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Don Quijote de la Mancha



  1. Biografía de Miguel de
    Cervantes
  2. Personajes más
    importantes
  3. Historia del libro

Biografía
de Miguel de Cervantes

El insigne escritor, gloria de las letras
españolas, nació el 29 de septiembre de 1547 en
Alcalá de Henares (Madrid). Cuarto hijo del cirujano
Rodrigo de Cervantes y de Leonor de Cortinas. Cuando contaba 4
años de edad se trasladó con su familia a
Valladolid, ciudad donde estaba afincada la corte del rey de
España, Felipe II. En el año 1561 la corte fue
trasladada a Madrid, en donde la familia Cervantes se traslada
también. Poco se sabe de los estudios que cursara Miguel
en su infancia y adolescencia, pero no parece que fueran los que
hoy llamamos universitarios.

Se sabe que asistió a un colegio de
jesuitas pero se ignora la ciudad, aunque se sospecha que fue
durante su estancia en Valladolid. Ya en Madrid, parece ser que
fue maestro suyo Juan López de Hoyos, destacado literato
de la época. Con poco más de veinte años se
fue a Roma al servicio del cardenal Acquaviva. Recorrió
Italia, se enroló en la Armada Española y en 1571
participó con heroísmo en la batalla de Lepanto,
"la más grande ocasión que vieron los
siglos".

El 26 de septiembre de 1575, cuando
regresaba a España, los corsarios asaltaron su barco en la
desembocadura del río Ródano, le apresaron y
llevaron a Argel, donde sufrió cinco años de
cautiverio. Cervantes quedó libre después de que
unos frailes trinitarios pagaran por él un rescate, el 19
de septiembre de 1580. A su regreso a Madrid encontró a su
familia en la ruina. Cuando contaba 37 años de edad se
casa en Esquiváis (Toledo) con Catalina de Salazar y
Palacios, de 19 años; arruinada también su carrera
militar, intenta sobresalir en las letras. Y publica la novela
"La Galatea" (1585) y lucha, sin éxito, por
destacar en el teatro. Sin medios para vivir, es destinado a
Andalucía como comisario de abastos y recaudador de
impuestos para la Armada Invencible. Allí acaba en la
cárcel, acusado de irregularidades en sus cuentas.
También fue excomulgado por tres veces ante el intento de
cobrar a la iglesia los impuestos que ésta estaba obligada
a satisfacer.

En 1605 publica la primera parte del
Quijote; el éxito dura poco. En 1606 regresa a
Madrid, en donde vive con apuros económicos y se entrega a
la creación literaria. En sus últimos años
publica las "Novelas ejemplares" (1613), el "Viaje
del Parnaso"
(1614), "Ocho comedias y ocho
entremeses"
(1615) y la segunda parte del Quijote
(1615). El triunfo literario no lo libró de sus penurias
económicas. Dedicó sus últimos meses de vida
a "Los trabajos de Persiles y Segismunda" (de
publicación póstuma, en 1617). Murió en
Madrid el 23 de abril de 1616 y fue enterrado de
caridad.

Cervantes centró sus primeros afanes
literarios en la poesía y el teatro, géneros que
nunca abandonaría. Su obra poética abarca sonetos,
canciones, églogas, romances, letrillas y otros poemas
menores dispersos o incluidos en sus comedias y en sus novelas.
También escribió dos poemas mayores: Canto de
Calíope
(incluido en "La Galatea") y
"Viaje del Parnaso" (1614). La valoración de su
poesía se ha visto perjudicada por ir incluida dentro de
casi todas sus novelas, por la celebridad alcanzada como
novelista en prosa e incluso por su propia confesión en
este famoso terceto que figura en "Viaje del
Parnaso"

De la primera época (1580-1587),
anterior al triunfo de Lope de Vega, se conservan dos tragedias:
"El trato de Argel" y "La destrucción de
Numancia".
A la segunda época pertenecen las
"Ocho comedias y ocho entremeses" (1615). Las comedias
son "El gallardo español"; "La casa de los celos y
selvas de Ardenia"; "Los baños de Argel"; "El
rufián dichoso"; "La gran Sultana doña Catalina de
Oviedo"; "El laberinto de amor"; "La entretenida
y Pedro
de Urdemalas"..
Y los entremeses: "El juez de los
divorcios"; " El rufián viudo"; " La elección de
los alcaldes de Daganzo"; " La guarda cuidadosa"; " El
vizcaíno fingido"; " El retablo de las maravillas"; " La
cueva de Salamanca"; "El viejo celoso
".

