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Resiliencia y factores de proteccion en la infancia



  1. Introducción
  2. La
    resiliencia
  3. Pilares de la
    resiliencia
  4. El enfoque de
    resiliencia y el enfoque de riesgo
  5. Factores de riesgo,
    factores protectores y resiliencia
  6. Resiliencia en la
    infancia y adolescencia
  7. Atributos de los
    niños, niñas y adolescentes
    resilientes
  8. Pobreza y
    resiliencia
  9. La resiliencia como
    proceso
  10. Neuroquímica de la
    resiliencia
  11. Conclusiones
  12. Bibliografía

Introducción

El concepto de Resiliencia es tomado de la
Física, entendido como "elasticidad" semejante a la
mostrada por los cuerpos que vuelven a su estado inicial
después de estar sometidos a presión. Actualmente
ha cobrado vigencia en investigaciones e intervenciones
psicosociales y es utilizado por las ciencias sociales para
definir la capacidad que demuestran los individuos provenientes
de entornos de pobreza o circunstancias desfavorables para
sobreponerse a la adversidad y desarrollarse
plenamente.

La presente monografía presenta algunas
definiciones y características de las personas
resilientes, así como las capacidades y factores
protectores frente a la adversidad, principalmente de las
niñas, niños y adolescentes que se encuentran en
circunstancias de vida adversas como la pobreza y
desigualdad.

La
resiliencia

Antecedentes

En la historia de la humanidad, el ser humano ha tenido
que soportar un sinnúmero de adversidades y superarlas con
el fin de sobrevivir e imponerse a otras especies, e inclusive,
logrando transformarlas en una ventaja o estímulo para su
desarrollo bio-psico-social.

El vocablo original de "resiliencia" procede de un verbo
en latín: RESILIRE, que significa rebotar, volver a entrar
saltando, saltar hacia arriba, desviarse; termino que fue
adoptado inicialmente por la física (mecánica),
para referirse a aquellos materiales que tienen la
característica de recuperarse a su forma original luego de
haber sido sometidos a grandes presiones
deformadoras[1]

En el año de 1942 el término fue adoptado
por la psicología y la psiquiatría por iniciativa
de la investigadora Scoville y posteriormente por Emily Werner
(1992), para referirse a un fenómeno identificado en una
investigación longitudinal que desarrolló durante
40 años, con el fin de indagar como se desarrollaban a lo
largo de su ciclo vital 698 niños nacidos en 1950 en la
isla de Kauai en Hawai[2]

La investigadora notó que de 201 niños en
situación de grave riesgo de presentar perturbaciones en
el desarrollo de su comportamiento (debido a los factores de
riesgo que presentaban en sus familias como separación de
los padres, violencia intrafamiliar, adicciones,
psicopatologías severas, abuso sexual, extrema pobreza y
maltrato infantil), 72 de ellos evolucionaron favorablemente
desde su infancia, llegando a ser exitosos en la vida, a
constituir familias estables y a contribuir positivamente con la
sociedad, sin ninguna intervención terapéutica. El
80% del total investigado, lograron evolucionar positivamente y
por si mismos en la edad adulta.

Así, el término fue adoptado por las
ciencias sociales para caracterizar a aquellos sujetos que, a
pesar de nacer y vivir en condiciones de alto riesgo, se
desarrollan psicológicamente sanos y socialmente
exitosos.

Definiciones de resiliencia

La resiliencia es la capacidad de afrontar la adversidad
saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia
profesional y personal. Desde la Neurociencia se considera que
las personas más resilientes tienen mayor equilibrio
emocional frente a las situaciones de estrés, soportando
mejor la presión. Esto les permite una sensación de
control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para
afrontar retos (Instituto Español de
Resiliencia)

La capacidad de resistencia se prueba en situaciones de
fuerte y prolongado estrés, como por ejemplo la
pérdida inesperada de un ser querido, el maltrato o abuso
psíquico o físico, prolongadas enfermedades
temporales, el abandono afectivo, el fracaso, catástrofes
naturales y la extrema pobreza.

Por tanto, podría decirse que la resiliencia es
la entereza más allá de la resistencia. Es la
capacidad de sobreponerse a un estímulo
adverso.

