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Las enfermedades y las actitudes humanas




Enviado por jose mejia




    Las enfermedades y las actitudesMonografias.com

    Las enfermedades y las
    actitudes

    Un alto porcentaje de las enfermedades que aquejan al
    hombre tiene lo que llaman algunos médicos, "un
    origen psicosomático". Aunque en el sentido acostumbrado
    no se consideran causas de la enfermedad, podemos a su vez,
    inferir que muchas de estas alteraciones de los procesos
    fisiológicos y de la mente tienen su lugar y principio
    común en las transgresiones, o lo que la religión
    reputa como pecados -vocablo éste insólito y
    arcaico que aparentemente no encajaría en la
    concepción científica moderna. La frase se
    mostraría como trivial y vacía para la
    mayoría de las personas de nuestra sociedad
    contemporánea, utilitarista y desacralizada-, errores esos
    en que a diario caemos y cometemos gracias a su homónimo,
    la ignorancia, lo que también afirmamos es su raíz.
    Un libro hondamente respetado y leído por muchos de
    nosotros, me refiero a la Biblia, así lo asevera, a la par
    que similarmente muchos otros acreditados como sagrados y las
    investigaciones más recientes han comenzado por
    corroborarlo en cierta manera, mediante la observación
    aguda que abre la investigación de la biología
    molecular moderna y sobre todo desde el ámbito de la
    mecánica cuántica.

    Bajo un contexto axiológico, ahora tratemos de
    encajar dentro de la emisión de esas tensiones agobiantes
    de la mente tan deslustrados terminajos, tales como los deslices
    de la conciencia y los delitos del corazón, quebrantos que
    muchas personas juzgarían más bien propias de otras
    áreas del saber y no de los espacios rigurosos de la
    ciencia. Numerosas vehemencias comunes y cuotidianas, que afectan
    directamente el Espíritu, son destructivas y nocivas para
    nuestra armonía vital, así hablamos de las neurosis
    emocionales o psicosociales nacidas del miedo, la inseguridad y
    de sus precursores, el desamor virulento, las imprecaciones
    infundadas, la ira desbocada, la codicia artera, el revanchismo a
    ultranza, la urgencia cáustica de la venganza, la cual
    emboza ciertamente el clamor de una "justa reparación" por
    las acciones delincuenciales aniquiladoras que producen
    desgarradoras y profundas llagas en familias enteras,
    desmembrando y quebrantando sus cimientos. Pero también y
    en correlación cómplice, como su motor, la
    formación infantil distorsionada desde los informes
    hogares y la escuela anacrónica, el hambre que desgarra y
    lesiona el alma, la desocupación que hiere y humilla, el
    desamparo del ente obrero míseramente remunerado por la
    escalada injusta de la valoración del trabajo en un
    régimen gubernamental decadente.

    Por otro lado aparece el individuo capacitado que ha
    logrado insertarse, muy seguramente por méritos y
    formación académica, sacrificios, ahínco,
    disciplina y tesón personales, como elemento provechoso y
    generador de riquezas y empleo, convirtiéndose en un ente
    productivo, pero que, prevalido de esa posición de
    privilegio alcanzada, no dudará en buscar poder y afianzar
    con incesante urgencia, cualesquiera bienes o insumos materiales
    para él y los suyos, a despecho de la insuficiencias de
    aquel desventajado que, llegada la ocasión, a su vez
    únicamente le importará escalar posiciones ya sea
    económicas o de supremacía, en una suerte de
    emulación, arribismo nocivo que asegurará su
    ventura y el de sus bienquistos cercanos. Esto origina una
    vorágine consumista a ultranza creciente, ante la cual se
    extravían la verdadera misión o meta trascendente
    del individuo en este mundo.

