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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo (página 3)




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2, 3, 4

El problema de la libertad no puede estar ausente de las
preocupaciones y reflexiones de la persona que piensa por
sí misma. Existen dos concepciones (antagónicas)
del mundo, y por lo tanto de la libertad: el idealismo y el
materialismo. El idealismo es el sistema cuyo fundamento y objeto
son las ideas que se consideran realizables. Tiene como base la
explicación de la materia por el espíritu.
Afirmando la supremacía del pensamiento sostiene que es el
espíritu el que produce la materia. El materialismo es el
sistema encargado de dar una explicación científica
del universo. Considera la materia como la única realidad
y que hace del pensamiento un fenómeno material, como
cualquier otro fenómeno. Se basa en la idea de que la
materia constituye todo el ser de la realidad. Niega el dualismo
entre una creación y un creador, entre cuerpo y alma, y
reduce el pensamiento a un fenómeno material. Cada una
tiene su concepción de la libertad, uno de los problemas
centrales de nuestra vida. El idealismo plantea que la libertad
de cada individuo no debe tener otros límites que la de
todos los demás individuos. En el materialismo,
según Mijail Bakunin:

"El hombre no se convierte en hombre y no llega,
tanto a la conciencia como a la realización de su
humanidad, más que en la sociedad y solamente por la
acción colectiva de la sociedad entera; no se emancipa del
yugo de la naturaleza exterior más que por el trabajo
colectivo o social, lo único que es capaz de transformar
la superficie terrestre en una morada favorable a los
desenvolvimientos de la humanidad; y sin esa emancipación
material no puede haber emancipación intelectual y moral
para nadie. No puede emanciparse del yugo de su propia
naturaleza, es decir, no puede subordinar los instintos y los
movimientos de su propio cuerpo a la dirección de su
espíritu cada vez más desarrollado, más que
por la educación y por la instrucción; pero una y
otra son cosas eminentes, exclusivamente sociales; porque fuera
de la sociedad el hombre habría permanecido un animal
salvaje o un santo, lo que significa poco más o menos lo
mismo. En fin, el hombre aislado no puede tener conciencia de su
libertad. Ser libre para el hombre como tal por otro hombre, por
todos los hombres que lo rodean. La libertad no es, pues, un
hecho de aislamiento, sino de reflexión mutua, no de
exclusión, sino al contrario, de alianza, pues la libertad
de todo individuo no es otra cosa que el reflejo de su humanidad
o de su derecho humano en la conciencia de todos los hombres
libres, sus hermanos, sus iguales […].

No puedo decirme y sentirme libre más que en
presencia y ante otros hombres […].

No soy humano y libre yo mismo más que en
tanto que reconozco la libertad y la humanidad de todos los
hombres que me rodean […].

No soy verdaderamente libre más que cuando
todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son
igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un
límite o la negación de mi libertad, es al
contrario su condición necesaria y su confirmación.
No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de
los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los
hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad,
más extensa, más profunda y más amplia se
vuelve mi libertad […].

Mi libertad personal, confirmada así por la
libertad de todo el mundo, se extiende hasta el infinito
[…].

La libertad, la moralidad y la dignidad del hombre
consisten precisamente en esto: que hacen el bien, no porque les
es ordenado, sino porque lo concibe, lo quieren y lo aman
[…].

La libertad del hombre consiste únicamente en
esto, que obedece a las leyes naturales, porque las ha reconocido
él mismo como tales y no porque le hayan sido impuestas
exteriormente por una voluntad extraña, divina o humana
cualquiera, colectiva o
individual"[146].

En el idealismo, la libertad se plantea en sentido
individual, y en el materialismo, en sentido colectivo. Pensar
por sí mismo implica luchar por la libertad, nuestra
libertad, sin importar si estamos de acuerdo o no con su
concepción idealista o materialista. No debe haber
libertad para los enemigos de la libertad.

Ser libres es nuestro deber como filósofos,
porque, así la riqueza pertenezca a una minoría y
la pobreza a una mayoría, la libertad nos pertenece a
todos. Ser hombre significa ser libre, y para ser libre hay que
empezar a liberarnos de los convencionalismos, las instituciones
y los prejuicios sociales que nos tienen por doquier encadenados.
"La libertad es el camino de hondura infinita que nos coloca en
el centro de nosotros mismos a través de cada pensamiento,
de cada sentimiento y de todas las formas con las que nos hacemos
presentes en el mundo"[147]. Si vivimos en una
democracia, nuestro deber es luchar por la libertad, que es,
según Aristóteles, el carácter especial de
la democracia. Tanto la libertad como la igualdad son "dos bases
fundamentales de la democracia"[148]. La libertad
es el fin constante de toda democracia y la condición
indispensable del Estado. "El principio del gobierno
democrático es la libertad"[149]. El
espíritu de la modernidad es "el querer vivir en
libertad", la capacidad de autocrítica y la necesidad de
repensar sus problemas, sus principios y sus resultados. Herbert
Marcuse en El hombre unidimensional señala que en
atención a nuestra naturaleza primordial, la libertad es
el sentido que nos comprende y determina. Pero ser libre implica
esfuerzos, porque, tal como advirtiera Focault, "la libertad es
costosa y requiere sacrificios, el auténtico problema
está, más bien, en que una mayoría no quiere
la libertad y aún tiene miedo"[150]. El
miedo nos arrebata la libertad, y especialmente el miedo a la
muerte. Ya lo planteaba Platón que filosofar era
prepararse para morir. Prepararse quiere decir vivir la vida de
manera auténtica. "El hombre libre en ninguna cosa piensa
menos que en la muerte, y su sabiduría no es una
meditación de la muerte, sino de su vida. El miedo a la
muerte, en efecto, impide a los hombres saborear la
vida"[151]. A pesar de que la muerte es la
única posibilidad posible, no hay que temerle. Entre todas
mis posibilidades, la única posibilidad posible es la
muerte. "Pero mientras el hombre existe, la muerte es una
posibilidad permanente, que puede realizarse en el momento menos
pensado, y justamente como lo que no ha sobrevenido aún,
como posibilidad, posee dicha presencia
poderosa"[152]. En opinión de Heidegger,
cuando acontece la muerte, el ser propio del hombre, el
ser–en–el–mundo del hombre o la
hermenéutica de la existencia humana en el horizonte del
tiempo, es decir, la existencia humana, completa sus ser
íntegramente. "Por tanto, únicamente podemos captar
la totalidad del ser humano desde el horizonte de la muerte. La
muerte es, para Heidegger, la posibilidad extrema de la
existencia, si bien es una posibilidad segura. El ser humano nada
más nacer puede morir, lo que significa que la muerte
pertenece a la estructura constitutiva de su existencia. De
ahí que afirme Heidegger: el hombre es un ser para la
muerte
"[153]. En opinión de Sartre, la
muerte es la imposibilidad de todas sus posibilidades. "La muerte
a todos igualmente es vecina: muchas veces allí
está más cerca donde se piensa que está
más lejos. No hay ninguno tan mozo, que no pueda morir
hoy; ni tan viejo que no pueda vivir un
año"[154].

El ideal de libertad "denota un distanciamiento frente a
la situación de alienación en que viven millones de
individuos en nuestro continente… No es simplemente la
capacidad de autodeterminación… sino el hombre en
cuanto realización de su
esencia…"[155]. El hombre libre ni es
esclavo ni es amo, porque "vale más vivir como un hombre
libre que como un señor de esclavos"[156].
El ejercicio de la libertad es lo que permite al hombre ser
hombre. Bergson conceptúa que la libertad es la
afirmación de nuestra personalidad. Dice Heidegger que la
libertad es el fundamento dela relación del hombre con el
ser. La libertad es el nombre fundamental del ser del hombre.
Cortázar dice que la libertad es el aire fresco que
necesitamos respirar. La libertad, según Sartre, es el
fundamento del ser. "Si la libertad es el valor supremo, ser
libre implica ser todo un hombre"[157]. La
libertad personal de cada individuo se considera el principal
valor de la condición humana, tal como lo concibe el
espíritu romántico. Erich Fromm señala que
la libertad caracteriza la existencia humana, y su "significado
varía de acuerdo con el grado de autoconciencia del hombre
y de su concepción de sí mismo como ser separado e
independiente"[158]. Perder la libertad, nos dice
José Pablo Feimann, es perder el presente. Para Spinoza,
la conquista de la libertad es difícil, y por eso la mayor
parte de nosotros no la tenemos. Ernesto Bloch señala que
los seres humanos no somos animales del rebaño sino
conciencias en libertad. El individuo, como ser libre y
autónomo, experimenta cotidianamente un conocimiento de su
libertad mediante sus decisiones. "Muchos hechos de la vida
cotidiana no se pueden explicar sin la existencia de la
libertad"[159]. Es tal la profundidad
ontológica de la libertad que Martín Heidegger nos
dice en Ser y tiempo que libertad es el nombre
fundamental del ser del hombre, y agrega que ésta es el
fundamento de la relación del hombre con el ser. Cada
hombre –según Santo Tomás de Aquino– es
señor de sí mismo y de sus actos, dueño de
su ser y de su actividad. La autonomía nos permite una
existencia entendida como proyecto, como vocación y como
meta "que puede y debe ser determinada y conquistada
autónomamente por el mismo hombre"[160].
Como la libertad de la persona comporta cierta autonomía,
el hombre es suficiente y se pertenece a sí mismo, siendo
causante y responsable de sus decisiones. La libertad exige que
nuestro pensar por sí mismo ejerza "permanentemente una
vigilancia crítica sobre nuestros decires y
decisiones"[161]. La libertad es la razón
de ser de la enseñanza de la filosofía. Quien
piensa por sí mismo, quien se atreve a filosofar, a
pensar, encontrará la felicidad por sí mismo. "Mas
el que quiera encontrar la felicidad en sí mismo, no tiene
que buscar el remedio en otra parte que en la
filosofía…"[162].

