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Historia de la Iglesia (página 2)



Partes: 1, 2

El siglo trece se distingue
comúnmente como la era dorada de la gloria pontificia. En
este siglo iba a cumplirse la gran ambición de los papas
sucesivos desde el siglo quinto en adelante de establecer el
trono de San Pedro por encima de todos los otros tronos. Fue el
gran Papa Inocencio III, que poseía una astucia
diabólica, el que sobrepasó los logros de todos sus
predecesores y logró el dominio sobre los reyes de la
tierra. No podemos siquiera mencionar los sucios medios de que se
sirvió para alcanzar sus fines, ni hablar de los
años de asesinatos y guerras con que alcanzó su
meta. Los coronados sacerdotes de Roma se movieron con una mano
maestra y con la aplicación infatigable de toda la
maquinaria del papado, para que él mantuviera y
consolidara la absoluta soberanía de la Sede de Roma.
Durante este tenebroso período, Inglaterra iba a caer
más que nunca bajo el férreo dominio de
Roma.

Inglaterra bajo el interdicto
papal

Tanto fue ello así que otro
enfrentamiento entre el rey y el primado llevó a que toda
Inglaterra quedara bajo el interdicto papal. (Nota 2.) Todas las
actividades de la iglesia se suspendieron hasta que el interdicto
quedara levantado, y Juan, Rey de Inglaterra, hubiera sido
depuesto del trono, y esto por orden del Papa. Entonces,
y como si esto no fuera suficiente, el Papa ofreció el
trono vacante ¡al rey de Francia! Roma, como la mujer de
Apocalipsis 17, estaba en verdad cumpliendo la profecía
divina de que «reina sobre los reyes de la
tierra».

Inglaterra se rinde a Roma,
1213

Juan, el rey depuesto, fue al principio
rebelde y desafiante, pero más tarde se vio obligado a
inclinarse humilde ante el Papa, e Inglaterra se rindió
abiertamente a Roma. Esto tuvo lugar el 15 de mayo de 1213.
¡Pobre Juan! Había sido el más despreciable
tirano que jamás se sentara en el trono de Inglaterra, y
no pudo sobrevivir mucho tiempo a este fatal acontecimiento.
Murió en 1216 (sólo unas pocas semanas
después que el mismo Papa Inocencio), y murió, como
ha dicho otro, «con un carácter sin redimir por una
sola virtud solitaria».

Una nueva
persecución contra los cristianos

Otra de las actividades de Inocencio fue
emprender una violenta persecución contra las
prédicas de Pedro de Bruys y de Pedro Waldo. Éstas
habían dado un fruto maravilloso, hasta el punto de que se
podían hallar seguidores de ellos en casi cada país
de Europa. La persecución, conducida principalmente por el
notorio Simón de Monfort, cayó primero sobre los
cristianos del sur de Francia. Miles y miles fueron brutalmente
asesinados en el distrito de Languedoc. Se debe observar que
éste no era un ejército de la iglesia saliendo en
santo celo contra los paganos, los mahometanos o los negadores de
Cristo, sino la iglesia profesante misma contra los verdaderos
seguidores de Cristo, contra aquellos que reconocían Su
deidad y la autoridad de la Palabra de Dios. Esto era algo nuevo
en los anales de la cristiandad; pero la inexpugnable obra de
Dios salió a la luz exactamente de la misma manera en que
había aparecido mil años antes en la fidelidad de
los mártires. En un lugar los ejércitos papistas
encontraron un número de cristianos, hombres y mujeres,
orando y esperando pacíficamente su fin. Cuando se les
presentó la doctrina de Roma como la única
alternativa a la muerte, contestaron a una voz: «Nada
queremos saber de vuestra fe; hemos renunciado a la iglesia de
Roma. En vano os esforzáis, porque ni la muerte ni la vida
nos hará renunciar a la verdad que mantenemos».
También es interesante registrar que muchos de los
valdenses y albigenses, como se les llamaba, huyeron a otros
países, de manera que, por la gracia de Dios, el verdadero
evangelio fue predicado en casi todos los rincones de la
cristiandad.

La Inquisición

Fue al comienzo de estas guerras que fue
fundada la Inquisición, el más terrible de los
tribunales de este mundo, por influencia de Domingo, un monje
español que había tenido parte destacada en la
persecución contra los cristianos en el sur de Francia. Al
principio su actividad era secreta, pero en el año 1229
fue reconocida públicamente su gran utilidad en la
detección de los herejes, y el concilio de Toulouse la
constituyó como institución permanente. Se
ordenó que se establecieran inquisidores laicos en cada
parroquia para detectar a los herejes, con plenos poderes para
que entraran y registraran todas las casas y edificios, y para
someter a los sospechosos a cualquier examen que consideraran
necesario. La lectura de la Palabra de Dios fue
públicamente prohibida por Roma, e incluso su
posesión era considerada como un crimen capital. Este
terrible tribunal fue introducido gradualmente en los Estados
Italianos, en Francia, España, y en otros países,
pero nunca se permitió su entrada en las Islas
Británicas. No podemos aquí entrar en los detalles
de la Inquisición. Es cosa harto sabida que las acciones
más negras, la tiranía más arbitraria y las
crueldades más inhumanas que jamás ennegrecieran
los anales de la humanidad se perpetraron bajo la blasfema
pretensión de que los inquisidores estaban manteniendo
piadosamente los derechos de Dios en la iglesia.

Estamos ahora aproximándonos al
profundamente interesante período de la Reforma, cuando no
sólo el soberbio edificio de Roma iba a ser desafiado,
sino también sacudido hasta sus mismos cimientos. La
importancia de la Reforma y el puesto que ocupa en la historia de
la iglesia hace necesario entrar en ella con más detalle
que hasta ahora en esta historia.

El albor de la
Reforma

Parece característico de los caminos
de Dios que Él permita que el mal llegue a su
culminación antes de intervenir en juicio. Lo cerca que
llegara el mal de su colmo en el siglo quince sólo lo sabe
el Juez de toda la tierra. Todo el sistema parecía
irremisiblemente corrompido, mientras que el Papa (que
prefiguraba al hombre de pecado) estaba casi usurpando el puesto
de Dios. Que quedara suspendido el juicio divino sobre tal escena
para que la luz de la Reforma la iluminara es verdaderamente una
muestra culminante de la longanimidad y gracia de Dios. Aunque la
luz plena del día del reformador iba a resplandecer en la
persona de Martín Lutero en los primeros años del
siglo decimosexto, los primeros rayos pálidos del amanecer
se vieron claramente más de cien años antes del
nacimiento de Lutero. Una obra tan tremenda no podía
llevarse a cabo en un momento, y Dios estaba preparando
constantemente el camino para ella debilitando el poder del Papa
sobre los gobiernos humanos, y en general sobre las mentes de las
gentes, suscitando hombres capaces e íntegros para
denunciar los males de Roma.

Dos pontífices en guerra entre

Fue para esta época que reinaron
simultáneamente dos Papas, pero el antagonismo entre ellos
llegó a tal punto que el pontífice de Roma
proclamó la guerra contra el pontífice de
Aviñón. Esta insultante inconsecuencia, junto con
la terrible matanza que siguió, debilitó más
la influencia del papado, empleando así Dios un elemento
desintegrador dentro del campo del enemigo para acelerar
su caída.

Juan Wycliffe

Juan Wycliffe ha sido con justicia descrito
como la Estrella Matutina de la Reforma. De hecho, fue el primer
reformador de la cristiandad, el Lutero de Inglaterra. Pero no
había llegado todavía el tiempo del avivamiento.
Sus mordientes críticas contra Roma, en las que no
vaciló en tildar al Papa de Anticristo, atrajeron sobre su
cabeza un torrente de anatemas.

La traducción de la Biblia al
inglés, 1380

Pero Wycliffe era amado por el pueblo. Se
interesaba en el bienestar de las gentes, les predicaba el
sencillo evangelio, y tradujo la Biblia a un lenguaje que
podían comprender. Para el tiempo de su muerte en 1384 sus
seguidores eran conocidos por el nombre de lolardos, se
habían hecho muy numerosos, y se encontraban entre todas
las clases de la sociedad. Negaban la autoridad de Roma y
mantenían la total supremacía de la Palabra de
Dios. Como podía esperarse, una vez se desencadenaron las
acciones del Vaticano (porque los frailes habían dado
información al Papa en cuanto a lo que estaba sucediendo),
no iban a detenerse hasta la supresión de los
incorregibles herejes.

Persecuciones contra los
Lolardos

La accesión de Enrique IV al trono
de Inglaterra le dio a Roma su oportunidad. Engañado por
los testimonios falsos de los frailes acerca de pretendidas
prácticas revolucionarias de los lolardos, Enrique
consintió que fueran perseguidos violentamente; desde
aquel momento, y durante casi un siglo, ardieron las hogueras de
la persecución en Inglaterra. Se pueden mencionar
específicamente los nombres de John Badby y de Lord Cobham
entre los que sufrieron fielmente el martirio durante aquel
período.

