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Resumen por capítulos del libro -Los hornos de Hitler-



  1. Introducción
  2. 8
    caballos o 96 hombres, mujeres y
    niños
  3. La
    llegada
  4. La
    barraca 26
  5. Las
    primeras impresiones
  6. La
    llamada a lista y las selecciones
  7. El
    campamento
  8. Una
    proposición en Auschwitz
  9. Soy
    condenada a muerte
  10. La
    enfermería
  11. Un
    nuevo motivo para vivir
  12. Canadá
  13. El
    depósito de cadáveres
  14. El
    "Ángel de la Muerte" contra el "Gran
    Seleccionador"
  15. Organización
  16. Nacimientos malditos
  17. Algunos detalles de la vida detrás de
    las alambradas
  18. Los
    métodos y su insensatez
  19. Nuestras vidas privadas
  20. Las
    bestias de Auschwitz
  21. La
    resistencia
  22. París ha sido
    liberado
  23. Experimentos
    científicos
  24. Amor
    a la sombra del crematorio
  25. En el
    carro de la muerte
  26. En el
    umbral de lo desconocido
  27. La
    libertad
  28. Todavía tengo fe

Introducción

El presente libro es un testimonio, pues no reúne
los requisitos de una crónica, de una sobreviviente de los
campos de concentración Nazi de Auschwitz y Birkenau.
Nombres de no grata memoria pues resumen quizás, el punto
más bajo de la crueldad y el fanatismo humano. Si la
realidad se impone sobre la fantasía, resulta estrujante
la profunda oscuridad que puede esconder el alma humana. La
doctora Olga Lengyel escribe sus experiencias en los nombrados
campos de exterminio desde su llegada, hasta la
liberación. Sus detalladas descripciones comprenden en su
totalidad el libro. Su intención es compartir su
experiencia para que el futuro, no nos tomé por
sorpresa.

RESUMEN POR CAPITULOS

8 caballos o 96
hombres, mujeres y niños

A principios de 1944, dos terceras partes de Europa,
pertenecían al Tercer Reich. Es decir, al imperio que
según Hitler, está destinado a cumplir mil
años. La acción sucede en la ciudad de Klausenburg
o Clud como comúnmente se conocía a la antigua
capital de Transilvania. En ella un matrimonio de doctores:
Miclos y Olga Lengyel contaban con su propio hospital, producto
del esfuerzo el trabajo y la dedicación del esposo. Su
familia constaba de dos hijos: Thomás y Arved, los padres
de la autora y su padrino. El peligro de una ciudad en medio de
la guerra se respiraba en el ambiente, pero el gobierno local
simpatizaba con el régimen Nazi y colaboraba con ellos.
Todos pensaban que las narraciones de un oficial Nazi que los
trató antes de su arresto, eran meras exageraciones,
producto de una mente alcoholizada con el fin de crear miedo en
la población. Algo se escucha de los campos de
concentración. Imposible creer que tal crueldad sea
posible. Se sabe que parte de la ideología del Partido
Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes se fundamenta en
la creencia de una raza superior. Los alemanes
son Arios, descendientes de una raza
caucásica, cuyo privilegio residía en no haberse
mezclado jamás con cualquier otra. Ésta raza es
superior a todas las demás. Ésta raza es la
destinada a dominar al mundo. Lo anterior, fue ciegamente
creído por millares de soldados y civiles y había
desembocado en la segunda guerra mundial.

Un despido masivo de judíos sucede, la
confiscación de sus bienes se realiza y en cuestión
de segundos quedan reducidos a la pobreza. El gobierno
Húngaro pronazi, facilitaba la acción de la
policía secreta, conocida como la Gestapo, y las fuerzas
de los SS. Los saqueos a los negocios por los mismos soldados,
eran normales así como los fusilamientos en masa de los
bosques. Los cuerpos eran arrojados al río. Durante una
larga temporada, las señoras que compraban pescado en el
mercado, se asombraban de descubrir restos humanos en el estomago
del pescado cuando lo limpiaban.

Dentro de las entrañas del Partido Nazi, ya se
había decidido que hacer con los negros, gitanos,
árabes, latinos y toda aquella raza que no
sea Aria: la exterminación. Los
judíos, más de once millones que vivían en
la Alemania Nazi, serían el primer blanco. Se nombra a
Adolf Eichmann, oficial SS, como encargado de realizar "La
solución final".