Si el hombre libre es un ser infinito en posibilidades,
que sus posibilidades son múltiples, la libertad tiene
íntimas relaciones con los posibles concretos: posible
pensar, posible escribir, posible amar, posible odiar, posible
elegir, posible decidir, posible diferir, posible intervenir,
posible controvertir… Los posibles del ser humanos son
inmensos. Cuando se impiden estos posibles concretos, el hombre
pierde su libertad, es sometido. "La liberación es,
entonces, –señala Estanislao Zuleta– la
liberación de las determinaciones no necesarias, de tal
manera que se desarrollen los posibles que ya están
implícitos". A la libertad puramente metafísica, se
debe imponer la liberación concreta. El psicoanalista
Erich Fromm señala que aunque el hombre es el objeto de
fuerzas naturales y sociales que lo gobiernan, al mismo tiempo no
es sólo objeto de las circunstancias, "tiene la voluntad,
capacidad y libertad para transformar el mundo, dentro de ciertos
límites"[163].

Un filósofo, es decir, la persona que piensa por
sí misma, es un hombre libre, un librepensador.
¿Quién es un hombre libre, porque se dice que el
hombre es un esclavo, porque la libertad es difícil y la
esclavitud fácil? El hombre libre es aquel que no permite
la alienación, la expulsión hacia lo extremo de su
conciencia y su discernimiento. El hombre libre es quien se
siente a sí mismo, y al propio tiempo cabalmente a
sí mismo y de acuerdo con otros hombres. Es una persona
sin ídolos, dogmas, prejuicios e ideas a priori. Es
tolerante, inspirado por un profundo sentido de la justicia y la
equidad, y consciente de sí mismo en cuanto es a un mismo
tiempo un individuo y un hombre universal. Es un ser que se
gobierna a sí mismo, no un ser gobernado. El hombre libre
no es amo ni esclavo; es él mismo. Si el hombre no es
libre, además de ser un esclavo, es un alienado, un
enajenado. Una persona alienada no piensa ni actúa por
sí misma. Se remite a algo o alguien fuera de sí
mismo, a la tradición, a un credo, a una ideología,
a un ser trascendental, a un "superior". "El hombre enajenado se
halla tenso, en trance de batalla, violento; es estrecho,
intolerante, autoritario, pusilánime ante la autoridad,
receloso de pensar o actuar como los demás, desconfiado y
conformista"[164].

El pensar por sí mismo permite entender las
grandes dimensiones de la libertad del hombre para liberarlo de
las ataduras que lo esclavizan, porque el hombre actual no vive
su vida en su nivel personal, se ha dejado alienar; se ha
comprometido con la impostura, se encuentra desarraigado, perdido
en el anonimato. El hombre de hoy, según la investigadora
María Luz del Socorro, se siente más comprometido
con la impostura que con la misma verdad. El hombre está
cada día sumergiéndose en la angustia y el
descontento; rodeado de tensiones externas, es más que
nunca convulsionado por las tensiones de adentro; es la lucha
permanente entre el "querer ser" y el "tener que ser". El "querer
ser" se ha cambiado por el "tener que ser" y este imperativo le
ha robado al hombre su verdad; así los ideales en lugar de
producir superhombres, han producido caricaturas. El hombre desea
ser libre, anhela su libertad. Sin embargo, no puede liberarse de
sus cadenas, ni realiza esfuerzos tendientes a lograrlo. Por el
contrario, cada vez está más alienado.
Además de estar alienado, se pierde en sus
contradicciones. El estudiante universitario, por ejemplo,
protesta y lucha en contra del establecimiento, y luego se vende
a las oligarquías dominantes, convirtiéndose en
prisionero de aquello que pretendió combatir. "Se ve con
frecuencia a esclavos triunfantes convertidos en tiranos, a
revolucionarios en dictadores y a otrora jóvenes rebeldes
en adultos conservadores, defendiendo normas y métodos de
educación que con ahínco denunciaron. Cuando la
rebelión no es acompañada de una
desconstrucción simbólica ajena a toda
ideología y distante de toda manipulación, los
propósitos libertarios terminan sirviendo a nuevas formas
de autoritarismo y enajenación"[165]. No
sabe qué quiere en realidad. Quiere ser, pero
tiene que conformarse con tener que ser. Por tener
que ser
se pierde en el quehacer, olvidando su ser.
Fromm afirma que "el hombre moderno vive bajo la ilusión
de saber lo que quiere, cuando en realidad, desea
únicamente lo que supone (socialmente) ha de
desear"[166].

Para no vivir bajo el influjo de la "ilusión", no
sólo del saber, sino en todo lo relacionado con la
dinámica existencial, Miguel Ángel Gómez
Mendoza, además de proponer su concepto de ilusión,
plantea que la filosofía nos protege contra
ésta:

"La ilusión es una falsa conciencia, es un
error de juicio, de apreciación, es estar fuera de la
realidad, es una especie de sueño permanente y la
ilusión es un tipo de adoctrinamiento, nos intenta hacer
creer no importa que sin que tengamos los medios de verificar lo
que nos dice. Desde luego soy yo quien me hago las ilusiones pero
yo no soy el responsable, es la sociedad la causante, es decir
los otros: la opinión. La ilusión es entonces una
especie de opinión y nada es más malo que la
opinión: se debe destruirla, ella no piensa y si piensa,
piensa mal. Y es planteándose los problemas que no se
plantean por ellos mismos que se llega a protegerse de la
ilusión. Si el conocimiento es una respuesta a una
pregunta, la ilusión es una respuesta que no admite desde
el comienzo ninguna pregunta, de donde vuelvo a decir que es una
falsa conciencia. Pero si la filosofía tiene adeptos por
el simple hecho que ella nos permite adquirir autonomía
intelectual y una reflexión sobre el pensamiento de los
pensamientos humanos, tiene como consecuencia de prevenirnos
contra la ilusión, no es menos cierto que algunos piensen
que la filosofía va al encuentro de la finalidad de la
enseñanza secundaria, que ella no es rentable, que no
sirve para nada, que no nos permite vivir de una manera normal en
la sociedad. Mucha gente no quiere que ciertas personas
reflexionen mucho; ellos tienen miedo de que se les diga lo que
no quieren decir, que tienen registrado su inconsciente, de donde
la expresión popular es intelectual, con la cual se
traduce un cierto desprecio. ¿Qué pensar de la
gente que piensa que la filosofía es inútil, de
donde se deriva la consecuencia que ella no nos previene contra
ninguna ilusión? No quisiera criticarlos pero pienso que
aquellos que critican la filosofía son aquellos que
justamente no han llegado a este conocimiento de segundo grado.
Ellos son víctimas de la opinión y ellos no han
logrado procurarse una autonomía intelectual, ser
dueños de sí mismos. ¿Hace falta
deseárselo? No, puesto que ellos han sido víctimas
de todo tipo de cosas, de la división del trabajo que
aumenta su maña en detrimento de su inteligencia, de la
publicidad y del standing[167]que reemplaza al
hombre por un código de signos; se le determina gracias al
vehículo que conduce y a los vestidos que lleva. Al fin de
cuentas es prisionero de esto.

Y el fin de la filosofía es combatir estas
cosas y especialmente la ilusión. Diría aún
más: la filosofía no interviene a partir del
momento en que la ilusión ha alcanzado la sociedad, ella
interviene antes que se pueda instalar. La filosofía tiene
entonces muchas más oportunidades de combatir esta falsa
conciencia y en mi opinión ella lo está cumpliendo
muy bien.

La filosofía nos previene contra la
ilusión en la medida en que nosotros adquirimos cierto
dominio de nosotros, una cierta autonomía intelectual.
Ella nos permite tomar distancia, ubicar las cosas en su justo
valor. En cuanto aquellos que dicen que la filosofía es un
mal, diciendo que ellos no desean filosofar, ¿no filosofan
sin que se den cuenta? Cualquiera que sea la filosofía es
un remedio contra los peligros de la sociedad y ella llega a ser
indispensable en nuestra época, donde no se sabe a
dónde nos lleva el progreso
técnico"[168].

Todo esto le ocurre porque no busca la verdad; al menos,
su verdad. ¿Pero cómo buscarla, si además de
estar alienado, su ser y su quehacer no son consecuentes, no es
coherente con su pensamiento y su acción? "La falta de
coherencia determina una ausencia de paz profunda y
exaltación de la angustia. Cuando no hay cohesión,
identificación de la persona consigo misma, el individuo
se encuentra perdido en la contradicción entre el
tener que ser y su ser real. La incoherencia
es, por ende, el resultado de suplantación de la verdad
por la mentira, y el camino de la liberación es la
búsqueda del ser, su identificación, la
solución de la dualidad y el conflicto consigo mismo. La
verdad, camino de liberación, exigen del hombre una
permanente revisión de su personalidad, de su realidad
óntica, de su función social y su destino en
general"[169]. La liberación sólo se
logra a través de la verdad y el amor. Así sea de
origen moral eso de que "la verdad os hará libres", ese
"principio" es axiomático. El camino que lleva a la verdad
se recorre con los pies ágiles del amor. "El amor es
quizá la verdad más concreta que existe en el ser
es su esencia, su meta y su fundamento"[170]. La
liberación exige de la autenticidad, por cuanto
ésta "es una exigencia de liberación que permite al
ser el ejercicio constante de su persona, libre de las
tentaciones y acechanzas que se le imponen desde fuera y que
intentan condicionar su vida al artificio y al
engaño"[171].

