La Reencarnación – Monografias.com
La Reencarnación
Un don de gracia
de la vida
La creencia de volver a nacer es tan antigua como la
humanidad. Más de la mitad de la humanidad considera como
una cosa totalmente natural la ley de Causa y efecto así
como el pensamiento de que uno se pueda encarnar varias veces.
Esto se encuentra en todos los círculos culturales
–en ningún caso únicamente en Oriente como
muchos creen.
El pensamiento de la reencarnación fue parte de
la filosofía griega, en Pitágoras, en
Platón; existía en Egipto y hubo y hay una y otra
vez grandes espíritus, poetas y filósofos que con
toda naturalidad parten del pensamiento de que podemos vivir a
menudo en la Tierra para purificarnos. En los tiempos de
Jesús, el pensamiento de la reencarnación se
encontraba también en la creencia popular judía. El
judío Shalom Ben Chorin, un científico de la
religión, escribió: «El pensamiento de la
reencarnación es en el judaísmo de los tiempos de
Jesús una evidente creencia popular… Por eso la
gente consideró a Jesús como uno de los antiguos
profetas que volvió a venir (Lucas 9, 8 y
19)
También en la época del cristianismo de
los primeros tiempos pasaron muchos escritos de mano en mano, en
los que con toda naturalidad se partía del pensamiento de
la reencarnación. Así, por ejemplo, en la
Pistis Sofía, uno de los evangelios
apócrifos (=ocultos), según el cual Jesús,
en relación con el regreso de un alma desde el Más
allá en un cuerpo humano, dice que el alma bebe «un
vaso con la bebida del olvido».Sin embargo, como muchos
otros, estos escritos no fueron incorporados al canon de la
Biblia eclesiástica. La poderosa Iglesia en
formación, que Jesús de Nazaret no fundó,
alrededor de finales del siglo I empezó por primera vez a
seleccionar determinados textos dejando a otros de lado.
Sólo a finales del siglo IV se concluyó este
proceso selectivo (canonización).
Jerónimo (345-420), el escritor de la Biblia,
recibió en el año 383 el encargo del Papa
Dámaso I de redactar en latín un texto
bíblico unificado. Así surgió la llamada
Vulgata, la Biblia latina que hasta hoy se le «vende»
al pueblo de buena fe como la verdadera palabra de Dios. Pero
Jerónimo tenía a su disposición cualquier
cosa menos una base textual unitaria. Actualmente se conocen
cerca de 4.860 manuscritos griegos del Nuevo Testamento, de los
cuales no hay dos que concuerden en el texto. Algunos
teólogos cuentan hoy cerca de 100.000 diferentes
variantes. Jerónimo, que durante su trabajo alteró
más o menos 3.500 párrafos en los evangelios,
escribió en su tiempo al Papa: «¿No
habrá por lo menos uno, que a mí (…) no me
califique a gritos de falsificador y sacrílego religioso,
porque tuve la osadía de agregar, modificar o corregir
algunas cosas en los viejos libros, los evangelios?».
Pero ¿qué eliminó y qué agregó
él? ¿Y qué es lo que
cambió?
Se trata especialmente del conocimiento sobre la
reencarnación y de la preexistencia del alma.
Jerónimo sabía muy bien que la reencarnación
formaba parte de la enseñanza cristiana de los primeros
tiempos. En una carta él escribió sobre
Orígenes (185-254), el maestro de la sabiduría del
cristianismo antiguo, diciendo que según su
enseñanza el alma del ser humano «cambia su
cuerpo». (Epístola 16) Y en otra carta se encuentra
la declaración: «La enseñanza del regresar,
desde los primeros tiempos se predicó como una fe
transmitida por la tradición».
A pesar de las muchas manipulaciones de los textos
bíblicos, han quedado aún algunas cosas que se
pueden leer entre líneas, que al lector atento le pueden
dar una cierta idea del hecho de la reencarnación y de la
preexistencia del alma. En el Libro de la Sabiduría
(Sabiduría 8, 19) se encuentra también una
clara alusión a la preexistencia del alma. Salomón,
el autor de esta parte de la Biblia, dice de sí mismo:
«Yo era un niño talentoso y había
recibido un alma buena, o mejor dicho: bueno, como yo era,
llegué a un cuerpo puro».
