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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo (página 2)




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2, 3, 4

El poder, que "encierra y clausura", es para Foucault,
quien socavó los presupuestos del poder y la
sabiduría occidentales, un conjunto de fuerzas
contrapuestas y más o menos jerarquizadas, de saberes,
discursos y prescripciones normativas. "El poder no es
considerado como un objeto que el individuo cede al soberano
(concepción contractual
jurídico–política), sino que es una
relación de fuerzas, una situación
estratégica en una sociedad en un momento determinado. Por
lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder,
está en todas partes. El sujeto está atravesado por
relaciones de poder, no puede ser considerado independientemente
de ellas. El poder, para Foucault, no sólo reprime, sino
que también produce: produce efectos de verdad, produce
saber, en el sentido de conocimiento"[54]. Para
él, el poder no está en lo jurídico ni
indica sujeción a unas normas de dominación de un
grupo por otro, sino que es la "multiplicidad de relaciones de
fuerza inmanentes al dominio en que se ejercen…
está en todas partes… es una institución, no
una estructura"[55]. Además de ser una
multiplicidad de relaciones de fuerza inmanentes al dominio en
que se ejercen, el poder son "relaciones no externas a los
procesos económicos, al conocimiento o a las relaciones
sexuales —inmanentes—; que no se adquiere, ni se
arranca, ni se comparte"[56]. La locura, el
sufrimiento, la muerte, el crimen, el deseo y la individualidad
están ligados al conocimiento y el poder. Desde su
perspectiva, el conocimiento, el saber, "en la medida que es
capaz de inventar la verdad, se hace poder y éste avala la
verdad inventada"[57]. Presos en la clausura, en
lo encerrado, en lo enclaustrado, los hombres son incapaces de
desinterpretar y reinterpretar el poder que todo pretende
encerrar y clausurar para luchar contra el orden establecido por
la modernidad racionalista. "La Ilustración es la
responsable del encierro, la inventora minuciosa e inexorable de
la represión articulada de la vida por el
poder"[58].

Ya los "pensadores de la sospecha" habían
descubierto que en la modernidad racionalista había "gato
encerrado", pero Foucault quiso indagar "cómo estaba
encerrado el gato". El "gato encerrado" es el poder.
Según éste, la violencia se manifiesta dónde
está el poder: en la familia, en la religión, en la
escuela, en los partidos, en los sindicatos, en los hospitales,
en las cárceles, en los centros de trabajo y hasta en la
vida cotidiana. "Por todas partes en donde existe el poder, el
poder se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es el titular de
él y, sin embargo, se ejerce siempre en una determinada
dirección, con los unos de una parte y los otros de otra;
no se sabe quién lo tiene exactamente; pero se sabe
quién no lo tiene"[59]. Siguiendo la
línea de investigación filosófica de estos
pensadores (Marx, Freud y Nietzsche, y especialmente éste)
encontró que "lo encerrado es el cuerpo mismo, en cuanto
foco de la vida indomable, de productividad y desperdicio, de
resistencia a las líneas maestras del plan de control
establecido"[60].

La escuela, además de ser institución de
clausura, también forma parte del poder pastoral, tal como
lo plantea Focault. El estudiante acude allí en
búsqueda de la verdad, pero se encuentra con verdades ya
establecidas e institucionalizadas. "La maestra
¿qué le dice a los alumnos?: Esta es la
verdad
. Les voy a enseñar la verdad.
¿Y qué les enseña? La verdad que está
en los libros de enseñanza. Y los libros de
enseñanza, ¿qué dicen? Dicen la verdad del
poder. La verdad que ha dicho el poder a lo largo de los
tiempos… Y ese es un poder pastoral. El maestro es el
pastor de sus alumnos. Y el pastor de esos alumnos les transmite
a esos alumnos la ideología del poder en la
educación. Si esto intenta ser transgredido… Esto
sí que es llamado subversión
ideológica
, porque la versión de la historia
es una sola, y es la que dice el maestro en la clase. Y esa
visión es la visión del poder. Y ese poder es el
poder pastoral"[61]. El sacerdote es el poder
eclesiástico, el poder pastoral, que controla a los
hombres a través del temor a Dios. Así, el poder
pastoral dice: "Yo controlo y yo domino a los
creyentes
".

¿Qué es el poder pastoral? Es el poder que
ejerce la iglesia católica a través de los
sacerdotes, quienes alienan al feligrés para que piense lo
que hay que pensar, para que diga todo lo que hay que decir; o
sea para que no piense por sí mismo. El sacerdote, tal
como lo planteaba Foucault con su poder pastoral, le dice al
creyente: Yo te voy a controlar. Yo te voy a dominar.
"Esto es debido al hecho de que el Estado occidental moderno, ha
integrado en una nueva forma política, una vieja
técnica de poder, que tiene su origen en las instituciones
cristianas. Podemos llamar a esta técnica de poder, poder
pastoral"[62]. Callada y soterradamente, el
sacerdote dice: "Hijo mío, no piense que Dios,
Jesucristo, la Biblia y nosotros los curas pensamos por usted.
Nosotros lo eximimos de la terrible tarea de pensar. ¿Para
qué buscar la verdad, si la verdad ya está hecha y
dicha? Si lo dice el "poder pastoral", la iglesia, ¿para
qué ponerlo en duda? ¡Esa es la verdad!"
La
inveterada e infalible iglesia no se puede equivocar. Eso es
mejor vivir y pensar como el rebaño, como una persona
rutinaria, que le gusta la comodidad y le incomodan las cosas
difíciles como pensar. "Las rutinas nos aguardan siempre,
ofreciéndonos un seno maternal, cálido y
adormecedor, donde adoptar una postura fetal y descansar. Podemos
abandonarnos a esos automatismos regresivos y luego quejarnos de
su monotonía. Incluso puede ser delicioso cortarnos los
pies y llorar después nuestra
cojera…"[63].

El pensador francés reconoce que el derecho (otra
forma de poder) genera y transmite mensajes sobre cómo
deben pensar y actuar los individuos; para éste, el
derecho es un instrumento de poder. Con esta concepción,
Foucault pretende desenmascarar los sutiles lazos de la
dominación y del poder que se instaura en las
instituciones. En el mundo del derecho, para los
existencialistas, "se da la personalidad inauténtica del
hombre, ya que éste se enajena actuando como ciudadano,
como obligado, como comerciante o consumidor, pero sin la
autenticidad que le es propia de su racionalidad, pues debe hacer
lo que todos hacen o de lo contrario puede estar quebrantando las
normas, las leyes"[64]. En todas las épocas
–señala Maurice Joly, siguiendo la línea de
pensamiento de Montesquie–, "bajo el reinado de la libertad
o de la tiranía, no fue posible gobernar sino por
leyes"[65]. Por su parte, el marxismo plantea que
el derecho es un conjunto de normas en manos de la clase
dominante. El derecho –para esta doctrina– forma
parte de la superestructura ideológica de la sociedad.
¿Cuál es el punto de vista crítico del
estudiante, del joven que debe pensar por sí mismo sobre
estos asertos? No podemos desconocer que la filosofía
tiene relaciones y conexiones necesarias con el derecho, que es
un producto necesario de la naturaleza humana, de la actividad
del espíritu humano, y "que todo individuo siente en
sí la facultad de juzgar y de valorar el derecho
existente, cada uno tiene el sentido de la
justicia"[66]. El filósofo Rafael Carrillo
Lúquez señala que "el derecho es algo que el hombre
hace para hacerse a sí mismo, y el hacerse a sí
mismo constituye la realización del valor supremo de una
persona"[67].

El filósofo Louis Althusser sostenía que
la Escuela es uno de los aparatos ideológicos de Estado, y
por medio del sistema escolar y de otras instancias e
instituciones se asegura la reproducción de la
calificación de la fuerza de trabajo en un régimen
capitalista; así, la Escuela juega un papel importante en
la reproducción del sistema. "Todos los aparatos
ideológicos de Estado, cualquiera que ellos sean,
concurren al mismo resultado: la reproducción, es decir
las relaciones de explotación
capitalista"[68]. La Escuela enseña
habilidades que el capital necesita de sus agentes de
producción, ya sean explotadores o explotados.
"Habilidades que son representadas por la ideología
dominante como conocimientos neutrales y necesarios en la
formación del ser humano, del animal
racional"[69]. La Escuela enseña
habilidades pero en forma que aseguren el sometimiento a la
ideología dominante o la dominación de su
práctica. "El niño es arrancado, a menudo ya, por
cierto, en el jardín de infancia, de las relaciones
inmediatas, acogedoras, cálidas, y experimenta
súbitamente en la escuela, por vez primera, el
sliock (trauma) de la alienación; la escuela es
para la evolución del individuo particular el prototipo
casi de la alienación social… Los llamados
fenómenos de alienación hunden sus raíces en
la estructura social. El mayor defecto con el que hay que
enfrentarse hoy consiste en que las personas no son ya realmente
capaces de experimentar, sino que entre ellas y lo que ha de ser
experimentado se interpone activamente esa capa estereotipada a
la que hay que oponerse. Pienso también, sobre todo, en el
papel que juega la técnica, posiblemente más
allá incluso de su función real, en la consciencia
y en el inconsciente. Una educación cabal para la
emancipación no debería ser separada, en lo que
hace a esos fenómenos, de los planteamientos de la
psicología profunda."[70]. El pedagogo
polaco Bogdan Suchodolski, citado por Teodoro Adorno,
caracterizó la educación como "preparación
para la superación constante de la
alienación"[71].

