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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo (página 4)




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2, 3, 4

Las ciencias físico–matemáticas,
construidas sobre la concepción idealista y de la
metafísica de la subjetividad, heredera del pensamiento
estático de Parménides, se atuvieron sólo al
iluminismo de la razón, que opera según principios
y juicios fundados en leyes invariables de la naturaleza. La
caracterización de este tipo de ciencia concibe a la
naturaleza como una totalidad conexa de cuerpos en movimiento, la
cual es calculable matemáticamente en las dimensiones de
espacio y tiempo. "Dentro de este marco se establece lo que es el
ente físico: un objeto espacio–temporal móvil
según relaciones determinables matemáticamente. Lo
demás de la naturaleza no le interesa a la física
en el momento de la constitución. A dicho plan pertenecen
principios y juicios de la razón, que no son más
que las definiciones de los conceptos fundamentales de tiempo,
espacio y movimiento y de las reglas del cálculo, las
cuales fijan de una vez por todas, según leyes
invariables, la consistencia del ente
físico…"[227].

El paradigma einsteniano y cuántico, que rebasa
la concepción de un tiempo y un pensamiento vectorial
(bajo el imperativo de la racionalidad operatoria, de la
lógica operativa), permite la construcción de un
universo interhumano, de una estética interhumana. "Al
asumir la dimensión estética, desechamos al momento
la pretensión de usar al otro o reducirlo a un modelo
utilitario, pues ello iría contra nuestra propia belleza,
implicando instrumentalizarnos y que manipulamos a los
demás, dejar de ser obras de arte vivientes para
convertirnos en dispositivos funcionales… Acceder a un
universo con transponibilidad de relaciones es optar por una
estructura, negando la existencia de una realidad y verdad
universales, reconociendo que en el instante, el cuerpo y la
singularidad, se encuentra la clave privilegiada de acceso a la
libertad"[228].

En el siglo XX surge un nuevo paradigma
científico–filosófico conocido como la
mecánica o física cuántica, o sea la
exploración del universo subatómico, que hunde sus
raíces en el pensamiento de los filósofos griegos
Demócrito y Leucipo.

Como se sabe, la mecánica cuántica, que
reemplazó a la mecánica clásica, ha
planteado con mayor hondura problemas filosóficos como el
de la relación entre el sujeto y el objeto, el del
conocimiento y la realidad física, el de la causalidad y
la necesidad, el de determinismo e indeterminismo, el de la
evidencia física y el formalismo matemático, etc.
"La mecánica cuántica es la teoría
más satisfactoria que poseemos para explicar todo lo que
nos rodea, desde el origen del Universo (el Big Bang) hasta el
surgimiento de la vida en nuestro planeta. En este sentido, la MC
nos ayuda a comprender nuestro entorno, nuestro origen, nuestro
futuro y, por tanto, a nosotros
mismos"[229].

La mecánica cuántica, a pesar de su
complejidad física, química y matemática,
está al servicio de la interrogación
filosófica. Este nuevo paradigma contradice a la
mecánica clásica, determinista, que, según
Laplace, dice que "si en un instante determinado
conociéramos las posiciones y velocidades de todas las
partículas en el universo, podríamos calcular su
comportamiento en cualquier otro momento del pasado o del
futuro"[230]. Es por eso que quienes ignoran la
mecánica cuántica desconocen la idea de que el
estado del universo en un instante dado determina el estado en
cualquier otro momento.

Con la mecánica cuántica se suscita una
revolución epistemológica, por cuanto esta nueva
visión de la realidad teoriza que con el sólo hecho
de contemplar el objeto ocurre una alteración de
éste por parte del sujeto cognoscente. "Ahora sabemos
basados en la realidad cuántica que el observador es quien
modifica la realidad a partir de la conciencia, que existe un
vasto campo de probabilidades y el observador es el que decide
donde poner su atención e
intención"[231].

De acuerdo con el principio de incertidumbre, de
Heinsenberg, el objeto de estudio se modifica por el mero hecho
de la observación. La mecánica cuántica
afirma que el mundo diario que percibimos con los cinco sentidos
no es la realidad. Ha demostrado también que el espacio y
el tiempo son ilusiones de la percepción. Es por ello que
nuestros cuerpos no pueden ser realidad si ocupan un espacio. La
realidad no existe, es mera ilusión. "La mecánica
cuántica ha hecho un gran aporte al debate
filosófico al demostrar que el realismo ingenuo, que
propone que la realidad es tal cual como nosotros la percibimos,
es falso"[232]. La materia es sólo una
ilusión sensorial. La realidad objetiva no existe. La
realidad es aquello que parece ser. Lo que existe es
energía vibrando a distintas frecuencias. "La mayor parte
de la gente desconoce que la mecánica cuántica, es
decir, el modelo teórico y práctico dominante hoy
día en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la
interrelación entre el pensamiento y la
realidad"[233]. En la mecánica
cuántica la realidad va en función de la
percepción que se tenga de ella, y esta forma parte de la
conciencia. "Nuestra conciencia actual es un condicionamiento de
nuestra visión del mundo actual y colectivo, es la que nos
enseñaron nuestros padres, maestros, la sociedad, gobierno
y religiones. A esta manera de ver y entender el mundo, pertenece
el antiguo paradigma. Se conoce como acondicionamiento social, a
la hipnosis de acondicionamiento, función inducida en la
que todos acabamos acordando participar, y a eso hay que sumarle
la herencia de nuestros ancestros, y toda la Genética
incluida en la codificación de nuestro ADN,
(programación anexa a nuestro sistema operativo.) El mundo
físico, incluido nuestro cuerpo, es una reacción
del observador. Creamos el cuerpo según creamos la
experiencia de nuestro mundo. En su estado esencial
(microcósmico), el cuerpo está formado de
energía e información, y no de materia
sólida. Esta energía e información, surge de
los infinitos campos de energía e información que
abarcan todos los universos… La bioquímica del
cuerpo es un producto de la conciencia, las creencias, los
sentimientos, las emociones, los pensamientos e ideas, crean
reacciones que sostienen la vida en cada célula. La
percepción parece como algo automático, pero esto
es un fenómeno aprendido, si cambias tu percepción,
cambias la experiencia de ti, y por ende de tu
mundo"[234]. Para la mecánica
cuántica la realidad exterior no existe. "Afuera
sólo hay datos de luz e información inteligente
esperando ser interpretados por ti, el que
percibe"[235]. La revolución
cuántica nos dice que no existe ninguna realidad
"ahí fuera", independiente de la conciencia.

"Esto significa que la conciencia se mete en los
entresijos del mundo físico, afectándolos.
Más aún, parece abrirse camino la certeza de que la
conciencia es tal vez el único fenómeno que
efectivamente existe: toda la matriz
materia–espacio–tiempo debe a ella su existencia. Por
lo que no puede hablarse del mundo físico como algo
"ahí fuera"… En cualquier caso, aquí radica
la transformación más asombrosa de la visión
del mundo, a partir de los descubrimientos de la nueva
física: La conciencia juega un indudable papel en el
llamado universo físico […].

Habitualmente, en nuestra visión de la
realidad, hemos venido funcionando con un mito, al que hemos dado
por absolutamente válido: Al acercarnos al exterior, todos
percibimos lo mismo. Es fácil, sin embargo, reconocer el
presupuesto en el que dicho mito se ha mantenido (y
todavía se mantiene para la gran mayoría de la
gente). Ese presupuesto no es otro que la creencia en que hay un
universo físico "ahí fuera". Y nos hemos
enseñado a nosotros mismos a estar de acuerdo sobre ello y
sobre los "objetos" de ese mundo "exterior"
[…].