También en el Nuevo Testamento hay referencias
sobre la reencarnación. Así dice Jesús sobre
Juan el Bautista: «Él es Elías, el que
iba a venir» (Mt 11, 14); y después:
«Pero Yo os digo: Elías vino ya, pero no le
reconocieron sino que hicieron con él cuanto
quisieron». (Mt 17, 12) En otra parte Jesús
pregunta a Sus discípulos: ¿Quién dicen
los hombres que es Jesús de Nazaret, el Hijo del
Hombre?». Y Sus discípulos respondieron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías;
otros que Jeremías o uno de los profetas». (Mt.16,
13s)
Por tanto, como judíos, los contemporáneos
de Jesús partían de la idea de que una persona se
puede encarnar varias veces. Cuán viva estaba la
enseñanza de la reencarnación en el cristianismo de
los orígenes, antes de ser víctima del complot de
la casta sacerdotal, se demuestra de manera ejemplar en el ya
mencionado gran maestro del cristianismo de los primeros tiempos,
Orígenes (185-254). Él fue sin duda el erudito
más conocido y significativo del cristianismo antiguo. Su
sabiduría y su vida esclarecieron espiritualmente por
más de tres siglos toda la región
mediterránea. No obstante, Orígenes vivió
justamente en una época en que el cristianismo originario
se estaba transformando a marchas forzadas en una
institución de poder, basada en rituales externos y
tradiciones adoptadas del paganismo. Ya en vida se le
combatió implacablemente.
Pero ha llegado el momento en que el Cristo de Dios ha
regalado y ha aclarado nuevamente a la humanidad el conocimiento
de la reencarnación en la palabra profética, dada a
través de Gabriele, la profeta de enseñanza y
mensajera de Dios para esta época. Desde hace más
de 30 años, Dios, el Padre todopoderoso y bondadoso, ha
vuelto a hablar a Sus hijos. Y como Jesús lo
anunció hace 2000 años, Él nos ha conducido
a través de la palabra profética a toda la verdad,
en la medida en que los seres humanos la puedan
comprender.
El hombre cosecha lo que él ha sembrado
anteriormente. Lo que se nos presenta en esta vida, lo hemos
provocado nosotros mismos, posiblemente en una vida anterior. Hoy
lo podemos reconocer y purificar con la ayuda del Cristo de Dios.
¿No es esto una gran misericordia? Podemos estar
agradecidos de que Dios nos regale una y otra vez una oportunidad
para liberarnos de nuestras cargas y purificarnos –en vez
de, como lo afirma la Iglesia, disponer sólo de una vida
en la que todo se tendría que decidir de modo
definitivo.
El principio de la reencarnación no tiene tampoco
nada que ver con una «auto redención», que tal
vez haría innecesario el acto redentor del Nazareno. Por
el contrario: Sólo la fuerza redentora del Cristo de Dios
es la que nos permite levantarnos una y otra vez con Su ayuda,
cuando hemos caído, el provocar una y otra vez un cambio
en nosotros desde el interior, y paulatinamente irnos
desarrollando cada vez más hacia lo superior, de
encarnación en encarnación, cumpliendo más y
más Su voluntad.
El alma era originalmente un ser espiritual libre de
cargas pecaminosas, en el Reino de Dios. Pero un día
algunos seres espirituales se apartaron de Dios; cayeron y
cayeron –dicho literalmente– a las profundidades.
Esta Caída se produjo por lo tanto debido a la
rebelión contra Dios. Algunos seres divinos querían
ser omnipresentes, querían ser como Dios. Pero como existe
sólo un Dios, una Ley Absoluta que lo abarca todo, en
realidad uno no se puede rebelar contra Dios. Quien se rebela,
cae en el efecto de sus causas, en la cosecha de su
siembra.
De este modo, los seres caídos, por el suceso de
la Caída cayeron en una condensación cada vez
más intensa, pasando de lo espiritual, de la sustancia
sutil a una existencia material, a una envoltura material. En
este traje material –como ser humano– el alma
está atada en su vehículo corporal a la ley de
Causa y efecto, que en última instancia ella misma
creó. En tanto el alma esté sometida a estas
legitimidades en su cuerpo físico, tiene que reparar
también el desorden que con sus pecados ha provocado en el
orden cósmico. Esto es en realidad muy claro y
evidentemente justo. Porque no se puede esperar de Dios
–como lo hacen abiertamente los teólogos– que
Él haga desaparecer como por arte de magia el desorden que
un alma ha provocado por su comportamiento negativo y
excesivamente pecaminoso. Pues Dios concedió a Sus hijos
la libertad. Y esta libertad, unida a la ley de Causa y efecto,
implica que aquello que yo mismo he provocado, también lo
tengo que reparar yo mismo.