Juan Huss y el avivamiento de Bohemia,
c. 1400

Pero en tanto que la obra de Dios estaba
siendo consolidada de esta manera, en lugar de exterminada, por
la persecución desatada en Inglaterra, estaba surgiendo
una notable obra de avivamiento en Bohemia, particularmente en
las personas de Juan Huss y de Jerónimo de Praga. Ambos
confesaron abierta y denodadamente su simpatía por todo lo
que Wycliffe había escrito, y fueron a su vez acusados
como herejes y quemados. El martirio de ellos, en lugar de
limpiar Europa de las herejías de Wycliffe, inflamó
las mentes del pueblo bohemio, de manera que se desató una
guerra civil. Pero incluso esto resultó para bien, porque
tuvo como resultado en un gran crecimiento de los llamados
husitas. Hubo otros a los que Dios suscitó durante este
período, como John Wessel, el tenor de cuya
enseñanza estaba opuesto a los caminos y máximas de
Roma. Según iba aproximándose la Reforma, se
multiplicaban las voces que proclamaban la verdad.

Las primeras Biblias
impresas

Antes de llegar a la historia de Lutero,
podemos mencionar la impresión de la Biblia en
este crítico período de la iglesia. La
invención de la imprenta y la fabricación de papel
a partir de trapos viejos durante la última parte del
siglo quince resultó en la impresión y
circulación de copias de la Biblia. Los traductores
comenzaron entonces su trabajo, y la Biblia fue traducida por
reformadores individuales a varias lenguas en el curso de unos
pocos años. Así, apareció una versión
italiana en 1474, bohemia en 1475, holandesa en 1477, francesa en
1477, y española en 1478, como si fueran heraldos de la
inminente Reforma.

Martín
Lutero

Es tarea difícil dar un breve
sumario de la vida y multiformes actividades de Martín
Lutero de modo que se pueda dar un justo tributo a su gran obra y
preservar, al mismo tiempo, un equilibrio en cuanto a sus faltas.
«Veo en Lutero,» escribió J. N. Darby,
«una energía de fe por la que millones de almas
debieran estar agradecidas a Dios. Y yo puedo en verdad decir que
lo estoy». No pueden abrigarse dudas de que nadie ha sido
más usado por Dios durante todo el período entre la
muerte de los apóstoles y la recuperación de la
verdad de la asamblea en la primera parte del siglo
diecinueve.

El estado de la iglesia en la
época de la Reforma

Se tiene que recordar que en la
época del surgimiento de Lutero, la malvada
introducción por parte de Roma de un plan de
salvación basado en penitencias o indulgencias, en lugar
de la doctrina de la justificación por la fe, había
llegado a unas proporciones espantosas, y daba enorme provecho a
aquella culpable iglesia. Estos ingresos pasaban por las manos de
los sacerdotes en cada ciudad y pueblo, y en la mayoría de
los casos la maldad e inmoralidad de los sacerdotes mismos era
notoria. Por ello, difícilmente puede sorprenderse nadie
ante la insatisfacción que se extendía
rápidamente en los corazones de hombres de todas clases.
En el lado positivo, el testimonio fiel de los precursores
había dejado una impresión tan indeleble que miles
de almas piadosas tenían una premonición de que iba
a tener lugar algún gran avivamiento. Todo lo que
se necesitaba era un hombre que fuera suscitado por Dios para
conducir, aconsejar y controlar, y estas cualidades estaban
personificadas en Lutero.

Los primeros días de
Lutero

Lutero, en cumplimiento de un voto para
consagrar su vida al servicio de Dios, dejó la universidad
a los 22 años y se hizo monje. Su diligente estudio de las
Escrituras lo llevó a su profunda convicción de
pecado, y trató repetidas veces, pero en vano, de reformar
su vida. Sus esfuerzos y mortificaciones fueron tan fervientes e
intensos como infatigables, pero no surtieron efecto, e incluso
lo aproximaron a las puertas de la muerte. Lutero estaba
ciertamente aprendiendo lo amargo de aquella falacia que pronto
sería llamado a destruir. Pero no estaba destinado a
permanecer oculto en un oscuro convento. Después de haber
estado dos años en el claustro, fue ordenado sacerdote, y
un año después de esto fue nombrado profesor de
filosofía en la Universidad de Wittenberg. Fue entonces
que surtió en su alma un poderoso efecto el famoso texto
«el justo por la fe vivirá». Cuando
resplandeció la luz divina en Lutero, y se
convirtió verdaderamente a Dios, era todavía un
esclavo de Roma, y no fue hasta haber visitado la ciudad papal
que comenzó a darse cuenta de sus corrupciones y a ser
sacudido de su adhesión a ella. El mal y la profanidad que
Lutero observó en Roma hicieron una profunda
impresión en él. Volvió a Wittenberg lleno
de dolor e indignación y continuó refutando
fielmente el error entonces prevalente de las iglesias de que los
hombres podían, por sus obras, merecer la remisión
de los pecados. La firmeza con la que Lutero se apoyó en
las Sagradas Escrituras impartió una gran autoridad a su
enseñanza, y se hizo evidente que no se podía
seguir evitando el fatal choque con Roma.

Lutero condena abiertamente las
indulgencias, 1517

Este choque fue ocasionado por la visita a
Wittenberg de John Tetzel, un notorio traficante en indulgencias.
«Os daré cartas,» decía Tetzel,
«todas debidamente selladas, mediante las que incluso los
pecados que tenéis la intención de cometer os
serán perdonados. No hay pecado tan grande que no pueda
ser remitido con una indulgencia. Sólo pagad bien, y todo
os será perdonado». Así era la malvada y
blasfema enseñanza de Tetzel, y en pocas ocasiones
encontró a hombres suficientemente ilustrados, y
más raramente aún suficientemente valerosos, para
enfrentarse con él. Lutero, sin embargo, no dudo un
momento en condenar a este osado impostor, y, no satisfecho con
sus prédicas públicas, fue tan lejos como para
clavar sus famosas tesis en la puerta de la iglesia de
Wittenberg. No sólo sirvieron estas tesis para denunciar y
condenar la inicua práctica de las indulgencias, sino que
también se profesó por primera vez la doctrina
evangélica de la remisión gratuita de los pecados,
sin ayuda alguna de ninguna absolución humana. Esto tuvo
lugar el 31 de octubre de 1517. El efecto fue electrizante, y las
noticias se esparcieron como un incendio por toda Europa. Se
tiene que observar, sin embargo, que Lutero distinguía
entre el dogma de las indulgencias y la enseñanza general
del papado. Estaba convencido de que lo primero era
erróneo; pero no estaba liberado aún en cuanto a lo
segundo. Por esto, sus tesis tienen todavía un fuerte
sabor de catolicismo. Este hecho explica la aparente indiferencia
con la que Roma recibió las primeras noticias de
Wittenberg y el hecho de que transcurrieran casi tres años
antes que Lutero recibiera la bula de excomunión del Papa.
Lo que tuvo lugar en el alma de Lutero durante este
período quizá nunca se sabrá. Fue objeto de
muchos ataques, mientras que desde todas partes se lanzaban
contra él vituperios y acusaciones; incluso sus más
entrañables y fieles amigos expresaban sus temores y
desaprobación ante su actuación. Él
había esperado que se unieran a él los dirigentes
de la iglesia y los más distinguidos académicos,
pero todo fue de manera muy distinta a lo que se había
imaginado. Se sintió solo en la iglesia y solo contra
Roma. No es sorprendente que se sintiera agitado y desalentado y
que comenzaran a formarse dudas en su mente. Tal como él
mismo escribió después: «Nadie puede saber lo
que sufrió mi corazón durante aquellos dos primeros
años, la desesperanza en que me hundí … porque en
aquel tiempo desconocía muchas cosas que ahora, gracias a
Dios, conozco».

Lutero excomulgado en
1520

Pero la buena mano de Dios estaba
detrás de todo ello, porque la gran obra que
Él había comenzado no iba a ser torcida
por un desaliento temporal del agente humano que Él
había escogido soberanamente para su promulgación.
Al resplandecer más luz en el alma de Lutero, su fe y
aliento aumentaron, y se hizo más evidente su distancia
entre su enseñanza y la de Roma. Gracias al sabio consejo
del Elector de Sajonia, verdadero amigo de Lutero desde el
comienzo hasta el final, fue esquivado un llamamiento para
hacerle comparecer ante el Papa en Roma. Esta doble
herejía ocasionó el desencadenamiento de la
tormenta, pero su fe en sus propias convicciones era entonces tan
fuerte que cuando finalmente llegó la bula de
excomunión, Lutero la quemó públicamente, y
declaró que el Papa era el Anticristo.

