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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2, 3, 4

  1. Introducción
  2. Pensar
    para entender el sentido de la ciencia y liberarnos de la
    racionalidad tecnológica
  3. Pensar
    para enfrentar el ajetreo de la vida y extravío de
    nuestro tiempo
  4. Pensar
    para pensar por sí mismo y no como lo imponen los
    educadores
  5. Pensar
    para detectar las instituciones de clausura, el poder
    pastoral, los aparatos ideológicos de estado y los
    aparatos de hegemonía del estado, y huir de su
    influencia
  6. Necesidad de la claridad conceptual para pensar
    por sí mismo
  7. El
    compromiso ético del educador
  8. Pensar
    para aprender a buscar la verdad e impedir la
    alienación
  9. Pensar
    por sí mismo para encontrarse a sí
    mismo
  10. Pensar para criticar y defender la razón
    y la ciencia
  11. Pensar por sí mismo para vivir en
    libertad y saber tomar decisiones
  12. Pensar para conquistar la
    libertad
  13. Pensar para reivindicar la dignidad
    humana
  14. Pensar para vivir
    auténticamente
  15. Filosofar para entender y superar los viejos
    paradigmas filosóficos y
    científicos
  16. Pensar para pensar
    críticamente
  17. Pensar para liberarnos de la masa y de la
    masificación
  18. Conclusión

Introducción

El ser humano, en general, y el adolescente, en
particular, necesita aprender a pensar por sí mismo. La
búsqueda de identidad se relaciona con el pensar por
sí mismo, porque éste le permitirá cimentar
las bases de una identidad propia, auténtica, que le sirva
de fundamento a su proyecto de vida individual y colectivo. Como
secuela del desarrollo acelerado de la tecnocracia y el auge y la
manipulación de los medios de información, el
hombre contemporáneo se halla perdido en la existencia y,
como no es capaz de vivir de acuerdo a como piensa, se limita a
pensar de acuerdo a como vive; por eso deambula de un lugar a
otro tratando de sobrevivir por sobrevivir, se limita a
sobrevivir mas no a vivir. Se mueve en el mundo como un ciego a
tientas, con raras experiencias o intuiciones claras y con raros
resultados seguros. ¡Cuidado! Lo importante no es
dónde estemos, sino la dirección en que nos
movamos. Según Richard Bach, necesitamos "volar" alto,
porque entre más bajo volemos, más perspectiva
perdemos. "¡Oh raza humana, nacida para remontar el vuelo!,
¿por qué el menor soplo de viento te hace caer?…
¡Oh insensatos afanes de los mortales!, ¡cuán
débiles son las razones que os inducen a bajar el vuelo y
a rozar la tierra con vuestras alas!"[1]

Pensar para
entender el sentido de
la ciencia y liberarnos de la racionalidad
tecnológica

La dictadura de la tecnocracia contribuye a la
deshumanización del hombre, llevándolo a vivir en
un mundo hostil y, al parecer, carente de sentido. En ese
contexto se halla constreñido y apresado por la misma
sociedad en que vive, la cual lo aprisiona y,
paradójicamente, lo salva de su soledad y su lobreguez.
"Nadie con sentido común, puede obviar los resultados de
la tecno–ciencia en la época de la
globalización contemporánea. Pero sin sentido
cultural, devienen estériles para el hombre, pues enajenan
y deshumanizan. Resulta perjudicial, porque la verdad es
vacía de contenido, cuando se separa de la belleza y la
bondad, cuya armonía la funda e introduce
Pitágoras, a partir del sentido de medida, y es continuada
por muchos filósofos y pensadores… No es posible
hacer del conocimiento científico el núcleo
arquetípico del pensamiento y convertir a éste en
un modelo impersonal que condiciona de modo a priori y
teleológico la realidad existente para hacer una unidad o
identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier
naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber
profundo, construido por la actividad del hombre en
relación con el mundo o la parte de él hacia la
cual dirige su acción. Se trata de un proceso humanizador
de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos.
Una verdad que separe la esencia humana de la existencia y los
espacios histórico–culturales en que realmente se
aprehende, resulta ficticia y no resiste la prueba de la praxis
social"[2].

La ciencia debe ser considerada como una especie de
brújula de la vida, pero no la vida; su misión, de
acuerdo con Mijail Bakunin, es esclarecerla, no gobernarla. Pero
sólo la vida, liberada de todos los obstáculos
gubernamentales y doctrinarios. Debido a que, por su propia
naturaleza, ignora la existencia y la suerte de cada ser humano
en particular, no se le puede permitir, ni a ella ni a nadie en
su nombre, gobernar nuestra vida. Leamos su
reflexión:

"El gobierno de los sabios tendría por
primera consecuencia hacer inaccesible al pueblo la ciencia y
sería necesariamente un gobierno aristocrático,
porque la institución actual de la ciencia es una
institución aristocrática. ¡La aristocracia
de la inteligencia! Desde el punto de vista práctico la
más implacable, desde el punto de vista social la
más arrogante y la más insultante: tal sería
el poder constituido en nombre de la ciencia. Ese régimen
sería capaz de paralizar la vida y el movimiento de la
sociedad […].