El doctor Lengyel fue traicionado por un medico a su
servicio, quién había visto su nombre en la lista
de sospechosos del régimen. Denunció al doctor y
extorsiona a su esposa para que firme unos documentos
dónde se especifica que les vendió el hospital y su
casa. Olga Lengyel ante el miedo de perder a su marido los firma.
La huida es la única solución pues la guerra ha
llegado al pueblo, y las deportaciones comienzan a vaciar la
comunidad. Miclos será deportado a Alemania, Olga trata en
vano de salvarlo, sabe que pude reunirse con él, pero no
sabe que hacer con sus padres e hijos. Un oficial alemán
le dice que pude llevarlos a todos si quiere y que está
por salir un tren rumbo a la misma dirección. Olga,
Miclos, sus hijos y abuelos llegaron a la estación de
ferrocarriles y en vagones aptos para ocho caballos, se
amontonaban a 96 personas por vagón. Partieron con rumbo
desconocido y viajaron durante tres días. Si
querían comer o algo de beber tenían que ceder sus
prendas a los oficiales alemanes. Tres personas murieron adentro
del vagón pero a ningún oficial le importó
las súplicas de los pasajeros. Las puertas se abrieron
hasta que se llegó al
destino.  

Capítulo II

La
llegada

El tren se detuvo pero hasta la siguiente noche fueron
sacados. Los médicos fueron separados así como los
hombres de un lado y las mujeres del otro. Unas ambulancias
llegaban supuestamente para llevarse a los enfermos. Las familias
son separadas. Cada tren descargaba de cuatro a cinco mil
pasajeros, todos eran custodiados por guardias de la SS y los
dividían. Niños y viejos a la izquierda. Olga
sospecha que los mayores serán mandados a trabajos
forzados y miente al decir que su hijo mayor tiene menos de doce
años. De modo que toda su familia, salvo ella y su esposo
pasaron a engrosar las filas izquierdas.  Una brisa fresca
recordaba el olor de la carne quemada. Todo estaba rodeado por
alambres electrificados de púas. El matrimonio Lengyel es
separado. Las mujeres fueron obligadas a desnudarse y metidas a
un hangar. Olga pudo pasar de contrabando unas píldoras
con veneno por si necesitaba de ese último recurso pero
recuerda "mi vergüenza estaba superada por mi
miedo
". Las examinaron delante de soldados borrachos y
posteriormente las raparon. Cualquier intento de desobediencia
era contestado con golpes a los genitales o la cabeza. Olga se
encontraba en el campo de concentración de Birkenau, a
ocho kilómetros de otro conocido como Auschwitz. Un
edificio de rojo ladrillo que guardaba el extraño olor
dulzón llamó la atención de Olga; se le dijo
que era
una panadería

Capítulo III

La barraca
26

Pronto todo se descubrió. Birkenau era la
última parada de los demás campos de
concentración que sólo eran de trabajos forzosos.
Birkenau era un campo de exterminio donde las cámaras de
gas y los hornos crematorios, simplemente, no dejaban de
funcionar. La barraca 26 era una especie de establo donde se
encontraban unos camastros y dormían de 16 a 20 personas.
Las barracas recorrían todo el campo y eran alumbradas por
las noches con fuertes reflectores. 

Capítulo IV

Las primeras
impresiones

Dos días después, les dieron su primera
comida, una bebida nauseabunda que burlonamente denominaban
café y a mediodía, una sopa de olor repugnante, y
por la tarde, un trozo de pan negro. Las custodias las golpeaban
a la menor provocación. Irka, una polaca que llevaba
cuatro años viviendo en Birkenau le
habla a Olga de los hornos. Olga descubrió que
había mandado a toda su familia a la cámara de gas.
Incluido a su hijo quien no había sido seleccionado. Olga
se desmoraliza e intenta localizar a su esposo pues, en su
calidad de doctor, pudiera vivir en algún lado. Cuando lo
encontró, ambos se asombraron del rápido cambio que
tenían. Sus esqueléticas figuras rapadas se
encontraron frente a frente. Miclos le pide veneno y luego se
arrepiente. Son descubiertos por soldados alemanes y separados
con extrema brutalidad. Al día siguiente, los hombres
fueron removidos del campo.

