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Velasco: el pensamiento vivo de la revolución




Enviado por rubèn ramos



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

  1. Prólogo a la edición
    2012
  2. Explicación necesaria
  3. La
    revolución peruana
  4. Las
    Fuerzas Armadas y la revolución
  5. Gobierno, pueblo y Fuerza
    Armada
  6. Desarrollo y
    revolución
  7. Reforma agraria
  8. Comunidad laboral, propiedad social y
    Estado
  9. La
    revolución y el ejercicio de la
    política
  10. Participación, movilización
    social y transferencia del poder
  11. Partido, sindicatos, y
    revolución
  12. Universidad y
    revolución
  13. Prensa y revolución
  14. Moralización y
    moralidad
  15. La
    contra-revolución
  16. Antimperialismo y
    revolución
  17. Revolución, integración y no
    alineamiento
  18. Referencias
    bibliográficas

Agosto, 1975

Diciembre, 2009

Abril, 2012

Prólogo a
la
edición 2012

El 3 de octubre de 1968, el general Juan Velasco
Alvarado y cuatro coroneles progresistas del ejército
peruano, rescataron de manos del gobierno y los partidos
políticos representantes del Imperio y de la
oligarquía nacional, la dignidad que nos legara,
José Gabriel Condorcanqui.

Siete años después, el capítulo
abierto de profundas transformaciones estructurales y de
participación popular, que introdujeron al Perú en
la modernidad, se vio trastocado por la felonía de otro
general que, de la mano con el FMI y sus ensayos de ajuste de la
deuda externa, revirtió todo lo hecho y empezó a
"reconstruir" el presente a partir del pasado.

Han transcurrido 44 años del inicio de esa
experiencia y las nuevas generaciones apenas saben lo que
vivió el Perú entre 1968 y 1975. La derecha peruana
a través de sus medios, de sus mensajeros del odio y del
control de la institucionalidad que sirve a sus intereses, se ha
encargado, sistemáticamente, de estigmatizar el
período de cambios que vivió el Perú,
atribuyéndole epítetos que sólo dan cuenta
de su a-historicidad y mediocridad en la que vegetan.

Este libro, rescatado de la requisa ordenada por el
entonces ministro del interior del gobierno de la llamada
"segunda fase" tras el "golpe institucional" contra el general
Velasco, ha sobrevivido al tiempo y lo seguirá haciendo,
como testimonio vivo del aporte que civiles y militares de ese
entonces, hicieron a la teoría política de los
procesos de cambio.

Hoy, en circunstancias en que pueblos de América
del sur viven el hervor de su liberación económica,
política, social e ideológica, como Cuba hace
más de 50 años, con igual vocación
antiimperialista y clara visión integracionista, este
libro cobra, no sólo vigencia, sino persistente
actualidad.

Rubén Ramos,

marzo, 2012.

PRÓLOGO

(1975)

Este es un libro que, sin pretender ser final ni
definitivo, intenta iniciar la tarea de seguimiento y
comprensión de una experiencia revolucionaria que en el
campo de la teoría política y en el de la
economía se define inédita. Y es que no hay forma
valedera de aprehender un hecho, en esencia social, si ella se
sustrae a la confrontación entre la teoría y la
praxis entre la idea y la acción. No de otra forma puede
convenirse la naturaleza dialéctica del cambio.

Mas, el grado de ajuste entre la voluntad
política que anima a quienes conducen la Revolución
entre nosotros y los hechos en que aquélla se plasma, no
podrán jamás deducirse desde la perspectiva de la
teoría y la concepción de otros movimientos de
liberación surgidos de realidades diferentes a la nuestra.
Es decir, desde la perspectiva de voluntades políticas
afincadas en maneras diferentes de concebir la relación
entre los hombres. Esto es, en maneras diferentes de concebir el
derecho al ejercicio del poder.

Sí podremos aproximarnos al entendimiento cabal
de lo que entre nosotros sucede desde hace ya casi siete
años, cuando enfrentando el reto que supone eludir el
facilismo y sin sustraernos al esfuerzo de reconstruir ahora
nuestra realidad, aceptemos la verdad de que una
revolución se define más cerca o más
distante de la libertad y el socialismo, creándola,
haciéndola.

Pero una revolución no puede ser vocación
creadora en la acción sin serlo en el
pensamiento.

En el Perú iniciamos ese quehacer hace ya largo
rato. Estamos concretando el esfuerzo de construir una nueva
posición revolucionaria, reconociendo que para lograrlo
tenemos que pensar y actuar política y doctrinariamente
con autonomía. Sin embargo, aún nos queda el tiempo
de vencer la distancia que separa dimensiones que se quieren
consustanciales para garantizar la irreversibilidad del cambio. A
su separación contribuye, en no poca medida, el
desconocimiento de lo que bien podría llamarse la
filosofía de la Revolución Peruana.

Este libro aspira a tocar los límites de ese
desconocimiento. También, los de la incomprensión.
Pero, al mismo tiempo, quiere ser la posibilidad que nutra el
debate, fecunde el diálogo y acerque a la memoria el
quehacer constructor de un pueblo que empieza a decidir sobre su
propio destino, animado de una sólida voluntad
antiimperialista y de lucha consecuente con el mandato de la
historia.

