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La caída de los muros de Jericó




Enviado por PERCY ZAPATA MENDO



  1. ¿Cuándo cayeron los muros de
    Jericó?
  2. La
    destrucción de Hai
  3. Finalizando
  4. Fuentes

Hay gente que suele decir que la Biblia carece de
confiabilidad histórica, una posición
escéptica que empezó hace ya más de dos
siglos, con el nacimiento de la crítica racionalista, y se
llegó incluso a sostener que buena parte del relato
bíblico eran solo cuentos o leyendas sin fundamento
histórico… hasta que con el nacimiento de la
moderna arqueología (a partir del siglo XIX), las piedras
milenarias empezaron a protestar y exponer su verdad acallada por
la falta de métodos y medios que la pudieran descifrar.
Sin embargo existen aún dificultades para encajar algunos
relatos bíblicos con los descubrimientos
arqueológicos.

Por ejemplo en lo que respecta a algunos episodios de la
conquista de Tierra Santa por los israelitas relatados en el
libro de Josué. Para empezar, es cierto que los rastros
encontrados en distintas ciudades de Palestina demuestran a las
claras que hubo destrucción en la segunda mitad del s.
XIII a.C., lo cual concordaría con la embestida de los
israelitas calculada alrededor del año 1240 a. de C. en
adelante. Dichas ciudades son Tell Beit Mírsini
(posiblemente la Debir/Quiriat-sefer bíblica), Laquis,
Bet-el, y Hazor. Sin embargo, existen dos sitios han dado lugar a
controversia, al no hallarse comprobación tangible de una
destrucción ubicable en dicha época: son las
ciudades JERICÓ y HAI; y estos dos casos son los que
más suelen resaltarse en las páginas ateas y
anticristianas para afirmar que el relato bíblico de la
conquista de Canaán es fantasioso.

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¿Cuándo cayeron los muros de
Jericó?

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Empecemos por JERICÓ. El relato de la
caída de Jericó es sin duda uno de los más
conocidos de la Biblia y por lo tanto lo reseñaré
muy brevemente: En la primera referencia bíblica de
Jericó (Jos. 2) se hace mención a que el dirigente
hebreo Josué envió dos espías a la ciudad
desde su campamento en Shittim (actualmente en Jordania).
Sucesivamente sitiada por los israelitas, Jericó se
rindió después de que sus murallas fueran
milagrosamente derribadas por siete sacerdotes tocando unas
trompetas (Jos. 6). Los habitantes fueron asesinados y,
según la historia, Josué maldijo y destruyó
la ciudad. (En todo caso leer el Libro de Josué
capítulo capítulos 3 al 6).

Leyendo algunos artículos de la red, veo que
muchos cometen el craso error de decir que "por los años
en que se supone Josué y los israelitas llegaron a la
Tierra Prometida (siglo XIII a. de C), la ciudad de Jericó
AÚN no existía". Pues no, no es exactamente
así, la ciudad de Jericó es una de las más
antiguas ciudades amuralladas del mundo, cuyo origen se remonta
al 8,000 a. de C. tal como se pudo comprobar tras sucesivas
excavaciones realizadas en el siglo pasado en las ruinas de Tell
es-Sultán (unos 16 km al noroeste de la actual
desembocadura del Jordán en el mar Muerto, y muy cerca de
la moderna ciudad de Jericó). La arqueología ha
demostrado que en ese sitio fueron construidas y destruidas
sucesivas ciudades a lo largo de los milenios:

– Una ciudad de la época neolítica,
rodeada por un muro y habitada desde el octavo hasta el cuarto
milenio a. C. en que fue abandonada;

– Una ciudad pre Cananea de la edad del bronce temprano
o antiguo, con formidables sistemas defensivos amurallados
(3200-2300 a. de C.);

– Una ciudad cananea del bronce medio (hacia
1900–1600/1550 a.C., el llamado período patriarcal)
que probablemente terminó por ser destruida por los
faraones de la 18º dinastía.

– Y una última ocupación conocida del
período del bronce reciente o tardío (entre 1400 y
1325 a.C.).

El punto de discrepancia aquí consiste en que,
por los años en que se supone se produjo la conquista de
Canaán por los israelitas (entre 1240 y 1200 a.C.),
JERICÓ SE HALLABA YA ABANDONADA. Es decir, de la
antigua Jericó solo quedaban las ruinas de su pasado
próspero, y los israelitas de Josué debieron
encontrar solo eso. Es probable que cerca o encima existiera un
pequeño poblado, pero sería mucho más
modesto y sin murallas, muy distinto a la Jericó de los
altos muros que describe la Biblia. Menudo problema pues que
representa esto para quienes defienden la confiabilidad del
relato bíblico.