 Capítulo V

La llamada a
lista y las selecciones

Todos los días había dos llamados a lista;
una al amanecer y otra a las tres de la tarde aunque era
común dejarlas esperar horas bajo el sol, inclusive de
rodillas. Había mil cuatrocientas mujeres en esa zona,
treinta y cinco mil en todo el campo y un total de doscientos mil
en toda el área comprendida Birkenau-Auschwitz. Todas
tenían, estén dónde estén y sin
importar el estado de salud, que estar presentes a la hora del
llamado. Si llegase a faltar alguna, sin importar que estuviera
muerta, había graves consecuencias para todas. Las
selecciones eran hechas por el doctor Mengerle, el doctor Klein,
Irma Griese y otros altos oficiales Nazis. La selección
era para la cámara de gas y algunas veces para industrias.
Se retiraban de veinte a cuarenta personas por barraca. En
promedio se enviaban a la muerte de quinientas a seiscientas
personas por selección.

 Capítulo VI

El
campamento

El campamento contaba con una avenida principal de
quinientos metros de largo, era flanqueada por diecisiete
barracas por cada lado. Las barracas eran retretes o lavabos,
alguna se destinaba a guardar los alimentos, otra administraba y
alojaban a las reclusas. Había una jefa por cada
sección: Blocovasmismas que gozaban de privilegios
como alimentos, ropa, y de escoger esclavas entre las reclusas.
Las mujeres peleaban entre sí, pues el hurto era la
única manera de supervivencia. Se robaba la ropa por muy
deshilachada que estuviera. Se robaba la mísera comida o
cualquier cosa que pudiera servir para el mercado
negro.

 Capítulo VII

Una
proposición en Auschwitz

Olga conoció a un joven polaco que sonreía
a pesar del descarnado espectáculo que a diario
tenía que presenciar. Llevaba cuatro años en campos
de concentración y según recuerda la autora,
"era la única voz que tenía sonidos
humanos
". Inician una amistad. Tadek invita un día a
Olga a salir de la barraca y la lleva a un apartado donde otros
reclusos –había muy pocos hombres- cocinaban una
papa. Para Olga aquello era inconcebible pues ningún
alimento que se precie de serlo, era destinado a los reclusos.
Tadek mostró pronto sus intenciones al querer seducir a
Olga quien pronto se desilusionó del único amigo
que tenía. Tadek no se disculpa, habla con Olga y le dice
que la vida en un campo de concentración es horrible y
todos tenían que procurarse pequeños placeres. Por
medio de sus contactos, Tadek intercambiaba comida por sexo. Olga
llevaba días sin probar bocado y va a un apartado donde
había escuchado que los hombres se reunían y que
existía la posibilidad de que alguno compartiera un
mendrugo de pan. Sin embargo, encontró a hombres y mujeres
apretados en la pequeña estancia donde el mercado negro de
favores sexuales por algún pedazo de mantequilla eran las
reglas del juego. Una anciano que remojaba su pan se
encontró con un pedazo de patata que, por carecer de
dientes no podía tragar, se lo ofreció a Olga y
cuando aquella se proponía comer su precioso bocado, le
fue arrebatado por otra mujer. De nada sirvió el reclamo.
La ley del más fuerte se imponía.

 Capítulo
VIII

Soy condenada a
muerte

Luego de unas semanas, Olga Lengyel era un esqueleto
viviente, víctima de calenturas y ataques de tos. Cierto
día, fue seleccionada junto con otras a la cámara
de gas. Olga se asombró pues muchas mujeres ignoraban o no
querían saber de la existencia de las cámaras y
hornos. Se encontró en el dilema de hacerlas reaccionar o
dejarlas en sus fantasías. Magda una de sus amigas, era
una de ellas. Olga le dice que tienen que huir. Magda se resiste
a creer. En un descuido de los guardias, Olga escapó y
llegó a otra barraca, se cambia de indumentaria y
regresó a su barraca. La blocova de su zona reconocio a
Olga y le pidió sus botas a cambio de no decir nada. Olga
aceptó.