Lo que predico es, pues, hasta un cierto punto, la
rebelión de la vida contra la ciencia, o más bien
contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia
— eso sería un crimen de lesa humanidad —,
sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a
salir de él. Hasta el presente toda la historia humana no
ha sido más que una inmolación perpetua y
sangrienta de millones de pobres seres humanos a una
abstracción despiadada cualquiera: Dios, patria, poder del
estado, honor nacional, derechos históricos, derechos
jurídicos, libertad política, bien público
[…].

Estando llamada la ciencia en lo sucesivo a
representar la conciencia colectiva de la sociedad, debe
realmente convertirse en propiedad de todo el mundo. Por eso, sin
perder nada de su carácter universal — del que no
podrá jamás apartarse, bajo pena de cesar de ser
ciencia, y aun continuando ocupándose exclusivamente de
las causas generales, de las condiciones reales y de las
relaciones generales, de los individuos y de las cosas —,
se fundirá en la realidad con la vida inmediata y real de
todos los individuos humanos […].

Una vez más, la vida, no la ciencia, crea la
vida; la acción espontánea del pueblo mismo es la
única que puede crear la libertad popular. Sin duda,
sería muy bueno que la ciencia pudiese, desde hoy,
iluminar la marcha espontánea del pueblo hacia su
emancipación, pero más vale la ausencia de luz que
una luz vertida con parsimonia desde afuera con el fin evidente
de extraviar al pueblo […].

La abstracción científica, lo he dicho
ya, es una abstracción racional, verdadera en su esencia,
necesaria a la vida de la que es representación
teórica, conciencia. Puede, debe ser absorbida y digerida
por la vida.[3]"

La racionalidad tecnológica, según
Marcuse[4]en la sociedad unidimensional, ha
secado, en su propio seno y en aras del funcionalismo y la
productividad, la contradicción, condición del
movimiento y de la vitalidad, y reprimido y anulado toda
posibilidad de crítica genuina. Marcuse centra sus
críticas sobre la deformación y distorsión
que el capitalismo produce sobre los aspectos humanistas de todo
desarrollo técnico. "La postura crítica de Marcuse
frente a la racionalidad instrumental es denunciar que la
razón práctica se ha implantado de modo tal que no
permite otros modelos de pensamiento y de
acción"[5]. Esa tecnología, que ha
hecho posible conquistar las fuerzas sociales centrífugas,
indisciplinadas e irreverentes, también ha hecho que el
hombre pierda su calidad de vida. "Negocios y política,
beneficios, utilidades, publicidad, prestigio, máquinas y,
sobre todo, necesidades, vienen a convertirse en una avanzada
radical que impone en todas partes una idea de libertad falsa y
su represión connatural", señala Rafael
Méndez Bernal comentando la obra de Marcuse, y agrega que
"la flamante racionalidad tecnológica
contemporánea, lejos de ser racional o neutral en su
condición de puro instrumento optimizador de la
productividad, arrastra consigo y con sus realizaciones la
más acre irracionalidad y estupidez"[6].
Reynaldo Suárez Díaz, sobre esta
problemática, apunta que "la alienación
tecnológica lleva al hombre hasta la destrucción de
su capacidad de pensar, hasta la destrucción del
espíritu humano", y agrega que éste "se ha
convertido en un accesorio del progreso
tecnológico"[7]. Otro gran intelectual que
hace sentir su voz es Robert Musil, quien señala que "en
una sociedad donde lo que importa es la producción de
objetos de valor o de acciones socialmente valoradas, el hecho de
no hacer nada puede llegar a ser visto como una actividad a
contracorriente que implícitamente rechaza los marcos por
los que la sociedad se rige. El hombre sin atributos es un
espécimen raro, un sujeto que no encuentra su sitio y
siendo burgués lleva una vida de aristócrata, y sin
ser aristócrata se dedica a dinamitar la vida burguesa
negando la acción, la utilidad y la producción. El
hombre sin atributos combate las inclinaciones de la
burguesía porque a diferencia de ella niega la
producción y la utilidad y se entrega a las actividades
banales, no productivas, sin valor para el resto de la sociedad.
Frente a la razón material él yergue el
pensamiento, el deambular de la reflexión… La
crítica que Musil realiza a la sociedad es una
crítica mordaz a la ideología racionalista radical
que la Ilustración portaba de una forma oculta entre otras
muchas corrientes. No en vano muchos son los pasajes de El hombre
sin atributos que si los colocamos junto a otros fragmentos del
desolador y crítico libro Dialéctica de la
Ilustración de Horkheimer y Adorno parecen perseguir la
misma finalidad desveladora… Musil en su crítica a
la modernidad nos muestra una y otra vez la fragmentariedad que
aquélla ha producido en el hombre, cómo una
ideología positiva, materialista y productiva ha olvidado
la antigua unidad del hombre… Los personajes musilianos
inquieren la pérdida del sentido del mundo, la falta de un
sistema valorativo capaz de actuar como estructura sobre la que
despegar la vida"[8].