Pensar para
conquistar la libertad

Ser libre implica ser responsable y buscar la dignidad
que se funda en el respeto por nuestra vedad. Para tratar de
liberarnos debemos escudriñar críticamente las
estructuras codificantes que nos impone nuestra realidad
cultural. Las leyes, como estructuras codificantes e instrumentos
de poder, tácitas o establecidas
sociojurídicamente, ejercen un enorme poder alienatorio
que sujeta a los sujetos. Cuántas veces, la ley, que debe
estar al servicio de la persona o de la colectividad, termina,
contraria a su espíritu, tiranizando, esclavizando. "La
esclavitud a la ley es una de las más serias consecuencias
a que han conducido las estructuras socioeconómicas y
políticas al hombre en todos los tiempos; el sometimiento
a esquemas, la reproducción en serie de tipos ideales,
construidos según maquetas estáticas que obedecen a
normas y a principios que lejos de servir al hombre le recortan,
han creado dentro de las instituciones hombres serviles,
fanáticos o anárquicos, tipos cada uno bien funesto
para la sociedad, que tiene como función facilitar el
camino del destino creador de cada hombre… Los esclavos de la
ley son aquellos que sin comprender su sentido, se acogen a ella
literalmente, más como defensa que como esfuerzo,
más como componenda que como argumento, son los que le
sirven estérilmente y en lugar de fieles se convierten en
serviles. El espíritu de la ley queda reemplazado por la
obediencia ciega, por la letra muerta; el hacer se convierte en
un no hacer. El deber ser en un tener que, lo
cual despersonaliza al individuo, comunicándole una
configuración bien deformada… El sentido de la ley
debe enriquecer mi persona; para ello es necesario rescatar y
conquistar dicho sentido a cada instante; las opciones concretas
a las que ella me somete deben producir en mí un
sentimiento de dignidad personal, que se apoya en el
reconocimiento de mi libertad. La ley así me permite tomar
conciencia, me hace libre, me dignifica y pone en movimiento en
lugar de esclavizarme… Por todo esto la ley, en lugar de
servir al hombre, lo esclaviza; el temor le obliga a huir de
sí mismo; el dinero a venderse al mejor postor. El hombre
tiene que vivir fuera de su itinerario, arrojado siempre de su
hora, aprisionado por la codicia, estremecido por el
pánico; se vende a la institución, no para servirla
sino para defenderse de ella; se somete a una ley que en el fondo
odia, pero cuya disciplinamoda le persona el esfuerzo
del ser él mismo"[172]. En
concepción de Nicolás Berdiayev, el hombre es un
tirano de sí mismo. "Se tiraniza a sí mismo como
una criatura dicotómica que ha perdido su integridad. Se
tiraniza a sí mismo por una falsa conciencia de
culpa… Se tiraniza a sí mismo con falsas creencias,
supersticiones, mitos. Se tiraniza a sí mismo por toda
suerte posible de miedo. Se tiraniza a sí mismo por
envidia, por amor propio, por resentimiento. Un amor propio
enfermizo es la forma más horrible de tiranía. El
hombre se tiraniza a sí mismo por la conciencia de su
debilidad e insignificancia, y por la sed de poder y
grandeza… La mayor perversidad es el poder del hombre
sobre el hombre, el abatimiento de la dignidad humana, la
violencia y la dominación… El hombre puede ser
esclavo de la opinión pública, un esclavo de la
costumbre, de la moral, de los juicios y opiniones que se imponen
por la sociedad… La esclavitud acecha al hombre por todas
partes. La lucha por la libertad presupone resistencia, y sin
resistencia se apaga su febrilidad. La libertad estatuida por una
forma consuetudinaria de vida, se muda a una advertida
condición de esclavizamiento de los hombres; es la
libertad que se ha vuelto objetivada, pese a que la real libertad
es el reino del sujeto. El hombre es un esclavo porque la
libertad es difícil y la esclavitud es
fácil"[173].

La conquista de nuestra libertad implica, tal como nos
aconseja el filósofo Javier Aranguren, prepararnos para
afrontar un mundo de egoísmo, de acciones siempre
interesadas, de desconfianza, de miedo, de guerra de todos contra
todos. Desde los tiempos del Renacimiento Maquiavelo ya
percibía el cansancio de la mente hacia las grandes
aventuras éticas y metafísicas, y proponía
la aceptación del ser sobre el deber ser, sin fijarnos en
cómo se debe vivir sino en cómo se vive. A partir
de entonces para qué ideales, para qué
ensoñaciones como las de la ética platónica
y aristotélica si el fin justifica los medios. "Es
deplorable ver que todos los hombres sólo deliberan acerca
de los medios y no acerca del fin", nos decía Pascal.
¡Cuidado con ese alienador canto de sirena! Conquistar la
libertad requiere luchar contra el utilitarismo, el pragmatismo,
la instrumentalización, la cosificación y
masificación de la cultura moderna y postmoderna, carente
de ideales, donde impera el ideal social propuesto por Calicles
en el que afirma que las reglas morales no son sino el refugio de
los débiles ante los hombres decididos y valientes, y
éstos "son los que no se dejan impresionar por el dictado
de la mayoría y los que, cuando toman conciencia de su
propio poder, son capaces de acciones
grandes"[174]. El hombre que practica esta moral,
con la que se siente más allá del bien y del mal,
más allá de la moral y de la sociedad, cree que los
demás se limitan a refugiarse en el universo de los
pusilánimes. En ese tipo de sociedad nuestra libertad
sólo se conquista pensando por sí mismo. "Que nada
exterior llegue a mandar en mí", dijo Walt Whitman. Para
ser auténticamente libre hay que tener un espíritu
libertario, hay que estar inmunizado intelectualmente contra todo
aquello que pretenda arrebatarnos o falsearnos nuestra genuina
libertad. Pero la libertad como el pensamiento no surge por
generación espontánea. El filósofo es un
espíritu que ama la libertad y actúa conforme al
amor. "Ella se logra si como educadores y padres de familia le
ofrecemos a los educandos el modelo racionalmente adecuado para
actuar. Si dejamos la libertad al azar, el estudiante lo
único que logrará es identificarse con los modelos
que le ofrece la televisión, la malicia popular o la
frivolidad de la calle. Y creo que como sujetos responsables lo
último que deseamos es dejar a la juventud beberse la
existencia desaforadamente"[175]. Ernesto
Sábato nos dice que "la libertad de pensamiento y de
crítica, la ciencia y la filosofía en libre
expansión son revolucionarias por esencia, porque para
ellas no hay una concepción del mundo sagrada e
inalterable, y menos una concepción basada en la mentira y
el sofisma"[176]. Para pensar con libertad se
requiere que prescindamos de prejuicios irracionales, de
presiones ideológicas e intereses partidistas, y estar
bien pertrechados de conocimientos. "Para pensar con libertad se
requiere tener la debida perspectiva, amplitud de horizontes,
riqueza de saberes y
experiencias"[177].

El estudiante que termine su bachillerato pensando por
sí mismo podrá ser libre y autónomo en la
toma de sus decisiones con respecto a su proyecto educativo que
pretende implementar y desarrollar, optando por el que posibilite
y contribuya a su autorrealización, teniendo presente que
los sofismas de los medios de información y el de los
discursos politiqueros y el auge de las universidades de "garaje"
le pueden ofrecer "paraísos" que, en lugar de orientarlo,
lo podrían desorientar en su vasto e infinito horizonte de
posibilidades. "Por todas partes se imparten saberes
rápidos, fáciles y eficientes; pero generalmente no
se profundiza en nada. La gente hace un postgrado, y antes de
finalizarlo empieza otro. Se anda a la caza de títulos
pero no de un saber sólido, fundamentado. Todos estudiamos
mucho pero nadie sabe nada en profundidad. No hay tiempo para la
profundización, para la reflexión, para el
análisis. Y si lo miramos por el lado de la
política: cuánta proliferación de discursos,
de candidatos, de programas, de ofertas, de promesas. Vivimos hoy
inundados de discursos vacíos; la palabra ha perdido su
realidad óntica. Detengámonos solamente en el tema
de la paz: por todas partes oímos hablar de paz, pero los
hechos todos llevan a la guerra; por todas partes se habla de
tolerancia y a cada momento cometemos actos de intolerancia;
todos los discursos se refieren a la justicia social, y lo que
vemos es una sociedad cada día más
injusta"[178]. Para que la palabra recobre su
realidad óntica es necesario que se diga lo justo y lo que
vale la pena. "Concentrarse en lo esencial y poner la palabra al
servicio de la racionalidad y de la sensatez… pensar,
sentir y actuar para un mismo lado, bajo una misma
dirección… Hay gente que funciona como una escopeta
de perdigones: piensan una cosa, sienten otra y sus actos se
disparan sin dirección"[179]. El
filósofo como "amante de la verdad", como buscador de la
verdad, que es la categoría axiológica suprema, en
este sentido, la concibe y vivencia como correspondencia y
relación del pensamiento con las cosas, en donde
"verdadero –tal como lo planteó Platón
es el discurso que dice las cosas como son", y, como
sentenció Aristóteles, verdadero es "afirmar lo que
es y negar lo que no es". "La verdad, sea de cualquier
naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo de humano, como
saber profundo, construido por la actividad del hombre en
relación con el mundo o la parte de él hacia la
cual dirige su acción", la cual "se revela en procesos
intersubjetivos, en espacios comunicativos, que integran en su
síntesis: conocimiento, valor y praxis. Todo en los marcos
de la subjetividad humana, donde el hombre piensa, siente, desea,
actúa e intercambia los productos de su actividad en una
relación dialéctica sujeto–objeto, mediada
por infinitos atributos cualificadores de su ser esencial, de la
cultura, la historia y por el consenso legitimador… La
concepción de la verdad como saber integral no puede
soslayar tampoco la importancia cognitiva del lenguaje
metafórico, capaz de lograr la unidad de la
diferencia…"[180]. El acceso a la verdad,
la conquista de la verdad, requiere de una concepción
compleja y flexible que priorice un enfoque de integralidad
incluyente en la aprehensión de la realidad
asumida.