Aquí se resume la afirmación vital del
carácter creador de un pueblo en la palabra de quien es
ya, por derecho propio, su conductor. Se recoge la voluntad que
anima el señalamiento de un nuevo camino.

De él habrá de cuidar el pensamiento
vigilante, la palabra audaz, la crítica oportuna. A ello
obliga, como mandato ineludible, la tarea de gobernar, el
ejercicio constante de la verdad. No de otra forma se
podrán advertir las equivocaciones, los errores, las
desviaciones del norte señalado para la gran
realización final de la Revolución peruana que
partió en su concepción, y aspira a serlo en su
práctica, ajena a modelos que, procesos de
degradación ideológica, convirtieron en absolutos y
dogmáticos.

Grave error de perspectiva histórica. Ocurrencia
que incurre en despropósito. Pues si mucho aún
persiste con validez universal en la más pura
tradición socialista, ello está en el mandato de la
propia historia: encontrar caminos propios que conduzcan,
finalmente, a un auténtico ideal de justicia y
liberación.

Y no se puede concebir el señalamiento de un
camino propio como tarea diferible a un futuro impreciso. Suponer
tal cosa esconde al más grotesco afán de defensa
del statu quo. Por tanto, al espíritu conservador y
reaccionario, pero al mismo tiempo, al infantilismo
pequeño burgués de quienes saben de hacer una
revolución, tanto como Marx sabía de la realidad de
las sociedades llamadas hoy del Tercer Mundo.

No nos llamemos pues, más al engaño.
Reivindicar el legado de las grandes tradiciones revolucionarias
que constituyen fundamento de la concepción
ideopolítica de la Revolución peruana, es empezar
en el presente la construcción del futuro que se quiere
libre del dominio imperialista en una sociedad de igualdad y
justicia para todos, en la que a la propiedad social de los
medios de producción se una la racionalidad de una
economía que privilegie, no la maximización de las
ganancias, sino la satisfacción de las necesidades vitales
y más sentidas de la sociedad en su conjunto, de sus
sectores marginados.

Las grandes transformaciones estructurales son el inicio
de este difícil tránsito. Mal haríamos si
supusiéramos que ellas son, en sí mismas, metas de
arribo de la Revolución. Pretender consolidarlas faltando
mucho para hacer generalizables sus beneficios sería, por
tanto, asumir la defensa de una utopía
reaccionaria.

Recordemos que es en el carácter participatorio
de la Revolución Peruana donde se halla implícita
la noción de ser, el nuestro, un proceso que tendrá
que mantenerse permanentemente como proceso creador,
perfectible,en disposición constante de enfrentar y
superar renovadas exigencias.

Más aún, la vocación participatoria
y abierta de nuestro proceso, no esta sólo al servicio de
sus realizaciones concretas. Ella trasciende el campo de las
ideas, el terreno de la teoría de la Revolución. No
de otra forma libertad y justicia haríanse valores
inseparables; ni medios y fines serían elementos que se
codeterminan en la construcción de una sociedad superior
centrada en el hombre como hacedor social de su
historia.

De allí que ella implique también una
dimensión valorativa antidogmática y
permanentemente flexible a la inteligencia de nuevos
planteamientos político-teóricos que respondan a la
esencia más radical de nuestra realidad.

De todo esto quiere dar testimonio este libro como parte
vital del pensamiento a la causa de la liberación del
Perú, de América y del Tercer Mundo.

Sus páginas señalan la constancia de un
pensar y un hacer indisolubles, cifrados en la conquista de un
destino distinto y mejor para nuestros pueblos.

Quienes repasen en sus páginas lo hecho hasta
aquí y lo mucho que aún nos queda por hacer,
sabrán que en el Perú hemos iniciado ya el duro
aprendizaje de leer en nosotros mismos la historia de la
dominación y del entreguismo, y empezado a definir por
nosotros mismos nuestro propio camino de liberación.
Rubèn Ramos

Agosto, 1975.

Explicación
necesaria

Los textos aquí contenidos han sido estructurados
en base a los discursos, mensajes, entrevistas y/o conferencias
de prensa del Presidente Velasco. Significan un minucioso trabajo
de recopilación, análisis y sistematización
de los pronunciamientos ideopolíticos más
importantes del conductor de la Revolución Peruana, desde
Octubre del 68 hasta Marzo de 1975.

En el apéndice de referencias
bibliográficas usted podrá encontrar, de acuerdo al
orden de composición, la fecha, la ocasión y la
fuente del discurso, la entrevista o el mensaje, extractado, para
componer el texto al que alude cada título o
subtítulo.

La ocasión, la fuente y el número de
página para todos los casos, y en este orden, van
encerrados entre paréntesis. En el caso de los extractos
tomados de los discursos contenidos en los volúmenes del
libro "Velasco: La voz de la Revolución" (VLVR), se
indica, además, el tomo respectivo (I ó
II).

