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La Reencarnación. Un don de gracia de la vida




Enviado por Maite Valderrama




    La Reencarnación – Monografias.com

    La Reencarnación

    Un don de gracia
    de la vida

    La creencia de volver a nacer es tan antigua como la
    humanidad. Más de la mitad de la humanidad considera como
    una cosa totalmente natural la ley de Causa y efecto así
    como el pensamiento de que uno se pueda encarnar varias veces.
    Esto se encuentra en todos los círculos culturales
    –en ningún caso únicamente en Oriente como
    muchos creen.

    El pensamiento de la reencarnación fue parte de
    la filosofía griega, en Pitágoras, en
    Platón; existía en Egipto y hubo y hay una y otra
    vez grandes espíritus, poetas y filósofos que con
    toda naturalidad parten del pensamiento de que podemos vivir a
    menudo en la Tierra para purificarnos. En los tiempos de
    Jesús, el pensamiento de la reencarnación se
    encontraba también en la creencia popular judía. El
    judío Shalom Ben Chorin, un científico de la
    religión, escribió: «El pensamiento de la
    reencarnación es en el judaísmo de los tiempos de
    Jesús una evidente creencia popular… Por eso la
    gente consideró a Jesús como uno de los antiguos
    profetas que volvió a venir (Lucas 9, 8 y
    19)

    También en la época del cristianismo de
    los primeros tiempos pasaron muchos escritos de mano en mano, en
    los que con toda naturalidad se partía del pensamiento de
    la reencarnación. Así, por ejemplo, en la
    Pistis Sofía, uno de los evangelios
    apócrifos (=ocultos), según el cual Jesús,
    en relación con el regreso de un alma desde el Más
    allá en un cuerpo humano, dice que el alma bebe «un
    vaso con la bebida del olvido».Sin embargo, como muchos
    otros, estos escritos no fueron incorporados al canon de la
    Biblia eclesiástica. La poderosa Iglesia en
    formación, que Jesús de Nazaret no fundó,
    alrededor de finales del siglo I empezó por primera vez a
    seleccionar determinados textos dejando a otros de lado.
    Sólo a finales del siglo IV se concluyó este
    proceso selectivo (canonización).

    Jerónimo (345-420), el escritor de la Biblia,
    recibió en el año 383 el encargo del Papa
    Dámaso I de redactar en latín un texto
    bíblico unificado. Así surgió la llamada
    Vulgata, la Biblia latina que hasta hoy se le «vende»
    al pueblo de buena fe como la verdadera palabra de Dios. Pero
    Jerónimo tenía a su disposición cualquier
    cosa menos una base textual unitaria. Actualmente se conocen
    cerca de 4.860 manuscritos griegos del Nuevo Testamento, de los
    cuales no hay dos que concuerden en el texto. Algunos
    teólogos cuentan hoy cerca de 100.000 diferentes
    variantes. Jerónimo, que durante su trabajo alteró
    más o menos 3.500 párrafos en los evangelios,
    escribió en su tiempo al Papa: «¿No
    habrá por lo menos uno, que a mí (…) no me
    califique a gritos de falsificador y sacrílego religioso,
    porque tuve la osadía de agregar, modificar o corregir
    algunas cosas en los viejos libros, los evangelios?».

    Pero ¿qué eliminó y qué agregó
    él? ¿Y qué es lo que
    cambió?

    Se trata especialmente del conocimiento sobre la
    reencarnación y de la preexistencia del alma.
    Jerónimo sabía muy bien que la reencarnación
    formaba parte de la enseñanza cristiana de los primeros
    tiempos. En una carta él escribió sobre
    Orígenes (185-254), el maestro de la sabiduría del
    cristianismo antiguo, diciendo que según su
    enseñanza el alma del ser humano «cambia su
    cuerpo». (Epístola 16) Y en otra carta se encuentra
    la declaración: «La enseñanza del regresar,
    desde los primeros tiempos se predicó como una fe
    transmitida por la tradición».

    A pesar de las muchas manipulaciones de los textos
    bíblicos, han quedado aún algunas cosas que se
    pueden leer entre líneas, que al lector atento le pueden
    dar una cierta idea del hecho de la reencarnación y de la
    preexistencia del alma. En el Libro de la Sabiduría
    (Sabiduría 8, 19)
    se encuentra también una
    clara alusión a la preexistencia del alma. Salomón,
    el autor de esta parte de la Biblia, dice de sí mismo:
    «Yo era un niño talentoso y había
    recibido un alma buena, o mejor dicho: bueno, como yo era,
    llegué a un cuerpo puro».