 Capítulo IX

La
enfermería

Un día se anuncia la intención de poner
una enfermería en la barraca quince. Una semana
después se instaló un hospital. Olga
es nombrada parte del personal y se muda a la enfermería
donde mejora relativamente su estancia. Diariamente se levantaba
a las cuatro de la madrugada y daba consulta hasta entrada la
noche. Al día llegaba a recibir más de mil
quinientas enfermas. Y aunque en
el hospital de la barraca había en
promedio de cuatrocientas a quinientas pacientes, escaseaba la
medicina y el agua por lo que todo, inclusive las operaciones, se
realizaban en degradantes condiciones. Era tal la suciedad, que
la autora confiesa haber seriamente dudado de sus teorías
sobre la esterilización de los instrumentos. El total de
internadas en todo Birkenau ascendía a treinta mil, y
sólo cinco mujeres las atendían.

Las cinco mujeres que atendían la
enfermería carecían de uniforme y atendían
con los andrajos de siempre. La situación mejoró en
cuestión del dormitorio pues les asignaron el viejo
urinario de la barraca doce. En seis camastros donde se
acomodaban y dormían apretadas.

 Capítulo X

Un nuevo motivo
para vivir

Aunque el campo era básicamente de
mujeres, había algunos internos hombres. Un
francés, denominado por la autora como L, llegó a
convertirse en un visitante asiduo a la enfermería.
Además de su presencia simpática y graciosa, L
traía noticias sobre el frente de guerra. Las noticias
levantaban el espíritu a las reclusas pues no
tenían acceso a ninguna información. Olga cae en
una profunda depresión, L la llama y la alienta a seguir
adelante. Le habla de su trabajo y del sufrimiento que llega a
quitar. Olga le pregunta qué tiene que hacer. L le dice
que debe de divulgar la situación externa, mantener la fe
y la esperanza en las reclusas y por el cargo que
desempeña, queda perfecta como oficina de correos. Se le
entregarían cartas y paquetes, jamás sabría
el nombre de ninguna persona que lo manda o recibe, ni tampoco
sabrán el suyo por razones estrictas de seguridad, si la
descubren será mandada inmediatamente a la cámara
de gas y de ahí al crematorio. Olga sabía que el
mundo se tenía que enterar de los horrores Nazis. Olga
aceptó y formó parte de la Resistencia. De
ésta manera, Olga supo a detalle, todo lo que
ocurría en Birkenau y Auschwitz.

Anteriormente los seleccionados eran
fusilados, en 1941 se instalaron cuatro crematorios.
judíos y cristianos eran enviados por igual al crematorio.
Fue a partir de 1943 cuando se reservó "la solución
final" exclusivamente al europeo que practicara la
religión judía y a los gitanos. Dos crematorios
eran enormes y consumían una cantidad extraordinaria de
cadáveres en poco tiempo. Cada unidad consistía en
un horno, un vestíbulo, y una cámara de gas. Todas
constaban con una chimenea, que era alimentada con nueve
hogueras. Los cuatro hornos de Birkenau eran calentados por
treinta fogatas en total se podían reducir 360
cadáveres a cenizas cada medía hora, y 17, 280
cadáveres cada  24 horas. Además, la autora
nombra la existencia de las "fosas de la muerte" donde
perecía un promedio de ocho mil personas. Al día 24
mil cadáveres eran reducidos al polvo.

Diariamente, llegaban a Birkenau dos o tres
trenes, cada uno con treinta o cincuenta vagones repletos de
judíos, enemigos políticos, criminales, prisioneros
de guerra y civiles. Todos llegaban con falsas promesas y siempre
era el mismo rito: izquierda cámara de gas y derecha,
detención temporal en Auschwitz. El procedimiento era
sencillo: los deportados llegaban con falsas promesas,
había pocos soldados, si la familia quería estar
reunida se les permitía, de fondo se escuchaba
algún conjunto de jazz, se les informa que serán
bañados para desinfectarse, se amontona la mayor cantidad
de personas posibles en unos cuartos enormes que simulan
baños públicos. Se cierra la puerta y cuando la
temperatura humana había subido, un soldado alemán
dejaba caer una pastilla de gas a base de cianuro. La asfixia es
inmediata. Cuando se abrían las puertas, se encontraban
los cuerpos amontonados unos sobre otros, los moribundos eran
levantados con brusquedad y arrojados entre los cadáveres
para ser llevados a los hornos crematorios, no sin antes,
extraerles dientes de oro, pertenencias y cortarles el pelo. Por
supuesto que ningún alemán realizaba estás
tareas, todo lo realizaban los mismos presos que solamente
estaban esperando su acceso, tarde que temprano, a la
muerte.