Según la concepción marxista, el Estado
(la máquina de represión que permite a la clase
dominante dominar y someter a la clase obrera) es el aparato de
Estado. Althusser piensa que el Estado está conformado por
los aparatos ideológicos de Estado y el aparato represivo
de Estado. Los aparatos ideológicos de Estado funcionan
esencialmente con fundamento en la ideología y el aparato
represivo de Estado funciona esencialmente en forma de violencia.
"Todos los aparatos de Estado funcionan a la vez con base en la
represión y en la ideología con esta diferencia,
que el aparato (represivo) de Estado funciona en forma
masivamente prioritaria con base en la represión, mientras
que los aparatos ideológicos de Estado funcionan en forma
masivamente prioritaria con base en la
ideología"[72]. Los primeros son: el
aparato ideológico religioso, el aparato ideológico
escolar, el aparato ideológico familiar, el aparato
ideológico jurídico, el aparato ideológico
político, el aparato ideológico sindical, el
aparato ideológico de los medios de información y
el aparato ideológico cultural. El aparato represivo de
Estado lo conforman la policía, el ejército, los
tribunales, las cárceles, etcétera. El aparato
ideológico escolar ha sido puesto a disposición de
la clase dominante en las formaciones capitalistas. Todos los
aparatos ideológicos de Estado concurren en la
reproducción de las relaciones de producción o
relaciones de explotación capitalistas.

La religión, como aparato ideológico, se
acompaña de las armas para someter a los alienados.
Francesco Guicciardini precisa que para la vida de un Estado dos
cosas son absolutamente necesarias: las armas y la
religión. "Es cierto que armas y religión son
fundamentos principales de las repúblicas y de los reinos
y son tan necesarias que faltando cualquiera de ellas puede
decirse que faltan las partes vitales y
sustanciales"[73]. Por su parte, Maquiavelo
sostenía que la religión sirve "para comandar los
ejércitos, animar a la plebe, preservar a los hombres
buenos… donde hay religión fácilmente se
pueden introducir las
armas…"[74].

Herbert Marcuse[75]plantea que como la
sociedad occidental se halla estructurada bajo la
dominación del capital, del dinero, la represión
sobrante (principio económico, referido a la cantidad de
energía libidinosa que se desvía de sus fines, por
encima de la estrecha represión de los instintos
indispensable para la civilización), enriquecida a
través de la escuela, uno de los medios de
producción social de la dominación (entre los que
se encuentra la familia), ha conducido al paroxismo de las
sociedades capitalistas, en las cuales se somete a un trabajo
alienante y nada gratificador, se sobrepone el control del tiempo
libre, reducto en el que las viejas sociedades hallaban la
parcial plasmación del placer.

Los aparatos ideológicos y las instituciones de
clausura tienen profunda relación con los "aparatos
hegemónicos del Estado
" (iglesias, escuelas,
asociaciones privadas, sindicatos, partidos, prensa, derecho,
leyes, sindicatos, familia…) de los que nos habla el
filósofo Antonio Gramsci, cuya función es
"articular el consenso de las grandes masas y la adhesión
de estas a la orientación social impresa por los grupos
dominantes"[76].

Para profundizar en la categoría gramsciana, es
importante definir el concepto de hegemonía.
Etimológicamente, hegemonía deriva del griego
eghestai, que significa "conducir", "ser guía",
"ser jefe", y del verbo eghemoneuo, que quiere decir
"conducir", y por derivación "ser jefe", "comandar",
"dominar". El estado genera consensos a través de los
aparatos hegemónicos que difunden discursos, los cuales
generan una ideología. Veamos lo que nos dice
Álvaro Bianchi respecto al planteamiento de
Gramsci:

"Gramsci supera el concepto de Estado como sociedad
política (o aparato coercitivo que visa adecuar las masas
a las relaciones de producción). Él distingue dos
esferas en el interior de las superestructuras. Una de ellas es
representada por la sociedad política, conjunto de
mecanismos a través de los cuáles la clase
dominante detiene el monopolio legal de la represión y de
la violencia, y que se identifica con los aparatos de
coerción bajo control de los grupos burocráticos
ligados a las fuerzas armadas y policiales y a la
aplicación de las leyes. La otra es la sociedad civil, que
designa el conjunto de las instituciones responsables por la
elaboración y difusión de valores simbólicos
y de ideologías, comprendiendo el sistema escolar, la
Iglesia, los partidos políticos, las organizaciones
profesionales, los sindicatos, los medios de comunicación
las instituciones de carácter científico y
artístico […].

Mientras la sociedad política tiene sus
portadores materiales en las instancias coercitivas del Estado,
en la sociedad civil operan los aparatos privados de
hegemonía (organismos relativamente autónomos en
faz del Estado en sentido estricto, como la prensa, los partidos
políticos, los sindicatos, las asociaciones, la escuela
privada y la Iglesia). Tales aparatos, generados por las luchas
de masa, están empeñados en obtener el consenso
como condición indispensable a la dominación. Por
eso, prescinden de la fuerza, de la violencia visible del Estado,
que colocaría en peligro la legitimidad de sus
pretensiones. Actúan en espacios propios, interesados en
explorar las contradicciones entre las fuerzas que integran el
complejo estatal…

Gramsci emplea los términos "aparato" y "
hegemonía" en un contexto teórico nuevo: él
habla en "hegemonía en el aparato político", en
"aparato hegemónico político y cultural de las
clases dominantes", en "aparato privado de hegemonía o
sociedad civil. El aparato de hegemonía no se refiere
solamente a la clase dominante que ejerce la hegemonía,
sino a las clases subalternas que desean conquistarla,
relacionándose a la lucha de clases […].

El concepto de aparato privado de hegemonía
no se confunde con el de Louis Althusser sobre los aparatos
ideológicos de Estado. La teoría althusseriana
implica una ligación umbilical entre Estado y aparatos
ideológicos, mientras la de Gramsci presupone una mayor
autonomía de los aparatos privados en relación al
Estado en sentido estricto. Esa autonomía abre la
posibilidad –que Althusser niega
explícitamente– de que la ideología (o el
sistema de ideologías) de las clases oprimidas obtenga la
hegemonía mismo antes de la conquista del poder de Estado
por tales clases… La distinción importante entre
los enfoques de Althusser y las instituciones de hegemonía
de Gramsci está en el hecho de este último haber
destacado que la solidaridad de los aparatos ideológicos
con el Estado no transcurre de un atributo estructural
inmutable"
[77].

Pensar por sí mismo implica indagar y reflexionar
si actualmente tienen vigencia e injerencia esas "instituciones
de clausura", esos "aparatos ideológicos de Estado", ese
"aparato hegemónico del Estado" o esos "medios de
producción social de la dominación", puesto que
estos planteamientos fueron formulados a mediados del siglo XX y
tienen un evidente sesgo comunista, socialista o marxista dado
que estos pensadores profesaban afectos por esa ideología,
sistema o doctrina social, política y económica. Se
requiere repensar estos planteamientos para determinar en
qué medida condicionan nuestro estar en el mundo y
cómo podemos liberarnos de su condicionamiento y
sometimiento. Pensar por sí mismo requiere que repensemos
y replanteemos nuestra realidad y el poder subrepticio de todas
las "instituciones" y las apariencias que pretenden que
continuemos "oliendo" el aletargador perfume de las seductoras
flores de la apariencia y la dominación. Pensar por
sí mismo es pensar y repensar la realidad, la existencia
misma con toda su insondable e inextricable complejidad y
profundidad, porque "lo esencialmente confuso, intrincado, es la
realidad vital concreta, que es siempre
única"[78].

Además de las instituciones de clausura, de los
aparatos ideológicos de Estado y del aparato
hegemónico del Estado, José Saramago nos habla de
las "cavernas cerradas" (centros comerciales, estadios y
discotecas) donde las personas aprenden las normas de vida. Esos
lugares cerrados crean una "conciencia autista". El Nobel quiere
sensibilizarnos que "vivimos observando sombras que se mueven y
creemos que eso es la realidad, esa realidad que hoy llamamos
virtual"[79].

Necesidad de la
claridad conceptual para pensar por sí
mismo

Si se quiere aprender a pensar por sí mismo es
necesaria la claridad conceptual, porque se corre el riesgo de
confundir algunos conceptos. Por ejemplo, cuando nos referimos a
lo que somos, estamos expresando el concepto de sexo, y este
término quiere decir simplemente diferencia, ya sea
biológica, anatómica o mental que caracterizan
tanto al hombre como a la mujer; es decir, la
determinación de la identidad sexual. Sexo es lo que somos
y no lo que hacemos. Muchos conciben el sexo como lo que hacemos
y no como lo que somos. Si sexo es lo que somos, sexualidad es la
expresión de lo que somos, la expresión de nuestras
diferencias. La sexualidad es la persona con sus pensamientos,
sentimientos y acciones como hombre o como mujer; es el ser
humano en la totalidad de su expresión vital. Según
la psicóloga Cecilia Cardinal de Martín, "es una
manera de relación de la persona consigo misma y con las
demás personas y, si bien tiene bases biológicas
comunes, es única, cambiante y relativa, como
única, cambiante y relativa es la existencia humana, hace
parte de su vida de sentimientos, de su vida afectiva y de su
vida de acción. En resumen, es un compromiso
existencial"[80].

Como se aprecia, sexo y sexualidad, aunque tienen
estrecha relación, son conceptos diferentes. Claridad
conceptual y precisión semántica es "tener claros
los conceptos y mantener una comunicación descifrable y
completa con uno mismo y con los demás", precisa Walter
Riso. Estanislao Zuleta nos invita a que cuando pronunciemos una
palabra, estemos alerta para evitar su contaminación
ideológica. La claridad conceptual, cuando hablamos de
diferencias, de ser diferentes, nos sirve para evitar
confusiones, ambigüedades y tergiversaciones en la
experiencia comunicativa, en procura de una comunicación
más comprensiva.