Existen personas resilientes, pues a pesar de sus
adversidades, presentan habilidades para surgir, adaptarse,
recuperarse de las dificultades y acceder a una vida social y
productiva. Personas, quienes, a pesar de nacer y de criarse en
situaciones de alto riesgo, se desarrollan
psicológicamente normales y son exitosos, enfrentando
adecuadamente las dificultades. Sus experiencias las perciben de
manera constructiva, aun cuando éstas hayan causado dolor
o padecimiento (Kotliarenco y col.,
1996)[3].

A continuación se presentan algunas definiciones
de la palabra "resiliencia" propuestas por diversos
autores[4]

"Habilidad para resurgir de la adversidad,
adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y
productiva" (ICCB, Institute on Child Resilience and Family,
1994).

"Enfrentamiento efectivo de circunstancias y eventos
de la vida severamente estresantes y acumulativos" (Lösel,
Blieneser y Koferl, 1989).

"Capacidad del ser humano para hacer frente a las
adversidades de la vida, superarlas e, inclusive, ser
transformado por ellas" (Grotberg, 1995).

"La resiliencia distingue dos componentes: la
resistencia frente a la destrucción; es decir, la
capacidad de proteger la propia integridad bajo presión;
por otra parte, más allá de la resistencia, es la
capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a
circunstancias difíciles" (Vanistendael,
1994).

"La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto
de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan
tener una vida "sana" en un medio insano. Estos procesos se
realizan a través del tiempo, dando afortunadas
combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente
familiar, social y cultural. Así la resiliencia no puede
ser pensada como un atributo con que los niños nacen o que
los niños adquieren durante su desarrollo, sino que se
trata de un proceso que caracteriza un complejo sistema social,
en un momento determinado del tiempo" (Rutter,
1992).

"La resiliencia significa una combinación de
factores que permiten a un niño, a un ser humano, afrontar
y superar los problemas y adversidades de la vida, y construir
sobre ellos" (Suárez Ojeda, 1995).

"Concepto genérico que se refiere a una
amplia gama de factores de riesgo y su relación con los
resultados de la competencia. Puede ser producto de una
conjunción entre los factores ambientales y el
temperamento, y un tipo de habilidad cognitiva que tienen algunos
niños aun cuando sean muy pequeños" (Osborn,
1996).

"La resiliencia es un proceso dinámico,
constructivo, de origen interactivo, sociocultural que conduce a
la optimización de los recursos humanos y permite
sobreponerse a las situaciones adversas. Se manifiesta en
distintos niveles del desarrollo, biológico,
neurofisiológico y endocrino en respuesta a los
estímulos ambientales".( Kotliarenco, María A. y
Cáceres, Irma, 2011).

"La resiliencia es la capacidad que posee un
individuo frente a las adversidades, para mantenerse en pie de
lucha, con dosis de perseverancia, tenacidad, actitud positiva y
acciones, que permiten avanzar en contra de la corriente y
superarlas". (Chávez y E. Yturralde, 2006)

"La resiliencia es un proceso dinámico que
tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de
gran adversidad". (Luthar, 2000).

"La resiliencia es una respuesta global en la que se
ponen en juego los mecanismos de protección, entendiendo
por estos no la valencia contraria a los factores de riesgo, sino
aquella dinámica que permite al individuo salir
fortalecido de la adversidad, en cada situación
específica y respetando las características
personales". (Infante, 1997).

"La resiliencia es la capacidad que tiene un
individuo de generar factores biológicos,
psicológicos y sociales para resistir, adaptarse y
fortalecerse, ante un medio de riesgo, generando éxito
individual, social y moral". (Oscar Chapital,
2011).

A lo largo de la historia aparecen ejemplos de
individuos que hicieron aportaciones significativas para la
humanidad, quienes debieron enfrentar severas circunstancias
adversas (desde Demóstenes hasta Rigoberta Menchú,
pasando por Piaget). Asimismo, pueblos enteros y grupos
étnicos han demostrado capacidades sorprendentes para
sobreponerse a la persecución, a la pobreza y al
aislamiento, así como a las catástrofes naturales o
a las generadas por el hombre (judíos, indígenas
latinoamericanos, etc.).