    Se causa gran fragilidad moral en el tejido social
    cuando los estados devienen "en aparatos institucionales que en
    lugar de ser las esferas de la justicia y la eticidad universal
    descendieron al infierno del egoísmo universal y de la
    primacía de los intereses privados por encima del
    beneficio público" Ciertamente que la ceguera materialista
    ha actualizado y perennizado la manipulación intencionada,
    desde las cúpulas gubernamentales, la credibilidad y el
    candor populares, para engañar demagógicamente a
    los pueblos con el propósito de acceder o mantenerse en el
    poder, enfrentando a las clases sociales, para conseguir
    así servirse de éste o para favorecer a grupos
    afines, todo lo cual genera, desde el punto de vista espiritual,
    una capa poderosa de negatividad, singular amenaza de arteras
    fuerzas sobre la sanidad del sujeto. Mientras pulía esto,
    llegó la noticia del estado de salud del actual mandatario
    venezolano. Evocaba por igual la agonía atormentada y
    dilatada de Francisco Franco Bahamonde, (el tan mentado
    Generalísimo Francisco Franco) allá por los
    años de su muerte en el tercer cuarto del siglo pasado.
    Los ecos de este ensayo y sus fulgores de verdad, en casos como
    éstos, musitan silenciosamente sus razones en el tremor de
    la Historia.

    Ominoso es maltratar tanto a la naturaleza, la madre
    Gaia, nuestro hogar irremplazable en esta materialidad,
    sintiéndonos irracionales, prepotentes, sus amos y
    dueños, en detrimento de la conservación del
    hábitat y so pretexto de "explotar los recursos
    naturales", paulatina y anárquicamente, alimentando su
    burda y sistemática destrucción. Nuestra credencial
    es que debemos satisfacer "necesidades diarias básicas" o
    de "bienestar colectivo" a como dé lugar. Y en nosotros,
    amortiguamos nuestras incidencias vivenciales, en abono de un
    ilusorio placer, con la maceración alcohólica
    abundante de nuestras vísceras y la invariable
    obnubilación cerebral e, in crescendo, la concurrencia
    secuaz de substancias adictivas evanescentes legalizadas o no,
    lamentable consumo y sumisión alucinante y aniquiladora a
    fétidos alcaloides esclavizantes y demás
    súcubos e íncubos químicos de permanente
    invención de la codicia y loca malicia, que destazan
    procaces e impúdicos, en sibilina aniquilación
    orgiástica, los cuerpos y los espíritus de sus
    lisiadas víctimas. Más sutilmente, la
    sórdida inducción de los imperios
    farmacéuticos al uso oscuro, tirano y demoledor
    igualmente, de fármacos de calaña aleve que,
    prevalidos de la demencial maquinaria mercadotécnica y
    similarmente a los precedentes prohibidos, producen derivaciones
    altamente negativas en la salud, cual pantagruélico
    ingenio que indudablemente es la génesis de serios
    desórdenes en el hombre (pero también, y por sobre
    todo, fuentes de inimaginables fortunas), En síntesis, en
    esta sociedad contemporánea, cuyos mismos cimientos ya
    está siendo seriamente cuestionados por las mentes
    más lúcidas, esa gama de situaciones que alientan
    la tecnocracia y el estilo de vida moderno y su aparataje
    socio-económico actual, es una derivación
    cómplice que emana del factor disonante: el desamor o lo
    que es lo mismo, el frío materialismo en acción, en
    todas sus múltiples y variantes facetas. ¡Ah, la
    siempre presente tragicomedia humana que se renueva con turgentes
    atavíos y tramas contemporáneas, cual recurrente
    apología de Prometeo Encadenado, en la transitoriedad
    temporal!

    Intentemos ahora conectar las dos caras, la moral y la
    material y buscar sus aristas comunes: la enfermedad es, en
    efecto, un cambio de estado en las condiciones corrientes de
    comportamiento de las funciones del cuerpo y nos percatamos de
    ella usualmente cuando el sistema biológico afectado se
    manifiesta por medio de sus señales y sus secuelas- dolor,
    decaimiento, malestar, calentura, cambio de aspecto y de estados
    de ánimo, etc. La medicina  tradicional trata
    entonces de eliminar o paliar primeramente los efectos de
    aquellos síntomas. Si me duele el  estómago,
    por ejemplo, asumo que se debe a una bacteria o virus que
    vivía oportunista y se despertó de pronto en mi
    sistema y entonces ataco el síntoma con los
    químicos adecuados que destruyen el "origen" de la
    molestia y ya. El médico me ha examinado y explica que el
    "helicobacter pylori es la bacteria que infectó el mucus
    de su epitelio estomacal" probablemente por la ingesta de un
    alimento contaminado y que tengo una úlcera
    gástrica o una aguda inflamación. Me aconseja que
    quizás deba dejar de ingerir ciertas grasas y bebidas
    y alimentos peligrosos, ser más cuidadoso en la
    manipulación de los comestibles y en mi higiene personal y
    ya  estamos. A lo mejor me insinúa que debo
    preocuparme menos y llevar un régimen de vida menos tensa,
    (advertencia harto abstracta e  impracticable para muchos) y
    que debo relajarme para reducir el estrés. Ese
    diagnóstico está seguramente bien,  desde el
    punto de vista de los efectos, pero se va desvelando que la
    enfermedad no procede de causas materiales; la materia y el
    microorganismo agente solo son un medio, no la causa y hay
    razones manifiestas que describen muy claramente el origen real
    de los desórdenes del cuerpo y de la mente.