Sin embargo, la física moderna viene a
asegurarnos que no existe algo "ahí fuera" de nosotros.
Todo se halla inextricablemente interrelacionado con todo, por lo
que el universo no es algo que exista "ahí fuera", y del
que el observador se encontraría separado. Más bien
al contrario, es un universo participativo… Por un lado,
sabemos que el observador altera lo observado por el mero acto de
su observación. Por lo que algunos científicos
abogan por reemplazar el término "observador" por el de
"participante" (J. Wheeler). Porque lo cierto es que no
"observamos" el mundo; participamos en él. Y, por otro,
sabemos también que eso que llamamos "ahí fuera" no
es como nuestros sentidos y nuestra mente creen que es.
"Ahí fuera" no hay ni luz ni color, sino solamente ondas
electromagnéticas; "ahí fuera" no hay sonido ni
música, sino solamente variaciones periódicas en la
presión del aire; "ahí fuera" no hay calor ni
frío, sino solamente moléculas que se mueven con
mayor o menor energía cinética media…, y
así sucesivamente. Lo que hay, tanto "fuera" como
"dentro", es un torbellino vertiginoso de ondas/partículas
en diferentes intensidades de vibración.

En lo que se refiere a "nosotros", podría
decirse que somos, a la vez, una expresión más de
ese mismo torbellino y la Conciencia que lo está
provocando o de la que está emergiendo… Sin
embargo, tal como insiste la nueva física, hay una
conclusión que parece irrebatible: no observamos el mundo
físico, participamos con él. Nuestros sentidos no
están separados de lo que llamamos "ahí fuera",
sino íntimamente implicados en un proceso de
realimentación notablemente complejo, cuyo resultado final
es crear efectivamente lo que está "ahí
fuera".

La conciencia es una parte integrante de la
realidad; eso significa que co–crea lo que observa. Si
vemos un árbol, en vez de un cúmulo de
átomos desorganizados, es porque la conciencia humana
concede a la realidad física estas características
particulares.

Por eso, mirado de cerca, el concepto de "ahí
fuera" resulta ridículo. Sólo podemos esperar
encontrar un "ahí fuera", porque creemos que existe. Por
eso, todas nuestras nociones acerca del carácter absoluto
del universo físico son erróneas.

¿A qué se debe entonces ese
engaño que nos lleva a afirmar la existencia de algo
"ahí fuera"? Al modo de operar de la mente, por su propia
naturaleza separativa. Para poder funcionar, la mente debe
forzosamente separar. A partir de la primera dicotomía
sujeto/objeto, para la mente, toda la realidad queda fraccionada.
Todo lo que no es "yo", está "fuera". Y puesto que pensar
es delimitar o "establecer fronteras", a la mente le resulta
fácil marcar un límite entre lo que llama "sujeto"
y todo lo demás: es sencillamente el límite o
frontera de la piel. Por eso, en cuanto la mente hace su
aparición en la historia humana, con ella aparece
también la idea de un "mundo exterior", de una realidad
"ahí fuera", separada y marginal.

Sin embargo, eso es sólo un engaño de
la mente, que se realimenta por el simple hecho de que lo hemos
creído a pie juntillas. Lo que llamamos "mundo exterior"
no está separado de nosotros y, de hecho, basta detener el
pensamiento para percibirlo así.

Todo constituye un conjunto unificado, sin
separaciones mentales, arbitrarias y artificiales, en un universo
participativo en el que todo interactúa en una
interferencia constructiva, en la que la Conciencia se va
desplegando en innumerables formas, como olas "únicas" y
hermosas en el océano común y
compartido"[236].

Todo es creación de la
conciencia. La física cuántica confirma que creamos
nuestra realidad. La materia–espacio–tiempo es un
aspecto de la misma. La materia consta básicamente de
vacío. La materia no existe; sólo existe la
conciencia. La mente es capaz de crear materia. "Para el
físico cuántico es claro que la materia carece de
base física. Tras la solidez aparente de la silla, se
esconde en realidad el superholograma de un torbellino de
ondas/partículas. A ese nivel, la conciencia es capaz de
crear materia. Y eso constituye la prueba final de que lo no
físico, la conciencia, tiene dominio sobre el mundo
físico… La conciencia juega un indudable papel en
el llamado universo físico. Hasta el punto de que, para la
nueva física, el universo se parece más a un gran
pensamiento que a una gran máquina… La "realidad
última", en opinión de la nueva física, se
asemeja más a un gran Vacío primordial, un "lugar"
más allá del tiempo y el espacio, del que brotan,
en un proceso increíblemente complejo y hermoso, todas las
formas que existen. En pocas palabras: las piedras y las
estrellas son meramente ondulaciones en la
nada"[237]. Los hallazgos del físico Alain
Aspect mostrarían que la realidad objetiva no existe y
que, a pesar de su aparente solidez, el universo es un fantasma
de corazón, un holograma gigante espléndidamente
detallado. "En su nivel más profundo, la realidad es una
especie de superholograma en el que tanto pasado como presente y
futuro coexisten simultáneamente. Esto sugiere que,
contando con las herramientas adecuadas, debería ser
posible incluso que algún día se accediese a un
nivel superholográfico de la realidad del que se
obtuviesen escenas de un pasado remoto"[238]. La
conciencia tiene dominio sobre el mundo físico. "Mi mente
y el mundo están compuestos de los mismos elementos. El
mundo me viene dado de una sola vez: no hay el mundo que existe y
el que es percibido. El sujeto y el objeto son solamente
uno…", expresó Erwin Schrödinger. "El papel
especial que juega el observador en la mecánica
cuántica tiene que ver con el carácter ondulatorio
de la materia que comentaba antes. Este carácter permite
que los objetos materiales estén en una combinación
o superposición de estados, lo que no es posible en el
mundo clásico. En el mundo clásico las cosas
están en un estado bien definido, blanco o negro, vivo o
muerto … En cambio, la mecánica cuántica nos
dice que un objeto puede estar simultáneamente en varios
estados y sólo cuando medimos u observamos dicho objeto,
se selecciona uno de esos estados"[239].
Según J. Pearce "la mente del hombre refleja un universo
que refleja la mente del hombre".

En opinión de Hawking, la física
cuántica "gobierna el comportamiento de los transistores y
de los integrados, que son los componentes esenciales de los
aparatos electrónicos, tales como televisores y
ordenadores, y también es la base de la química y
de la biología modernas"[240]. El mismo
científico nos invita a que nos interesemos más en
la mecánica cuántica puesto que es una imagen
completamente diferente del universo físico y de la misma
realidad. El nuevo paradigma muestra que, contrario a lo que
afirmaba Einstein, Dios si juega a los dados… Sin embargo,
ni el determinismo fuerte de Laplace ni el indeterminismo
relativo de Heisenberg o Prigogine, de acuerdo con la
concepción de Fernando Savater, pueden responder al
problema de la libertad humana, "porque el problema de la
libertad no se plantea en el terreno de la causalidad
física, sino en el de la acción humana en cuanto
tal, que no puede ser vista solamente desde fuera como secuencia
de sucesos sino que debe también ser considerada desde
dentro haciendo intervenir variables tan difíciles de
manejar como la voluntad, la intención, los motivos, la
previsión, etc."[241]. Según Sartre,
nada nos determina a ser tal o cual cosa, ni desde fuera ni
dentro de nosotros. La libertad humana nos exige poner algo de
nosotros mismos, existir auténticamente.