El compromiso
ético del educador

Es imperativo pensar por sí mismo porque la vida
es un caos donde uno está perdido, y necesita, de manera
auténtica, libre de apariencias, encontrarse y encontrar a
los demás. Sentirse perdido es problemático para el
que piensa por sí mismo. Pensar por sí mismo es
tener la cabeza "clara", y "el hombre de cabeza clara
–señala Ortega y Gasset– es el que se libera
de "ideas" fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y
se hace cargo de que todo en ellas es problemático, y se
siente perdido. Como esto es la pura verdad –a saber, que
vivir es sentirse perdido–, el que lo acepta ya ha empezado
a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica
realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo
que el náufrago, buscará algo a que agarrarse, y
esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz,
porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su
vida…. El que no se siente de verdad perdido se pierde
inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa
nunca con la propia realidad"[81]. El
filósofo J. C. García Fajardo señala que lo
importante es pensar por sí mismo, no tragar entero; lo
único que vale la pena enseñar es a pensar por
sí mismo.

El docente de filosofía, consciente de lo
anterior, si es iconoclasta, contestatario, crítico,
contencioso, anticonvencional, irreverente, libertario,
cuestionador, controversial, reaccionario e independiente (como
debe ser un filósofo genuino), acudirá a su
compromiso ético para alertar al estudiante de estas
realidades, en procura de que éste no se deje
"enclaustrar", "encerrar", "clausurar" o contaminar de la
ideología o ideologías imperantes, para evitar su
alienación. "El mundo no sólo requiere de maestros
que enseñen lo que saben sino también maestros que
sospechen de lo que saben y de la manera como lo enseñan;
y que por esa sospecha analizan su quehacer
constantemente… La manera de comunicar el saber, pero,
ante todo, la reflexión crítica, racional y
argumentada del mismo es lo que verdaderamente dignifica, orienta
y da sentido a la educación"[82]. Tanto el
maestro como el discípulo, si es que piensan por sí
mismos, deben discrepar críticamente del sistema o del
régimen de turno, desenmascarar las ideologías y
huir de ellas, y luchar por una legítima y
auténtica democracia. Y una auténtica democracia
debe ser una democracia integral, es decir, un régimen sin
discriminación sexual ni étnica, así como de
participación en la riqueza, en la cultura y en la
política"[83]. Esta lucha por la genuina
democracia, en concepto de Fernando Savater, implica no tolerar
comportamientos que van directamente contra los principios
legales de ésta, a pesar de que debamos convivir con
elecciones vitales o ideológicas que uno no comparte. No
debemos ignorar que en una democracia, todos somos
políticos, directamente o por representación de
otros.

No se puede desconocer que el profesor, haciendo uso de
su "sagrado" derecho a ser diferente, puede tener su
ideología o ideologías, sus creencias y hasta su
simpatía o preferencia por cualquier filósofo o
sistema filosófico; pero lo que no puede hacer es tratar
de imponer ideologías, creencias y sistemas
filosóficos, ni "sugerir" de manera subrepticia que el
estudiante se "matricule" o se incline por determinada
ideología, creencia, filósofo o sistema
filosófico. El docente de filosofía debe buscar y
defender la verdad, pero no puede convertirse en un defensor o
contradictor del sistema imperante, por cuanto estaría al
servicio de la propaganda en favor o en contra de instituciones o
sistemas sociopolíticos, ideológicos o
económicos. Sin embargo, está en todo su derecho de
cuestionar críticamente estos sistemas, pero sin incurrir
en extremos propagandísticos recalcitrantes, ni tomar
posiciones totalitaristas o convertirse en un mero adoctrinador.
Como intelectual puede disentir del sistema imperante, pero con
argumentos fundados y no al vaivén de "revoltosos"
apasionamientos que lo impelen a atacar virulentamente al
establecimiento. "Reconocer nuestras reacciones emocionales es
vital para evitar que influencien nuestras
conclusiones"[84]. En aras de la dimensión
ética, no es procedente que exalte el sistema para el cual
labora como educador o que lo ataque, porque su condición
de "servidor" del establecimiento lo inhabilita para hacerlo, sin
desbordar los marcos éticos. Si no está de acuerdo
con el sistema imperante, convendría que abandonara su
labor docente e iniciara su lucha en contra de éste con
las herramientas intelectuales o materiales de que disponga. "Un
profesor que convierte la clase en un lugar de reclutamiento
astuto de futuros adeptos a su ideología política
realiza una labor manipuladora. No así el que presenta
unos valores y da razón de su importancia para el hombre.
Este profesor es un guía, un maestro, porque se dirige a
la inteligencia y la libertad de los alumnos"[85].
El docente no puede ignorar que la propaganda, en pro o en contra
del establecimiento, "es, en cuanto manipulación racional
de lo irracional, patrimonio del totalitarismo… Lo que se
hace propagandísticamente permanece siempre en la
ambigüedad"[86].

El profesor debe preservar en todo momento la
independencia de su pensamiento. "De allí que el profesor
de filosofía sea algo distinto por entero del militante,
el feligrés o el propagandista. Su misión no es
adoctrinar sino poner la mirada crítica en toda doctrina,
establecer esa distancia entre la creencia y el hombre que le
permite a éste ganar la más plena libertad de
pensar trascendiendo cualquier creencia popular. Por la misma
razón no está obligado a repetir una verdad
oficial, ni a economizar o defender valores del Estado, la
nación o la clase gobernante. Su libertad no admite estas
restricciones y la dignidad de su conciencia racional no se
compadece con el dictado de ninguna norma de conocimiento o
acción que hubiere de ser transmitida sin crítica a
sus alumnos[87]Todo intento de convencer y
adoctrinar para que los demás acepten nuestras verdades o
las verdades que nos interesan es una forma de violencia. "Ser de
la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas
maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil:
ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia
moral"[88]. De acuerdo con el filósofo y
educador Gustavo Bueno, está muy extendido el principio
según el cual la enseñanza de la filosofía
debe limitarse a proponer alternativas, sin tomar partido por
ninguna, dejando al alumno "en libertad para elegir" la que
más le cuadre: proponer alguna y defenderla ante los
alumnos equivaldría a un "adoctrinamiento" que
convertiría a la clase de filosofía en algo
análogo a la clase de propaganda política o
religiosa. Con grande acierto, Augusto
Ramírez[89]aclara que los adoctrinamientos,
tanto de izquierda como de derecha, encierran a los seres humanos
en alternativas maniqueas de todo o nada, blanco o negro, abierto
o cerrado, y agrega que la presión del grupo, los
espejismos del consenso llevan a la gente a la adopción de
metas impropias que los enajenan de su genuina realidad. La
dogmatización de la doctrina, la intolerancia de todos los
credos es producto de la necesidad de mantener una unanimidad sin
disidencias, una militancia sin escépticos.

El discente, para aprender a pensar por sí mismo,
necesita independencia. Si éste se "matricula" o se "casa"
con cualquier ideología, filósofo o sistema se
convierte en un dogmático, en un fanático, que se
aliena de tal manera que ofrenda su vida en nombre de una
supuesta causa o proyecto revolucionario como los
"ideólogos" de la subversión. "Cuando se reduce la
filosofía al aprendizaje doctrinario, independientemente
de la calidad de los contenidos, se transforma inevitablemente en
el vector de un dogmatismo más o menos declarado, que
traiciona la esencia misma de la
filosofía"[90]. José de Ingenieros
sostenía que quien dice dogma, pretende invariabilidad,
imperfectibilibidad, imposibilidad de crítica y de
reflexión personal. El verdadero filósofo no adopta
una filosofía, no se adhiera a un sistema, sino que se
asombra de los entes en el ser. Stefan
Sweig[91]precisó que cuando el artista y el
sabio (el filósofo es un "sabio", o al menos un "amante de
la sabiduría") traspasan sus fronteras y entran en el
camino de los hombres de acción, de los hombres fuertes y
de los hombres mundanos, disminuyen sus propias dimensiones, y
agregó que el hombre espiritual no debe inscribirse en un
partido, su reino es el de la justicia, que, en todas partes,
está por encima de toda discusión. "El intelectual
no puede tener ni partido ni credo alguno, puesto que como tal
intelectual, tiene que estar en constante movimiento
"intelectual" y por tanto, sujeto a errores o equivocaciones, que
tiene que tener el suficiente valor como para reconocerlas y
rectificar en cualquier momento; puesto que un intelectual no es
un "dios" ni nada que se le parezca; simplemente es alguien que
ve, oye, lee, piensa, analiza, deduce y tras no pocos esfuerzos
dice algo que él cree que es justo, o más justo que
lo que le impulsa a manifestarse presentando opiniones,
generalmente contra corriente y en contra de cualquier tipo de
gobierno que trate de "domesticarlo". Por ello el verdadero
intelectual es incómodo y peligroso para el poder
establecido, puesto que como tal… simplemente "no se casa
ni con su padre ni con su madre"; ante todo es él y quiere
seguir siéndolo"[92]. El filósofo es
un intelectual, y, como dice Fernando Savater, el intelectual no
habla en nombre de nadie; habla en nombre propio. El
filósofo no tiene otra cosa que hacer sino establecer y
formular claramente sus verdades, no tiene que luchar
violentamente por ellas. "El filósofo, el intelectual,
debe tener una actitud destinada a la revolución que le
permita sentar las bases de una nueva construcción
social"[93] con ideales de humanidad. Pero sin
tomar posiciones extremistas como aquella que señala que
"en una revolución se triunfa o se muere", como pregonaba
el "Che" Guevara. "Huye Adso, de los profetas y de los que
están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen
provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes
que la propia, y a veces en lugar de la propia", decía
Guillermo de Baskerville en El nombre de la
rosa[94]