La Dieta de Worms, 1521

Roma parecía impotente, y,
dándose cuenta de la gravedad de aquel desafío,
apeló al poder temporal, a Carlos V, Emperador de
Alemania, para que suprimiera a aquel problemático hereje.
Pero la solitaria voz de Wittenberg no iba a ser
fácilmente silenciada, porque para este tiempo la mayor
parte de Alemania estaba de corazón con Lutero.
Además, sus escritos estaban extendiéndose
rápidamente en todas direcciones, y parecía como si
Europa estuviera esperando el resultado de la inminente
confrontación. Aunque advertido por muchos de sus amigos y
por masas del común de la gente, Lutero, poniendo sin
embargo su confianza en Dios, decidió acudir a la Dieta de
Worms, para responder allí, delante del mismo Carlos, de
las acusaciones que habían sido presentadas contra
él. Inmutable delante del emperador y de toda una corte de
duques, príncipes, condes y obispos, Lutero habló
con una calmada dignidad que sólo podía provenir de
mucha lucha privada en oración con Dios. (Nota 3.)
Reconoció, de manera sencilla, el montón de
escritos sobre la mesa como suyos propios, y rehusó
retractarse de ellos.

Lutero denuncia a Roma

Pero Lutero no podía limitarse a una
mera defensa de lo que ya había escrito. En los
términos más duros e irrefutables denunció
públicamente todo el sistema del papado e incluso
apeló al emperador para que no permitiera que sus
súbditos se dejaran seducir por tal sistema. «No
puedo,» añadió Lutero, «someter mi fe
ni al Papa ni al concilio, porque está tan claro como el
mediodía que ambos han errado frecuentemente y se han
contradicho entre sí. … Aquí estoy. Nada
más puedo hacer. ¡Que Dios me ayude.
Amén!»

Para profundo disgusto de Roma, Carlos
pareció quedar influido por la fe genuina del reformador,
y tan sólo consintió a un edicto de destierro. Su
propio temor a Roma le impidió hacer menos. Habiendo de
esta manera perdido su presa, el malvado poder de Roma
trató de asesinar a Lutero, pero el buen Elector de
Sajonia lo protegió, y, durante la temporal calma que
siguió, Lutero, como preso dentro de la seguridad del
castillo de Wartburg, pudo dedicar su atención a la
traducción de la Biblia.

Zuinglio y la
Reforma Suiza

Mientras todo esto sucedía en
Alemania, se estaba gestando otra obra de Dios igualmente notable
y totalmente independiente en otro lugar de Europa. Tuvo lugar en
Suiza, y el instrumento escogido por Dios fue Ulrico Zuinglio,
que era sacerdote de Roma. Lo mismo que Lutero, Zuinglio
había abierto los ojos pronto a los lamentables males del
papado, y, simultáneamente con esto, gracias a la sabia
enseñanza del célebre Thomas Wittembach,
aprendió la importante doctrina de la justificación
por la fe, y se dio cuenta, para su asombro, de que la muerte de
Cristo era la única redención de su alma. Al
profundizar en este conocimiento mediante el cuidadoso estudio de
las Escrituras, Zuinglio expresó abiertamente sus ideas
acerca de las cuestiones eclesiásticas, y miles iban a
oírle. Su mensaje era nuevo para sus oyentes, y él
lo expresaba en un lenguaje que todos podían comprender, y
el pleno y claro evangelio que él predicó tuvo
resultados eternos. Era grande su fe en el poder convertidor de
la palabra, aparte de cualquier esfuerzo del hombre por
explicarla, mientras que sus respuestas apacibles y modestas a
menudo desarmaban a sus adversarios. A este respecto, contrasta
notablemente con el rudo y tormentoso Lutero. Se debería
observar que Zuinglio comenzó a predicar el evangelio un
año antes que el nombre de Lutero hubiera siquiera llegado
a Suiza, de modo que, como dijo él mismo, «no fue de
parte de Lutero que aprendí la doctrina de Cristo, sino de
la Palabra de Dios».

Diferencias entre Lutero y
Zuinglio

Sin embargo, había una interesante
diferencia entre las enseñanzas de estos dos destacados
reformadores. Zuinglio mantuvo abiertamente que todas las
observancias religiosas que no pudieran ser halladas en la
Palabra de Dios, o demostradas por ella, debían ser
abolidas. En cambio, Lutero, deseaba mantener en la iglesia todo
lo que no fuera directa o expresamente contrario a las
Escrituras. Incluso quería quedarse unido a la iglesia de
Roma, y se hubiera contentado con purificarla de todo lo que
estaba opuesto a la Palabra de Dios. La idea del reformador suizo
era la restauración de la iglesia a su simplicidad
original. No daba autoridad absoluta a nada que hubiera sido
escrito o inventado desde los tiempos de los
apóstoles.

Avances en Suiza

A su debido tiempo, el Papa recibió
las alarmantes noticias del movimiento en Suiza, pero en lugar de
hacer tronar sus anatemas contra Zuinglio, como había
hecho -y seguía haciendo- contra Lutero, cambió de
táctica, escribiéndole a Zuinglio una carta muy
halagadora, ofreciéndole todo lo que estaba en su mano
excepto el trono de San Pedro. Pero Zuinglio no desconocía
las argucias de Roma, y no dejó de darse cuenta del sutil
intento de acallar su voz. Al haber rechazado la mano tendida,
pero engañosa, del Papa Adriano, la Reforma en Suiza fue
ganando terreno, dando Dios abundantes pruebas de Su mano
poderosa en la gran obra. Se aprobó un decreto para la
abolición de las imágenes, fue abolida la misa, y
se acordó que la Eucaristía debía ser
celebrada en conformidad a su institución por Cristo.
Más notable aun, y quizá el golpe más
terrible de todos para Roma, fue la conversión de muchas
de las monjas, y su petición al gobierno para que se les
permitiera abandonar el convento. De esta manera, y
principalmente como fruto de las inagotables tareas de Zuinglio,
las doctrinas de la Reforma se extendieron con increíble
rapidez, y al cabo de pocos años el culto reformado estaba
firmemente establecido en los tres grandes centros de
Zúrich, Basilea y Berna.

El error de Zuinglio y su muerte,
1531

Pero lamentablemente Zuinglio
pareció incapaz de esperar hasta que el poder atrayente de
la gracia de Dios trajera a todo el país bajo la
influencia de la fe reformada. Aunque seguía siendo un
sincero cristiano y ferviente reformador, accedió a asumir
el carácter de un político, lo cual, a su vez, lo
llevó a tomar las armas para defender la verdad que tan
querida le era a su corazón. El resultado fue desastroso.
Zuinglio mismo, como capellán del ejército,
cayó muerto en batalla.

Revés en Suiza

La Reforma en Suiza quedó así
tan lamentablemente apartada del buen camino que la
restauración del papismo comenzó de inmediato. Pero
los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables, y aunque la
obra en Suiza quedó temporalmente frenada debido a la
infidelidad humana, iba a ser establecida más firmemente
que nunca pocos años después por medio de Juan
Calvino.

La traducción de la Biblia por
Lutero

Volviendo a Alemania, todo parecía
llamar a Lutero a gritos. Y él oyó este clamor en
la soledad de Wartburg, y no lo pudo resistir. Diez meses
después de la Dieta de Worms, puso su vida en el fiel de
la balanza, y aunque seguía estando bajo el interdicto del
emperador (como resultado de lo cual cualquiera que lo
reconociera podría prenderlo) volvió a Wittenberg.
Seis meses después su traducción del Nuevo
Testamento fue impresa y dada al mundo. Fue recibida con gran
entusiasmo y no menos de cincuenta y tres ediciones fueron
impresas sólo en Alemania durante los primeros diez
años de su publicación. Con la ayuda de Melancton,
el íntimo amigo y fiel colaborador del reformador (Nota
4), poco después se añadió el Antiguo
Testamento, y se ha dicho que el don de Lutero a sus compatriotas
de la Biblia en su propia lengua hizo más por la
consolidación y dispersión de las doctrinas
reformadas que todos sus otros escritos juntos.

El efecto de la
Palabra de Dios en Alemania

Desde luego, aseguró que la base de
la Reforma fuera la Palabra de Dios, y no meramente las palabras
de Lutero. Las Sagradas Escrituras -durante mucho tiempo
encadenadas más allá del alcance de las almas
sedientas- eran ahora accesibles para todos. La oposición
que esto suscitó en la Roma papal sólo expuso su
inconsistencia, porque el poder de la Palabra tenía que
ser reconocido por aquellos que en la práctica negaban su
autoridad.

Las buenas nuevas de la Reforma se
esparcieron por todas partes. Había llegado su hora,
aunque parecía surgir una enorme oposición contra
ella desde todos los rincones. De nada le sirvió a Roma
lanzar sus anatemas, aunque lo hizo en inútil
cólera. Sus palabras cayeron en oídos sordos y en
corazones preparados por Dios para recibir en su lugar las
verdades emancipadoras que la doctrina de los reformadores les
dieron. Hubo predicadores arrestados, torturados y martirizados,
pero de nada sirvió. La Biblia estaba en manos del pueblo,
y la resistencia era inútil.