Pensar para
reivindicar la dignidad humana

Quien es capaz de pensar por sí mismo, respeta su
dignidad humana y la dignidad humana de los demás. "Mi
recta conciencia me obliga a respetar vuestra
dignidad"[181]. Lo que realmente nos hace personas
es nuestra dignidad humana. Lo más grandioso de la
persona, a parte de su vida, es su dignidad humana. Henry Thoreau
decía que "todo hombre tiene como tarea hacer su vida
digna, hasta en sus menores detalles, de la contemplación
de su hora más elevada y
crítica"[182]. Giovanny Carreño
Díaz señala que debemos ser tolerantes con los
asuntos triviales, pero intolerantes ante las situaciones que
degradan la dignidad humana.

El ser humano es lo más digno de la naturaleza.
Ya Sófocles, desde la antigua Grecia, nos decía que
"de todas las cosas dignas de admiración que hay en el
mundo, ninguna es tan admirable como el hombre". Así
mismo, Bertolt Brech sostenía que "no hay nada en la
creación más importante que el hombre, que todo
hombre, que cualquier hombre". La Constitución
Política precisa en su artículo 1º que
"Colombia es un Estado Social de Derecho organizado en forma de
República… fundada en el respeto de la dignidad
humana". La dignidad humana de las personas significa respeto por
sus ideas, sus derechos, sus libertades, su vida y su seguridad.
En fin, dignidad humana es ser libre, tener derechos, valores,
creencias y pensar por sí mismo; dignidad es respeto por
el otro y por sí mismo. Según el jurista Hernando
Valencia Villa "consiste en el reconocimiento del carácter
sagrado o inviolable del ser humano en tanto sujeto moral dotado
de razón y destinado a la
libertad"[183].

El imperativo kantiano señala que hay que tratar
a las personas siempre como fines, nunca como medios. "El hombre
no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como simple
medio; debe ser considerado, en todas las acciones, como fin en
sí"[184]. Con las personas se puede contar,
sin reducirlas a medio. "Una persona sólo puede disponer
de sí misma, porque es realidad propia o en
autoposición"[185]. Kant nos dejó,
tal vez, la definición más diciente de dignidad
humana a través de su imperativo categórico:
"Obra de tal manera que la humanidad en ti y en los otros no
sea nunca un medio sino siempre el fin más
elevado
"[186]. Esto quiere decir que debemos
ver a los demás siempre como fines y nunca como medios.
Según el artículo primero de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, todos los seres humanos
nacemos libre e iguales en dignidad y derechos, "lo que significa
que por el solo hecho del nacimiento, es decir, de la
incorporación a la comunidad de los vivientes, cada
individuo debe ser tratado como un fin en sí mismo, en
tanto sujeto moral o conciencia en
libertad"[187].

Wikipedia señala que la dignidad humana hace
referencia al valor intrínseco de todo ser humano,
independientemente de su raza, condición social o
económica, edad, sexo, ideas políticas o
religiosas. Es el principio que justifica y da su fundamento a
todos los derechos humanos (acuerdos de filosofías
jurídicas que incluyen a toda persona, por el simple hecho
de su condición humana, para la garantía de una
vida digna sin distinción de credos, etnias, estatus, sexo
o nacionalidades). La dignidad no solo es un derecho, es la base
de todos los derechos. Precisamente, la Ley General de
Educación
en su artículo 1º, dice que "la
educación es un proceso de formación permanente,
personal,… que se fundamenta en una concepción
integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y
de sus deberes". Savater sostiene que todo ser humano tiene
dignidad y no precio. En su Ética para Amador
precisa que "es la dignidad humana lo que nos hace a todos
semejantes justamente porque certifica que cada cual es
único, no intercambiable y con los mismos derechos al
reconocimiento social que cualquier otro". Rafael Méndez
Bernal señala que "si dentro de la claridad, eficacia y
productividad de la sociedad industrializada los hombres olvidan
su dignidad en medio de las ilusiones de una servidumbre
cómoda, suave, razonable y democrática, por fuera
de ella expanden y universalizan un proceso de destrucción
en el ámbito planetario"[188]. La dignidad
humana es tan importante y fundamental que es la base de los
derechos humanos y del Estado social de derecho
colombiano.

El filósofo Walter Benjamín advierte que
el progreso técnico e industrial puede ser portador de
catástrofes sin precedentes. En opinión de Augusto
Ramírez, ni la economía norteamericana ni los
recursos planetarios pueden soportar esa voracidad, esa
frenética destrucción de materias primas y de
contaminación ambiental… Es el frenético
asalto a las reservas de la humanidad para sostener, por unas
décadas más, la voracidad consumista norteamericana
y cancelar el futuro del mundo. Si no se detiene esta idiota
carrera hacia el abismo, en cincuenta años, la Tierra
será un gigantesco estercolero donde una humanidad
envilecida disputara a las ratas su comida. El consumismo no es
viable ni a nivel nacional ni planetario, simplemente, porque la
Tierra no tiene suficientes recursos para sostener ese monstruoso
desperdicio, ni la humanidad puede soportar, sin perecer, los
niveles de degradación y contaminación ambiental
que el consumismo produce… Las insaciables ambiciones
corporativas están deforestando nuestros bosques,
convirtiendo en desiertos nuestras praderas, agotando nuestras
fuentes de agua. El desenfreno consumista convierte en basura
nuestras riquezas y con la basura está asfixiando el
mundo… El sostener el consumismo es extinguir la
humanidad" [189]Como se recordará, ya desde
el "Mayo francés" se invitaba a respetar la naturaleza y a
detener el cáncer del consumismo, que ávido y voraz
carcome el planeta de manera irreversible.

La dignidad humana como valor, según palabras del
sociólogo Pedro Elías Zorro, se ha perdido porque
la hemos reemplazado por otros "valores" como el dinero, el
poder, el arribismo, la corrupción, la gloria y otros
sucedáneos. Si las personas se cosifican, se
instrumentalizan, se utilizan como piezas del engranaje
productivo, como ocurre en la aparente "lógica" de las
sociedades de consumo, se les adultera su dignidad humana. Una
persona sin dignidad humana es tratada como recurso y como medio
para lograr un fin. Es así como la economía
denomina a las personas como "recursos humanos", "materia prima",
"capital humano", y con esta terminología
eufemística las deshumaniza, degradando la dignidad
humana. Escondidos detrás de la máscara de la
eficiencia, utilizamos técnicas modernas para
deshumanizarnos. "Eso explica que muchos empresarios no parezcan
tener otra meta que lograr los beneficios necesarios para
triunfar en su aventura. Esta forma unilateral de encarar su vida
profesional los lleva con frecuencia a considerar a los
trabajadores como "material humano", es decir, como un medio
entre otros para conseguir los fines de la empresa. La
expresión entrecomillada es fruto de una actitud
gravemente reduccionista: se ve al trabajador como una simple
pieza del engranaje de la empresa, no como una persona, dotada de
la rica complejidad que ostenta por ser un "nudo de
relaciones"[190]

Si queremos relaciones profundas y significativas,
tenemos que humanizarnos. La dinámica consumista le exige
que la persona, a cambio de su dignidad, sepa "venderse" para
conseguir un empleo, que pase de persona a cosa, de sujeto a
objeto, de actor a espectador y de fin a medio. Dentro de esta
"lógica" se ignora el ideal kantiano que plantea que
ningún hombre debe ser un medio para que otro hombre
realice sus fines, y que la persona siempre hay que verla como un
fin y nunca como medio. En este sentido no importa sólo lo
que se haga, sino la motivación de fondo de quien
actúa. Aristóteles recomendaba que en todas las
cosas es preciso preferir siempre lo que conduce a la
realización del fin más elevado. La
desvalorización de las personas ha llegado hasta el
extremo que como recursos no se censan, a cambio se les
contabiliza como mano de obra, talentos; incapaces de reflexionar
viven en la apariencia, se conforman con andar la mitad del
camino, viven en el anonimato y se dejan abrigar por el manto de
la deshumanización.

Al respecto, el intelectual Alberto Mendoza Morales
precisa que "por todas partes, en efecto, se oyen y leen
expresiones que califican a las personas de "recursos humanos",
"materia prima" o "capital humano". También las llaman
"mano de obra" o "cerebros". Todos estos calificativos,
abstractos e inadecuados, de procedencia
industrial–mercantilista, delatan sumariamente el problema
central de nuestra sociedad: la desvalorización de la
gente. Tratamos al hombre como si fuera factor de
producción, uno entre varios. No distinguimos entre fines
y medios. Esto es lo que los axiólogos llaman
"aberración estimativa"… Si queremos un país
de hombres libres, de gente culta, de "hombres hasta los
tuétanos", debemos comenzar por cambiar la menguada
concepción que tenemos de nosotros mismos y de los
demás. No somos "recursos". Somos el fin de la
acción, propia y social. Si reflexionamos un poco nos
daremos cuenta de que el ser humano es el mayor bien con que
cuenta una comunidad y de que, tratar a las personas como
"recursos humanos" es irrespeto increíble, solamente
excusable si aceptamos que quien así las califica no sabe
realmente lo que está diciendo. El animal es amaestrable y
usable para diversas faenas en beneficio del hombre; nuestro
prójimo es educable, posee atributos únicos,
resortes íntimos que pueden conducirlo a insospechables
niveles de ascenso y perfección. No debemos confundir
hombre y animales. Educación es opuesta a amaestramiento.
En aquella aflora el hombre, en este se expone el animal. Por eso
se dice de la educación que es el proceso más
auténticamente humano presente en el
hombre"[191].

