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Santa Sofia de la Piedad, una mujer centinela de sus miserias




Enviado por Luis Ángel Rios




    Santa Sofía de la Piedad, una mujer centinela de
    sus miserias – Monografias.com

    Santa Sofía de la Piedad, una
    mujer centinela de sus miserias

    Hay quienes opinan que un escritor cuando crea una
    novela no tiene otra intención que dejar volar su fecunda
    imaginación, sin que sus personajes encarnen personas
    reales; tampoco que la obra se una denuncia social o el retrato
    de la sociedad de un tiempo pasado o presente.

    Otros piensan, por el contrario, que cada novela es el
    testimonio de una o múltiples realidades:
    económicas, sociales, políticas,
    ideológicas, filosóficas, familiares,
    etcétera.

    Yo asumo que estos puntos de vista pueden estar en lo
    cierto: así como han existido y existen escritores
    contestatarios, irreverentes e iconoclastas, que defienden o
    combaten ideologías, y, por lo tanto, se les considera
    como escritores "comprometidos", también hay autores que
    escriben sólo por el gusto de escribir, sin que los animen
    causas sociales o de otra índole.

    Considero que Gabriel García Márquez puede
    pertenecer a los escritores "comprometidos", a pesar del
    irrefutable desborde de imaginación, fantasía y
    ficción, evidente en su novela "Cien años de
    soledad*",
    y de su "realismo mágico". Así, al
    momento de escribirla, éste no tuviera la intención
    de denunciar la condición indigna y de servidumbre de
    Santa Sofía de la Piedad, me dispongo, sin mayor hondura
    hermenéutica, semiológica, ontológica,
    sicológica y sociológica disertar sobre este
    conmovedor personaje, debido a que la escena o la
    narración del momento en que ésta abandona Macondo
    me estremeció profundamente y el impacto que
    ejerció sobre mi ser ese episodio de la obra literaria
    afectó mi sensibilidad humana hasta el delirio.

    No considero que García Márquez haya
    tenido la intención de mostrar, a través de las
    mujeres que desfilan por su novela, y, principalmente, de Santa
    Sofía de la Piedad, la condición miserable e
    indigna de la mujer en una sociedad en donde el poder del hombre
    o el "macho" se impone sobre la indefensa mujer.

    Tampoco se le puede tildar de "machista" o que
    inconscientemente hubiera querido "exorcizar" su atracción
    por el incesto (tema predominante en la obra). Intuyo que sus
    personajes requerían de toda una compleja
    sicología, y lo logró; sin que por ello se haya
    propuesto, deliberadamente, "retratar" o caricaturizar, mostrando
    las grandezas y las miserias del alma humana, una sociedad
    incestuosa, vesánica, violenta, marginada,
    ilusa…

    Desde esta perspectiva pretendo reflexionar sobre este
    personaje tan conmovedor: Santa Sofía de la Piedad. Y
    comienzo diciendo que éste (a mi juicio, uno de los
    personajes más importantes de la novela) desempeña
    el papel de la esposa sumisa de José Arcadio (Arcadio) y
    la abnegada madre de Remedios la bella y de los gemelos Aureliano
    Segundo y José Arcadio Segundo.

    Esta mujer, que "tenía la rara virtud de no
    existir por completo sino en el momento oportuno",

    vivió anónimamente durante gran parte de la novela,
    arrastrando una existencia impersonal, vacía y sinsentido;
    no porque ella así lo hubiera querido, sino porque las
    circunstancias lo dispusieron de esta manera.

    El incesto (piedra angular en "Cien años de
    soledad
    "), indirectamente, propició el negro destino
    de Santa Sofía de la Piedad.

    Para evitar que se consumara un acto de incesto entre
    Pilar Ternera y su hijo José Arcadio Buendía
    Ternera, conocido sólo como Arcadio, Santa Sofía de
    la Piedad fue comprada a sus padres para que reemplazara a Pilar
    Ternera en el lecho y tuviera intimidad con Arcadio. "Era virgen
    y tenía el nombre inverosímil de Santa Sofía
    de la Piedad. Pilar Ternera le había pagado cincuenta
    pesos, la mitad de sus ahorros de toda la vida, para que hiciera
    lo que estaba haciendo.

    Arcadio la había visto muchas veces, atendiendo
    la tiendecita de víveres de sus padres, y nunca se
    había fijado en ella, porque tenía la rara virtud
    de no existir por completo sino en el momento oportuno. Pero
    desde aquel día se enroscó como un gato al calor de
    su axila. Ella iba a la escuela a la hora de la siesta, con el
    consentimiento de sus padres, a quienes Pilar Ternera
    había pagado la otra mitad de sus ahorros".