Pilares de la
resiliencia

Existen muchas apreciaciones con respecto a los pilares
que sustentan la resiliencia. Los esposos Wolin (Wolin y Wolin,
1992)[5], realizaron una recopilación a
partir de varios autores, encontrando 07 pilares
principales:

  • 1. Perspicacia (Insigth): comúnmente
    asociada a la intuición o sexto sentido, ver
    más allá de lo perceptible a simple vista tanto
    en lo referente al mundo exterior como al propio interior.
    Requiere una actitud de permanente atención,
    observación y auto-observación, y permite
    encontrar significados a la experiencia y aprender de las
    tragedias. Se encuentra relacionada con la
    autoestima.

  • 2. Autonomía (Independence): como la
    capacidad de fijar los propios límites en
    relación con un medio problemático, a fin de
    mantener cierta distancia física y emocional con
    respecto a los problemas y a las presiones, sin llegar al
    aislamiento. Se requiere tener claridad sobre su propia
    identidad, sus fortalezas y debilidades.

  • 3. Interrelación (relationships):
    Entendida como la capacidad de crear y mantener
    vínculos íntimos, fuertes y equitativos con
    otras personas, expresar con naturalidad y respeto las
    necesidades, opiniones, sentimientos, expectativas, etc.,
    así como escuchar, ponerse en el lugar del otro,
    aceptarlo y comprenderlo. Se relaciona con la solidaridad y
    la amistad.

  • 4. Creatividad (creativity): Capacidad para
    crear orden, belleza y objetivos a partir del caos y el
    desorden. Permite idear nuevas alternativas y caminos de
    salida a la adversidad a través de la
    imaginación y el juego.

  • 5. Iniciativa (initiative): referida a la
    fuerza que impulsa a la acción, a poner en
    práctica lo que la creatividad propone, impulso para
    lograr experiencia. Tendencia a exigirse a sí mismo y
    ponerse a prueba en situaciones cada vez más
    exigentes. Implica autorregulación y responsabilidad
    para lograr autonomía.

  • 6. Humor: es la capacidad para encontrar el
    lado divertido en una tragedia, lo absurdo de un problema o
    dolores propios, para reírse de sí mismo.
    Posibilita la superación de tensiones acumuladas. No
    es irónico ni ofensivo (Ej. Terapia de la
    risa).

  • 7. Ética (Morality): Contiene dos
    variables, una tiene que ver con la capacidad de desearle a
    otros el mismo bien que se desea para sí mismos y el
    otro se refiere al compromiso con valores específicos.
    Le da sentido a la propia vida a pesar de cualquier
    circunstancia adversa.

El enfoque de
resiliencia y el enfoque de riesgo

Es necesario diferenciar entre el enfoque de resiliencia
y el enfoque de riesgo. Ambos son consecuencias de la
aplicación del método epidemiológico a los
fenómenos sociales. Sin embargo, se refieren a aspectos
diferentes pero complementarios[6]

El enfoque de riesgo se centra en la enfermedad, en el
síntoma y en aquellas características que se
asocian con una elevada probabilidad de daño
biológico o social. Ha sido ampliamente utilizado en
programas de atención primaria de la salud.

El enfoque de resiliencia se explica a través de
lo que se ha llamado el modelo "del desafío o "de la
resiliencia. Ese modelo muestra que las fuerzas negativas,
expresadas en términos de daños o riesgos, no
encuentran a un niño inerme en el cual se
determinarán, inevitablemente, daños permanentes.
Describe la existencia de verdaderos escudos protectores que
harán que dichas fuerzas no actúen linealmente,
atenuando así sus efectos negativos y, a veces,
transformándolas en factor de superación de la
situación difícil. Por lo tanto, no debe
interpretarse que este enfoque está en oposición
del modelo de riesgo, sino que lo complementa y lo enriquece,
acrecentando así su aptitud para analizar la realidad y
diseñar intervenciones eficaces.

Factores de riesgo,
factores protectores y resiliencia

El uso tradicional de factores de riesgo ha sido
esencialmente biomédico y se lo ha relacionado, en
particular, con resultados adversos, mensurables en
términos de mortalidad. Por ejemplo, un factor de riesgo
asociado con enfermedades cardiovasculares es el consumo de
tabaco.