El filósofo y psicólogo Daniel
Golemán[192]nos dice que los marcos
referenciales condicionan nuestra cotidianidad en el mundo
laboral. Uno aprende la disciplina laboral al "ser sometido a las
fuerzas que, sutilmente, dirigen nuestra atención y
moldean nuestra experiencia dentro de la organización". La
persona es vista sólo desde el rol social que
desempeña; no se tienen en cuenta otras dimensiones
personales de su ser. "La unidimensionalidad de la gente en sus
roles sociales es sintomática de una alienación
cada vez más amplia en nuestra condición
moderna… La unidimensionalidad de los individuos en sus
roles nos exige que ignoremos el resto de ellos". Uno de los
beneficios de la unidimensionalidad del marco referencial es la
autonomía interna, en donde la persona dirige el resto de
atención a intereses y placeres privados en medio de la
vida pública. Hay libertad por cuanto al desempeñar
solamente su rol social, el individuo no tiene que hacer
intercambios plenos y auténticos con cada persona que
trata en el desempeño de su rol. "Las anteojeras que
provee el rol permiten a la persona que desempeña ese rol
deshumanizarse en lugar de liberarse". No se traspasa el rol para
llegar a la persona que hay dentro del mismo. "Preferimos no ver,
preferimos ignorar, en lugar de enfrentar a la persona, y
prestamos atención sólo al rol, que ofrece una
salida fácil, incluso, un momento agradable".

Sin libertad no hay dignidad. Según Nietzsche, el
hombre sólo ha podido vivir bajo sombras de libertad,
nunca se ha podido sentir verdaderamente libre. Entonces es
imperativo luchar por ésta. La libertad se presenta a
nuestras circunstancias actuales como la afirmación de la
dignidad humana, en cuanto fin, en contra de toda esclavitud o
instrumentalización. Sólo a través de la
libertad el hombre llega a ser lo que debe ser. La libertad
actual debemos entenderla como una aspiración que necesita
mediaciones y tiene límites. No puede considerarse en
términos absolutos. Únicamente soy libre con los
demás; es allí donde yo vivo y palpo mi verdadera
dimensión. El hombre que piensa por sí mismo, es un
constante luchador por su libertad, para que ésta, entre
otras cosas, ayude a posibilitar y engrandecerle su dignidad
humana. Quien renuncia a la dignidad humana prefiere vivir de
rodillas antes que admitir la posibilidad de morir de pie.
"Más vale ser un perro, que ser un hombre, y verse
pisoteado" (Heinrich Kleist). Según Abraham Maslow, lo que
un hombre puede ser, debe serlo. La autorrealización es,
precisamente, "llegar a ser todo lo que uno es capaz de ser", nos
recuerda Walter Riso. ¡Ah, pero eso sí! En nombre de
la libertad uno no debe estar dispuesto a sacrificar su vida.
Así las cosas, debemos ignorar el consejo de "Don Quijote"
cuando le dijo a su "fiel" Sancho que "por la libertad, Sancho,
como por la honra, se debe dar la vida"[193].
¡Cuidado con los extremos y los fanatismos!

Como el "saber vivir" tiene estrecha relación con
el "pensar por sí mismo", para la construcción de
un proyecto de vida que nos autorrealice y nos oriente en la
difícil búsqueda de la felicidad que, como ya se
dijo, es el fin supremo de la existencia, si aspiramos a
éste es indispensable "saber vivir", y saber vivir
implica, entre muchas otras cosas, no dejarse "envilecer",
"embriagar" ni alienar por sucedáneos como el poder, el
éxito, el placer por el placer, la fama… y, sobre
todo, por la riqueza material, por cuanto, desde la
antigüedad, ese gran "escrutador de almas"
(Aristóteles) planteaba que "hay, sobre todo, mayor
necesidad de justicia y de prudencia cuando se está a la
cima de la prosperidad y se goza de todo lo que excita la envidia
de los demás hombres… cuanto más completa es
su beatitud en medio de todos los bienes de que se ven colmados,
tanto más deben llamar en su auxilio a la
filosofía, la moderación y la
justicia"[194]. Para ser feliz se necesita
filosofar. "Porque ¿cómo se puede ser feliz sin
saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me
encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de
mí, qué caminos me pueden conducir a alguna
parte?"[195]. Quien piensa por sí mismo,
conoce el gran arte de vivir, y todo lo que le es molesto para su
vida lo aparta de sí, de una manera suave y nada
llamativa, y, bajo cualquier hábito y sometido a no
importa qué coacción, sabe guardar su libertad
interna. Hablando en lenguaje figurado, quien piensa por
sí mismo, sin apuntar, da siempre por completo en el
blanco.

Pensar para vivir
auténticamente

No pensar por sí mismo implica vivir de manera
inauténtica y deshumanizada. Viviendo en un estilo de vida
así, impuesto e impersonal, no vivimos en libertad, que es
un acto libre, una manifestación de la
autodeterminación del yo profundo, una afirmación
de nuestra personalidad. Así, alienados como estamos, "la
mayor parte del tiempo nos sustraemos a nosotros mismos, vivimos
exteriormente a nosotros mismos, somos
accionados"[196], lo cual debe instarnos a
adentrarnos en nosotros mismos para reflexionar profundamente
sobre nuestros estados internos, y de esta manera vivir una vida
por fuera de los condicionamientos deterministas y mecanicistas,
que reducen la grandiosidad de la existencia a lo meramente
medible, tangible, palpable, cuantitativo y utilitarista. "Lo que
no se adapta al criterio del cálculo y de la utilidad es,
a los ojos del iluminismo, sospechoso… El iluminismo
identifica el pensamiento con las matemáticas. …el
iluminismo es más totalitario que ningún otro
sistema"[197].

El ser humano tiene que pensar por sí mismo para
que pueda "adueñarse" de su vida. En este sentido el
profesor Francisco Burruezo nos dice que el hombre es
dueño de su propia vida: (si es capaz…) "Si tiene
una voluntad con la que pueda dominar las propias acciones: (no
hago el bien que quiero sino más bien el mal que no
quiero). Si sabe dirigir la vida, si es capaz de vivirse, y no es
"vivido" por las circunstancias y por los demás (podemos
hacer las cosas a tontas y a locas, pero también podemos
hacerlas pensando antes…). Si es capaz de tener un
proyecto vital propio, pensado y propio del hombre… y
está comprometido en sacarlo
adelante"[198]. Por su parte, Erich Fromm
señala que "la intelectualización, la
cuantificación, la abstracción, la
burocratización y la "cosificación" —las
características mismas de la sociedad industrial
moderna—, no son principios de vida sino de mecánica
cuando se aplican a personas y no a cosas. La gente que vive en
ese sistema se hace indiferente a la vida y hasta es
atraída por la muerte. No se da cuenta de ello. Toma los
estremecimientos de la emoción por las alegrías de
la vida y vive con la ilusión de que está mucho
más viva cuantas más sean las cosas que posee y
usa… La orientación de tener es
característica de la sociedad industrial occidental, en
que el afán de lucro, fama y poder se han convertido en el
problema dominante de la vida"[199].

Pensar por sí mismo es demasiado importante para
nuestra autonomía y criterio propio, por cuanto la
opinión de los demás tiene un peso decisivo en la
orientación de nuestra conducta. Al no pensar por nosotros
mismos, somos vulnerables y frágiles a la presión
consensual del sistema que impone falsos valores, los cuales
pueden corromper nuestras metas y extraviar nuestra vida. "Cuando
las presiones del sistema –señala Augusto
Ramírez[200]logra integrar a toda la
sociedad en la prosecución de metas comunes, y esta
metalogía universal impone todas las perspectivas
posibles, la libertad se convierte en un slogan manipulativo y la
individualidad se disuelve en la multitud totalizadora". Miguel
Angel Iragaray echa en falta a personas con criterio propio, con
espíritu crítico, que no se dejen influir
fácilmente por las opiniones del ambiente, por la moda o
los hobbys del momento, que no sean veletas. "Nos faltan
personas admirables, no maleables, que actúen por
convicciones serias, profundas, y no por el viento que sopla en
cada instante. A esto ayuda la filosofía. Nos hacen falta,
en suma, filósofos, sabios y poetas que nos lideren en la
búsqueda de la verdad, del bien, de la belleza, conceptos
que parecen estar en crisis dentro de nuestro
mundo"[201]. La búsqueda de la verdad y de
la dignidad humana es una tarea que compete al filósofo.
"La verdad: ¿qué es la verdad?, ¿es posible
conocer alguna verdad?, ¿qué verdades es posible
conocer? Son cuestiones netamente filosóficas. Se
comprende pues que la filosofía sea el quehacer
intelectual más importante para el vivir conforme a la
categoría y dignidad del ser
humano"[202].