La
Reencarnación en tu Árbol
genealógico
Podemos especular y argumentar intelectualmente y decir:
Nosotros los hombres tenemos una larga cadena genealógica.
Sea tan larga como fuere, tiene que haber sido implantada en
algún momento en el hombre por alguien que ha intervenido
en la determinación de la línea de nuestra vida, de
las sustancias hereditarias.
Nosotros los hombres buscamos siempre un culpable. Muy
raras veces decimos: "Es mi culpa". En este caso podríamos
echar la culpa por ejemplo a Adán y Eva. Sin embargo, si
observamos a la humanidad actual tendríamos que defender a
Adán y Eva, porque es imposible que Adán y Eva
tengan la culpa de todo este engendro diabólico de la
humanidad, como es el abuso de seres humanos, abuso de
niños, abortos, violencia, tráfico de drogas,
fraude y corrupción por todas partes, divorcios,
mutilación de plantas y animales por medio de cultivos,
cruzamientos, manipulación genética,
vivisección contaminación de las aguas,
destrucción de la atmósfera terrestre, y muchas
más cosas. Nosotros somos los malhechores.
Se dice que provenimos del mono. ¿No
tendríamos que proteger entonces también a estas
formas de vida superiores? Si se controlara su material
genético, seguramente no se encontraría en
él lo inferior humano, lo egoísta y el afán
destructor de la vida.
Cuando hablamos de la destrucción de la
atmósfera terrestre o de la contaminación de las
aguas, nadie dirá que la culpa la tienen los
"extraterrestres". En este punto sí aceptamos la ley de
causa y efecto. Si alguien dijese que el autor de un abuso a un
menor no es culpable sino otra persona ajena, nos
echaríamos las manos a la cabeza y diríamos "que no
se puede condenar a un inocente habiendo ya localizado al autor".
Si embargo, cuando se trata de nuestras propias culpas, de las
cadenas de cargas personales que se componen de nuestra manera
egoísta y desconsiderada de sentir, percibir, pensar,
hablar y actuar, así como de nuestros deseos y ansias
perversos, de lo cual van resultando los planes para nuestras
sucesivas encarnaciones, muchos gritan diciendo: "¡Esto no
puede ser!". O sea que cuando se trata de nosotros mismos somos
ilógicos. ¿Por qué?
Porque no queremos admitir que somos realmente tal y
como somos. Queremos aparentar ser de otra manera a lo que
corresponde actualmente nuestro carácter. En base a la ley
del libre albedrío cada uno ha forjado su propia cadena de
cargas, de la cual resulta el plan de vida para sus vidas
terrenales. El que conozca algo sobre estas intercomunicaciones
causales puede decir con razón que ayer fuimos lo que hoy
somos.
Cada ser humano está marcado por lo que le
sucede, tanto en el aspecto positivo como en el negativo. Lo que
hoy es y lo que hoy se encuentra en su camino de la vida, lo
originó en el "ayer". El "ayer" significa las
encarnaciones previas. Cada uno de nosotros se encuentra en la
Tierra como en una escuela para aprender de lo que la vida le
muestra. Esto significa que estamos ahora otra vez en la Tierra
para aprender de nuestros errores pasados, de lo que
todavía no ha sido purificado por nosotros, de lo que no
hemos sacado todavía las enseñanzas para nuestra
vida. Deberíamos tomar conciencia una y otra vez de que
sólo nos puede suceder lo que está ya presente en
nuestro plan de vida. Se trata siempre de cosas que no hemos
aprendido en nuestras encarnaciones anteriores o como almas en
los planos de purificación.
Cada paso de aprendizaje que nos saca fuera del enredo
causal en que nos hemos metido, nos acerca un paso más
hacia la libertad. En la medida en que nos liberamos de nuestras
cargas del alma, transformando con la ayuda del Cristo de Dios,
nuestro Redentor, los programas pecaminosos, es decir, negativos,
y no volviendo a caer en ellos, tanto más nos acercaremos
a la libertad. Así se nos presentarán
también cada vez menos lecciones para aprender, porque nos
hemos acercado más a nuestra herencia divina, al amor a
Dios y al prójimo, a la pureza, la libertad y la
justicia.