La primera Dieta de Spira,
1526

Para este tiempo, los tres príncipes
más poderosos de Europa, Enrique VIII, Carlos V y
Francisco I, los soberanos respectivos de Inglaterra, Alemania y
Francia, se unieron en alianza con el Papa para la
supresión de los perturbadores de la religión
católica. Pero el consejo convocado en la Dieta de Spira
tuvo un resultado inesperado. En lugar de entregar a los
reformadores a discreción de Roma, ¡dio gracias a
Dios por haber avivado, en su tiempo, la verdadera doctrina de la
justificación por la fe! A pesar de esta derrota, y frente
a muchos de sus nobles que favorecían la Reforma, el
emperador de Alemania convocó tres años
después una segunda Dieta de Spira, en la que
exigió el sometimiento de los príncipes alemanes a
la original fe católica. Pero el emperador ya no
podía ejercer una autoridad suprema en cuestiones tocantes
a la iglesia, y el consejo se mostró de nuevo dividido.
Para llevar el asunto a una conclusión, se promulgó
un decreto que incluía las exigencias del emperador, y
éste fue firmado por los nobles católicos. Pero el
partido reformado de la Dieta se mostró a la altura de las
circunstancias, y, como un solo hombre, protestaron
contra la decisión del consejo.

El comienzo del
Protestantismo

Éste fue el inicio del
Protestantismo y del período de Sardis en la
historia de la iglesia. La Reforma había tomado forma
corporativa. En la Dieta de Worms fue Lutero en solitario quien
dijo «No»; pero fueron iglesias y ministros,
príncipes y pueblo, los que dijeron «No» en la
Dieta de Spira.

El error del
Protestantismo

Se debe registrar con dolor en este momento
que muchos cristianos, al escapar del papado, cayeron en el error
de poner el poder de la iglesia en manos del magistrado civil, o
de hacer de la misma iglesia el depositario de este poder. Ya
hemos señalado la forma trágica en que esto se vio
en el caso de Zuinglio. Satisfechos así acerca de su
propia seguridad, pronto se establecieron en sus nuevos
privilegios en un lamentable estado de inercia espiritual,
recordándonos las palabras del Señor a Sardis:
«Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y
estás muerto». Así, el protestantismo
erró eclesiásticamente desde su mismo comienzo,
porque miraba al gobernante civil como aquel en quien
residía la autoridad eclesiástica. El
péndulo había oscilado casi hasta el otro extremo,
de manera que, en lugar de la iglesia gobernando al mundo, el
mundo vino a ser el gobernante de la iglesia.

La Confesión de Augsburgo,
1530

Cuando los protestantes fueron convocados
por el emperador de Alemania para que dieran cuenta de sus
actividades y de sus razones para abandonar la fe
católica, redactaron (bajo la dirección de Lutero y
de Melancton) una clara enunciación de sus doctrinas, que
fue presentada en la Dieta de Augsburgo. En los caminos de Dios,
se dio a los protestantes una recepción mucho más
favorable que lo que jamás se hubiera esperado, y muchos
firmes partidarios de Roma tuvieron que inclinarse ante las
convincentes palabras y artículos de fe de los
reformadores. Esta puede ser considerada como la ocasión
en la que la Reforma quedó definitivamente establecida en
Alemania.

Lutero era considerado por la multitud como
poco menos que un Papa, y parecería que tendía a
caer bajo la influencia de ello, porque se ha dicho que al menos
en una ocasión incluso sacrificó los intereses del
evangelio para el mantenimiento de su propia autoridad.
Además, Lutero nunca pudo liberarse enteramente de los
estorbos del papado, y la doctrina de la presencia real de Cristo
en la Eucaristía fue un dogma al que se aferró
hasta el fin. Esto le implicó en una acerba controversia
con el gran reformador suizo Zuinglio, al que la doctrina de la
transubstanciación le causaba horror. Pero era demasiado
terco para dejarse convencer, aunque los argumentos de Zuinglio
eran claros y convincentes, e incluso rehusó estrechar la
mano tendida de Zuinglio.

Los años finales de
Lutero

Lutero perdió mucho por su
obstinación, y casi parecía que ya se
desvanecía la estrella de la vida del gran reformador;
pero el Señor añadió otros quince
años a la vida de Su amado -aunque frecuentemente errado-
siervo, durante el cual tiempo sirvió fielmente de palabra
y pluma en la consolidación de la gran obra que le
había sido confiada.

La Reforma en
Europa

Habiendo examinado con cierto detalle la
historia de la Reforma en Alemania y Suiza, y tras haberla visto
firmemente establecida en estos países bien antes de la
muerte de Lutero en el 1546, es necesario hacer una
mención expresa de la Reforma en algunos de los otros
países de Europa. El hecho de que una obra similar
surgiera en varios países distintos aproximadamente al
mismo tiempo sólo añade más prueba -si es
que se necesitara de pruebas- de que esta gran obra fue de
Dios.

Juan Calvino

La Reforma en la Suiza Francesa ya ha sido
mencionada en el contexto de su relación con Juan Calvino.
Su nombre y el de Guillermo Farel están inseparablemente
relacionados con la Reforma en la Suiza Francesa y en la misma
Francia. Tan fiera y explícita fue la condena que Calvino
hizo de Roma que fue considerado como un enemigo más
peligroso e implacable que Lutero. Con un cuerpo débil y
enfermizo y en una vida relativamente breve, llevó a cabo
una gran obra, pero, por lo que a la verdad respecta, fue
más allá que Lutero, y cayó en un error
positivo, especialmente acerca de los sufrimientos de Cristo.
(Nota 5.)

La persecución contra los
hugonotes

En Francia, el martirio de los cristianos,
o Hugonotes, como fueron llamados los protestantes franceses, fue
extremadamente severo. La historia de sus sufrimientos, en
particular en la noche de la terrible matanza de San
Bartolomé en 1572, es bien conocida, y ésta
constituye, quizá, la matanza más malvada y
desalmada que jamás haya sido perpetrada, y, como se debe
añadir para su vergüenza eterna, Roma mostró
un estridente gozo al recibir la noticia de que 100.000 personas
inocentes habían muerto.

Unas condiciones igualmente trágicas
prevalecieron en otros países europeos al avanzar la
Reforma, pero con los mártires del siglo dieciséis
sucedió como había sucedido con los cristianos
primitivos: la fidelidad de los mártires tan sólo
fortaleció la obra del avivamiento.

La Reforma en Inglaterra

La Reforma en Inglaterra demanda un
comentario más detallado, aunque está entretejida
de manera inseparable con la historia secular de la época.
Habían pasado casi doscientos años desde los
tiempos de Wycliffe, pero la chispa que él había
prendido nunca se había desvanecido, y, en el siglo
dieciséis, iba a manifestarse como una llama
resplandeciente e inapagable.

William Tyndale

La primera figura destacable después
de Wycliffe en la Reforma Inglesa fue William Tyndale. Se
manifestó públicamente en un momento en que el
Cardenal Wolsey, un implacable representante de Roma, estaba
ejerciendo una maligna influencia sobre el país. Su
exhibicionismo lujoso de riqueza y ritual estaba casi
introduciendo una especie de papado en Inglaterra. Sus
pretensiones eran tales que en la época en que el Papa
envió una bula de excomunión contra Lutero,
¡Wolsey también le envió a Lutero una suya!
Pero Wolsey se excedió, porque el celo con el que
denunció los escritos de Lutero sólo sirvió
para atraer la atención hacia ellos, y tendió a
despertar el adormecido interés de los ingleses y para
prepararlos para las doctrinas de la Reforma. La obra de Tyndale,
aunque de enorme significación, fue mayormente
desconocida, y, al sufrir el martirio a los cuarenta y ocho
años de edad, su vida de fiel testimonio no fue larga. En
medio de una constante oposición, que le llevó a
huir de Inglaterra, Tyndale, ayudado por su compañero
reformador Miles Coverdale, finalizó una traducción
de la Biblia. Su aceptación fue enorme, porque el pueblo
estaba sediento de ella. En un tiempo increíblemente corto
se difundieron copias desde las costas del canal hasta los
límites de Escocia. En Inglaterra, quizá en mayor
grado que en el Continente, la Reforma fue llevada a cabo por la
Palabra de Dios. Esto es significativo, porque en Inglaterra no
aparecieron hombres destacados como Lutero, Zuinglio o
Calvino.

La predicación de
Latimer

Sin embargo, lo que Tyndale estaba haciendo
de manera silenciosa lo llevaba a cabo Hugh Latimer con sus
sermones. Latimer había sido un partidario tan firme de
Roma en sus primeros años que los papistas creyeron que
Lutero había por fin encontrado su igual, pero cuando
llegó el tiempo de Dios, la visión de Latimer
quedó en el acto transformada. Convertido de manera
notable durante la confesión de uno de sus penitentes que
había abrazado la verdadera fe cristiana, Latimer
actuó tan denodada y valerosamente en su denuncia de las
doctrinas de Roma como antes lo había sido para
mantenerlas. Las amenazas de los obispos fueron inútiles,
y sus sermones fueron empleados para iluminar a muchas almas.
Además, el mismo rey Enrique VIII, que (aunque sólo
para sus conveniencias domésticas) estaba tratando de
sacudirse el yugo de Roma, apoyó la predicación de
Latimer. Lo superficial que era este interés de Enrique se
verá más adelante; lo cierto es que tan sólo
hacía pocos años lo había sometido todo al
Papa, y fue el Papa quien concedió a Enrique VIII el
título de «Defensor de la Fe», por haber
escrito contra las doctrinas de Lutero. Sin embargo, los papistas
no estaban dispuestos a dar un respiro a Latimer, y, siendo
llamado ante el obispo de Londres bajo una acusación de
herejía, fue excomulgado y encarcelado.