Ninguna revolución ha cambiado radicalmente el
estado de cosas, lo instalado, lo establecido; algunas cosas
cambian para volver luego a lo mismo, bajo otras formas de
dominación. El filósofo no debe involucrarse en la
lucha armada, sino en la lucha "almada". Antes de querer
transformar al mundo sería pertinente preguntarnos
qué estamos haciendo nosotros para orientar nuestra propia
vida. Estanislao Zuleta[95]nos decía que lo
más difícil, lo más importante, lo
más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es
conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin
caer en la interpretación paranoide de la lucha. "La
Filosofía puede ser más poderosa que las armas y
más revolucionaria que las guerrillas"[96].
Vale recordar que el "presente es de lucha, el futuro nos
pertenece", tal como decía Ernesto el "Che" Guevara. "Pero
en el combate que sostenemos, no se trata de huir de las
dificultades, sino que, por el contrario, es preciso abordarlas
de frente", nos dice Platón en el Cratilo. "Su
partido es el de los filósofos, a los que quiere convertir
en guerrilleros intelectuales", precisa Savater. Aquí es
pertinente oír al inmortal Hamlet (y ya sabemos que
Shakespeare no reflexiona sobre sutilezas de escuela, sino sobre
pensamientos humanos): "Mientras para vergüenza mía
veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que,
por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro
corno a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es
incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente
sepultura para tantos cadáveres"[97]. Ante
la afirmación shakesperiana, Estanislao Zuleta preguntaba
que "¿quién ignora que este es frecuentemente el
caso?", y aclaraba que "hay que decir que las grandes palabras
solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi
siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera
colectiva"[98]. Ninguna "causa" o
revolución merece que una persona "entregue" su vida o
pierda su libertad. "¡Por ninguna idea de este mundo ni por
ninguna convicción uno debe estar dispuesto jamás a
poner la cabeza en el tajo del verdugo como mártir!",
aconseja Savater. ¡Cómo es posible que una persona
"para sentir la adrenalina" se entregue a la práctica de
"deportes" ("extremos") demasiado riesgosos o peligrosos en los
que se expone, y muchas veces se pierde la vida! Una persona
pensante no expone su vida solamente "para sentir la adrenalina".
El nuevo mundo –señala Heinz Dieterich
Steffan[99]no tiene por condición que sus
creadores sean santos ni héroes, sino mortales, que dentro
de la contradictoria condición humana de miseria y
esplendor estén dispuestos a cambiar éticamente su
destino.

A pesar de que en una sociedad pluralista es imperativo
democrático respetar el derecho a la libre
expresión del pensamiento, disiento de la intención
de sacrificar la vida, sin importar la causa; por cuanto se
entraría en una dinámica de inútil fanatismo
al plantearse este "desprendimiento místico de la vida por
la causa de la revolución"[100].
¿Será lógico que en aras del éxito de
una respuesta revolucionaria sea necesario crear comandos
suicidas "que tendrán a su cargo misiones especiales sin
importar el riesgo personal que se corra, es incluso con la
absoluta seguridad de que el cumplimiento de una misión
implica la perdida de la
vida…"?[101]

Si bien es cierto que el filósofo, el
intelectual, tiene una responsabilidad y un compromiso social, no
debe "poner" en peligro su vida por el sólo hecho de
defender una causa que, de entrada, ya sabe que la lleva perdida.
No todas las "causas" merecen nuestra inmolación. La causa
más importante consiste en asumir un proyecto de vida
auténtico, que le permita primero construirse como
persona, como proyecto individual, y luego como proyecto
colectivo, orientado hacia la autorrealización y la
búsqueda de la felicidad. Me identifico con Estanislao
Zuleta debido a que "el intelectual no tiene responsabilidad sino
con el rigor de su pensamiento y de su obra y con el desarrollo
de su trabajo"[102]. Después de indagar y
"hurgar" en la historia de la filosofía se colige que los
filósofos siempre han estado comprometidos. Zuleta pensaba
que en filosofía hay una aspiración fallida
–posición que comparto con éste–, que
no es exactamente una desilusión, sino más bien un
ideal: "el ideal de la universalidad, que consiste en buscar que
las ideas sean válidas en general y no sólo para un
punto de vista o unos intereses. Si no fuera así no
habría filósofos"[103].

El docente de filosofía tampoco debe sugerir o
exigir textos de determinados autores como guía para el
proceso de aprendizaje, como ocurre en el caso del
Diccionario filosófico de M. M. Rosental y P, F.
Iudín (que se exige con frecuencia en la
"educación"), un texto sesgadamente marxista y comunista,
elaborado "con el propósito de reforzar la crítica
de la ideología burguesa contemporánea…", el
cual abunda en "artículos concernientes al comunismo", tal
como se consigna en la "Advertencia" de ese diccionario. El
estudiante, si en realidad está interesado en la
filosofía y quiere aprender a pensar por sí mismo,
de acuerdo con su criterio, su entendimiento y su discernimiento
buscará y escogerá el diccionario, diccionarios o
textos didácticos y filosóficos que crea
convenientes, con la orientación imparcial y ética
del maestro, si el alumno lo solicita. Esto parece
utópico, pero es que se necesita un estudiante que piense
por sí mismo y no se convierta en un simple repetidor de
ideas, en un hombre del rebaño, un borrego más, de
esos que deambulan por nuestro país, dejándose
arrastrar por la corriente de las circunstancias, sin asumir un
compromiso y un proyecto personal y colectivo. "El necio
sólo conoce los hechos", señala Homero en su
Ilíada.

Pensar para
aprender a buscar la verdad e impedir la
alienación

El hombre común, el hombre del rebaño, el
hombre con "minoría de edad", no se interesa ni profundiza
en el problema del sentido de su acción y de su vida; vive
como los otros viven, haciendo lo que los demás hacen
dentro de los estrechos límites de una existencia
inauténtica. "El borrego, por supuesto, consta de una
naturaleza con tendencia a subordinarse, a sobresalir como el
más condescendiente a los intereses de las cúpulas
oligárquicas de poder, tiene una capacidad de transmutar
de color por conveniencia o por supervivencia, opta por ser
"sumiso" para fungir como modelo del rebaño. Por lo
general, su psiquis es parroquial y por excelencia se
autodenomina como la "voz espiritual" cualificada para considerar
o descalificar a los demás, es incapaz de usar su
imaginación para forjar ideales que le sugieran un futuro
por el cual luchar. Este sujeto es dócil, maleable, un ser
vegetativo, desprovisto de personalidad, antagónico a la
perfección, copartícipe y cómplice de los
intereses creados que lo hacen borrego del rebaño
social"[104]. Ricardo Yepes Stork nos aconseja
enriquecer el lenguaje y fomentar el diálogo, el ejercicio
mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos
para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen
los demás. Pero Goethe nos advierte que "de ordinario, el
hombre cree cuando oye sólo palabras, pero es menester
también que ellas hagan pensar alguna
cosa"[105].

Reynaldo Suárez Díaz nos invita a pensar,
"porque el hombre tiene el deber de pensar, de decir la verdad,
de tomar posición, de opinar, aunque sea mucho más
fácil depender de otros que pensar, juzgar y decidirse por
sí mismo… Todo aquello que aliena a los hombres
impidiéndoles pensar, disentir, criticar, es inhumano;
pero también lo es quien no se atreve a optar, pensar y
disentir… Ha dimitido a ser hombre quien por comodidad o
indiferencia deja que otros piensen o decidan por él.
Quien se encierra en su egoísmo, quien no pronuncia su
palabra, quien no opta, quien no toma posición, quien no
asume responsabilidades, quien elude las dificultades,
está faltando a su deber fundamental: ¡ser
hombre!"[106].

La persona que aprende a pensar por sí misma
será consciente que decir lo que se piensa es
cuestión de ética y de coherencia consigo mismo, y
se basa en convicciones y valores que no se imponen y ni siquiera
se enseñan sino que nacen del individuo en contacto con su
ambiente. Hay que pensar porque el hombre ha dejado de hacerlo,
no piensa por sí mismo. Cuando el ser humano sea realmente
libre se encontrará necesariamente con la realidad y
cesará la inconsecuencia entre lo que se cree y lo que
es.

