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Como hacer que las cosas pasen en lugar de vivir hablando de lo que pasa




Enviado por Guillermo Echevarria



    Prólogo

    Al principio, en la Cordillera, nos
    preguntábamos: "¿Por qué nos pasó
    esto a nosotros?". Y eso nos paralizaba. Lo que había que
    preguntarse era cómo salir de ahí.

    Escuchar en la radio que se había suspendido la
    búsqueda fue la mejor noticia. Desde entonces, ya solo
    dependía de nosotros sobrevivir y, por eso, hicimos cosas
    increíbles. Lo definitivo no es lo que pasa; es lo que
    nosotros hacemos con lo que nos pasa.

    Este libro está muy en sintonía con el que
    estoy terminando sobre la transformación interior y que
    posiblemente se llamará Querer, creer y hacer, que es lo
    necesario para que las cosas ocurran.

    Me emocionó mucho Taxi coaching, el cuento del
    taxista que pone todo de sí. Se me cayeron varias
    lágrimas porque me sentí muy identificado con cada
    uno de los personajes y con la transformación de la
    historia a partir de ese encuentro, porque en la vida, para ser
    felices, hay que poner siempre lo que falta.

    Es como el eco: si ponemos amor, nos
    devuelve amor. Si ponemos reproches, nos devuelve
    reproches. Si ponemos alegría, nos devuelve
    alegría.

    Todos tenemos una cordillera. Podemos quejarnos y
    adoptar la actitud caprichosa de no aceptar la realidad, o
    agradecerla. Aunque el dolor es inevitable, el sufrimiento es
    optativo. En los Andes, nosotros decidimos estar
    agradecidos.

    Ser feliz es una actitud, una
    decisión.

    Me alegra sentir que, a través de este libro,
    Guillermo está poniendo el granito de arena que
    hará que muchas personas puedan volver a soñar y
    animarse a atravesar los miedos para realizar sus
    sueños.

    Gustavo Zerbino1

    1.

    ¿Cómo bailar con la más
    linda?

    Monografias.com

    Estaba en una escuela de negocios dando un taller de
    Supervisión y Coaching cuando se cortó la luz. El
    lugar no tenía ventanas y la oscuridad se hizo total. En
    seguida se oyeron las expresiones de sorpresa de los presentes y
    voces que llegaban de salas contiguas a la nuestra, en las que se
    estaban dictando otros seminarios. Yo, que venía
    entrenándome en tomar los imprevistos como oportunidades,
    respiré profundo al tiempo que me pregunté:
    ¿Qué oportunidad es esto para el
    seminario?

    Y mientras esperaba que me llegara una respuesta mejor
    que la típica reacción de quejarme o matar el
    tiempo hasta que pasara el problema, pregunté al grupo si
    seguían allí y si estaban bien. Contestaron todos a
    la vez, un poco alterados por la situación.

    Estaba pidiéndoles que nos escucháramos
    cuando, de pronto, me vino una respuesta a mi pregunta. Si el
    propósito de este encuentro es entrenar la habilidad de
    hacer que las cosas pasen, ¿por qué no convertir la
    oscuridad en una oportunidad para practicar esto de
    ser más grandes que las circunstancias?

    Entonces, invité al grupo a
    continuar discutiendo el tema en el que estábamos antes
    del apagón.

    Apenas terminé de decirlo, se hizo un silencio
    total. Una de las participantes contestó que le
    parecía buena idea, pero el resto permanecía
    callado. Sentí que la oscuridad los desorientaba y me puse
    a conversar con toda naturalidad con la mujer que se había
    animado. En seguida se sumó la voz de un hombre que se
    identificó y entró en el diálogo. De a poco
    fueron apareciendo el resto de las voces. Luego de un rato, la
    conversación se había puesto súper movida y,
    a pesar de que éramos varios interlocutores, la
    comunicación fluía con toda claridad.