En los casos en que no figura la fuente, los extractos
fueron tomados de discursos o entrevistas, o conferencias de
prensa, dados a conocer en el diario oficial El
Peruano.

¿Cómo se "hizo" este
libro?

Por tanto, cómo proceder a su lectura.

En Octubre de 1968, producido "el golpe" hubo quienes
creímos que aquél podía ser el inicio de una
experiencia nueva para el Perú.

En ensayo reformista de Belaúnde había
fracasado no sin antes enfeudar al poder de las grandes
corporaciones transnacionales nuestras principales riquezas
naturales y proponer una estrategia de industrialización y
"desarrollo" subsidiaria del capital monopolista.

Los partidos políticos de derecha como el APRA y
el Odriísta y los eufemísticamente autodenominados
de centro -coaligados o en alianza-, habiendo perdido vigencia
por su actitud de aquiescencia y avalamiento al entreguismo del
ejecutivo belaundista, no tenían alternativa válida
que oponer al pronunciamiento armado.

Corno expresión subsidiaria de grupos de poder
económico a los que la Revolución declaraba que
tendría que enfrentar y derrotar, para dar paso a un nuevo
ordenamiento social, la "historia" de aquellos partidos empezaba
a concluir.

La atomizada "izquierda", a fuerza de divisiones y
subdivisiones y sin "programa", para estar en condiciones de
proponer alternativas, tenía aún, por delante que
cumplir la nada fácil tarea de, según alguno de sus
pontífices, proceder a la "reorganización" de "sus
imágenes", "sus ideas", "sus conocimientos", "sus modos de
organización", "sus modos de comportamiento".

No obstante, y dentro de este contexto, poco era lo que
se tenía entre manos para aventurar un juicio respecto de
a dónde querían ir los militares.

Señalar, como se hacía en el Manifiesto
del 3 de Octubre, que el movimiento de las Fuerzas Armadas
marcaba el inicio de la emancipación definitiva del
Perú, y anunciar el propósito de llevar a cabo
"básicas reformas estructurales", era entre nosotros
lenguaje desusado, si se tiene en cuenta que tales anuncios
provenían de una institución otrora guardián
de los intereses de una de las oligarquías más
conservadoras de América Latina. Pero había que
empezar la tarea de "guardar" todo aquéllo que fuera
escrito y dicho por los dirigentes de la Revolución de la
Fuerza Armada, y, preferentemente por su conductor.

Seis días después de aparecido el
Manifiesto, y precisamente en Talara, donde se había
firmado un mes antes el Acta del entreguismo y la
claudicación del belaundismo y el apro-odriismo, el
Gobierno revolucionario anunciaba la recuperación de la
Brea y Pariñas para el Perú.

Era el primer hito de una historia de fidelidad al
mandato impuesto de superar nuestro estado de subdesarrollo y
dependencia del poder económico imperialista y de los
grupos de dominación interna.

La Reforma agraria, la reforma de la empresa, la
reversión al Estado de nuestras principales riquezas
mineras y petrolíferas, la estatización del
comercio exterior, de los ferrocarriles, de la industria
pesquera, de los mecanismos de financiación, de las
telecomunicaciones, la propiedad social, la socialización
de la prensa, serían, una a una, conquistas reveladoras
del alto grado de coherencia entre lo dicho y lo hecho. Entre lo
que se enunciaba como voluntad y lo que se realizaba como
realidad.

Hondas y decisivas transformaciones de nuestra
estructura económica y social a las que se aparejaba el
impulso y desarrollo de un vasto movimiento participatorio desde
las bases, generador de organizaciones autónomas de
trabajadores, constituían una palpable demostración
de transferencia del poder a los propios creadores sociales de la
riqueza.

Esto debía conocerlo el pueblo. Saber que quienes
conducían los destinos de la Nación no improvisaban
ni la acción ni el pensamiento.

Más aún, el pueblo tenía que
entender que los errores, las limitaciones y el burocratismo no
son parte de la voluntad que anima a la revolución, sino
expresión de condicionamientos impuestos unos, por el
poder de quienes quieren un Perú y una América al
servicio de sus intereses, y heredados, otros, de un sistema
deshumanizado y egoísta que tomará tiempo superar
definitivamente.

Fue por eso que se empezó a poner juntas las
cosas dichas por el Presidente Velasco y que fueron recogidas
desde el inicio del proceso. Pero, en una tarea así,
había que pensar en algo diferente a un compendio de citas
o a un libro de discursos. ¿Cómo hacerlos un texto
temático, donde no se tuviera la sensación de estar
leyendo un discurso o una entrevista? Este era el
desafío.

Se empezó por clasificar, en base a una
guía de temas, el material escrito. Luego, se
procedió al fichado. Posteriormente se juntaron todas las
fichas referidas a un mismo tema y finalmente se "editó"
la redacción de tal manera de dar lugar a un texto que
pudiera leerse sin advertir que se trataba de extractos tomados
de un discurso, o una entrevista, o una conferencia de
prensa.