Muchas cosas nos suceden y sin embargo no vienen de
fuera; los causantes no son las demás personas sino que
solamente nos sucede aquello que en vidas anteriores ya
habíamos grabado en los astros, en la computadora
cósmica, y de lo que hemos de reconocer y purificar en
esta vida terrenal la parte que pertenece al plan de vida de la
existencia actual en la Tierra. Esto significa que la
irradiación de aquellos planetas que llevan una parte
determinada de nuestras causas, que se ha activado o que
está a punto de activarse, nos conduce a la
encarnación. Por lo tanto nosotros, siendo almas, traemos
a la existencia terrenal el plan de vida activado, en el cual
también está contenido el plan de
construcción de nuestro cuerpo.
Por lo tanto somos nosotros mismos los responsables por
nuestra vida en la Tierra. Lo que sembremos también lo
cosecharemos. Si nos comportamos de forma insensata actuando
contra nuestra herencia divina, la ley del amor a Dios y al
prójimo y la libertad, tendremos que soportar
también lo que resulta de ello. Es decir, el destino de
cada uno es su propio destino. Este se compone de todo su sentir,
percibir, pensar, hablar, querer y hacer individual. No se graba
el mero pensamiento o la palabra "Adornada" sino los contenidos.
Todo lo que introducimos en nuestros sentimientos, sensaciones,
pensamientos, palabras y actos son los elementos que constituyen
nuestro destino. Estos los almacenamos, como ya he explicado, en
nuestra alma y en los astros correspondientes.
Si nuestra alma vuelve a encarnarse, entonces se
acoplará de acuerdo con su plan de vida a su árbol
genealógico, a partir del cual se inicia su nuevo ciclo de
vida con situaciones, problemas, avisos, destinos y encuentros
con personas.
Desde el momento de la fecundación, y así
desde que el óvulo se instala en la matriz, nuestra vida
terrenal la determinamos nosotros mismos y nadie
más.
Lo que cada uno
siembra, es su equipaje al más
allá
Del libro "El mensaje dado desde el infinito. Tomo
I", de la Editorial Vida Universal, que es un compendio de varias
manifestación dadas por el mundo espiritual puro a
través de Gabriele, la profeta y mensajera de Dios para
nuestro tiempo, hemos obtenido algunos párrafos de una
Manifestación de Dios-Padre dada en el año 1988. La
profecía de Dios en la actualidad no es la palabra de la
Biblia, sino que va mucho más allá de esta. De esta
forma recopilamos las siguientes palabras dadas por Dios, El
Eterno:
"Yo Soy vuestro Señor y Dios, no debéis
tener ningún otro Dios aparte de Mí.
¿Dónde está el hombre bajo la señal
de la Resurrección? ¿Está al lado de Mi
Hijo, a quien envié a la humanidad para que los hombres
volvieran a ser así como Yo los visualicé y
creé, divinos?
¿Qué son vuestros dioses? A pesar de que
rezáis con los labios a un Dios, se trata de Mammon, la
riqueza, se trata de las cosas externas de este mundo: riqueza,
prestigio, egoísmo en innumerables variaciones. La
mayoría de Mis hijos reza, pero ¿dónde
está el cumplimiento de la oración? Mirad a vuestro
mundo y miraos al fin y al cabo a vosotros mismos. Muchos dicen:
¡Cristo, Cristo, Tu mi Redentor! ¿Qué le
entregáis a vuestro Redentor? Vosotros rezáis, pero
lo que rezáis a vuestro Redentor tenéis que
llevarlo a la práctica para que volváis a ser como
Yo os he visualizado y creado y volváis a ver Mi rostro
como hijos de vuestro Padre, que Yo Soy.
¿Cuánto tiempo vais a seguir hablando del
espíritu sin convertiros en espíritu de Mi
Espíritu? ¿Cuánto tiempo vais a seguir
hablando del amor de Dios sin convertiros en amor de Mi Amor?
¿Cuánto tiempo vais a seguir leyendo los evangelios
en vuestras biblias sin que viváis de acuerdo con
ellos?
Vosotros encubrís lo que se os envió y es
enviado, los profetas, y con ello Mi palabra y la palabra de Mi
Hijo. Muchos entre vosotros son hipócritas, afirman el
amor de Dios, eso es lo único. ¿Cuál es su
posición? ¿Cuál es la posición de
todos aquellos que se denominan representantes de la vida? Si
fueran representantes de la vida serían hijos de Dios, una
unidad en el Espíritu de su Redentor.
¿De qué se componen vuestras religiones?