Para tener una mejor comprensión de lo anterior,
es procedente transcribir las siguientes diferencias entre la
mecánica clásica y la mecánica
cuántica:

En la mecánica clásica:

"Existe una "realidad objetiva", "ahí
fuera", que todos podemos observar de la misma manera, porque es
independiente de nuestras observaciones.

Esa "realidad objetiva" es determinista: se mueve
por el inexorable principio de causalidad.

A partir de Galileo, Kepler o Newton, el universo es
percibido como un diagrama en el que los fenómenos se
describen en términos matemáticos y
mecánicos. Se lo concibe como la maquinaria de un gran
reloj, que se podría descomponer y componer a partir de
esas partes descompuestas. El mundo constituye un sistema en
equilibrio. En esta visión, el caos es solamente una
complejidad todavía no desentrañada porque el orden
y la estabilidad del universo pueden ser explicados por las leyes
del movimiento de Newton.

Esa realidad objetiva consta de dos elementos:
objetos sólidos y vacíos.

Esa realidad es fundamentalmente material y sus
elementos básicos son los átomos.

La mente no es sino el resultado de un proceso de
complejificación de la materia (del
cerebro).

Oposición materia – conciencia
(mente).

La conciencia es relegada al ámbito de lo
"espiritual", y considerada como un epifenómeno (ilusorio)
de lo material.

En cualquier caso, mente (conciencia) y realidad
material constituyen dos realidades nítidamente separadas
y diferenciadas, si bien la segunda posee un estatuto más
firme.

En último término, para la ciencia
clásica sólo interesa lo que se puede medir
empíricamente. Para este paradigma, la realidad
"espiritual" no cuenta.

La parte prima sobre el todo: dualismo
separador"[242].

En la mecánica
cuántica:

"No puede existir el "observador" neutral, dado que,
inexorablemente, el observador altera lo observado (W.
Heisenberg). Por ello, sería preferible llamarlo
"participante" (J. Wheeler).

El final del determinismo. A nivel cuántico,
no existe nada parecido a la causalidad. Lo que rige las cosas es
el principio de la indeterminación (W. Heisenberg, 1927):
hemos pasado de un universo causalista a un universo
probabilístico (o estadístico). La física
clásica consideraba que las partículas y los
objetos eran seres independientes que, cuando interaccionaban,
producían un choque que provocaba una cadena causal de
sucesos. La física moderna niega las cadenas causales y
secuenciales de hechos. Es un mundo holístico, donde todo
está interconectado, y a veces las conexiones manifiestan
correlaciones implícitas por debajo de las superficies,
que modifican los sistemas.

El caos y la autoorganización. A partir de
los trabajos de Ilya Prigogine, parece indudable la tendencia
autoorganizadora global del universo. Clásicamente, se
asociaba el orden al equilibrio, y el desorden al no equilibrio.
Ahora sabemos que la turbulencia es un fenómeno altamente
estructurado, en cuyo seno millones de partículas se
insertan en un movimiento extremadamente coherente. La
conclusión es la siguiente: La producción de
entropía contiene siempre dos elementos
dialécticos: un elemento creador de desorden y otro
creador de un orden "mayor". Los dos elementos están
siempre ligados.

El vacío y la materia. Un modelo de
átomo muy aceptado por los físicos consiste en
imaginarlo como el de un núcleo y una nube externa de
electrones. La dimensión proporcional entre el
núcleo y el conjunto del átomo es aproximadamente
del orden de diez mil veces. Es decir, si el núcleo fuera
de un centímetro de diámetro, la nube de electrones
más externos estaría a una distancia de un
kilómetro.

Pero, si en último término, todo es
vacío, ¿cómo se explica que no se funda todo
con todo? Por el "Principio de exclusión" (W. Pauli,
1925): Dos fermiones idénticos no pueden encontrarse en un
mismo estado físico, así que cada uno tiene que
ocupar su lugar específico. Este "principio de
exclusión" es responsable de la estabilidad de la materia
a gran escala. Las moléculas no se aproximan
arbitrariamente entre sí, porque los electrones de cada
una no pueden entrar en el mismo estado que los electrones de las
demás moléculas vecinas. Pero no todas las
partículas son fermiones. Hay otras, denominadas bosones,
que no responden al principio de exclusión y pueden estar
en un mismo estado cuántico. En estos condensados, todos
los átomos son absolutamente iguales. No hay ninguna
medida que pueda diferenciar uno de otro.

No existe ninguna realidad "ahí fuera",
independiente de la conciencia. La misma materia consta
básicamente de vacío. En último
término, la materia no existe; sólo existe la
conciencia.

La mente es capaz de crear materia. La conciencia
tiene dominio sobre el mundo físico.

Todo es conciencia: hasta los electrones "saben" y
"se dan cuenta" de su entorno (experimento de Aspect, 1982). Por
lo que, "el Universo, tal y como lo vamos descubriendo, se parece
cada vez más a un gran pensamiento, en vez de a una gran
máquina" (James Jeans).

Se ha acabado la contradicción entre materia
y energía. De Broglie planteó que la luz participa
de la naturaleza de las ondas. Pero, a su vez, desde Einstein,
sabemos también que se comporta como una partícula.
Las consecuencias fueron "definitivas": se abolió para
siempre la división entre materia y energía: son lo
mismo. La materia es luz condensada (un quantum –en plural
quanta, de donde viene el nombre de la nueva física–
es la unidad más pequeña que constituye la luz);
cada uno de nosotros somos un sistema de energía en
vibración continua. Nuestra alma es nuestro cuerpo, y
nuestro cuerpo es nuestra alma. Es la conciencia la que crea
materia, expresándose a través de
ella.

No existe una división estricta entre la
realidad objetiva y subjetiva; la conciencia y el universo
físico están conectados por algún mecanismo
fundamental. Esta relación entre mente y realidad no es ni
objetiva ni subjetiva, sino "omnijetiva".

El orden implicado. Para la física moderna,
lo que se ve no es sino es el despliegue de lo que no se ve, la
"explicación" del "orden implicado" (David Bohm). La obra
de Bohm es una cosmovisión dinámica que integra la
conciencia en una unidad de energía, mente y materia.
Según él, la conciencia es el elemento integrador
que dota de unidad a cada organismo.

Bohm concibe los fenómenos como
manifestaciones de un holomovimiento que relaciona todo lo
existente en un proceso de pliegue y despliegue el que subyace un
"orden implicado". Todos los fenómenos están
interrelacionados en una red espacio–temporal. Lo que
nosotros percibimos, de entrada, es el "orden explicado"
(desplegado), que se manifiesta como campos y partículas
separadas con sus leyes propias, pero la realidad más
profunda, el potencial cuántico es lo que permite la
interconexión, y forma el sistema en el que se desenvuelve
toda la realidad. "El orden del todo está implícito
en el movimiento de cada parte".

Es decir, nos habían condicionado para creer
que el mundo externo era más real que el mundo interno. La
física cuántica dice justo lo
contrario.

El Todo es lo prioritario: holismo integrador: Todo
se halla interrelacionado con todo.

En cierto modo, podría decirse que la nueva
física es no–dual. A partir de experimentos
contrastados en el reino de las partículas elementales,
viene a concluir tajantemente que todo se halla interrelacionado
con todo, que no hay nada "separado" de nada. Y que todo lo que
percibimos, más allá de lo que nos hagan creer
nuestros sentidos y nuestra mente, no es sino "forma" o
"expresión" que remite a una Realidad primordial, que
algunos no dudan en nombrar como
Conciencia"[243].