    También en el Nuevo Testamento hay referencias
    sobre la reencarnación. Así dice Jesús sobre
    Juan el Bautista: «Él es Elías, el que
    iba a venir» (Mt 11, 14);
    y después:
    «Pero Yo os digo: Elías vino ya, pero no le
    reconocieron sino que hicieron con él cuanto
    quisieron». (Mt 17, 12)
    En otra parte Jesús
    pregunta a Sus discípulos: ¿Quién dicen
    los hombres que es Jesús de Nazaret, el Hijo del
    Hombre?».
    Y Sus discípulos respondieron:
    «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías;
    otros que Jeremías o uno de los profetas». (Mt.16,
    13s)

    Por tanto, como judíos, los contemporáneos
    de Jesús partían de la idea de que una persona se
    puede encarnar varias veces. Cuán viva estaba la
    enseñanza de la reencarnación en el cristianismo de
    los orígenes, antes de ser víctima del complot de
    la casta sacerdotal, se demuestra de manera ejemplar en el ya
    mencionado gran maestro del cristianismo de los primeros tiempos,
    Orígenes (185-254). Él fue sin duda el erudito
    más conocido y significativo del cristianismo antiguo. Su
    sabiduría y su vida esclarecieron espiritualmente por
    más de tres siglos toda la región
    mediterránea. No obstante, Orígenes vivió
    justamente en una época en que el cristianismo originario
    se estaba transformando a marchas forzadas en una
    institución de poder, basada en rituales externos y
    tradiciones adoptadas del paganismo. Ya en vida se le
    combatió implacablemente.

    Pero ha llegado el momento en que el Cristo de Dios ha
    regalado y ha aclarado nuevamente a la humanidad el conocimiento
    de la reencarnación en la palabra profética, dada a
    través de Gabriele, la profeta de enseñanza y
    mensajera de Dios para esta época. Desde hace más
    de 30 años, Dios, el Padre todopoderoso y bondadoso, ha
    vuelto a hablar a Sus hijos. Y como Jesús lo
    anunció hace 2000 años, Él nos ha conducido
    a través de la palabra profética a toda la verdad,
    en la medida en que los seres humanos la puedan
    comprender.

    El hombre cosecha lo que él ha sembrado
    anteriormente. Lo que se nos presenta en esta vida, lo hemos
    provocado nosotros mismos, posiblemente en una vida anterior. Hoy
    lo podemos reconocer y purificar con la ayuda del Cristo de Dios.
    ¿No es esto una gran misericordia? Podemos estar
    agradecidos de que Dios nos regale una y otra vez una oportunidad
    para liberarnos de nuestras cargas y purificarnos –en vez
    de, como lo afirma la Iglesia, disponer sólo de una vida
    en la que todo se tendría que decidir de modo
    definitivo.

    El principio de la reencarnación no tiene tampoco
    nada que ver con una «auto redención», que tal
    vez haría innecesario el acto redentor del Nazareno. Por
    el contrario: Sólo la fuerza redentora del Cristo de Dios
    es la que nos permite levantarnos una y otra vez con Su ayuda,
    cuando hemos caído, el provocar una y otra vez un cambio
    en nosotros desde el interior, y paulatinamente irnos
    desarrollando cada vez más hacia lo superior, de
    encarnación en encarnación, cumpliendo más y
    más Su voluntad.

    El alma era originalmente un ser espiritual libre de
    cargas pecaminosas, en el Reino de Dios. Pero un día
    algunos seres espirituales se apartaron de Dios; cayeron y
    cayeron –dicho literalmente– a las profundidades.
    Esta Caída se produjo por lo tanto debido a la
    rebelión contra Dios. Algunos seres divinos querían
    ser omnipresentes, querían ser como Dios. Pero como existe
    sólo un Dios, una Ley Absoluta que lo abarca todo, en
    realidad uno no se puede rebelar contra Dios. Quien se rebela,
    cae en el efecto de sus causas, en la cosecha de su
    siembra.

    De este modo, los seres caídos, por el suceso de
    la Caída cayeron en una condensación cada vez
    más intensa, pasando de lo espiritual, de la sustancia
    sutil a una existencia material, a una envoltura material. En
    este traje material –como ser humano– el alma
    está atada en su vehículo corporal a la ley de
    Causa y efecto, que en última instancia ella misma
    creó. En tanto el alma esté sometida a estas
    legitimidades en su cuerpo físico, tiene que reparar
    también el desorden que con sus pecados ha provocado en el
    orden cósmico. Esto es en realidad muy claro y
    evidentemente justo. Porque no se puede esperar de Dios
    –como lo hacen abiertamente los teólogos– que
    Él haga desaparecer como por arte de magia el desorden que
    un alma ha provocado por su comportamiento negativo y
    excesivamente pecaminoso. Pues Dios concedió a Sus hijos
    la libertad. Y esta libertad, unida a la ley de Causa y efecto,
    implica que aquello que yo mismo he provocado, también lo
    tengo que reparar yo mismo.