Antes de continuar quiero dejar en claro que en cuanto a
la cronología sigo la tendencia más extendida entre
los expertos, el de fijar el tiempo de la invasión de los
israelitas a Canaán, por los años 1200 a.C. ya que
existen otras posiciones al respecto, como el de fijarla por los
años 1600 ó 1400 a.C.

Empecemos con las excavaciones. La primera gran
excavación del sitio de Jericó, fue llevada a cabo
por un equipo alemán (Ernst Selin y la sociedad Deutsche
Orientgesellschaft) entre 1907 y 1909, cuyos resultados fueron
publicados en 1913. Algunas de las conclusiones de los citados
excavadores fueron censuradas, por lo que se pensó en
reanudar las excavaciones con mejor base
científica.

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El encargado de continuar el trabajo fue el
arqueólogo John Garstang, que bajo los auspicios de
Palestine Exploration Fund, excavó el Tell desde
1930-1936. El mérito principal de Garstang consiste en
haber trazado la evolución histórica de la ciudad.
Fue el primero en querer corroborar el relato bíblico de
la caída de los muros de Jericó con las pruebas
arqueológicas. En efecto, su investigación se
concentró en el impresionante sistema de fortificaciones
de Jericó, compuesto por un muro de retención de
piedra, de unos cinco metros de altura; una muralla de ladrillos
de unos 2 metros y medio, levantada encima de dicha estructura y
fortalecida por detrás por un murallón de tierra; y
otra muralla más que rodeaba la ciudad. Entre ambas
murallas había indicios de estructuras domésticas o
casas, que eran consistentes con la descripción de la casa
de Rahab, la ramera, que según el relato del libro de
Josué 2:15 se hallaba sobre la muralla. Otro detalle
interesante era que en una parte de la ciudad, había
grandes pilas de ladrillos en la base del muro, tanto externo
como interno, lo que indicaba un desmoronamiento repentino de las
fortificaciones. Debió ser emocionante para Garstang
comprobar que según todos los indicios los muros
habían caído DE DENTRO HACIA AFUERA. Esto era un
detalle muy notable, porque cuando son atacadas las ciudades, los
muros caen hacia adentro, y no hacia fuera. La causa de la
caída debió haber sido un potente temblor de
tierra; una vez caídos los muros, debió ser
fácil para los invasores ingresar a la ciudad
trepándose por las ruinas: también se halló
evidencia de un violento incendio de la ciudad. Garstang
fechó tales muros en el Bronce reciente o tardío
(entre 1400 y 1325 a. de C.). Para concordar los resultados
arqueológicos con el texto bíblico, colocó
Garstang la fecha del éxodo en tiempos del faraón
Amenofis II (1447-1442), y la conquista de Jericó hacia el
año 1400. Otro arqueólogo, W. F. Albright, lo
fechó entre 1360 y 1320 a. de C. Pero ya por entonces, la
tendencia histórica más corriente fijaba la
penetración de Josué en Palestina hacia el
año 1200 a. C. la incongruencia era pues notoria, de modo
que a fin de solventar estas dificultades se recurrió a la
hipótesis de varios éxodos de israelitas de Egipto,
ocurridos en lapsos medianamente largos de tiempo.

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Estas divergencias profundas entre arqueólogos
tocantes a la fecha de la destrucción de Jericó
movieron a la British School of Archaeology y a la American
Schools of Oriental Research a emprender nuevas excavaciones, que
dirigió la señorita Kathleen Kenyon. Su finalidad
principal era zanjar definitivamente las discusiones en torno a
la fecha de la destrucción de la Jericó relacionada
con Josué. Las excavaciones empezaron en 1952, y como
resultado de las investigaciones, se determinó que durante
la época de Josué (hacia 1240-1200 a. de C.) NO
HABÍA EXISTIDO nunca una ciudad de Jericó con
fuertes murallas. El doble muro atribuido por Garstang al Bronce
reciente, y, por lo mismo, identificado con el que fue destruido
en tiempos de Josué, no era más que una parte del
complejo sistema defensivo, reconstruido y retocado varias veces
durante el tercer milenio (Bronce antiguo). Es decir, aquellas
murallas se habían derrumbado unos MIL AÑOS antes
de Josué, nada menos (hacia el año 2300 a. de C.),
por lo que no podrían relacionarse para nada con el relato
bíblico. Tampoco se halló ningún rastro de
cerámica en toda el área excavada del Bronce
reciente. Los excavadores de Tell el-Sultán perdieron toda
esperanza de encontrar la Jericó de Josué. A tenor
de los resultados de las exploraciones, durante los años
de la conquista de Canaán, no existía
Jericó, o al menos no quedaban vestigios
arqueológicos de la misma: como si se hubiesen hecho
polvillo.

