la fe, es
decir, las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y la
otra la manera como se expresa.

Para que los textos de los Libros Sagrados
continúen siendo para nosotros Palabra de Dios, se impone
la tarea de la interpretación actualizada de su contenido.
Hay que aprender a descubrir. No es lo mismo simplemente leer o
mirar, que ahondar en lo que se ve o se lee. Y hacer hablar un
texto para descubrir nuevas profundidades en su mensaje requiere
con frecuencia audacia y algo de riesgo. Hay que saber discernir
y saber descubrir. Un texto es algo vivo y nunca dice todo en un
primer momento. Está lleno de valores culturales, de
escenarios mentales y de enfoques de la vida que, de no conectar
con sus lectores, no puede llegar a ser palabra de
salvación.

Reinterpretar la Palabra es ser fieles a su contenido,
pero a la palabra hay que dejarla ser, y para ello necesita ser
dicha de manera nueva y siempre actual hasta el final de los
días, ya que la revelación encierra una verdad
siempre mayor, siempre n un más allá. Ya no es
posible, aunque se quiera, seguir viviendo la Palabra como un
dictado inmovilizante. La fidelidad en la transmisión del
depósito de la fe contenido en la Palabra de Dios exige
ideas y expresiones verdaderamente nuevas porque la vida del
cristiano es una vida constantemente renovada por la de
Cristo.

El Espíritu Santo es quien da a conocer y ayuda a
descifrar los misterios y la voluntad de Dios y sopla donde
quiere y como quiere, sin que nada ni nadie pueda ser capaz de
impedirlo, y bajo su asistencia la plenitud de la verdad
llegará en la medida en que el Evangelio y la vida del
cristiano subsistan en la más profunda
comunión.

La Biblia y la
vida cristiana

Se puede leer la Biblia como una gran obra literaria,
como la historia de Israel o como una fuente de
información teológica, ya que es todo esto. Pero
ninguno de estos aspectos otorga el debido lugar al
propósito de las Escrituras como lo proponen los propios
lectores, ni a la experiencia acumulativa de los lectores de la
Biblia a través de los siglos.

Cuando Esdras leyó porciones de la Ley de
Moisés a los repatriados en Jerusalén, se nos dice
que el pueblo "podía entender" y que
"lloraban oyendo las palabras de la Ley, gozando de gran
alegría"
(Nehemías 8:1-12). El hecho de
escuchar y entender las Escrituras despertó en ellos una
gran emoción y les puso en acción.

Estas descripciones reflejan con exactitud las
vívidas metáforas que encontramos en la Biblia,
empleadas por los escritores para describir el impacto de la
Palabra de Dios sobre su propia vida. Es Palabra viva y eficaz,
penetrante y que discierne.

Todo lo anterior significa que el lector que se acerca a
la Biblia con indiferencia está en peligro de perder su
propio propósito primordial, que es un propósito
práctico y dinámico. El objetivo es el de producir
algo en la vida del lector, así como proveerle de
información histórica y teológica. La enorme
brecha que existe entre los tiempos bíblicos y los
nuestros pone de relieve lo admirable del propósito, pero
la Biblia puede justificar de dos maneras su pretensión de
tener vigencia en nuestros tiempos.

En primer lugar, se ocupa de aquellos elementos de la
naturaleza humana que siempre han existido y que siguen
existiendo. Los hombres y mujeres de quienes leemos en la Biblia
tienen aspiraciones y flaquezas con los cuales nos identificamos
plenamente. Como dijo San Agustín, "el relato sagrado,
como fiel espejo, no pinta lisonjeramente"
(La Ciudad de
Dios).

En segundo lugar, las verdades bíblicas
están siempre vigentes porque Dios mismo no cambia, ni en
su naturaleza ni en su trato con el hombre. Al leer la Biblia
descubrimos verdades fundamentales acerca de Dios, y las vemos
demostradas en sucesos de la vida de su pueblo que iluminan su
carácter y son ejemplo de voluntad para todos los hombres
de todos los tiempos. De ahí que aún los sucesos de
tiempos pasados están escritos para amonestarnos a
nosotros, a fin de que en el presente y para el futuro, por la
consolación de las Escrituras, tengamos una firma
esperanza. Por ello la Biblia retiene su valor
contemporáneo.

Mediante su prédica y sus escritos, los
apóstoles demostraron la tesis de Jesús: que el
propósito principal de la Biblia es atraer al hombre hacia
Cristo como su Salvador, despertando en él el principio de
la fe.

La lectura de la Biblia debe conducirnos a un
crecimiento en nuestra relación con Dios. Es
función de la Biblia alimentar el conocimiento personal
del Padre que pueda crear disfrute al hijo cristiano, ya que a
medida en que el creyente aprende más acerca de Dios,
aumenta su deleite en él mismo.

El estudio de la Biblia, por consiguiente, no tiene por
qué resultar aburrido para el cristiano. Toda
relación personal se alimenta con palabras, y a lo largo
de las páginas de la Biblia el cristiano escucha a Dios
que le habla. Como dice el salmista, es una experiencia
"más dulce que la miel" (Salmo
119:103).

La relación a la que nos invita Dios como
creyentes es de amor. Su amor, sin embargo, es un amor cuyas
exigencias son absolutas. La información que recibe el
cristiano acerca de Dios y su voluntad mediante la lectura de la
Biblia exige una respuesta firme y nada sentimental. La
enseñanza de Jesús es muy clara: "El que me
ama, mi Palabra guardará y mi Padre le amará, y
vendremos a él y haremos morada con él. Y la
Palabra que habéis oído no es mía, sino del
Padre que me envió"
(Juan 14:23).

Conclusión

A Dios le podemos conocer solamente en la medida en que
Él se revele a sí mismo; de otra forma no tenemos
medios para conocerle. No podemos conocer nada del gozo de la
vida cristiana o de la vida y comunión de la Iglesia, a
menos que recurramos a la Biblia que Dios nos ha dado como
guía espiritual.

De manera que cada cristiano ha de formarse una idea
clara de lo que la Biblia enseña con respecto a los
diferentes temas. Solamente así el cristiano podrá
adquirir una sólida base cristiana para su vida, pues lo
que creemos es lo que inevitablemente será expresado en
nuestra vida diaria.

_ . _ . _ . _ . _ . _ . _

"Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios,
aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la
lectura. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el
sacerdote escriba y los levitas que explicaban al pueblo, dijeron
a todo el pueblo: "Este día está consagrado a
Yahvé, vuestro Dios; no estéis tristes ni
lloréis", pues todo el pueblo lloraba al oír las
palabras de la Ley"

(Nehemías
8:8-9)

Fuentes

Alan Millard – David Field – Howard
Marshall – Peter Cousins – Robert Brown

 

 

Autor:

Agustin Fabra

 

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