    La
    Reencarnación en tu Árbol
    genealógico

    Podemos especular y argumentar intelectualmente y decir:
    Nosotros los hombres tenemos una larga cadena genealógica.
    Sea tan larga como fuere, tiene que haber sido implantada en
    algún momento en el hombre por alguien que ha intervenido
    en la determinación de la línea de nuestra vida, de
    las sustancias hereditarias.

    Nosotros los hombres buscamos siempre un culpable. Muy
    raras veces decimos: "Es mi culpa". En este caso podríamos
    echar la culpa por ejemplo a Adán y Eva. Sin embargo, si
    observamos a la humanidad actual tendríamos que defender a
    Adán y Eva, porque es imposible que Adán y Eva
    tengan la culpa de todo este engendro diabólico de la
    humanidad, como es el abuso de seres humanos, abuso de
    niños, abortos, violencia, tráfico de drogas,
    fraude y corrupción por todas partes, divorcios,
    mutilación de plantas y animales por medio de cultivos,
    cruzamientos, manipulación genética,
    vivisección contaminación de las aguas,
    destrucción de la atmósfera terrestre, y muchas
    más cosas. Nosotros somos los malhechores.

    Se dice que provenimos del mono. ¿No
    tendríamos que proteger entonces también a estas
    formas de vida superiores? Si se controlara su material
    genético, seguramente no se encontraría en
    él lo inferior humano, lo egoísta y el afán
    destructor de la vida.

    Cuando hablamos de la destrucción de la
    atmósfera terrestre o de la contaminación de las
    aguas, nadie dirá que la culpa la tienen los
    "extraterrestres". En este punto sí aceptamos la ley de
    causa y efecto. Si alguien dijese que el autor de un abuso a un
    menor no es culpable sino otra persona ajena, nos
    echaríamos las manos a la cabeza y diríamos "que no
    se puede condenar a un inocente habiendo ya localizado al autor".
    Si embargo, cuando se trata de nuestras propias culpas, de las
    cadenas de cargas personales que se componen de nuestra manera
    egoísta y desconsiderada de sentir, percibir, pensar,
    hablar y actuar, así como de nuestros deseos y ansias
    perversos, de lo cual van resultando los planes para nuestras
    sucesivas encarnaciones, muchos gritan diciendo: "¡Esto no
    puede ser!". O sea que cuando se trata de nosotros mismos somos
    ilógicos. ¿Por qué?

    Porque no queremos admitir que somos realmente tal y
    como somos. Queremos aparentar ser de otra manera a lo que
    corresponde actualmente nuestro carácter. En base a la ley
    del libre albedrío cada uno ha forjado su propia cadena de
    cargas, de la cual resulta el plan de vida para sus vidas
    terrenales. El que conozca algo sobre estas intercomunicaciones
    causales puede decir con razón que ayer fuimos lo que hoy
    somos.

    Cada ser humano está marcado por lo que le
    sucede, tanto en el aspecto positivo como en el negativo. Lo que
    hoy es y lo que hoy se encuentra en su camino de la vida, lo
    originó en el "ayer". El "ayer" significa las
    encarnaciones previas. Cada uno de nosotros se encuentra en la
    Tierra como en una escuela para aprender de lo que la vida le
    muestra. Esto significa que estamos ahora otra vez en la Tierra
    para aprender de nuestros errores pasados, de lo que
    todavía no ha sido purificado por nosotros, de lo que no
    hemos sacado todavía las enseñanzas para nuestra
    vida. Deberíamos tomar conciencia una y otra vez de que
    sólo nos puede suceder lo que está ya presente en
    nuestro plan de vida. Se trata siempre de cosas que no hemos
    aprendido en nuestras encarnaciones anteriores o como almas en
    los planos de purificación.

    Cada paso de aprendizaje que nos saca fuera del enredo
    causal en que nos hemos metido, nos acerca un paso más
    hacia la libertad. En la medida en que nos liberamos de nuestras
    cargas del alma, transformando con la ayuda del Cristo de Dios,
    nuestro Redentor, los programas pecaminosos, es decir, negativos,
    y no volviendo a caer en ellos, tanto más nos acercaremos
    a la libertad. Así se nos presentarán
    también cada vez menos lecciones para aprender, porque nos
    hemos acercado más a nuestra herencia divina, al amor a
    Dios y al prójimo, a la pureza, la libertad y la
    justicia.