Es posible que Cervantes empezara a
escribir el Quijote en alguno de sus varios periodos de
encarcelamiento a finales del siglo XVI, pero casi nada se sabe
con certeza. En el verano de 1604 estaba terminada la
edición de la primera parte, que se publicó a
comienzos de 1605 con el título de "El ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha
"; el éxito fue
inmediato. Luego en Tarragona, en el año 1614
aparecía la publicación apócrifa escrita por
alguien oculto en el seudónimo de Alonso Fernández
de Avellaneda, quien acumuló en el prólogo insultos
contra Cervantes. Alguno de sus biógrafos apunta a su
eterno rival y enemigo Lope de Vega, como la persona que se
ocultaba tras el seudónimo de Alonso Fernández de
Avellaneda. Cervantes llevaba muy avanzada la segunda parte de su
inmortal novela, pero acuciado por el robo literario y por las
injurias recibidas, hubo de darse prisa para la
publicación de su segunda parte que tituló "El
ingenioso caballero don Quijote de la Mancha"
y
apareció en 1615; por ello, a partir del
capítulo LIX, no perdió ocasión de
ridiculizar al falso Quijote y de asegurar la
autenticidad de los verdaderos don Quijote y Sancho. En 1617 las
dos partes se publicaron juntas en Barcelona. Y desde entonces el
Quijote se convirtió en uno de los libros
más editados del mundo y, con el tiempo, traducido a todas
las lenguas con tradición literaria.

Aunque la verdadera y merecida fama, le
viene a Miguel de Cervantes por su inmortal novela de don
Quijote de la Mancha
y por otras novelas de menor
repercusión, traemos a esta página web una escogida
selección de poesías de las que casi todas ellas
han sido extraídas de sus obras en prosa más
conocidas. Con esto intentamos dar a conocer también la
dimensión de gran poeta del Siglo de Oro español,
que por derecho le corresponde, y al que en su tiempo fue
galardonado con los apelativos popularmente otorgados de
"Fénix de los Ingenios" y "Príncipe de las Letras
Españolas".

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Personajes
más importantes

– Don Quijote: Alto, flaco, con
barba larga, educado y con mucha imaginación.
También conocido como "El Caballero de la Triste Figura",
su nombre real es Alonso Quijano. Al leer muchos libros llega a
inventar un mundo en le cual el es un caballero, y se pone como
nombre Don Quijote, para así poder revivir todas las
aventuras que ha leído. En sus pensamientos siempre se
encuentra su amada Dulcinea.– Sancho Panza: Bajo y
regordete. Fiel amigo de Don Quijote, lo acompaña en todas
sus aventuras como escudero, al final de la novela se ve como el
va creyendo todas las cosas que Don Quijote quiere ver y
creer.

Dulcinea del Toboso: Su verdadero
nombre es Aldonza Lorenzo, Don Quijote siempre estuvo enamorado
de ella.– Rocinante: Caballo viejo y delgado de Don
Quijote.– El cura: Licenciado Pedro Pérez, no
estaba de acuerdo con la lectura de los libros que trataban sobre
caballerías, por lo que visitaba constantemente a Don
Quijote.- Aldonza Quijana: Sobrina de Don Quijote, no
tenía más de 20 años, vivía con Don
Quijote.