 Capítulo XI

Canadá

Canadá era el nombre con que se conocía al
edificio que resguardaba los objetos de valor que habían
sido confiscados por los custodios. Trabajaban 1200 hombres y
2000 mujeres. Adentro, se encontraba desde juguetes hasta
botellas de vino, trabajar o tener algún contacto en el
Canadá constituía un verdadero privilegio, pues un
mercado negro se desarrollaba en su interior. Un kilo de
mantequilla por 500 marcos, un kilo de carne por 1,000 marcos, un
cigarro, 7 marcos.   

 Capítulo XII

El
depósito de cadáveres

Olga trabajaba de enfermera, pero eso no le perdonaba
trabajar, como todas, en el transporte de cadáveres.
Básicamente, el trabajo consistía en trasladar los
cuerpos de la enfermería al depósito de
cadáveres. A menudo, cuenta la autora, sus pacientes eran
su propia carga en cuestión de días.

No pasó mucho tiempo sin que Olga notara graves
trastornos en su menstruación; y no tardaría en
descubrir, que se realizaban experimentos en las mujeres pues,
sustancias desconocidas eran agregadas al alimento.

 Capítulo
XIII

El "Ángel
de la Muerte" contra el "Gran Seleccionador"

El doctor Fritz Klein, quién había
seleccionado a Olga Lengyel como enfermera, era un alto oficial
que se encargaba, junto con Irma Griese y otros oficiales de las
selecciones a las cámaras de la muerte. Eran los
días lunes, miércoles y sábados. Irma Griese
tenía 22 años y es, según la autora, una
mujer de extrema belleza que gustaba de caminar frente a las
reclusas moviendo sus caderas y presumiendo sus perfumes. Su
crueldad era palpable pues azotaba con su látigo
indiscriminadamente. Por su parte, el doctor Klein llegaba a
tener pruebas, sino de bondad, por lo menos de humanidad pues
había "deseleccionado" a varias reclusas que sólo
esperaban el momento para partir a la cámara de gas. En
alguna ocasión, la autora cuenta como, luego de sus
suplicas, el doctor Klein había salvado la vida de treinta
mujeres. Olga Lengyel fue castigada por Irma Griese sin embargo,
apareció el doctor Klein y la mandó llamar. Olga
rompió filas y se acercó al doctor quien le
extendió un paquete de medicinas. Irma Griese, quien era
la jefa de campo protestó y enfrentó al doctor.
Klein no se dejó intimidar pues era el jefe de sanidad del
campo. Ambos discutieron por Olga. Cuando la autora llegó
a su barraca, fue llamada por el "ángel de la muerte"
quien la golpeó repetidas
veces.   

 Capítulo XIV

Organización

Organizar era sinónimo de robar; robar a los
alemanes para la supervivencia de la gente. L consiguió
cinco cucharas y una se la regaló a Olga quién,
como todas, comía con las manos. Desgraciadamente, su
cuchara no tardó en ser organizada por
una antigua millonaria, según descubriría
después.

 Capítulo XV

Nacimientos
malditos

Los partos, representaban el problema más agudo
de la enfermería. Independientemente de la extrema
insalubridad, tenían la seguridad de que si la madre y el
bebé nacían vivos, serían mandados de
inmediato a la cámara de gas. Sólo los bebes que
nacían muertos garantizaban unos meses más a la
madre. Olga Lengyel y las otras enfermeras decidieron sacrificar
recién nacidos para salvar a las madres. Los Nazis
evitaban a toda costa la descendencia. Mujer que notaban
embarazada era muerta de inmediato, aún así,
algunas lograban mantener su embarazo hasta el parto, pero su
bebé, de antemano, estaba condenado a morir en
Birkenau.

 Capítulo XVI

Algunos detalles
de la vida detrás de las alambradas

A finales de noviembre de 1944, la vigilancia
había disminuido a tal grado, que una relativa facilidad
para que hombres y mujeres conversaran a través de los
vallados sucediera. Muchos romances se dieron a distancia. Muchos
dejaron su vida en la valla electrificada al no volver a ver a su
pareja.

Olga fue tatuada con el número 25, 413. Un sin
fin de signos se escondían bajo los tatuajes. Se marcaba
la nacionalidad, el crimen, la religión, su
carácter de condenado a muerte etc.