El filósofo y psicólogo Daniel
Goleman[107]nos dice que necesitamos buscar la
verdad y expresarla públicamente para evitar todo tipo de
alienación, de autoengaños. Como quienes tienen el
poder se sienten demasiado cómodos como para
sensibilizarse del dolor de quienes sufren, y quienes sufren no
tienen poder, Elie Wiesel nos insta a tener el coraje de decirle
la verdad al poder. "Pero si el régimen todo y hasta sus
ideas sobre la no violencia están condicionados por una
opresión milenaria, su pasividad no sirve sino para
alinearlos del lado de los opresores"[108]. Es
necesario conocer la verdad e investigar la verdad, porque
ésta nos devolverá la libertad. "Lo
encontrarán difícil –señala el
egiptólogo Gerald Massey- aquellos que han tomado la
libertad como la verdad, en lugar de la verdad como autoridad".
Es que, tal como decía Hegel, el poder puede confundirse
con la verdad. Eduardo Galeano señala que los muchachos no
quieren circo, y tienen razón. Ya basta de piruetas para
engrupir a los giles. Savater señala que la
filosofía también tiene una función de
purga; no solamente es construir grandes ideas nuevas, sino
purgarnos de muchas de las ideas con las que nos asustan y
engañan. ¿Por qué callan quienes discrepan?
"No puede uno callarse teniendo voz", nos dice el verso
de un bambuco colombiano. "Le tengo rabia al silencio por lo
mucho que perdía. Que no se quede callado quien quiera
vivir feliz",
nos canta Atahualpa Yupanqui. "Si
dices basta, estás perdido
", sentenció San
Agustín. "¿Es correcto levantar la voz cuando a uno
lo acallan?", pregunta Milán Kundera en La
insoportable levedad del ser[109]

Quien no piensa por sí mismo, no ve qué es
lo que no ve. Pensar por sí mismo es ver las cosas como
son. Augusto Ramírez[110]plantea que la
interrelación de todos los componentes del sistema no es
cuestionada por nadie, pero las consecuencias que dimanan de esta
realidad son ignoradas por la mayoría, a pesar de que toda
la humanidad es usufructuaria y víctima de esta
interrelación. En concepto de Diana Uribe Forero,
"aquél que pone en cuestionamiento una verdad y que
relativiza la verdad, es un incómodo"[111].
El filósofo no puede estar con el poder ni ser un
funcionario del poder. En este sentido comparto el aserto de
José Pablo Feimann que el filósofo, el intelectual,
no tiene que acercarse al poder porque es una relación
imposible, debido a que "el poder le va a pedir al intelectual
que sea un lúcido justificador de sus acciones. Y un
intelectual tiene que ser libre, no puede ser un
justificador… Puede haber situaciones en las que te
entusiasmes con el presidente, con determinadas políticas
y planteos, pero nunca te va a gustar todo lo que haga un
gobierno, porque la política es
ensuciarse"[112].

Fernando Savater nos enseña que vivir en
democracia consiste en saber que uno puede estar ruidosamente
descontento del régimen político en el que vive, y
aclara que el primer requisito, la mayor excelencia y el peor
peligro para la democracia es acostumbrarse a vivir en el
conformismo. "No avanzar, permanecer donde estamos, retroceder,
en otras palabras, apoyarnos en lo que tenemos, es muy tentador,
porque sabemos lo que tenemos; podemos aferramos y sentimos
seguros en ello. Sentimos miedo, y en consecuencia evitamos dar
un paso hacia lo desconocido, hacia lo incierto; porque, desde
luego, aunque dar un paso no nos parece peligroso después
de darlo, antes de hacerlo nos parecen muy peligrosos los
aspectos desconocidos, y por ello nos causan temor. Sólo
lo viejo, lo conocido, es seguro, o por lo menos así
parece. Cada paso nuevo encierra el peligro de fracasar, y esta
es una de las razones por las que se teme a la
libertad"[113]. Con Berthold Brecht nos
preguntamos que si sabemos dónde estamos, ¿nos
vamos a quedar ahí? Vacilar es sucumbir. "Vamos, pues; que
la longitud del camino exige que nos apresuremos", nos invita
Dante en su Divina comedia. Al filósofo, al
intelectual, le compete la actitud de disentir, criticar y
cuestionar al establecimiento, al régimen, al sistema;
pero también le asiste el compromiso de defender la
institucionalidad y los derechos humanos. Ser un "rebelde" sin
importar las consecuencias. Los ingleses defienden la tesis de
que las manifestaciones de la opinión, incluyendo
virulentos juicios condenatorios al establecimiento, al
régimen vigente, al sistema imperante, "sólo son
punibles cuando ponen y provocan un peligro evidente e inmediato
para la vida y tranquilidad de los ciudadanos, o para el
mantenimiento del orden legal"[114]. Me identifico
con esa actitud cortaziana de disentir de lo establecido, y con
él repito que "yo parezco haber nacido para no aceptar las
cosas tal como me son dadas"[115]. A pesar de que
somos integrantes de los sistemas sociales y que actuamos bajo el
peso de la sociedad, "a veces podemos reaccionar para modificar
parcialmente la estructura del
sistema"[116].

Para pensar, divergir y expresar sus opiniones contamos
con las garantías constitucionales consagradas en el
artículo 20 de la Constitución Política de
Colombia de 1991. La persona que piensa por sí misma sabe
que en una democracia no sólo debemos obedecer sino
desobedecer, revelarnos… "La razón no se dio al
hombre para obedecer sino para pensar, transformar y vivir
mejor"[117]. Kant sostenía que somos
"socialmente sociables", es decir que si vivimos en una sociedad
democrática, y que además de obedecer y respetar,
debemos rebelarnos, mostrarnos en desacuerdo con lo que atente
contra nuestra libertad y autonomía. Las personas tenemos
la facultad de pensar y la facultad, la necesidad, de rebelarnos.
Según Savater, como seres políticos tenemos razones
para obedecer y sublevarnos. La educación, como "maestra
de la convivencia y democracia", debe procurar la
construcción de la llamada "mentalidad democrática"
(ethos democrático) para que el estudiante pueda
pensar, sentir y actuar democráticamente, tanto a nivel
individual, grupal y social. Según Martha C.
Rodríguez G., la formación de "mentes
democráticas" requiere de algo más que "voluntad y
deseo": es imprescindible que los docentes asuman actitudes y
opciones para que los esfuerzos realizados estén enfocados
en actuar democráticamente, formar autoconceptos positivos
como base de la autonomía y de la autoafirmación, y
enseñar a participar socialmente como modo de vida
democrática.

Es imperativo pensar por sí mismo para evitar la
cosificación o la instrumentalización,
principalmente en épocas electorales. "Cuando reducimos
las personas y las realidades del entorno a meras cosas, por
afán de dominio, perdemos la soberanía de
espíritu que nos da el respeto y la voluntad de
colaboración, y acabamos acosándonos unos a otros.
Este acoso de quienes se reducen a cosas anula de raíz la
posibilidad del encuentro y, consiguientemente, de la vida
ética. El amor degenera en odio, la confianza en recelo,
el diálogo en increpación
insultante"[118]. Cómo es posible que un
"político", a través de sus sofismas y falacias
expresadas con habilidad literaria en tarjetas, en temporada
navideña, pretenda hacernos creer que nos "honra" con su
"amistad y afecto perenne", cuando esa es una burda y
utilitaria mentira, por cuanto ese tipo de tarjetas son enviadas
a diversas personas cuyos nombres y direcciones son
extraídas al azar de un directorio telefónico. Esta
actitud únicamente sirve para cosificar y despojar de su
realidad óntica a tan grandiosos valores como la amistad y
el afecto. ¿Será que un "político"
utilitarista y oportunista podrá sentir por un desconocido
"amistad y afecto perenne"? ¡Es hora de despertar
y no tragar entero! Solamente el espíritu crítico
nos permite comprender y liberarnos de semejante
instrumentalización.

Pensar por
sí mismo para encontrarse a sí
mismo

El individuo contemporáneo, perdido como se halla en
la llamada "postmodernidad", le atañe atender la
invitación ilustrada de atreverse a pensar por sí
mismo como condición y requisito para encontrarse a
sí mismo. "La sentencia kantiana del atreverse a
pensar por sí mismo
es factible si desde la
más temprana edad se ayuda al sujeto a deliberar
conscientemente sobre las opciones más pertinentes en la
existencia"[119]. Es muy profundo su
extravío y su encrucijada, como secuela de la
alienación y la instrumentalización del desarrollo
científico y tecnológico, producto de la
"modernidad" y la "postmodernidad". Este desarrollo útil y
"necesario", gracias a su evidente "poder", condiciona muchos
ámbitos de nuestra vida. En la historia se ha visto como
fuente de progreso. El bioquímico Norair M. Sissakian
sostuvo por allá en 1973 que "en nuestra época,
dadas las nuevas condiciones sociales, se convierte en fuerza
inmediatamente productiva, ya que todas las actividades humanas,
directa o indirectamente, están estrechamente unidas a la
aplicación de los adelantos de la ciencia y de la
técnica"[120]. No se puede desconocer que,
tanto antaño como hogaño, la investigación
científica y el desarrollo tecnológico influyen
demasiado en nuestro diario quehacer y existir, hasta el extremo
de condicionar el pensar, el sentir y el actuar. "La ciencia y
sus productos determinan la economía, dominan la
industria, afectan nuestra salud, nuestro bienestar: alteran
nuestras relaciones con los demás países y
determinan las condiciones que rigen la guerra y la paz. Todo
bicho viviente se ve afectado por ellos; nadie puede permanecer
ajeno"[121]. Walter Riso, sin desconocer los
valiosos aportes del avance tecnológico, disiente de
quienes hacen un culto a la civilización
tecnológica por cuanto duda que hayamos mejorado nuestra
calidad de vida. Consecuente con su pensamiento nos plantea un
inquietante dilema: vivir cien años en la modernidad,
aplastados por la prisa y otros conflictos propios de nuestro
tiempo, o vivir cuarenta años y ser recolector de bayas,
libre de los inconvenientes concomitante a la deshumanizada
sociedad contemporánea. Locke señaló que la
filosofía consiste en detenerse cuando la antorcha de la
física no nos alumbra. Según Husserl, la esperanza
del nombre de ver un día toda su cultura dirigida por
ideas científicas ha caído en la inautenticidad y
en la atrofia. "Asimilamos cotidianamente los insumos de una
sociedad mediada por el ocio intelectual, por las
imágenes, por el facilismo pragmatista que proporciona el
entretenimiento tecnológico. Nuestra racionalidad no se
vuelve técnica, sino dependiente de la
técnica"[122].