    La causa de la enfermedad está en "cómo
    el  individuo interpreta aquella  partitura de su
    vida".
    Bach decía que "La enfermedad es un
    conflicto entre la personalidad y el alma"
    es decir la
    enfermedad es el fruto de una mala o incompleta ejecución
    del trasunto vital armónico de cada sujeto, de la
    melodía de su vida. Su aparición reproduce la del
    fenómeno que ocurre en una banda elástica que es
    sometida a un esfuerzo de tensión, es decir, cuanto
    más la extendemos o deformamos y alejamos del estado de
    reposo o equilibrio, (ya que dicha tensión se produce
    mediante la acción del desliz o de las transgresiones),
    es  mayor la energía cinética o fuerza con que
    trata de retornar a su estado normal (se genera y agudiza la
    enfermedad). Por ello  debemos entender a la enfermedad, la
    fiebre y otras manifestaciones derivadas de ella, como una aliada
    que nos advierte que estamos cometiendo un error y que hay que
    corregirlo antes de que el muelle o banda elástica
    -nuestra salud equilibrada- colapse al tensarse y llegar su
    límite de elasticidad, si vale el término: las
    deformaciones permanentes o el colapso total. Por lo tanto, la
    enfermedad es una crisis y toda crisis deviene como
    evolución, o al menos en una  disyuntiva para el
    espíritu y jamás debería ocasionar un
    regreso al estado inicial, pues tiene una capacidad
    transformadora. Es una oportunidad para repensar las actitudes,
    para armonizar y reordenar las vibraciones e iluminar las
    intenciones y ejecuciones, para una conciliación interior
    que produzca en el mejoramiento interno propio. (1)

    Esta singular correlación entre esas dos fuerzas
    morales puede generalizarse a toda una sociedad. En un ensayo
    sobre la política ecuatoriana  llamado "Saudades
    éticas en la política", hemos hablado de la
    relajación de las buenas costumbres y de aquella
    evolución moral deseada, siempre hacia arriba y hacia
    adelante del ser y de los pueblos hacia zonas nuevas de
    experimentación y de logros, pues lo otro presupone
    empeoramiento y cristalización. De ahí que una
    política corrupta enarbolada por líderes
    atrabiliarios e inmorales produzca una sociedad igualmente
    enferma, aunque aparente robustez externa. La decadencia moral
    implica la enfermedad y muerte de los pueblos y de los imperios.
    "El alma que peque, esa morirá" (Ezequiel: 18)

     Nuestros organismos nunca actúan por
    sí mismos, y su característica principal es la de
    ser estructuras complejas inteligentes auto reproductoras, como
    se puede demostrar al observar la materia inerte de un
    cadáver en la cual la vida organizada se ha ausentado. Por
    tanto las condiciones de salud o enfermedad humanas nacen de la
    manifestación de la vitalidad y  por ello se puede
    inferir que el cuerpo "vive" primordialmente gracias a dos
    atributos que llamamos conciencia (alma) y vida
    (espíritu). La conciencia es, según su
    definición  académica, la propiedad del
    espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales
    y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta,
    es el conocimiento interior del bien y del mal, la
    aserción y comprensión reflexiva de las cosas del
    espíritu y, constituyéndose en la quintaescencia
    del triple cuerpo, es el alimento de aquel. Por tanto, la
    conciencia se establece como nuestra capacidad de utilizar los
    más elevados atributos de energía sutil que emanan
    del pensamiento y de las obras positivas, para nutrir aquello que
    constituimos fundamentalmente, el espíritu, y que nos
    conecta con la fuente de la que todo procede: El Absoluto,
    Brahma, Alá, Tao, Dios, o lo que los agnósticos
    dirían el Cosmos; el nombre aquí es
    irrelevante.