La influencia de Cranmer

Fue durante esta época que Thomas
Cranmer salió a la luz pública. Aunque era superior
a Latimer en erudición, le iba a la zaga en lealtad a
Cristo, y pasó mucho tiempo antes que mostrara la
suficiente resolución para librarse de las redes del
papismo. El consejo de Cranmer a Enrique VIII con respecto a su
divorcio de Catalina de Aragón le atrajo el favor del rey,
y fue designado para la Sede de Canterbury. Aunque empleó
su autoridad para lograr la liberación de Latimer, la obra
de la Reforma no prosperó tanto como hubiera podido
esperarse con Cranmer en este alto cargo. Desde luego, no
apoyó la quema y la tortura de los herejes, pero era
demasiado tímido para tratar de suprimir tales
prácticas, que continuaron de manera alarmante. Fue el
mismo Enrique el responsable de esta cruel persecución.
Aunque era Romanista de corazón, y se gloriaba en todo el
ritual, rehusó aceptar la supremacía del Papa,
refugiándose en la posición independiente que
había adoptado como cabeza de la iglesia en
Inglaterra.

Enrique VIII persigue a los
reformadores

El rey y el clero llegaron a un acuerdo de
un carácter de lo más infame. El rey les dio
autoridad para encarcelar y quemar a los reformadores siempre que
ellos le ayudaran a rescatar el poder que había sido
usurpado por el Papa. En 1540 esta persecución iba a
recibir un nuevo empuje con la aparición de los famosos
Seis Artículos. La causa ostensible de esta malvada ley
era promover la unidad de los súbditos de Enrique en
cuestiones de religión. En realidad, se trataba de un
sutil medio para poner a los protestantes fuera de la ley.
Así, lo que sucedió fue que la rotura sólo
se hizo más grande. Condenaba a muerte a todos los que se
opusieran a la doctrina de la transubstanciación, de la
confesión auricular, a los votos de castidad y a las misas
privadas, y a todos los que apoyaran el matrimonio del clero y
dar la copa a los laicos. Cranmer empleó toda su
influencia, e incluso arriesgó del desagrado del rey, para
impedir su aprobación, pero todo en vano. El partido
Romanista seguía siendo poderoso, y el temperamento del
rey se hizo más violento que nunca. Latimer fue echado en
la cárcel, y cientos de personas pronto le
siguieron.

La benéfica influencia de Eduardo
VI

Al morir Enrique VIII, Eduardo VI
accedió al trono de Inglaterra con la noble
ambición de hacer de su país la vanguardia de la
Reforma. Como era sólo un niño de nueve años
en el momento de su coronación, el Duque de Somerset -un
genuino protestante- fue designado como protector del reino. El
primer uso que hizo Somerset de su autoridad fue abolir los
odiosos Seis Artículos, y, hecho esto, dirigió su
atención a otras reformas, siendo la más
significativa el levantamiento de la prohibición de la
lectura de las Escrituras. El joven rey mismo no se mostró
remiso a encabezar estas acciones, y no menos de once ediciones
de la Biblia fueron publicadas durante su breve
reinado.

Con la ejecución del Duque de
Somerset y la muerte de Eduardo a la temprana edad de
dieciséis años, las perspectivas para los
protestantes parecían muy amenazadoras, y de manera
particular cuando María accedió al trono, porque
era católica fanática. Bajo la malvada
conducción de algunos de los agentes de Roma, María
consintió al deseo del parlamento de abolir la
innovación religiosa que Cranmer y Somerset sobre todo
habían introducido, y restauró el culto
público en sus viejos usos.

Martirio de Latimer y Cranmer,
1555-1556

Como era de esperar, no tardó en
seguir la persecución, y Latimer y Cranmer fueron quemados
en la hoguera. ¡Pobre Cranmer! Timorato e inestable como
siempre, falló en la hora de la prueba y negó la
fe. Pero, siempre objeto del amor de Dios y de la gracia
restauradora de Cristo, fue recuperado, y exhibió una
fortaleza en la hora de la muerte que más que
compensó por el débil testimonio de su vida de
claroscuros. Pero Dios iba a intervenir en breve, y el paso de la
corona de María a Elisabet señaló la
restauración del protestantismo.

El establecimiento de la Reforma bajo
Elisabet

Poco es el crédito que se le debe
dar personalmente a Elisabet por esto. Ha sido descrita como una
reina sin corazón y casi sin conciencia. Podía ser
todo para todos, y a causa de su vanidad fue incluso
peligrosamente parcial en favor de mucho del ritual de la iglesia
de Roma. Sin embargo, lo indudable es que la Reforma quedó
establecida bajo su reinado y sobre una base más firme y
amplia que jamás antes.

La Reforma en Escocia

La Reforma, al llegar a Escocia, era una
necesidad vivamente sentida, porque la riqueza de las
órdenes monásticas se había hecho enorme, y
sólo podía equipararse con la codicia y el
libertinaje de los clérigos, mientras que la vida del
pueblo estaba bajo la pesada carga de las exacciones de los
sacerdotes. En Escocia, como en Inglaterra, la Biblia fue
enfáticamente la gran maestra de la nación, aunque
los nombres de Patrick Hamilton y de George Wishart siempre
estarán asociados con la Reforma en aquel país. Los
dos fueron intrépidos en la predicación de la
verdad, y sellaron su fiel testimonio con su sangre.

Limitaciones de
la Reforma

Es quizá deseable en este momento
pasar a repasar muy rápidamente las limitaciones y fallos
de la Reforma, siempre dando la debida honra a la notable cadena
de fieles testigos que Dios suscitó para llevar a cabo
aquella magna obra. La doctrina de la Reforma expuso que Cristo
murió para reconciliar a Su Padre con nosotros. «Una
enunciación,» como ha dicho J. N. Darby,
«totalmente errónea, confundiendo el nombre de
relación en bendición con Dios en Su naturaleza;
enseñando lo que la Biblia no enseña, afirmando
ellos que la obra de Cristo era reconciliar a Dios con nosotros,
y cambiar Su mente». La verdad de la proyección del
amor de Dios con la libre y espontánea acción de Su
gracia y naturaleza estaba ausente de la teología de los
reformadores y de sus credos. Ellos tenían que «es
necesario que el Hijo del Hombre sea levantado», y
creían en su eficacia; pero no tenían el concepto
de «porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio
a su Hijo unigénito». Además,
predicaban la justificación por la fe para la
liberación de las almas, pero al establecer un sistema
enseñaron que el perdón de los pecados era
obtenido mediante regeneración bautismal, y luego se
torturaron tratando de conciliar ambas cosas. La Reforma nunca
fue más allá de la verdad de la
justificación por medio de la muerte y resurrección
de Cristo. La formación de la asamblea en relación
con Cristo ascendido y el Espíritu Santo enviado desde el
cielo, y la segunda venida de Cristo -primero para recibir a Sus
santos y luego para juzgar al mundo- no fueron ni
tocadas.

La aplicación de la
justificación por la fe -una verdad verdaderamente
preciosa en sí misma- era, naturalmente, dirigida al
individuo, y este mismo hecho resultó en la transferencia
de poder e importancia de la iglesia al individuo. La idea de la
iglesia como dispensadora de bendición fue rechazada; y
todo hombre fue llamado a leer la Biblia por sí mismo, a
examinarla por sí mismo, a creer por sí mismo, a
ser justificado por sí mismo, a servir a Dios por
sí mismo, por cuanto debía responder de sí
mismo. El pensamiento recién nacido de la Reforma -siempre
correcto, pero mucho tiempo negado por el Romanismo- era, primero
bendición individual, luego la constitución de la
iglesia. Pero lamentablemente el verdadero concepto de la Iglesia
de Dios se perdió entonces de manera total, y no fue
recuperado hasta los inicios del siglo diecinueve. Hasta adonde
habían llegado, los reformadores estaban en lo cierto,
pero al perderse de vista el puesto y obra propios del
Señor en la asamblea por el Espíritu Santo, los
hombres comenzaron a unirse y a erigir unas llamadas iglesias
según sus propias ideas.

Iglesias independientes

Rápidamente se iniciaron una gran
variedad de iglesias o sociedades religiosas en muchas partes de
la cristiandad, efectuando cada país su propia idea en
cuanto a cómo debía constituirse y ejercerse el
poder eclesiástico. Esta diferencia de opinión
resultó en los cuerpos nacionales e innumerables cuerpos
disidentes, todos independientes entre sí, que siguen
viéndose por todas partes. La mente de Cristo en cuanto al
carácter y la constitución de Su iglesia parece
haber sido totalmente pasada por alto por los líderes de
la Reforma en su insistencia en el gran principio de la fe
individual.