    Nos encontrábamos navegando en ese intercambio de
    ideas, contagiados por la emoción de sentir que
    habíamos superado un obstáculo, cuando nos
    sorprendió el regreso de la luz. Supusimos que el
    desperfecto habría sido arreglado, pero ninguno
    decía nada. La experiencia de conversar a ciegas
    había sido impactante.

    —Siento que, en este rato de oscuridad —dijo
    uno rompiendo el silencio—, nos comunicamos como no lo
    habíamos hecho hasta ahora.

    —Yo también —agregó
    otro—. El hecho de no poder verles las caras me
    llevó a estar mucho más atento a lo que cada uno
    decía y a cómo lo decía.

    —A mí, el asunto del ejercicio en la
    oscuridad, tengo que reconocerlo,, no me hizo demasiada gracia y,
    al principio, estaba bastante incómodo —le
    empezó a decir un gerente a la primera mujer que se
    había animado a hablar y que hasta ese momento casi no
    había participado del seminario—. Pero entonces
    escuché tu voz tan segura que me puse a hablar como si los
    estuviera viendo.

    —Les confieso que escuché sus
    voces por primera vez — compartió
    otro.

    —Fue un diálogo impecable. No
    nos superpusimos entre nosotros en ningún
    momento —dijo asombrada una de las participantes y
    remató: Voy a hacer este ejercicio con mi
    equipo.

    Por un momento nos quedamos todos mirándonos como
    diciendo: "¿Y ahora qué hacemos?".

    Me disponía a continuar cuando una participante
    me interrumpió para proponerme algo que en otro contexto
    hubiera sonado un poco loco, pero que todos aceptamos de
    inmediato…

    Fue la primera vez que terminé un
    encuentro a oscuras. Nos despedimos hasta la semana siguiente,
    junté mis cosas, dejé la sala y,
    cuando estaba por cruzar la puerta de salida, me detuvo el
    portero:

    —Casi se quedan encerrados hasta mañana
    —dijo—. Es que con el tema del apagón se
    suspendieron los demás cursos y pensé que se
    habían ido todos… ¿Se quedaron a
    oscuras?

    Ya estaba dejando el edificio cuando se me acercó
    uno de los participantes que se había quedado esperando
    para hacerme una pregunta en privado: si lo del apagón
    había sido planeado por mí como una forma de
    entrenarlos. Me sorprendió completamente que me lo dijera
    y tuve que confesarle que, de alguna manera, sí. Mi plan
    había sido que todo, hasta lo inesperado, sumara a los
    objetivos del seminario.

    Sus palabras me hicieron tomar conciencia de que esa
    noche habíamos danzado tan armoniosamente con lo
    imprevisto que se había convertido en la mujer más
    linda: esa dama llamada oportunidad.

    DESAFÍO N° 1: CÓMO
    CONVERTIR LOS IMPREVISTOS EN OPORTUNIDADES

    Claves para hacer que las cosas
    pasen

    Hace unos días pasé por la puerta de la
    escuela de negocios en la que se nos apagó la luz y me
    puse a recordar cómo superamos el imprevisto
    e, incluso, cómo logramos ir más allá hasta
    convertirlo en una oportunidad única de
    aprendizaje.

    Y se ve que, a partir de ese momento, mi cabeza
    continuó preguntándose: ¿Qué
    oportunidad puede ser esto para mis objetivos? porque al tiempo
    me sugirió: ¿Y si escribimos la anécdota del
    apagón?

    Publiqué la historia en Internet y la respuesta
    de los lectores fue muy buena. La envié a través de
    mi boletín electrónico y una empresa me
    contrató. Además, se convirtió en una de las
    historias clave para explicar de manera sencilla la esencia de
    este libro: pase lo que pase, cómo hacer que las cosas
    pasen.