    Muchas cosas nos suceden y sin embargo no vienen de
    fuera; los causantes no son las demás personas sino que
    solamente nos sucede aquello que en vidas anteriores ya
    habíamos grabado en los astros, en la computadora
    cósmica, y de lo que hemos de reconocer y purificar en
    esta vida terrenal la parte que pertenece al plan de vida de la
    existencia actual en la Tierra. Esto significa que la
    irradiación de aquellos planetas que llevan una parte
    determinada de nuestras causas, que se ha activado o que
    está a punto de activarse, nos conduce a la
    encarnación. Por lo tanto nosotros, siendo almas, traemos
    a la existencia terrenal el plan de vida activado, en el cual
    también está contenido el plan de
    construcción de nuestro cuerpo.

    Por lo tanto somos nosotros mismos los responsables por
    nuestra vida en la Tierra. Lo que sembremos también lo
    cosecharemos. Si nos comportamos de forma insensata actuando
    contra nuestra herencia divina, la ley del amor a Dios y al
    prójimo y la libertad, tendremos que soportar
    también lo que resulta de ello. Es decir, el destino de
    cada uno es su propio destino. Este se compone de todo su sentir,
    percibir, pensar, hablar, querer y hacer individual. No se graba
    el mero pensamiento o la palabra "Adornada" sino los contenidos.
    Todo lo que introducimos en nuestros sentimientos, sensaciones,
    pensamientos, palabras y actos son los elementos que constituyen
    nuestro destino. Estos los almacenamos, como ya he explicado, en
    nuestra alma y en los astros correspondientes.

    Si nuestra alma vuelve a encarnarse, entonces se
    acoplará de acuerdo con su plan de vida a su árbol
    genealógico, a partir del cual se inicia su nuevo ciclo de
    vida con situaciones, problemas, avisos, destinos y encuentros
    con personas.

    Desde el momento de la fecundación, y así
    desde que el óvulo se instala en la matriz, nuestra vida
    terrenal la determinamos nosotros mismos y nadie
    más.

    Lo que cada uno
    siembra, es su equipaje al más
    allá

    Del libro "El mensaje dado desde el infinito. Tomo
    I", de la Editorial Vida Universal, que es un compendio de varias
    manifestación dadas por el mundo espiritual puro a
    través de Gabriele, la profeta y mensajera de Dios para
    nuestro tiempo, hemos obtenido algunos párrafos de una
    Manifestación de Dios-Padre dada en el año 1988. La
    profecía de Dios en la actualidad no es la palabra de la
    Biblia, sino que va mucho más allá de esta. De esta
    forma recopilamos las siguientes palabras dadas por Dios, El
    Eterno:

    "Yo Soy vuestro Señor y Dios, no debéis
    tener ningún otro Dios aparte de Mí.
    ¿Dónde está el hombre bajo la señal
    de la Resurrección? ¿Está al lado de Mi
    Hijo, a quien envié a la humanidad para que los hombres
    volvieran a ser así como Yo los visualicé y
    creé, divinos?

    ¿Qué son vuestros dioses? A pesar de que
    rezáis con los labios a un Dios, se trata de Mammon, la
    riqueza, se trata de las cosas externas de este mundo: riqueza,
    prestigio, egoísmo en innumerables variaciones. La
    mayoría de Mis hijos reza, pero ¿dónde
    está el cumplimiento de la oración? Mirad a vuestro
    mundo y miraos al fin y al cabo a vosotros mismos. Muchos dicen:
    ¡Cristo, Cristo, Tu mi Redentor! ¿Qué le
    entregáis a vuestro Redentor? Vosotros rezáis, pero
    lo que rezáis a vuestro Redentor tenéis que
    llevarlo a la práctica para que volváis a ser como
    Yo os he visualizado y creado y volváis a ver Mi rostro
    como hijos de vuestro Padre, que Yo Soy.

    ¿Cuánto tiempo vais a seguir hablando del
    espíritu sin convertiros en espíritu de Mi
    Espíritu? ¿Cuánto tiempo vais a seguir
    hablando del amor de Dios sin convertiros en amor de Mi Amor?
    ¿Cuánto tiempo vais a seguir leyendo los evangelios
    en vuestras biblias sin que viváis de acuerdo con
    ellos?

    Vosotros encubrís lo que se os envió y es
    enviado, los profetas, y con ello Mi palabra y la palabra de Mi
    Hijo. Muchos entre vosotros son hipócritas, afirman el
    amor de Dios, eso es lo único. ¿Cuál es su
    posición? ¿Cuál es la posición de
    todos aquellos que se denominan representantes de la vida? Si
    fueran representantes de la vida serían hijos de Dios, una
    unidad en el Espíritu de su Redentor.