El biólogo sir James Gay, a través de un
sucinto ensayo, indica que "al comenzar a constituir una amenaza
para la existencia misma del hombre, parece que la ciencia se
hubiera salido de su cauce, que hubiera ido demasiado
lejos"[123], con el concomitante desperdicio de
esfuerzo humano y el peligro latente de que las naciones no se
interesen por el bienestar general de la humanidad. Más
que "científicos" necesitamos "hombres de ciencia",
capaces de humanizar la ciencia. Si la vinculamos a las
humanidades, "nuestra primera finalidad debe ser describir la
posición del hombre en el mundo de la naturaleza como
fuente, no de miedo o de duda, sino de inspiración y
valor"[124].

Estanislao Zuleta plantea que la ciencia está
desacreditada y es un desastre en la sociedad capitalista, por
cuanto la ciencia se encuentra bajo el imperio de la
técnica. Muchos científicos carecen de
filosofía y de propósitos. Mientras antaño
las ciencias propendían por una humanidad más digna
y de una vida digna de ser vivida, hogaño persiguen la
eficacia militar, técnica e industrial. Por ello los
científicos son esclavos de la ciencia. "La ciencia como
tal algún día tiene que ser reivindicada como un
interés general de la humanidad, como una riqueza
concreta"[125].

Estoy de acuerdo con Gay que la ciencia y sus productos
sólo pueden contribuir plenamente al bienestar de la
humanidad si se emplean como medios de fomentar una actitud
serena pero optimista frente a todos los aspectos de los
problemas humanos. Es un imperativo hacer uso adecuado,
ético y responsable del conocimiento y la
investigación científica "para conseguir
aplicaciones y realizaciones técnicas que puedan mejorar
la situación del hombre y conferir así a la ciencia
su papel social"[126]. Este llamado se hizo al
comenzar la década de los 70"s, y todavía la
ciencia y la tecnología no se han encaminado por esos
humanos derroteros. ¿Cuáles han sido las
consecuencias? El extravío y la alienación de las
personas sin sentido crítico, de los "borregos" incapaces
de pensar por sí mismos…

La razón del hombre (esa grandiosa facultad
intelectual que tenemos todos), que pretendía sacarlo de
su "minoría de edad", de enseñarlo a pensar por
sí mismo, paradójicamente, es la que lo ha llevado
a instrumentalizar y a ser instrumentalizado. El filósofo
Guillermo Hoyos, citado por su colega Daniel Herrera Restrepo,
nos convoca a "analizar críticamente el sentido
tradicional de la ciencia y la tecnología, que
fácilmente conducen a instrumentalizar la razón al
servicio de determinados fines"[127]. El
filósofo y sociólogo Max Horkheimer señala
que la condena natural de los hombres es hoy inseparable del
progreso social, y que el aumento de la producción
económica que engendra por un lado las condiciones para un
mundo más justo, procura por otro lado al aparato
técnico y a los grupos sociales que disponen de él
una inmensa superioridad sobre el resto de la población.
Este intelectual alemán sentenció que la
tecnología suponía una amenaza para la cultura y la
civilización, y que las ciencias físicas (sustento
de la tecnología) ignoran los valores humanos. Corresponde
a la filosofía la tarea de que la persona, al pensar por
sí misma, alcance su plena humanidad y sea consciente de
que la tecnología es sólo un medio, un instrumento
y no un fin en sí mismo. Para muchos, la llamada
"revolución científica y tecnológica", con
sus seductores cantos de sirena ("quien cede a los artificios de
las sirenas está perdido…"[128]), es
la panacea, el remedio para todos nuestros males y el disfrute de
una vida sin tantas "complicaciones" y esfuerzos, porque las
máquinas nos "ayudan" y nos simplifican la
realización de muchas actividades; porque los diversos
sistemas de telecomunicaciones nos "acercan", y porque los
"elixires" mágicos de la medicina "estética" nos
permiten moldear nuestro cuerpo para adaptarlo al concepto de
"belleza" que impone nuestro sistema de producción
capitalista, con su desmesurado mercantilismo y consumismo. No se
puede oír el canto de sirena porque la tentación de
las sirenas sigue siendo invencible, y nadie puede sustraerse a
ella si escucha el canto, nos advierten Horkheimer y
Adorno[129]"Lo peligroso de la presente crisis del
capitalismo consumista –precisa Augusto
Ramírez[130]es que el hedonismo
mercantilista ha sido impuesto como meta única y valor
supremo de la vida… Se persuade a la gente que la mejor
forma de ahorro es el gasto, que el gastar y sólo el
gastar, es lo que te da crédito, prestigio y
bienestar… Cuando por perturbación personal o
acondicionamiento social, la actividad consumidora, el comprar,
se identifica o sustituye la satisfacción misma, estamos
ante un serio trastorno de la personalidad… Pero esta
asociación indisoluble entre el apoderamiento del objeto y
la satisfacción que el mismo nos da, impregna toda la
actividad compradora, del placer contenido en la
satisfacción que lo comprado puede producir. Todas las
acciones intermediarias que conducen al placer se hacen
placenteras en si mismas. Esta estructura asociativa es
insoslayable, por ello es tan frecuente que los medios se
confundan con los fines y lleguen a sustituirlos". Los que no
piensan con profundidad, los que no piensan por sí mismos,
se sienten "cómodos", seguros y confiados con los
"imprescindibles" productos de la ciencia y la tecnología.
Pero, ¡cuidado! No naveguemos tanto en la superficie,
descendamos a las profundidades. Hace unos cuarenta años,
el científico Laurence M. Gould, ya nos advertía
que "aunque la sociedad moderna parezca confiar en que la ciencia
y la técnica llegarán a satisfacer las necesidades
del hombre", no lo creía así por más que se
apreciara o comprendiera "lo suficiente la magnitud y violencia
de la revolución
científico–tecnológica en que nos vemos
envueltos"[131].

Sobre esta problemática reflexionó
profundamente el brillante intelectual Erich Fromm, quien,
además de sicoanalista, fue sociólogo, jurista y
filósofo:

"Erich Fromm afirma, en su obra El
corazón del hombre, que el ser humano actual se
caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del
mercado porque el hombre se ha transformado a sí mismo en
un bien de consumo y siente su vida como un capital que debe
invertirse provechosamente. El hombre se ha convertido en un
consumidor eterno, y el mundo para él no es más que
un objeto para calmar su apetito.

Según el autor, en la sociedad actual el
éxito y el fracaso se basa en el saber invertir la vida.
El valor humano se ha limitado a lo material, en el precio que
pueda obtener por sus servicios y no en lo espiritual (cualidades
de amor, ni su razón, ni su capacidad artística).
La autoestima en el ser humano depende de factores externos y de
sentirse triunfador con respecto al juicio de los demás.
De ahí que vive pendiente de los otros, y que su seguridad
reside en la conformidad; en no apartarse del rebaño. El
individuo debe estar de acuerdo con la sociedad, ir por el mismo
camino y no apartarse de la opinión o de lo establecido
por ésta.

Para que la sociedad de consumo funcione bien,
necesita una clase de individuos que cooperen dócilmente
en grupos numerosos que quieren consumir más y más,
cuyos gustos estén estandarizados y que puedan ser
fácilmente influidos y anticipados. Este tipo de sociedad
necesita miembros que se sientan libres o independientes, que no
estén sometidos a ninguna autoridad o principio o
conciencia moral y que, no obstante, estén dispuestos a
ser mandados, a hacer lo previsto, a encajar sin roces en la
máquina social. Los hombres actuales son guiados sin
fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin ninguna
meta, salvo la de continuar en movimiento, de avanzar. Esta clase
de individuo es el autómata, persona que se deja dirigir
por otra.

El humano debe trabajar para satisfacer sus deseos,
los cuales son constantemente estimulados y dirigidos por la
maquinaria económica. El sujeto automatizado se enfrenta a
una situación peligrosa, ya que su razón se
deteriora y decrece su inteligencia; adquiere la fuerza material
más poderosa sin la sabiduría para
emplearla.

El peligro que el autor ve en el futuro del humano
es que éstos se conviertan en robots. Verdad es que los
robots no se rebelan. Pero, dada la naturaleza del ser humano,
los robots no pueden vivir y mantenerse cuerdos. Entonces
buscarán destruir el mundo y destruirse a sí
mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de
una vida falta de sentido y carente por completo de
objetivos"[132].