Con este sumario en mente acerca del
resultado de la Reforma, podremos narrar tanto mejor la historia
de la iglesia, en particular en Inglaterra, durante los 280
años entre el establecimiento de la Reforma y la
recuperación de la verdad de la asamblea a principios del
siglo diecinueve.

El Concilio de Trento,
1545

Será sin embargo oportuno decir
aquí que en lo fundamental el carácter del
Romanismo quedó sin cambios a pesar de la Reforma. Incluso
se aprovechó de las aguas revueltas, que liberaron a
millones de almas de su servidumbre, para enunciar una clara
confesión de su fe. Esto tuvo lugar en el Concilio de
Trento, y aunque se establecieron cánones, o
artículos de fe, que eran esencialmente de carácter
apóstata, las decisiones doctrinales a las que se
llegó en aquel tiempo han sido desde entonces consideradas
como el sumario autoritativo de la fe Católico
romana.

Los Puritanos

Fue durante el reinado de Elisabet que
germinó el movimiento Puritano. El partido puritano,
encabezado por el obispo mártir Hooper, objetaba
enérgicamente contra los hábitos y vestimentas que
estaban ordenados para el culto, y muchos rehusaron ser
consagrados en vestiduras llevadas por el obispo de la iglesia de
Roma. Elisabet, como ya hemos mencionado, aunque opuesta al
papismo, deseaba retener tanto como fuera posible de
exhibición y pompa, y así surgió una
considerable oposición entre la corte y el partido
puritano. Estas diferencias se agravaron cuando la reina
ordenó el mantenimiento de una uniformidad exacta en todos
los ritos y ceremonias externas. Ello tuvo como resultado el que
una multitud de ministros piadosos fueran expulsados de sus
iglesias, y que se les prohibiera predicar en cualquier otro
lugar.

Presbiterianos e
Independientes

Frente a tanta persecución, estos
puritanos excluidos se constituyeron en un cuerpo, y, con el
nombre de No Conformistas, fueron aumentando rápidamente
en número. Cuando las vestiduras fueron en general echadas
posteriormente a un lado, desapareció la razón de
la disensión, pero los puritanos posteriores fueron
más lejos que sus originadores, y contendieron no
sólo contra las formas y las vestiduras, sino contra la
misma constitución de la Iglesia de Inglaterra. Esto tuvo
como resultado la formación de dos grandes partidos, los
Presbiterianos y los Independientes. Los primeros consideraban a
todos los ministros en cónclave como al mismo nivel en
rango y función, mientras que los últimos,
repudiando a la vez el episcopado y el presbiterio,
mantenían que cada congregación debía
dirigir sus propios asuntos y escoger sus propios cargos, con
independencia de toda autoridad humana.

Intentos de restaurar la
prelatura

Con los sucesivos reinados de Carlos II y
de Jacobo II, se hicieron decididos esfuerzos por restaurar la
prelatura con todo su ceremonialismo papista, y cundió una
gran ansiedad en cuanto a si la Reforma en Inglaterra iba a
mantenerse o a caer, pero, por la gracia de Dios, el
corazón de la nación era demasiado sanamente
protestante para someterse, y el enemigo fue derrotado. Jacobo II
abdicó, y el trono fue ocupado por María y
Guillermo, Príncipe de Orange. Bajo su influencia, el
trono del Reino Unido fue puesto sobre una base rigurosamente
protestante, mientras que, al mismo tiempo, los fieles
Convenanters escoceses iban a ver el Establecimiento
Presbiteriano firmemente arraigado en su país.

Avivamientos tras
la Reforma

Por cuanto la posición
pública de la iglesia permanece muy similar en la
actualidad a como estaba bajo el reinado de Guillermo, esta
recapitulación histórica queda prácticamente
concluida. Sin embargo, hemos observado antes que Dios siempre se
ha preservado un testigo y testimonio fieles a la verdad aparte
de la profesión pública, y que nunca quizá
se ha visto ello de manera más notable que durante estos
últimos años que hemos estado repasando, y
particularmente durante los últimos cien años. Por
ello, debemos referirnos brevemente a algunas obras
independientes de Dios, muchas de las cuales fueron
características de los siglos dieciocho y diecinueve. El
siglo dieciocho estuvo marcado por un avivamiento del arte y de
la literatura, y debido a la comodidad y el lujo que llegaron a
ser el principal interés de los ricos parece que se dio
poco interés a vivir las verdades del
cristianismo.

La alta y baja
crítica

Lo cierto es que cuando la erudición
invirtió sus energías en cuestiones religiosas,
hacia fines de aquel siglo, se apartó del principio de la
fe por el cual se han de comprender todas las actividades de
Dios, e introdujo un sistema de la crítica que hizo de la
erudición y de la mente puramente racional el criterio por
el que se debía juzgar del origen y autoridad de las
Escrituras. Este movimiento comenzó en Alemania y en otros
lugares, propiciado por académicos reconocidos que, en sus
escritos, arrojaron dudas sobre la autoridad de la Sagrada
Escritura. Los que pusieron en duda la exactitud textual
de la Palabra fueron llamados «críticos
bajos», y los que suscitaron cuestiones acerca de la
credibilidad o paternidad de los libros de la Biblia fueron
llamados los «críticos altos». Los efectos de
este movimiento, uno de los más sutiles que Satanás
haya inventado para minar la autoridad de la Palabra de Dios, se
extendieron rápidamente por Inglaterra, con perniciosas
consecuencias, y la apatía que existe en la actualidad en
las mentes de la mayoría con respecto al cristianismo
puede remontarse, más o menos directamente, a este ataque
contra las Escrituras.

Los
Metodistas

Mientras se llevaban a cabo estos intentos
por derribar el puro cristianismo echando dudas sobre la
autoridad de la Palabra de Dios, el Señor estaba
preparando a Sus siervos escogidos para otro avivamiento de la
verdad y una mayor expansión del Evangelio. Este
avivamiento iba a verse primero en las actividades de los
célebres Juan y Carlos Wesley. Con la luz del verdadero
evangelio resplandeciendo en sus corazones, comenzaron a celebrar
reuniones privadas para el avance de la piedad personal. Lo
estricto de sus vidas y lo regular de sus costumbres fue la
razón de que se les diera posteriormente a sus seguidores
el título de «metodistas». Al ir creciendo la
obra, Jorge Whitefield, un predicador de gran capacidad, se
unió a Juan Wesley, y siendo ambos clérigos de la
Iglesia de Inglaterra, comenzaron a predicar por las iglesias el
evangelio simple y llano. Pero la verdad del perdón y de
la salvación por la fe en Cristo sin obras humanas
meritorias era demasiado sencilla y escrituraria para que pudiera
ser tolerada. La Iglesia Establecida, que sólo
podría mantenerse fuerte en tanto que siguiera con
energía espiritual aquella verdad que la había
llevado a la confrontación con el papado, había
sucumbido a la indolencia, a la ignorancia y a los lujos que eran
la marca de aquella época, y pronto se vio en un conflicto
con los avivadores, y les cerró los púlpitos.
Excluidos así, se vieron obligados a predicar al aire
libre, y sus predicaciones fueron empleadas por Dios para
rescatar a las gentes de las profundidades de las tinieblas
morales, llevando a miles tanto en Inglaterra como en
América a los pies de Jesús. Carlos Wesley, que era
menos fuerte de carácter que su hermano Juan, pero
posiblemente más afectado interiormente por la gracia de
Dios, fue el compositor de los himnos de aquel movimiento, y
muchos de sus himnos están en uso constante hasta el
día de hoy. (Nota 6.)

Mientras Carlos escribía himnos y
Whitefield predicaba el evangelio, Juan devino el organizador del
movimiento, y al conseguirse fondos y propiedades para la obra,
insistió en un control autocrático de la
organización. Al principio autorizó predicadores
laicos, pero posteriormente se arrogó el derecho de
ordenar clero, y su sistema, por tanto, fue tan estrechamente
alineado al Anglicanismo como el de las iglesias reformadas lo
estaba con el de Roma. Como resultado, no podía recibirse
más luz de la verdad de Dios que la que su sistema
permitiera que se expresara funcionalmente, y esto los
limitó al perdón de los pecados y a las buenas
obras. Un río no puede levantarse a mayor altura que su
fuente, y por cuanto la fuente de este movimiento estaba en un
gran reformador y no en el mismo Dios, no es sorprendente que al
morir los Wesleys siguiera un deterioro gradual en su
carácter, y cismas que le hicieron perder su significado
público, hasta que encontró su nivel entre las
muchas denominaciones de la cristiandad.

Establecimiento de las misiones
extranjeras, 1792

No podemos entrar en los detalles de otros
avivamientos más locales durante el siglo dieciocho, pero
se puede hacer mención de pasada, en este tiempo, de
varias sociedades misioneras extranjeras, especialmente por las
actividades de Guillermo Carey, así como por la
inauguración de Escuelas Dominicales para
niños.