    ¿De qué se componen vuestras religiones?
    Únicamente del ansia de poder terrenal. Pues si poseyeran
    el Espíritu de la verdad, muchos estarían en la
    Tierra animados por la verdad, y la profecía yo no
    sería más necesaria, ya que los Míos
    serían Mi palabra. Sin embargo, de esta manera son hombres
    engañosos que se adhieren al modo de pensar de los que
    sólo aspiran a tener poder y prestigio en esta Tierra. De
    esta manera se reniega de Cristo día tras día, hora
    tras hora, minuto tras minuto. Y así se siembra la duda
    sobre el Espíritu eterno, que Yo Soy, la vida de eternidad
    a eternidad.

    Hijos Míos, aún sois seres humanos, pero
    en vosotros está la vida irradiante que proviene de
    Mí. ¿Qué ocurre cuando abandonáis lo
    temporal, el cuerpo? ¿Creéis que los Cielos se
    abren y que vosotros estáis en el Santuario de vuestro
    Padre? Pero no, en el instante en el que se cierran los ojos
    físicos sólo cambiáis el escenario, pero
    vosotros seguís siendo los mismos. Vuestro equipaje no es
    ropa, zapatos, dinero y bienes; vuestro equipaje para los
    ámbitos sutiles del más allá es aquello que
    habéis escrito en vuestras almas: odio, envidia,
    enemistad, disputa o bien el amor desinteresado, la
    armonía y la paz. Lo que sembráis ahora, en estos
    instantes, con vuestros pensamientos, va a vuestra alma, eso sois
    vosotros mismos, ése es vuestro equipaje: con él
    traspasareis los velos de la conciencia y despertareis como alma,
    reconociendo lo que se ha quedado adherido a vosotros.

    Ya os dije que muchas oraciones no dan frutos.
    ¿Por qué? Porque no están animadas por el
    amor hacia Mí. Oh ved, Yo Soy Espíritu,
    Espíritu omnipresente y eternamente fluente. Tu libre
    albedrío consiste en que Yo te toco con Mi
    Espíritu, pero no te apremio a pensar, vivir y actuar de
    forma espiritual. Así como el sol no te apremia a acoger
    los rayos. El irradia. No te insta a salir de la sombra hacia la
    luz; no te apremia a salir del sótano hacia la claridad,
    no te insta a abrir tus ventanas y puertas, el irradia, y
    así irradio Yo.

    Sólo aquel que desarrolla el altruismo comunica
    con el altruismo, conmigo, el Espíritu. Cada pensamiento
    puro y desinteresado es lo mismo que la comunicación
    conmigo, el Espíritu. Cada pensamiento humano comunica de
    nuevo con lo humano. Lo que el hombre siembra, eso cosecha, en
    ello está la comunicación.

    O sea que si solo rezas pero no vivificas tu
    oración con el amor, con el amor desinteresado, no
    comunicas con las fuerzas más elevadas del amor. Por eso
    tus oraciones son estériles. Hijo Mio, ¿Qué
    te mandó Jesús de Nazaret? ¡Realizar el
    Sermón de la Montaña! ¿Qué te manda
    Cristo, tu Redentor? Reconocer y llevar a la práctica el
    Sermón de la Montaña en los detalles de la vida,
    pues ése es el camino al reino del interior.

    Oh ved y captad, hijos míos, que el camino de
    salida de la esclavitud del yo humano os es ofrecido de nuevo.
    Dicho con prudencia, hijo Mío, es sólo ofrecido. En
    ello reconoces que no te obligo, no te influencio. Yo irradio. Y
    si tú das el primer paso hacia el altruismo, encuentras
    cada vez más acceso a la omniabarcante comunicación
    pura con las fuerzas positivas de la vida, conmigo, el
    Espíritu de tu Padre.

    Aunque Mis palabras sean serias, reconoces en ellas la
    esperanza para ti, la paz para ti, la armonía para ti y el
    amor desinteresado que todo lo abarca para ti. No digas "para
    otros". ¡Para ti!, pues cuando te has convertido en el
    instrumento de Mi amor, irradias Mi amor y puedes vivificar a tu
    prójimo.

    Hijo Mío si puedes captar el sentido de Mis
    palabras, comprenderás que Yo no te conduzco a ninguna
    religión. Yo no te conduzco a ninguna religión
    externa. Yo no te guío a ningún hombre al que
    tengas que obedecer. Yo te guío al Reino del interior, a
    tu Redentor. Y la conducción está en cada
    pensamiento que sopeses, la conducción está en cada
    palabra, en cada acto, pues Yo, la fuerza de la vida, estoy en
    todo.