Coincido, crítica y racionalmente, en ciertos
aspectos con el planteamiento de Augusto Ramírez, cuando
dice lo siguiente, respecto de la influencia nefasta del
consumismo y de los medios de información como la
televisión y la prensa (que, aunque se refieren
básicamente a la cultura Norteamericana, tienen estrecha
relación con nuestra realidad colombiana):

"Hoy, igual que ayer, igual que siempre, seguimos
habiendo gentes empecinadas en creer que el pensar, sigue siendo,
la única forma de conocer. Sigue existiendo gente contumaz
que insistimos en dudar de los que mandan y nos negamos a aceptar
que la principal función humana sea producir para
consumir, y endeudarse para ser felices… Es imprescindible
que más y más personas piensen más y se
entretengan menos. Que la gente se rebele contra la hipnosis
propagandística y hagan de su hogar un espacio de
libertad, una trinchera de meditación que los defienda de
la teleadicción, y proteja a sus hijos del embrutecimiento
consumista…

Pero entre todos los desarrollos tecnológicos
el que ha facilitado el avance del raudeconsumista, a partir del
relativo aumento de ingresos, ha sido el desarrollo de los medios
de comunicación, principalmente, la
televisiónLa televisión ha cambiado todo
esto, siendo el principal medio propagador y reforzador del
consumismo. Por las peculiaridades de los procesos de
percepción humana, la visión es la vía
sensorial de más profunda huella nemica y mayor
movilización afectiva. Por ello la experiencia televisiva,
es única en su clase, pues al excluir toda actividad
física e imponer la contemplación, limita la
racionalidad y prioriza el procesamiento simbólico de toda
la información recibida… Así al convertir el
consumismo en la meta fundamental de las sociedades occidentales,
han creado toda una sobre estructura de valores y motivaciones,
toda una nueva psicología social, que tiene el comprar,
como la única finalidad de la vida y la principal fuente
de gratificación individual. Esta disparatada alquimia de
convertir los medios en fines supremos, ha hecho del falso
consumo un ritual complejo y contradictorio… Pero es a
partir de los sesenta, en que la televisión toma
posesión de todos los hogares de occidente, en especial en
Estados Unidos y que la misma, se convierte en la herramienta
fundamental de inducción consumista; de la
manipulación de la mente en función del
mercado… La televisión entretiene desconectando al
televidente de su interior, tanto afectiva como intelectualmente
y ese es su principal atractivo y su efecto más nocivo. El
análisis de los efectos psicológicos de la
televisión sobre la personalidad y el comportamiento
social, es complejo pero imprescindible, para comprender el
daño que la teleadicción
produce…

En todos los programas se vende, no solo la
compulsión al consumo, sino también un estilo de
vida primitivamente hedónico y competitivo… Para la
inmensa mayoría de las personas, para los niños y
los jóvenes, la computadora es solo entretenimiento, y ese
tipo de entretenimiento es una de las herramientas principales de
la manipulación consumista… La falsificación
de necesidades y metas, la suplantación de lo real por lo
virtual, ha vaciando el vivir, extenuando los sentimientos,
agobiando la esperanza. El vació existencial disuelve el
sentido de la vida, desnaturalizando deseos y pasiones. La
prosecución de espejismos consumistas puebla de
irrealidades los quehaceres cotidianos. La gente se llena de
miedos, angustias y aprehensiones. Miedo a dormir. Miedo a
despertar. Miedos a la calle. Miedos al hogar. Miedos a la gente
y pánico a la soledad. La violencia, las drogas y la
teleadicción son las defensas comunes al angustiante
vació que acorrala el vivir…

Si tenemos todo esto en cuenta, podemos valorar el
enorme poder manipulativo de los megapolios que controlan la
información, el espectáculo y la publicidad. Este
poder rebasa el campo de la mercadotecnia y entra a manipular
ideas, valores y decisiones. Dictan las modas del vestir y del
pensar. Imponen ideas y gustos, hábitos y fobias.
Desacreditan tradiciones y prestigian nuevas opciones. De la
imposición de marcas y hábitos de consumo pasan a
diseñar estilos de vida, metas y valores. Decretan la
muerte de las ideologías y el fin de la historia. Solo lo
que la televisión muestra es real, lo demás no
existe. El mundo sabe lo que la mass–media revela. Y la
media solo revela lo que el megapolio le permite. Las adicciones
no solo consisten en el compulsivo uso de sustancias. El juego,
el sexo, el poder son adicciones insuperables y devastadoras.
Exhibicionistas y vouyeuor, pederastas y cleptómanos son
empujados una y otra vez, por su adicción, a padecer el
castigo de la ley y el desprecio de la sociedad. Pero la
mercantilización de la Media ha impuesto dos adicciones
endémicas que dominan en todas las sociedades
industriales: el comprar y ver televisión. Frente al
estrés generalizado imperante en las sociedades
industriales, la gente no encuentra otra defensa que la
evasión. Las adicciones, en sus diferentes formas, son el
medio evasivo más frecuente. La televisión y las
drogas, incluyendo entre ellas los psicofármacos, permiten
desconectarse de la angustiante realidad. Pero hay niveles de
tensión que, por su naturaleza, solo pueden descargarse
actuando. La impotencia para aliviar la angustia, la rabia de la
humillación, la pérdida de la autoestima, la
cancelación de la esperanza, elevan la agresividad a tal
nivel, que solo pueden descargarse mediante la violencia. Esa es
la razón del aumento incesante de la violencia en las
sociedades de consumo. Pero la violencia trae sanciones y
marginación. Su empleo requiere cierto tipo de
personalidad que no abunda. Por ello la mayoría de la
gente no desahoga su agresividad atacando a otros. Prefieren la
evasión a la envestida. Y entre todas las evasiones el
acto de comprar es el más generalizado… La
utilización de todos los medios masivos de
información y entretenimiento en la manipulación
comercial, al encerrar las expectativas humanas, en el estrecho
horizonte del tendero, ha reducido todas las opciones al servil
disfrute de convertirse en mercancía para adquirir
mercancía…

Los anhelos y sueños que la propaganda crea,
siempre están más allá, de los medios del
ciudadano promedio. Esta experiencia de fracasos repetidos, de
frustración permanente, mina la seguridad personal,
exacerba la angustia, empujando al ser humano hacia la
fantasía y el sueño o hacia la agresividad y el
delito. Los psicofármacos, las adicciones son los
instrumentos del sueño. La violencia y la
corrupción es el reencuentro con la realidad por los
caminos de la barbarie… Los comportamientos comercialmente
corruptos, las conductas delictivas están impuestas por
los propios valores del sistema que imponen el éxito
económico y el consumo como única forma de
realización posible, sin que estos éxitos y estos
consumos gratifiquen verdaderamente. La violencia y las
adicciones generalizadas es el obligado resultado de la
insatisfacción de la mayoría, que al no poder
identificar las causas de su vació existencial, recurren a
la evasión a través de las adicciones y la
violencia… Los motivos de nuestras alegrías, el
escenario de nuestros minitriunfos tiene que estar fuera de toda
competencia, para tener la garantía de alcanzarlos. Y esto
solo es posible con adecuado marco de relaciones humanas. Con una
vida interior donde el amor, la amistad, la confianza en nuestros
afectos, en aquellos que nos aman, nos permitan disfrutar de
gratificaciones que no están en el mercado, ni suben de
precio, ni cambian de envase. Donde los triunfos que se alcanzan
no despojan a nadie, ni vencen a otros. Son conquistas de nuestro
espíritu, triunfos de nuestro corazón.
Éxitos de nuestros anhelos de amar más cada
día, de comprender más a quienes amamos; triunfos
de la caridad sobre el egoísmo, de la admiración
sobre la envidia, de la seguridad sobre el miedo, de la libertad
sobre la ambición…. Pero la hipertrofia de la
competitividad, el hedonismo materialista ha mercantilizado las
relaciones humanas. La imposición del tener sobre el ser,
ha cancelado la intimidad, convirtiendo a la gente en
maniquíes de vitrina, en trofeo o decorado según la
escena que la mercadotecnia imponga. Esta externalidad del vivir,
este quehacer de pasarela, donde la gente nunca es apreciada por
quien es, sino por lo que lleva puesto. Ha clausurado la
interioridad humana condenando a la gente a la intemperie de la
soledad… Solo en la solidaridad con nuestro pasado podemos
encontrar la armonía con nuestro presente y la esperanza
para el porvenir. Si esta continuidad se rompe, si las personas
no pueden mirar hacia adentro para encontrarse, si las relaciones
cotidianas con nuestros semejantes, no alimentan nuestra
seguridad y nuestra autoestima, evocando la fraternidad de
nuestras raíces, la personalidad se fragmenta y nuestra
identidad se disuelve… La gran quiebra de valores de las
sociedades occidentales, con todas las secuelas de masacres,
corruptelas y miserias que hoy padecemos, es consecuencia directa
del modelo consumista impuesto por el establecimiento
norteamericano"[133].

A lo anterior es procedente añadir la
reflexión de Linda Elder y Richard Paul:

"La democracia puede ser una forma de gobierno
efectiva sólo en el grado que el público (que en
teoría gobierna) está bien informado sobre los
eventos nacionales e internacionales y pueden pensar
independientemente y críticamente sobre esos eventos. Si
la gran mayoría de los ciudadanos no reconoce los
prejuicios en las noticias de su nación, si no puede
detectar cuándo la ideología, la inclinación
y el giro están presentes, si no puede reconocer cuando
son expuestos a la propaganda, entonces no puede razonablemente
determinar qué mensajes de los medios necesitan ser
suplementados, contrabalanceados o descartados completamente. Por
un lado, las fuentes de noticias mundiales están cada vez
más sofisticadas en la lógica de los medios (el
arte de "persuadir" y manipular las masas de gente). Esto les
permite crear un aura de objetividad y "veracidad" en los
artículos de noticias que construyen. Por otro lado,
solamente una pequeña minoría de ciudadanos tiene
las destrezas para reconocer los prejuicios y la propaganda en
las noticias diseminadas en su país. Solamente unos pocos
pueden detectar representaciones unilaterales de eventos y buscar
fuentes de información y opiniones alternas para
compararlos con los de sus medios noticiosos principales. Al
presente, la mayoría abrumadora de las personas del mundo,
sin adiestramiento en pensamiento crítico, está a
la merced de los medios noticiosos de su propio país. Su
punto de vista del mundo, qué países identifican
como amigos y cuáles como enemigos, está
determinada en gran parte para ellos por los medios (y las
creencias y costumbres tradicionales de su sociedad). Lo que
hacen los lectores críticos es reconocer esa
unilateralidad y buscar puntos de vista descartados o
ignorados"[134].