    Pilar Ternera (otra víctima de las
    circunstancias), violada a los 14 años y que llegó
    con los fundadores de Macondo, parió a Arcadio, producto
    de la relación clandestina con José Arcadio
    Buendía Iguarán, hijo del patriarca José
    Arcadio Buendía y de la matrona Úrsula
    Iguarán.

    Al igual que su nuera Santa Sofía de la Piedad,
    se muestra bajo la genial pluma de García Márquez
    como un ser anodino e intranscendente; como una mujer más
    del montón.

    Como si la ruindad de sus padres de venderla no hubiera
    sido un atropello a su dignidad, la vida se encargó de
    propinarle golpes de toda índole, entre los que se cuenta
    la temprana muerte de su marido, fusilado poco tiempo
    después de haberse vinculado en concubinato con
    ella.

    En los albores de su juventud quedó viuda y
    embarazada. Desde entonces, hasta su partida de Macondo, no hizo
    otra cosa que desempeñar laboriosa y diligentemente las
    tareas domésticas de la casa Buendía, sin
    recompensa alguna, bajo el control y férrea disciplina de
    Úrsula Iguarán, la abuela de sus hijos, quien
    dispuso cómo habría de llamarse sus nietos. Santa
    Sofía de la Piedad fue otro ser milimétricamente
    sincronizado en el sistema planetario de la matrona de los
    Buendía.

    Santa Sofía de la Piedad, "la silenciosa, la
    condescendiente, la que nunca contrarió ni a sus propios
    hijos", pertenece a esa horda de mujeres centinelas de sus
    propias miserias, porque no fue capaz de oponerse a las
    determinaciones de sus padres ni a la cosificación de la
    cual fue objeto durante su larga permanencia al servicio de la
    familia Buendía.

    En su adolescencia, cuando todas las mujeres buscan
    entregar su virginidad al joven amado, debió entregar sus
    afectos y su castidad, sin que hubiera sido una decisión
    libre y autónoma, a un hombre que no era de su
    elección, sino al que las circunstancias le
    impusieron.

    Esta mujer, ejemplo de entrega y abnegación,
    consagró media vida de su miserable existencia, en medio
    de "soledad y el silencio", a la crianza de sus hijos y sus
    nietos, sin saber que era la bisabuela de Aureliano Babilonia,
    producto de los amores furtivos y prohibidos (por Úrsula
    Iguarán) de su nieta Renata Remedios, conocida como Meme,
    con Mauricio Babilonia. Gracias a su laboriosidad, la casa de los
    Buendía se sostuvo por largo tiempo, resistiendo a
    fenómenos naturales, destruyendo la maleza, limpiando
    telarañas, sacudiendo el polvo y combatiendo la
    invasión de insectos, lagartos, ratones, sanguijuelas y
    hormigas coloradas.

    Como en esa "casa de locos" ninguno se preocupaba por la
    felicidad de los demás, Santa Sofía de la Piedad
    dormía en esteras y no tenía atuendos suficientes
    para vestirse.

    Petra Cotes, la concubina de su hijo Aureliano Segundo,
    a quien nunca conoció, era la única que se
    compadecía de ella.

    "Estaba pendiente de que tuviera un buen par de
    zapatos para salir, de que nunca le faltara un traje, aun en los
    tiempos en que hacían milagros con el dinero de las
    rifas".
    Fernanda del Carpio, su nuera (esposa de Aureliano
    Segundo), pensó que era una "sirvienta
    eternizada
    , y aunque varias veces oyó decir que
    era la madre de su esposo, aquello le resultaba tan
    increíble que más tardaba en saberlo que en
    olvidarlo".

    Pareciere que el autor hubiera querido ensañarse
    con esta mujer hasta llegar al extremo de hacerla degollar a uno
    de sus hijos, después de muerto, "para asegurarse de que
    no lo enterraran vivo".

    Esta mujer no pudo descender más al fondo de sus
    miserias. Luego de esto, ¿qué queda para rebajarle
    a semejante condición de indignidad? ¡Qué
    vida tan cruel y degradada la de Santa Sofía de la
    Piedad!

    Dada su loable nobleza, nunca se molestó por su
    humilde condición de subalterna. Siempre se
    mantenía ocupada en el cuidado y mantenimiento de la casa
    donde vivió, en condición de doméstica,
    durante muchos años.