No obstante el invaluable aporte en el cambio de
paradigma que introdujo la mecánica cuántica, es
necesario que se tenga en cuenta, para evitar el fraude, que
ésta no tiene aplicaciones en la religión, los
misticismos, los fenómenos paranormales y otros saberes
esotéricos. "La aparición de la mecánica
cuántica ha tenido grandes consecuencias culturales y
filosóficas por un lado, científicas y
tecnológicas por el otro y, desafortunadamente,
también ha sido avasallada como instrumento para
engañar y estafar. Veamos brevemente estos tres
aspectos. Primero, la mecánica cuántica ha
introducido una nueva forma de concebir la existencia de los
objetos microscópicos. Estos objetos existen pero sus
propiedades difieren de las que asignamos a los objetos grandes
que percibimos directamente con nuestros sentidos. Así
podemos concebir que una partícula pueda existir (ser)
pero no tener una localización exacta (estar); que la
observación de alguna característica de la realidad
no implique la puesta en evidencia de una propiedad preexistente
(indeterminismo); que toda descripción que hagamos del
objeto con conceptos clásicos, obligatoriamente excluye
otras posibles descripciones (complementariedad). La
mecánica cuántica ha hecho un gran aporte al debate
filosófico al demostrar que el realismo ingenuo, que
propone que la realidad es tal cual como nosotros la percibimos,
es falso. En el segundo aspecto, el impacto científico y
tecnológico de la mecánica cuántica es
gigantesco. La mecánica cuántica explica toda
la química y gran parte de la física
, dijo
algún famoso. El desarrollo de nuevos materiales, toda la
electrónica, la superconductividad, la energía
nuclear y casi la totalidad de la tecnología moderna no
hubiera logrado el nivel de desarrollo alcanzado sin la
mecánica cuántica. Finalmente, es importante
aclarar que los efectos asombrosos de la mecánica
cuántica aparecen en sistemas físicos
extremadamente pequeños, tenues y livianos, pero para
sistemas físicos grandes, como los que nosotros percibimos
con nuestros sentidos, estos efectos asombrosos se promedian, se
cancelan, y emerge así el comportamiento "normal" que
acostumbramos a percibir. La transición de lo
cuántico a lo clásico, llamada "decoherencia", se
presenta ya al nivel submolecular y es por lo tanto falso pensar
que la mecánica cuántica pueda explicar
fenómenos macroscópicos "paranormales" (en rigor,
nunca observados) tales como la telekinesis, bilocalidad y otros.
Tampoco brinda la mecánica cuántica algún
soporte a creencias religiosas o misticismos orientales.
Ying-yang, tao, holismo, terapias cuánticas,
fenómenos paranormales y teletransportación, entre
otros, no tienen nada que ver con la física
cuántica, y los que invocan el enorme prestigio y
rigor de esta teoría para aportar alguna credibilidad a
esas charlatanerías están simplemente
engañando; si además, como es usual, sacan de eso
algún rédito económico, están
estafando"[244].

Pensar para
pensar críticamente

El docente de filosofía, que tiene que estar muy
comprometido con su misión como educador, deberá
implementar estrategias y desarrollar habilidades que,
inexorablemente, lo orienten por el difícil camino de
"enseñar" a los estudiantes a pensar por sí mismos,
porque muchos de los jóvenes de nuestro tiempo, tan
alienados, "entusiasmados", influenciados y seducidos por el
poder, la fascinación y "el canto de sirenas" de la
tecnología, la revolución informática, el
consumismo, los medios masivos de información, la cultura
"ligh", los sucedáneos y su estilo de vida
superficial e inauténtico, no tienen ningún
interés de pensar, ni mucho menos de pensar por sí
mismos. "¿Por qué para la mayor parte de la gente
resulta tan difícil pensar por sí misma?
Obviamente, por pereza. En vez de esforzarse en encontrar una
respuesta propia, trabajo duro donde los haya, es mucho
más cómodo consumir las que nos vienen de fuera. En
un mundo en el que se puede comprar todo, ¿por qué
no las respuestas que se precisan en las distintas esferas de la
vida? Si puedo pagar, no necesito pensar. Todos tendemos a la
pereza, pero los que tienen posibles pueden permitírsela
más fácilmente. Además, el rico vive
convencido de que se halla en el mejor de los mundos posibles,
opinión que termina por imponer a la sociedad toda; de
ahí que pocos se pregunten cómo mejorarlo, ni
cómo organizarse fuera de las infinitas opciones que
ofrece el mercado… Por cobardía renunciamos a
pensar y nos abandonamos a las directrices de otros. Si pensar
por sí mismo resulta altamente arriesgado, no ha de
extrañar que sean pocos los que se decidan a hacerlo.
Aunque por doquier oigamos un clamor que nos invita a pensar por
uno mismo, los pedagogos proclamen que la educación
consiste en enseñar a pensar y sean muchos los que de
puertas a fuera blasonan de no admitir directrices ajenas, se
precisa mucho arrojo para pensar por uno
mismo"[245]. Martín Heidegger (considerado
por José Pablo Feimann como el "filósofo más
importante del siglo XX"), ya por allá en 1955,
advertía que "la pobreza del pensamiento en el mundo
contemporáneo" era un mal que afectaba hasta los mismos
filósofos, con lo que se estaba renunciando a nuestra
capacidad de pensar. Por ello invitaba a meditar, a pensar, sobre
todo cuanto existe. Heidegger precisaba que la vida trivial, la
vida inauténtica, es simplemente una huida ante uno mismo
para olvidarse y para perderse.

El profesor Félix María Moriyón
señala que "la enseñanza de la filosofía
debe potenciar en el alumno la capacidad de crítica y
cuestionamiento de los saberes recibidos, así como la
posibilidad de integración de todos esos saberes parciales
en un sistema global, en permanente proceso de
construcción y reconstrucción"[246].
El filósofo Fernando Estrada Gallego plantea que la
pedagogía del filósofo ha de estar fundada en la
sensibilización de sus estudiantes para que descubran los
sentidos ocultos de las cosas, empezando con sus propias
palabras. El educador en filosofía, además de
enseñar a aprender a aprender, debe ir "desarrollando en
el alumnado la capacidad de pensar por sí mismos en
cooperación con sus compañeros, de forma
crítica y creativa… Además ayuda a que el
alumnado desarrolle una capacidad de criticar lo establecido para
poder hacer frente en mejores condiciones a las enormes presiones
manipuladoras de los potentes medios de comunicación y de
los poderes reales. …hay que desarrollar la capacidad de
pensamiento crítico y creativo del alumnado y dotarles de
los instrumentos necesarios para que aprendan a aprender y puedan
dar sentido a su vida y al mundo que les rodea… No se
trata de demostrar tan sólo que nuestros alumnos aprendan
a razonar en un ejercicio de filosofía, sino que esa
capacidad de razonar críticamente la van a ejercer en
otros ámbitos de su vida cotidiana, profesional o
social"[247].