    Tantas cosas surgieron a partir de ese y otros
    imprevistos que, a veces, me pregunto qué rumbos distintos
    habría tomado mi vida en estos últimos años
    si, en lugar de aprovechar esos imprevistos, los hubiese visto
    como problemas a evitar.

    A través de estas claves quiero trasmitirte lo
    que aprendí explorando el arte de la oportunidad para que
    puedas descubrir posibilidades donde antes solo parecía
    haber problemas.

    Me gustaría poder aprender de tus experiencias
    convirtiendo imprevistos en oportunidades, por eso te voy a
    agradecer mucho que las compartas conmigo enviándolas a
    paseloquepase@guillermoechevarria.net

    ¿AGUAFIESTAS?

    Me encontraba coordinando una actividad de trabajo en
    equipo en un hotel en mitad de las sierras de Córdoba.
    Habíamos planificado realizar los desafíos de la
    mañana dentro del hotel y seguir trabajando al aire libre
    por la tarde. La jefa de Recursos Humanos de la empresa que me
    contrataba estaba muy preocupada con unos nubarrones negros que
    iban creciendo a medida que se acercaba el medio día. Al
    llegar la tarde empezó a llover
    torrencialmente y yo tuve esta conversación
    conmigo:

    —¿Qué quiero que
    pase?

    —Que la gente pueda hacer los juegos de equipo sin
    mojarse.

    —¿Y por qué sin
    mojarse?

    —Emmm… no sé. Porque es lo que me
    dijeron en la empresa.

    —¿Pero para qué te
    contrataron? ¿Para que no se mojen?

    —No, me llamaron para que coordine juegos y
    desafíos para que este grupo se convierta en un equipo de
    alto rendimiento.

    —¿Y si incluyéramos la lluvia como
    un desafío a superar por el equipo?

    —Bueno, pero… ¿y si
    algunos no quieren mojarse?

    —Y bueno, tendrán que
    decidirlo… ¡en equipo!

    —Claro, les voy a pedir que tomen la primera
    decisión de equipo de la tarde.

    Tuvieron que negociar entre ellos y finalmente
    improvisaron varias capas de lluvia a partir de unas bolsas de
    residuos para los que no querían mojarse. Una hora
    después, apenas el equipo había logrado superar
    bajo la lluvia el desafío que yo les había
    planteado, paró de llover.

    La sensación de triunfo era generalizada y
    escuché a varios de ellos comentando: "Se nos dio todo.
    Sin lluvia no hubiese sido lo mismo". Entonces pensé:
    ¿Cuánto nos hubiese costado generar artificialmente
    la lluvia que ese día nublado nos había
    regalado?

    Estate alerta. Mientras solo veas problemas en una
    situación, es posible que te encuentres
    ¡defendiéndote de las oportunidades!

    ¿RESOLVER
    O DISOLVER?

    Los problemas son tentadores porque nos invitan a
    resolverlos sin dejar que nos preguntemos si existe otra manera
    de plantear la situación. Como cuando nos ponemos a
    resolver un crucigrama o el Sudoku. No nos replanteamos las
    reglas del juego, sino que, simplemente, intentamos jugar lo
    mejor posible dentro de las reglas establecidas. En la
    situación del apagón, yo podría haberme
    planteado: ¿Cómo hago para que volvamos a tener
    luz?

    Y seguramente habríamos podido encontrar muchas
    maneras de resolver la falta de luz con un encendedor, prendiendo
    los teléfonos celulares o poniéndonos de acuerdo
    para continuar la actividad en el bar de la esquina. Todas
    soluciones que pueden servir para tener luz, pero que no
    cuestionan el planteo inicial que da por sentado que la falta de
    luz es un problema.

    Frente a un problema no solo podemos resolverlo,
    también podemos disolverlo.

    ¿¡Qué!? Sí.
    Preguntándonos: ¿Quién dice que esto es un
    problema? o ¿cómo estoy interpretando esta
    situación para que aparezca como un problema para
    mí? y ¿cómo necesitaría plantearla
    para que deje de ser un problema para mí?