Únicamente del ansia de poder terrenal. Pues si poseyeran
el Espíritu de la verdad, muchos estarían en la
Tierra animados por la verdad, y la profecía yo no
sería más necesaria, ya que los Míos
serían Mi palabra. Sin embargo, de esta manera son hombres
engañosos que se adhieren al modo de pensar de los que
sólo aspiran a tener poder y prestigio en esta Tierra. De
esta manera se reniega de Cristo día tras día, hora
tras hora, minuto tras minuto. Y así se siembra la duda
sobre el Espíritu eterno, que Yo Soy, la vida de eternidad
a eternidad.
Hijos Míos, aún sois seres humanos, pero
en vosotros está la vida irradiante que proviene de
Mí. ¿Qué ocurre cuando abandonáis lo
temporal, el cuerpo? ¿Creéis que los Cielos se
abren y que vosotros estáis en el Santuario de vuestro
Padre? Pero no, en el instante en el que se cierran los ojos
físicos sólo cambiáis el escenario, pero
vosotros seguís siendo los mismos. Vuestro equipaje no es
ropa, zapatos, dinero y bienes; vuestro equipaje para los
ámbitos sutiles del más allá es aquello que
habéis escrito en vuestras almas: odio, envidia,
enemistad, disputa o bien el amor desinteresado, la
armonía y la paz. Lo que sembráis ahora, en estos
instantes, con vuestros pensamientos, va a vuestra alma, eso sois
vosotros mismos, ése es vuestro equipaje: con él
traspasareis los velos de la conciencia y despertareis como alma,
reconociendo lo que se ha quedado adherido a vosotros.
Ya os dije que muchas oraciones no dan frutos.
¿Por qué? Porque no están animadas por el
amor hacia Mí. Oh ved, Yo Soy Espíritu,
Espíritu omnipresente y eternamente fluente. Tu libre
albedrío consiste en que Yo te toco con Mi
Espíritu, pero no te apremio a pensar, vivir y actuar de
forma espiritual. Así como el sol no te apremia a acoger
los rayos. El irradia. No te insta a salir de la sombra hacia la
luz; no te apremia a salir del sótano hacia la claridad,
no te insta a abrir tus ventanas y puertas, el irradia, y
así irradio Yo.
Sólo aquel que desarrolla el altruismo comunica
con el altruismo, conmigo, el Espíritu. Cada pensamiento
puro y desinteresado es lo mismo que la comunicación
conmigo, el Espíritu. Cada pensamiento humano comunica de
nuevo con lo humano. Lo que el hombre siembra, eso cosecha, en
ello está la comunicación.
O sea que si solo rezas pero no vivificas tu
oración con el amor, con el amor desinteresado, no
comunicas con las fuerzas más elevadas del amor. Por eso
tus oraciones son estériles. Hijo Mio, ¿Qué
te mandó Jesús de Nazaret? ¡Realizar el
Sermón de la Montaña! ¿Qué te manda
Cristo, tu Redentor? Reconocer y llevar a la práctica el
Sermón de la Montaña en los detalles de la vida,
pues ése es el camino al reino del interior.
Oh ved y captad, hijos míos, que el camino de
salida de la esclavitud del yo humano os es ofrecido de nuevo.
Dicho con prudencia, hijo Mío, es sólo ofrecido. En
ello reconoces que no te obligo, no te influencio. Yo irradio. Y
si tú das el primer paso hacia el altruismo, encuentras
cada vez más acceso a la omniabarcante comunicación
pura con las fuerzas positivas de la vida, conmigo, el
Espíritu de tu Padre.
Aunque Mis palabras sean serias, reconoces en ellas la
esperanza para ti, la paz para ti, la armonía para ti y el
amor desinteresado que todo lo abarca para ti. No digas "para
otros". ¡Para ti!, pues cuando te has convertido en el
instrumento de Mi amor, irradias Mi amor y puedes vivificar a tu
prójimo.
Hijo Mío si puedes captar el sentido de Mis
palabras, comprenderás que Yo no te conduzco a ninguna
religión. Yo no te conduzco a ninguna religión
externa. Yo no te guío a ningún hombre al que
tengas que obedecer. Yo te guío al Reino del interior, a
tu Redentor. Y la conducción está en cada
pensamiento que sopeses, la conducción está en cada
palabra, en cada acto, pues Yo, la fuerza de la vida, estoy en
todo.