Es tal su extravío que el hombre del
"rebaño", por no pensar por sí mismo, confunde los
conceptos de "modernidad" y "postmodernidad" y los relaciona
sólo como modernización y desarrollo
científico, tecnológico y económico, y no
como movimiento y sensibilidad cultural, evidenciándose
más su extravío: no distingue entre modernidad y
modernización. La modernidad es una actitud ante las
cosas. Muchos conciben la modernidad como mero progreso material,
sin que se percaten que en ese "progreso material" el hombre se
ha perdido a sí mismo. Modernidad, en sentido más
amplio y menos reductivista, es un proyecto cultural,
filosófico, ilustrado. El no tener perfectamente claros
estos dos conceptos es la causa de su alienación y de su
encrucijada. Si desde el mismo universo de la filosofía,
de la reflexión profunda, hay discrepancia entre
modernidad y postmodernidad, por cuanto "para algunos la
postmodernidad representa una ruptura a la modernidad; para
otros, la postmodernidad es la modernidad de la modernidad",
¿cómo será la confusión de quienes no
"filosofan", no reflexionan, no piensan por sí mismos? "La
credulidad, la aversión respecto a la duda, la
precipitación en las respuestas, la pedantería
cultural, el temor a contradecir, la indolencia en las
investigaciones personales, el fetichismo verbal, la tendencia a
detenerse en los conocimientos parciales: todo esto y otras cosas
más han impedido las felices bodas del intelecto humano
con la naturaleza de las cosas, para hacer que se ayuntase en
cambio con conceptos vanos y experimentos
desordenados"[135]. Sólo la
reflexión filosófica, el pensar por sí
mismo, nos permite entender, aclarar y vivenciar estas
categorías que a diario experimentamos. Quienes confunden
modernidad y modernización y proclaman que la ciencia y la
tecnología ya dieron los frutos que podían dar,
piensan que "reflexionar filosóficamente sobre el hombre y
la sociedad es pérdida de tiempo. Éstos carecen del
entendimiento para comprender que "mientras más avanzamos
en ciencia y tecnología, hay menos igualdad y libertad,
más hambre, mayor concentración de
riqueza"[136]. Cuando el proceso del conocimiento
"funciona exclusivamente como medio para un modelo desarrollista,
y cuando se privilegian unilateralmente las ciencias naturales y
la técnica, despreciando la reflexión y la
dimensión crítica de la cultura" puede ser el
origen de la alienación y llevar "a la
positivización de las ciencias sociales y a la sociedad
unidimensional"[137].

Los ideales de la modernidad, tal como los replantea
Habermas, deben estar "en función de una nueva realidad
social donde reine no la arbitrariedad sino la tolerancia, el
antidogmatismo, el reconocimiento de la particularidad y
singularidad de los individuos y de las pequeñas
comunidades, el respeto por la pluralidad de formas de vida, de
manifestaciones culturales, de juegos del
lenguaje…"[138]. Un pensador tan racional
como Kant nos invita a tomar "conciencia de que la racionalidad
instrumental ha dado al hombre cierto poder sobre la naturaleza,
pero que esta racionalidad puramente técnica no le
garantiza su supervivencia y puede fracasar frente a la violencia
de las fuerzas naturales o por el mal uso de esa misma
superioridad"[139]. José Ortega y Gasset
pensaba que "nuestro tiempo tendría ideales claros y
firmes, aunque fuese incapaz de realizarlos. Pero la verdad es
estrictamente lo contrario: vivimos en un tiempo que se siente
fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué
realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de
sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con
más medios, más saber, más técnicas
que nunca, resulta que el mundo actual va como el más
desdichado que haya habido: puramente a la deriva… No
podrá extrañar que hoy el mundo parezca vaciado de
proyectos, anticipaciones e ideales… No cabe duda de que
la técnica –junto con la democracia liberal–
ha engendrado al hombre masa en el sentido cuantitativo de esta
expresión"[140].

Pensar para
criticar y defender la razón y la
ciencia

Como en este libro la ciencia ha sido "sentada" ante el
tribunal de la historia, de la filosofía, de la
razón y de la misma ciencia, con el propósito de
criticarla, enjuiciarla, cuestionarla y ensalzarla, como
filósofo, como intelectual, como pensador, es mi deber
moral, en aras de la objetividad y de la "justicia", aclarar que
la ciencia y la tecnología, en sí, en su esencia,
en su naturaleza intrínseca, en su auténtico ser,
no son ni buenas ni malas; es el científico o el
técnico (el ser humano) el que hace de estos dos valiosos
instrumentos, producto de la actividad del hombre y de la
cultura, un uso adecuado o inadecuado, conveniente o
inconveniente, correcto o incorrecto. Para ser más
preciso: algunos científicos y algunos técnicos; no
todos los científicos ni todos los técnicos
utilizan esas dos herramientas para la destrucción o
deshumanización del hombre.

Coincido con el científico Jorge Wukmir, quien ya
en 1973, antes del avasallante e irrefutable dominio e influencia
de la ciencia y la tecnología actuales, afirmaba que la
ciencia no era "ni ídolo ni amenaza", como una forma justa
de responder a las preguntas: Ciencia: ¿ídolo
moderno y admirable, o peligro de extinción para el
género humano? O ¿El mejor remedio para prolongar,
asegurar las condiciones de la vida humana y disminuir el
sufrimiento, o bien el método perfecto para acabar con
todo lo vivo en este planeta? El ideal de la ciencia y del
científico ético es contribuir al mejoramiento de
la humanidad, no a su deshumanización. Para éste,
si es profundamente ético y está comprometido con
la humanización, "su pasión es lograr unas verdades
un poco más limpias de dudas, prejuicios e
incertidumbres…"; pero ¿qué puede hacer si
el poder político, militar y económico se apodera
de los resultados de la ciencia y los aplica con fines
destructivos en la tecnología? Eso es asunto de ellos, no
responsabilidad de la ciencia y del científico, quien no
experimenta, investiga, descubre o inventa para matar; la
aplicación indebida de sus creaciones las "hacen otras
fuerzas del comportamiento humano, arraigadas en la profunda
biología de nuestro género y de todos los vivos".
La persona "inhumana" no es producto, en sí, de la ciencia
ni del científico. "El hombre furia, feroz, voraz y rapaz
matón y destructor no sale de los laboratorios
científicos, sino que vive de densas tinieblas de su
naturaleza, tinieblas que hasta ahora, colectivamente, ninguna
civilización ni religión ha podido cambiar por
más que los que tuvieron compasión con tal
género maldito, lo quisieron y lo intentaron".
Podría parecer utópico, pero el pensamiento
crítico, el pensamiento filosófico, ante esta
realidad, dispone de "mecanismos" para "sensibilizar" al hombre
que, por una u otra circunstancia, por uno u otro interés,
manipula el poder de la ciencia y la tecnología en el
logro de sus mezquinos
propósitos…[141].

Pensar por
sí mismo para vivir en libertad y saber tomar
decisiones

Pensar por sí mismo permite liberarnos de la
tiranía y las cadenas de los convencionalismos, de las
instituciones de "clausura", de la domesticación de los
aparatos ideológicos de Estado, de la acriticidad y de los
prejuicios. Así mismo, alcanzar la autonomía que no
es otra cosa que la libertad para que una persona disponga de
sí misma. "La filosofía pretende ser un desarrollo
a fondo de esa autonomía, en cuanto pretende
temáticamente liberarse de toda imposición para
emprender su tarea de racionalidad[142]Los
postulados centrales de los sistemas de Kant y Hegel se fundan en
la autonomía y la libertad, y los de Marx y Nietzsche en
la idea de que el hombre no debería someterse a
propósitos ajenos a su propia expansión y
felicidad. Cada persona debe ser su propia ley y su propio
gobierno. "La autonomía es la base para el comportamiento
democrático; la democracia exige la participación
de todos; las personas que no han desarrollado una gran
autonomía, difícilmente logran participar
activamente en los procesos sociales y asumir posiciones claras
en los momentos de oscuridad y conflicto"[143].
Cuando votamos en las elecciones, ¿lo hacemos para
"fortalecer la democracia" o para perpetuar el sistema imperante?
Al ser autónomos somos dueños de nuestra
existencia, y como dueños de ésta somos
responsables de nuestra vida. Por el hecho de ser libres tenemos
que decidir, que elegir. Pero ante la compleja circunstancia de
decidir encontramos que "no somos disparados sobre la existencia
como la bala de un fusil, cuya trayectoria está
absolutamente predeterminada. La fatalidad en que caemos al caer
en este mundo –el mundo es siempre éste, éste
de ahora– consiste en todo lo contrario. En vez de
imponernos una trayectoria, nos impone varias, y,
consecuentemente, nos fuerza a elegir. ¡Sorprendente
condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente
forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en
este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra
actividad de decisión. Inclusive cuando desesperados nos
abandonamos a lo que quiera venir, hemos decidido no
decidir"[144]. Sartre sostenía que tenemos
que elegir por nuestra cuenta cómo queremos vivir. Somos
individuos libres, y debido a nuestra libertad estamos condenados
a elegir durante toda la vida. Según éste, el
hombre está condenado a ser libre. "Condenado, porque no
se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado,
libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo
que hace"[145]. Como está condenado a ser
libre, debe ser responsable de su pasión y tiene que
inventarse, ya que el hombre es el porvenir del
hombre.

Partes: 1, 2, 3, 4
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