Esa concepción restringida no resulta suficiente
para interpretar aspectos del desarrollo humano, ya que el riesgo
también se genera en el contexto social y,
afortunadamente, la adversidad no siempre se traduce en
mortalidad. Una aportación significativa a la
conceptualización de riesgo la brindó la
epidemiología social y la búsqueda de factores en
el ámbito económico, psicológico y familiar,
reconociendo la existencia de una trama compleja de hechos
psicosociales, algunos de los cuales se asocian con daño
social, y otros sirven de amortiguadores del impacto de
éste.

Se estima que factores protectores, es decir, procesos,
mecanismos o elementos moderadores del riesgo, están
presentes en la base de la resiliencia. Algunos autores como
Masten y Garmezy (1986) utilizan antónimos de la palabra
riesgo para definir los mecanismos protectores. Sin embargo, hay
consenso en destacar que los mecanismos protectores se ubican
tanto en las personas como en el ambiente en que se
desarrollan.

Los factores protectores se dividen en factores
personales, en los que se distinguen características
ligadas al temperamento, particularidades cognitivas y afectivas;
factores familiares tales como el ambiente familiar cálido
y sin discordias, padres estimuladores, estructura familiar sin
disfuncionalidades principales y factores socioculturales, entre
ellos, el sistema educativo (Kotliarenco y col. 1996).

Los factores protectores pueden actuar por tanto, como
escudo para favorecer el desarrollo de quienes parecían
sin esperanzas de superación por su alta exposición
a factores de riesgo.

En este sentido, se puede definir los factores de riesgo
y de protección ante la adversidad, de la siguiente
manera:

  • Factor de riesgo, Es cualquier
    característica o cualidad de una persona o comunidad
    que se sabe va unida a una elevada probabilidad de
    dañar la salud. Por ejemplo, se sabe que una
    adolescente tiene mayor probabilidad que una mujer adulta de
    dar a luz a un niño de bajo peso; si además es
    analfabeta, el riesgo se multiplica. En este caso, ambas
    condiciones, menor de 19 años y madre analfabeta, son
    factores de riesgo.

  • Factores protectores, Son las
    condiciones o los entornos capaces de favorecer el desarrollo
    de individuos o grupos y, en muchos casos, de reducir los
    efectos de circunstancias desfavorables. Así, la
    familia extendida parece tener un efecto protector para con
    los hijos de las adolescentes solteras. En lo que concierne a
    los factores protectores, se puede distinguir entre externos
    e internos: Los externos se refieren a condiciones del medio
    que actúan reduciendo la probabilidad de daños:
    familia extendida, apoyo de un adulto significativo, o
    integración social y laboral. Los internos se refieren
    a atributos de la propia persona: estima, seguridad y
    confianza de sí mismo, facilidad para comunicarse,
    empatía.

Resiliencia en la
infancia y adolescencia

Son considerados resilientes aquellos individuos que al
estar insertos en una situación de adversidad, es decir,
al estar expuestos a un conglomerado de factores de riesgo,
tienen la capacidad de utilizar los factores protectores para
sobreponerse a la adversidad, crecer y desarrollarse
adecuadamente, llegando a madurar como seres adultos competentes
y funcionales, pese a los pronósticos
desfavorables.

La resiliencia no debe considerarse como una capacidad
estática, ya que puede variar a través del tiempo y
las circunstancias. Es el resultado de un equilibrio entre
factores de riesgo, factores protectores y la personalidad del
ser humano. Esto último permite elaborar, en sentido
positivo, factores o circunstancias de la vida que son
desfavorables.

Es posible identificar algunos elementos de resiliencia
y factores de protección en relación con algunos
daños. Al analizar la interacción entre factores de
riesgo, factores protectores y resiliencia se toman en cuenta
tanto las variables individuales como las sociales y
comunitarias. El Dr. Frederich Lösel en relación a
los adolescentes con problemas de consumo de drogas
desarrolló el siguiente
Cuadro[7]

AMBITO

FACTORES
PROTECTORES

FACTORES DE
RIESGO

CONDUCTA

Fuerte capacidad de
decisión

Resistencia a la
autoridad

ESPIRITUALIDAD

Fe creciente

Involucrarse en sectas o
cultos

FAMILIA

Lazos familiares
fuertes

Consumo de droga en la
familia

ESCOLARIDAD

Éxito
escolar

Fracaso escolar

PARES

Rechazo del uso de
drogas

Amistades que usan
drogas

CULTURA

Normas grupales
positivas

Normas antisociales

ECONOMIA

Empleo estable de los
padres

Pobreza
crónica

 

