La Retórica según Ortega Carmona –
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La Retórica según Ortega
Carmona
«Cuando el Hombre fue consciente de
su circunstancia en el Cosmos, ya era un pensador: el
cual, tras discernir, se transformaría en filósofo
y escritor.
Un testigo capaz de discernir y registrar los
eventos de la existencia para la posteridad: prognosis,
deducciones, inventiva y prodigios que serían clasificados
como disciplinas del Conocimiento Humanístico.
Hoy tiene un Discurso Retórico y
Fenomenología del Ser» (A. J. URE,
2013)
Por Alberto JIMÉNEZ
URE
(@jurescritor/jimenezure@hotmail.com/urescritor@hotmail.com)
El sacerdote y helenista Alfonso ORTEGA CARMONA,
adscripto a la Universidad de Salamanca [España],
hace más de dos décadas me envió uno de sus
más consultados libros que difícilmente pierden
vigencia: Retórica [Editado en Madrid,
España, bajo el sello de la citada institución
académica, el año 1989]. A su juicio,
«[…] en Europa el arte de hablar bien ha sido
siempre el instrumento más importante de la cultura y de
la formación del hombre…» [Ob. cit., p.
11].
Se cree que Aristóteles (Estagira, 384-322)
«legitimaría» la «Retórica»
porque fue quien –de hecho- la utilizó
metodológicamente para impartir conocimientos: cuestionar
los sucesos sociales y políticos de Grecia, e igual para
prodigar sus ideas al Vulgo.
Es indiscutible que la «Retórica» se
fortalece en los pueblos en los cuales la democracia
impera, y sucumbe ante regímenes totalitarios.
En este tiempo y realidad, muchos indeseables del
ambiente político presumen –íntima e
infamemente- que no es cosa distinta al don de hechizar:
la fase superior de la –para ellos- necesaria dosis de
mentira, demagogia o histrionismo.
Cierto es que la auténtica praxis
democrática no es ni la oficialización del
discurso timador ni la coacción del
librepensamiento.
Leamos lo que piensa ORTEGA CARMONA:
«[…] Sin la facultad de hablar libremente,
exponiendo el propio parecer para la mejor decisión y
deliberación acerca del bien común, no puede
existir verdadera democracia [Idem., p. 17]
Aristóteles pasó a la Historia
considerado como el más admirable de los discípulos
de Platón. Inicialmente, se había dedicado al
estudio e investigación de la Biología.
Durante aproximadamente veinte años, asistió a la
Escuela Platónica. Luego de la muerte de su
maestro [año 347], marchó de Atenas para
convertirse en asesor e instructor del Príncipe Alejandro
DE MACEDONIA.
Regresó, más tarde, para fundar lo que
trascendió bajo el nombre de Liceo: claustro
donde inmortalizaría sus ideas
filosóficas.
La Política comenzaba a ser considerada
como una de las nuevas ciencias: […] «…
debía ocuparse de las formas de gobierno reales, a la vez
que de las ideales, y debía enseñar el arte de
gobernar y organizar estados, cualquiera que fuese su forma, del
modo que se desease…» –afirma George SABINE, en su
Historia de la Teoría Política
(«Fondo de Cultura Económica», Bogotá,
Colombia, 1976, p. 77).
Es probable que cuanto en aquellos días se
definía mecánica política no fuere
sino la «Retórica», el método de praxis
de una disciplina cada vez más compleja y propensa a ser
malintencionadamente utilizada. En Atenas, los filósofos
fueron los primeros políticos profesionales porque
estuvieron más cerca del poder que quienes ejercían
actividades no intelectuales, aun cuando vinculadas a los
gobiernos.
Novedosamente, esos pensadores fueron los primeros en
platicar sobre la factibilidad o no de abolir la Propiedad
Privada y la Familia (tesis que Platón
defendía).
Ellos impulsaban las leyes, eran consultados para la
redacción de las normas o para eliminar las existentes.
Ejercer la «Retórica» era ejercer la
crítica: de una postura específica o de
acontecimientos provocados por los hombres.
Aristóteles difería de su maestro en lo
relacionado con el Estado Ideal y, frente a ello,
formularía –respetuosamente- su argumentación
personal. Lo hacía con técnicas, lucidez e
información científica.
En mi opinión, «Retórica» es
el discernimiento o debate público de las ideas opuestas:
morales, filosóficas, políticas o de cualquier otra
disciplina del conocimiento humano (1) Sesudo, Alfonso ORTEGA
CARMONA lo dilucida perfectamente e infiere «[…] que
la mayoría de las decisiones políticas, dentro de
las instituciones democráticas, son, a su vez, resultado
de un debate en el que la propuesta y defensa de los mejores
argumentos corre también la suerte de las mas brillante y
persuasiva exposición» [Cfr., p. 17]. Imprescindible
para los (defensores o acusadores) «oradores» o
«exponentes» en los juicios y los adeptos del
mitin o meeting, añado. Don Alfonso
sostiene que ya en los textos clásicos La Odisea
e Ilíada se advierte respecto al «arte de
hablar en público», lo que habría precedido a
la intencionalidad aristotélica.
La importancia de dominar el discurso, la argumentación
y hasta la gestualidad determinaría el éxito
político de un personaje.