Así nació este libro. Usted
encontrará por ello que, por ejemplo, el texto sobre al
tema "Autonomía Conceptual" de la Revolución ha
sido finalmente compuesto en base a extractos referidos a dicho
tema, tomados de discursos dichos en fechas diferentes y para
ocasiones diversas, como el Mensaje a la Noción (del
28.7.73), el del Aniversario de la Revolución (del
3.10.73), el pronunciado con ocasión de la visita del
Excelentísimo Señor Presidente de Rumanía
(el 19.9.73.), el pronunciado en la Conferencia Anual de CADE 70
( el 15.11.70), y el pronunciado en el almuerzo del Comando
Conjunto de la Fuerza Armada (el 29.7.74).

Igual cosa se hizo para estructurar al texto referido al
tema "PuebIo y Fuerza Armada". Aquí se tomaron extractos
contenidos en discursos que van desde noviembre del 68 (con
ocasión de la entrega del Pabellón Nacional) hasta
Octubre del 74 ( con ocasión del día de la Dignidad
Nacional). Y así, para cada uno de los temas.

Ahora bien, como se trata de un libro que pretende
acercar a la memoria el quehacer de un pueblo en
revolución, en los casos en que, por la fecha del
discurso, se hablaba de 3, 4, 5 ó 6 años, se ha
preferido referir esas fechas a la actualidad. Así, se
trata de un libro que recoge el pensamiento de la
Revolución a lo largo de estos siete años de
aparejar teoría y acción.

No debe perderse de vista, sin embargo, que los
planteamientos ideológicos y políticos que
aquí se expresan, surgen en el inicio mismo del proceso
revolucionario. Mas esto no quiere decir, como bien se
señala en el Prólogo, que éste sea un libro
final y definitivo. Otros libros seguramente habrán de
seguirle. No dudamos de que en ellos mucho de lo aquí
expresado se habrá para entonces enriquecido y
profundizado.

Y lo creemos así, porque Velasco no es
sólo el Presidente del Perú y el conductor de su
revolución; es también el juicio anunciador de una
nueva conquista, la inteligencia de nuevos aportes a la idea, y
el carácter de una serena advertencia.

Por ello, un nuevo discurso, o una entrevista, o acaso
una nueva conferencia de prensa, estarán haciendo a esta
entrega, una entrega sin tiempo.

La
revolución peruana

El Proceso Revolucionario que conduce la Fuerza Armada
del Perú se organiza sobre una concepción ideo
política, una estrategia nacional de desarrollo y un
modelo final de sociedad por entero distintos a los propuestos
por los sistemas capitalista y comunista.

El reconocimiento de nuestra privativa historia
nacional, la identificación de nuestras propias
tradiciones revolucionarias y la comprensión de nuestra
específica realidad económico-social orientan
nuestra revolución y permiten definir su sentido
esencialmente independiente. Por todo ello, el conjunto de
medidas y acciones emprendidas por el pueblo peruano y su Fuerza
Armada se orientan a rescatar para el Estado Peruano su perdida
capacidad de decisión y a restituir a nuestro pueblo el
control sobre la riqueza que su trabajo genera y sobre el poder
político, tradicionalmente sustraído a los
productores sociales por los grupos dominantes.

La orientación independiente de nuestra
revolución permite definir su carácter
esencialmente anti-imperialista y participatorio. Y ello es
así, porque sólo es posible construir un Estado
nacional enfrentando resueltamente al poder imperialista. Y
porque creemos que el cuestionamiento de los sistemas sociales
que el Perú recusa puede lograrse a través de un
conjunto de instituciones económicas y sociales
participatorias.

El carácter anti-imperialista y participatorio de
nuestra revolución nos permite construir progresivamente
una democracia social de participación plena basada en lo
transferencia del poder político y económico a las
organizaciones sociales de trabajadores. Esta es nuestra
posición. A ella nos debemos. Y por ella el pueblo y la
Fuerza Armada del Perú están dispuestos a enfrentar
todos los riesgos implicados en una revolución
independiente.

SU AUTONOMÍA CONCEPTUAL

La delimitación ideo política del Proceso
Revolucionario Peruano se basa en pronunciamientos
teóricos muy claros relacionados, en última
instancia, con las ideas cardinales de la propiedad social y de
la participación plena. En ellas se funda la esencia de
nuestra singularidad como proceso revolucionario diferente y
autónomo con respecto a cualquier otro. Pues, sostener la
necesidad de organizar la economía prioritariamente en
base a la propiedad social de los medios de producción y
un sistema político fundado en la gradual pero creciente
transferencia de poder a las organizaciones autónomas del
pueblo es sostener un planteamiento absolutamente incompatible
con los sistemas que privilegian tanto lo propiedad privada como
la propiedad estatal.

Por lo demás, el encarar la recusación de
uno y otro sistema es concorde con el enunciado normativo de
seguir una línea nacional independiente, vale decir
autónoma. En este sentido, la Revolución Peruana
expresó, teóricamente, una alternativa al
capitalismo diferente a la alternativa comunista. Y, por partir
de una revolución es, en esencia, también una
alternativa revolucionaria.