Dentro del horizonte de las "competencias clave o
básicas" (combinación de destrezas, conocimientos y
actitudes para el desarrollo personal de ciudadanos activos e
integrados en la sociedad), que se incorporan al currículo
académico, encontramos que las competencia "social y
ciudadana" y la competencia "autonomía e iniciativa
personal" contribuyen al aprendizaje de pensar por sí
mismo, por cuanto la primera permite "formar" estudiantes
empáticos y respetuosos de las diferencias y de los
principios democráticos, y la segunda fortalece la
capacidad de elegir una opción de vida de manera libre,
autónoma y responsable, e interiorizar valores como la
dignidad, la libertad, la autoestima y desarrollar habilidades
para la dimensión personal de afrontamiento. Quien no
esté comprometido con el afrontamiento, con la
acción, teme "levantar la piedra por temor a encontrar el
alacrán" y es una persona amañada "en la seguridad
de la servidumbre" y le asustan "los riesgos que acarrea la
independencia"[248]. La vitalidad del ser personal
se evidencia en el afrontamiento, en la acción. "Se
requiere de una ética que se funde en la
construcción de sí mismo, de reconocimiento del
otro y de respeto a la diferencia y de reconocimiento a las
culturas regionales, la práctica de una cultura que
permita vivir en el riesgo, en la dificultad, en la
búsqueda, en la pregunta, en tanto así damos
sentido a la existencia"[249]. Vivir la vida en la
pregunta es vivir en libertad y en el riesgo. La vida es,
precisamente, libertad y riesgo. Frecuentemente se dice que vivir
es siempre derribar fronteras, inventar horizontes, arriesgar.
"La vida es tropel, desbarajuste; sólo la quietud de la
nada es perfecta"[250].

Para aprender a pensar, es necesario aprender a
escuchar. Y "escuchar", en el amplio sentido del término,
implica oír o escuchar a los profesores, tutores,
orientadores, padres de familia, periodistas, analistas,
políticos, personas del "común" y hasta
sacerdotes… En fin, cada uno piensa y opina desde su
sabiduría o desde su ignorancia. "Escuchar" también
es leer, releer, dialogar, debatir, refutar, controvertir,
disentir… Pero no para pensar de acuerdo con nuestros
ocasionales interlocutores, sino para embarcarse en la riesgosa
aventura de pensar por uno mismo. Con cada uno de nuestros
interlocutores tenemos que "ponernos los guantes" (como dijera
Nietzsche) para hacer uso de nuestro entendimiento, de nuestra
razón, de nuestro espíritu crítico. Ninguno
de nuestros interlocutores podrá convertirse en
"autoridad" incuestionable, en el poseedor de la "verdad". Cada
palabra, cada expresión, cada proposición, cada
aserto, cada tesis, cada juicio y cada silogismo deberán
someterse al tribunal de la razón, del análisis, de
la crítica, del cuestionamiento, del disenso; nada
podrá aceptarse como "verdad", así aparezca como
una "verdad" provisional. Los demás tienen sus "verdades";
uno tiene la imperiosa necesidad, si es que en realidad quiere
ser auténtico, libre y autónomo, de construir sus
propias "verdades".

El pensar por sí mismo tiene una íntima
relación, un estrecho vínculo y una intrincada
dialéctica con el sentido crítico; pensar por
sí mismo tiene profundas implicaciones en el desarrollo de
nuestro espíritu crítico, de nuestra criticidad. El
sentido crítico es la aptitud, la destreza o la habilidad
mental para ver los hechos tal como son, para tener en cuenta
todas las circunstancias, para desconfiar prudente y
racionalmente de uno mismo y de los demás, y para
liberarse de todos los prejuicios, dogmas e imposturas. Es esa
capacidad para plantearle problemas a la realidad, en
búsqueda de respuestas. El estudiante debe saber que el
que duda con sentido crítico es un sabio. "Dudo de todo, e
incluso de mi duda", decía Gustavo Flaubert. Pensar por
sí mismo nutre el sentido crítico, y éste
fortalece en pensar por sí mismo. El espíritu
crítico concierne a una actividad intelectual racional
destinada a juzgar y a cribar los productos del pensamiento que
se articula con el pensar por sí mismo. Si no se piensa
por sí mismo y no se desarrolla una mentalidad
crítica estamos expuestos a permanecer en "el
rebaño", a convertirnos en masa, pensando como el grupo.
Si no somos capaces de pensar por nosotros mismos para
desarrollar y fortalecer nuestro espíritu crítico,
terminaremos pensando como los demás, optando por un
pensamiento grupal, que eclipsa el pensamiento crítico.
"Debemos volver la mirada hacia nosotros mismos, si tenemos el
valor de hacerlo, para ver qué hay en
nosotros"[251]. En el prólogo al
Discurso del método, de Descartes, se nos dice
que "cuando la conciencia del individuo queda reducida a reflejar
la conciencia colectiva del grupo social, el pensamiento se hace
siervo de los dogmas colectivos; el hombre se recluye en el
organismo superior de la nación o clase, y el concepto de
lo humano se disuelve y desaparece bajo el montón de
reales jerarquías y de objetivas imposiciones sociales".
Si uno camina detrás del montón, tendrá la
suerte del montón. Por lo tanto, es un imperativo
despertar, acrecentar y fortalecer nuestro espíritu
crítico, nuestra mentalidad crítica, para evitar
ser masificados, convertirnos en masa. Como el hombre no existe
exclusivamente para sí mismo sino que vive en comunidad
con los demás, debe evitar convertirse en masa. El hombre,
como ser viviente que convive con otros, experimenta sentimientos
de agradecimiento y de reproche, de compañerismo y de
amistad, y como es un ser condicionado por su entorno cultural,
social, político, religioso, económico,
científico y filosófico, debe estar alerta para no
masificarse. "Cuando las personas pierden el poder creador, se
incapacitan para asumir valores, fundar campos de juego comunes e
instaurar, así, modos relevantes de unidad y
cohesión. Pueden vivir juntos, pero no participan en
grandes tareas ni comparten criterios éticos firmes e
ideales elevados. Debido a ello, su vida comunitaria se
deshilacha y se convierte en una mera yuxtaposición de
individuos, una masa. Y la masa está a merced de quien
desee modelarla a su arbitrio"[252].

Sólo a través del espíritu
crítico el hombre experimenta su libertad; solamente una
conciencia crítica es libre. "No hay libertad si no
está alimentada por la crítica. La criticidad
sólo puede ser ejercida a partir de la autenticidad del
sujeto crítico"[253]. La conciencia
crítica nos ayuda a encontrar nuestro yo auténtico,
nuestro yo verdadero. "Vivir de acuerdo a nuestro yo, en una
constante autorefencia, significa que nuestro punto interno de
referencia es nuestro propio espíritu, y no los objetos de
nuestra experiencia. Cuando vivimos según la referencia al
objeto, estamos siempre influidos por las cosas que están
fuera de nuestro yo; entre ellas están las situaciones en
las que nos involucramos, nuestras circunstancias, y las personas
y las cosas que nos rodean. Por eso vivimos buscando la
aprobación de los demás y nuestra vida se basa en
el temor. Por el contrario, nuestro verdadero y auténtico
yo, el que vive en frecuente autoreferencia, es inmune a la
crítica, no le preocupa el qué dirán, no
necesita aprobación de los demás, no le teme a
ningún desafío, no vive en el temor y no se siente
inferior a nadie; en él experimentamos nuestro verdadero
ser y respetamos a todos los demás porque los consideramos
iguales a nosotros"[254].