Transforma el tiempo, hijo Mío, pensando en una
dimensión cósmica. Yo te irradio Mi amor, si lo
aceptas, enriquecerás en el interior. Si dudas,
también está bien. Si te ríes de ello,
también está bien. Si desechas Mi Palabra,
también está en orden, para ti. Pero Yo sigo
irradiando por toda la eternidad. En base a ello, hijo
Mío, volverás a encontrarme a Mí. El cuando
te lo dejo a ti, pues tú tienes el libre albedrío.
La ley que te has creado por medio de tu yo humano actúa
sobre ti. Si te liberas de ello encontrarás el SER
cósmico y estarás en comunicación conmigo,
el Espíritu de tu Padre. Y vivirás en gloria, en
paz y amor desinteresado conmigo, tu Padre, de eternidad a
eternidad.
Ese Soy Yo, el Espíritu de eternidad a eternidad,
y tú eres, quieras aceptarlo o no, Mi hijo, de eternidad a
eternidad".
En todo el
infinito no existe ninguna casualidad
Hemos escuchado que todo es conciencia. Por ello
también nuestra alma, el cuerpo espiritual encarnado, es
conciencia. La conciencia espiritual se compone de
múltiples facetas de vida interna. Son los aspectos de
conciencia de lo espiritual en los reinos de la naturaleza, en
los astros del infinito y en nuestro prójimo. Todos estos
aspectos de conciencia se comunican entre sí, pues lo
igual está constantemente en comunicación con lo
igual. Si los aspectos o facetas de la conciencia espiritual en
nuestra alma están enturbiados a causa de los pecados, el
hombre no puede percibir estos aspectos puros de
conciencia.
Si el computador causal activa las causas, las
turbiedades del alma, comienzan éstas a hacerse activas y
a entrar en comunicación intensa con aquel. Estas causas
activas tendrán entonces efectos en el cuerpo
físico. El alma –el microcosmos-, se comunica
entonces con sus propios programas de carga, que están
acumulados en los astros. Solamente el núcleo de ser
incargable del alma mantiene la comunicación con el
macrocosmos, con el ser puro.
Correspondientemente a la carga del alma, se vuelve
ésta pobre en energía. Y puesto que todo es
conciencia, también son conciencia los componentes del
cuerpo físico, es decir, las células, los
órganos, los vasos sanguíneos, etc. Si éstos
no pueden ser suficientemente abastecidos con fuerza de vida
espiritual, con el hálito de la totalidad, porque el
hombre se ha apartado de Dios a causa del pecado,
empobrecerán las células corporales y los
órganos. Si el microcosmos, el alma encarnada, no
está por consiguiente en armonía con el
macrocosmos, con el ser puro, tampoco su cuerpo físico
puede ser abastecido más con suficiente energía.
Esto significa que las partes del cuerpo enferman.
Enfermedades, accidente, golpes del destino y muchas
cosas más pueden llevar a la muerte del cuerpo
físico, no sin embargo a la muerte del alma. El alma, el
microcosmos en el macrocosmos, es inmortal. Ella sigue viviendo.
¿Cómo? Esto lo determina cada hombre por sí
mismo mediante su ley personal, la ley del yo, denominada
también ley del Karma. Lo que el hombre siembra,
cosechará. El hombre cosechará su siembra, sus
causas, en toda proporción, tanto tiempo como no haya
disuelto los conflictos, los problemas que condujeron a las
causas, y se una a las legitimidades cósmicas que
corresponden a su cuerpo espiritual puro.
Lo que el alma trajo de las encarnaciones anteriores a
la actual y lo que ha causado en ésta, tiene que
soportarlo el hombre en el momento en que esto se haga activo.
Por eso la ley de causa y efecto, la ley del karma, es la ley de
la compensación. No es pues el prójimo quien ha de
soportar lo que yo he causado, sino yo solo habré de
soportarlo. Mi prójimo no me puede causar nada a mí
ni en mí. Siempre soy yo el único que he creado mis
causas. Mi prójimo puede solamente contribuir a que yo
cree las causas o las aumente, pero entonces existe
también en mí el imán para ello, que atrae
lo que mi prójimo emite. El se convierte entonces en
co-causante; si embargo, él asume tan sólo su parte
en las causas, y yo la mía.
El hombre estará confrontado continuamente con
las mismas causas, es decir problemas, pensamientos, deseos,
pasiones, etc., hasta que disuelva estas ilegitimidades y se
libere con ello de la rueda de la reencarnación. Nosotros
hemos creado por tanto nuestro propio mundo, nuestro mundo como
en un capullo en el que estamos enredados. Este se compone de
nuestras sensaciones, pensamientos, palabras y actos, de nuestras
pasiones y deseos. Es nuestra ley del yo, creada por nosotros
mismos, que forma una o varias facetas en la rueda de la
reencarnación, en la ley del Karma, que son partes
nuestras. Es decir, tenemos toda la responsabilidad de nuestro
destino, de nuestra enfermedad, de nuestros padecimientos y
miserias.