En esa etapa iniciática de la «Práctica
Retórica», la investigación,
ponderación y coherencia fueron cruciales y ulteriormente
conducirían a un extraordinario pensador (Sócrates)
a inventar la «Mayéutica» (2):
«[…] Muchos retóricos antiguos vieron ya
en Homero al padre de la Retórica, y, con frecuencia,
citaron ejemplos suyos para la confirmación de
técnicas persuasivas. Bastaría recordar que tres
cuartas partes de la Ilíada, un poema de guerra,
están constituidas por conversaciones y
discursos…» [Ob. cit., p. 20].
En aquellos días, la preponderancia de la
«Retórica» influiría [todavía,
en diversos aspectos de la vida universitaria e intelectual
posmoderna] en el establecimiento de los tribunales del
pueblo: organismos mediante los cuales [se asegura] los
griegos eliminaron la corrupción judicial.
Si meditamos un poco, descubrimos que en los actuales
«juicios orales» [ya en tardía práctica
en lo que denomino ultimomundano] el talento discursivo
de los abogados suele salvar de la Pena de Muerte a los
reos acusados de haber cometido delitos graves.
Los tribunales del pueblo en la
Antigüedad eran integrados por numerosas personas,
lo que obligaba a los defensores y acusados al afinamiento de sus
intervenciones. En pocas palabras, a fortalecer su
oratoria. Curiosamente, Platón [pese a su gran
reputación filosófica] no pudo evitar que a su
amigo Sócrates lo condenasen a muerte bajo la absurda
acusación […] «… de haberse ocupado en
exceso de la investigación de lo subterráneo y lo
celeste, convertir en fuerte el argumento débil y
enseñar a otros estas mismas prácticas»
(Platón: Defensa de Sócrates,
Edición de «Aguilar», Madrid, España,
1973. P. 21).
El filósofo «delincuente» no
lograría salvarse tras utilizar la
Mayéutica con la cual, asombrosamente,
deslumbraba e iluminaba las mentes de sus discípulos. Y
confundía a sus detractores con lucubraciones que los
develaban como los auténticos culpables.
La Mayéutica se basaba en la incesante
interrogación que, por instantes, lucía
inquisición. Hubo algo inusitado que, en una de
las innumerables y acomodaticias reformas del Código
Procesal Penal del país en el cual infaustamente
nací y que, por ejemplo, luce mediocre reminiscencia de
las leyes que imperaban en la Grecia Antigua,
aquí se ha establecido en los juicios orales [no
se sabe por cuánto tiempo ni por virtud de cuáles
legisladores desquiciados o ebrios] lo siguiente: la
selección por sorteo de jurados o escabinos sin
la necesaria formación jurídica o conocimiento de
la Constitución y Leyes y que, aparte, no tienen la
voluntad personal, la razonable curiosidad y sensibilidad
humanas, la determinación o formación intelectual
para indagar los detalles de los casos penales para decidir
quién es inocente o culpable de haber cometido el [los]
delito [s] que se le [s] imputan.
Sospecha Ortega CARMONA que la aparición de la
«Retórica» sería contemporánea a
la decadencia de la «Sofística», de la que se
inferiría que fue la primera Ilustración
Europea:
«[…] Su concepción de la Verdad, de
la Vida y del Hombre, en antítesis con la época
precedente, dará lugar a otra profunda revisión
filosófica en Platón y Aristóteles,
influidos por Sócrates. El clima espiritual que precede a
la Sofística alienta a una fe inquebrantable en poderes
sobrehumanos que rigen, sin posibilidades de protesta, los
destinos y todo fenómeno cósmico…»
[Ibídem., p. 23]
Quienes propugnan el empleo del mitin o
meeting [en la actualidad, francamente en declive y
desprestigio] cometen impresionantes esfuerzos de
oratoria para mantener atento al imbecilizado enjambre
que los escucha. Lógicamente, los políticos de la
Antigüedad no gritaban porque se dirigían a
pequeños grupos de personas cultas y por ser
intelectuales. Sabios, portadores de La
Verdad.
Por virtud de políticos sin instrucción
filosófica, la «Retórica» ha degenerado
en formas intimidatorias: amenazantes, en mensajes
apocalípticos y de trasfondo vulgar: se ha envilecido con
la vindicta, agitación bélica y el tremendismo. Los
oficiantes de intervenciones públicas justifican su
mediocridad bajo el alegato según el cual, en pro de la
supervivencia de los «actos de masa», el mensaje debe
estar despojado de intelectualismos (3)
NOTAS.-
(1) Definición personal que inserté casi
al final de mi libro Dictados contrarrevolucionarios
(«Edición de la Universidad de Los Andes»,
Mérida, Venezuela, 2008. p. 201).
(2) Cuando me instruí sobre esa fascinante
práctica discursiva, experimenté una
inconmensurable felicidad: de modo empírico, yo
hacía tiempo que la ejecutaba.
(3) STUART MILL, John, dijo en su Diario
«[…] que todo empeño intelectual, o, en
cualquier caso, todo empeño científico cae bajo el
popular estigma de ser insensible» [p. 45]. También
infirió que […] «… ser popular es
adular a todas las personas diciéndoles que son lo que
más desean ser» [Supra., p. 45.
«Alianza Cien», Madrid, España,
1996]
Autor:
Alberto Jiménez Ure