El espíritu crítico nos permite
reflexionar sobre la problemática de nuestro mundo
contemporáneo, afectado por las profundas transformaciones
científicas, tecnológicas, políticas,
ecológicas, geográficas, históricas,
ideológicas y el poder de los medios masivos de
información, que se reflejan en la forma en que se alteran
el cuidado con el planeta y las relaciones interpersonales. La
falta de ética en la investigación
científica y tecnológica viene afectando
notoriamente el equilibrio ecológico y poniendo en peligro
el futuro de la tierra. En el campo político, las
decisiones tomadas por los gobernantes y los "poderosos"
sólo tienen en cuenta sus intereses económicos,
ignorando los principios de equidad y de justicia. "En cada
sociedad el espíritu de toda la cultura está
determinado por el de sus grupos más poderosos. Así
ocurre, en parte porque tales grupos poseen el poder de dirigir
el sistema educacional, escuelas, iglesia, prensa y teatro,
penetrando de esta manera con sus ideas en la mentalidad de toda
la población; y en parte porque estos poderosos grupos
ejercen tal prestigio, que las clases bajas se hallan muy
dispuestas a aceptar e imitar sus valores y a identificarse
psicológicamente con
ellas"[255].

Los medios de información, dentro de la
dinámica consumista, acuden a todo tipo de sofismas para
convencernos de que sólo comprando mercancías
seremos felices y que la competencia es la única manera de
alcanzar el éxito, sin importar que haya que
instrumentalizar a los demás "competidores". En este
sentido el filósofo, el pensador, debe preguntarse no
sólo por su papel frente a la sociedad, por su
responsabilidad con el planeta y con las personas que habitan en
él, sino con el sentido de su existencia. El hombre no
puede perderse y alienarse en la masa. "Las comunicaciones
masivas –señala Rafael Méndez Bernal–
consiguen reunir de manera armónica, e incluso
inadvertida, al arte, la política, la religión y la
filosofía con los avisos comerciales, y de esta manera las
hermanan con un destino común, indiferenciado e
integrador: la condición de
mercancía"[256]. En opinión de
Skinner, las muchedumbres son desagradables e insanas. Son
innecesarias para las formas más valiosas de relaciones
personales y sociales, y son peligrosas. La masa corre hacia
donde los individuos temen pisar… "Las masas tienen lo que
quieren y reclaman obstinadamente la ideología mediante la
cual se las esclaviza"[257]. La masa: "Una vida
desprovista de toda belleza, sin intuición, siempre en el
pozo"[258].

El siguiente texto nos compele a la reflexión
sobre el poder de los medios de información en la aparente
construcción de la llamada "realidad":

"En nuestro mundo contemporáneo los medios de
comunicación de masas se han convertido, según el
análisis de Vattimo, en los grandes constructores del
sentido de lo real. La mirada del medio de vuelve la realidad
misma. Lo importante es tener en claro que siempre que alguien
habla en nombre de una realidad única, no hace más
que postular su propia mirada, su propio interés, y que
por eso sólo la diversidad y la pluralidad de voces puede
garantizar que ninguna interpretación se imponga sobre las
otras. Así, los discursos históricamente oprimidos
podrán manifestarse, los puntos de vista minoritarios
emanciparse, las voces de los excluidos escucharse. Así no
habrá más pensamiento único, y algo
podría empezar a cambiar… Lo importante es
garantizar la libertad de
perspectivas
"[259].

Pensar para
liberarnos de la masa y de la
masificación

Pero ¿qué es la masa? El psicólogo
social Heinz Dirks define la masa como una pluralidad de
individuos unidos por un vínculo psíquico
común de todo tipo puramente instintivo y sentimental. "La
masa significa una unión interna sin
estructuración. Dentro de la masa no existe ningún
orden jerárquico o funcional con obligaciones y
prescripciones determinadas sino una pluralidad de individuos de
igual clase, que, por una voluntad instintiva común, se
hallan regidos del mismo modo. La dirección
espontánea se realiza a través de una influencia
sugestiva, quedando excluida toda crítica racional y sus
acciones tienen lugar sin gobierno ni
reflexión"[260]. El hombre masa no es un
ser libre y autónomo. En la masa se pierde la
individualidad. "El hombre masa es el hombre cuya vida carece de
proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus
posibilidades, sus poderes, sean enormes"[261].
Por ello es imperativo huir de la masificación, porque
dentro de la masa la persona renuncia cada vez más a su
independencia y sólo se rige por lo que hacen y dicen los
demás, con el concomitante fenómeno de la
despersonalización. Es necesario estar expectante para no
perderse en la masa. La inclusión de un individuo en la
masa es tanto más fácil cuanto más limitada
sea su personalidad. La masa no respeta la diferencia. "La masa
–¡quién lo diría al ver su aspecto
compacto y multitudinario!– no desea la convivencia con lo
que no es ella. Odia a muerte lo que no es
ella"[262]. En consecuencia, no reconoce el
derecho a la diferencia.

Según las investigaciones del psicólogo
social Gustavo Le Bon, expuestas en su Psicología de
las multitudes,
las características principales de la
masa son la exclusión de la razón en el obrar, el
reaccionar de un modo rápido y emocional y una capacidad
especial para ser influenciada. Es sorprendente el hecho de que
personas tranquilas y razonables puedan sucumbir a la
sugestión de la masa y se comporten sin freno bajo su
influencia. Es por eso que los fanáticos del
fútbol, luego de un episodio de desmanes, no logran
comprender después cómo se han podido comportar de
tal manera, cosa que nunca habrían hecho en su estado
normal. Hay que hacer todo lo posible, a través de las
auténticas relaciones sociales, para evitar que nos
sumerjamos en el mundo difuso y pegajoso de la masa; mundo que
imposibilita la comunicación auténtica.

Las reflexiones del pensador José Ortega y Gasset
refieren que la masa, "la multitud", "el vulgo", es una entidad
voluble y vana que constituye el modo de ser de la sociedad
occidental. Según el mismo Ortega y Gasset, "masa es todo
aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en
mal– por razones especiales, sino que se siente "como todo
el mundo" y, sin embargo, no se angustia, se siente a saber al
sentirse idéntico a los demás"[263].
El hombre masa no se exige nada. "No pretende hacer con su vida
ninguna cosa particular. No intenta construirse de ninguna
manera. Para él, la vida consiste en vivir en cada
instante lo que ese instante ya es. La perfección sobre
sí mismo es inconcebible. …no se valora a sí
mismo, no se construye en ningún sentido. …siente,
decide, obra, piensa y se expresa como todo el mundo. Pero su
condición definitiva, que le otorga todo su sentido y
significación, es que, ante semejante
característica, que llenaría de angustia a un
hombre genuino, el hombre masa, se siente tranquilo… A
partir de su inauténtica realidad construye su
cotidianidad y su proyecto de vida. Su máxima
satisfacción reside en fundirse con la multitud, en
saberse y sentirse como todos los demás… La
seguridad y comodidad de un tipo de vida semejante redunda en que
la masa no soporta nada distinto de ella misma. Cualquier
mínima variación le resulta intolerable.
Sabiéndose vulgar, el alma masiva se afirma en su
vulgaridad, la defiende y afirma, y la pretende en todos los
lugares y condiciones. Su voluntad es absolutista y expansiva. La
masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y
selecto. Quien no sea, piense, sienta y se exprese como todo el
mundo, es rechazado y se encuentra en peligro de
perecer"[264]. Stefan Zweig señala que
"para la masa siempre será más accesible lo
abstracto que lo concreto y aprehensible; por ello, en lo
político siempre encontrará más
fácilmente partidarios todo programa que, en lugar de un
ideal, proclame una hostilidad, una oposición bien
comprensible y manejable, que se dirija contra otra clase social,
otra raza, otra religión, pues, con el odio puede encender
fácilmente el fanatismo sus criminales
llamas"[265]. La sociedad ha agotado al individuo,
lo ha absorbido, le ha destruido su identidad personal y lo ha
convertido en masa. "Hoy los individuos se hallan perdidos entre
la muchedumbre"[266]. El inmortal Goethe, en su
Fausto, pedía apartar la vista "de la ondeante masa, que a
despecho nuestro nos arrastra al
remolino"[267]