Atributos de los
niños, niñas y adolescentes
resilientes

Se han identificado una serie de atributos que son
propios de un niño o adolescente resiliente, asociados con
experiencias exitosas de vida, entre los que se destacan los 04
siguientes[8]

  • 1. Competencia social: Los niños
    y adolescentes resilientes responden más al contacto
    con otros seres humanos y generan más respuestas
    positivas en las otras personas; además, son activos,
    flexibles y adaptables aún en la infancia. Este
    componente incluye cualidades como la de estar listo para
    responder a cualquier estímulo, comunicarse con
    facilidad, tener sentido del humor, demostrar empatía
    y afecto, y tener comportamientos prosociales.

  • 2. Resolución de problemas: Las
    investigaciones sobre niños resilientes han
    descubierto que la capacidad para resolver problemas es
    identificable en la niñez temprana. Incluye la
    habilidad para pensar en abstracto reflexiva y flexiblemente,
    y la posibilidad de intentar soluciones nuevas para problemas
    tanto cognitivos como sociales. Ya en la adolescencia, los
    jóvenes son capaces de jugar con ideas y sistemas
    filosóficos. Por ejemplo, Rutter halló que era
    especialmente prevalente, en la población de
    niñas abusadas durante la infancia pero que llegaron a
    ser adultas sanas, la presencia de destrezas para planificar
    que les resultaron útiles en sus matrimonios con
    hombres "normales".

  • 3. Autonomía: Distintos autores han
    usado diferentes definiciones del término
    "autonomía". Algunos se refieren a un fuerte sentido
    de independencia; otros destacan la importancia de tener un
    control interno y un sentido de poder personal; otros
    insisten en la autodisciplina y el control de los impulsos.
    Esencialmente, el factor protector a que se están
    refiriendo es el sentido de la propia identidad, la habilidad
    para poder actuar independientemente y el control de algunos
    factores del entorno.

  • 4. Sentido de propósito y de futuro:
    Relacionado con el sentido de autonomía y el de la
    eficacia propia, así como con la confianza de que uno
    puede tener algún grado de control sobre el ambiente,
    está el sentido de propósito y de futuro.
    Dentro de esta categoría entran varias cualidades
    repetidamente identificadas en lo publicado sobre la materia
    como factores protectores: expectativas saludables,
    dirección hacia objetivos, orientación hacia la
    consecución de los mismos (éxito en lo que
    emprenda), motivación para los logros, fe en un futuro
    mejor, y sentido de la anticipación y de la
    coherencia. Este último factor parece ser uno de los
    más poderosos predictores de resultados positivos en
    cuanto a resiliencia.

Pobreza y
resiliencia

El enfoque de resiliencia se ocupa de la pobreza, sus
efectos, características y componentes. La importancia que
adquiere la resiliencia estriba en que los factores sobre los
cuales las acciones (parte de la intervención) son
posibles, se conocen y, por tanto, se delimitan de antemano.
Así se entiende que la pobreza está compuesta de
factores tanto distales como proximales.

Entre los distales se incluyen los grupos sociales y los
índices socio-económicos. Por su parte, los
factores proximales son aquellos que tienen relación con
la estructura, la dinámica familiar y las
características temperamentales de las personas, entre
otros.

A su vez, entre los factores proximales se distinguen
los externos a las personas y los internos a ellas. Los factores
externos son aquellos que ocurren más allá de la
persona misma, como son, por ejemplo, las características
de la familia en la cual está inserta y la escuela a la
cual asiste. Como factores internos, han sido considerados
aquellos de naturaleza más bien genético, como son
la competencia cognitiva de las personas y sus rasgos
físicos, además de los factores relacionados con la
afectividad.

Debido al carácter de inamovilidad de los
factores internos a la persona, la intervención ubica su
accionar en aquellos considerados como factores externos,
entendiendo que es sólo a partir de éstos que es
posible actuar a través de intervenciones psicosociales.
Así, entonces, se definen las acciones por realizar y los
pasos a través de los cuales es posible una
intervención de prevención.