     Esto del concepto ontológico de las cosas
    es un tema fascinante y de mucha reflexión cuyo
    análisis no es parte de este planteamiento, sin embargo
    podemos decir que el Cosmos afecta e impresiona en el
    comportamiento y evolución  de todos los seres vivos,
    pues también somos materia  creada a su imagen y
    semejanza y con las substancias procedentes de él (la
    ciencia ortodoxa ya habla finalmente que nuestro origen
    está en el Sol, que es la fuente energética que
    recrea la vida). Estamos unidos a esta raíz como los
    granos de arena a la playa. Esta conciencia nos ha permitido ser
    los protagonistas más avanzado, avezados e infelizmente
    más peligrosos de la naturaleza. Igualmente la
    energía espiritual tiene gran influencia sobre nuestra
    material como poder vital que comparte y domina nuestro cerebro y
    sistema sensorial  y nervioso. Otra vez Einstein
    metafísico nos hace concurrir entre lo biunívoco de
    la materia y la energía. La materia, nos dice, es una
    concreción manifestada por la dinamia en movimiento al
    límite, de la energía. Claro, la energía
    espiritual trasciende las fronteras de lo einsteiniano y podemos
    llegar a conocer que somos chispas divinas, creados a imagen y
    semejanza de Dios, y que toda la Verdad está en el centro
    de nuestro corazón, pero, para entender esto, tenemos
    primero que conocernos a nosotros mismos. Así se deduce la
    profundidad de la frase griega que se puede leer en el
    frontispicio del antiguo oráculo de Apolo en Delfos:
    "Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al
    Universo y a los dioses".

    Siendo que la enfermedad, como afirmamos, es
    consecuencia de los tropezones en la ejecución del
    arquetipo vital, es entonces casi siempre el enfermo
    quien los ha cometido y el culpable de dichos
    errores.

     El origen de las enfermedades -dicen las
    estadísticas– es en un 90% de carácter nervioso, un
    9%  tiene su génesis por traumatismos y por
    radiaciones y finalmente un 1% por fallos de la naturaleza. En
    concordancia con la cifras arriba indicadas, ya se ha comprobado
    que los seres vivos somos cada vez más receptivos y
    sensibles, por una creciente influencia  que tiene el
    Espíritu en la materia y el producto derivado de
    éste: el pensamiento, sobre todo en la especie humana, por
    la gran influencia que se irradia por el acceso individual a la
    mente colectiva, la información universal que tenemos
    ahora al alcance de casi todos y frecuentemente casi al instante,
    y otros factores conexos, como la interrelación e influjo
    global que puede decantar en una debilidad manifiesta del nicho
    ecológico al que nosotros mismo hemos corrompido y en el
    que vivimos y la influencia que ejerce en el  sistema
    nervioso y en el código genético (con las
    mutaciones), lo que hace que se proliferen las enfermedades 
    contemporáneas  de origen nervioso y autoinmunes,
    cuya óptima recuperación se produciría
    adaptándose consciente y ordenadamente a la
    evolución. Las fuerzas del pensamiento pueden ser
    altamente dañinas, ya que generan tensiones muy intensas
    pues tienen una cualidad de imbuir "fractalidad", en el sentido
    de auto semejanza y replicación cuántica
    espacio-temporal, que va afianzando la labilidad del sistema a
    nivel celular, en órganos enteros, tales como aquellas
    afecciones del aparato digestivo y circulatorio. En
    síntesis, la casuística médica y pruebas
    controladas de laboratorio finalmente han demostrado que el
    sistema inmunológico  de humanos sometidos al
    estrés y a la depresión, baja hasta un 90%, con lo
    que los microorganismos externos tienen ocasión propicia y
    casa abierta para invadir el cuerpo y enfermarlo: su real origen
    es, entonces, la inarmonía espiritual. De allí que
    aquello bíblico, "religioso y fantasioso" de que "ya se ha
    pecado con sólo el pensamiento…" (el pensamiento
    incorrecto) al desear lúbricamente a otro congénere
    "ajeno", por ejemplo- no es simplemente una entelequia cristiana
    sino que tiene su base científica: ahora lo vamos
    entendiendo y procesando lentamente. Por ello, quien domina para
    el bien el pensamiento y su personalidad –irremediablemente
    llamado "ego"-, se ha dominado a sí mismo y puede entonces
    conquistar el mundo. Ya lo decía Goethe:

    "From every power that the world
    enchains,

    Man frees himself when self control he
    gains"
    (*)

     (*)   De todos los poderes que le
    encadena al mundo/El hombre se libera, cuando adquiere control de
    sí mismo.

     Hay asombrosos relatos y evidencias de inmunidad
    "milagrosa" a las más infecciosas enfermedades y ambientes
    insanos que únicamente se explican por la coraza
    protectora de amor y altruismo que genera alrededor de sí
    mismo el sujeto que hace de su actitud caritativa y su
    pensamiento proactivo y afectivo instrumentos de servicio y
    abnegación, como el de la piadosa albanesa Madre Teresa de
    Calcuta, de ejemplar vida, el multifacético médico,
    teólogo, músico y filósofo
    franco-alemán de origen alsaciano Albert Schweitzer
    -tío del ateo escritor Jean Paul Sartre-, que
    dedicó enteramente su vida  a aliviar el dolor de los
    leprosos fang y bantúes de Gabón y tantos
    médicos y misioneros sin fronteras, enfermeras 
    esforzadas, madres sacrificadas  y gente solidaria
    anónima cuyas actitudes y acciones honran la raza humana.
    Muchas ONG´s contemporáneas y organizaciones
    solidarias sin verdadero ánimo de lucro son otros de
    tantos ejemplos que corroboran bellamente la exégesis que
    aquí se esboza. Todos ellos han comprendido que dar es
    entregar una parte de su yo interior y con ello los seres
    magnifican su verdadera riqueza. Erik Fromm describe este
    pensamiento en su libro: "El arte de amar":

    "En la esfera de las cosas materiales, dar significa ser
    rico. No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho. El
    avaro que se preocupa angustiosamente por la posible
    pérdida de algo es, desde el punto de vista
    psicológico, un hombre indigente, empobrecido, por mucho
    que posea. Quien es capaz de dar de sí es rico.
    Siéntese a sí mismo como alguien que puede entregar
    a los demás algo de sí. Sólo un individuo
    privado de todo lo que está más allá de las
    necesidades elementales para la subsistencia sería incapaz
    de gozar con el acto de dar cosas materiales. La experiencia
    diaria demuestra, empero, que lo que cada persona considera
    necesidades mínimas depende tanto de su carácter
    como de sus posesiones reales. Es bien sabido que los pobres
    están más inclinados a dar que los ricos. No
    obstante, la pobreza que sobrepasa un cierto límite puede
    impedir dar, y es, en consecuencia, degradante, no sólo a
    causa del sufrimiento directo que ocasiona, sino porque priva a
    los pobres de la alegría de dar."

    El dar es una relación fundamentalmente
    biunívoca, simbiótica, mutua, pues el recibir
    implica un compromiso recíproco, no necesariamente hacia
    el donador sino hacia otros individuos y muchas personas que
    intuyen este concepto solidario prefieren, cómodamente, en
    actitud acerada y timorata, no recibir ni "no deber a nadie", por
    la obligación moral retributiva. Fromm nos
    dice:

    "Sin embargo, la esfera más importante del dar no
    es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo
    específicamente humano. ¿Qué le da una
    persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso
    que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente
    que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está
    vivo en él —da de su alegría, de su
    interés, de su comprensión, de su conocimiento, de
    su humor, de su tristeza—, de todas las expresiones y
    manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar
    así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el
    sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da
    con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha
    exquisita. Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo
    en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez
    sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir
    lo que se le da en cambio. Dar implica hacer de la otra persona
    un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han
    creado. Algo nace en el acto de dar, y las dos personas
    involucradas se sienten agradecidas a la vida que nace para
    ambas. En lo que toca específicamente al amor, eso
    significa: el amor es un poder que produce amor; la impotencia es
    la incapacidad de producir amor".