Sigmund Freud plantea que la masa "carece de todo
sentimiento de responsabilidad y respetabilidad, y se halla
siempre pronta a dejarse arrastrar por la consciencia de su
fuerza hasta violencias propias de un poder absoluto e
irresponsable. Se comporta, pues, como un niño mal educado
o como un salvaje apasionado y no vigilado en una
situación que no le es familiar. En los casos más
graves, se conduce más bien como un rebaño de
animales salvajes que como una reunión de seres
humanos"[268]. La filosofía de la masa es
que nadie debe querer sobresalir; todos deben ser y obtener lo
mismo. Dentro de la masa impera "la desaparición de la
personalidad individual consciente, la orientación de los
pensamientos y los sentimientos en un mismo sentido, el
predominio de la afectividad y de la vida psíquica
inconsciente, la tendencia a la realización inmediata de
las intenciones que puedan surgir"[269]. La masa,
ávida de autoridad, tiene, según las palabras de
Gustavo Le Bon, una inagotable sed de sometimiento.

Le Bon precisa que el más singular de los
fenómenos presentados por una masa psicológica, es
que "cualesquiera que sean los individuos que la componen y por
diversos o semejantes que puedan ser su género de vida,
sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el simple
hecho de hallarse transformados en una multitud le dota de una
especie de alma colectiva", y agrega que "esta alma les hace
sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de
como sentiría, pensaría y obraría cada uno
de ellos aisladamente. Ciertas ideas y ciertos sentimientos no
surgen ni se transforman en actos sino en los individuos
constituidos en multitud"[270]. Mijail Bakunin
señala que "desde el punto de vista de su existencia
terrestre, es decir, no ficticia, sino real, la masa de los
hombres presenta un espectáculo de tal modo degradante,
tan melancólicamente pobre de iniciativa, de voluntad y de
espíritu, que es preciso estar dotado verdaderamente de
una gran capacidad de ilusionarse para encontrar en ellos un alma
inmortal y la sombra de un libre arbitrio cualquiera se presentan
a nosotros como seres absoluta y fatalmente determinados:
determinados ante todo por la naturaleza exterior, por la
configuración del suelo y por todas las condiciones
materiales de su existencia; determinados por las innumerables
relaciones políticas, religiosas y sociales, por los
hábitos, las costumbres, las leyes, por todo un mundo de
prejuicios o de pensamientos elaborados lentamente por los siglos
pasados, y que se encuentran al nacer a la vida en sociedad, de
la cual ellos no fueron jamás los creadores, sino los
productos, primero, y más tarde los instrumentos. Sobre
mil hombres apenas se encontrará uno del que se pueda
decir, desde un punto de vista, no absoluto, sino solamente
relativo, que quiere y que piensa por sí mismo. La inmensa
mayoría de los individuos humanos, no solamente en las
masas ignorantes, sino también en las clases
privilegiadas, no quieren y no piensan más que lo que todo
el mundo quiere y piensa a su alrededor; creen sin duda querer y
pensar por sí mismos, pero no hacen más que
reproducir servilmente, rutinariamente, con modificaciones por
completo imperceptibles y nulas, los pensamientos y las
voluntades ajenas. Esa servilidad, esa rutina, fuentes
inagotables de la trivialidad, esa ausencia de rebelión en
la voluntad de iniciativa, en el pensamiento de los individuos
son las causas principales de la lentitud desoladora del
desenvolvimiento histórico de la
humanidad"[271]. La masa se hace despreciable, y
eso lo dejó muy claro Nietzsche, cuando
refiriéndose a las masas, decía: ¡que se
las lleve el diablo… y la estadística!
"A
través de las innumerables agencias de la
producción de masas y de su cultura, se inculcan al
individuo los estilos obligados de conducta,
presentándolos como los únicos naturales, decorosos
y razonables. El individuo queda cada vez más determinado
como cosa, como elemento
estadístico…"[272].

La masificación, según el filósofo
Eudoro Rodríguez Albarracín, se refiere a un
fenómeno sociológico e histórico inherente
al tipo de sociedad industrial, a la cultura de las grandes
ciudades, a la insurgencia de grandes conglomerados sociales y,
por lo tanto, a procesos que tienen que ver con el tipo actual de
civilización. La masificación como fenómeno
cultural alude al papel decreciente de la individualidad ante el
paso acelerado de una cultura estandarizada hecha para
multitudes. La masificación sumerge a las personas en el
anonimato y en el aislamiento que generan una vida y forma de
vida impersonal, comportamientos masivos y controlables por los
medios de información social. "Cuando en vez de comunidad
hay rebaño, todo es igual, todos piensan lo mismo, todos
van a comprar lo mismo en los mismos lugares, todos protestan por
lo mismo el mismo día. Y cuando todos piensan lo mismo,
hacen lo mismo, nace la indiferencia, se pierden los valores
humanos, se mata sin piedad, se explota sin límites. Hoy
nos hablan de las bondades del "pensamiento único", y
¿no será una consecuencia más del
rebaño en el que nos quieren meter? Perdemos así
silenciosamente la capacidad de admirar a los que son diferentes,
porque no hay nadie diferente y mejor, no existen los
héroes, los maestros de la vida, todo es chato, todo es
tristemente gris y monótono, sin matices que coloreen la
vida. A pesar de que estamos juntos, de que estamos reunidos, y a
pesar de que vivimos millones de hombres en una ciudad, hemos
llegado al más egoísta de los anonimatos, donde nos
cruzamos como máquinas por todas
partes"[273]. Es por eso que en las grandes
ciudades el hombre no está tan solo como cuando camina en
medio de las grandes multitudes. "Al contemplar en las grandes
ciudades –señala Ortega y Gasset– esas
inmensas aglomeraciones de seres humanos que van y vienen por sus
calles y se concentran en festivales y manifestaciones
políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este
pensamiento: ¿Puede hoy un hombre de veinte años
formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que,
por lo tanto, necesitaría realizarse mediante sus
iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares?
Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasía,
¿no notará que es, si no imposible, casi
improbable, porque no hay a su disposición espacio en que
poder alojarla y en que poder moverse según su propio
dictamen? Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el
prójimo, como la vida del prójimo aprieta la suya.
El desánimo le llevará, con la facilidad de
adaptación propia de su edad, a renunciar no sólo a
todo acto, sino hasta a todo deseo personal, y buscará la
solución opuesta: imaginará para sí una vida
estándar, compuesta de desiderata comunes a todos, y
verá que para lograrla tiene que solicitarla o exigirla en
colectividad con los demás"[274]. En el
ajetreo de las multitudinarias y bulliciosas ciudades, el
individuo cada vez más experimenta esas sensaciones de
impotencia, inseguridad, soledad, angustia e insignificancia de
las cuales nos habla Fromm:

"La inmensidad de las ciudades, en las que el
individuo se pierde, los edificios altos como montañas, el
incesante bombardeo acústico de la radio, los grandes
títulos periodísticos, que cambian tres veces al
día y dejan en la incertidumbre acerca de lo que debe
considerarse realmente importante, los espectáculos en que
cien muchachas exhiben su habilidad con precisión
cronométrica, borrando al individuo y actuando como una
máquina poderosa…, todos estos y muchos otros
detalles expresan una peculiar constelación en la que el
individuo se ve enfrentado por un mundo de dimensiones que
escapan a su fiscalización, y en comparación al
cual él no constituye sino una pequeña
partícula. Todo lo que puede hacer es ajustar su paso al
ritmo que se le impone, como lo haría un soldado en marcha
o el obrero frente a la correa sinfín
[…].