El filósofo Diógenes, desde la antigua
Grecia, con sus actos y sus planteamientos nos llamaba a pensar
por nosotros mismos; mediante su sarcasmo, burla, mordacidad,
"cinismo" e ironía a revelarnos contra la opresión,
la alienación, la doble moral y a subvertir el orden
establecido. Con su legado filosófico nos
enseñó a cuestionar la "legitimidad" vigente,
transmutar los valores convencionales, revaluar lo establecido y
sacudir los cimientos de la cultura impuesta. Como contestatario
e iconoclasta, rechazaba cualquier símbolo que
representara el poder dominante. Sus enseñanzas y las de
todos los "cínicos" permanecen vigentes porque "atacan
puntos clave que siempre estarán presentes en los
imaginarios sociales, como son la autonomía, la libertad
de expresión y el derecho a la
protesta"[203]. El investigador Denis de Moraes
señala que:

"El imaginario social está compuesto por un
conjunto de relaciones imagéticas que actúan como
memoria afectivo–social de una cultura, un substrato
ideológico mantenido por la comunidad. Se trata de una
producción colectiva, ya que es el depositario de la
memoria que la familia y los grupos recogen de sus contactos con
el cotidiano. En esa dimensión, identificamos las
diferentes percepciones de los actores en relación a
sí mismos y de unos en relación a los otros, o sea,
como ellos se visualizan como partes de una colectividad
[…].

Se trata de un lugar estratégico en que
expresan conflictos sociales y mecanismos de control de la vida
colectiva. El imaginario social se expresa por ideologías
y utopías y también por símbolos,
alegorías, rituales y mitos. Estos elementos plasman
visiones de mundo, modelan conductas y estilos de vida, en
movimientos continuos o discontinuos de preservación de la
orden vigente o de introducción de cambios
[…].

Esa concepción dinámica del imaginario
nos posibilita observar la vitalidad histórica de las
creaciones de los sujetos, esto es, el uso social de las
representaciones y de las ideas. Los símbolos revelan el
que está por tras de la organización de la sociedad
y de la propia comprensión de la historia humana. Su
eficacia política va a depender del grado de
reconocimiento social alcanzado por la producción de
imágenes y representaciones en el cuadro de un imaginario
específico a una cierta colectividad, la cual designa su
identidad haciendo una representación de sí; marca
la distribución de los papeles y posiciones sociales;
expresa e impone creencias comunes que determinan principalmente
modelos formadores […].

El itinerario simbólico para la
construcción del imaginario social depende de los modos de
apropiación y uso de los símbolos, los cuales se
refieren a un sentido, no a un objeto sensible. La hoz y el
martillo en la bandera de la extinta Unión
Soviética no aludían únicamente las
herramientas de trabajo transportados para la cadena de
simbolización, formulaban la idea de que el Estado
Soviético perpetraba la alianza de trabajadores del campo
y de la ciudad. De objetos, se tornaron signos portadores de
mensaje ideológico: la bandera como traducción de
la mezcla del socialismo con los intereses de los trabajadores
[…].

Los sistemas simbólicos emergen para unificar
el imaginario social. Vale decir, establecen las finalidades y la
funcionalidad de las instituciones y de los procesos sociales. A
través de los múltiples imaginarios, una sociedad
traduce visiones que coexisten o se
excluyen…"[204].

Filosofar para
entender y superar los viejos
paradigmas filosóficos y
científicos.

Con respecto al "iluminismo autoritario" y "del criterio
del cálculo y de la utilidad", es importante reflexionar
un tanto sobre esta realidad que ha generado tantas
críticas durante la posmodernidad, desde una
cosmovisión científica, por cuanto desde diversas
perspectivas intelectuales contemporáneas se disiente de
la concepción parmenídica del ser (único,
eterno, inmutable, ilimitado e inmóvil), cuyo fundamento
condicionó la génisis y la dinámica del
conocimiento, las ciencias físico–matemáticas
y la comprensión del ser del hombre. Como consecuencia de
esta concepción del ser, como estático y
permanente, el pensamiento filosófico no puede ingresar
"en regiones más profundas que las regiones del
ser"[205]. Así mismo se requiere disertar
sobre los viejos y nuevos paradigmas
científicos.

Parménides, al identificar el ser con el pensar y
el pensamiento con la realidad, afirma la existencia del ser en
general como uno, universal y siempre el mismo, y establece el
pensamiento como vía única hacia la verdad. "Los
principios de identidad o contradicción, modelos
básicos del ser y el pensar, son formas o imposiciones de
la razón, de la lógica, del
lenguaje"[206]. La preferencia del conocimiento
intelectual, el que se obtiene a través de la
razón, eclipsa el conocimiento sensible, y esta
preferencia gozará de la masiva atención en el
transcurso histórico de la filosofía desde
Parménides hasta nuestro tiempo. "Toda forma de
racionalismo en especial caminará por las formas
descubiertas por Parménides. Frente a Heráclito ha
mostrado Parménides el camino que lleva a las verdades
fijas, no siempre idénticas a sí mismas; es el
pensamiento abstractivo. Con ello fijamos un polo inmóvil
en el flujo de los fenómenos. Pero Parménides no
vio que todos los conceptos del pensamiento abstracto son una
artificial inmovilización y esquematización de
aspectos y lados parciales extraídos de una realidad
siempre fluyente y de infinita variedad, y como quiera que estos
aspectos y posiciones de realidad sean muchas veces
básicos y esenciales, por esto tomó
Parménides el mundo de los conceptos por el
auténtico y real. Y así vino a confundir el mundo
del logos con el mundo de la realidad, y desde esa base
estructuró de manera original su concepto de ser…
Sólo lo universal es para Parménides
esencial…"[207]. Vale aclarar que el logos
de Heráclito (quien se opone al ser de Parménides,
proponiendo el devenir), pieza fundamental de su
filosofía, "es lo común en la diversidad, la medida
en el avivarse y amortiguarse del eterno devenir, la única
ley divina que todo lo rige y de la que todas las leyes humanas
se alimenta… El logo es, pues, para Heráclito la
misma ley del mundo que regula el devenir"[208].
En el mundo heracliteo, caracterizado por el devenir, nada se
detiene jamás. "Frente a la dialéctica de lo mismo
es necesario instaurar una manera de ver la realidad universal no
monista, es decir, alterativa, pero que tenga en cuenta los datos
científicos"[209].

El quehacer filosófico de la modernidad, que
cosificó al sujeto y que otorga primacía a la
razón, hasta convertirla en razón instrumental,
aplicó todas las caracterizaciones del ser
parmenídico a la totalidad del ser, y desde éste
fundamentó las ciencias, la ciencia de la vida y las
ciencias del hombre, bajo el imperio del iluminismo que
"endiosó" a la razón. "La concepción del
hombre como una esencia quieta, inmóvil, eterna y que se
trata de descubrir y de conocer, eso es lo que nos ha perdido en
la filosofía contemporánea, y hay que reemplazarla
por otra concepción de la vida, en que lo estático,
lo quieto, lo inmóvil, lo eterno de la definición
parmenídica, no nos impida penetrar por debajo y llegar a
una región vital, a una región viviente, donde el
ser no tenga esas propiedades parmenídicas, sino que sea
precisamente lo contrario: un ser ocasional, un ser
circunstancial, un ser que no se deje pinchar en un cartón
como la mariposa por el naturalista. Parménides
tomó el ser, lo pinchó en el cartón hace
veinticinco siglos y allí sigue todavía, pinchado
en el cartón; y ahora los filósofos actuales no ven
el modo de sacarle el pinche y dejarlo que vuele
libremente"[210]. Esa concepción del ser
estableció nuestro paradigma occidental, determinando las
dualidades que impiden el surgimiento de posibilidades
alternativas y de reconciliaciones, dividiendo la unidad. "El
pensamiento occidental, desde sus orígenes, ha sido
planteado con base en oposiciones binarias: Dios-demonio,
bueno-malo, blanco-negro, hombre-mujer, esencia-atributo,
espíritu-materia, centro-periferia, libertad-esclavitud,
verdad-mentira, oralidad-escritura, presencia-ausencia,
civilización-barbarie… Una primera forma de poner
en cuestión la oposición es no verla como dos
elementos contrarios e irreconciliables sino como los
términos extremos de un continuum: al movernos hacia el
centro, la oposición se desestabiliza y termina por no ser
efectiva. En la parte intermedia entre el blanco y el negro hay
una zona gris en la que tales colores se funden; entre hombre y
mujer hay innumerables posiciones intermedias: homosexuales,
lesbianas y
hermafroditas…"[211].

Sobre el pensamiento Parmenídico y
Platónico, Descartes construyó su planteamiento que
da primacía al sujeto por encima del objeto. A partir de
éste se impuso el sujeto y la razón, dando origen
al paradigma de la mecánica clásica y al
surgimiento de la modernidad; el cogito cartesiano es el
fundamento de ésta. Sobre el famoso "pienso, luego
existo
" y sus consecuencias en el mundo moderno, Roberto
José Salazar Ramos señala que:

"El horizonte unilateral del yo, encerrado en
sí mismo y existiendo como pensamiento, su
indubitabilidad, y la necesidad de su testimonio es primordial
para saber algo de las cosas o dar razón de ellas: es la
forma de afianzarse en la verdad. Es bien conocido el despliegue
de razones que Descartes utiliza para llegar a ese primer
fundamento: la duda. La finca en la percepción del ser
como dubitante: el ego cogito. Es el último eslabón
hasta donde conduce la duda universal, metódica,
calculadora, fría. Es el camino para asentar al cogito en
la única y radical perspectiva desde donde se
proyectará todo conocimiento, toda realidad y toda
existencia.

El cogito ergo sum es la fórmula sobre la
cual gira la modernidad; cogito que en el fondo es la
abstracción de la totalidad histórica europea como
imperio manifestada ahora en subjetividad. El ser aparece como
una manifestación esencial del pensar: somos porque
pensamos, en donde cada juicio o inferencia sobre algo, es un
juicio de existencia, pues si yo veo que marcho, infiero de
aquí que pienso. Esta totalidad cerrada, manifestada en el
cogito, contiene todos los elementos que justifican el saber, el
conocer, el querer, el sentir. De esta manera pasa a ser el
centro de la vida de la mundaneidad construida y representada
dentro del mismo círculo del cogito. Reconoce entonces
todas las cosas como gravitaciones que giran y caen bajo su
control: la realidad es una mera representación de la
reproducción del cogito, dado que la conciencia pone el
ser y lo integra a su
dominio"[212].