    Después de la muerte de Úrsula
    Iguarán, su anónima capacidad de trabajo
    disminuyó. "No era solamente que estuviera vieja y
    agotada, sino que la casa se precipitó de la noche a la
    mañana en una crisis de senilidad".

    Fue así, como después de tanta lucha y
    olvido, se rindió ante Aureliano Babilonia, que
    vivía ensimismado en el cuarto de Melquíades,
    tratando de descifrar sus pergaminos. -Me rindo -le dijo a
    Aureliano-. Esta es mucha casa para mis pobres huesos. Aureliano
    le preguntó para dónde iba, y ella hizo un gesto de
    vaguedad, como si no tuviera la menor idea de su
    destino".

    Vieja, cansada y solitaria se marchó de Macondo.
    Su irrefutable abnegación y entrega al servicio de los
    residentes y visitantes de la casa Buendía, lo mismo que
    su sacrificio de entregarse, en venta, a Arcadio, sólo
    valieron catorce pescaditos de oro que le dio su bisnieto
    Aureliano. Sólo se llevó, de sus ahorros, "un
    peso y veinticinco centavos
    ". ¡Qué
    condición tan indigna la de esta humilde y sumisa mujer!
    Su sacrificio y su tiempo de servicio doméstico solamente
    valieron eso: catorce pescaditos de oro y un peso con veinticinco
    centavos.

    Huérfana y viuda, luego de la muerte de sus hijos
    se marchó con rumbo desconocido, y no se volvió a
    saber más de ella. Un ser tan grandioso termina así
    su participación en la vida de Macondo.

    Esta dolorosa partida, en mi concepto el momento
    más conmovedor y sublime de la narración, me
    extasió. No sólo se fue Santa Sofía de la
    Piedad, se fue una parte de mi ser. Santa Sofía de la
    Piedad, paradigma de lo que una mujer jamás debe ser, se
    llevó parte de mi tranquilidad. Me afectó
    profundamente el momento en que Aureliano Babilonia "la vio
    atravesar el patio con su atadito de ropa, arrastrando los pies y
    arqueada por los años, y la vio meter la mano por un hueco
    del portón para poner la aldaba después de haber
    salido".

    Culmina así su papel en el juego de la vida una
    mujer que nunca fue dueña de sus propias decisiones y
    soberana de sí misma. Los demás decidieron por
    ella, sin que tuviera otra opción que aceptar.

    Otra mujer más de las que no tienen ni "la
    menor idea de su destino
    ". Su miserable vida ¿a
    qué mujer le puede interesar?

    Una mujer sin espíritu crítico, sin
    capacidad de pensar por sí misma, sin ánimo
    contestatario y resignada no puede ser el destino de ninguna
    mujer que quiera vivir plenamente. Quienes hemos leído con
    hondura hermenéutica esta novela no podemos estar de
    acuerdo que una mujer viva una vida así de impersonal y
    alienada. Una mujer tiene que vivir una vida auténtica,
    siendo ella misma, pensando por sí misma y tomando sus
    propias decisiones de manera autónoma, libre y
    soberana.

    ¡Qué paradójico! Ella que
    irrumpió abruptamente en la novela para evitar la
    consumación de un incesto, uno de sus descendientes
    vivió una vida incestuosa: su bisnieto Aureliano Babilonia
    engendró, con su tía Amaranta Úrsula, a un
    niño con cola de cerdo, el último de la
    dinastía Buendía. La novela comenzó y
    terminó con el fenómeno del incesto.

    Aunque, sin saberlo ni proponérselo, Santa
    Sofía de la Piedad evitó un hecho incestuoso, pero
    no pudo evitar que su descendiente incurriera en un acto de
    incesto.

    La condición miserable e indigna de Santa
    Sofía de la Piedad es un vehemente llamado a todas las
    mujeres que han leído o que lean esta novela con
    conciencia o espíritu crítico. Aunque haya muchas
    "Santa Sofía de la Piedad" en nuestra sociedad, las
    mujeres no pueden permitir que su vida sea objeto de tan inhumana
    degradación.

    La vida literaria de esta mujer tiene que ser un urgente
    llamado a que ninguna mujer acepte una vida así de
    indigna. Ninguna mujer puede ser como Santa Sofía de la
    Piedad: una mujer centinela de sus propias miserias. Hay que
    vivir una vida que valga la pena vivirla.

    *GARCIA MARQUEZ, Gabriel. Cien años de
    soledad.
    Editorial Oveja Negra, Bogotá,
    1982.

     

     

    Autor:

    Luis Angel Rios Perea

     

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