La Revolución Peruana recusa el sistema
capitalista no desde una posición proclive al comunismo,
ni recusa al comunismo desde una posición conservadora y
pro-capitalista. Por el contrario, fundamenta esta doble
recusación desde una nueva posición de izquierda,
nacional y autónoma, profundamente unida al compromiso
militante de luchar por la transformación cualitativa e
integral de nuestra sociedad.

Pero, el fundamento de nuestra posición no es
extraño al contenido mismo de las diversas corrientes del
pensamiento revolucionario de nuestra época. Y es en el
sentido de la tendencia global de esas corrientes que nuestra
revolución se inscribe con toda su probada
autonomía conceptual en la tradición más
ilustre del pensamiento libertario socialista y humanista.
Pensamiento que involucra para nosotros tres conceptos
inseparables a una misma tradición.

En todo lo anterior, se afianza nuestra seguridad de
representar un camino revolucionario autónomo y propio del
Perú. Tenemos la convicción de nuestro propio
camino. Sabemos a dónde queremos ir. Nuestra
revolución no será ideológicamente
colonizada ni políticamente desviada por ninguna de las
tendencias con las que, en realidad, está en
pugna.

El rumbo revolucionario del Perú y sus
proposiciones de finalidad responden a una nueva
conceptualización teórica, a nuevos criterios de
acción, a nuevos planteamientos
revolucionarios.

Fuimos, desde el comienzo mismo de nuestra lucha,
defensores intransigentes de uno posición enteramente
independiente de cualquier otra surgida en otras latitudes. Y en
base ella construimos una alternativa revolucionaria
profundamente nacional que nada tiene que ver con la experiencia
histórica de otros pueblos que han seguido caminos en
esencia diferentes al nuestro. Desde esta posición siempre
hemos respetado todas las posiciones revolucionarias, en base a
la demanda muy clara y muy justa de que la nuestra sea igualmente
respetada.

De allí que resulte imposible apelar a los
"ismos" actuales en la esperanza de encontrar uno que refleje la
exacta significación del proceso revolucionario peruano y
el contenido preciso de sus grandes propósitos y
realizaciones. La terminología en boga no permite expresar
con propiedad, a nivel de concepción política
global, lo naturaleza y las implicaciones de la Revolución
Peruana.

Algunos definen nuestro movimiento como socialista,
olvidando que, por la enorme variedad significativa que ha
llegado a adquirir esta apelación, ha perdido capacidad de
expresar por sí sola fundamentales diferencias de
concepción y de práctica política concreta.
En efecto, bajo lo denominación "socialista" se cobijan
las más variadas formulaciones teóricas y las
más plurales realidades político-sociales en el
mundo contemporáneo, lo cual torna nebuloso el significado
real de lo palabra. Por tanto, al no permitir el trazado de
líneas sustantivas de diferenciación, no define una
posición política concreta y determinada sino en el
más general de los sentidos. En otras palabras, el
concepto socialista no define por sí solo la
posición total de la Revolución Peruana, pero si
está claramente incluido en su más fundamental
significado histórico.

Otros nos adjudican un eclecticismo "tercerista" que muy
poco agrega a la comprensión del proceso peruano. Nosotros
no sostenemos una simple y banal posición tercerista. No
aspiramos a crear un sistema político, social y
económico que represente una suerte de mezcla entre el
capitalismo y el comunismo. Nosotros nos situamos en un plano
enteramente distinto de significación política
respecto de la esencia misma de los planteamientos capitalistas y
comunistas.

Y otros, nos sitúan en algún punto
impreciso de ese amplio espectro que va desde cualquiera de los
movimientos políticos tradicionales del Perú, hasta
las formulaciones de la social-democracia y el
social-cristianismo europeos de postguerra.

Todas estas apreciaciones contienen dos comunes errores
fundamentales. En primer lugar, tratan de definir la
Revolución Peruana no a partir de ella misma, sino de
"modelos" externos que varían de acuerdo a la
posición o a la simpatía política de cada
observador. Y en segundo lugar, reflejan incapacidad para
reconocer el hecho sencillo y simple de que este proceso
revolucionario es por entero un fenómeno nuevo. Sin que
ello implique, naturalmente, desconocer su deuda con la
tradición revolucionaria peruana, latinoamericana y
mundial, cuyos verdaderos y perdurables aportes constructivos
respeta y cuyo acervo enriquece, precisamente, por su declarada
autonomía conceptual y política.

La nuestra es una revolución que jamás
encuadrará en ningún esquema tradicional. Fue desde
el comienzo una experiencia enteramente atípica. Siempre
representó, y siempre habrá de ser, esfuerzo
creador en búsqueda y en construcción de un camino
propio para el Perú.

La más profunda autenticidad de este proceso
radica en su incuestionable originalidad, en su constante
empeño de sólo responder al sentido más
hondo de nuestra historia y al testimonio más verificable
de nuestra propia realidad. Esta revolución es, pues, un
planteamiento teórico y práctico de plena
autonomía. Y aquí se fundamenta nuestro reclamo a
ser, en todos los sentidos, una auténtica
revolución peruana.