    Transforma el tiempo, hijo Mío, pensando en una
    dimensión cósmica. Yo te irradio Mi amor, si lo
    aceptas, enriquecerás en el interior. Si dudas,
    también está bien. Si te ríes de ello,
    también está bien. Si desechas Mi Palabra,
    también está en orden, para ti. Pero Yo sigo
    irradiando por toda la eternidad. En base a ello, hijo
    Mío, volverás a encontrarme a Mí. El cuando
    te lo dejo a ti, pues tú tienes el libre albedrío.
    La ley que te has creado por medio de tu yo humano actúa
    sobre ti. Si te liberas de ello encontrarás el SER
    cósmico y estarás en comunicación conmigo,
    el Espíritu de tu Padre. Y vivirás en gloria, en
    paz y amor desinteresado conmigo, tu Padre, de eternidad a
    eternidad.

    Ese Soy Yo, el Espíritu de eternidad a eternidad,
    y tú eres, quieras aceptarlo o no, Mi hijo, de eternidad a
    eternidad".

    En todo el
    infinito no existe ninguna casualidad

    Hemos escuchado que todo es conciencia. Por ello
    también nuestra alma, el cuerpo espiritual encarnado, es
    conciencia. La conciencia espiritual se compone de
    múltiples facetas de vida interna. Son los aspectos de
    conciencia de lo espiritual en los reinos de la naturaleza, en
    los astros del infinito y en nuestro prójimo. Todos estos
    aspectos de conciencia se comunican entre sí, pues lo
    igual está constantemente en comunicación con lo
    igual. Si los aspectos o facetas de la conciencia espiritual en
    nuestra alma están enturbiados a causa de los pecados, el
    hombre no puede percibir estos aspectos puros de
    conciencia.

    Si el computador causal activa las causas, las
    turbiedades del alma, comienzan éstas a hacerse activas y
    a entrar en comunicación intensa con aquel. Estas causas
    activas tendrán entonces efectos en el cuerpo
    físico. El alma –el microcosmos-, se comunica
    entonces con sus propios programas de carga, que están
    acumulados en los astros. Solamente el núcleo de ser
    incargable del alma mantiene la comunicación con el
    macrocosmos, con el ser puro.

    Correspondientemente a la carga del alma, se vuelve
    ésta pobre en energía. Y puesto que todo es
    conciencia, también son conciencia los componentes del
    cuerpo físico, es decir, las células, los
    órganos, los vasos sanguíneos, etc. Si éstos
    no pueden ser suficientemente abastecidos con fuerza de vida
    espiritual, con el hálito de la totalidad, porque el
    hombre se ha apartado de Dios a causa del pecado,
    empobrecerán las células corporales y los
    órganos. Si el microcosmos, el alma encarnada, no
    está por consiguiente en armonía con el
    macrocosmos, con el ser puro, tampoco su cuerpo físico
    puede ser abastecido más con suficiente energía.
    Esto significa que las partes del cuerpo enferman.

    Enfermedades, accidente, golpes del destino y muchas
    cosas más pueden llevar a la muerte del cuerpo
    físico, no sin embargo a la muerte del alma. El alma, el
    microcosmos en el macrocosmos, es inmortal. Ella sigue viviendo.
    ¿Cómo? Esto lo determina cada hombre por sí
    mismo mediante su ley personal, la ley del yo, denominada
    también ley del Karma. Lo que el hombre siembra,
    cosechará. El hombre cosechará su siembra, sus
    causas, en toda proporción, tanto tiempo como no haya
    disuelto los conflictos, los problemas que condujeron a las
    causas, y se una a las legitimidades cósmicas que
    corresponden a su cuerpo espiritual puro.

    Lo que el alma trajo de las encarnaciones anteriores a
    la actual y lo que ha causado en ésta, tiene que
    soportarlo el hombre en el momento en que esto se haga activo.
    Por eso la ley de causa y efecto, la ley del karma, es la ley de
    la compensación. No es pues el prójimo quien ha de
    soportar lo que yo he causado, sino yo solo habré de
    soportarlo. Mi prójimo no me puede causar nada a mí
    ni en mí. Siempre soy yo el único que he creado mis
    causas. Mi prójimo puede solamente contribuir a que yo
    cree las causas o las aumente, pero entonces existe
    también en mí el imán para ello, que atrae
    lo que mi prójimo emite. El se convierte entonces en
    co-causante; si embargo, él asume tan sólo su parte
    en las causas, y yo la mía.

    El hombre estará confrontado continuamente con
    las mismas causas, es decir problemas, pensamientos, deseos,
    pasiones, etc., hasta que disuelva estas ilegitimidades y se
    libere con ello de la rueda de la reencarnación. Nosotros
    hemos creado por tanto nuestro propio mundo, nuestro mundo como
    en un capullo en el que estamos enredados. Este se compone de
    nuestras sensaciones, pensamientos, palabras y actos, de nuestras
    pasiones y deseos. Es nuestra ley del yo, creada por nosotros
    mismos, que forma una o varias facetas en la rueda de la
    reencarnación, en la ley del Karma, que son partes
    nuestras. Es decir, tenemos toda la responsabilidad de nuestro
    destino, de nuestra enfermedad, de nuestros padecimientos y
    miserias.