En esa intervención psicosocial de tipo
preventivo, el tipo de acciones que se definen como necesarias
tienen relación con la situación de pobreza, lo que
implica, generalmente, que los factores externos que la
caracterizan tienden a estar marcados por los factores de riesgo.
Estos factores de riesgo no son, desde luego, exclusivos de ese
grupo social pobre, pero sí son visualizados como de mayor
prevalencia. La razón de esto último estriba en la
dinámica engorrosa y difícil que imponen los
factores distales de la sociedad; es decir, en la
situación de pobreza.

Los factores de riesgo de la pobreza (como son, por
ejemplo, la situación habitacional precaria, la violencia
intrafamiliar y la falta de alimentación adecuada), al
actuar conjunta y simultáneamente, pueden tener un
resultado negativo en el crecimiento y desarrollo integral de
niños y adolescentes.

Los programas de corte psicosocial anteriores al decenio
de los años ochenta estuvieron marcados por el enfoque de
riesgo; es decir, la negatividad y la carencia que la
situación de pobreza impone al crecimiento y al desarrollo
integral de niños y niñas. Por otra parte, ha sido
posible visualizar que, en la situación de pobreza, se
acumulan factores de riesgo que a la vez tienden a permanecer en
el tiempo. Esto condujo a que en los programas educativos
surgiera la necesidad de compensar las carencias que presentaban
los niños de la pobreza a través de la
educación.

Esos programas han tenido un éxito relativo.
Mientras tanto, la mirada estuvo puesta sólo en las
carencias que, con alguna frecuencia, se aprecian en personas
nacidas y criadas en situaciones adversas, como son la pobreza,
el alcoholismo de los padres, la sobreprotección o el
abandono.

Un cuadro diferente surge en los años ochenta
cuando un grupo de investigadores en pobreza visualizan que,
independientemente de las situaciones en que nazcan y vivan
algunas personas, sus comportamientos distan mucho de mostrar
carencias e incompetencias; y que, por el contrario, sus
actitudes son más bien reactivas frente a las situaciones
adversas que logran no sólo sobrepasar, sino hasta
construir positivamente en torno a ellas.

Esa mirada permitió visualizar que,
independientemente de la adversidad presente en algunas
situaciones, existen mecanismos (protectores) que logran proteger
a los seres humanos, creando en ellos la posibilidad de ser tanto
vulnerables a los efectos de la adversidad, como resistirlos y
construir positivamente, revirtiendo así su
carácter de negatividad.

Si bien los factores de riesgo están presentes en
las situaciones de adversidad, simultáneamente con
éstos se presentan los mecanismos protectores que logran
crear en las personas la posibilidad de revertir, no la
situación a la que se ven enfrentadas, sino la
percepción que tienen sobre ésta y, por tanto, de
sobrepasarla. Esto va creando en las personas una
percepción optimista sobre las situaciones y, a la vez, la
sensación de que es posible actuar sobre ellas.

Dado que tanto las situaciones adversas, o los factores
de riesgo, como los mecanismos protectores están presentes
inclusive antes del nacimiento, la promoción de la
resiliencia se inicia durante la etapa del embarazo. Sin embargo,
se entiende que ésta es susceptible de iniciarse en
cualquier etapa de la vida y frente a cualquier evento
psicosocial. Por ello, es determinante trabajar con los padres a
la vez que con tantos actores sociales como sea posible dentro de
la comunidad.

Junto con los factores de riesgo que están
presentes en la situación de pobreza, existen mecanismos
que logran proteger al individuo. De este modo, una
intervención psicosocial de carácter preventivo
debería considerar su accionar a través de los
factores externos en una forma integral y considerando la
promoción de la resiliencia y de la participación
comunitaria.

La resiliencia como
proceso

El creciente interés en considerar la resiliencia
como un proceso significa que ésta no es una simple
respuesta a una adversidad, sino que incorpora los siguientes
aspectos[9]

  • 1) Promoción de factores resilientes: El
    primer paso en el proceso de resiliencia es promover los
    factores de resiliencia. La resiliencia está asociada
    al crecimiento y el desarrollo humanos, incluyendo
    diferencias de edad y de género.