    Una dolencia que es el talvez el mayor azote de nuestra
    civilización, el cáncer, es considerada por algunos
    sabios como una auto enfermedad, una realidad que es doloroso
    aceptarla sobre todo por quienes la padecen y, a la par con el
     esclarecido pensador anónimo, creador de una enorme
    obra a la que he denominado "Humano Omega" y de la que mucho me
    he nutrido para esbozar este trabajo, pido disculpas si alguien
    que lo sufre o ya lo ha superado, se sienta aludido y dolido por
    lo  que voy a indicar a continuación, y en consuno
    con el autor referido, solicito vuestra licencia, paciente
    lector, pues estas reflexiones nacen con la sincera
    intención de  informar y ayudar, mas no de herir ni
    inculpar, y por tanto encierra una profunda lección que
    tengo la certeza va  a llegar a los corazones de quienes la
    asimile:     

     Voy a ser textual al transcribir lo que dice mi
    preceptor al respecto del cáncer:

    "Una célula, de repente, cambia su
    funcionamiento. Ya no trabaja por el bien de la comunidad a la
    que pertenece y empieza a trabajar para sí misma.
    Sólo le importa su reproducción y su abastecimiento
    de energía. Se multiplica sin límites hasta que
    conquista uno o varios órganos y pone en peligro el
    funcionamiento de todo el organismo.

     "Pero, ¿cómo se origina?

    "La célula se rige por el mecanismo del ser
    unicelular e independiente que ésta es. Se comporta como
    ser comunitario en contra de su tendencia natural, y lo hace
    forzada porque debe compartir el espacio y los recursos con sus
    compañeras, y por las fuerzas de cohesión del
    organismo. Su abastecimiento de energía y de
    oxígeno tiene la dosis justa para ella y se conforma con
    ello bajo la presión de sus compañeras. Si en el
    momento de reproducirse, la célula hija se encuentra en
    una zona sometida a una excesiva tensión, y por ello a
    condiciones extremas, en lugar de caer bajo las fuerzas de
    cohesión de las células adyacentes, puede comenzar
    a abastecerse tal como su tendencia natural le dicta. Pero si la
    célula empieza a reproducirse a un ritmo mayor y el
    abastecimiento no le falla, sus oncogenes (genes que participan
    en el comportamiento cancerígeno) se despiertan y su
    tendencia natural se dispara.  Y esto puede ocurrir a
    bebés y a adultos."

    Observemos el paralelismo en la actitud celular con la
    humana, en la cual el utilitarismo y el deseo patológico
    de posesión son imperativos.

    "Una persona sobrexcitada, sobrealimentada, con ansiedad
    y cuyos hábitos de vida apoyen la tendencia celular, tiene
    mayor probabilidad de generar un cáncer, pero el
    equilibrio celular es delicado y a veces una situación de
    estrés sobre un órgano que esté
    desarrollándose o regenerándose, y en el momento en
    que concurren varias circunstancias desfavorables, hace que una
    sola célula se independice del organismo y comience su
    propia batalla.

    La enfermedad del cáncer es expresión de
    nuestra época y de nuestra ideología colectiva.
    Nuestra época está caracterizada por la
    expansión implacable y la realización de los
    propios intereses. En todos los aspectos de la vida, el ser
    humano trata de extender sus propios objetivos e intereses sin
    miramientos sobre las fronteras, establecer puestos
    estratégicos para favorecer sus intereses y hacer
    prevalecer exclusivamente sus ideas y objetivos utilizando a
    todos los demás en beneficio propio
    (parasitismo)".