En la llamada "Época de la Técnica" la
libertad es una paradoja. Con la idea de progreso, evidente en el
asombroso avance científico y tecnológico, se
tenía la ilusión de que la ciencia y la
técnica eran instrumentos de liberación en contra
del enorme poder de la naturaleza. "Pero justamente en este
momento culminante, el hombre comienza a sentirse menos libre que
nunca"[9]. Esa aparente libertad frente al entorno
natural, nos muestra que el progreso impide ser libres en el
auténtico sentido de la libertad. En tanto creemos que
progresamos hacia la libertad, en realidad la estamos perdiendo
ante el incontenible poderío de la racionalidad
instrumental. "Aunque nadie desconoce el inmenso crecimiento del
poder del hombre sobre la naturaleza y consecuente aumento de su
libertad frente a ella, posibles gracias a la tecnología
actual, desde hace algún tiempo se viene hablando de los
aspectos negativos de semejantes conquistas. A la vista
están ciertamente el creciente deterioro del contorno
natural del hombre y, en general, el peligro de desaparecer en
que está la vida por falta de un hábitat
adecuado de los seres vivientes o por la acción de los
agentes destructores creados por la tecnología.
Además, en amplios círculos filosóficos y
científicos ha comenzado a despertar la conciencia de que
las formidables conquistas de la técnica no han hecho
más que incrementar la falta de libertad del
hombre"[10].

En nuestro contexto el hombre viene alienándose
profundamente, sumergido en el mundo tecnológico y en el
consumismo capitalista. El psicólogo Barrhus F.
Skinner[11]recomienda que si el mundo ha de
economizar una parte de los recursos que posee como
previsión para un futuro, debe reducir no sólo el
consumo sino el número de consumidores. El hombre moderno
se ha convertido en un producto de consumo en si mismo:
dócil, pasivo y autómata, absolutamente rendido a
los estímulos externos consumistas. Vive de
sucedáneos. Además de estar alienado, ha perdido su
libertad. Según Fernando Savater, los factores de la
dignidad humana individual han tropezado modernamente con
presunciones supuestamente científicas que tienden a
cosificar a las personas, negándoles su libertad y
responsabilidad y reduciéndolas a meros efectos de
circunstancias genéricas. "Considerar el cuerpo humano
como mero objeto susceptible de posesión constituye un
empobrecimiento injustificable del hombre como
persona"[12]. Antonio Cardona y Young Seek Choue
señalan que "hoy, como ayer, el hombre pasa la mayor parte
de su vida persiguiendo absolutos ilusorios, sueña con el
paraíso, el prestigio, el poder; adorando ídolos y
líderes; venerando algunos hombres y despreciando otros,
amando sólo para odiar enseguida, escapando de la
verdadera libertad y de sus riesgos, como lo ha indicado Erich
Fromm, con el objeto de encontrar la cálida seguridad de
conformarse con los hábitos del
"rebaño"[13]. Antonio
Orozco[14]sostiene que vivimos demasiado deprisa,
y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro
alrededor. Los pensadores antiguos siempre insistían en
que el comienzo de la sabiduría es el "asombro" ante el
mundo y lo que en él acontece; maravillarse y preguntarse:
¿cómo es posible que suceda? Por ejemplo, en
nuestro mundo siguen ocurriendo cosas poco humanas, y pasamos de
largo ante ellas, porque nos hemos acostumbrado, como si fueran
normales, cuando con frecuencia son perjudiciales y
empobrecedoras. No nos hemos parado a pensar. Una tarea
importante de los padres y educadores es fomentar una actitud
crítica ante lo que se ha establecido como uso corriente
en la sociedad.

Los filósofos enseñan a
pensar

Muchos (entre ellos el filósofo Miguel
Ángel Ruiz García) se preguntan qué pueden
decir y enseñar los filósofos grecorromanos (yo
agregaría que todos los filósofos que han existido)
a individuos que vivimos en sociedades cuyas dinámicas
están condicionadas, entre otras cosas, por la cultura del
consumo, la inseguridad afectiva, el miedo a no ser reconocido y
a ser excluidos, la incertidumbre frente al futuro, la
precariedad laboral, la velocidad de nuestras rutinas, la
maleabilidad de nuestras creencias y en general, el
carácter accidental y efímero de nuestras
experiencias y acciones. ¡Claro que los filósofos de
todos los tiempos pueden "decir y enseñar"! Los
filósofos, como conciencia crítica de su
época, disponen de construcciones teóricas que nos
permiten replantear nuestra realidad para repensarla y
reconstruirla en procura de un mundo mejor, empezando con nuestro
mundo personal, individual, para así, de esta manera,
poder repensar y reconstruir nuestro mundo colectivo. Si
desarrollamos y fortalecemos nuestro sentido crítico, si
somos capaces de pensar por nosotros mismos, será una
tarea posible de ejecutar, así no sea nada sencilla ni
fácil; todo lo que atañe a las transformaciones, a
las revoluciones, son un quehacer que no es fácil para el
ser humano y que implica arriesgados esfuerzos y denodados
compromisos. "En una postmodernidad como la nuestra, donde el
esfuerzo y la voluntad parecen estar perdiendo la batalla frente
al facilismo, la sabiduría antigua llega como un soplo
refrescante y una forma de retomar el camino
perdido"[15]. Pero para que la filosofía
antigua, la "sabiduría antigua", sirva para afrontar la
problemática actual, según el filósofo
Pierre Hadot (citado por Riso), "es respetando su esencia y su
significado profundo, sin perder de vista los nuevos
condicionamientos
históricos"[16].