Historia del
libro

CAPÍTULO 1: Que trata de la
condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la
Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no
quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo
de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero,
salpicón las más noches, duelos y quebrantos los
sábados, lentejas los viernes, algún palomino de
añadidura los domingos, consumían las tres partes
de su hacienda. El resto dela concluían sayo de velarte,
calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo,
los días de entre semana se honraba con su vellorí
de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba
de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un
mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín
como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con
los cincuenta años, era de complexión recia, seco
de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza.
Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o
Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que de
este caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se
deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a
nuestro cuento; basta que en la narración del no se salga
un punto de la verdad. Es, pues, de saber, que este sobredicho
hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del
año) se daba a leer libros de caballerías con tanta
afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el
ejercicio de la caza, y aun la administración de su
hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en
esto, que vendió muchas anegas de tierra de sembradura,
para comprar libros de caballerías en que leer; y
así llevó a su casa todos cuantos pudo haber de
ellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los
que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de
su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le
parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer
aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas
partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que
a mi razón se hace, de tal manera mi razón
enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra
hermosura, y también cuando leía: los altos cielos
que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la
vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el
pobre caballero el juicio, y desvelabas por entenderlas, y
desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las
entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para
sólo ello.

No estaba muy bien con las heridas que don
Belinos daba y recibía, porque se imaginaba que por
grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de
tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y
señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su
libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas
veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la
letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera,
y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos
no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de
su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre
cuál había sido mejor caballero, Palmearán
de Inglaterra o Añadís de Jaula; mas maese
Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que
ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le
podía comparar, era don Galaor, hermano de
Añadís de Gaula, porque tenía muy acomodada
condición para todo; que no era caballero melindroso, ni
tan llorón como su hermano, y que en lo de la
valentía no le iba en zaga.

Decía él, que el Cid Ruy
Díaz había sido muy buen caballero; pero que no
tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que
de sólo un revés había partido por medio dos
fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del
Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán
el encantado, valiéndose de la industria de
Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la
Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante
Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca,
que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable
y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinadlos de
Montalbán, y más cuando le veía salir de su
castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó
aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según
dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al
traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su
sobrina de añadidura.

Capítulo 2: Que trata de la
primera salida que de su tierra hizo el ingenioso D.
Quijote

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso
aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento,
apretándole a ello la falta que él pensaba que
hacía en el mundo su tardanza, según eran los
agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones
que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y
así, sin dar parte a persona alguna de su
intención, y sin que nadie le viese, una mañana,
antes del día (que era uno de los calurosos del mes de
Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre
Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embarazó su
adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral,
salió al campo con grandísimo contento y alborozo
de ver con cuánta facilidad había dado principio a
su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le
asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le
hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le vino a la
memoria que no era armado caballero, y que, conforme a la ley de
caballería, ni podía ni debía tomar armas
con ningún caballero; y puesto qeu lo fuera, había
de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el
escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos
le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo
más su locura que otra razón alguna, propuso de
hacerse armar caballero del primero que topase, a
imitación de otros muchos que así lo hicieron,
según él había leído en los libros
que tal le tenían.

En lo de las armas blancas pensaba
limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más
que un armiño: y con esto se quietó y
prosiguió su camino, sin llevar otro que el que su caballo
quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza
de las aventuras. Yendo, pues, caminando nuestro flamante
aventurero, iba hablando consigo mismo, y diciendo:
¿Quién duda sino que en los venideros tiempos,
cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos,
que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue a contar
esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera?
"Apenas había el rubicundo Apolo tendidopor la faz de la
ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos
cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con
sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua
armonía la venida de la rosada aurora que dejando la
blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del
manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso
caballero D. Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas,
subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó
a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel." (Y era la
verdad que por él caminaba) y añadió
diciendo: "dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde
saldrán a luz las famosas hazañas mías,
dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y
esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria
en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera
que seas, a quien ha de tocar el ser coronista de esta peregrina
historia! Ruégate que no te olvides de mi buen Rocinante
compañero eterno mío en todos mis caminos y
carreras." Luego volvía diciendo, como si verdaderamente
fuera enamorado: "¡Oh, princesa Dulcinea, señora de
este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en
despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme
no parecer ante la vuestra hermosura.