El objeto fundamental de la construcción
revolucionaria que estamos desarrollando se orienta a crear en el
Perú una democracia social de participación plena
Este planteamiento basal de la revolución peruana supone
erradicar definitivamente un orden fundado en la predominante
propiedad privada de los medios de producción y en la
concentración de todas las formas de poder que ella
genera. No para trasladar el poder y la riqueza monopolizados al
aparato estatal que controla un partido único, sino para
transferir el poder y la propiedad de la riqueza a las
instituciones autónomas del pueblo organizado.

La alternativa que esta revolución plantea supone
iniciar, desde ahora, lo – construcción de una democracia
social de participación. Por tanto, no hemos remitido al
futuro el comienzo de esta esencial tarea. Por el contrario, la
hemos iniciado gradualmente, conscientes de que el futuro se hace
en el presente. E igualmente conscientes de que los medios
deciden la esencia de los fines, sostenemos que la única
forma de hacer posible una sociedad de participación
liberadora demanda indispensablemente el uso de mecanismos y de
medios de naturaleza también participacionista.

Esta fundamental orientación ideo política
que distingue nítidamente la nuestra de otras posiciones,
sirve de basamento a todas las acciones emprendidas por el
Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada del
Perú.

EL NUEVO ORDENAMIENTO ECONÓMICO,
POLÍTICO Y EL MODELO SOCIETAL

Pluralismo económico y
Pluralismo Político

Los dos grandes problemas esenciales de nuestro
país, a saber subdesarrollo y dependencia, se han generado
bajo la égida del capitalismo y sería por ello
extremadamente ilógico pretender resolverlos conservando
el sistema que les ha dado origen. Por eso nuestra
revolución se define como no capitalista en el sentido de
que el ordenamiento socio-económico que persigue no
será capitalista. Y por eso nos situamos frente al
capitalismo como sistema en una relación de
oposición.

Esto naturalmente en forma alguna significa aceptar la
alternativa comunista. La realidad concreta del comunismo como
sistema político, económico y social, al cabo de
largas décadas de aplicación en otros
países, se traduce en sociedades totalitarias y
burocratizadas, por entero incapaces de garantizar el desarrollo
libre del hombre en todas sus dimensiones. La intolerancia, el
totalitarismo y la burocratización son, a la luz
irrecusable de la experiencia histórica, fallas
estructurales de las sociedades comunistas y no simples
deformaciones secundarias. Por eso, tales sociedades no pueden
constituir el modelo de nuestra revolución. Y por eso,
también frente al comunismo nos situamos en una
relación de oposición.

El movimiento peruano se ubica revolucionariamente
frente a la falsa disyuntiva "capitalismo o comunismo". Estamos
rechazando aquel dilema del pensamiento político
tradicional para colocar a lo Revolución Peruana en un
campo cualitativamente diferente de conceptualización y de
praxis revolucionarias. Esta autonomía conceptual y
política deriva de la forma en que definimos la
problemática central de la sociedad peruana. Para nosotros
el subdesarrollo constituye una compleja realidad
históricamente determinada y generadora de problemas que
en el más profundo de los sentidos son peculiares de cada
sociedad. No existe, pues, una sola forma universal de
subdesarrollo en tanto realidad económica, política
y social concreta. En consecuencia, no existen sociedades
subdesarrolladas idénticas.

Cada cuadro peculiar de subdesarrollo es la matriz
condicionante de donde parte el proceso de desarrollo que debe
superarlo y que adopta, por esta razón, modalidades
específicas que hacen imposible, en este caso
también, suponer la existencia de una sola forma universal
de desarrollo. En otras palabras, cada escenario
histórico-social plantea una problemática
diferenciada de subdesarrollo, para cuya cancelación es
inevitable considerar un tipo de desarrollo igualmente
diferenciado. Vale decir, los procesos de desarrollo se han dado
históricamente de acuerdo a diversas opciones
político-ideológicas. Su sentido final puede
orientarse hacia ordenamientos socio-económicos
capitalistas o comunistas. Pero también pueda orientarse,
con igual fundamento de validez teórica hacia
ordenamientos socio-económicos de carácter no
capitalista y no comunista. Y en esta perspectiva se sitúa
la revolución nacionalista del Perú.

Queremos una sociedad donde el Estado sirva al hombre y
el hombre sirva a la sociedad en condiciones que posibiliten el
desarrollo efectivo de ciudadanos libres cuya más alta
responsabilidad se oriente hacia la nación en su conjunto.
Queremos un ordenamiento basado en una moral social solidaria,
capaz de superar la raíz profundamente egoísta del
individualismo, pero sin permitir que el hombre concreto
desaparezca bajo el peso de puras entelequias colectivas que
fríamente manipula la burocracia estatal de un sistema
alienante y deshumanizado. Somos revolucionarios humanistas y por
ello rechazamos la posición de quienes en nombre de la
humanidad desprecian y aplastan a los hombres. Queremos
reivindicar al hombre, pero no en el sentido de exaltar un
individualismo social y éticamente estéril, sino en
el de reivindicarlo como miembro y esencia de una sociedad
humanizada por un conjunto de valores que no pueden, por todo lo
anterior, ser los mismos que sirven de sustento al capitalismo y
al comunismo.