  • 2) Compromiso con el comportamiento resiliente:
    El comportamiento resiliente supone la interacción
    dinámica de factores de resiliencia seleccionados -"yo
    tengo", "yo soy", "yo estoy", "yo puedo"-, para enfrentar la
    adversidad que ha sobrevenido. Los pasos incluyen una
    secuencia, así como elecciones o
    decisiones:

  • a) Identificar la adversidad. Muchas
    veces una persona o un grupo no están seguros de
    cuál es la adversidad y es necesario definir la causa
    de los problemas y riesgos.

  • b) Seleccionar el nivel y la clase de
    respuesta apropiados
    :

  • Para los niños, una limitada
    exposición a la adversidad construirá
    comportamiento resiliente, más que una
    exposición total, que puede resultar excesiva o
    traumática. Éste sería el caso en una
    guerra o un bombardeo, donde el niño necesita la
    seguridad de que la familia estará allí para
    confortarlo y protegerlo, aunque puede entender que alguna
    cosa mala ha sucedido y todavía jugar con
    confianza.

  • Una respuesta planificada asume que hay tiempo para
    planear cómo se va a afrontar esa adversidad.
    Éste sería el caso frente a necesidades
    médicas, mudanzas, divorcios, cambio de escuela,
    etc.

  • Una respuesta practicada implica hablar sobre los
    problemas o representar lo que se va a hacer. Éste
    sería el caso en un simulacro de incendio, una
    reunión con una persona que tiene autoridad para tomar
    decisiones que afectan al grupo, la búsqueda de una
    escuela apropiada, etc.

  • Una respuesta inmediata requiere acción
    inmediata. Éste sería el caso durante una
    explosión, un asalto, desaparición o muerte de
    una persona querida, etc.

  • 3) Valoración de los resultados de
    resiliencia: El objetivo de la resiliencia es ayudar a los
    individuos y grupos no sólo a enfrentar las
    adversidades, sino también a beneficiarse de las
    experiencias. A continuación mencionamos algunos de
    estos beneficios:

  • Aprender de la experiencia.
    ¿Qué se aprendió y qué más
    necesita ser aprendido? Cada experiencia implica
    éxitos y fracasos. Los éxitos pueden ser
    utilizados en la próxima experiencia de una adversidad
    con mayor confianza, y los fracasos pueden ser analizados
    para determinar cómo corregirlos.

  • Estimar el impacto sobre otros. Los
    comportamientos resilientes suelen conducir a resultados
    gana-gana. En otras palabras, afrontar una adversidad no
    puede ser cumplido a expensas de otras personas. Por eso uno
    de los factores de resiliencia es el respeto por los otros y
    por sí mismo.

  • Reconocer un incremento del sentido de bienestar
    y de mejoramiento de la calidad de vida
    . Estos
    resultados presuponen, en efecto, salud mental y emocional,
    las metas de la resiliencia.

Algunas personas son transformadas por una experiencia
de adversidad: un hijo es asesinado por un conductor
alcoholizado, la madre inicia una campaña para detener a
los conductores alcoholizados y consigue cambiar las leyes del
país; un hombre padece una hemiplejía y establece
una fundación para obtener fondos con el fin de impulsar
investigaciones sobre el problema; un joven contrae HIV o sida y
dedica su tiempo a apoyar a otros. Estas transformaciones
habitualmente generan mayor empatía, altruismo y
compasión por los otros, los mayores beneficios de la
resiliencia.

Neuroquímica
de la resiliencia[10]

Clínicamente se hace una diferenciación
neurobiológica entre las personalidades no-resilientes y
las pro-resilientes en situaciones de estrés
postraumático. En los sujetos no-resilientes o poco
resilientes se observan fenómenos llamados de alta
call memory; tal call memory se define por la
frecuencia e intensidad en que se reactiva en la memoria
consciente el momento traumático o altamente distresor.
Desde la perspectiva clínica, tales reminiscencias
traumáticas se pueden presentar como flash-backs
o como pensamientos intrusivos, siempre de modo
compulsivo.

La investigación neurológica ha demostrado
que tales evocaciones del trauma se generan con activaciones
autónomas de diversas partes del cerebro, en especial las
de la memoria y las de vigilancia, es decir, regiones del cerebro
tales como los núcleos de la amígdala, el lugar
azul o locus coeruleus, el hipocampo, y luego el
neocórtex.