Pensar para
enfrentar el ajetreo de la vida y extravío de nuestro
tiempo

El hombre contemporáneo, a pesar de estar rodeado
de personas, se siente solo y extraviado en el ajetreo de la
"vida moderna"; tiene prisa por llegar, no se sabe a
dónde, pero cuanto antes. "Vivimos en un mundo altamente
conflictivo, donde todos tenemos prisa por llegar cuanto antes,
no se sabe a dónde, pero sí de la forma más
rápidamente posible. Cuando uno tiene prisa
–aconseja el escritor Arturo Pérez Reverte– lo
rápido es caminar despacio. La competencia es atroz, el
núcleo familiar está en crisis, impera el
multi–empleo. La comunicación está
interrumpida. No nos tomamos el tiempo necesario para ponernos a
reflexionar, sobre nuestra cotidianidad"[17].
José Saramago[18]aclara que "el llegar a
donde se quiere depende de donde se esté". En
opinión de Richard Bach[19]"la perfecta
velocidad es estar allí". Descartes dice que "los que
caminan sino muy lentamente, si siguen siempre en camino recto,
pueden adelantar mucho más que los que corren y se apartan
de él"[20]. Según Henri Thoreau, "ya
sea que viajemos con rapidez o lentitud, el camino está
abierto para nosotros".

El hombre de nuestro tiempo no sabe adónde va y
qué busca, y por eso es un perdido en la existencia.
Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra
nada. Sueña con un papel en la vida y desempeña
otro. (¿Quién es "él mismo" en realidad?:
¿El del papel que representa o quien pretende ser?). "Lo
de ser, y lo de parecer, y lo de llegar a ser o no ser nunca
nada, todo eso tiene matices muy delicados"[21].
No puede hacer lo que quiere sino lo que puede. Como nunca puede
tener lo que quiere, debe conformarse con lo que tiene. "El
individuo se confina por lo tanto a vivir una vida que no se
asemeja a su ideal. Se siente atrapado en una trampa dentro de un
torbellino de circunstancias incontrolables. Toma decisiones en
función de lo que hacen los demás y se convence de
que la vida con la que sueña en secreto, es inaccesible. Y
por lo tanto se aísla cada vez más. Prefiere
conservar su status quo. Y se resigna".[22] No
queremos ser lo que somos porque queremos ser lo que no somos.
¡Nunca somos lo que queremos ser, pero queremos ser!
"¿Quién soy? Sé lo que eres, decía
Píndaro, pero el problema es saber lo que somos y es
ahí, desde Sócrates, donde la filosofía
aparece como una necesidad de la vida"[23]. Erich
Fromm decía que tenemos la capacidad de vivir en una
contradicción permanente entre lo que en verdad somos y lo
que quisiéramos ser. Este brillante psicoanalista
señalaba que las metas impropias de una sociedad enferman
a los individuos. José Saramago nos aconseja que "nunca
nos deberíamos sentir seguros de aquello que pensamos ser
porque, en ese momento, pudiera muy bien ocurrir que ya estemos
siendo cosa diferente"[24]. Augusto Ramírez
denuncia que tanto en el comunismo staliniano, que suprime
represivamente el mercado, como el consumismo capitalista, que
impone el mercado como único marco de realización
humana, el individuo está condenado a una existencia
unidimensional. Al no ser el que cree ser no llega nunca al que
anhela ser. "Si no estamos bien con nosotros mismos, no hay nada
que nos venga bien", dice Goethe en su
Werther.

En el agite de la vida "moderna", el hombre no distingue
entre lo urgente y lo importante; quiere hacerlo todo
rápido, ya, inmediatamente, ignorando que el
auténtico tiempo de la rapidez no es el tiempo de los
"afanes", las tensiones, la premura, la ansiedad, o el tiempo del
llamado fast track (del camino veloz, rápido),
propio de nuestro sistema productor de mercancías; sino
"la rapidez (que no desconoce a la dilación), concebida
como relación entre velocidad física y velocidad
mental, y que involucra conceptos como movimiento, brevedad,
tiempo, sucesión rápida de hechos, discurrir,
razonamiento, rapidez y concisión de estilo y de
pensamiento como agilidad, movilidad y desenvoltura, tal como lo
plantea el escritor Ítalo Calvino"[25].
Erich Fromm, desde su cosmovisión sicoanalítica,
señala que en la sociedad industrial, el tiempo es el
gobernante supremo. "El actual modo de producción exige
que cada acto esté exactamente "programado", y no
sólo en la banda de transmisión de la línea
de ensamble sinfín sino que, en un sentido menos burdo, la
mayor parte de nuestras actividades es gobernada por el tiempo.
Además, éste no sólo es tiempo, sino que "el
tiempo es dinero". La máquina debe utilizarse al
máximo; por ello la máquina le impone su ritmo al
obrero. Por medio de la máquina, el tiempo se
volvió nuestro gobernante. Sólo en nuestras horas
libres parece que tenemos cierta oportunidad de elegir. Sin
embargo, generalmente organizamos nuestros ocios como programamos
nuestro trabajo, o nos rebelamos contra la tiranía del
tiempo siendo absolutamente perezosos. Al no hacer nada, excepto
desobedecer las demandas del tiempo, tenemos la ilusión de
que somos libres, cuando estamos, de hecho, sólo en
libertad bajo palabra fuera de la prisión del
tiempo"[26].