    Nuestra dinamia desordenada generada por la
    energía metabólica que nuestra hormona tiroidea, en
    concordancia con la adrenalina y noradrenalina, al servicio de
    nuestros apetitos, produciría ignorantemente y a la final,
    una suerte de apoptosis no controlada. El autor
    continúa:

    "Casi todos los humanos actuamos o deseamos como la
    célula cancerosa. Consumimos como ella. Nuestros sistemas
    de comunicación se extienden por todo el mundo, pero falla
    la comunicación con nuestro vecino o con nuestra pareja.
    Carecemos de interés por conocernos a nosotros mismos, y
    nos centramos sólo en satisfacer nuestros deseos. Nuestro
    objetivo es la expansión y el progreso. La ceguera del
    hombre de nuestro tiempo es la misma que la ceguera de la
    célula del cáncer. El ser humano, como la
    célula cancerígena, también abusa explotando
    a su medio: plantas, animales, minerales. Nos abastecen para que
    podamos extendernos sobre toda la Tierra. NOS COMPORTAMOS COMO UN
    CÁNCER."

    Una buena parte de la humanidad vive en un entorno
    forjado por una especie de burbuja biodinámica sui
    géneris, que pretende aislarla del mundo circundante y
    crea inconscientemente fantasías y pseudo valores en
    ése su cómodo universo sociobiológico
    virtual, en cuanto a la no percepción de la realidad y
    dicha liviandad espiritual va cristalizando y endureciendo
    paulatinamente su sensibilidad y predisposición primarias
    al denominado servicio amoroso y a la ayuda solidaria. Esa sutil
    y absurda levedad, impuesta por el progreso material, revela por
    otro lado, una tendencia singular hacia una especie de
    involución ética, aceptada en la modernidad en
    forma estólida y conveniente, más bien como una
    evolución de principios, que, puesta en movimiento,
    produce irónicamente a su vez fuerzas semejantes
    desafortunadas que decantan en `haceres" o episodios colectivos
    errados y que constituyen el embrión de energías
    motrices que actúan en nuestro "cuerpo de deseos" o
    emocional, que alteran el equilibrio metabólico y dan paso
    a la reducción del trabajo o acción de la
    contraparte inmunológica a nivel celular. Los cuerpos
    microscópicos encuentran un espacio de acción apto
    para manifestarse. De allí la manifestación de las
    enfermedades del organismo y del alma y muchas veces el
    desencadenamiento de las epidemias.

    Termina el autor diciendo:

    "No basta con vencer el cáncer, además hay
    que comprenderlo, para poder comprendernos a nosotros mismos. El
    cáncer es nuestra gran oportunidad para ver en él
    nuestros vicios mentales y equivocaciones. Por lo tanto,
    intentemos descubrir los puntos débiles de ese concepto
    que tanto el cáncer como nosotros utilizamos como
    ideología." (2)

    De tal suerte, sufrido y tolerante lector, que, por otro
    lado, estamos convencidos de lo fundamental que es para nuestro
    bienestar una actitud jovial y franca, espiritual, moral y
    éticamente apegada a los valores universales del apropiado
    vivir, en cualquier trabajo o actividad que desarrollemos, en
    correspondencia con nuestra creciente necesidad de coexistir en
    forma solidaria y de apoyo proactivo a causas comunes globales.
    Si se impulsa y apoya la cooperación internacional digna
    en la resolución de los grandes problemas
    contemporáneos y el voluntariado humanitario solidario se
    reactiva y robustece, todo ello nos impulsará a
    evolucionar bajo los preceptos morales perennes, a elevar el
    nivel ético de la sociedad, actualmente tan venido a
    menos. Paralelamente se contribuirá al bienestar de la
    colectividad y por cierto a reducir drásticamente los
    enormes presupuestos nacionales dedicados a la salud y a la
    prevención de enfermedades.

    No caigamos en el demérito de que nuestros actos
    sean privativos de nuestros intereses personales, sino que
    actuemos según el mayor imperativo del deber, como una
    prestación por el afianzamiento de lo bueno, lo verdadero
    y lo justo y no con el propósito de que los demás
    nos conceptúen como "buenas personas" o como una
    recomendación para nuestro desarrollo moral, sino, cuando
    para los otros, como un servicio afectuoso, sacrificado,
    respetuoso y desinteresado, al sentir honestamente que esa ayuda
    es necesaria para el hermano abatido. Si perseguimos estos
    propósitos, y utilizamos la mejor medicina del mundo que
    es el amor activo, seguramente habrá menos
    aflicción.

     

     

    Autor:

    José Mejía R.

    Quito, julio de 2011.

    1ª. Rev: abril-2013

    • (1) Ref.: Humano- Omega

    • (2) Ibídem

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