El estado filadelfiano y laodicense de
la Iglesia

Fue aquel un período de considerable
actividad evangélica, e indudablemente fue muy bendecido
por Dios. Fue todo claramente parte de la obra preliminar general
anterior a la aparición de lo que podría ser
designado como el estado filadelfiano de la historia de
la iglesia, en el que aquellos que mantuvieron la palabra del
Señor y no habían negado Su nombre siguieron el
fiel cortejo de los reformadores y de los puritanos. Todo esto en
contraste con el estado externo de la cristiandad profesante.
Laodicea marca la fase final de la historia de la
iglesia como testimonio colectivo de Dios, y se caracteriza no
por error doctrinal o caída moral, sino por su tibieza y
satisfacción propia.

El Movimiento
Evangélico

A fin de evaluar correctamente los varios
movimientos religiosos del siglo diecinueve, es necesario
considerar tanto aquellos cuyas influencias y efectos han sido
fácilmente discernibles para el público en general
como aquellos movimientos menos visibles que resultaron de las
obras de destacados ministros de la Palabra de Dios que rehuyeron
la publicidad. Si consideramos en primer término los
movimientos más públicos, encontramos los frutos
morales del avivamiento Wesleyano expresado en el movimiento
«Evangélico» encabezado por hombres como
William Wilberforce y Lord Shaftesbury, que interpretaron en
acciones políticas, como la abolición de la
esclavitud y unas medidas generales de reforma, las llanas y
literales enseñanzas de la Escritura. Estos hombres fueron
una fuerza moral genuina en sus tiempos. En oposición
parcial a esta influencia, se desarrollo el movimiento
«Anglocatólico» o «Movimiento de
Oxford», bajo el liderazgo de J. H. (después
Cardenal) Newman, E. B. Pusey y J. Keble. A estos se les
llamó «Tratadistas» porque publicaron tratados
en los que impulsaban a los clérigos a la defensa de sus
órdenes y argüían que sólo
suscribiéndose a la teoría de una iglesia
católica indivisible podrían preservar sus
posiciones y derechos. Este movimiento fue a su vez resistido por
clérigos evangélicos como Charles Kingsley y F. D.
Maurice, que junto con Thomas Hughes constituyeron el movimiento
«Socialista Cristiano» de la década de 1860.
Todos estos movimientos suscitaron mucha controversia
pública, pero tuvieron en general muy poco efecto moral
permanente en el pueblo.

El cristianismo y la ciencia en
conflicto

Una agitación mucho más
profunda fue la causada cuando la ciencia entró en
conflicto con el cristianismo. En 1830 Sir Charles Lyell
publicó sus «Principios de Geología».
Al dejarse de observar la gran discontinuidad temporal entre el
primer y segundo versículos de la Biblia, sus argumentos
fueron aceptados por muchos como constitutivos de un reto
válido a la enseñanza de las Escrituras acerca de
la cuestión de la creación, y el espíritu de
escepticismo generado por los críticos altos y bajos
recibió un ímpetu adicional desde esta fuente. Esta
tendencia fue intensificada con la publicación en 1859 de
la obra de Charles Darwin El Origen de las Especies, y
de El linaje del hombre en 1871. Aunque estas
teorías han sido invalidadas por posteriores
descubrimientos científicos, tuvieron en aquel tiempo el
efecto de sacudir la confianza de millones de personas en la
autoridad de las Sagradas Escrituras, y son mayormente
responsables de la general apatía hacia la Palabra de Dios
y de la ignorancia acerca de la misma que existe en la
actualidad.

El
Ejército de Salvación, fundado en
1878

Otro desarrollo público que merece
mención fue la formación del Ejército de
Salvación en 1878 por William Booth. Éste fue un
poderoso movimiento evangélico que tenía la
intención de recuperar a borrachos y a otros, inmersos en
los vicios del siglo, mediante la ferviente predicación
del simple evangelio. En tanto que el movimiento estuvo
sustentado por la fe en Dios y por la adhesión a sus
motivos originales, tuvo gran éxito. La idea del fundador
era la de revestir a cada convertido con un uniforme que lo
marcara públicamente como discípulo de Cristo. Esto
frecuentemente llevó a acerbas persecuciones contra los
convertidos, pero era ocasión de un testimonio vivo del
poder del evangelio. Con el paso del tiempo se desvaneció
el fervor evangelístico, y el movimiento se hundió
al nivel de una organización de auxilio social, gobernado
por líderes designados bajo el criterio de su capacidad
organizativa.

La verdad en la penumbra

Podemos pasar ahora a algunos de los
desarrollos más desconocidos, pero profundamente
importantes, de la vida espiritual en el siglo diecinueve. A
principios de aquel siglo, el doctor Augustus Neander, un
judío alemán convertido en su juventud al
cristianismo, estaba enseñando en la Universidad de
Berlín acerca de las grandes verdades del cristianismo a
audiencias electrizadas. Era hombre de gran erudición y
basaba su ministerio puramente en la Palabra de Dios; actuando de
esta manera, avivó muchas importantes verdades que
habían quedado oscurecidas durante siglos. Vio claramente
que no había autoridad escrituraria para un clero que
ejerciera un oficio mediador entre Dios y los hombres, y mantuvo
que todos los cristianos eran sacerdotes en virtud de ser
habitados por el Espíritu Santo, y de tener entrada al
lugar santísimo de la presencia de Dios. Sin embargo, no
inició ningún movimiento para dar realidad a estas
enseñanzas, y se contentó con enseñar en la
Universidad. En Suiza y en Francia el doctor J. H. Merle
d'Aubigné (que había sido discípulo de
Neander en Berlín) siguió una línea algo
similar de enseñanza, y dedicó mucho tiempo a
recopilar su vasta Historia de la Reforma.

John N. Darby, 1830

En Inglaterra e Irlanda comenzó un
movimiento simultáneo entre personas totalmente
desconocidas entre sí. Hubo una obra independiente del
Espíritu de Dios en los corazones y en las conciencias de
muchos fieles seguidores de Cristo, entre los que se
podrían mencionar específicamente a John N. Darby,
Edward Cronin, John G. Bellet, Anthony N. Groves y George V.
Wigram. J. N. Darby, erudito de considerable fama y abogado, fue
convertido mediante la lectura de las Sagradas Escrituras. En sus
años tempranos aceptó un subrectorado protestante
en el sur de Irlanda, pero más tarde quedó muy
impresionado por la verdad de que la Cabeza de la iglesia era
Cristo glorificado, de lo que dedujo que debía haber un
organismo en la tierra, un cuerpo espiritual, en el que Su
condición de cabeza debía ser expresado. El llamado
de esta verdad lo llevó a salir de sus conexiones
eclesiásticas, como Abraham en la antigüedad, que,
llamado por Dios, obedeció saliendo sin saber a
dónde iba (He 11:8). Al mismo tiempo, otros hombres eran
similarmente movidos, por el estudio de la Escritura, a juzgar el
sistema sacerdotal como inicuo, por cuanto todos los cristianos
son llevados al mismo lugar de cercanía y libertad para
con Dios por el Evangelio, y por recibir el don del
Espíritu Santo vienen a ser miembros del Cuerpo de Cristo.
Por ello, todo sistema regido por un sacerdote oficial niega la
primera de estas verdades cardinales, y cualquier asunción
de derechos exclusivos de ministerio niega la segunda.

El reconocimiento de estas verdades
capitales llevó a estos cristianos a dejar aquellas
asociaciones que las negaban, para reunirse en toda sencillez
para participar de la cena del Señor tal como había
sido establecida por el mismo Señor y siguiendo la
enseñanza inspirada del Apóstol Pablo. Reconocieron
la presencia personal del Espíritu Santo y Su
disposición soberana de poder como el canal para el
ministerio de la Palabra de Dios, mientras que las Escrituras
fueron reconocidas como el único criterio infalible de la
verdad y del error. Este movimiento, que comenzó en
Dublín y en el sur de Inglaterra alrededor de 1832, pronto
se extendió con considerable rapidez por medio de la
predicación del Evangelio y del ministerio de la Palabra.
Así surgieron por toda Inglaterra y en Francia, Suiza,
Alemania, y por todos los países de habla inglesa del
mundo, reuniones constituidas en base de la aceptación del
principio de que la separación de la iniquidad era la
única verdadera base para la unidad.

El avivamiento
del verdadero carácter de la Iglesia

El hecho de que esta obra comenzó
simultáneamente, aunque de manera independiente, por
muchas partes del mundo, demostró, como había
sucedido trescientos años antes durante la Reforma, que el
mismo Dios estaba obrando. Las notas clave de este avivamiento
eran el llamamiento distintivo y celestial de la iglesia (o
asamblea) y la consiguiente necesidad de la separación del
mal -tanto eclesiástico como moral-, mientras que la
sencillez y el gozo de los primeros tiempos de la historia de la
iglesia fueron avivados en muchas pequeñas
reuniones.