    Pero ¿cómo es posible disolver un problema
    que, hasta hace cinco minutos, nos estaba volviendo locos? Es
    posible porque los problemas no son cosas, son planteos. ¡Y
    es por eso que podemos replantearlos! De hecho, los problemas no
    existen independientemente de nosotros. Somos nosotros lo que
    llamamos problema a una situación que no
    esperábamos encontrar.

    No hay problemas sin miradas
    problemáticas.

    ¿CÓMO HAGO PARA CONVERTIR UN
    IMPREVISTO EN UNA OPORTUNIDAD?

    Podemos gastarnos el dinero de la indemnización
    mientras lloramos la injusticia de haber sido despedidos
    olvidando, por ejemplo, que siempre quisimos tener un
    emprendimiento propio. Hoy tenemos el dinero y el tiempo, pero no
    lo podemos ver porque, entre otras cosas, no queremos aceptar que
    ocurrió lo que ocurrió.

    Anclados en el lamento y el enojo, continuamos peleando
    con la situación del despido y no dejamos espacio mental
    ni emocional para preguntarnos: ¿Qué oportunidad
    podría ser esto para mi crecimiento personal o
    profesional?

    ¿Hace rato que estoy disconforme con mi trabajo?
    ¿Y si aprovecho para definir qué es lo que
    sí quiero y a dónde me gustaría estar en
    cinco años? ¿Y si convierto este momento en una
    oportunidad para hacer el cambio de rumbo que siempre le quise
    dar a mi vida?

    Yo llamo hacer un minuto de Coaching a la pausa que hice
    en el momento del apagón para revisar cómo estaba
    mirando la situación y preguntarme qué era lo que
    quería lograr. Es un momento en el que salgo del piloto
    automático para revisar cómo estoy mirando la
    situación, para mirar mis pensamientos a la luz de lo que
    es más importante para mí. Es decir, para dejar de
    ser mi mente y pasar a ser la conciencia que observa cómo
    está pensando mi mente.

    Sucede que, mientras estoy siendo la mente, puedo tener
    la sensación de que mis pensamientos son la única
    realidad. Pero, tener un punto de vista, al fin y al cabo, es
    mirar la situación desde un solo punto. Decidir que no
    vamos a movernos de nuestro lugar porque nos encanta
    lo que vemos desde ese punto.

    Pero, si estoy tan enamorado de mi punto de vista que no
    me permito ver otra cosa, ¿tengo realmente un punto de
    vista o debería decir que hay un punto de vista que me
    tiene a mí?

    Tomar conciencia es tomar la distancia necesaria para
    ver con nitidez qué estoy pensando y así poder
    elegir mis mejores pensamientos, en lugar de ser pensado por
    cualquiera de ellos. Recién cuando tomo conciencia de
    cómo estoy pensando, puedo elegir descartar un pensamiento
    y reemplazarlo otro que me sirva más.

    ¡Cuidado! Los puntos de vista pueden ser muy
    peligrosos. Son auténticos magos capaces de hipnotizarte y
    hacer que confundas sus trucos de ilusionismo con la
    verdad.

    TRES PREGUNTAS
    CLAVE PARA HACERSE FRENTE A UN IMPREVISTO

    1. ¿Qué digo que
    pasa?

    2. ¿Qué quiero que
    pase?

    3. ¿Cómo podría convertir este
    hecho en una oportunidad para mí?

    1. ¿Qué digo que
    pasa?

    ¿Cuál es el hecho y
    cuál es mi primera evaluación del hecho?

    Para descubrir oportunidades, necesito mirar la
    situación sin confundir el hecho de que no hay luz con
    interpretaciones del tipo: que no haya luz es malo o sin luz no
    podemos trabajar. La diferencia radica en que los hechos
    pertenecen al mundo, y las interpretaciones o evaluaciones que
    hago de la situación me pertenecen a mí. Y como me
    pertenecen, ¡puedo cambiarlas por otras que me sirvan
    más!