Para salir de la "prisión del tiempo" se necesita
conocer el tiempo, saber qué es; cuál es nuestro
deber: "¿A qué vine al mundo?, ¿cuál
es mi misión?, ¿cuál es mi objetivo en esta
vida?". ¡Conocerse a sí mismo! "Sócrates
pensaba que sin filosofía, el hombre y la ciudad no pueden
llegar a conocerse a sí mismos y mucho menos a realizarse
como debieran. Por eso, la filosofía es
necesaria"[27]. ¿Cómo conocerse a
sí mismo? Ese conocimiento nos lo aporta el saber
filosófico, el filosofar. "En la naturaleza todo
está pensado, todo tiene una función. El ser humano
cuando camina deja su huella. De lo único que somos
dueños es de nuestro presente; no nos pertenece el pasado
ni el futuro, ¡sólo el ahora!; cada instante
presente es una realidad. ¡Quien descubre que el tiempo es
su único presente, podrá salir de la cárcel
del tiempo!"[28]. En este "agite" se diluye la
dimensión personal de interioridad, de donde brotan
valores "como el silencio, el retiro, la reflexión, la
intimidad, la vocación, que hoy han pasado a un segundo
lugar en el marco de nuestras ciudades grises. Nuestra era se
caracteriza mucho más por la inmediatez, por el manejo
avaro del tiempo como sinónimo de producción
efectiva, por el ruido de las ciudades, por la estridencia de la
música, por el tener"[29]. Georg Simmel,
citado por Danilo Cruz Vélez, señala que "el
fundamento sicológico del predominio de lo meramente
intelectual en el habitante de la gran ciudad es la
"intensificación de la vida nerviosa", causa de
su desarraigado, con lo cual alude a un rasgo
característico de su vida anímica: en ella, el
curso de las impresiones oriundas del mundo exterior es
inesperado, abrupto, atropellado y siempre cambiante, y produce
por ello una aglomeración desordenada de imágenes
que impide el establecimiento de relaciones firmes, claras y
estables con la realidad"[30].

El filósofo no se puede dejar eclipsar por los
sucedáneos que ofrece un mundo en constante
agitación y pragmática "rapidez," con los que la
agitada vida "moderna" intenta vapulearnos a través de un
intrincado y oscuro acervo de imágenes prefabricadas,
"carentes de íntima necesidad" (Calvino). Este escritor y
pensador advierte que el futuro de imaginación individual
está en inminente riesgo en la llamada
"civilización de la imagen" ante el avasallador poder
inconsciente de las imágenes prefabricadas, las
imágenes reflejadas por la cultura. "Hoy la cantidad de
imágenes que nos bombardea es tal que no sabemos
distinguir ya la experiencia directa de lo que hemos visto unos
pocos segundos en la televisión. La memoria está
cubierta por capas de imágenes en añicos, como un
depósito de desperdicios donde cada vez es más
difícil que una figura logre, entre tantas, adquirir
relieve"[31]. En este sentido, el profesor Ricardo
Yepes Stork afirma lo siguiente:

"La gente se conforma con unas pocas frases y muchas
imágenes. Se renuncia a explicar las cosas: sólo se
muestran. La cultura de la imagen no necesita argumentaciones
para impactar al público. Es tal la fuerza de las
imágenes que mostrarlas ya es suficiente. Ver por la
televisión un terremoto o una inundación es casi
tanto como haber estado allí. En este contexto no
necesitamos comentarios. Discurrir, pensar, resulta así
cada vez menos necesario… Esto aparta a la gente del
hábito de argumentar y discurrir, con lo cual se va
atendiendo cada vez menos a razones… Hoy poca gente gusta
de pensar. Los razonamientos abstractos no están de moda:
bastan cuatro explicaciones convencionales, que la publicidad
repite hasta la saciedad… Puede parecer que estoy en
contra de la imagen, y no es así. Estoy en contra de las
actitudes acríticas, de un mirar
"embobado""[32].

Nuestro tiempo, es el "tiempo de la
motorización
", condicionado por el imperio de la
velocidad mensurable, objetiva, producto de la dinámica
que impone nuestro sistema de producción capitalista,
competitivo, y con su oscura lógica intrínseca del
hacer, del tener y del consumir. En esa dinámica el
individuo no tiene tiempo para sí mismo. "A esta
civilización de la prisa, producto de una cultura
mecanizada y tecnificada, le ha faltado ciertamente el espacio de
la contemplación, la visión interior; a pesar de su
aparente progreso hay en el fondo un actuado desequilibrado que
en último término no tiene otra causa que la
ausencia de esta vivencia
estética…"[33]. La "rapidez", tal
como la concebía Calvino, era la rapidez que se relaciona
con la velocidad mental, que no permite mediciones ni
confrontaciones y que vale por sí misma, "por el placer
que provoca en quien es sensible a este placer", mas no por sus
pragmáticos resultados. Un razonamiento veloz, que no es
mejor que un razonamiento ponderado, comunica lo que se encuentra
en la naturaleza de su rapidez. Quienes están obligados a
decidir o concluir en un plazo estipulado, "no pueden respetar el
tiempo propio que requiere el desarrollo del pensamiento", tal
como advierte Estanislao Zuleta. Establecer plazos implica que se
afecte la relación con la verdad, "la cual tiene sus
propios ciclos, sus caminos y sus rodeos, sus ritmos y sus
tiempos que ninguna instancia y ningún poder puede
determinar de antemano"[34]. Ricardo Yepes Stork
señala que "vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo
de contemplar qué sucede a nuestro
alrededor"[35].