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Ahora bien, si en realidad por esos hubo una
Jericó con altos muros años ¿por qué
no dejó rastro alguno? La misma señorita Kenyon,
expuso la hipótesis siguiente: que sobre los restos de la
ciudad del bronce medio de 1900-1600 a.C. pudo levantarse otra
ciudad más reciente, que desapareció,
víctima de la erosión, sin dejar huellas sobre el
Tell. ¿Qué de cierto podría tener la
hipótesis de la erosión? Efectivamente, es posible
que existiese una pequeña población en
Jericó por entonces, y que Josué y los israelitas
cumplieran con tanta eficacia su tarea destructiva que las ruinas
de la ciudad quedaron expuestas a los estragos de la naturaleza y
el hombre durante cinco siglos, hasta los días del rey
Acab (siglo IX a. C.) cuando fue refundada Jericó por Hiel
de Betel (1 Reyes 16.34), de tal suerte que los niveles
correspondientes a la edad del bronce tardía que
yacían en la superficie, quedaron casi enteramente
denudados, e incluso algunos de los niveles más profundos
fueron seriamente afectados, al punto de ser completamente
erosionada hasta desaparecer. Tal posibilidad no es solamente un
punto de vista heurístico u "armonístico", sino que
lo sugieren los vestigios de una considerable erosión en
otras aldeas más antiguas de Jericó. Por ejemplo,
las tumbas de la edad del bronce media demuestran en forma
decisiva la importancia de la Jericó de esta época
(el llamado período patriarcal), aunque en el
montículo de la ciudad la mayor parte de la ciudad del
bronce medio —y aun buena parte de la del bronce temprano
que la antecedió— fue erosionada hasta desaparecer
entre aproximadamente los 1600 y 1400 a.C. Si los elementos
pudieron causar tanto daño en sólo 200 años,
resulta fácil comprender cuánto puede haber hecho
la erosión natural en el montículo desierto en los
400 años que transcurrieron entre Josué y la nueva
fundación de Jericó en tiempos de Acab.
Parecería sumamente probable que los restos borrados por
las lluvias de la última ciudad de la edad del bronce
tardía se encuentren actualmente bajo la carretera moderna
y las tierras cultivadas a lo largo del lado oriental del
montículo de la ciudad. Es extremadamente dudoso que una
excavación (aun cuando fuere permitida) diera muchos
resultados en la actualidad. Sabemos que el relato de
Josué 3-8, sobre la caída de Jericó, refleja
fielmente las condiciones de la zona y su topografía,
mientras que la comandancia de Josué está narrada
de manera realista.

La
destrucción de Hai

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Ahora veamos el problema que conllevó la
identificación arqueológica de HAI o AY. El Libro
de Josué capítulo 8 relata que esta ciudad cananea
fue capturada por Josué y su ejército aplicando una
hábil estratagema; al igual que Jericó fue pasada
al fuego y dejada en ruinas.

Hai fue identificada con las ruinas de et-Tell (en
árabe tau, montón, morón, que concuerda con
el significado hebreo de Hai) situada tres kilómetros, al
sureste de Bet-el. Las excavaciones arqueológicas en
et-Tell, practicadas por Judit Marquet Krause durante los
años 1933-1935, y en 1964-72 por J. A. Callaway, pusieron
al descubierto una ciudad que prosperó en el 3°
milenio a.C. La ciudad tenía un fuerte muro, y un templo
que contenía tazones de piedra y marfiles importados de
Egipto. Las excavaciones demostraron que Hai fue completamente
destruida por el fuego hacia el año 2300 antes de Cristo,
posiblemente por invasores amorreos, es decir, con mucha
anterioridad a la llegada de los israelitas. De la
destrucción se salvaron en parte los muros y
fortificaciones. A la llegada de los israelitas delante de Hai
habíase incluso perdido el nombre de la ciudad, que el
texto masorético llama simplemente Hai = la
Ruina.

¿Cómo pueden armonizarse estos datos de
las excavaciones arqueológicas de Hai con las afirmaciones
del Libro de Josué al hablar de Hai y de que el caudillo
judío la tomó redujo a un montón de
escombros? Algunos autores como Dussaud resuelven la
cuestión, diciendo que el relato es legendario, teniendo
la finalidad de explicar la existencia del montón
impresionante de Hai y atribuirlo a una destrucción de la
ciudad por parte de Josué. Por su parte William F.
Albright sostuvo que el relato bíblico describía
originariamente la destrucción de Betel, acontecida en el
siglo XVI a. C.; pero después se localizó en las
imponentes ruinas de et-Tell, como una manera de explicar su
existencia.