    Saber diferenciar los hechos de mis
    opiniones me hubiese sido muy útil cuando
    empecé a dar seminarios de Liderazgo.

    Eran mis primeras actuaciones en público y
    solía sentir que algunos participantes me hacían
    preguntas maliciosas buscando probar cuánto sabía
    yo del tema que estaba compartiendo. Con ese diagnóstico
    de situación en mente, me ponía nervioso, me
    defendía y reaccionaba a su ataque con alguna evasiva o,
    por responder rápido, podía llegar a decir algo que
    más tarde lamentaba.

    En ese momento, yo no sabía
    distinguir entre:

    • hicieron una pregunta (el
    hecho);

    • es maliciosa (mi evaluación
    del hecho).

    Ahora bien, ¿cómo podía saber que
    la pregunta era maliciosa si yo no estaba en el interior de esa
    persona? Años más tarde aprendí que, en todo
    caso, esa era mi suposición. Una suposición que
    pintaba mi mundo de nerviosismo y que, como era mía,
    podía cambiarla por otra que sirviera más a mis
    objetivos como entrenador planteándome, por ejemplo:
    ¿Si no hubiera maldad en la pregunta cómo la
    respondería?

    Este simple planteo me tranquilizaba y me
    permitía concentrarme en comprender la inquietud del
    participante, en lugar de ponerme a la defensiva y buscar
    neutralizarlo.

    Luego de algunas experiencias positivas, probé ir
    más lejos planteándome: ¿Y si mirara estas
    preguntas como una oportunidad para mis objetivos como
    entrenador?

    Y sí, descubrí que podían ser una
    buena oportunidad para crecer en autodominio ejercitando mi
    habilidad de hacer una pausa para respirar, recordar mis
    prioridades y elegir mi respuesta. ¡Justo lo que yo estaba
    buscando trasmitir en esos seminarios!

    Ahora tenía la oportunidad de ser en la
    práctica ese autodominio. Así, a todos los
    presentes les quedaba muchísimo más
    claro de qué trata esto de elegir la respuesta
    frente a algo que, en primera instancia, se
    podría considerar como una agresión. Ya no
    importaba qué me preguntaban. Bueno, en realidad
    sí, porque desde que empecé a ver esas preguntas
    como oportunidades, ahora estaba rogando que me tiraran alguna
    granadita verbal para poder mostrar en la práctica
    cómo dar una respuesta constructiva desactivando mi
    reacción.

    Además, en muchas ocasiones, explorando sin miedo
    lo que había detrás de las preguntas,
    descubrí que no habían sido formuladas con
    intención de agredir. Algunas personas, por ejemplo,
    ponían en mí las malas experiencias que
    habían tenido en otras capacitaciones pero, al permitirles
    que lo expresaran, tomaban conciencia de que esta era una
    situación distinta y las emociones se calmaban. Era mi
    turno de ayudar a los participantes a revisar las evaluaciones
    automáticas que habían hecho de mí y a
    reemplazarlas por otras que nos permitieran trabajar mejor
    juntos.

    Es cierto que hubo casos en los que comprobé que
    la intención era agredirme, pero más de una vez, al
    escuchar los motivos, me enteré de que yo había
    dicho algo que había resultado ofensivo o inadecuado y,
    luego de pedir disculpas, pudimos continuar el seminario en
    paz.

    Elegir mirar las preguntas imprevistas de los
    participantes como una puerta para comprenderlos mejor en lugar
    de un peligro del que debía defenderme, me
    convirtió de un entrenador miedoso en uno más
    confiado y cercano a las necesidades de las personas, lo que me
    permitió ser más efectivo para
    ayudarlas.