En su desesperada y alocada búsqueda de salidas a
su sinsentido y a su extravío, el hombre del
"rebaño" recurre a sucedáneos como la fama, el
vicio, el consumismo, los convencionalismos, los halagos, la
riqueza, el poder… y termina más alienado y
más perdido… Se encuentra extraviado y no sabe que
está extraviado. "Me he olvidado de mí y no me
encuentro", en palabras de Walter Riso, sería el lamento
del hombre contemporáneo. "He aquí […] un
gran misterio del hombre. Pierde lo esencial e ignoran que lo ha
perdido", como sentenciara el escritor Antoine de
Saint–Exupéry. En esa dinámica la vida le
pasa de largo, como si la cuestión no fuera con él.
"Muchas veces somos nosotros mismos quienes creamos las
condiciones para una vida infeliz y no nos damos cuenta", nos
recuerda Riso. El extravío, la alienación, la
masificación, es producto de la sociedad vacía y
despersonalizada. Ya desde la antigüedad clásica, el
filósofo Diógenes nos invitaba a oponernos
abiertamente al consumismo, la masificación y los
convencionalismos. El filósofo Ricardo Peter precisa y
aclara que la humanidad está amenazada por el desenfrenado
incremento de la cotización de los valores de la
personalidad o valores (meramente comerciales) del tener:
control, éxito, apariencia, prestigio, dominio, poder, por
citar algunos. Quien no piensa por sí mismo busca el
éxito fraudulento, que no es más que el
éxito vano. "Sin embargo, la excesiva valoración de
los valores de la personalidad por encima de los valores de la
existencia y de los valores del ser, amenazan lo humano en ambos
sentidos: crean vacío y
desorientación"[36]. En su extravío,
el joven, tal como sostiene José Ortega y Gasset, no
necesita razones para vivir: sólo necesita pretextos.
Parodiando uno de sus asertos se podría decir que el joven
"no va a nada, no tiene proyecto ni misión, sino que,
más bien, sale a la vida para ver si las de otros llenan
un poco la suya"[37].

Una corriente filosófica como el Existencialismo
nos muestra cómo el ser humano en su existencia concreta
se encuentra ontológicamente asomado a la nada, sin
autenticidad, y vive una existencia banal que lo sumerge en el
dolor y la angustia; no sabe a dónde va, se halla
profundamente extraviado y perdido en el mundo, viviendo una vida
simple y haciendo lo que todos hacen sin saber por qué lo
hace. "Pensar es gratis. No hacerlo es costoso", dice el
grafito. "La realidad en que vivimos nos encierra en el mundo de
lo fácil y lo cómodo, nos pretende igualar en la
costumbre, en la moda, en el gesto. De este modo se facilita el
dominio de la masa sobre la persona. Nos acostumbramos tan
fácilmente a vivir y pensar como todo el mundo, que ya no
le encontramos sentido al esfuerzo personal. Si ya alguien
abrió la trocha, nos parece más lógico
seguir sus huellas, sin preguntar, sin interpelarnos, sin exigir
razón alguna"[38]. Aquí debemos
reflexionar sobre la sentencia de este grafito: "Si tú no
mueves, otros te moverán".

Según esa reflexión filosófica, el
hombre es un honorable ninguno o una multitud anónima. "De
ordinario el hombre decide sus actos sin crítica de
ningún género: acepta lo que todo el mundo hace.
Tal manera de ser es la existencia cotidiana o trivial. En ella
el hombre se despersonaliza, no obra conforme a las
auténticas posibilidades de su ser, sino al tenor de los
dictados de todo el mundo. Camina por su existencia impulsado por
los estímulos de un querer y obrar impersonales. No sabe a
dónde va ni de dónde viene; se halla extraviado; se
halla perdido en el mundo. En la existencia trivial el hombre
obedece usos y costumbres, vive de la vida de todos, hace lo que
todos hacen, ama y odia, como todos aman y odian. Diversos
nombres ha recibido ese ser impersonal que prescribe la forma de
vida de la existencia cotidiana. Heidegger lo llama el
"man" (todo el mundo); Kierkegaard, la masa; Jaspers, la
multitud anónima; Sartre, el on.

La existencia trivial convierte al hombre en un ser
gregario, que sucumbe cada vez más a los dictados de una
multitud perdida en los hábitos sociales exentos de
crítica. La existencia trivial es una existencia agitada,
pero superficial, una forma de vida inauténtica en la cual
cada hombre es igual a otro, y ninguno es en sí mismo. La
existencia trivial es la huida del hombre de su propio valer y
ser: la ausencia de responsabilidad, ya que el hombre que
así vive, descarga su responsabilidad en ese ser
anónimo que todo prescribe y que ya alguien
designó, asimismo, con el epíteto del honorable
Ninguno"[39].