Aunque nos rebelemos contra esta verdad, nosotros
tenemos que padecer lo que hemos sembrado, a no ser que lo
purifiquemos a tiempo. La ayuda para esto nos la proporciona la
energía del día, esto es, los impulsos del
día que nos son mostrados por los acontecimientos, las
personas, los pensamientos y sentimientos. Esto significa que
nosotros mismos somos responsables de nuestra vida.
Por eso no debemos nunca culpar a nuestro
prójimo de nuestros problemas y enfermedades. Tampoco
podemos echar la culpa solamente a gérmenes
patógenos o hablar de casualidades, pues en todo el
infinito no existe ninguna casualidad. Todo es
comunicación y, consecuentemente,
atracción.
Cada día que se presenta al hombre, contiene la
oportunidad para dar la vuelta. Cada día nos trae
también los aspectos de lo que hemos introducido en la
computadora causal, en la rueda de la reencarnación, para
reconocerlo y purificarlo a tiempo. Si no aprovechamos la
oportunidad de los muchos momentos valiosos del día, nos
parecerá a menudo como si estuviéramos acuciados
por pensamientos, teorías y personas. Pero en realidad nos
acucia lo que nosotros mismos somos, nuestras causas que
están registradas en la computadora causal. Los aspectos
del día nos muestran solamente lo que somos nosotros
mismos y lo que debemos reconocer y purificar hoy.
Si no vivimos el momento porque nos ocupamos de cosas
insignificantes quizá de nuestro pasado o del futuro no
aprovechamos las muchas oportunidades que nos trae el día.
Al contrario, aumentamos nuestros problemas y dificultades
mediante sensaciones, pensamientos, palabras y actos iguales o
parecidos, o incrementamos la enfermedad al quejarnos y
lamentarnos. Así seguimos construyendo nuestro destino. El
alma, que es magnética, registra todo lo que parte de
nosotros, lo cual vuelve a entrar en ella y en la computadora
causal.
La Ley de Causa y
efecto llamada también ley del Karma
Manifestación del Reino espiritual
– 15 de diciembre de 1980
El mundo y esta Tierra existen por las causas que
ocurrieron desde la Caída de algunos hijos de Dios. Quien
actúa contra la vida y contra las leyes del Señor
crea vibraciones contrarias a la ley de Dios. La Gran Ley de Dios
que lo abarca todo, en la que todo hijo de Dios es un ser que
existirá siempre y en la que todos somos iguales ante Sus
ojos, no es cumplida ni en las religiones ni en las sectas ni en
las castas.
Allí donde el hombre mire hay limitación y
estrechez. Nadie tiene nada que decirle al otro, todos luchan
contra todos. Si no es con palabras y armas externas, entonces
con armas igual de peligrosas, traidoras e invisibles: con
sensaciones y pensamientos contrarios a la ley de Dios. El hombre
también ata su alma a este mundo con tales vibraciones
invisibles. Sólo cuando el alma haya abandonado su casa de
carne y hueso, todas las sensaciones, pensamientos, palabras y
actos quedan al descubierto y son visibles para los demás
seres. Pero a menudo ya pueden ser vistos cuando el alma
está aún encarnada, aunque de otro modo que en el
reino de las almas.
Las distintas enfermedades, preocupaciones, desgracias,
necesidades, ansiedades, odio, envidia y enemistades, pero
también guerras y crímenes son efectos de causas
anteriormente creadas.
Quien se ocupe de la ley del karma, tiene que creer
irremediablemente en la reencarnación del alma en un
cuerpo terrenal. Pues el karma, la culpa del alma, se
originó sólo por causas creadas en anteriores
encarnaciones del alma, por pensamientos y actos contrarios a la
ley.
Esta Tierra es la escuela de todos los hijos de Dios
caídos y cargados. A toda alma le es dada la posibilidad
de poner en orden rápidamente su culpa en la materia, en
tiempo y espacio. Este lugar para poner en orden las culpas, en
el que se le da la posibilidad al alma de limpiarse mucho
más fácil y rápidamente, lo ha creado
Jesucristo, el Redentor de la humanidad e Hijo primogénito
de Dios, por Su acción de bondad; pues antes de la
Redención de las almas, la Tierra era el punto de apoyo de
la jerarquía satánica.