    2. ¿Qué quiero que
    pase? ¿Cuál era mi objetivo?
    ¿Cuáles son mis propósitos más altos?
    La primera reacción de la mente frente a una
    situación inesperada suele ser: Quiero que las cosas
    vuelvan a ser como antes. Cuando se apagó la
    luz, mi mente dijo: ¡Quiero que vuelva la luz! Esa manera
    de pensar me enfocaba en el objetivo de recuperar la luz pero,
    cuando tomé distancia, recordé que mi
    propósito para el seminario era mucho más grande
    que tener luz. Esos son los momentos en los que necesitamos
    recordar nuestras prioridades originales preguntándonos,
    por ejemplo: ¿Cuál era mi objetivo cuando
    decidí venir a esta reunión? ¿Cuáles
    eran mis prioridades y mis propósitos más altos
    cuando soñé con ser médico?

    Pero… ¿para quién
    está trabajando tu mente?

    Aunque quizá no nos demos cuenta, todos solemos
    ser muy habilidosos para convertir imprevistos en oportunidades.
    ¿¡Qué!? Así es.

    ¿Alguna vez convertiste un error de otro en una
    oportunidad para criticarlo y devolverle así alguna
    gentileza? o ¿acaso no conocemos a alguien cercano que
    aprovecha algo que su pareja no hace bien o cualquier cosa que no
    funciona en su lugar de trabajo para autoeximirse de esforzarse y
    de dar lo mejor de sí mismo?

    Lo que sucede es que, si nos distraemos, nuestra mente
    trabaja para sus propios objetivos. Y el objetivo mental de tener
    razón siempre está esperando para meterse en
    nuestra vida. Porque confirmar lo que pensábamos, hace que
    nuestra mente se sienta inteligente y superior a la de los que
    están equivocados.

    Pero por más que a tu mente le guste mucho,
    demostrar que tenemos razón es un juego adictivo y
    destructivo. Tanto que puede llevarnos a romper amistades,
    parejas y proyectos con tal de confirmar que estábamos en
    lo cierto, no dando el brazo a torcer aun cuando eso implique
    demostrar que nunca vamos a funcionar como pareja porque no me
    escuchas o que no sirvo para trabajar con la
    tecnología o que no hemos nacido para ser
    creativos, emprendedores, buenos amigos, o lo que sea que estemos
    empecinados en demostrar que no podemos.

    Cada vez que las cosas no funcionan como
    esperábamos se nos presenta una
    decisión:

    • ¿Quiero encontrar culpables o
    quiero encontrar oportunidades de mejora?

    • ¿Voy a insistir defendiendo
    mi único método o estoy dispuesto a cambiar para
    lograr más?

    Y, en definitiva:

    • ¿Quiero tener razón o
    quiero tener resultados?

    De la respuesta que elijas va a depender el rumbo de tu
    día y, en definitiva, de tu vida. Sin embargo, aunque
    hayas elegido muchas veces el camino de tener razón
    —como yo mismo lo hice y lo hago cada vez que me salgo de
    mi rumbo—, te recuerdo que este nuevo minuto presente es
    una oportunidad para elegir algo nuevo. ¿Vas a dejar que
    tu mente lo use para sentirse y mostrarse inteligente o vas a
    aprovecharlo para vivir mejor?

    Si el apagón no me hubiese encontrado entrenando
    el músculo de transformar los imprevistos, quizá,
    en lugar de aprovecharlo como una oportunidad de aprendizaje, lo
    hubiese aprovechado como la oportunidad de irme antes a mi casa;
    de quejarme de lo mal que funcionaban las instalaciones del lugar
    o como una buena excusa, en caso de que los participantes dijeran
    que el seminario no les había resultado
    efectivo.