Con estos iba ensartando otros disparates,
todos al modo de los que sus libros le habían
enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y
con esto caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y
con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si
algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin
acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba,
porque quisiera topar luego, con quien hacer experiencia del
valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera
aventura que le avino fue la de Puerto Lápice; otros dicen
que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido
averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales
de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al
anochecer, su rocín y él se hallaron cansados
y

muertos de hambre; y que mirando a todas
partes, por ver si descubriría algún castillo o
alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese
remediar su mucha necesidad, vio no lejos del camino por donde
iba una venta, que fue como si viera una estrella, que a los
portales, si no a los alcázares de su redención, le
encaminaba. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella
a tiempo que anochecía. Estaban acaso a la puerta dos
mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales iban a
Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche
acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo
cuanto pensaba, veía o imaginaba, le parecía ser
hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego
que vio la venta se le representó que era un castillo con
sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su
puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que
semejantes castillos se pintan.

Fuese llegando a la venta (que a él
le parecía castillo), y a poco trecho de ella detuvo las
riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese
entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que
llegaba caballero al castillo; pero como vió que se
tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la
caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y
vió a las dos distraídas mozas que allí
estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas, o
dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se
estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero,
que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos
(que sin perdón así se llaman), tocó un
cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le
representó a D. Quijote lo que deseaba, que era que
algún enano hacía señal de su venida, y
así con extraño contento llegó a la venta y
a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella
suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a
entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo por su huida su
miedo, alzándose la visera de papelón y
descubriendo su seco y polvoso rostro, con gentil talante y voz
reposada les dijo: non fuyan las vuestras mercedes, nin teman
desaguisado alguno, ca a la órden de caballería que
profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto
más a tan altas doncellas, como vuestras presencias
demuestran.

Capítulo 3: Donde se cuenta
la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse
caballero.

Y así, fatigado de este pensamiento,
abrevió su venteril y limitada cena, la cual acabada
llamó al ventero, y encerrándose con él en
la caballeriza, se hincó de rodillas ante él,
diciéndole, no me levantaré jamás de donde
estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía,
me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en
alabanza vuestra y en pro del género humano. El ventero
que vió a su huésped a sus pies, y oyó
semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber
qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se
levantase; y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que
él le otorgaba el don que le pedía. No esperaba yo
menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío,
respondió D. Quijote; y así os digo que el don que
os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es
que mañana, en aquel día, me habéis de armar
caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo
velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se
cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir
por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en
pro de los menesterosos, como está a cargo de la
caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo
deseo a semejantes fazañas es inclinado.

Preguntóle si traía dineros:
respondió Don Quijote que no traía blanca, porque
él nunca había leído en las historias de los
caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto
dijo el ventero que se engañaba: que puesto caso que en
las historias no se escribía, por haberles parecido a los
autores de ellas que no era menester escribir una cosa tan clara
y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias,
no por eso se había de creer que no los trajeron; y
así tuviese por cierto y averiguado que todos los
caballeros andantes (de que tantos libros están llenos y
atestados) llevaban bien erradas las bolsas por lo que pudiese
sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una arqueta
pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que
recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos,
donde se combatían y salían heridos, había
quien los curase, si ya no era que tenían algún
sabio encantador por amigo que luego los socorría,
trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con
alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota
de ella, luego al punto

quedaban sanos de sus llagas y heridas,
como si mal alguno no hubiesen tenido; mas que en tanto que esto
no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que
sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas
necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y
cuando sucedía que los tales caballeros no tenían
escuderos (que eran pocas y raras veces), ellos mismos lo
llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se
parecían a las ancas del caballo, como que era otra cosa
de más importancia; porque no siendo por ocasión
semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los
caballeros andantes; y por esto le daba por consejo (pues
aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan
presto lo había de ser), que no caminase de allí
adelante san dineros y sin las prevenciones referidas, y que
vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos
se pensase. Prometió le don Quijote de hacer lo que se le
aconsejaba con toda puntualidad; y así se dio luego orden
como velase las armas en un corral grande, que a un lado de la
venta estaba, y recogiéndolas Don Quijote todas, las puso
sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embarazando su
adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se
comenzó a pasear delante de la pila; y cuando
comenzó el paseo, comenzaba a cerrar la noche.