El nuevo paradigma einsteniano y cuántico
(indeterminista y relativista) supera el caduco paradigma
mecanicista clásico (determinista y absoluto), fundado en
la concepción de un ser estático y eterno (en el
cual el verdadero ser de las cosas es permanente), producto de la
conciencia organizada unívocamente bajo los dictados de la
razón instrumental, operativa, que posibilita un modelo
socioeconómico de producción y mercado
estándar, según el cual la realidad de las cosas no
puede verse a la luz de un mundo determinado. "La vieja ciencia
nos enseñó que todos los fenómenos son
fenómenos de cosas que están hechas de materia; de
que la materia es el fundamento de todo ser. El nuevo paradigma
está basado en la primacía de la conciencia; que la
conciencia y no la materia, es el fundamento de todo ser;
nosotros somos esa conciencia en donde todo el mundo de la
experiencia, incluida la materia, es la manifestación
material de las formas trascendentes de la
conciencia"[213]. El paradigma cuántico y
relativista, superador del modelo newtoniano, "permite pasar de
un tiempo y un espacio estables a un universo de relaciones
múltiples donde son posibles tantos sistemas de
referencias y autoconstrucción como velocidades soporta la
materia"[214]. Las leyes de Newton predicen
sucesos, la mecánica cuántica predice
probabilidades. Newton suscitó el triunfo de la
razón positivista con su visión parcial y sesgada
de la experiencia, y la separación de ciencias naturales y
ciencias morales, generando incomunicación entre
éstas. Sobre este particular, los investigadores Walter
Ritter Ortíz y Tahimi E. Perez Espino señalan lo
siguiente:

"La mecánica clásica de Newton nos da
una visión determinista del universo, donde todo
está previamente determinado que es una imagen que deja
poco sitio para la libertad humana, donde seguimos a lo largo de
la vida nuestras propias trazas prefijadas, sin ninguna
posibilidad real de opción. Para los físicos
modernos, la idea de la perfecta predicción no tiene
sentido, porque no se puede conocer la posición y el
momento con precisión absoluta ni siquiera de una
partícula. No es posible predecir el futuro, el futuro es
esencialmente impredecible e incierto. Sabemos con exactitud de
dónde venimos, pero no sabemos con certeza hacia
dónde vamos. Con la relatividad los modelos
mecánicos ya no funcionaban y el mundo que representaban
no describen definitivamente nuestro entorno habitual. No podemos
conocer, por principio, el presente en todos sus detalles y es
aquí precisamente donde la teoría cuántica
se libera del determinismo de las ideas clásicas. Sabemos
que el azar no es normalmente un factor de orden, sin embargo la
mecánica cuántica basada en probabilidades,
describe el comportamiento de los átomos y por más
de 50 años sus predicciones se han venido verificando,
incorporando aspectos acausales e indeterminados que constituyen
sus fundamentos de la realidad. La descripción
cuántica, hace intervenir funciones de probabilidad que
aseguran el contacto acausal. Ese plano acausal podría
también estar en la base de la misteriosa tendencia de la
materia a organizarse y a estructurarse para adquirir nuevas
propiedades llamadas propiedades
emergentes…

La mecánica cuántica proporciona el
soporte fundamental de toda la ciencia moderna; nos dice que no
existe la realidad en el sentido usual de la palabra, que nada es
real salvo si se observa y que no podemos decir nada sobre lo que
las cosas están haciendo cuando no las observamos,
formando parte de un todo indivisible y donde cada
partícula acusa lo que acontece a las demás. Donde
en cierto modo la gravedad no existe, lo que mueve los planetas y
estrellas es la deformación del espacio-tiempo. El espacio
se curva de un modo que le permite no tener límites pero
al mismo tiempo es finito…

En resumen, la teoría cuántica nos
dice que para comprender la realidad debemos renunciar a
conceptos tradicionales como: materia sólida y concreta,
que la realidad fundamental no es físicamente accesible y
que el tiempo y el espacio son puras
ilusiones…

Sólo comprenderemos la estructura de la
realidad si comprendemos las teorías que las explican, las
cuales pueden ir más allá de lo que percibimos y
comprendemos de modo inmediato. Las teorías modernas son
menos en número, pero más generales y
profundas.

Nuestra cultura suele subestimar el poder de una
teoría, pero los detalles teóricos de la
física moderna que no podemos verificar directamente, nos
ofrecen predicciones fiables sobre las cuales se construyen
tecnologías muy útiles, como es el caso de los
transistores.

El único enfoque que tiene sentido cuando se
trata de la conducta humana es la de postular que el pasado
estuvo determinado y el futuro es libre. Vivimos en diferentes
maneras de organizar la realidad, según diferentes
definiciones de lo que era real e irreal, sensato o insensato.
Vivimos en realidades alternas y lo fascinante es que cuando uno
las está viviendo tienen perfecto sentido para uno y uno
sabe que es la única manera correcta de ver la realidad.
El supuesto de que sólo hay una definición
verdadera de toda la realidad es anticuada; no hay
contradicción entre diferentes sistemas válidos de
explicación, entre diferentes realidades válidas
que son empero profundamente diferentes. No existe una
racionalidad única que gobierne todo el
universo.

Resulta sumamente difícil aceptar el hecho de
que haya más de una realidad ya que estamos profundamente
condicionados y suponemos que conocemos la única verdad y
que todo lo demás es de algún modo menos real,
donde somos nosotros, en nuestro desarrollo, que constituimos
nuestro yo para sostener esa visión de la
realidad…

Para la física moderna, no existe algo que se
pueda considerar una descripción correcta, inmutable y
definitiva de la realidad. Debemos evitar los errores
complementarios de que el mundo tiene una estructura
única, intrínseca, preexistente que aguarda a que
la aprehendamos; y por otro, el de que el mundo es un caos total.
Lo único que podemos saber es que todo cuanto percibimos y
a lo cual reaccionamos es una síntesis de la conciencia y
de lo que percibimos…

El hecho de que nos resulte difícil aceptar
la idea de realidades múltiples, es el hecho de que se nos
ha despojado de aquello que hacía al mundo estable y
permanente. Lo que nos quedaba era la idea de que había
una sola verdad y de que está era única, estable y
eterna y se solía decir: Me fortifica el alma saber que,
aunque yo perezca, la verdad es así. La realidad del
Universo está allí y de alguna manera nosotros
hacemos que cobre existencia por obra de nuestra conciencia; son
nuestro propio invento y descubrimiento…

La mecánica cuántica, nos
enseña que como individuos no estamos separados del resto
del mundo; que el resto del mundo no es algo que permanezca
ocioso, por el contrario es un campo de continua creación,
de transformación y aniquilamiento y que pueden dar lugar
a experiencias extraordinarias cuando son captadas en su
totalidad"[215].

Hoy nos enfrentamos a la realidad virtual. Entonces
estamos pasando del paradigma mecanicista a un paradigma
relativista y cuántico. Todo está relacionado con
todo, todo es un sistema compuesto por otros sistemas, incluido
todo lo que hay en el universo. Ese cambio nos exige que nos
sincronicemos y revisemos nuestra manera de ver y concebir el
mundo. Las relaciones de incertidumbre para muchos
filósofos constituyen una prueba de que existe
indeterminismo en el universo físico y que, más
allá de esto, se probaría que hay una especie de
principio de libertad. Con la revolución cuántica
queda en entredicho el principio lógico de identidad,
descubierto por Parménides y establecido por
Aristóteles (un elemento es igual a sí mismo), y el
mismo principio de no contradicción (una cosa no puede ser
y no ser al mismo tiempo).

En la mecánica clásica el concepto de
realidad está bien definido. Las cosas son buenas o son
malas. Una cosa puede ser negra o puede ser blanca. Si uno
está vivo no puede estar muerto. En la mecánica
cuántica hay un cambio fundamental, porque la realidad no
está bien definida. La mecánica cuántica no
se ocupa de apariencias o fenómenos, tales como colores,
olores o ilusiones ópticas. "La realidad que conocemos es
una creación del sistema nervioso, por lo que en cierto
sentido es tan solo un mundo posible, ya que es obvio que nuestra
percepción del mundo exterior ésta filtrada por
completo. Cada uno vive en un mundo que es construido por su
cerebro con la información dada por los sentidos, siendo
el escenario en que se desarrollan los acontecimientos de la
vida… Wheeler señala que la realidad puede no ser
totalmente física ya que en un sentido el universo puede
ser un fenómeno de participación, requiriendo el
acto de observación y así de la misma conciencia.
El universo es como es porque de otra forma nosotros no
estaríamos aquí para observarlo. Mientras Bohr nos
dice que la realidad no se puede encontrar, porque está
intrínsecamente indeterminada, Wheeler nos dice que en el
corazón de la realidad se encuentra no una respuesta sino
una pregunta: ¿Por qué existe algo en lugar de
nada? La respuesta es que no hay respuesta, sólo una
pregunta… En lo que llamamos la causación
ascendente la conciencia tiene el poder definitivo para crear la
realidad, con lo cual la conciencia ya no se ve como un resultado
del cerebro, sino como el fundamento de todo ser, en el cual
todas las posibilidades materiales incluido el cerebro,
están arraigadas. Existe la idea de que el cerebro humano
lleva a cabo un proceso cuántico cada vez que se da una
observación. El mirar consciente manifiesta el
acontecimiento real a partir de todos los posibles
acontecimientos… En el nuevo concepto de realidad, la
creación de Dios no es el universo que observamos y
habitamos, sino el potencial del universo para su
autocreación. Donde lo que se creó inicialmente no
fue el soporte físico del universo sino la
información que gobierna el proceso evolutivo para que el
universo autoevolucione, donde la información es el acto
creativo, mientras que sus efectos, crecimiento y
elaboración son inmanentes. Donde además se espera
probar que los efectos de la mecánica cuántica,
pueden ser reproducidos también en la escala de la vida
cotidiana, lo que tiene implicaciones muy profundas en lo que
concierne a la naturaleza del mundo físico y a una nueva
manera de ver las cosas"[216].