Las personas que se reunían de esta
manera no asumieron una posición pública, y
permitieron ser llamados simplemente por el nombre de
«hermanos». Al aceptar esta designación, no lo
hacían en ningún sentido más estrecho que el
comunicado por las palabras del mismo Señor: «Uno es
vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois
hermanos». No iniciaron nada nuevo, ni tampoco
trataron de reformar nada. Sencillamente reconocieron que la
asamblea seguía ahí, y que formaban parte de ella,
a pesar de la ruina pública.

La verdad, comprometida

Pero con el paso del tiempo, las verdades y
principios que gobernaban a J. N. Darby y a otros no fueron
mantenidas por todos los que profesaban tomar el terreno de
separación de la Iglesia Establecida y de las
denominaciones, y han surgido varias crisis entre los
«Hermanos». La verdad de Cristo y de la asamblea, al
no ser mantenida en poder espiritual, llevó a diferencias
de opinión y pronto se reveló la presencia de
algunos que estaban dispuestos a aceptar una norma inferior o
contemporizaciones. Había, por ejemplo, los que
mantenían que la asamblea en su aspecto universal se
había vuelto invisible, y que nada quedaba ahora sino
establecer asambleas locales, cada una de ellas completa en
sí misma, y sin responsabilidad para con otros grupos
similares. Cada una de ellas sería así libre de
recibir a cada creyente individual, suponiendo que fuera
perfectamente sano en la fe, sin tener en cuenta las asociaciones
a las que pudiera estar vinculado. La verdad de la
asamblea en su unidad general -tan enérgicamente mantenida
por J. N. Darby- perdió entonces su lugar debido, se
abrió de par en par la puerta a la contemporización
con el mal, y el curso del testimonio durante los últimos
cien años ha estado repetidamente marcado por conflictos.
No obstante, el movimiento original, que siguió al
avivamiento de la década de 1830, se ha mantenido y
expandido entre muchos que buscan humildemente y con la
energía de la gracia divina «contender ardientemente
por la fe que ha sido una vez dada a los
santos».

El resultado de este conflicto por la fe y
de la actividad de Satanás en su intento de corromper la
verdad se puede observar hoy en todas partes, con la existencia
de docenas de diferentes asociaciones religiosas. Es uno de los
hechos más humillantes y penosos que tales condiciones
deban caracterizar los últimos días de la historia
de la iglesia.

La ruina pública de la iglesia y la
pequeñez y debilidad externas de aquellos en ella que
buscan mantener la palabra del Señor y no negar Su nombre,
se hacen tanto más evidentes cuando los contrastamos con
las grandes entidades apóstatas, las cosas del mundo, sean
civiles o eclesiásticas, que están creciendo en
fortaleza y magnificencia externas según se va aproximando
su día del juicio. Pero todo ello está en
conformidad con la profecía inspirada. Las exaltadas
pretensiones de la gran apostasía están
vívidamente exhibidas en las páginas de la Sagrada
Escritura, mientras que no hay ninguna promesa en el Nuevo
Testamento de que la iglesia vaya a recuperar su consistencia y
hermosura antes de su arrebatamiento.

Ésta, pues, es la posición
que nos confronta en el período presente de la historia
pública de la iglesia, y, desde luego, la
finalización de esta historia no puede retardarse ya
mucho. En palabras de otro, la iglesia está a punto de
pasar de sus ruinas a su gloria, mientras que el mundo va de su
magnificencia a su juicio.

Conclusión

– El significado de la palabra Iglesia:
Los llamados fuera.

 a)  Esto sugiere que los
seguidores de Cristo están separados del mundo,
santificados o apartados para el servicio de Dios. (Juan
17:6-16).

 b)  Es un pueblo especial,
diferente al mundo o a los que son dominados por los deseos
carnales. (1Cor. 6:9-11) (1Juan 3:1; 4:4-6)

 c)   Es pueblo llamado de
las tinieblas a la luz admirable de Dios (1 Pedro 2:9) Col.
1:13)

 – Cuando comenzó la
Iglesia? 

a)      Algunos
creen que inició en el tiempo de Moisés

b)      Otros
creen que inició durante el ministerio de
Jesús.  Mat. 16:18, la palabra "edificaré"
está en tiempo futuro, lo que indica que aún no era
edificada. (Mat. 4:17; Mt. 10:7)

 – Cinco cosas necesarias para que
la iglesia fuera edificada:

?       
Que Jesús muriera por los pecados de acuerdo a las
Escrituras (1Cor. 15:3)

?       
Que Cristo fuera sepultado y resucitara al tercer día
conforme a las Escrituras (1Cor. 15:4)

?       
Que viniera el Espíritu Santo (Jn. 16:13; Hechos
2:4)

?       
Que se bautizaran en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo (Mateo 28:19-20; Hechos 2:38)

?       
Que la Salvación fuera en el Nombre de Cristo (Hechos
4:12), si no entiende y se cree estas cinco cosas, nadie puede
ser miembro de la Iglesia del Señor.

 – Todas esas cinco cosas se
predicaron hasta el año 33 d.c.

a)      Por lo
tanto sacamos a conclusión que la Iglesia de Cristo
comenzó en el día del
Pentecostés. 

1-     Año
33

2-     El día
del Pentecostés

3-     Ciudad
Jerusalén

4-     9:00
a.m.

5-     Cantidad como
3000

 

DONDE FUE EDIFICADA LA IGLESIA DE
CRISTO

– Dios planificó su iglesia desde
antes de fundar el mundo.

a)      Lectura:
Efesios 1:3-6

b)      Indica que
Dios estaba pensando en su iglesia mucho antes de crear el mundo
físico.

c)      Si
así pensaba Dios, lo menos que debemos hacer los hombres
es estudiar la iglesia y aceptarla incondicionalmente.

d)      Ya que
dentro de la iglesia están los salvados por Jesús.
(Hechos 2:47)

– La iglesia de Cristo fue
profetizada.

a)      A
través de profecías en el Antiguo
Testamento.

b)      La
profecía era una revelación que Dios daba a ciertos
profetas para que estos transmitieran a los hombres.

c)     
Profecías y profetas:

1.     
Isaías y su profecía (Isa. 2:2-3)

2.      Joel y su
profecía (Joel 2:28-29)

3.      Daniel y
su profecía (Daniel 2:44)

Todos estos profetas anunciaron que, El
Espíritu Santo iba a descender.  En la ciudad de
Jerusalén, en la fiesta del Pentecostés. 
Allí se iniciaría la predicación del
evangelio.  Y allí principiaría el reino o
iglesia.

– Las profecías se cumplen en la
fecha y en el lugar indicado
.

a)      El reino o
iglesia fue establecido en la Ciudad de Jerusalén , en los
"últimos días"..

b)     
Tenían que pasar 3 imperios mundiales antes que la iglesia
fuera establecida.

1.      Imperio
Babilónico 525-A.C.

2.      Imperio
Pérsico 538-332 A.C.

3.      Imperio
Macedónico 332-323 A.C.

c)      Durante el
imperio mundial conocido como Romano

d)     
Instrucciones que da Jesús a sus
apóstoles

 

1.      Hechos 1:3
Durante 40 días después de su resurrección
estuvo instruyendo a sus apóstoles sobre el reino de Dios
y la iglesia.

2.      Hechos 1:4
les ordenó que esperaran en Jerusalén, para el
cumplimiento de las promesas.

3.      Hechos 1:5
los apóstoles iban a ser bautizados por el Espíritu
Santo dentro de pocos días (Hech. 2:1-6; 7:12).

4.      Hechos
2:36 los apóstoles anuncian públicamente el
evangelio.

5.      La iglesia
inicia como con 3000
creyentes.                                                                              

 

¿POR QUÉ EDIFICO CRISTO SU
IGLESIA?

 -  Dios se propuso o
planeó edificar la iglesia. (Efesios
1:3-6).

a)      Para que
la iglesia hiciera el siguiente trabajo (Efesios
3:10-11).

1.      Para que
dé a conocer La sabiduría de Dios.

2.      Para que
dé a conocer al amor de Dios.

3.      Para que
dé a conocer la salvación.

4.      Para que
predicara el evangelio en todo el mundo.

 

– La importancia de la
iglesia

a)      No es
denominacional ni interdenominacional.

b)      No es una
organización política ni social.

c)      La
edificó para que fuera: 1. Una casa espiritual (1Pedro
2:5), 2. Es el cuerpo de Cristo (Efesios 5:23, Col. 1:18). 3. Es
el Templo de Dios (1Cor. 3:16-17; 1Pedro 2:5).

 

– Concluimos diciendo que son muchas y
diversas las razones por las cuales Cristo edificó su
iglesia:

1.      Para que
los nombres de los que forman la iglesia estén enlistados
en el libro de la vida (Hebreos 12:23).

2.      Para que
la iglesia sea columna y apoyo de la verdad (1Timoteo
3:15)

3.      Para
santificar a todos los creyentes por medio de Cristo Jesús
(1Cor 1:2).

 

 

 

Autor:

Jorge Alberto Vilches
Sanchez

 

Partes: 1, 2
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