    Aunque nos rebelemos contra esta verdad, nosotros
    tenemos que padecer lo que hemos sembrado, a no ser que lo
    purifiquemos a tiempo. La ayuda para esto nos la proporciona la
    energía del día, esto es, los impulsos del
    día que nos son mostrados por los acontecimientos, las
    personas, los pensamientos y sentimientos. Esto significa que
    nosotros mismos somos responsables de nuestra vida.

    Por eso no debemos nunca culpar a nuestro
    prójimo de nuestros problemas y enfermedades. Tampoco
    podemos echar la culpa solamente a gérmenes
    patógenos o hablar de casualidades, pues en todo el
    infinito no existe ninguna casualidad. Todo es
    comunicación y, consecuentemente,
    atracción.

    Cada día que se presenta al hombre, contiene la
    oportunidad para dar la vuelta. Cada día nos trae
    también los aspectos de lo que hemos introducido en la
    computadora causal, en la rueda de la reencarnación, para
    reconocerlo y purificarlo a tiempo. Si no aprovechamos la
    oportunidad de los muchos momentos valiosos del día, nos
    parecerá a menudo como si estuviéramos acuciados
    por pensamientos, teorías y personas. Pero en realidad nos
    acucia lo que nosotros mismos somos, nuestras causas que
    están registradas en la computadora causal. Los aspectos
    del día nos muestran solamente lo que somos nosotros
    mismos y lo que debemos reconocer y purificar hoy.

    Si no vivimos el momento porque nos ocupamos de cosas
    insignificantes quizá de nuestro pasado o del futuro no
    aprovechamos las muchas oportunidades que nos trae el día.
    Al contrario, aumentamos nuestros problemas y dificultades
    mediante sensaciones, pensamientos, palabras y actos iguales o
    parecidos, o incrementamos la enfermedad al quejarnos y
    lamentarnos. Así seguimos construyendo nuestro destino. El
    alma, que es magnética, registra todo lo que parte de
    nosotros, lo cual vuelve a entrar en ella y en la computadora
    causal.

    La Ley de Causa y
    efecto llamada también ley del Karma

    Manifestación del Reino espiritual
    – 15 de diciembre de 1980

    El mundo y esta Tierra existen por las causas que
    ocurrieron desde la Caída de algunos hijos de Dios. Quien
    actúa contra la vida y contra las leyes del Señor
    crea vibraciones contrarias a la ley de Dios. La Gran Ley de Dios
    que lo abarca todo, en la que todo hijo de Dios es un ser que
    existirá siempre y en la que todos somos iguales ante Sus
    ojos, no es cumplida ni en las religiones ni en las sectas ni en
    las castas.

    Allí donde el hombre mire hay limitación y
    estrechez. Nadie tiene nada que decirle al otro, todos luchan
    contra todos. Si no es con palabras y armas externas, entonces
    con armas igual de peligrosas, traidoras e invisibles: con
    sensaciones y pensamientos contrarios a la ley de Dios. El hombre
    también ata su alma a este mundo con tales vibraciones
    invisibles. Sólo cuando el alma haya abandonado su casa de
    carne y hueso, todas las sensaciones, pensamientos, palabras y
    actos quedan al descubierto y son visibles para los demás
    seres. Pero a menudo ya pueden ser vistos cuando el alma
    está aún encarnada, aunque de otro modo que en el
    reino de las almas.

    Las distintas enfermedades, preocupaciones, desgracias,
    necesidades, ansiedades, odio, envidia y enemistades, pero
    también guerras y crímenes son efectos de causas
    anteriormente creadas.

    Quien se ocupe de la ley del karma, tiene que creer
    irremediablemente en la reencarnación del alma en un
    cuerpo terrenal. Pues el karma, la culpa del alma, se
    originó sólo por causas creadas en anteriores
    encarnaciones del alma, por pensamientos y actos contrarios a la
    ley.

    Esta Tierra es la escuela de todos los hijos de Dios
    caídos y cargados. A toda alma le es dada la posibilidad
    de poner en orden rápidamente su culpa en la materia, en
    tiempo y espacio. Este lugar para poner en orden las culpas, en
    el que se le da la posibilidad al alma de limpiarse mucho
    más fácil y rápidamente, lo ha creado
    Jesucristo, el Redentor de la humanidad e Hijo primogénito
    de Dios, por Su acción de bondad; pues antes de la
    Redención de las almas, la Tierra era el punto de apoyo de
    la jerarquía satánica.