Nuestra revolución, en sumo, trabaja por una
sociedad solidaria de participación plena, de libertad
auténtica, vale decir, con justicia social, donde la
comunidad trabaja para el hombre y paro ella misma y no para el
Estado o para grupos de privilegio y de poder. Vamos hacia un
nuevo ordenamiento de la sociedad peruana. Porque el ordenamiento
tradicional contra el cual insurgimos estuvo basado en la
desigualdad, en la injusticia, en la discriminación, en la
dependencia y en el privilegio. Luchamos por reivindicar la
auténtica independencia de nuestro país frente a
las presiones de cualquier imperialismo, económico o de
otro tipo, venga de donde viniera. Y luchamos igualmente para
cancelar por siempre los profundos desequilibrios estructurales
que hacen de nuestro país una nación
subdesarrollada.

Las formas del pasado ya no pueden segur prevaleciendo
porque es preciso labrar un camino distinto para un futuro
distinto. Esa gran injusticia del ayer en que muchos padecieron
miseria y en que pocos disfrutaron holgura, no puede continuar
porque la nación entera sólo podrá florecer
y ser grande cuando dentro de ella la explotación de los
más a manos de los menos haya sido desterrada para
siempre; y cuando la riqueza socialmente generada no sea
privilegio de unos cuantos, sino derecho y recompensa al esfuerzo
de todos. Quienes forjan la riqueza de este país no son
únicamente los dueños del dinero. De bien poco
valdría ese dinero sin el esfuerzo generoso de los brazos
que hacen la riqueza y que deben tener acceso a ella.

Esta no es una posición de extremismo, sino de
justicia. El propósito de la Revolución Nacional no
es destruir, sino construir. Pero no construir para los menos,
sino para los más. Porque construyendo para los más
estaremos en realidad construyendo para todos. Hasta hoy el signo
de nuestra vida nacional ha sido: la riqueza concentrada en muy
pocas manos, y la miseria cubriendo por entero el mapa de la
patria. Eso ya no puede seguir así. Si el
Perú quiere mirar victoriosamente hacia el futuro, tiene
que ser una nación decidida a superar para siempre los
moldes del pasado. Tiene que haber en su pueblo la conciencia de
que es imperativo crear un nuevo y distinto ordenamiento social
en el que prevalezca la justicia. Y en el Gobierno tiene que
haber la inquebrantable decisión de llevar adelante un
proceso de cambios que, al transformar el ordenamiento
económico y social del país, haga posible superar
definitivamente nuestra actual situación de nación
subdesarrollada.

El Perú es ya un pueblo maduro para
sus grandes transformaciones. Y el nuestro es un Gobierno
decidido a que ese pueblo, al fin, tenga su hora de justicia.
Nada debe temer. La revolución reconoce la legitimidad de
todos los derechos cuyo respeto no signifique perpetuar la
injusticia, ni mantener intocada nuestra tradicional
situación de país subdesarrollado y dependiente.
Porque en una sociedad de grandes injusticias, respetar estos
derechos significaría, necesariamente, condenar a la
mayoría a una eterna pobreza y garantizar a la
minoría el disfrute de una riqueza cuyo exceso es social y
moralmente injustificable. Traicionaríamos el sentido
más hondo de nuestro movimiento liberador si
dejáramos que en el Perú todo siguiera igual. La
Fuerza Armada advino al Gobierno precisamente porque eso ya no
era posible. Pero ésta es una empresa del pueblo,
una tarea de entrega ciudadana, una misión de fe. Necesita
una mística y requiere el respaldo valiente y generoso de
los que quieran luchar por un Perú mejor. Es por eso,
también, una empresa de generosidad y de altruismo de
auténtico amor al Perú. Frente a los intereses de
la Patria, nada debe ni puede prevalecer. Es preciso dejar de
lado para siempre los lastres del pasado. Vivimos en un mundo
nuevo y distinto. Tenernos que crear una nueva imagen del
Perú. Es tarea grande y difícil, preñada de
desengaños y de riesgos. Pero es tarea ineludible. La
vamos a realizar. La estamos realizando. El propósito del
Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada es construir en el
Perú una economía pluralista y diferente de las
economías dominadas tanto por el absolutismo de a
propiedad privada cuanto por el absolutismo de la propiedad
estatal. Dentro de ese pluralismo económico
existirán diversos sectores. El más importante y
prioritario será de carácter social, donde la
propiedad esté en manos de todos los trabajadores de las
empresas del sector. El segundo sector económico
será el estatal. El tercero será un sector de
propiedad privada reformada por la Ley de Comunidad Laboral que
habrá de ser en el futuro un sector económico de
cogestión.

Finalmente estos tres sectores económicos, que no
conforman realidades estáticas sino que deben ser
concebidos como altamente dinámicos y flexibles, se
complementarán con un cuarto sector de muy diversa
naturaleza integrado por todas las actividades económicas
de pequeña escala en el comercio, la industria artesanal y
los servicios.