Harold Soberanis plantea que ante los acontecimientos
vertiginosos de la vida cotidiana, nos olvidamos de nosotros
mismos. "Nos involucramos en una serie de actividades intentando
encontrar, a través de ellas, un sentido a nuestra
existencia aunque lo que logramos es totalmente lo contrario,
pues únicamente conseguimos evadirnos de la realidad y del
encuentro íntimo con el ser nuestro. El ambiente
consumista que creemos que sólo en tanto poseemos objetos
somos valiosos, es decir, hemos trocado el tener por el ser, como
bien lo señaló Fromm hace algunos
años"[40]. Las personas del rebaño,
perdidas en su mundo impersonal, reflexionan así:
"Nuestros padres han pensado y hecho así, nosotros
debemos pensar y obrar como ellos; todo el mundo piensa y obra
así a nuestro alrededor, ¿por qué
habríamos de pensar y de obrar de otro modo que como todo
el mundo
?".

José Pablo Feiman considera que el hombre
está entregado a las escribidurías, a las
novedades, al "se dice". Todo en un magma, en un mundo ya
decidido, y él se incorpora a ese mundo porque es
fácil. "Si el mundo está decidido no tengo que
sufrir, pienso lo que hay que pensar, digo lo que hay que decir,
leo lo que hay que leer, paso por la vida en general tratando de
ignorar un hecho fundamental, que es mi propia
muerte"[41]. El pensar por sí mismo nos
aporta la claridad intelectual y el coraje para mostrar que las
cosas se pueden ver de otra manera.

Sólo el aprendizaje de pensar por sí mismo
puede orientar al joven en el complejo proceso de salir de
semejante encrucijada. Enseñar a pensar por sí
mismo es la tarea central del maestro de filosofía.
"Filosofar consiste, ante todo, en dialogar, así como en
explicitar y justificar nuestro saber teórico y
práctico a partir de los problemas contemporáneos
cotidianos que deben encarar los alumnos, alentándolos a
pensar por sí mismos"[42]. Consciente de su
compromiso académico acudirá a sus talentos y
habilidades profesionales y personales en procura de que cada
estudiante aprenda a pensar, a razonar, a reflexionar y, sobre
todo, a pensar por sí mismo. En este sentido, su
función debe ser tan sutil de manera que no "contamine" o
influencie al estudiante, ya sea subrepticia, consciente o
inconscientemente, con sus velados o evidentes dogmas,
cosmovisiones, concepciones del mundo y de la
realidad.

Pensar para
pensar por sí mismo y no como lo imponen los
educadores

Como el profesor ejerce cierta "autoridad" sobre el
estudiante, y a veces se convierte en un modelo para éste
(por carecer de sentido crítico), debido a que por nuestra
condición de mimesis tendemos a imitar a los demás
y a convertirlos en nuestro referente, se corre el riesgo de que
el discente termine pensando y actuando como su docente. Es
necesario entonces que el pedagogo se pregunte de qué
manera podría influir en la forma de pensar de su
discípulo, quien, dadas las circunstancias, por alguna
razón, cree en los mensajes conscientes e inconscientes
que le trasmite el educador a través de los distintos
lenguajes. Walter Riso advierte que algunos profesores acuden a
la pedagogía del pusilánime: "Para que los
jóvenes no piensen mal, mejor les quitamos toda
posibilidad de pensar por ellos mismos, mejor los encerramos en
el pensamiento dicotómico"[43]. Etienne
Gilson nos advierte que la filosofía es una
ocupación de toda la vida y hay pocos filósofos, y
agrega que incluso los profesores de filosofía son
raramente filósofos, puesto que enseñar
filosofía y filosofar no es la misma cosa. Enseñar
filosofía asegura la libertad de filosofar con el menor
daño a la vida filosófica. Sin embargo,
enseñar es actuar, mientras filosofar es contemplar. La
meta final, según Gilson, de la educación
filosófica no es enseñar filosofía, sino
formar filósofos hechos y derechos.

Leonor Noguera Sayer revela que la influencia que se
ejerce cuando los demás son presionados por padres,
educadores o terapeutas genera un "conjunto de formas que hacen
languidecer el proyecto del individuo, amordazándolo con
la aprobación y la acogida por parte de la sociedad
convencional"[44]. Este inconveniente impide que
el estudiante enriquezca su crecimiento interior, su libertad y
su autonomía. Por lo tanto, el profesor, en lugar de
trasmitir lo que cree, piensa y es, debe posibilitar libremente
que en el discente surja, producto de su pensar por sí
mismo, la pregunta que le permita orientar la construcción
de su propio conocimiento, de su propia reflexión y, por
ende, de su propia identidad. Noguera Sayer aclara que quien
verdaderamente acompaña, no dirige, sino que cree en el
otro como un proyecto perenne que se pertenece a sí mismo,
y facilita el diseño de un camino propio y un modelo de
ser genuinamente personal. "Esta forma de relaciones responde a
la justa convicción interior desde la cual siempre se
espera lo original y lo nuevo, entendidos como lo propio de
alguien, sin que fuerza alguna pretenda reducir la
creación o la inventiva al esquema estrecho de la imagen
en el espejo (tiene que hacer esto porque yo lo hago o porque yo
lo creo)"[45].