    Con su acción redentora, el Hijo de Dios no
    sólo ha dado una señal visible como Jesús de
    Nazaret, instruyendo a la humanidad en el amor, sino
    también mostrándolo a través de Su vida,
    enseñando con ello que con el cumplimiento del mandamiento
    más poderoso, el amor, toda alma volverá a
    encontrar el camino a la casa del Padre. Su misión como
    Mesías tenía una razón mucho más
    profunda de lo que mostraba la vida visible del Nazareno. Su
    acción como Corregente de los Cielos fue decisiva. Cuando
    el Hijo de Dios fue a encarnarse, toda la creación de la
    Caída se puso en contra de Él.

    Todas las almas caídas tanto en los planos de
    purificación, como en la Tierra, se dirigieron contra el
    Hijo de Dios. Estas fuerzas negativas aglomeradas las
    venció encarnando, enfrentándose a ellas con amor y
    misericordia, en vez de odio, envidia y enemistad. Por este
    suceso en el acto de Redención, el Espíritu de
    Cristo vive y actúa como destello redentor en todas las
    almas, tanto en los hombres como en las almas desencarnadas,
    guiando a todas las almas de vuelta al destello primario, al
    núcleo del ser.

    O sea que esto significa: Jesucristo, el Hijo de Dios,
    guía a todas las almas hacia la luz primaria, a la
    unión con Dios, el Padre eterno. Ya que el destello
    redentor de Jesucristo actúa con más intensidad en
    las almas encarnadas en la Tierra, éste es el lugar de
    misericordia, es decir, la posibilidad de tener un tiempo
    más corto de purificación del alma que en los
    ámbitos de purificación. Desde la Tierra, un alma
    puede volver a encontrar mucho más rápidamente el
    camino hacia el Reino de la vida, en tanto reconozca el camino de
    purificación y se subordine a las leyes del Señor,
    las cumpla y haga penitencia; no así el hombre perezoso
    que vive según sus costumbres diarias y sólo mira
    hacia este mundo y sus brillos aparentes.

    Una vida en la Tierra, que sólo se orienta hacia
    la materia, es tiempo perdido y energía derrochada.
    Después de tal paso por la Tierra, un alma así
    volverá a encarnarse y a pasar por el camino de la materia
    hasta que despierte y vaya por el camino de la luz interna. Ya
    que la humanidad se ha vuelto ignorante respecto a estas leyes a
    causa de las ataduras eclesiástico-dogmáticas, no
    capta el profundo sentido de su vida en la Tierra.

    Muchos hombres acusan a Dios, nuestro Señor, por
    sus enfermedades y fracasos, ya sean golpes del destino de
    diversa clase o por pobreza, miseria, ataques por parte de otros,
    disputas familiares o incluso desavenencias, por divorcios y
    muchas cosas más, por todo lo que el mar de causas y
    efectos por ellos creados arroja a la playa.

    Antes o después, aparecen los efectos de cada
    causa. Ningún alma se libera de tener que reconocer las
    causas por ella creadas y de arrepentirse de ellas, para que la
    mano de Dios, que ayuda, pueda actuar a través de
    Jesucristo, el Redentor. No importa si el alma se encuentra
    encarnada o en los planos astrales, toda causa recibe más
    pronto o más tarde su eco.

    Dios es infalible y santo. Pero ningún hombre es
    santo e infalible. El único Santo y Absoluto no ha enviado
    ninguna causa a Sus hijos. Toda alma que haya actuado o
    actúe contra la ley del Señor, ha creado y
    seguirá creando las causas por sí misma. El hombre
    sabe que a cada acción le sigue una reacción, esto
    significa, a cada causa un efecto. Jesucristo dijo: ¡Lo que
    sembréis es lo que cosecharéis! Por eso
    también es falsa la declaración de que Dios es un
    Dios que castiga.

    Dios, nuestro Padre, no castiga ni condena. Dios,
    nuestro Padre, sólo permite los efectos legítimos
    que siguen a las causas creadas por los hombres, para que Su
    hijo, antes o después, se reconozca a sí mismo y
    llegue al arrepentimiento, de modo que la culpa del alma pueda
    ser aminorada, aliviada y luego borrada.

    Dios, nuestro Padre, es un regente que ama, que
    está lejos del castigo y la condenación. El hombre
    mismo lleva día a día su vara de castigo en la
    mano. Son sus sensaciones, pensamientos, palabras y obras
    contrarias a las leyes de Dios.

     

     

    Autor:

    Maite Valderrama

    www.radio-santec.com

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