En su esencia el yo del individuo resulta
debilitado, de manera que se siente impotente y extremadamente
inseguro. Vive en un mundo con el que ha perdido toda
conexión genuina y en el cual todas las personas y todas
las cosas se han transformado en instrumentos, y en donde
él mismo no es más que una parte de la
máquina que ha construido con sus propias manos. Piensa,
siente y quiere lo que él cree que los demás
suponen que él deba pensar, sentir y querer; y en este
proceso pierde su propio yo, que debería constituir el
fundamento de toda seguridad genuina del individuo
libre"[275].

Cuando uno es un ser masificado, vive una vida "de
prestado". Vivir "de prestado" es vivir la vida que inventan
otros, una vida prestada, arrendada, hipotecada. Es no vivir, no
ser sujetos en la vida, sino objetos de la vida. Es estar muerto
en vida… La masificación produce ilusiones, y
éstas nos hacen cruzar de brazos y perder la mirada en el
vacío, fijando la vista en la
lejanía…

Estanislao Zuleta señala que en las ciudades
modernas muchas personas no saben quiénes son en realidad,
porque éstas significan una pérdida de identidad,
una disolución en la masa, en la circulación, en el
anonimato de los apartamentos. En su mundo de competencia viven
en un entusiasmo vacío y se deprimen. Zuleta nos muestra a
continuación un revelador y preocupante diagnóstico
sobre esta problemática:

"La tesis de Resolato es que las condiciones del
mundo capitalista o la manera de relacionarse las gentes entre
sí –de no estar nadie realmente con nadie– son
depresivas […].

Aquí todo el mundo le pasa de todo sin que
nadie lo acompañe en el sentido de lo vital. Mientras
más se apiña la gente en edificios menos relaciones
hay de vecindario; en cambio en una vereda donde hay pocas
casitas, separadas por cuadras enteras, los habitantes son
vecinos. En nuestra sociedad el trabajo es más insensato,
ofrece menos condiciones de realización. El consumo es
más anónimo. Entonces la sociedad misma es
deprimente. Contra la depresión se ensayan una cantidad de
métodos y reactivos, como por ejemplo el entusiasmo
vacío por un equipo de fútbol o por el ciclista tal
que va corriendo. Esa es una causa a la que uno no puede ayudar,
y cuyo resultado no lo va a cambiar. El entusiasmo vacío e
insensato tiene el privilegio de no producir angustia, mientras
el entusiasmo sensato, por una causa a la que uno pueda aportar y
que pueda cambiarle la vida, crea angustia. Construir entusiasmos
que no produzcan angustia es un fenómeno específico
del mundo capitalista. ¡Y cómo lo ha logrado!
[…].

El capitalismo multiplica al tiempo las dos cosas:
la depresión y el entusiasmo vacío. El entusiasmo
vacío es lo que el capitalismo está produciendo de
la manera más loca en la juventud. La lucha contra la
depresión se puede llamar marihuana, alcohol,
fútbol, nacionalismo, e incluso trabajo. Una de las
defensas obsesivas contra la depresión es tratar de
ganarla al otro, competir. El entusiasmo vacío nos
está dominando como una fuerza de lucha contra la
depresión fundamental que genera el modo de vida
capitalista […].

El conjunto de la civilización capitalista es
empobrecedora del hombre en general, del artista, del pensador,
de todo lo que en el hombre pueda ser un posible de
realización […]"[276].

El aprender a pensar por sí mismo,
permitirá al hombre crítico autogobernarse, ser
él mismo el amo y señor de sus pensamientos y sus
decisiones. Así podrá superar los sentimientos de
impotencia e inseguridad que lo agobian y el profundo aislamiento
moral, que le impelen a temer a la libertad en la conflictiva y
alienadora sociedad contemporánea en la cual el ser humano
se halla profundamente extraviado. La misma democracia, en sentir
de Erich Fromm, se expande gracias a la capacidad de autogobierno
del sujeto pensante, para que asuma decisiones racionales en los
aspectos cruciales de su vida, en donde otrora imperaban las
tradiciones, las costumbres, el prestigio o la fuerza de
autoridades exteriores al individuo.

"Ello significa que la democracia puede subsistir
solamente si se logra un fortalecimiento y una expansión
de la personalidad de los individuos, que los haga dueños
de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios
[…].

A menos que no logre restablecer una
vinculación con el mundo y la sociedad, que se funde sobre
la reciprocidad y la plena expansión de su propio yo, el
hombre contemporáneo está llamado a refugiarse en
alguna forma de evasión a la libertad. Tal evasión
se manifiesta por un lado por la creciente estandarización
de los individuos, la paulatina sustitución del yo
auténtico por el conjunto de funciones sociales adscritas
al individuo; por el otro se expresa con la propensión a
la entrega y al sometimiento voluntario de la propia
individualidad a autoridades omnipotentes que la anulan
[…].

Este naufragio de la personalidad en la existencia
impersonal, que huye de sí misma y que pierde en la
conducta socialmente prescrita toda su autenticidad, representa
realmente la situación del hombre contemporáneo, y
su desesperada necesidad de salir de la esclavitud del
anónimo todo el mundo y reconquistar su propio
auténtico yo"[277].

Conclusión

¿Cómo sabemos que hemos logrado el
desarrollo del sentido crítico, que hemos aprendido a
pensar por nosotros mismos? Cuando se cuestionan
sistemáticamente las evidencias. Cuando ningún
enunciado logra penetrar en nuestros oídos sin haber sido
previa y metódicamente examinado. Cuando hemos comprobado
la validez de una proposición. Pero, ¡cuidado! No
podemos llevar al extremo el sentido crítico y el pensar
por sí mismos. Todo con moderación, inclusive la
moderación. En la adopción e interiorización
de estas facultades debemos ser un poco aristotélicos:
estar en el centro y no irnos a los extremos. Hay que ocupar el
término medio entre los extremos. Si somos demasiado
críticos y exageramos el pensar por nosotros mismos,
corremos el riesgo del alejarnos del "término medio", del
"justo medio", y tornarnos en seres excesivamente racionales,
psicorrígidos, inflexibles, "acartonados" y
"fríos", con el concomitante riesgo de ser rechazados o
"eludidos" por las personas que piensan distinto o que tienen
plenamente direccionado su proyecto de vida bueno sin el aporte
de ninguna filosofía, ciencia, ideología o
religión. Cegados por nuestro exceso de criticidad y de
pensar por sí mismos, podemos tropezar con el
inconveniente de ir en contra de la realidad; de volvernos
defensores acérrimos de ideologías, de dogmas y de
modelos de vida. El filósofo, antes que un "reformador",
es un intelectual, un pensador.

Si bien es cierto que no sólo los que se dedican
al filosofar aprenden a pensar por sí mismos; cualquiera
que sepa vivir sabe pensar por sí mismo. Pero la
reflexión filosófica facilita esta alta actividad
tan crucial en la existencia humana, debido a que nos brinda las
herramientas más expeditas y prácticas que lo
orientan a uno en tan difícil quehacer, que otras ciencias
y otros saberes no poseen o no ofrecen de manera tan
evidente.

 

 

Autor:

Luis Angel Rios Perea

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[261] ORTEGA Y GASSET, José. Ob.
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