El profesor de filosofía, si en realidad es un
auténtico maestro de filosofía, un educador con
espíritu libertario, sabe que la "Escuela", es
decir, la educación, el sistema o aparato educativo, es
una institución de clausura (Foucault), un aparato
ideológico de Estado (Althusser) y un medo de
producción social de la dominación capitalista
(Marcuse). Así concebida la educación se convierte
en un obstáculo para que el estudiante aprenda a pensar
por sí mismo, para que busque la verdad, para que
conquiste "su verdad" y la confronte con la de los demás,
debido a los intereses que se ocultan bajo el poder y la
domesticación por parte del sistema imperante. Desde
tiempos remotos se dice que los pedagogos más influyentes
son los gobernantes.

El docente, como filósofo, no puede desconocer
que el contundente poder de la educación tradicional,
acrítica y domesticadora, intenta colonizar la
subjetividad del sujeto para sujetar su voluntad. En palabras del
psiquiatra Franz Fannon, ser colonizado es también perder
un lenguaje y absorber otro. En concepto del psicólogo y
pedagogo Germán Salazar, los colegios son, hoy por hoy,
grandes atropelladores de los niños cuando los
rechazan… o cuando los maestros los ridiculizan ante la
clase cuando no rinden en sus estudios… Con ello destruyen
la autoestima que se necesita para tomar decisiones acertadas,
para saber escoger con quien se juntan, para construir un
proyecto de vida. Considera "que la actividad filosófica,
que no sustrae idea alguna a la libre discusión, que se
esfuerza en precisar las definiciones exactas de las nociones
utilizadas, en verificar la validez de los razonamientos, en
examinar atentamente los argumentos de los demás, permite
a cada uno aprender a pensar por sí
mismo…"[46].

Pensar para
detectar las
instituciones de clausura, el poder pastoral, los
aparatos ideológicos de Estado y los aparatos de
hegemonía del Estado, y huir de su
influencia

Con respecto a la Escuela como institución de
clausura, el filósofo Michel Foucault teorizó que
ésta, al igual que la cárcel, el hospital, el
cuartel, entre otros, son "lugares en los que se entra para ser
clasificado, vigilado, medido, normatizado, curado, reprendido,
formado, conformado, reformado, castigado, convertido en un
miembro forzoso o aquiescente de una situación
racionalmente codificada"[47]. Estas entidades
públicas y privadas, que denuncian los mecanismos
represivos al interior de un sistema sociopolítico
racionalmente codificado, en nombre de una racionalidad
organizativa de la sociedad moderna, son "instituciones modernas
que practican políticas de encierro y clausura frente a la
espontaneidad de la vida"[48].

Con el ánimo de allegar claridad al concepto de
"clausura", es procedente hacer una pausa para disertar un poco
sobre éste y el de poder en la reflexión de este
pensador francés. Esta forma de percibir, interpretar y
sistematizar la realidad lo llevó a denunciar y
desenmascarar los mecanismos represivos establecidos, encontrando
que lo que encierra y clausura es el poder. "El sistema de
encierro está tejido por doctrinas y razonamientos que
oscilan entre lo crudamente utilitario y lo melifluamente
humanitario, métodos inexorables de observación,
taxonomías de las que nada puede escaparse y
análisis a los que nada escapa, procedimientos
disciplinarios brutales o refinados…"[49].
Este intelectual nos legó el ejemplo de lucha en contra
del orden establecido con el ánimo de romper las barreras
omnipresentes del encierro y liberar lo clausurado. La clausura
es "un lugar heterogéneo a todos los demás y
cerrado sobre sí mismo"[50].
Planteó su lucha como una acción revolucionaria
capaz de quebrantar simultáneamente la conciencia y la
institución, lo cual implica "un ataque a las relaciones
de poder de las que son instrumento y
armadura"[51]. Si con la voluntad de poder se
creó el encierro universal, con voluntad de poder hay que
romperlo y salir de él. Los que tienen la voluntad de
poder para superar la clausura no han podido hacerse oír
"porque siempre han sido interpretados por sus enclaustradores y
nunca se les ha dado la ocasión subversiva de
desinterpretar y reinterpretar a su vez"[52]. Con
respecto a las relaciones de poder, el filósofo Jurgen
Habermas conceptúa que los sistemas sociales instalan
creencias en las personas y sus comunidades para mantener las
relaciones de poder que existen en el sistema. "De esa manera, lo
que se enseña en universidades y colegios permite que los
que hoy tienen el poder lo mantengan (si no fuera así se
enseñaría otra cosa). Pero si las personas
reflexionan, entonces se pueden independizar de los sistemas y
pueden recrear ideas que, más que beneficiar a los
poderosos, les beneficien a ellos. Para Habermas
reflexión es el antídoto contra esta
obsesión de los sistemas sociales de alienar a las
personas en beneficio de los dominadores de
turno"[53].

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