    Hoy, te invito a revisar los objetivos que estás
    alimentando en tu interior, porque vas a tender a convertir todo
    lo que pase en una oportunidad para lograrlos. Y si, en lugar de
    un sueño constructivo, tu objetivo principal fuera, por
    ejemplo, tomar revancha con alguien porque todavía
    estás resentido por lo que te hizo, que no te
    extrañe encontrarte aprovechando cualquier
    situación para dañar a esa persona o para
    dañarte como una manera de mostrarle al mundo
    lo mal que te va en la vida por culpa de lo que esa persona
    hizo.

    Las oportunidades que no estás encontrando son
    una consecuencia de los sueños que no estás
    alimentando. Para ver grandes oportunidades, hace falta tener
    grandes sueños.

    3. ¿Qué voy a hacer para convertir este
    hecho en una oportunidad para mí?

    ¿De qué manera necesito evaluar la
    situación para que sume a mis objetivos?

    Ya son muchísimas las ocasiones en las que,
    frente a un imprevisto o un error, pude escapar al primer planteo
    limitante que me daba mi mente reactiva. Hoy escucho las
    sugerencias de mi mente, pero no las tomo como verdades, sino
    como lo que ella está pudiendo ver en ese momento y voy
    más allá de mi primer diagnóstico de
    situación preguntándome: ¿Esto es lo
    único que puedo ver o soy capaz de mirar la
    situación desde un nuevo ángulo?

    Hoy elijo apostar a que siempre hay otras
    interpretaciones posibles y exploro esas posibilidades confiado
    en que sólo necesito encontrar la mirada o el
    ángulo que me permita utilizar ese hecho a favor de mis
    objetivos.

    Como el río que, entre las rocas, va
    encontrando el cauce por donde sí puede pasar,
    ¿qué es lo que sí puedo hacer en esta
    situación?

    TIPS PARA QUE LOS
    IMPREVISTOS TE TENGAN MIEDO

    • Ver lo que sucede solo como un problema es
    olvidarnos de que las circunstancias en sí mismas no son
    ni buenas, ni malas, sino neutras; simplemente son.

    • Enfocarnos en que las cosas
    deberían haber sido de otra manera nos
    desgasta, porque nos invita a gastar nuestra energía en
    enojos, protestas, culpas y autocastigos, y así echamos
    por tierra cualquier posible romance con la señorita
    oportunidad.

    • Los planes no se hacen para seguirlos ciegamente,
    sino para conseguir algo. Cuidado con aferrarse al plan y perder
    de vista el objetivo.

    • Cuando las circunstancias cambian abruptamente,
    la primera reacción de la mente es apurarse: hacer lo
    mismo, pero más rápido. En lugar de eso, te invito
    a detenerte y rediseñar tu plan pidiendo ayuda a
    más personas o cambiando tu método de
    trabajo.

    • Y si te preguntaras: ¿Para cuál de
    mis objetivos podría ser perfecta esta
    situación?

    • Convertir imprevistos en oportunidades no
    consiste en ser positivo negándose a mirar lo que no
    está funcionando. Se trata de aceptar que algo no funciona
    como esperábamos y, sin embargo, preguntarnos con
    insolencia:

    ¿Y si este cambio fuera una ocasión de
    llegar aún más lejos en mi objetivo
    original?

    TU MINUTO DE
    COACHING

    Cuando la oportunidad toque tu puerta, en lugar de
    empezar a desperezarte, dale a tus sueños una calurosa
    bienvenida. Si en este mismo momento se te diera la posibilidad
    de vivir el sueño de tu vida, ¿estarías
    listo para aprovecharla?

    Si tu sueño es viajar por el mundo, ¡te
    aconsejo que tengas tu pasaporte al día!

    Por eso, te invito a preguntarte:
    ¿En qué necesitaría formarme
    para tener las valijas listas para mi aventura? y
    ¿de qué manera podría
    reinterpretar los hechos de mi pasado de modo que se conviertan
    en una oportunidad para acercarme a mis sueños?

    Lo que buscas está más cerca
    que tu propia yugular

    Proverbio chino

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