Las apariencias se dan en el cerebro, no en el mundo
físico. "Según la mecánica cuántica,
las propiedades de los objetos no tienen por qué estar
bien definidas mientras no los observamos. Por ejemplo, si tengo
una moneda en la mano y después de abrir la mano veo que
está en "cruz", esto no implica que antes de abrir la mano
la propiedad de la moneda (estar en cara o en cruz) estuviera
definida (fuera cruz). De acuerdo con la mecánica
cuántica, mientras no observamos, existen situaciones
intermedias entre la cara y la cruz (algo así como "un
poco de cara y un poco de cruz"), que se llaman superposiciones
cuánticas. En el momento que observamos, la propiedad
queda bien definida (cruz en este ejemplo). Por supuesto, el
demostrar que existen superposiciones parece imposible, pues para
obtener cualquier resultado siempre tendremos que observar, y
entonces… desaparece la
superposición"[217]. Las cosas son buenas y
malas a la vez. Son blancas y negras al mismo tiempo. Una
partícula cuántica puede seguir el camino de la
izquierda y el de la derecha simultáneamente. Esto es lo
que se conoce como el "gato de Schrödinger".

{"Éste ilustra las diferencias entre
interacción y medida en el campo de la mecánica
cuántica. El experimento mental consiste en imaginar a un
gato metido dentro de una caja que también contiene un
curioso y peligroso dispositivo. Este dispositivo está
formado por una ampolla de vidrio que contiene un veneno muy
volátil y por un martillo sujeto sobre la ampolla de forma
que si cae sobre ella la rompe y se escapa el veneno con lo que
el gato moriría. El martillo está conectado a un
mecanismo detector de partículas alfa; si llega una
partícula alfa el martillo cae rompiendo la ampolla con lo
que el gato muere, por el contrario, si no llega no ocurre nada y
el gato continua vivo. Cuando todo el dispositivo está
preparado, se realiza el experimento. Al lado del detector se
sitúa un átomo radiactivo con unas determinadas
características: tiene un 50% de probabilidades de emitir
una partícula alfa en una hora. Evidentemente, al cabo de
una hora habrá ocurrido uno de los dos sucesos posibles:
el átomo ha emitido una partícula alfa o no la ha
emitido (la probabilidad de que ocurra una cosa o la otra es la
misma). Como resultado de la interacción, en el interior
de la caja, el gato está vivo o está muerto. Pero
no podemos saberlo si no la abrimos para comprobarlo. Si lo que
ocurre en el interior de la caja lo intentamos describir
aplicando las leyes de la mecánica cuántica,
llegamos a una conclusión muy extraña. El gato
vendrá descrito por una función de onda
extremadamente compleja resultado de la superposición de
dos estados combinados al cincuenta por ciento: "gato vivo" y
"gato muerto". Es decir, aplicando el formalismo cuántico,
el gato estaría a la vez vivo y muerto; se trataría
de dos estados indistinguibles. La única forma de
averiguar qué ha ocurrido con el gato es realizar una
medida: abrir la caja y mirar dentro. En unos casos nos
encontraremos al gato vivo y en otros muerto. Pero,
¿qué ha ocurrido? Al realizar la medida, el
observador interactúa con el sistema y lo altera, rompe la
superposición de estados y el sistema se decanta por uno
de sus dos estados posibles. El sentido común nos indica
que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Pero la
mecánica cuántica dice que mientras nadie mire en
el interior de la caja el gato se encuentra en una
superposición de los dos estados: vivo y
muerto"[218]}.

El gato de Schrödinger es una especie de
parábola sobre la idea de la superposición
cuántica. "Superposición cuántica es la
aplicación del principio de superposición a la
mecánica cuántica. Ocurre cuando un objeto "posee
simultáneamente" dos o más valores de una cantidad
observable… Más específicamente, en
mecánica cuántica, cualquier cantidad observable
corresponde a un autovector de un operador lineal
hermítico. La combinación lineal de dos o
más autovectores da lugar a la superposición
cuántica de dos o más valores de la cantidad. Si se
mide la cantidad, entonces, el postulado de proyección
establece que el estado colapsa aleatoriamente sobre uno de los
valores de la superposición (con una probabilidad
proporcional al cuadrado de la amplitud de ese autovector en la
combinación lineal). Immediatamente después de la
medida, el estado del sistema será el autovector que
corresponde con el autovalor medido"[219]. El
principio de superposición o teorema de
superposición "es un resultado matemático que
permite descomponer un problema lineal en dos o más
subproblemas más sencillos, de tal manera que el problema
original se obtiene como "superposición" o "suma" de estos
subproblemas más sencillos. Técnicamente, el
principio de superposición afirma que cuando las
ecuaciones de comportamiento que rigen un problema físico
son lineales, entonces el resultado de una medida o la
solución de un problema práctico relacionado con
una magnitud extensiva asociada al fenómeno, cuando
están presentes los conjuntos de factores causantes A y B,
puede obtenerse como la suma de los efectos de A más los
efectos de B[220]

En tanto que la física o mecánica
clásica veía al mundo como algo separado de
nosotros, que estaba "allá afuera", la
física o mecánica cuántica ve al universo
como participativo: todas las cosas están conectadas, y en
cierto modo, está "aquí adentro". "La presencia
física y la sensación que producen las cosas
materiales son producto de la mente y los sentidos. La forma y
sustancia del universo son el resultado de nuestro pensamiento;
por lo tanto, vivimos en un mundo mental. Todo tiene una
frecuencia vibratoria y nosotros tomamos esas vibraciones y les
damos forma y sustancia a través de los pensamientos y los
sentidos. Sin la mente y los sentidos, lo único que existe
es energía y espacio. La mente es la clave de la realidad.
La realidad de la vida comienza desde adentro, en la mente, y
luego toma su forma en el mundo material. Así se
manifiesta la espiritualidad: se manifiesta en las leyes
naturales del universo"[221]. El participante
(término que reemplaza al de observador) es quien
determina la realidad. "La mente es la clave de la realidad. La
realidad de la vida comienza desde adentro, en la mente, y luego
toma su forma en el mundo material… El hecho de que la
realidad sea una paradoja, de que todas las cosas contengan a su
opuesto, que los cuantos puedan ser ondas o partículas, no
resulta desconcertante para la naturaleza ni para el universo. De
hecho, la naturaleza y el universo están muy
cómodos con que las cosas sean así, porque son
así"[222]. La mecánica
cuántica nos dice que no debemos aferrarnos a nuestras
creencias y nos enseña a ver desde otras perspectivas. "El
entorno tal como lo percibimos es invención nuestra",
sentenció el científico Heinz von
Foerster.

En la mecánica cuántica se plantea la
hipótesis de los universos paralelos, en la que entran en
juego la existencia de varios universos o realidades
relativamente independientes. "En desarrollo de la física
cuántica, y la búsqueda de una teoría
unificada (teoría cuántica de la gravedad),
juntamente con el desarrollo de la teoría de cuerdas, han
hecho entrever la posibilidad de la existencia de
múltiples dimensiones y universos paralelos conformando un
multiuniverso"[223]. El científico Martin
Rees plantea que "existe un número infinito de universos,
con seis números o constantes universales que rigen
nuestro entorno, con atributos distintos al modificarse uno de
ellos, y vivimos en uno donde se combinan las cosas de tal manera
que nos permite existir en él y que bastaría un
cambio insignificante en estos números universales para
que el universo tal y como lo conocemos y necesitamos no
existiera"[224].

Para los físicos cuánticos, algo parece
claro: "El universo se mueve regido por la dialéctica de
los opuestos. Y en todo hay sincronía: dos relojes
colocados en una misma habitación, acompasarán
automáticamente sus ritmos (aunque sean a propósito
desacompasados); igualmente, dos mujeres que conviven
regularán al mismo tiempo su ciclo menstrual;
también los generadores colocados en paralelo… Los
átomos cantan al mismo tiempo: hay una formulación
matemática que organiza los ritmos"[225].
Pensando con el pensamiento tradicional se dificulta la
comprensión de estos fenómenos tan revolucionarios
en el mundo de la física. Los nuevos paradigmas pretenden
superar la pregunta sobre la idea del ser por la del sentido del
ser.

El nuevo orden de la realidad instaurado por el
paradigma relativista y cuántico (cimentado en una nueva
concepción del ser), allende de los ortodoxos dictados de
la razón iluminista y totalizadora, que ordena el mundo
según leyes universales y generalizaciones operativas,
posibilita el ser de lo multívoco, lo plurivalente, la
riqueza y la construcción simbólica, de la
dimensión estética del hombre y de un mundo
interhumano, en donde las personas "serán obras de arte
provocadoras de sentido, abiertas a los demás, intentando
siempre equilibrarse en la contradicción sin querer por
ello anular la fuente de su tensión y
movimiento"[226].

Partes: 1, 2, 3, 4
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