Esa economía pluralista será una
economía participatoria, en esencia distinta a las de los
sistemas capitalista y comunista. Su contraparte política
deberá ser un ordenamiento institucional también
participatorio, basado en la nación de que el poder se
transfiere a organizaciones sociales autónomas cuyos
integrantes, por tener ya acceso a la riqueza y a la propiedad,
acceden también al ejercicio efectivo del poder
económico y, consecuentemente, del poder político.
De esta manera será posible estructurar en el Perú
una democracia social de participación plena, dentro de la
cual la capacidad de decisión en lo económico y en
lo político será ejercida por las comunidades de
base.

Así todas las expresiones del poder
surgirán de los fundamentos mismos de la sociedad, es
decir, allí donde piensan, actúan y deciden los
hombres y mujeres que con su esfuerzo físico e intelectual
crean una riqueza que debe beneficiar a todos los
peruanos.

Esta posición participacionista del humanismo
revolucionario implica respetar la divergencia de opiniones e
ideas. Aquí se fundamenta el pluralismo político
que nuestra revolución también defiende. Esto
significa reconocer el derecho de los demás a pensar y
actuar de manera diferente a la nuestra y en consecuencia a
organizarse políticamente con toda libertad dentro de una
pluralidad de alternativas.

Nuestra Revolución representa una de esas
alternativas. Por eso, adherir a la idea del pluralismo
político no quiere decir en forma alguna que la
posición ideológico y política de nuestra
Revolución, como conjunto de ideas y planteamientos puede
ser considerada uno posición contradictoria y
heterogénea, dentro de la cual puedan situarse quienes
sustenten otros ideologías.

Todo lo contrario. Nuestra posición debe ser
entendida como uno posición ideo-política
homogénea, coherente, singular y, por ende distinta de
todas las demás. En otras palabras, el pluralismo no
significa que no nos distingamos de otros, sino que
distinguiéndonos, sepamos respetar el derecho de los
demás a escoger su propio camino
político.

La concreción de este gran ideal
participacionista, esencia misma del humanismo revolucionario que
defendemos, supone el abandono gradual pero definitivo de los
comportamientos manipulatorios y de los mecanismos de
intermediación que en el pasado arrebataron a los
ciudadanos el derecho a intervenir y a decidir en todos los
asuntos de la vida social. Y supone, asimismo, la ruptura
igualmente gradual pero también definitiva con todos los
comportamientos paternalistas autoritarios que
ilegítimamente presupone condición de inferioridad
en los humildes y en los pobres. Y todo ello, para rescatar y
defender la nación fundamental de la dignidad y la
preeminencia del hombre, del ser social concreto, como hacedor de
la historia y la vida.

Todo ello implica una nueva concepción del
Estado, del gobernar, de la política. El supuesto en que
esto se fundamenta es el de la validez de la participación
como vía a través de la cual pueda crearse en el
Perú una sociedad esencialmente democrática y, por
tanto, verdaderamente humanizada. A estos criterios responde
Democracia Social de Participación Plena, modelo final de
sociedad hacia el cual se enrumba nuestra
revolución.

DEMOCRACIA, HUMANISMO Y REVOLUCIÓN

Mucho suelen hablar algunos de las bondades de la
democracia. Con pocas palabras se ha comerciado tanto como con
esta palabra, democracia, que los politiqueros de este
país prostituyeron, hasta convertirla en una vergonzante
falsedad. No hay democracia auténtica sin justicia social.
No hay democracia auténtica cuando los más son
explotados por los menos. No hay democracia auténtica
cuando el pueblo continúa en miseria; cuando el campesino
no tiene tierra; cuando los poderosos lo dominan todo. La pura
democracia formal de los votos periódicos con que se
negocia a espaldas del pueblo ¡no es democracia!: es el
engaño urdido por quienes tratan de que todo siga igual.
Nosotros ciertamente estamos contra esta democracia farisea.
Queremos una verdadera democracia social con justicia para el
pueblo. Una democracia sin las grandes desigualdades de riqueza
que este pueblo ha sufrido. Una democracia para la cual justicia
y libertad sean inseparables. Una democracia para la cual la
libertad sólo pueda existir, de manera efectiva, cuando
hayan sido canceladas para siempre la explotación y la
miseria de las grandes mayorías.

Hacer posible una democracia así, genuina y con
sentido para el pueblo, es el mandato de la revolución. A
ella habrán de contribuir las grandes transformaciones
sociales. Su realización servirá para la
construcción de un nuevo ordenamiento social de
justicia.

En términos de un humanismo revolucionario para
el cual la idea del hombre como hacedor social de la historia es
por entero inseparable de la justicia como valor concreto en la
vida social, la Revolución Peruana recoge el legado mejor
de la tradición cristiana, en lo que ésta tiene de
renovador planteamiento social, y representa la confluencia de
las vertientes más ilustres del pensamiento revolucionario
de nuestra tradición histórica, constituyendo
así el punto de partida de una nueva
conceptualización político-social en el
Perú.

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