El distrés (sufrimiento psicológico)
provoca en el sujeto modificaciones bioquímicas que son
perceptibles en los análisis. El cortisol está
vinculado con un incremento de la vigilancia o el estado de
alerta, así como de la atención focal. Por otra
parte, el exceso de cortisol implica: déficits en el
desarrollo, la reproducción y en respuestas inmunes
adecuadas. En síntesis: el cortisol atenta contra la
resiliencia.

La testosterona disminuye en los sujetos (cualquiera que
sea su sexo) bajo distrés; tal disminución de la
testosterona implica un menor grado de autoconfianza,
disminución de la proactividad, reducción de la
capacidad de atención, incremento de la depresión
anímica, menor capacidad para efectuar pensamientos
asertivos o creativos, o dificultad para buscar y encontrar
soluciones o para ejercer el llamado pensamiento
lateral.

Las observaciones indican que la tasa de cortisol
aumenta en la medida en que se incrementa el estrés
negativo (distrés), si bien tiende recuperar su nivel
normal cuando cesa el distrés, pero tal homeostasis no
ocurre con la testosterona. El distrés crónico
produce un descenso de la tasa de testosterona y, una vez cesado
el distrés, se mantiene baja la tasa sin una
readaptación compensatoria. Esto explicaría (al
menos parcialmente) lo observado en gente sometida a
distrés intenso o crónico: poco pensamiento
asertivo, poca creatividad, poca proactividad, frecuencia de
ideas estereotipadas (repetición de esquemas), así
como disfunciones sexuales.

La DHEA (dehidroepiandrosterona), sintetizada en el
circuito suprarrenales-gónadas-cerebro, disminuye la
actividad del colesterol previniendo infartos cardiacos y
cerebrales. Es así que se la considera prosiliente al
inhibir sobreexpresiones de glutamato y glucocorticoides que
directa e indirectamente afectan negativamente la actividad
cerebral.

La galanina, originada en los intestinos, se distribuye
luego por las arterias y vasos sanguíneos y llega
así al sistema nervioso central, disminuyendo el riesgo de
isquemias, principalmente de aquellas que pueden afectar la
región prefrontal del cerebro, así como el
hipocampo, hipotálamo, amígdala y locus
cerúleus. Por tal motivo, al proteger los tejidos
cerebrales, se observa que la galanina favorece la
resiliencia.

Conclusiones

El ser humano en su evolución ha debido soportar
un sinnúmero de adversidades y superarlas con el fin de
sobrevivir e imponerse a otras especies, e inclusive,
fortalecerse y trascender, transformando las dificultades en
posibilidades de desarrollo personal y social. Por tanto la
resiliencia vendría a ser la capacidad humana de
sobreponerse a una circunstancia o acontecimiento sumamente
difícil, catastrófico o traumatizante, resistiendo,
adaptándose y fortaleciéndose de dicha
experiencia.

Los factores protectores, es decir, los procesos,
mecanismos o elementos moderadores del riesgo, están
presentes en la base de la resiliencia. Son las condiciones o los
entornos capaces de favorecer el desarrollo de individuos o
grupos y, en muchos casos, de reducir los efectos de
circunstancias desfavorables. Estos son de carácter
externo (familia, comunidad, etc.), e internos o propios de la
persona (autoestima, confianza en sí mismo,
empatía, etc…).

En el país existen muchos niños,
niñas y adolescentes que a traviesan circunstancias
adversas como la extrema pobreza y exclusión social, cuyos
factores que pueden poner en riesgo su desarrollo integral son,
por ejemplo, la vivienda precaria, la violencia intrafamiliar, la
falta de una alimentación adecuada, la falta de
oportunidades de recreación y educación adecuadas,
el abandono, el maltrato, etc.), y que los coloca en una
situación de vulnerabilidad que es necesario atender
mediante el desarrollo y aplicación de acciones de
prevención y promoción de la resiliencia, con el
fin de activar fortalezas que ayuden a superar dichas
circunstancias.

Bibliografía

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Autor:

Gian Franco Vacchelli
Sicheri

 

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[9] Grotberg, E. Nuevas tendencias en
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[10] Resiliencia, 2011. En
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