El P. Vincent ha intentado armonizar los datos de la
arqueología con los de la Biblia recurriendo a la
siguiente hipótesis: la ciudad de Hai había sido
efectivamente destruida hacia el año 2300. De su antiguo
esplendor quedaban en pie gran parte de las murallas y el
esqueleto de sus santuarios y otros edificios públicos. Al
amparo de aquellos vetustos escombros se reunieron los cananeos
para impedir la penetración de los israelitas en sus
ciudades. Aquellas viejas ruinas, reanimadas circunstancialmente
por hombres de guerra y otras personas que les
acompañaban, dieron la impresión a los israelitas
de encontrarse ante una ciudad cananea de vida normal. El autor
del libro de Josué habla de Hai como si se tratara de una
ciudad en pie, y se complace en usar este apelativo para destacar
más la magnitud del triunfo. Hasta aquí Vincent.
Esta ingeniosa hipótesis encuentra alguna dificultad en
aquellos pasajes (7:5; 8:29) en que se habla de la puerta de la
ciudad y del número de hombres y mujeres que mataron los
israelitas. Aun cuando es posible ubicar a Hai en algún
otro lugar, hasta el momento no se ha ofrecido ninguna
solución satisfactoria. La identificación de Hai,
con et-Tell, es hasta hoy la más plausible por razones
topográficas, y por la correspondencia entre los
significados del nombre antiguo y el moderno.

Bueno hasta aquí he expuesto resumidamente los
resultados de las excavaciones realizadas en Jericó y Hai,
y las hipótesis de quienes han querido concordar los
descubrimientos con el relato del libro de
Josué.

Finalizando

Ahora bien, es evidente que algunos especialistas han
caído en el error de querer concordar a la fuerza el
relato del libro de Josué con los descubrimientos
arqueológicos. Aunque para ser sincero, la
hipótesis de la erosión total de los restos de una
Jericó del bronce reciente no me parece tan
inverosímil; la teoría del P. Vincent sobre Hai,
bueno, se ve a las claras que es pura especulación, pero,
dejando de lado todo eso, lo que para mí es interesante
comprobar es que ambas ciudades fueron destruidas casi
simultáneamente unos mil años antes de lo que el
relato bíblico los sitúa, posiblemente por los
amorreos, una de esas tribus de semitas nómades, que
invadían periódicamente las regiones más
fértiles del Cercano Orientes (fines de la edad del bronce
temprano, hacia 2300-2100 a.C.); la descripción que hace
el relato bíblico de los fuertes muros de Jericó y
de su destrucción por el fuego, así como el
incendio y la destrucción total de Hai, concuerda
perfectamente con lo que la arqueología ha descubierto;
pero claro, el problema mayúsculo es que la caída
de dichas ciudades ocurrieron muchísimo antes que
Josué y los israelitas llegaran allí.
¿Cómo explicar este anacronismo tan marcado? Puede
ser que tiempo después, cuando los escribas israelitas
registraron los sucesos ocurridos antaño, utilizaron
tradiciones orales que trataron de relacionar con los restos
materiales que veían; al ver las ruinas imponentes de esas
grandes ciudades y al carecer de documentos escritos que
registraran tales sucesos, simplemente lo relacionaron con la
conquista de Palestina por los israelitas en el siglo XIII a. de
C.; es muy verosímil que haya sido así, teniendo en
cuenta que lo mismo ha ocurrido en otras ocasiones, como por
ejemplo, la interpretación que durante la Edad Media se
hizo de los monumentos megalíticos de Stonehenge como si
hubiesen sido construidos por los druidas o en época
romana, cuando en realidad eran de la época
prehistórica; podría citar otros ejemplos
más. En todo caso, no debemos pensar que todo ya
está todo dicho en investigación
arqueológica, pues los estudios continuaran y siempre hay
la posibilidad que algún nuevo descubrimiento tire por los
suelos lo que hoy consideramos hipótesis más
verosímil, y que muchos de los personajes y hechos
bíblicos que aun hoy se consideran legendarios puedan
comprobarse su existencia arqueológicamente.

Aunque las limitaciones de la arqueología son
tales que podría parecer muy optimista esta última
posibilidad. No obstante, es necesario tener siempre presente que
hasta mediados del siglo XIX se consideraban personajes
legendarios los reyes asirios mencionados en la Biblia:
TIGLAT-PILESER III (2 Re. 15:29; 16:7-10), SARGÓN
(Isaías 20:1) y SENAQUERIB (2 Reyes 18:13 y siguientes)
por el solo hecho de que no había otros documentos
escritos que los mencionaran; solo se pudo comprobar la
historicidad de tales personajes al encontrarse los archivos e
inscripciones de dichos reyes en diversas excavaciones realizadas
en territorio de la antigua Asiria. Ciertamente que ejemplos como
este de la corrobación por parte de la arqueología
de lo dicho en la Biblia son innumerables, que ya habrá
oportunidad de tratar.

Fuentes

Diccionario Bíblico Certeza

– "Y la Biblia tenía razón", de Werner
Keller

– Biblia Comentada. Libros Históricos del Antiguo
Testamento. Por Luis Arnaldich, O. F. M.

 

 

Autor:

Percy Zapata Mendo

 

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