Con su acción redentora, el Hijo de Dios no
sólo ha dado una señal visible como Jesús de
Nazaret, instruyendo a la humanidad en el amor, sino
también mostrándolo a través de Su vida,
enseñando con ello que con el cumplimiento del mandamiento
más poderoso, el amor, toda alma volverá a
encontrar el camino a la casa del Padre. Su misión como
Mesías tenía una razón mucho más
profunda de lo que mostraba la vida visible del Nazareno. Su
acción como Corregente de los Cielos fue decisiva. Cuando
el Hijo de Dios fue a encarnarse, toda la creación de la
Caída se puso en contra de Él.
Todas las almas caídas tanto en los planos de
purificación, como en la Tierra, se dirigieron contra el
Hijo de Dios. Estas fuerzas negativas aglomeradas las
venció encarnando, enfrentándose a ellas con amor y
misericordia, en vez de odio, envidia y enemistad. Por este
suceso en el acto de Redención, el Espíritu de
Cristo vive y actúa como destello redentor en todas las
almas, tanto en los hombres como en las almas desencarnadas,
guiando a todas las almas de vuelta al destello primario, al
núcleo del ser.
O sea que esto significa: Jesucristo, el Hijo de Dios,
guía a todas las almas hacia la luz primaria, a la
unión con Dios, el Padre eterno. Ya que el destello
redentor de Jesucristo actúa con más intensidad en
las almas encarnadas en la Tierra, éste es el lugar de
misericordia, es decir, la posibilidad de tener un tiempo
más corto de purificación del alma que en los
ámbitos de purificación. Desde la Tierra, un alma
puede volver a encontrar mucho más rápidamente el
camino hacia el Reino de la vida, en tanto reconozca el camino de
purificación y se subordine a las leyes del Señor,
las cumpla y haga penitencia; no así el hombre perezoso
que vive según sus costumbres diarias y sólo mira
hacia este mundo y sus brillos aparentes.
Una vida en la Tierra, que sólo se orienta hacia
la materia, es tiempo perdido y energía derrochada.
Después de tal paso por la Tierra, un alma así
volverá a encarnarse y a pasar por el camino de la materia
hasta que despierte y vaya por el camino de la luz interna. Ya
que la humanidad se ha vuelto ignorante respecto a estas leyes a
causa de las ataduras eclesiástico-dogmáticas, no
capta el profundo sentido de su vida en la Tierra.
Muchos hombres acusan a Dios, nuestro Señor, por
sus enfermedades y fracasos, ya sean golpes del destino de
diversa clase o por pobreza, miseria, ataques por parte de otros,
disputas familiares o incluso desavenencias, por divorcios y
muchas cosas más, por todo lo que el mar de causas y
efectos por ellos creados arroja a la playa.
Antes o después, aparecen los efectos de cada
causa. Ningún alma se libera de tener que reconocer las
causas por ella creadas y de arrepentirse de ellas, para que la
mano de Dios, que ayuda, pueda actuar a través de
Jesucristo, el Redentor. No importa si el alma se encuentra
encarnada o en los planos astrales, toda causa recibe más
pronto o más tarde su eco.
Dios es infalible y santo. Pero ningún hombre es
santo e infalible. El único Santo y Absoluto no ha enviado
ninguna causa a Sus hijos. Toda alma que haya actuado o
actúe contra la ley del Señor, ha creado y
seguirá creando las causas por sí misma. El hombre
sabe que a cada acción le sigue una reacción, esto
significa, a cada causa un efecto. Jesucristo dijo: ¡Lo que
sembréis es lo que cosecharéis! Por eso
también es falsa la declaración de que Dios es un
Dios que castiga.
Dios, nuestro Padre, no castiga ni condena. Dios,
nuestro Padre, sólo permite los efectos legítimos
que siguen a las causas creadas por los hombres, para que Su
hijo, antes o después, se reconozca a sí mismo y
llegue al arrepentimiento, de modo que la culpa del alma pueda
ser aminorada, aliviada y luego borrada.
Dios, nuestro Padre, es un regente que ama, que
está lejos del castigo y la condenación. El hombre
mismo lleva día a día su vara de castigo en la
mano. Son sus sensaciones, pensamientos, palabras y obras
contrarias a las leyes de Dios.
Autor:
Maite Valderrama
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