Capítulo 4: De lo que le
sucedió a nuestro caballero cuando salió de la
venta.

La del alba sería cuando Don Quijote
salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan
alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le
reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la
memoria los consejos de su huésped acerca de las
prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo,
en especial la de los dineros y camisas, determinó volver
a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta
de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos,
pero muy a propósito para el oficio escuderil de la
caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante
hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta
gana comenzó a caminar, que parecía que no
ponía los pies en el suelo. No había andado mucho,
cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de
un bosque que allí estaba, salían unas voces
delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo
oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que
me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo
pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde
pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda
son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi
favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a
Rocinante hacia donde le pareció que las voces
salían; y a pocos pasos que entró por el bosque,
vió atada una yegua a una encina, y atado en otra un
muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince
años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque
le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen
talle, y cada azote le acompañaba con una
reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda
y los ojos listos.

Y el muchacho respondía: no lo
haré otra vez, señor mío; por la
pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo
prometo de tener de aquí adelante más cuidado con
el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:
descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender
no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza,
(que también tenía una lanza arrimada a la encina,
adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer
ser de cobardes lo que estáis haciendo. El labrador, que
vio sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la
lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas
palabras respondió: señor caballero, este muchacho
que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una
manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan
descuidado que cada día me falta una, y porque castigo su
descuido o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por
no pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima
que miente. ¿Miente, delante de mí, ruin villano?
dijo Don Quijote. Por el sol que nos alumbra, que estoy por
pasaros de parte a parte con esta lanza: pagadle luego sin
más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que
os concluya y aniquile en este punto: desatadlo luego.

El labrador bajó la cabeza, y sin
responder palabra desató a su criado, al cual
preguntó Don Quijote que cuánto le debía su
amo. El dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la
cuenta Don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres
reales, y díjole al labrador que al momento los
desembolsase, si no quería morir por ello.
Respondió el medroso villano, que por el paso en que
estaba y juramento que había hecho (y aún no
había jurado nada), que no eran tantos, porque se le
había de descontar y recibir en cuenta tres pares de
zapatos que le había dado, y un real de dos
sangrías que le habían hecho estando enfermo. Bien
está todo eso, replicó Don Quijote; pero
quédense los zapatos y las sangrías por los azotes
que sin culpa le habéis dado, que si él
rompió el cuero de los zapatos que vos pagásteis,
vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó
el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la
habéis sacado; así que por esta parte no os debe
nada. El daño está, señor caballero, en que
no tengo aquí dineros: véngase Andrés
conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre
otro.

Capítulo 5: Donde se prosigue la
narración de la desgracia de nuestro
caballero.

Viendo, pues, que en efecto no podía
menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que
era pensar en algún paso de sus libros, y trájole
su cólera a la memoria aquel de Baldovinos y del
marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en
la montaña… historia sabida de los niños, no
ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de viejos, y
con todo esto no más verdadera que los milagros de Mahoma.
Esta, pues, le pareció a él que le venía de
molde para el paso en que se hallaba, y así con muestras
de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra,
y a decir con debilitado aliento lo mismo que dicen decía
el herido caballero del bosque: ¿Dónde
estáis, señora mía, que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora, o eres falsa y desleal. Y de esta
manera fue prosito. Y quiso la suerte que cuando llegó a
este verso acertó a pasar por allí un labrador de
su mismo lugar, y vecino suyo, que venía de llevar una
carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre
allí tendido, se llegó a él y le
preguntó que quién era y qué mal
sentía que tan tristemente se quejaba.

Enviado por:

Giovanna Areli Guerra Hdz

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