La práctica de cualquier religión estaba
prohibida en los campos, los religiosos eran los más
humillados por los soldados. Los clérigos eran forzados a
los trabajos más arduos y las monjas, tenían que
presenciar sacrilegios antes de ser violadas por la tropa
completa. La autora recuerda a una religiosa que se mantuvo y
contestó "No hay nación que pueda existir sin
Dios
".

 Capítulo
XVII

Los
métodos y su insensatez 

Las torturas infringidas pasaban de la crueldad absoluta
a lo descabellado. Las prisioneras podían ser obligadas a
cargar piedras de un lado a otro o limpiar los pozos usados como
letrinas. El olor que quedaba impregnado era
inamovible.

Los cambios de residencia eran comunes, los piojos
también. Todas soñaban con escapar pero era
imposible.  Las custodias recibían premios por reas
cazadas, la alambrada de púas estaba electrificada,
había perros entrenados, y la sirena sonaba
permanentemente. Tadek, el polaco que alguna vez intentó
seducir a Olga, intento en vano fugarse. Su castigo fue, por
supuesto, su vida.

 Capítulo
XVIII

Nuestras vidas
privadas

6 meses vivió Olga con 5 personas, posteriormente
el personal aumentó a 12 pues las epidemias se
multiplicaban. Sus amistades son especialmente recordadas. La
sarna enfermó a Olga quién continuaba recibiendo y
entregando paquetes para la resistencia.

 Capítulo XIX

Las bestias de
Auschwitz

Joseph Kramer la "Bestia de Auschwitz" era el comandante
en jefe del campo. Famoso por matar una tarde a millares de
checoslovacos. La autora lo vio algunas veces, cuenta que en una
ocasión, las mandaron formar filas y les permitieron
sentarse en el suelo. Kramer apareció sonriente y
agradable. Una orquesta empezó a tocar valses y unos
aviones pasaron a ras. Olga se dio cuenta que las estaban
filmando para realizar un falso documental. Por su parte, el
doctor Mengerle, acostumbraba desnudar a las presas y bajo sus
caprichos las golpeaba sin piedad. También el
"Ángel Rubio" Irma Griese es recordada por su
crueldad.  Sólo el doctor Joseph Klein tenía
actos más humanos hacía las presas llegando incluso
a salvar una cuantas.

Fue en el proceso de Luneburg donde se enjuiciaron a los
jefes de los campos de concentración.

 Capítulo XX

La
resistencia

Todo acto en el campo de concentración de
Birkenau o Auschwitz era de resistencia. Cuando las empleadas del
Canadá desviaban los productos con destino a Alemania,
cuando las trabajadoras de cualquier índole retrasaban su
trabajo, cuando hacían sus pequeñas fiestas e
incluso cuando lograban reunir a familiares, eran considerados
actos de resistencia con un solo fin. Sobrevivir para contarle al
mundo lo que les sucedió. La información era
divulgada gracias a L que incluso llegó a construir una
radio. Las noticias de las ofensivas de los aliados elevaban la
moral de las custodias.

El 7 de octubre de 1944, un crematorio explotó.
Un esclavo de las cámaras logró introducir algunas
bombas caseras. Sabía que a lo mucho tenía tres
meses de vida, pues su trabajo consistía en retirar los
cuerpos de la cámara de gas y sólo
permanecían algunos meses desempeñando esa labor.
Decidió dedicar sus últimos días a destruir
la cámara infernal. Algunos reos aprovecharon la
confusión y lograron fugarse. El grupo insurgente fue
atrapado y les dispararon en la nuca.

 Capítulo XXI

París ha
sido liberado

Un internado francés que llegó un
día a la enfermería, llamó la
atención de Olga pues en su cara se notaba una felicidad
contenida. El francés se acercó y le
cuchicheó al oído que París había
sido liberado. El rumor corrió con rapidez en los
baños y lavabos. La esperanza comenzó a emerger
entre todas las prisioneras.

 Capítulo
XXII

Experimentos
científicos

Los experimentos realizados por los altos jerarcas
Nazis, rayaban, como su ideología, en lo absurdo. Miles de
conejillos de indias fueron torturados para averiguar cosas del
tipo: cuánto aguanta un cuerpo humano a bajas, o altas
temperaturas antes de morir, otros se sumergían a agua
salada, la castración era practicada de las maneras
más inverosímiles, y se experimentaba con
sustancias para reducir el apetito sexual en las mujeres. En
cierta ocasión, llegó una medicina para los
tuberculosos, se aplicó y la mayoría
falleció. Los pulmones fueron mandados a la
compañía para su análisis. Se hacían
pruebas con hormonas y se ofrecían remedios contra el
insomnio, la mayoría de las veces, las pacientes
morían por la cura. Un millar de muchachos entre 13 y 16
años fueron esterilizados para satisfacer la curiosidad
médica Nazi. Se exponían a las mujeres a los rayos
X y después se extirpaban sus ovarios para analizar las
lesiones. 

 Capítulo
XXIII  

Amor a la sombra
del crematorio

Era obvio que los alemanes pretendían acabar con
todas las razas indeseables mediante el exterminio directo y
reduciendo al mínimo su descendencia. Sin embargo el amor,
retorcido en algunos casos, se daba hasta en estos lugares. Las
blocovas tenían sus amantes así como los oficiales
Nazís. Existía un burdel para los soldados, mismos
que si veían a una mujer a su llegada en tren,
podían apartarla y llevarla a su propio burdel. Era raro
que una custodia tuviera amante y las que lo tenían
gozaban de privilegios.

El avance de los rusos era eminente y para la
última época se respiraba un poco más de
libertad. Las fiestas terminaban en orgías y todo mundo se
prestaba a la degradación.

También había perros entrenados para
violar a las reclusas para beneplácito de los
soldados.

 Capítulo
XXIV

En el carro de la
muerte

Olga no perdió la esperanza de volver a ver a su
marido y luego de algunas pesquisas, dio con su paradero.
Logró enviarle una nota dónde le avisaba que iba en
su encuentro. La manera fue viajar en el "carro de la muerte".
Carro que transportaba a los locos que para la lógica
alemana, resultaban interesantes. Entre gritos, personas
masturbándose y parejas que simulaban la cópula,
Olga viajo al encuentro de Miclos. Ambos se vieron más
espectrales que nunca. Se dieron ánimos y se despidieron
discretamente, pues Olga viajaba de incógnito. Fue la
última vez que la autora vio al doctor Miclos Lengyel.
Tiempo después la zona fue desalojada. En el camino,
Miclos se detiene a ayudar a una persona desfalleciendo, fueron
acribillados por un soldado Nazi.

 Capítulo XXV

En el umbral de
lo desconocido

El 17 de enero de 1945 hubo un desalojo en Birkenau. Los
documentos oficiales fueron destruidos y se ordenó el
inmediato desalojo de la población. La evacuación
se inició a medía noche con dirección a
Alemania. Sin duda las tropas soviéticas se encontraban
cerca de ahí. Olga Lengyel salió de Birkenau con
vida.

En el camino se encuentran muertos por doquier, nadie se
atreve a romper filas pues los soldados y sus perros mantienen la
vigilancia. Un estruendo lejano confirmaba la noticia. Los rusos
estaban "a un disparo de ahí".

 Capítulo
XXVI

La
libertad

Las detonaciones se multiplicaban. Se apresura el paso.
Los cadáveres aumentaban. Nadie puede caer en manos de los
rusos. Son las órdenes de los soldados. Olga intuye que
tiene que escapar. Pasó la noche y logró escapar.
Llegó a una iglesia y es alojada por un hombre y su
familia. Las patrullas alemanas continuaban su patrullaje. Olga
se encontraba en Polonia y fue de nuevo descubierta por los
alemanes. Nuevamente logra escapar pues el caos reinaba en el
ambiente. La capitulación estaba cerca. Las velas de
Stalin alumbraban el cielo alemán. Esa noche, las tropas
rusas tomaron Berlín.

 Capítulo
XXVII

Todavía
tengo fe

Olga Lengyel cierra con la reflexión sobre la
crueldad que se encierra en el hombre. Ante tantos horrores que
presenció, llegó a dudar de la parte
benévola. Algunas personas que conoció durante su
estadía, la enseñaron a mantener la moral, la fe y
la esperanza en alto. A todos ellos y a las víctimas de
los campos de concentración dedica sus
memorias.

 

 

Autor:

Juan Francisco Esquivel
Diaz

 

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